Tras el día del deshielo Arendelle se encontraba sumida en un merecido periodo de paz. Con el verano restablecido y la reciente coronación, el pueblo entero rezumaba calma y alegría. Y en el castillo no era menos la alegría, puesto que al fin las puertas quedaban abiertas y tanto la Reina Elsa como la Princesa Anna socializaban con su entorno. Se acabaron los años de reclusión por el miedo para Elsa, sin embargo, empezaba la reclusión por reuniones de trabajo. Elsa pasaba varias horas seguidas encerrada en su despacho con los asesores del reino o en la sala de reuniones acompañada por consejeros… Había dias en los que la Princesa a duras penas podía cruzar cuatro palabras seguidas con la Reina, sin embargo, Anna sentía un extraordinario alivio al saber que su hermana ya no se hallaba encerrada. Siempre había mirado la puerta del dormitorio de Elsa como la entrada a un reino vetado, se sentía vetada por la propia Reina y cuando el gélido poder de Elsa quedó expuesto empezó a comprender que esa puerta de madera blanca no era más que la verja de una jaula. A veces no sabía si el calor que sentía de nuevo se debía al alivio por volver a sentir cercana a Elsa o por saber que su hermana jamás volvería a encerrarse para protegerla.

Ese día, mientras Elsa despachaba unos asuntos de ultima hora en la sala de reuniones del palacio, Anna acudía a una reunión de presupuestos con los altos mandos de una empresa constructora. Eran la misma empresa que trabaja con las minas de oro del valle de Arendelle y cuando se le ocurrió reformar el castillo, Elsa le sugirió que hablara con ellos. La idea no era mala, ambas querían que la casa real se involucrara más en los asuntos del pueblo. Las puertas abiertas iban a significar eso, gobernantes accesibles y disposición para ayudar.

Anna bajó del carruaje y sonrió a todo el que la miraba apearse. La decoración del carruaje no pasó inadvertido por las calles de piedra de Arendelle y como las cortinas no estaban cerradas, todo el mundo pudo ver el distintivo cabello recogido color cobrizo. La guardia que acompañaba a la princesa se mantenía a no más de cinco pasos de ella y la acompañaron hasta el edificio al que se dirigía. Anna podía sentir el calor del sol en contraste con el frío que siempre habitaba el castillo. Pequeñas perlas de sudor habían empezado a anidar en su cuello para cuando llegó al portal que buscaba.

- Esperad aquí, no tardaré - ordenó a la guardia. Y antes de entrar lo pensó dos veces y añadió - y buscad al cochero, que me recoja aquí cuando acabe.

El calor del sol era agradable pero ya se había empezado a acostumbrar ala delicadeza del frío y el sudor ahora le resultaba vulgar.

Mientras tanto Elsa, ya cansada entre debates y decisiones presentía como se acercaba el final de la reunión y respiró aliviada. Sin embargo, mientras los asesores se levantaban, Holsen les interrumpió:

- Caballeros, queda una petición por abrir - dijo señalando el centro de la mesa.

Había un sobre granate aun con el lacre intacto. La mesa, que ya era alargada se hizo aun más interminable ante la visión de una ultima decisión. Elsa, que no se había movido aun de su asiento en la cabecera como anfitriona, suspiró y con un leve gesto mandó abrir el sobre. Holsen, cuan alto y delgado que era, se estiró desde su asiento para alcanzarlo y observar el sello estampado.

- Proviene de las Islas del Sur, majestad - lo aclaró sin mucha confianza pero habría sido maleducado observar el sello y no declarar en voz alta lo que veía.

- Abridlo, Holsen - pidió Elsa - estoy segura de que todos ansiamos saber lo que contiene… - lo dijo despreocupada y el resto de consejeros contuvo la risa. Se les hacía extraño conocer de pronto a la Reina y saber que era igual de humana que el resto de ellos. La princesa siempre fue más popular y sin embargo de la Reina lo único que todos sabían era que había heredado el regio porte de su padre, con la mismas expresiones y postura.

Holsen se dispuso a leer en voz alta:

" Por la presente, me dirijo a su alteza real la Reina Elsa de Arendelle en proclama de las merecidas disculpas que Las Islas del Sur hacen extensivas a todo su reino. El comportamiento del príncipe Hans III ha sido y seguirá siendo severamente castigado y juzgado mediante el tribunal judicial de la corte, el cual invita a su majestad Elsa y a la princesa Anna a que sean testigos del curso del proceso,así mismo, aprovecho la misiva para comunicar mi pretensión de comenzar un cortejo formal hacia su alteza real.

Muy respetuosamente, Principe Robert V"

Holsen leyó las últimas palabras tratando de ocultar su propia reacción ante las palabras que recitaba para la reina. Levantó la vista del papel para cotejar las expresiones del resto de consejeros y finalmente se guió hacia los ojos de la reina. Elsa suspiró y permitió a Holsen volver a tomar asiento con un asentimiento leve de cabeza:

- Claro, siendo trece hermanos, a las Islas del sur no les importa sacrificar a algún que otro príncipe para prevenir una guerra - Evidentemente la Reina no se tomaba en serio las palabras que venían envueltas en el último sobre abierto en la reunión. Holsen sonrió con cierta complicidad porque él había pensado frívolamente lo mismo.

- Su majestad, el príncipe Robert V es el primero de la línea de sucesión de las Islas del Sur - aclaró Lars, sentado a la izquierda de Holsen. Era el consejero más joven y había sido de los últimos contratos expedidos por su padre. Elsa se tomó unos segundos de reflexión antes de ofrecer a la cámara una respuesta:

- Caballeros, entiendo entonces que Las Islas del Sur lamentan lo suficiente lo ocurrido y la tentativa de asesinato hacia la princesa y hacia mi como para sacrificar al cordero más importante del ganado. Pero no voy a aceptar que en la misma misiva de disculpa el príncipe crea que puede proponerme cortejo como si fuera a olvidar que su hermano levantó una espada contra mi persona e insultó a Anna, o como si fuera a aceptar cortejo alguno por su parte…

- Quizá donde quiere apuntar el príncipe es a que sois Reina sin consorte, no ofrecerse en sacrificio por la ofensa… - opinó otro consejero más.

- ¿Consecuencias sobre quemar la carta y no ofrecer siquiera respuesta? - preguntó Elsa perdiendo la paciencia.

Seguía con la costumbre de llevar los azules guantes de satén a diario y de no ser así, sus consejos habrían podido apreciar que las puntas de los afilados dedos de la Reina comenzaban a helarse.

- Siendo la máxima autoridad de Arendelle, el reino ofendido en este caso, no creo que las haya, su majestad - dijo Holsen.

- Bien - sentenció Elsa - no quiero volver a oir nada de las dichosas Islas del Sur.

Dicho lo cual ella misma se levantó de su asiento y con un suave ademán dio por acabada la reunión.

Al mismo tiempo, en otro lugar de Arendelle, Anna salía de la oficina y se resguardaba en el carruaje. La princesa había salido satisfecha de la reunión en la que se habían aprobado varias iniciativas sobre las reformas que el castillo necesitaba, la primera y más urgente: el paso trasero del castillo que había quedado destrozado cuando el fiordo se congeló. Elsa pretendía empezar a practicar el control de su ahora conocido y popular poder y, entre las dos, habían acordado que la parte trasera del castillo era un buen lugar donde poder practicar sin peligro. Elsa quería gozar de su nueva libertad sin que nadie la observase de cerca tanto si iba a dedicarse a desatar cruentas ventiscas como si sencillamente iba a pasear congelando el lago a su paso; no quería a nadie alrededor en esos momentos. Anna aceptó que seguramente, más allá de intenciones protectoras, la Reina también quería momentos de intimidad donde poder relajarse. Así que no tuvo ningún reparo en dedicarse a ello.

Anna reflexionaba sobre la reunión y se preguntaba si Elsa habría terminado con sus obligaciones cuando el carruaje ya estaba cruzando el puente de piedra, y entonces lo vio. Un destello azul iluminó el ventanal del despacho de Elsa. Las manos de Anna se aferraron al borde de la ventana del carruaje y miraba las puertas del castillo con urgencia. En la calle nadie pareció haberlo notado y en el patio del castillo la gente cumplía con el desempeño de sus funciones como si ningún destello hubiera aparecido ante ellos. Anna suspiró aliviada, quizá se lo había imaginado o quizá habían tenido la tremenda suerte de que nadie lo había visto de verdad. El corazón se le encogió en el pecho y salió corriendo del carruaje obviando la mano del guardia que le ofrecía ayuda. Debe pasarle algo, Elsa reacciona así al miedo pensaba Anna mientras corría todo lo rápido que sus piernas se lo permitían. Paró frente al despacho de su hermana y se arregló vestido, se pasó la mano por el recogido cabello y respiró hondo antes de abrir la puerta:

- Elsa - llamó. Asomó su rostro por el borde ligeramente abierto de la puerta en busca de la Reina. Y ahí estaba su hermana, con ese serio semblante y su espalda recta como si pudiese sostener el peso entero del reino sobre sus delgados hombros solo por tener esa postura. Estaba de pie junto a la chimenea.

- Oh, Anna - se sorprendió la Reina - Adelante

-¿Estás ocupada? - preguntó Anna refiriéndose discretamente a las continuas reuniones y visitas.

- No, he terminado ya - le dijo abiertamente acercándose a ella - no hay nadie más.

Anna asintió y cerró la puerta tras de sí:

- ¿Estás bien? Mientras volvía vi un destello desde esta ventana

Elsa mantenía una expresión de desconcierto. No entiende o no quiere entender, pensó Anna:

- Elsa, vi un destello igual que el se produjo en el palacio de hielo cuando se me congeló el corazón.

Lo dijo con suavidad pero cargada de razón. La Reina tuvo en cuenta que su hermana estaba eludiendo que el desello lo había producido ella y que ella fue quien le congeló el corazón. Sonrió ligeramente ante la alusión. Se encontró ciertamente desarmada ante las palabras de Anna y se asustó:

- ¿Lo ha visto alguien más?

- No lo parece

La Reina suspiró aliviada y se encontró con la mirada acusadora de su hermana. Ya lo habían hablado: los secretos no iban a hacer ningún bien a nadie.

- Me he alterado un poco y me he encerrado aquí para soltarlo pero, como ves - señaló a su alrededor - no hay rastro de hielo. Debí cerrar con llave por si acaso pero todo está bien y me siento mejor. - Elsa acogió las manos de su hermana entre las suyas enguantadas para demostrarle que no había hielo - ¿ves? No puede decirse que sean unas manos calidas pero no estan heladas.

Anna aprovochó el contacto para acariciar los guantes:

- ¿Por qué ha sido?

- Una carta de las Islas del Sur - comenzó la Reina, soltó a su hermana y se acercó al marco de la chimenea donde la tenía preparada y se la mostró - nos invitan al juicio de Hans III, príncipe de las Islas.

- Oh - se sorprendió Anna - espero que sea una larga condena pero ¿quieres ir?

Elsa evitó la pregunta para explicarle la ofensa completa:

- En la postdata del mensaje el príncipe heredero solicita el permiso para comenzar un cortejo formal hacia mí.

Anna no reaccionó, se quedó de pie con el sobre aun en las manos.

- No se qué es lo que me resulta tan ofensivo: que te insultara a ti, que su hermano quiera cortejarme, que intentase matarnos… - Elsa se dejó de hablar y se sentó en su escritorio, junto a la chimenea, con su expresión alterada y su inalterable espalda recta - uno de mis consejeros piensa que es una alusión a mi ascenso al trono sin un Rey ¡Un Rey! ¿Pero que es lo que se creen en el sur? - su tono de voz mostraba indignación pero ya no estaba alterada hasta el punto de expulsar hielo de forma peligrosa.

Anna se quedó observando aun sin reaccionar como una Reina herida en su orgullo se volvía aun más apoteósica de lo que podía resultar en cualquier momento cotidiano. Se acercó al escritorio con intención de brindarle a Elsa algunas palabras que tranquilizasen su ánimo, palabras cálidas y acogedoras que le recordasen que ya no estaba sola y sin embargo las palabras que le nacieron de dentro no eran lo que Anna esperaba:

- Arendelle ya tiene un Rey - dijo Anna con un tono absoluto - lo que pasa es que le sientan muy bien los vestidos azules.

Tras lo cual abandonó el despacho de Elsa dejando a una Reina sorprendida pero satisfecha sentada en su escritorio. Elsa no volvió a mirar la carta con importancia y la arrojó al fuego sin miramientos. No sabía por qué pero la opinión de Anna sobre el asunto le había gustado sobremanera y decidió olvidar la ofensa de las Islas del Sur aunque aun no hubiera adivinado qué era lo que encontraba tan insultante.