Epílogo

— Y así es como se retroalimenta el sistema de consumo actual. — sonrió a sus alumnos — ¡Felicidades a todos! Habéis hecho un trabajo fantástico.

— ¡Gracias, profesor!

Dio por terminada la última clase de la jornada con un gesto de despedida mientras recogía los materiales. Sus alumnos habían realizado un magnífico trabajo organizando una cadena de mando de una empresa y su relación con los clientes en una interpretación en el aula que había servido para aclarar todas las dudas. Al hacerlo por ellos mismos, al meterse en el rol de todos los participantes en el proceso, habían terminado por comprender el sistema. Estaba muy orgulloso de ese trabajo. Además, había sido una actividad divertida para hacer en el aula.

Esperó a que unas alumnas rezagadas terminaran de recoger y cerró la puerta con llave en cuanto salieron. Kagome lo había devuelto a la vida tres años atrás, cuando al fin se encontraron, pero recuperar también su vocación había sido ya un sueño. La equivocación en el caso de Kagome sobre él y las declaraciones tan firmes de Kagome dieron que pensar al comisario, quien reabrió el caso de acoso sexual por el que fue injustamente condenado. Tras realizar muchas indagaciones, terminó por sentarse cara a cara con Kikio Tama y, a base de trucos, logró sonsacarle la verdad. Kikio, al creer que la habían pillado, cantó toda la historia real en verso sin omitir un solo detalle.

A raíz de aquello, la mujer que en el pasado le destruyó la vida, por fin pagó por sus pecados teniendo que correr con los gastos de la fianza que él pagó y del juicio, con una condena de dieciocho meses que tendría que cumplir fuera de prisión con trabajos sociales y perdiendo su licencia para ser profesora. Él, por el contrario, además de recuperar los que eran los ahorros de su vida, recuperó lo más importante de todo: la licencia para ser docente y el respeto de los padres. Gracias a eso, pudo volver a buscar trabajo en una escuela. En apenas unos meses, encontró un puesto de profesor de Economía en Bachillerato en un instituto mixto. Hacía años que no se sentía tan satisfecho con su trabajo, tan útil.

Hizo una parada en el Nueva Orleans para comprar un frappé capucchino, un smoothie de fresa y mandarina y un donut natural. Le encantaba dar un paseo por la ciudad mientras hacía tiempo para recoger a Kagome del trabajo. Cuando se acercaba su hora de salida, compraba algo refrescante para tomar por la calle si hacía buen tiempo o la llevaba a la cafetería a tomar algo caliente si el clima no era tan agradable.

Se detuvo bajo la sombra de un árbol para esperarla. Kagome apenas tardó un par de minutos en aparecer desde que él llegó. Al verlo allí, sonrió con la misma ilusión y sorpresa que la primera vez que fue a buscarla tras el trabajo hacía ya más de dos años. Jamás se cansaría de esa sonrisa tan de Kagome. En cierto modo, esa parte de ella le pertenecía solo a él. Kagome no sonreía a nadie más de esa forma por el momento. Quizás, cuando nazca el bebé… — le echó una ojeada a su abultado vientre — tendré que compartir la exclusividad de esa sonrisa.

— ¡Tengo sed!

El smoothie desapareció rápidamente de la bandeja mientras Kagome se llevaba la pajita a los labios para dar un largo trago. Suspiró de puro placer por la refrescante bebida y, después, le ofreció los labios para su habitual beso de bienvenida. Se inclinó y la besó sin importarle en absoluto que cualquiera los mirara por la calle. Se había ganado el derecho a fardar de esposa.

— ¡Me has traído un donut! — a continuación, el donut también desapareció de la bandeja — ¡Qué hambre! — exclamó dándole el primer mordisco — ¡Eres un encanto!

Se esforzaba por serlo a decir verdad. Agarró su frappé y tiró la bandeja en la papelera más cercana. Luego, le pasó un brazo sobre los hombros a su esposa de forma protectora y la guio en la caminata hacia su casa. Se habían comprado el año anterior, justo después de la boda, una bonita casa en las afueras con jardín. Se casaron en la playa, vestidos de blanco tras un largo compromiso de casi dos años, y decidieron comprar una casa adecuada para tener hijos. La casa que escogieron los enamoró a primera vista e hicieron una oferta sin siquiera verla previamente. La querían a cualquier precio.

— ¿Qué tal el trabajo?

— Ya sabes, lo de siempre… — se encogió de hombros mientras le daba otro sorbo a su smoothie — Mucho papeleo, llamadas telefónicas y una larga lista de correos electrónicos.

— ¿Y el bebé…?

— ¡Está perfectamente, tonto!

Le dio un beso en la mejilla sin poder dejar de reír. Inuyasha vivía preocupado por ella y por el bebé las veinticuatro horas del día desde que el predictor marcó positivo. La llamaba al trabajo, le mandaba mensajes prácticamente a cada hora, la iba a buscar y la acompañaba por la mañana, le ayudaba a sentarse y a levantarse, la mantenía tumbada y, por las noches, incluso mientras dormía, musitaba advertencias sobre posibles peligros. Era increíble. Lo verdaderamente sorprendente sería que le sucediera algo con él tan pendiente de ella. Desgraciadamente, no había forma de hacerle comprender que el embarazo estaba siendo completamente saludable y perfectamente normal.

A veces, cuando Inuyasha le hacía sentir tan amada y protegida que apenas podía coger aire por el placer, recordaba que fue la más absoluta de las casualidades que terminaran juntos. En el pasado, estaba decidida a alejarse de él, a no corresponderle y fue, precisamente, ese miedo, el error provocado por un rumor, lo que la unió a él de forma inexorable. De todos los errores que había cometido en su vida, aquel era, sin duda alguna, el más maravilloso de todos.


Ahora sí, este fanfic se ha acabado. Espero poder publicar otro fanfic próximamente, pero no daré fecha por si acaso. En algún momento del mes que viene seguramente. Mientras tanto, espero que os haya gustado y que recordemos que, con los acosadores, tolerancia cero.