Aún recuerdo aquella soleada mañana de verano. Los rayos del sol abrasaban mi piel con dulzura y tacto, haciéndome sentir una inmensa sensación de calidez expandiéndose a lo largo de mi pecho.
El día era agradable, sí. Pero nada, absolutamente nada ni nadie se comparaba con el que aquel día era mi acompañante.
—¡Sho, Sho!— El tranquilo viento tiraba de los retazos sueltos de mi cabello azabache; enredeban mi vestido blanco alrededor de mis entonces pequeñas piernas y me animaba a seguir corriendo.
Mis pies descalzos pasaban volando por encima del césped con cada salto emocionado que emprendía. Tal vez estuvieran algo manchados de barro del estanque, pero seguían luciendo su blanco natural.
Mis saltos se convirtieron en pasos lentos ante el distante pero claro sonido de una rama partiendose a la mitad; una larga cabellera bicolor se asomó levemente por detrás de un enorme árbol.
—¡Te encontré!— Mi exclamación fue seguida por el eco de unas hermosas risas infantiles, esas que a pesar del tiempo jamás podré olvidar, aquellas que se perdieron hace tiempo ya, pero que en mis recuerdos más preciados aún seguían latentes. —Vamos, Sho. ¡¿Por qué no te dejas atrapar?!— Esta vez mi tono de voz fue más que juguetón, desesperado. Tan desesperado como podía estar en pertenencia de una infante de seis años.
—¡Ya te lo dije, Momo, no permitiré que me atrapes!— Las pequeñas risitas del albino frente a mí me hicieron olvidar por un escaso momento toda frustración, pero segundos después volvió de golpe, haciéndome fruncir el ceño.
—¡No es justo, tú eres más rápido que yo!— Y eso era cierto, por más rápido que yo avanzara Sho siempre terminaba perdiéndose de mi vista. —Vamos, Sho, déjame que te atrape. ¡Hazlo por mí, que soy tu mejor amiga!— Intenté de nuevo, juntando mis manitas en señal de ruego.
Mas el heterocromático sólo negó rápida y repetidas veces con la cabeza, haciendo volar algunos de sus más largos mechones.
—No lo haré. Punto— Sentenció él.
—P-Pero, ¿Por qué?— Mis ruegos fueron acompañados velozmente con aquella mirada de cachorro triste que le mostraba siempre que quería algo de él. Sus manos viajaron con tanta rapidez a sus ojos que el sonido amortiguado de un golpe resonó, seguido de un quejido de dolor de parte de mi amigo.
—Porque vas a pedirme que juegue contigo a la familia y yo no quiero hacer de tu esposo— Se defendió, mostrándole la lengua a la pequeña azabache que le observó horrorizada.
El trato que teníamos establecido a la hora de jugar a las atrapadas era que teníamos derecho a pedir algo al otro en caso de lograr atraparlo. La última vez que jugamos Shoto me había obligado a ver su programa favorito con él. Y yo odiaba ese programa.
—¡Eres muy malo, Shoto!— Seguí gritándole durante toda la tarde a medida que mis probabilidades de atraparlo disminuían cada vez más. Nuestro juego duró mucho más que ningún otro, me atrevo a pensar que si yo no hubiese tropezado con aquella raíz del gigantesco árbol enmedio del bosque a la puesta del sol, jamás nos habríamos detenido.
—Ya, ya, Momo. Ya pasó— Siguió contestando Shoto durante todo el camino a la casa de verano de mis padres, en el cual fui inmensamente feliz a pesar de estar llorando a mares. ¿La razón?, Él me cargaba en su espalda.
—¡No, no pasó!— Exclamé entre sollozos ahogados. —¡Jamás te atraparé, Sho!, ¿Acaso no lo ves?, ¡Si sigo así algún día encontrarás a alguna niña que sí pueda alcanzarte y entonces jugaras a la mamá y al papá con ella!— Mi llanto se hizo aún más profundo y amargo.
Fue entonces cuando Shoto se detuvo.
Mis ojos se abrieron en sorpresa cuando me depositó encima de una roca y se arrodilló frente a mí, sonriéndome tan dulcemente que mis mejillas tomaron un fuerte color carmesí.
—¿S-Sho?
Sus pequeñas manos envolvieron las mías, aún más pequeñas que las anteriores.
—Escúchame bien, Momo. Yo jamás jugaré con ninguna niña que no seas tú, porque si es otra persona... Entonces pierde todo el sentido. Entonces no tengo razón por la cual querer jugar.
Aún puedo recuerdar cuán acelerado estaba mi corazón aquella noche, cuán gruesas eran mis lágrimas y cuán efusivo fue el abrazo que le dí a Shoto cuando me lancé a sus brazos, tirándole al suelo.
—¡Eres tan bueno conmigo, Sho!
—No es nada.
—No, claro que lo es— Insistí, mirándole a los ojos. Una enorme sonrisa tiró de las comisuras de mis labios. —Prometo que lo intentaré con todas mis fuerzas.
Su rostro se llenó de confusión, pero mi mente no podría haber estado tan clara jamás, a pesar de mi edad.
—¡Lograré alcanzarte algún día, Sho!, ¡Así podremos jugar juntos a la familia!, ¡Así serás mi esposo y de nadie más!— Hice una pausa para tomar aire y exclamarle lo que se convertiría en una promesa en el rostro. —Si soy lo suficientemente buena para ti, sólo entonces podré tenerte. Así que lo seré, seré digna de jugar contigo para que jamás dejes de ser mi compañero de juegos.
Una última dulce sonrisa se formó en su rostro y este asintió, aceptando mi palabra, jurandome silenciosamente que aguardaría con ansias aquel día, en el que podría ser digna de estar a su lado. Todo el camino de regreso a casa se vuelve borroso a partir de ese momento, y aunque me gustaría recordar más, sé que sólo necesito eso para poder continuar.
Acaricio con dulzura el marco de aquella antigua foto de nosotros dos posando bajo el gigantesco roble del bosque de mi familia. Yo le abrazo por la espalda, enredando mis brazos alrededor de su cuello, sonriendo a la cámara amplia y felizmente. Él me reprocha a la par que intenta no caerse de espaldas debido al peso inesperado sobre su persona.
Mi abuela tomó dos fotos aquella tarde. La que ahora mismo sostengo entre mis manos, en la cual nos tomó totalmente desprevenidos, y la segunda, una en la que si mal no recuerdo ambos nos estamos abrazando. Esa última fue entregada a la señora Todoroki, mucho antes de que el accidente sucediera.
Mi corazón comienza a latir con más fuerza, reconociendo a su dueño en la foto. —Shoto— Envuelvo el marco entre mis brazos y lo aprieto con fuerza, suspirando su nombre.
No puedo creer que después de tantos años, por fin pueda volver a verlo.
—Esta vez, lucharé por ser digna de ti, tal como te prometí, mi querido Shoto— Le susurro a la foto envuelta aún entre mis brazos.
Esta vez nada ni nadie me separara de ti. Aún si eso último me hace parecer aquella niña egoísta de seis años; han pasado diez años y yo aún sigo sin estar dispuesta a permitir que seas el compañero de alguien más.