NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DREAMWORKS, SOLAMENTE ME DIVIERTO ESCRIBIENDO

¡Hola a todos! ¿cómo están? ya sé, ya sé que me demoré con este capítulo. Tontamente (MUY tontamente) les dije en el capítulo anterior que éste iba a ser el final, y cuando lo empecé a escribir, me di cuenta que estaban quedándose cabos sueltos. Pensé en dividirlo en dos partes, pero como ya les había prometido que éste iba a ser el último capítulo, decidí extenderlo hasta las últimas consecuencias... y aquí está, 26 hojas de word y 10,743 palabras después, pero al fin aquí está el final.

Espero que les guste.

Comentarios:

drako lighting: ¡muchísimas gracias! disfruta el final c;

Jainesz06: Me encanta lo mucho que has disfrutado la historia, como bien dices, mi intención era que fuera un fic corto y sencillo. El arco de Snotlout, la verdad, fue para generar más tensión en la pareja, y lo de Heather salió solo, no lo tenía contemplado pero me gustó jaja.

Cat-Zetyblack: ¡que bueno que la escena familiar saliera bien! no te miento esa me dio muchos dolores de cabeza. De hecho, a mí me pasaba bastante que no me daba cuenta cuando le gustaba a alguien... y también que no sabía acercarme a alguien que me gustara. Lo segundo aún me pasa a veces, jeje. En fin, me alegra haberle dado naturalidad a este fic, disfruta c:

Nube de Invierno: Leí "la princesa del sur" y sentí un golpe directo en mi corazón. De verdad, sí tengo borradores de capítulos, pero es que no me convencen y además ha pasado tanto tiempo que hasta pena me da... pero he de terminarla. Por lo pronto, espero que te guste el final de este fic.

AniiCross: enserio, cómo me encanta que te gustara la escena de la cena, fue tan difícil para mí jeje. Y también me agrada que el capítulo te de sorpresas, supongo que es lo mejor en un fic, cuando da giros que no veías venir.

Liliana Morales: Owww en verdad que hermosas palabras, me llenan de tanta dicha, supongo que este capítulo te gustará por lo largo, y de verdad, espero que sea un final que te guste tanto como el resto del fic c:

MySombre: Como también soy lectora de muchos fics, estoy de acuerdo en que siempre queremos más de una historia que nos gusta, me sorprendió mucho que les gustara tanto la historia, pero me alegra que la disfrutes tanto. Hice lo mejor posible para que este desenlace fuera muy bueno, y los dejara satisfechos.

Straw Princess:¡Muchísimas gracias! créeme que yo disfruto más cuando leo sus palabras emocionadas. Sí tengo un par de ideas más sobre algunos fics, espero poder desarrollarlas pronto c:

Laura: Jajaja supongo que desconfías de Heather porque la metí de la nada, ni yo me esperaba esa escena, salió sola. Sí tengo pensado escribir un par de cosas más, pero necesito pulir las ideas c;

Cathrina Frankenstein: Ay, debes estar más desesperada considerando que ya pasaron como dos semanas, perdón, es que se me alargó mucho :c Me encanta que se sintiera la ternura de la escena, como tu mencionas, la admiración entre ellos es muy grande. Y tienes razón, el final fue un poco apurado, la verdad es que no estaba segura de cómo darle un margen para iniciar el próximo capítulo y puse el final más sencillo posible, quizá modifiqué una o dos cosas sobre eso después. Espero te guste mucho este capítulo c:

maylu-liya: gracias por leer y disfrutar tanto de este fic, espero te guste aún más este final.

Guest: mmm ¿cómo que hot cakes? perdona, no entendí :c

Bere o Nade: Tienes toda la razón del mundo, podrían salir más capítulos... siento que este capítulo son como dos capítulos unidos jajaja. Por lo demás, no sé si salga más historia concluido el final, espero me puedas decir lo que opinas c:

Nuevamente, les recomiendo escuchar la canción Uptown girl de Billy Joel al leer.

¡Disfruten!


o0o

Uptown girl
She's my uptown girl
You know I'm in love
With an uptown girl
My uptown girl

Chica de clase alta

Ella es mi chica de clase alta

Sabes estoy enamorado

De una chica de clase alta

Mi chica de clase alta

o0o

PARTE 6

A mediodía, Astrid e Hiccup bajaron las escaleras de la gran casa con sus maletas empacadas y rostros algo decaídos, que la familia atribuyó a que se estaban marchando pronto. Astrid sintió que se le encogía el corazón cuando Valka le dio un abrazo y le hizo prometer que volvería para la fiesta de cumpleaños de Leila, ella solo asintió ¿qué más podía hacer?

Hiccup no agregó absolutamente nada mientras se despedía de sus padres y de sus tíos, así que Astrid sujetó bien el asa de la maleta y la jaló hasta la entrada, en donde el chófer estaba esperándolos. Bob sonrió mientras cargaba su maleta y la metía cuidadosamente a la cajuela, Astrid escuchaba detrás de ella las palabras de ánimo y cariño que Hiccup recibía de su familia, y su corazón volvió a encogerse. Se armó de valor para formar una sonrisa en su rostro, con la cual miró por última vez a los Haddock, despidiéndose al entrar al auto.

Ya sentada en el interior del coche, Astrid se sintió ligeramente protegida, pero su burbuja explotó cuando Hiccup se sentó a su lado, recordándole que la situación aún no terminaba. Por varios minutos no dijeron nada, cada quien mirando a través de sus respectivas ventanas, con la voz de Bob, tarareando una canción de la radio, como único sonido en el automóvil.

Salieron de la enorme y bella propiedad, Astrid la contempló largo y tendido, escuchó que el teléfono de Hiccup sonó y él atendía la llamada, pero no puso mucha atención a lo que decía. Era curioso que el fin de semana más feliz en años, fuera también uno de sus peores momentos como persona, fingiendo delante de personas que la recibieron con los brazos abiertos.

—Astrid, lo lamento—dijo Hiccup, ella volteó a verlo con una ceja alzada, sin entender a qué se refería—Tengo que firmar un par de cosas en Nueva York antes de irnos. Te prometo que no nos tomará más de quince minutos, ¿sí?

—Está bien—se cruzó de brazos y se reclinó en el asiento, quince minutos no sonaban a casi nada de tiempo en esas circunstancias.

—¿Quieres ver algo?—señaló a la pantalla que tenían en el auto.

Astrid recordó el viaje a los Hamptons, cuando ella y él estuvieron viendo series muy divertidos, aunque eso ocurrió sólo un par de días atrás, por alguna razón se sentían años.

—No, gracias.

Ya no quería seguir siendo parte de esa mentira. Ya no quería seguir ilusionándose. Ya no quería seguir pretendiendo que las cosas podían seguir el mismo rumbo, porque era engañarse, ahora a ella misma. Le dolió ver la mueca de disgusto en el rostro de Hiccup, así que volteó otra vez a la ventana, deseando que su mente pudiera salir hacia esos bosques que recorrían en la carretera.

Hiccup se puso unos audífonos para escuchar música, perdiéndose también, pero él en acordes de canciones. Desde su asiento, Bob miró a la pareja de jóvenes por el retrovisor, y bufó desesperado, ¿qué más tenían que hacer para que esos dos al fin se acercaran como ellos querían? Astrid e Hiccup estaban tan ensimismados en sus pensamientos que no se percataron de que los únicos engañados fueron ellos, en todo ese tiempo.

.

.

.

Llegaron a Nueva York casi tres horas después, yéndose extrañamente despacio. Bob lo atribuyó al tráfico, y ninguno de los dos se quejó, parecía que querían estirar al máximo el momento, pero no eran aún conscientes de eso. El auto aparcó frente al mismo edificio de antes, e igual que la vez anterior, el administrador del edificio salió a recibirlos.

—¿Quieres venir?—le preguntó Hiccup.—No me tardaré mucho.

—Está bien, mejor te espero aquí.

Astrid sentía que necesitaba un respiro de aquella situación, miró a detalle cómo Hiccup salió del auto y se internó en el edificio. El auto siguió estacionado, y ella podía oír el sonido de los demás coches moviéndose en la avenida y las personas caminando en la banqueta continuando con sus vidas. Nueva York era vitalidad pura, y eso le ayudó a distraerse del letargo en el que estaba inmersa.

La risa de una niña llamó poderosamente su atención, y ese fue el momento en que Astrid reaccionó, se asomó por la ventana y pudo ver a una niña siendo llevada por su madre a Central Park, el cual estaba cruzando la avenida.

—Iré al parque—le dijo a Bob—No tardo.

Si el conductor dijo algo, ella no escuchó, salió del auto rápido y el aire fresco sobre su rostro fue como un bálsamo. Cruzó la avenida, apenas sus pies pisaron el asfalto de la banqueta sintió que estaba en un lugar especial. Astrid no era el tipo de persona romántica que se la pasa soñando despierta y creándose ensoñaciones, pero vaya que en esa ocasión sintió algo distinto dentro de ella. Quizá fuera por haber pasado un fin de semana con una familia ajena en una situación difícil, o quizá era la imagen de Hiccup y todo lo que él implicaba en su vida ahora, o el hecho de que estaba por primera vez en Nueva York solamente por estarlo, sin tener que atender cocteles, reuniones con sus padres o desfilar para ellos.

No importó la razón, solamente anduvo por el sendero del inmenso parque, donde personas iban y venían, disfrutando la visión de los árboles y el aroma de la hierba. Varios padres llevaban a sus hijos de las manos, así que debía haber una zona de juegos cerca. Adultos bien trajeados pasaban con expresiones serenes, camino a sus trabajos o a sus casas. Un grupo de jóvenes, seguro estudiantes, reía estruendosamente y se abría paso de forma notoria entre la gente, llevando mochilas a cuestas. Pero lo que más llamó la atención de Astrid fue una pareja, al fondo y cerca de los árboles, que se veía contenta.

El chico era alto, robusto, y sonreía muy contento mientras abrazaba a su novia. Ella era linda, se notaba que se esmeró en su arreglo, con un vestido muy bien confeccionado para su cuerpo y dos zapatitos de correas coquetos. Ella se alzaba para besarle la mejilla, y él se inclinaba para besarle la frente, sonreían mutuamente, continuando con su juego de besos, hasta que no se contuvieron más y se besaron los labios.

Actuaban como todos los enamorados, por impulso, felices, olvidando que había un mundo a su alrededor observándolos. Astrid sintió un nudo en el estómago, y una especie de molestia surgir cada vez con más fuerza, ¿por qué ella nunca había tenido algo así? ¿había hecho algo mal, por lo cual el amor se le escapaba?

Eran pensamientos agridulces, Astrid nunca había sido del tipo pesimista o melancólica, pero vamos, es pedirle demasiado a una muchacha que se mantenga siempre fuerte y firme, aún después de vivir una experiencia tan significativa. Siguió caminando al interior del parque, fingiendo que la pareja ya no estaba, aunque seguían siendo visibles de soslayo. Pudo ver a la distancia una fuente grande, y pensó que sentarse a su orilla sería agradable.

Mientras Astrid seguía por su camino en Central Park, Hiccup salía del edificio, abrió la puerta del auto, pero se detuvo al comprobar que no había nadie en el interior. Bob estaba hablando con el portero, y al ver a su jefe, se le acercó.

—La señorita cruzó al parque, señor.—le explicó.

—¿Hace cuánto, Bob?

—Unos diez minutos.

Hiccup volteó para ver hacia el parque, muchas personas caminaban por la banqueta, y era difícil detectar a una delgada rubia entre todos ellos.

—La vi adentrarse por el lado de la fuente, señor—agregó Bob—Si me lo permite, sugeriría que fuera a buscarla.

—¿No crees que regrese pronto?—preguntó. Astrid sabía que tenían que marcharse pronto.

Antes de responder, Bob hizo una mueca, mordiéndose el labio inferior. La señora Valka le había dicho que no interviniera en nada, pero vaya, esto era demasiado. Se acercó a su jefe, y se inclinó para poder hablar en voz baja.

—Hay ocasiones, señor, en que uno necesita ser encontrado.—dijo, y regresó a seguir hablando con el portero.

"¿Encontrado?" Hiccup repitió la palabra en su mente dos veces más, no sabía a qué se refería su conductor. El sonido de los autos y de las personas ciertamente no le ayudaba a concentrarse. Suspiró, Central Park nunca fue su lugar favorito en Nueva York, pero tampoco quería retrasarse mucho ni que Astrid se perdiera, así que se dispuso a cruzar la avenida.

A medio camino de su cruce, un taxi aceleró sin verlo y al frenar de sopetón Hiccup tuvo que saltar para que no le golpeara las piernas, enfadado, Hiccup gritó un "¡Cuidado!" y el taxista gritó también, algo que no se molestó en escuchar. Esa era una de las cosas que no le gustaba de la ciudad, tanta gente y tan poco espacio volvía a todos malhumorados.

Llegó al parque y miró cuidadosamente las primeras bancas, pero no había rastro de Astrid. Recordando lo que le dijo Bob, supuso que ella estaba en la fuente más cercana. Caminó casi sin ver nada a su alrededor, hasta que un globo llegó a su rostro, flotante y brillante, y por puro reflejo lo sujetó.

—¡Señor!—escuchó la aguda voz de un niño—¡Señor!

Un pequeño de unos siete años llegó corriendo frente a él, con sus manitas extendidas señalando hacia el globo.

—Es mi globo, señor—explicó—¿Me lo da, por favor? Se me soltó por el viento y…

—No te preocupes—Hiccup le sonrió para calmarlo, y le regreso el globo en su mano—A todos nos pasa.

—¡Gracias, señor!

Revolvió el cabello del niño con gesto paternal, y después lo contempló mientras regresaba sonriente con sus padres, que se veían jóvenes. A distancia, la madre del niño le hizo un gesto de agradecimiento, que Hiccup respondió de forma cortés.

Desde la fuente, Astrid contempló todo, y sintió un golpe aún más agudo en su vientre. Ver a familias jóvenes, novios enamorados y después a Hiccup entre ellos, removía muchos sentimientos en ella. Sentada a orilla de la fuente, cerró los ojos por un momento, sin dejarse oír nada que no fuera el sonido de la caída del agua, tan natural y relajante.

Ella no sabía que su postura no era precisamente la mejor, al inicio Hiccup se alegró de encontrarla, pero cuando la miró fijo, no pudo sentirse bien. Estaba encorvada, y tenía los ojos cerrados, su semblante no era el de una persona feliz. Tampoco se veía triste, pero… algo no andaba bien, podía notarlo. Y eso no le gustó en absoluto. Hiccup pensaba que, después de todo lo pasado entre ellos, lo menos que le debía a Astrid era que estuviese contenta, pero la conocía poco como para poder animarla. O eso creía.

Los sonidos de los vendedores que recorrían todo el parque llamaron la atención de Hiccup, a quien de repente se le ocurrió una idea. Astrid seguía con sus ojos cerrados, pero los abrió cuando sintió que una persona tocaba suavemente su hombro, llamándola. Al voltear, vio que Hiccup estaba inclinado a su lado, sosteniendo dos conos de nieve.

—Ten—le tendió uno, era un cono con helado de vainilla—Vamos a dar un paseo.

—Pero el vuelo…

—Soy el piloto—se encogió de hombros—Por eso no te preocupes.

Aunque suspiró, Astrid sujetó el cono de nieve, la saboreó por un momento, estaba muy buena. Hiccup se sentó a su lado comiendo también, pero él tenía un cono de fresa.

—¿Cómo sabías que me gustaba la vainilla?—le preguntó.

—Porque fue lo que pediste de postre en la casa de mis padres.

Astrid siguió comiendo de su nieve, recordando que en efecto, pidió helado de vainilla, pero eso fue en la tarde regresado de su paseo con los caballos, no en la mesa. Hiccup debía haberle prestado mucha atención para notar eso.

—Eres observador.

—Supongo—Hiccup comía más rápido, e iba por la mitad del cono—Astrid, sé que este acuerdo fue difícil, sobre todo estos últimos días. Pero quiero recalcarte lo bastante que te agradezco todo.

—Tratos son tratos.

—Pero fue más que eso—insistió él, aunque Astrid estaba de acuerdo con eso, no quería aceptarlo—Y por eso te repito lo agradecido que estoy. Te debo una.

—Tú no…

—¿Te gusta el Central Park?

Astrid frunció el ceño, ¿a dónde quería llegar Hiccup? Estaba recelosa, porque no sabía qué estaba pasando. Una parte de ella quería llegar a su casa, pretender que nada de eso pasó y continuar con su vida. Y otra parte, una que cada vez se volvía más fuerte, quería llevar esta situación hasta las últimas consecuencias.

—No lo sé—respondió con un tono algo cortante—Es la primera vez que lo veo.

—¿De verdad?

—Sí, nunca había podido explorar Nueva York.

Hiccup frunció el ceño ¿y para qué se tenía dinero si no se usaba para viajar, explorar, conocer el mundo?

—Me hubieras dicho. No soy el mejor guía de turistas del mundo, pero podría haberte llevado a uno o dos lugares….

—Había que seguir el plan.

¡Ese dichoso plan! Hiccup estaba harto de eso. Ese fue el primer momento en que se dio cuenta de que necesitaba un momento verdadero con Astrid, más allá de lo planeado, algo que fuera espontáneo, único para ellos dos. Y ahora sí estaba dispuesto a conseguirlo.

—Olvídate del plan—le dijo, deteniéndola para que lo mirase a los ojos—Quiero que hoy te olvides de tus padres, de mis padres, y de todo lo que hemos pasado los últimos días. Solamente piensa en ti, y en mí, y en Nueva York, ¿está bien?

Eso sonaba muy atrevido. Astrid, quien consideraba a Hiccup un chico más bien tímido, se sorprendió al notar la firmeza en su voz y en su mirada… de hecho, sonó muy parecido a Stoick.

Era una faceta totalmente nueva, y de la cual, si es que era posible, se sintió más atraída.

—¿Qué planeas?—le preguntó, sintiéndose curiosa y emocionada.

—Ya no hay planes, m'lady.

Iba a replicar por llamarla con ese apodo, pero no tuvo tiempo, porque Hiccup tomó su mano y la jaló para apurarla a seguir su camino. Unos metros después llegaron al lago de Central Park, e Hiccup rodeó para buscar los botes.

—Ya que nunca has venido al parque, mereces tener la mejor de las experiencias—le dijo Hiccup, dedicándole una media sonrisa.

Astrid no tenía ya la fuerza de negarse a nada, drenada de su energía por todo lo acontecido en los días anteriores. Además, este rostro de Hiccup, más alegre y atrevido, la hacía sentirse mejor. Se terminó su cono de nieve muy rápido y los dos se subieron al bote. Hiccup tomó los remos, se arremangó la camisa hasta los codos, y empezó a introducirlos al agua. Conforme más se alejaban de la orilla, más libres se fueron sintiendo de sus máscaras.

.

.

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Durante dos días, Astrid e Hiccup no recordaron nada del mundo exterior. Ni a los padres de Astrid, ni a los Haddock, ni nada que pudiese perturbarlos. En el momento en que anduvieron en la laguna, solos, todo eso pasó a un plano tan ajeno que no hubo forma de que se entristecieran o se pusieran pensativos en esos dos días. Fue una pausa, una tregua, un momento pleno y hermoso, que siempre atesorarían por el resto de sus días.

Estando ya al interior de la laguna, con agua alrededor y algunas parejas más cruzando en botes, Astrid e Hiccup sonrieron, y empezaron a platicar. De esas charlas que surgen espontáneas y continúan por sincronía, esas que hablan del ser, de lo que uno es realmente como persona, aún sin que te lo propongas. Y después llegaron las bromas.

Astrid mojó un poco a Hiccup, y él la mojó de regreso. Juguetearon tanto de esa forma que casi se caen del bote, y terminaron medio empapados. El encargado de los botes se molestó, porque dejaron un charco en el suelo del bote, pero a ellos no les dio importancia e Hiccup no sintió pagar unos billetes más para calmarlo. Como estaban muy mojados, debieron regresar al edificio, que afortunadamente estaba muy cerca.

Por alguna razón, a Hiccup no le sorprendió que Bob hubiese estacionado el auto, ni que sus maletas se encontrasen en el penthouse. Llegaron al apartamento y se dirigieron cada uno a sus respectivos baños, donde pudieron cambiarse de ropa y arreglarse un poco. Estando ya secos, salieron a la sala, en donde tomaron asiento en el sillón para seguir hablando.

Era una situación parecida a la primera vez que llegaron al penthouse, pero a la vez, muy distinta. Aquella noche que pasaron fue agradable, pero todavía sentían un poco de recelo uno por el otro y no sabía cómo acercarse. Esa noche, Astrid golpeó a Hiccup al menos tres veces en el hombro –de forma juguetona– en medio de sus debates, e Hiccup no tuvo reparos en sujetarle la mano en más de una ocasión, cuando las conversaciones se volvían más personales.

No quisieron cocinar, así que pidieron la cena. Les tomó unos veinte minutos a unos cinco sirvientes, salidos de quién sabe dónde, colocar la mesa y las bandejas, mostrando una elaborada cena de cuatro tiempos. Hiccup les agradeció y les dijo que podían retirarse, con la servidumbre fuera, los dos jóvenes rieron a carcajadas, agarrando los platos de la mesa y llevándolos descuidadamente a la sala, colocando las bandejas sobre sus regazos para comer mientras veían la televisión.

Ninguno de los dos mencionó que había anochecido, pero cuando se hizo evidente que debían irse a dormir, fue Astrid la que tomó a Hiccup de la mano y lo condujo a su recámara. Ella ya llevaba puesta ropa cómoda, así que solo deshizo la cama para recostarse, indicándole a Hiccup que apagase las luces antes de hacer lo mismo. El joven respiró profundo, sorprendido por la confianza de ella, fue al baño para ponerse la pijama y, de regreso, apagó las luces antes de recostarse al lado de ella.

Ahora fue Hiccup quien tuvo la iniciativa, se removió en la cama para estar al lado de Astrid, y colocó una mano sobre su hombro. Ella se dio la vuelta, y a pesar de la oscuridad, pudo ver perfectamente sus ojos verdes. La mirada fue intensa y sincera. Ninguno de los dos dijo nada, solamente cerraron sus ojos y se acercaron hasta que sus labios se encontraron. Ésta vez, los besos fueron más placenteros, porque ya sabían qué le gustaba al otro. Y continuaron buena parte de la noche, hasta volver a quedarse dormidos.

En el primer día, se levantaron algo tarde, desayunaron en el departamento, y regresaron al Central Park. Lo recorrieron completamente, pasando por el zoológico, el Museo de historia natural y también el Met. Estaban fascinados, porque los dos complementaban muy bien sus gustos. Astrid adoraba a los animales, aunque no supiera tanto de ellos, pero Hiccup como buen hijo de Valka tenía bastantes conocimientos sobre ellos, e iba aclarando todas las dudas de Astrid mientras recorrían el zoológico.

En cambio, Astrid sabía bastante sobre historia, y mientras recorrían el museo iba dándole más información sobre el contexto de las escenas que tenían enfrente, volviendo la experiencia más enriquecedora y divertida. A los dos les gustaba el arte, y se fueron riendo mientras bromeaban sobre las obras posmodernas que decoraban la mitad del Met.

Cenaron otra vez en el apartamento y volvieron a dormir juntos, ésta vez, los besos fueron más intensos. A la mañana siguiente, despertaron temprano y sonrientes. Pasaron el día recorriendo la ciudad; se tomaron fotos en el puente de Brooklyn y en Time Square, usaron el metro para irse de compras en Manhattan, y hasta vieron una obra en Broadway. En todo momento se fueron agarrados de la mano, y ya no tenían reparos en besarse las mejillas o darse cortos besos en los labios cuando estaban emocionados.

Desde luego, la ilusión debía terminarse en algún momento. Esa noche, Astrid fue consciente que ya no podía seguir ignorando las llamadas de sus padres, y así se lo hizo saber a Hiccup. Él asintió, le besó la frente, y le dijo que se irían en la mañana. Pasaron la noche abrazados, hablando de nada –habían descubierto que podían pasar horas hablando de cualquier tontería sin aburrirse– hasta quedarse profundamente dormidos.

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A la mañana siguiente, Astrid se negaba a volver a sentirse decaída. Había pasado dos días espléndidos, sacados de una película, e iba a disfrutarlo, no a arrepentirse. Claro, todo lo bueno llega a su fin, pero no seguiría atormentándose por eso. Empacó sus cosas alegres, bromeando aún con Hiccup, a quien le gustó el ánimo de la rubia, pero ahora era él quien estaba dubitativo. No quería que esos dos días fueran los últimos para ellos, pero el problema era que no tenía idea de cómo hablar de eso con Astrid.

Podían hablar de todo, claro, menos de sus verdaderos sentimientos. Era una ironía estúpida, pero así suele pasar, cuando las cosas empiezan de forma complicada, desenvolverlas también es algo complicado.

Bob los esperaba en la entrada del edificio, y cuando los vio salir, realmente quería darse un golpe en la frente… o quizá a ellos. Saltaba a la vista que, aunque estaban más tranquilos, aún no resolvían todo el asunto. El pobre conductor intentó consolarse pensando que ya no podía hacer nada, que ahora todo recaía en ellos dos.

Llegaron pronto al aeropuerto, y Toothless ya estaba listo para ser usado. Como era de costumbre, Hiccup revisó todo una vez más, y ésta vez Astrid se sentó a su lado en la cabina sin que él la invitara. Hiccup le pasó los audífonos para que oyera toda la conversación con la cabina, cosas que ella no entendía por completo, pero que le gustaban, la hacían sentir más parte de la experiencia.

Esa vez, mientras fueron a la pista y Toothless aceleró hasta agarrar altura, Astrid se sintió emocionada, sin pizca de miedo, y se mordió los labios extasiada ¡ella también quería hacer esto! La rubia se fue convenciendo que unas clases para aprender a volar estarían muy bien, cuando Hiccup colocó el piloto automático y se reclinó en el asiento.

—Bien, ya solo queda monitorear y esperar—le dijo.

—Es asombroso.

—Sí, siempre lo es.

Frente a ellos estaba el cielo despejado, carente de fronteras, de normas, de limitantes. Era lo más cercano a la libertad.

—Gracias Hiccup—dijo Astrid—Fueron días muy lindos.

Él no respondió, porque sabía muy bien lo que significaban esas palabras. Astrid se estaba despidiendo.

—Lo fueron—dijo, después de muchos minutos de silencio—Pero imagino que ver Londres sería aún más divertido.

Entonces, toda la tranquilidad que Astrid experimentaba se esfumó. Hiccup estaba hablando de que fueran a Londres, en algún momento, y ella no… no sabía qué responder ¿Qué decir? Sí, le gustaba Hiccup, mucho más de lo que había esperado. Y esos días fueron espléndidos, pero…

"Pero todo fue una mentira" dijo una voz en su mente, con tono severo "Deja de engañarte" Astrid pensó por un momento que esa voz era la que la estaba engañando, pero la inseguridad ganó, una inseguridad nacida por la culpa de la farsa y el dolor de haberse enamorado de un hombre y de una familia que no merecía tal mentira.

—Es algo que nunca sabremos—respondió, con el ceño fruncido, convencida por esa voz en su mente.

Hiccup frunció el ceño también, apretando sus manos en dos puños: era eso lo que temía. Que Astrid, a pesar de todo, siguiera convencida en que ellos no podrían ser nada más. lo hacía sentirse… casi usado.

—¿Por qué no?

—No hay una razón, Hiccup—mintió ella—Simplemente es algo que nunca sabremos.

—Claro que debe haber una razón.

Astrid se mordió los labios, no quería lastimar a Hiccup, no después de todo lo que le había dado.

—¡Dime cuál es la razón!

—Ya todo terminó, Hiccup—respondió ella, sin verlo a los ojos—Tenemos que continuar con nuestras vidas.

—Esa no es una razón para mí. Los dos podemos continuar juntos ¿no crees así? podríamos…

—No—la verdad, Astrid no estaba entendiendo lo que Hiccup le decía. Tenía muy presente lo que su culpa dictaba, y por eso, todo lo que Hiccup mencionaba le parecía como si quisiera continuar con la farsa, sin comprender, que él le proponía algo distinto—No podemos.

—Astrid, tú…

Las palabras murieron en su boca antes de que las pronunciara, porque la azafata entró en ese momento llevando los bocadillos. Al notar la tensión en el ambiente, indicó que volvería después, pero Astrid aprovechó esa distracción.

—No, está bien—le dijo a la azafata, quitándose los audífonos y poniéndose de pie muy rápido—Dame una botella de agua, por favor. Y guíame a un asiento allá atrás.

—C-claro.

La azafata la guio, cerrando la puerta de la cabina. Una vez solo, Hiccup dejó caer sus hombros y hundió su rostro en ambas manos. Ya no sabía qué más hacer.

.

.

.

Siempre que un avión aterriza, los pasajeros sienten un nudo en el estómago, por el cambio de altura abrupto combinado con la aceleración. Esa vez, además de ese nudo habitual, Astrid sintió un revoltijo causado por el caos en su cabeza ¡todo iba tan bien! ¿por qué Hiccup tuvo que mencionar Londres? ¿por qué no pudo entender que esos días en Nueva York fueron el perfecto final para su pantomima? ¡eso tenía que llegar a un final! ¡todo tenía siempre un final!

El avión se estacionó correctamente, y la azafata le indicó que podrían bajar. La puerta de la cabina se abrió e Hiccup salió, la miró, y después bajó sin esperarla. Astrid sintió ganas de llorar, esa había sido la mirada más fría que alguien le hubiese dedicado, y le dolía pensar que, sólo unas horas atrás, esos mismos ojos la habían visto con tanta ternura y con cariño.

Afuera los esperaba el Versa de Hiccup, ahora Astrid sabía que era un auto que él usaba para pasar desapercibido, porque no le gustaba mucho usar conductores y tampoco llamar la atención. La azafata subió las maletas de ambos en la cajuela, les deseó un buen viaje, y se despidió. Hiccup ya estaba prendiendo el auto, pero Astrid tenía sus dudas.

—Tomaré un taxi—le dijo, sintiendo que no podría soportar ni cinco minutos sentada al lado de Hiccup.

—No, yo te llevaré a casa—su voz sonó extrañamente amable, considerando la situación.

—No es necesario, de verdad. Puedo…

—Astrid, yo te recogí de tu casa, yo te llevaré a tu casa—ahora, su voz sonó más firme, lo mismo que su mirada. A esas alturas, Astrid comprendió que no podía negársele a esa faceta de Hiccup, esa que indudablemente heredó de Stoick.

Se subió en el asiento del copiloto, Hiccup le indicó que se pusiera el cinturón, y arrancó. El incómodo silencio los fue carcomiendo, y para colmo, todos los semáforos les tocaron en rojo. Hiccup puso la radio, y sonó una canción de Creedence, lo cual hizo que Astrid sonriera amargamente, seguro había algún Dios allá arriba burlándose de ellos en ese momento.

Era media tarde cuando llegaron a la casa de Astrid, por culpa del tráfico y los tortuosos semáforos. Estando frente al porta, Astrid se apresuró a bajar y a ir por su maleta en la cajuela, Hiccup también se bajó, quizá para ayudarla, aunque ella no le dio tiempo.

—Gracias—susurró.

—No hay de qué.

Astrid le sonrió, sin pizca de alegría, y pudo ver que los ojos de Hiccup eran severos. No había visto esa expresión en él antes.

—Astrid…

—De verdad, toda esta experiencia fue increíble, en muchas cosas. Tu familia es grandiosa. Cuídalos muchos.

Bien, ahí se fue la última oportunidad, pensó Hiccup. Era evidente que Astrid no quería nada más, solo olvidarse de todo, y quizá de él. Estaba triste, decepcionado y molesto por igual, pero respetaría su decisión, no le quedaba de otra. Hiccup jamás olvidaría a nadie –y mucho menos a Astrid– a hacer algo que no quisiera.

Astrid le tendió la mano para despedirse, y en ese momento Hiccup reaccionó. No, si las cosas terminaban ahí, entonces terminarían bien, pensó él. Le sujetó la mano, y la jaló hacia él. Le dio un beso desesperado, pero cargado de tantos sentimientos, que Astrid no pudo hacer nada más que corresponderle. Al sentir su desesperación y su cariño, los ojos de ella se llenaron de lágrimas que no derramó, su propio corazón estaba desolado. Pero la culpa seguía ganando, y por eso se separó de él, dispuesta a que ese fuera el último beso de ambos.

Y así hubieran quedado las cosas, de no ser porque, cuando se separaron, vieron que los padres de Astrid estaban observándolos desde el umbra. Tenían miradas analizadoras, unas que Astrid conocía muy bien "Maldición" pensó.

—Bienvenida, hija—dijo su madre—Me alegra que recuerdes que ésta es tu casa.

Genial, estaban de ese humor…

—Hola, mamá—respondió, no muy amable.

—Saludos también a ti, Hiccup—dijo la señora Hofferson—Nos alegra ver que nuestra única hija pasó varios días contigo, un total extraño.

—Buenas tardes, señora—Hiccup sonrió, estaba curado totalmente de cualquier tipo de comentario pasivo-agresivo.

—Es bueno saber que regresaron bien—dijo el señor Hofferson—Ahora, por favor, pasen. La comida ya está lista y la mese debe estar servida a estas alturas.

—Papá…

—Vamos, Astrid. No seas grosera, muéstrale el camino a tu novio.

Astrid miró a Hiccup, y después a su padre ¡esto tenía que ser una broma! Sí, un maldito Dios se estaba mofando de ellos y cuando supiera cuál era le daría una bofetada.

—No creo que sea buena idea, papá. Hiccup necesita…

—Deben tener hambre por el viaje—interrumpió la madre—Pasen, vamos. No seas grosera, Astrid, aunque tengamos nuestras dudas, tu novio merece ser recibido.

—Mamá…

—Gracias por su hospitalidad, señora—dijo Hiccup, parándose al lado de Astrid—Será un honor.

Astrid lo fulminó con la mirada, pero Hiccup se hizo el desentendido. Agarró la maleta de ella y le dijo:

—Vamos, m'lady. Muéstrame el camino.

Sabiéndose acorralada, Astrid frunció el ceño, pero caminó hacia la casa guiando a Hiccup hacia el comedor.

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La casa de los Hofferson no era tan grande como la de los Haddock, y al estar en la ciudad, el perímetro de jardines que la rodeaba tampoco era tan extenso. Aún así, era una casa hermosa, de espacios amplios, muy bien decorada y que daba un aire señorial. Hiccup reconoció muchas pinturas y pequeñas estatuillas de culturas antiguas, supuso que el gusto por la historia era algo general de la familia.

Pasaron el recibidor y llegaron a la estancia, en donde estaban las imponentes escaleras que conectaban el primero piso con el segundo, al lado derecho de las escaleras estaba el comedor, Astrid lo guio sin mucha ceremonia y los padres de la muchacha los iban siguiendo despacio, marcando un ritmo más solemne. La amplia mesa estaba dispuesta para cuatro personas, y el servicio ya había sido colocado, las ayudantes de cocina solamente los esperaban para terminar de servir los platillos.

El señor Hofferson se sentó en la cabecera, como correspondía, y su esposa a su derecha. Astrid se sentó a la izquierda de su padre, e Hiccup al lado de su novia. Lo primero que notaron los Hofferson, fue que Hiccup no titubeó ni pareció confundido sobre qué asiento tomar –algo que le ocurría mucho a las personas de clases medias– eso los dejó consternados, y sus sentidos, que ya estaban alerta, se agudizaron.

Una vez que todos estuvieron sentados el servicio reveló la entrada, una sencilla crema de espárragos –la favorita de la señora Hofferson, y la que más odiaba Astrid– se declararon buen provecho e Hiccup, sin problemas, sujetó la cuchara correspondiente y empezó a comer con movimientos tranquilos, casi elegantes. Los señores tomaban nota mental de todo eso.

Astrid miraba a sus padres de reojo, y también a Hiccup, notaba la tensión, y también notaba que sus padres casi no disimulaban lo mucho que estaban analizándolo. Eso inmediatamente la molesto ¿con qué derecho pretendían juzgarlo?

—Espero que te guste la crema—habló la señora Hofferson—Hiccup, ¿verdad?

—Sí, señora. Y debo decir que tiene muy buen sabor, gracias.

—Es la receta de mi difunta madre, ha permanecido en la familia durante cinco generaciones—continuó la señora sumamente orgullosa, pero su media sonrisa desapareció al observar a su hija—Y probablemente sea la última, Astrid no disfruta de esta crema como nosotros.

Astrid apretó los labios, conteniéndose de no decir nada. Sabía que su madre hacía ese comentario para molestarla, y no quería darle gusto.

—Supongo que cada quien tiene gustos distintos—dijo Hiccup con tono casual, intentando quitarle importancia al asunto.

—¡Desde luego! Los gustos son siempre personales—concedió la señora Hofferson—Pero cuando se trata de tradiciones familiares, creo que se debe considerar que de alguna forma se deben preservar.

—Es algo que muchos jóvenes parecen no comprender—agregó el señor.

Hiccup saboreó una cucharada de crema de espárragos antes de responder.

—Sí, las tradiciones nunca son buenas amigas de la juventud—dijo—Después de todo, como bien dijo Patrick Bruel, "Las tradiciones sólo sirven para dar una ilusión de eternidad"

—¿Quién?

—Patrick Bruel.—dijo Hiccup más despacio—Es un cantante francés… les gustará.

—Los artistas no son los más adecuados cuando se trata de dialogar sobre tradiciones.—el señor miró a Hiccup insistentemente, pero el muchacho parecía inmune a sus intimidaciones oculares.

—Puede ser, señor Hofferson. Pero siempre deben observarse todos los puntos de vista de un tema.

—Aunque valoro mucho su aportación, Hiccup—continuó la señora Hofferson—Insisto en recalcar mi punto. Mi hija tiene muchísimas cualidades, pero se resiste a ser la sexta generación en mantener la receta familiar, y me preocupa que este desliz sea sólo el inicio de una serie de más deslices que comprometan su futuro.

—Mamá…

Nadie escuchó a Astrid, porque Hiccup inmediatamente habló.

—¿Y cómo podría pasar eso, señora?

—Como bien debes saber, mi hija es heredera de una buena familia. Tiene una reputación que mantener.

—Comprendo eso.

—¿Enserio?—el señor Hofferson alzó una ceja de forma sarcástica—Porque me parece que hay cosas que usted no puede entender, y es lo más lógico, considerando su…

—¡Papá, basta!—dijo Astrid, demasiado molesta. Sabía que al enfadarse estaba cayendo en las provocaciones de sus padres, pero no le importó, nadie merecía el trato que sus padres le estaban dando.

A su lado, Hiccup le dedicó una media sonrisa, dándole a entender que él estaba bien. Pero los señores Hofferson fruncieron el ceño, más molestos que antes.

—No se habla así en la mesa, hija.

—Por favor, papá, no me vengas con eso ¡ustedes no han sido amigables!—les reprendió Astrid

—Tú padre y yo estamos preocupados por tu futuro—dijo la señora Hofferson—¿cómo quieres que estemos tranquilos, cuando desapareces durante días con un novio que no conocemos?

—¡Podrían al menos intentar conocerlo, en vez de estar juzgándolo de ésta forma tan evidente!

—Astrid, compórtate.

—No, no pienso hacerlo ¡no hasta que me prometan que mostrarán más respeto hacia Hiccup!

Había firmeza en su voz y en su mirada, y los Hofferson, que conocían bien a su hija, decidieron concederle al menos eso. Después de todo, tenía razón en que debían ser más respetuosos con sus invitados.

—Bien—la señora Hofferson suspiró y miró hacia Hiccup—Lamento si le hemos ofendido en algo.

—Acepto sus disculpas, pero quiero dejar en claro algo—repuso Hiccup—No soy tonto, y entiendo perfectamente la situación. Sé que al hablar de ésta crema de espárragos se refiere al linaje y a la fortuna de su hija, y teme que Astrid la comprometa por estar con una persona que no le conviene—los señores Hofferson contuvieron el aliento, preparándose para arremeter ante lo que ellos pensaban sería un ataque verbal—Así que calmaré sus angustias. No tengo interés alguno en la fortuna de Astrid. Y, para poder tener una cena más decente, les invito a preguntarme abiertamente todo lo que deseen saber de mí.

Astrid miró a Hiccup con rostro agobiado, esto tenía que ser el colmo. Los Hofferson apretaron sus labios, molestos de que ese muchacho estuviera dándoles tan fuerte bofetada con guante blanco.

—No tienes que hacer esto—le dijo Astrid.

—No es problema.

—No le debes explicaciones, Hiccup.

Él le sonrió, otra vez, esa sonrisa que la desarmaba, y la sujetó la mano por debajo del mantel.

—¿Por qué dice que no le interesa la fortuna de mi hija?—preguntó la señora Hofferson, con tono algo ansioso.

—No me interesa el dinero, señora.

—¿Y qué le interesa entonces?

—El bienestar y la felicidad de su hija.

El señor Hofferson bufó, sin creerse ni una sola palabra. Astrid estaba a punto de explorar, pero sintió a Hiccup apretándole la mano para calmarla.

—Ajá, bien. Supongamos que es cierto—continuó el señor—¿Estudias?

—No, señor. Ya me titulé.

—¿En qué?

—Soy ingeniero en mecatrónica, señor. Pero tengo una gran cantidad de diplomados y estudios secundarios.

—¿Ejemplos?

—Tengo licencia para pilotear, un curso en informática avanzada, otro en sistemas, en mecánica…

—Pensé que eras un mecánico.

—No, solo le ayudo a mi padrino en su taller de vez en cuando.

—¿Y cómo te has pagado tantos diplomados, si no trabajas?—inquirió la señora con tono cizañero.

—Yo no dije que no trabajara, sólo dije que no laboro con mi padrino. Lo pagué con mi fideicomiso, señora.

—Fideicomiso—el señor Hofferson repitió la palabra casi en tono de burla—¿De cuánto?

—Papá—Astrid fulminó a sus padres con la mirada.

Hiccup, con el ceño fruncido y mirada más intensa, respondió.

—No menciono nunca mis finanzas, señor. Pero como sé a qué quiere llegar, lo calmaré diciéndole que es una cantidad muy grande. No debe preocuparse.

—Me cuesta creerlo, Hiccup.

—Te estás pasando, papá.

—No, Astrid, estoy haciendo lo que tú no hiciste, al intentar saber quién rayos es éste desconocido.—la voz de su padre sonaba más molesta con cada palabra.

—¡Es mi relación, no es algo que te incumba!

—Soy tu padre ¡claro que me incumbe!

—Señor, por favor, cálmese.—dijo Hiccup, aún en tono firme—Créame que con su recelo solamente nos hace parecer más extraños.

—Señor Hiccup, esto ya es demasiado—la señora Hofferson se puso de pie—Aunque lo invitamos a nuestra mesa, debo pedirle que se vaya. No toleraremos que se burle de nosotros y mucho menos de nuestra hija. Le ruego que no se ponga en contacto con ella, por favor, o tomaremos medidas más…

—¿Más drásticas?—Hiccup podía ser paciente, pero llegados a ese punto, también estaba harto de la situación—Por favor, señora Hofferson. Usted no es la primera persona que pretende amenazarme, créame que no me intimida en absoluto.

—No le hable así a mi esposa.

—Y usted no debería tratar así a ningún invitado suyo ¡semejante hostigamiento es el colmo de la descortesía! Es increíble que no tengan ni un poco de respeto hacia mi persona, aún después de que mi familia fue perfectamente cortés con su hija hace unos días.

De todo lo que Hiccup dijo en esa frase, los señores Hofferson solamente mencionar lo último.

—¿Fuiste con la familia de éste hombre?—su madre sonaba enfadada, y en su mirada se veía la ira contenida.

—Sí, y lo haría de nuevo—respondió Astrid desafiante—¡Ellos fueron mucho más amables de lo que ustedes han sido, aún conmigo, en los últimos minutos!

—¡Por todos los cielos!—la señora Hofferson ya había perdido la paciencia—¿A dónde dice usted que llevó a mi hija estos últimos días?

—A la casa de mis padres, en los Hamptons. Y después a mi penthouse frente al Central Park.

—Señor Hiccup, retírese de mi casa inmediatamente, por favor—dijo el señor con tono contenido, pensando que seguía mofándose de él.

—Además de ser groseros, me insultan considerándome un mentiroso—respondió Hiccup—Jamás pensé que los Hofferson serían así.

—¡No se haga el digno! Lleva toda la noche mofándose de nosotros y…

—Jamás me he mofado, pero ustedes están tan cegados por sus prejuicios que prefieren llamarme mentiroso antes de admitirlo.

—Hiccup, ya no les hagas caso—le dijo Astrid—No valen la pena.

—¡Astrid!

—¡Cállense!—ambos padres miraron a su hija horrorizados—¡No puedo creer su comportamiento tan estúpido! Desde que Hiccup llegó no han hecho nada más que insultarlo ¿y todo por qué? ¡sólo porque piensan que es un mecánico común y corriente! ¿esa es razón suficiente para despreciarlo de ésta forma?

—Astrid, tú…

—No, madre, no te justifiques en absoluto. Dime ahora ¿qué pensarías si te digo que has sido así de detestable con el único heredero de los Haddock?

Se cruzó de brazos y miró a sus padres con expresión triunfante, satisfecha de verlos confundidos. A su lado, Hiccup la miraba impresionado, la manera en que estaba adueñándose de la situación, poniendo a sus padres en su lugar, era impresionante.

—Hija, no pretendas…

—No es broma. Nada de lo que Hiccup ha dicho es broma. Él es Hiccup Haddock, único heredero de esa familia, y ustedes han sido groseros con él, incluso ruines.

Su madre estaba pálida, el padre tenía semblante duro, e Hiccup casi quería echarse a reír, porque parecían dos niños siendo reprendidos por sus niñeras.

—Ni siquiera se les ocurra pedirle disculpas, o intentar justificarse ¡no sean más hipócritas de lo que ya demostraron!

Ante el insulto de su hija, los Hofferson reaccionaron, y la miraron molestos.

—¡No nos hables así, jovencita!

—Me importa poco ofenderlos ¡han sido la hipocresía encarnada toda esta velada! A ustedes no les importaba que estuviera bien, solo les importaba que mi novio no era adinerado. Y ahora intentarían justificarse, solo porque es un Haddock ¡estoy harta de esta falsedad!

Astrid se puso de pie, por reflejo, Hiccup hizo lo mismo. Les dedicó una última mirada a sus padres, enfurecida, colérica, carente de cualquier sentimiento positivo.

—Estoy harta de todo esto.—espetó.

Les dio la espalda y se fue del comedor, sus padres la llamaron, ella los ignoró. Hiccup se fue siguiéndola, Astrid caminó bajo las escaleras hasta una puerta que conducía al garaje, en donde estaba su hermoso auto Porsche estacionado. Le dijo al encargado que le diera sus llaves, y éste, asustado por verla tan enfurecida, se movió lo más rápido que pudo.

—Astrid…

—Lamento la forma en que mis padres te trataron—le dijo—Me apena bastante, y más cuando tus padres fueron tan buenos conmigo. Pero ya viste cómo son los Hofferson, no puedo ofrecerte nada más que mi sincera disculpa.

—Tú no tienes la culpa de nada.

—Son mis padres, ¿no?—dijo en tono amargo—Está bien, Hiccup. Soy fuerte. Lo soportaré.

—Pero no tienes que hacerlo sola.

—¡Esto ya es mucho!—gritó, y luego lo miró a los ojos—¿No oíste lo que dije? Estoy harta de todo esto, y tú estás incluido. Solamente fuiste una parte más de esta farsa ¡y ya no la soporto!

Hiccup la miró con ojos desorbitados, sintiendo que esas palabras eran heridas en su corazón.

—¿Solamente eso soy para ti?—le reclamó—¿Una maldita farsa?

Astrid se mordió los labios, diciéndolo así sonaba muy mal. Quiso agregar algo, pero Hiccup no tenía ya paciencia, toda se fue soportando la despreciable cena con los Hofferson, y estaba también cansado, harto, de aguantar una situación tan compleja.

—¡Déjame decirte que para mí, esos días no fueron falsos en absoluto! Fueron espléndidos, no fingí ninguna sonrisa, ninguna mirada, ninguna caricia, ningún beso…

El corazón se le detuvo, congelado en el sentimiento, impidiéndole a Hiccup razonar sus siguientes palabras.

—Pero evidentemente tú sí ¿no? Estás harta de toda esta falsedad que tú misma te creaste, y de la cual, estúpidamente fui un cómplice.

—Hiccup, yo no…

—¡No! ¡Esto ya es demasiado! Pensé que eras diferente a tus padres, pero ahora puedo ver perfectamente el parecido…

Entonces fue Astrid la que sintió cómo esas palabras lastimaban profundamente su corazón, causando lágrimas en sus ojos. Lágrimas que no se permitió derramar, y en vez de dialogar, Astrid frunció el ceño.

—¡No me conoces en absoluto! ¿quién te crees que eres para juzgarme?

—Tienes toda la razón. No te conozco. Pensé que sí, pero ahora veo que no.

Sus ojos verdes ya no mostraban enfado, ahora solamente se veían heridos. Y Astrid se vio a ella misma en esa herida, y lo comprendió. Pero ya era demasiado tarde.

—Hiccup…

—No tiene caso—gruñó—Ten una buena vida, Astrid Hofferson.

Hiccup regresó a la casa, dejando a una destrozada Astrid detrás. En el recibidor estaban los Hofferson, evidentemente deseaban disculparse, pero cuando lo vieron, molesto y frustrado, comprendieron que cualquier palabra terminaba sobrando. Hiccup les deseó las buenas noches –a pesar de todo, era educado– y salió de la mansión, jurando nunca más volver.

Y mientras, Astrid se quedó en el garaje, reclinada sobre su auto mientras lloraba, con el espantoso sentimiento de que había arruinado las cosas con el único hombre que la había querido por ser ella misma.

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Astrid estaba recostada en la cama de Heather, llorando, mientras su amiga le dedicaba palabras de consuelo que no surtían el menor efecto. Había pasado ya una semana desde la fatídica cena, y en todo ese tiempo Astrid sentía una herida abierta en su pecho que no la dejaba ni respirar a gusto. Si bien Heather había sido muy paciente, llegados a ese punto comenzaba a desesperarse por su amiga.

Cuando Astrid llegó con ella días atrás, llorosa y decaída, supo instintivamente que algo había ocurrido con Hiccup. Se contuvo de decirle el molesto "te lo dije", porque era notorio que su amiga no soportaría escuchar esa frase. Astrid tardó casi una hora en contarle todo lo que había pasado: la espléndida familia Haddock, la forma en que Valka y Stoick la trataban, las citas, los besos, y todos esos hermosos momentos con Hiccup… y la cena con los Hofferson y cómo todo se fue al demonio.

Primero, Heather se sorprendió de que Hiccup resultase ser aquél chico geek y nerd que le quiso comprar una aerolínea años atrás ¡vaya las jugadas de la vida! No le sorprendió en absoluto que Astrid e Hiccup se enamoraran, desde que los vio en la gala de los Hofferson, notó la inmensa química entre ellos. Pero sí le sorprendió, y muy dolorosamente, la forma en que todo se salió de control.

Los primeros tres días fue cariñosa y comprensiva con su amiga, sabiendo que ocupaba todo su apoyo. Pero ahora, después de siete días, Heather estaba ya desesperada, preguntándose cuándo demonios reaccionaría su amiga.

—Lo arruiné todo…—sollozó la rubia.

—Sí.

—¿Por qué dije esas palabras tan crueles? Nada de eso fue falso tampoco para mí…

—Claro que no.

—Hiccup tenía razón, soy como mis padres. Yo…

—No—la voz de Heather sonó firme, la sujetó de los hombros y la hizo alzarse para verla a los ojos—Tú no eres como ellos. Eres mejor.

—¿Cómo?—Astrid permaneció sentada, limpiándose las lágrimas—Lo llevé a esa maldita cena donde lo trataron como a un criminal, y luego yo fui cruel con él.

—Estabas molesta.

—¡No es justificación!

—Bien, no lo era. Entonces ¿qué vas a hacer?

Astrid se mordió los labios, sin saber qué responder. Heather no podía más, respiró hondo, contó hasta tres, y le dio un ligero pero firme zape a su amiga en la cabeza.

—¡Oye!

—¡Espabílate!

—¿Qué?

—Llevas una semana entera lamentándote, Astrid. Ésta no eres tú. Ya estuvo bueno, espabílate ¿qué vas a hacer?

La rubia miró a su amiga, quien tenía la palabra "ultimátum" marcada en todas sus facciones, y comprendió que tenía razón. Algo debía hacer. El problema era que no tenía la menor idea de qué.

—Supongo que… disculparme ¿no?

—Muy bien, es el inicio. Una buena disculpa. ¿Y después?

—¿Suplicarle perdón?

—Va implícito en lo anterior, ¿qué más?

—Compensárselo de alguna forma.

—¿De qué forma?

—¡No lo sé!—Astrid se cruzó de brazos en expresión taciturna—Quizá… explicarle todo.

—¿Y qué le vas a explicar, Astrid?

La rubia se volvió a atorar con sus palabras, así que su amiga le dio otro zape, que le molestó aún más que el anterior.

—¡Oye deja eso!

—¡Pues tú deja de ser tan terca! ¿qué quieres explicarle a Hiccup, y por qué?

Astrid quiso fulminar a su amiga con la mirada, pero Heather tenía ojos verdes, y dioses, le recordaban bastante a los ojos de Hiccup… pero los de él eran más cálidos, más amables. Y cómo extrañaba esos ojos.

—Decirle que fui odiosa porque estaba molesta, y que no fue en absoluto una farsa para mí.

—No te creerá, te pedirá que le digas por qué no fue una farsa.

—Entonces le diré que también fui auténtica. Que yo sentí todo lo que él, que yo….

—Astrid, sigues dándole vueltas al asunto. Todo se resume a una sola oración—la miró fijo, como asegurándose de que le prestara atención—¿Lo quieres?

—Yo…

—Enserio, Astrid, ¿quieres a Hiccup? ¿lo quieres en tu vida? Sé honesta contigo misma, por favor.

Pero la rubia no tenía ni siquiera que sopesarlo.

—Sí.

—Bueno, entonces ¡ve por él!

—Lo haces sonar tan fácil—Astrid rodó los ojos—Él me odia.

—No lo creo. Si es el Hiccup que recuerdo, te perdonará.

—Ajá.

Heather le sonrió a su amiga con cariño, intentando darle más ánimos.

—Es curioso, la verdad, no lo reconocí en absoluto cuando lo vi. Se puso muy guapo.

—Sí, lo es.

—En fin, volviendo al tema. Te perdonará, sólo debes ser honesta con él.

—¿Y si no lo hace?

La sonrisa de su morena amiga desapareció, bajando los ojos.

—Al menos, no pensarás en qué hubiera pasado de haberlo intentando.

¡Valiente consuelo! Pero Astrid sabía que su amiga tenía razón.

—Okey… lo haré. Sólo que no sé en dónde está.

—Ah, pero yo sé de alguien que puede saber.

Heather agarró su teléfono y marcó en automático un número grabado, Astrid la miró mientras esperaba impaciente a que contestaran la llamada, y cuando lo hizo, usó su voz más dulce posible.

—Hola, hermanito querido…

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La milla cuadrada era un nombre coloquial, casi irónico, con el cual se le llamaba a la City de Londres. Bastantes siglos atrás, a orillas del río Támesis, Londres era un poblado que no medía más que 2.6 kilómetros cuadrados (aproximadamente una milla), siendo una capital pequeña para el también pequeño reino de Inglaterra. En nuestros días, esos 2.6 kilómetros eran llamados la City de Londres, únicamente para distinguir la dimensión histórica de la ciudad. Ahora Londres era la enorme, poderosa y renombrada capital de uno de los reinos más importantes, y media 1572 kilómetros cuadrados.

Cuando Hiccup visitaba Londres siempre iba a la City, porque le recordaba cómo una villa tan pequeña consiguió crecer hasta volverse la capital de uno de los imperios más importantes en la historia. Lo hacía reflexionar en sí mismo, en lo que él era y en lo que quería convertirse.

Siempre sintió una gran fascinación por Londres, hasta donde él sabía, por la combinación de elementos tan antiguos contrapuestos con la modernidad de sus edificios y transportes. Lo mismo podían verse trenes ligeros de la más alta tecnología, como palacios con más de cinco siglos de antigüedad. Era todo un espectáculo.

Pero esos días apenas conseguía disfrutar la ciudad como a él le gustaba, porque sus pensamientos seguían girando alrededor de la misma persona. Aunque se enfadó mucho con Astrid, pensaba que no debió tratarla tan duramente. Lo cierto es que jamás hablaron francamente de sus sentimientos, y cuando él intentó hacerlo, ella lo rechazó de forma sutil, debió entender desde ese momento que ella no deseaba nada con él, al menos nada como lo que él sí quería.

La insolencia de los padres de Astrid no le molestó tanto, conocía a muchísimos adinerados incluso más prepotentes y sabía lidiar con ellos. Fueron las palabras de Astrid las únicas que lo lastimaron, que le hicieron comprender la gravedad de su necedad.

Consciente de que ese día no conseguiría disfrutar nada más, regresó hasta la estación del subterráneo. No le gustaba conducir en Londres, y como el subterráneo era eficiente, lo usaba muy seguido. Se bajó cerca de Kensington, en donde estaba la residencia de sus padres. Varias veces pensó en comprarse un apartamento más modesto en otra zona de la ciudad, pero nunca se había dado el tiempo de revisar a detalle aquellos que le gustaran.

Caminó tranquilo por las calles llenas de mansiones, no importase que estuviese acostumbrado a ellas, seguían abrumándolo. Finalmente apareció la casa de sus padres, no era ni por asomo la más grande de la calle, ni la más lujosa, y eso le encantaba. Sus padres podían perfectamente pagarse una casa al lado del palacio de Buckingham, pero en vez de eso tenían una casa más sencilla. El que estuviera en un barrio adinerado era consecuencia del estatus que debían mantener, para disgusto de Hiccup.

Esos pensamientos se vieron turbados cuando vio a una mujer parada frente a la reja de la entrada. La reconocería en donde fuera, llevaba una pesada capucha puesta, pero una trenza dorada se asomaba entre la tela. Aunque su rostro estaba ensombrecido, la silueta de su cuerpo era inconfundible. Su rostro se tensó, por más que intentó no mostrarlo, pero era pedirle demasiado autocontrol a su desgastado corazón.

Hiccup continuó caminando despacio, sin saber muy bien que hacer, Astrid no se movió ni un centímetro. Cuando estuvieron más cerca, fue ella la que habló.

—Pensé que te gustaría más vivir en Hampstead.—dijo ella.

Él meditó muy bien sus palabras, casi como si buscara un significado oculto en ellas. Metió ambas manos en los bolsos de su saco, como si así se sintiera más protegido.

—¿Por qué pensarías eso?

—Porque tiene más personalidad.

Frunciendo el ceño, Hiccup desvió la mirada un momento. Astrid lo aprovechó para quitarse la capucha, así pudo ver su rostro, podía vérsele el alma reflejada en sus ojos azules, ansiosa de expresarse, declarándole que todo en ella era sinceridad en ese momento.

—Y, según tú, me gustaría más vivir en un vecindario con personalidad.

—Sí, porque está lleno de artistas, de pensadores, de personas interesantes. Y tú eres como ellos. Jamás te aburrirías ahí.—su voz sonaba dulce, Hiccup no podía soportarla.

—¿Qué haces aquí, Astrid?—demandó saber en tono hosco.

A ella no le sorprendió ni le molestó el recelo, en vez de eso, dio un paso hacia él, sin dejar de verlo a los ojos. Había tenido todo un vuelo para prepararse, y muchísimas recomendaciones por parte de Heather. Estaba lista. No más dudas, no más frases a medias y sentimientos contenidos, no más farsas hacia ella misma. Ya no más.

—Me dijiste que ver Londres sería aún más divertido.

—¿Te estás burlando de mí?

—No, jamás haría eso—replicó—Estoy aquí porque necesitas saber eso. Nunca quise lastimarte, y te debo una enorme disculpa.

—Está bien, te perdono. Ahora, necesito…

Intentó darle la vuelta para pasar, pero ella se movió deteniéndolo.

—Necesitas escuchar toda mi versión.

—Astrid—cerró los ojos, imposibilitado de mantenerle la mirada—Por favor, yo también estoy muy cansado de esto…

—Entonces escúchame rápido.

Hiccup suspiró, respiró hondo mientras se cruzaba de brazos, al final abrió los ojos, y notó que la expresión de Astrid demostraba determinación, pero también calma. Mucha calma.

—Tenía mucha culpa, porque sentí que te había usado, y tú y tu familia me mostraron en pocos días más amor y apoyo del que he tenido nunca en mi casa. Mis padres me quieren a su forma, pero ya viste que es una manera muy conflictiva de querer.

Asintió, haciéndole entender que seguía escuchándola. Astrid se mordió los labios antes de continuar.

—Me gustaste desde el inicio, Hiccup—aunque su corazón dio un brinco al decirlo, Astrid sintió una gran paz al finalmente pronunciar esas palabras—Y al pasar los días, me fuiste gustando aún más. No fingí ninguna sonrisa, ninguna broma, ninguna charla, ningún beso… todo eso fue auténtico.—tomó una pausa para respirar y continuó—Pero estaba aterrada, pensando que si todo había sido un montaje, nuestra relación también podría serlo. La culpa y el miedo me crearon una enorme confusión, y decidí, estúpidamente, que lo mejor era continuar con nuestras vidas, para que todo tuviese ya un final y así vivir en paz.

Era una explicación algo tonta, pero Hiccup entendía la lógica detrás del razonamiento de Astrid. Él mismo pensó en algún momento de una forma parecida.

—Cuando insiste en que nos diéramos una oportunidad, me aterré aún más, y no pude comprender que deseabas que empezáramos desde cero. Yo pensé que era seguir manteniendo la farsa. Y seguía confundida cuando mis padres te trataron de esa forma y yo…

Sus palabras sonaron apresuradas, porque sus sentimientos estaban a flor de piel. Debió serenarse para poder continuar, para ese punto, los ojos de Hiccup ya no estaban a la defensiva, sino que eran muy comprensivos, y eso la hizo sentirse más confiada.

—Creo que nunca les perdonaré que te tratasen tan mal.—admitió—Y yo solamente quería que todo terminara, no soportaba más. Y dije tantas tonterías…

Astrid dio otro paso hacia él, quedando frente a Hiccup, él la miró curioso, sin saber qué planeaba ella. Lo que hizo Astrid fue mirarlo tan fijamente, que todo a su alrededor desapareció, y fue como si sólo estuvieran ellos dos.

—Hiccup, tú jamás fuiste una farsa para mí—pronunció cada palabra de forma fija, para que no le quedase la menor duda—Fuiste lo único real en medio de todo ese desastre…

Siguieron mirándose a los ojos, después de unos segundos, Astrid miró los labios de Hiccup, recordando esos besos dados. Bajó su mirada, dispuesta a escuchar cualquier respuesta que él quisiera darle. Hiccup se tomó su tiempo, analizando las palabras, acomodando sus ideas, y decidiendo qué decir.

—Entonces… ¿todo eso fue un desastre?—no había reclamo en su tono de voz, pero Astrid así lo sintió.

—La cena de mis padres fue un desastre—corrigió ella—Mentirle a tus padres también. Pero todo lo demás…

—Dices que en medio de toda esa mentira, hubo algo de verdad ¿no?—la interrumpió.

—Sí.

—¿Y cómo puede ser eso posible?

Astrid se encogió de hombros.

—No lo sé.

Ella no tenía nada más que decir. Le había entregado su corazón en esa declaración, era solo cuestión de que Hiccup lo aceptase o lo rechazara… y Astrid estaba dispuesta a vivir el resto de su vida con lo que él decidiera.

—¿Y viniste a Londres solamente a decirme eso?—preguntó Hiccup, después de un largo silencio.

Astrid asintió, pensando que su voz ya no podría decir algo más. Él sonrió de forma jocosa.

—Pudiste haberme marcado.

—No tengo tu número.

—Sí lo tienes… lo agregué a tu teléfono, cuando te lo regresé en el taller de Gobber.

—E-¿enserio?

Sacó su celular y miró en los contactos, detectando uno que no conocía. Estaba guardado bajo el nombre de "Londres", Astrid le miró con el ceño fruncido, pidiendo silenciosamente una explicación. Hiccup se sonrojó un poco al responderle.

—Originalmente lo guardé como "Taller de Gobber", pero cuando estuvimos en Nueva York, una vez que te estabas bañando, lo modifiqué a "Londres". Había planeado toda una pantomima y…

—¿Cuál pantomima?

Había ilusión en los ojos de ella, así que Hiccup no pudo contenerse de responder.

—Hm, bueno… yo iba a decirte que Londres sería un lugar más divertido por recorrer. Responderías cualquier cosa, luego yo te diría que conocía a un excelente guía para conocer la ciudad. Cuando me preguntaras quién era ese guía, te diría que vieras a tu celular para que marcaras a Londres y… bueno, sonaría mi número. Algo cursi ¿no?

Toda la ternura que Astrid había contenido en su ser explotó en ese mismo instante, y lo abrazó con fuerza. Hiccup respondió al abrazo, sorprendido por esa reacción.

—No—le dijo ella al oído—Sonaba perfecto.

Se distanció lo suficiente para verlo a los ojos, viendo la misma mirada honesta de antes. Ahí fue cuando lo comprendieron, realmente ellos nunca consiguieron engañarse mutuamente… todo fue una farsa consigo mismos.

—Esto es real para mí, Astrid—le dijo seriamente.

—Nunca te he mentido, Hiccup—respondió también en tono serio—Realmente te quiero.

—¿Me quieres?

Ella asintió, con una boba sonrisa de enamorada que evaporó hasta las últimas de sus dudas. Hiccup también sonrió con una alegría que iluminó sus ojos, y se inclinó para besarla.

—También te quiero… —le dijo suavemente, volviéndola a besar.

Se besaron un rato, y cuando se separaron, tenían aún sonrisas enormes en sus rostros. Hiccup no perdió tiempo, diciéndole que aún era temprano para ver el Big Ben, y que la llevaría a cenar a un buen lugar en donde pudiesen planear el resto de sus días.

Quien los viera en Londres, notaría a una pareja muy enamorada jugueteando y platicando mientras recorrían la ciudad. En todo momento se dieron las manos, y se daban besos a la menor provocación, como hicieron en Nueva York, pero aún mejor, porque no estaban ya tanteando una despedida o extendiendo una pantomima. Nada los detenía para demostrarse el afecto, la curiosidad y el deseo de experimentar la vida juntos.

Eran jóvenes, tenían muchas cosas que ver y que conocer, y Londres parecía un excelente lugar para empezar de nuevo. No perderían el tiempo pensando qué tanto futuro tenían juntos, ya el tiempo se los diría; tampoco seguirían culpándose por la forma tan poco ortodoxa en que se conocieron y empezaron su relación, porque nada cambiaría el pasado y tampoco lo dejarían entorpecer su presente. La misma Londres parecía darles una lección al respecto, mostrándole las preciosas fachadas de casonas antiguas, remodeladas para conservar su encanto, pero siendo funcionales según las necesidades de la actualidad. Así, cada cosa que vieron en Londres los fue cautivando, y al final de cada día, recostados en la cama mientras se daban sus sesiones de besos, Astrid siempre le decía que había tenido razón, y que Londres era más divertido.

Fue el primero de sus muchos viajes, y aunque Hiccup conocía media Europa, ver sus encantadoras ciudades al lado de Astrid fue una experiencia totalmente nueva. Ya no les importaron sus padres, esperándolos con muchas preguntas cuando volvieran, ni el resto de la familia, con sus propias dudas. Solamente eran ellos dos, dejando atrás su pasado, viviendo el presente, planeando un futuro para ellos. Como siempre debió haber sido.


Ufff ¿por dónde empiezo?

Primero ¿qué tal los padres de Astrid? cuando empecé el capítulo, lo único que tenía claro era el enfrentamiento entre Astrid y sus padres por causa de Hiccup. Espero les haya gustado. También tenía pensada una discusión entre Astrid e Hiccup, la cosa es que el desenlace de esa discusión me causó problemas.

En un momento realmente pensé en terminarlo cuando ellos discuten e Hiccup se va, que fuera un final agrio, pero no me parecía tan apropiado. Pero, cuando empecé a hacer las escenas de reconciliación, quería se vieran naturales, y no forzadas. Primero pensé en que Hiccup buscara a Astrid, luego pensé que si ella había causado casi todo, ella tenía que resolverlo dándose una oportunidad de ser feliz con Hiccup.

Las escenas en Nueva York no las tenía planeadas, pero me gustaron mucho cuando las escribí y no las pude eliminar. Y Londres... bueno, como puse, quería que volvieran a empezar jeje.

Espero de corazón que les haya gustado este final. He pensado en escribir un one-shot sobre qué pasa después, no creo que me de para un fic completo, pero sí para un pequeño one-shot donde exploramos mejor su relación ya más consolidada ¿qué opinan? como siempre, espero sus comentarios con todas sus críticas y dudas, y les reitero que ojalá haya sido una lectura muy amena para todos ustedes.

¡Les mando un fuerte abrazo!