Sí , está basado en Shrek, que puedo decir es una de mis películas favoritas y la vi cómo mil veces antes de que Netflix la quitara ToT . Sé que me preguntaran "Oye, por qué escribes otra historia y no terminas las que tienes pendientes :O " Y mi respuesta es… "lo he intentado pero termine abriendo otros documentos y cuando menos lo acordé ya tenía muchas ideas locas :c ".
Así que sí, era una historia random que estaba en mi computador, pero me pareció muy tonta y divertida así que la quise compartir.

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Érase una vez.

En una lejana aldea se rumoreaba que en las profundidades del bosque habitaba una criatura feroz, tan feroz que era capaz de desmembrar a un aldeano con tan solo mirarlo. Se decía muchas cosas de aquella temible criatura, cosas tan horrorosas que sería mejor no mencionar.

Los pocos desafortunados que lograban visualizar al monstruo narraban con lujo de detalles su experiencia, contando la desventura en cada oportunidad para recordarle a los más jóvenes lo peligroso que era merodear en los bosques, y presumir que salieron vivos del encuentro.

Por tal motivo, la recompensa por capturarlo era alta. Valientes hombres fueron en su búsqueda, adentrándose a la espesura del bosque en la medianoche.

Entre más se adentraban podían escuchar el crujido de las ramas, el movimiento constante y desigual de los arbustos; veían sombras a su alrededor y marcas de garras bien definidas en los troncos de los árboles. Con las muestras espeluznantes, la bravuconería de los hombres disminuía, lo que provocaba que se aferraran más fuerte a sus armas.

Cerca de los arboles cercanos se encontraban pequeños cartelones que advertían el peligro de la bestia: Los escritos tenían pequeños errores ortográficos, dibujos exagerados y una letra algo infantil.

Aquello les hizo creer que la bestia disfrutaba de devorar y secuestrar niños, aunque jamás escucharon sobre la desaparición de niños en sus tierras. La sospecha les hizo tomar valentía para enfrentarse al demonio, pero desapareció al escuchar los gruñidos feroces como si de un perro rabioso se tratase. Más de un hombre palideció al oírlo, a tal punto que uno no pudo más y huyó. Los restantes comenzaron a cuestionarse sí la recompensa valía la pena.

Siguieron su camino ignorando las advertencias.

No tardaron en encontrar la supuesta casa del espanto; Era una pequeña choza descuidada, maltratada y olvidada. Formada por el tronco de lo que fuera un árbol majestuoso, la puerta era una corteza tosca y había pequeñas aberturas simulando ventanas alrededor. Parecía más como una pequeña guarida realizada por unos chiquillos o bandidos inexpertos, que una fortaleza terrible para una monstruosidad.

—Deberían largarse y no volver jamás, tal y como hizo su amigo—una voz desconocida gruñó. La voz no era atemorizante como los hombres esperaban, pero los sonidos de las ramas y la sensación de estar acorralados les daba gran ansiedad.

—No puedo con esto, me largo de aquí— un aldeano murmuró.

—Piensa en la recompensa—le recordó otro de los aldeanos, quien sostenía un arco temblorosamente.

—¿Recompensa? Ja, esa recompensa no lo vale. Escuché que el monstruo se hace trajes con la piel que nos quita, se come nuestros hígados y extrae lo gelatinoso de los ojos.

Escuchar el horrible destino sobresaltó a más de un aldeano. El aldeano del arco tragó saliva duramente, pero se atrevió a cuestionar a la desconocida voz: —¿En verdad?

—En verdad.

—¡No! —uno de los hombres lloró al escuchar tales aberraciones. Miró hacía atrás para poder donde provenía la voz que contaba las terribles anécdotas, pero ya no había nadie ahí.

Sabiendo que el peligro era latente, los hombres se empalmaron para protegerse, apuntando sus lanzas, arcos y espadas a su alrededor. El aldeano que poseía la antorcha la dirigía hacia donde se escuchara hasta el ruido más minúsculo y blasfemaba con falsa valentía.

El ruido y la caída de un par de ramas en un árbol cercano les hizo estremecer. El aldeano con la antorcha apuntó de inmediato el fuego hacía aquella zona… y lo vieron: Una bestia de casi tres metros, robusto, ojos brillantes, cuernos pequeños pero deformados, colmillos sobresalientes y garras puntiagudas. Y, por lo que veían, de su brazo izquierdo salía una gran cuchilla.

Sin querer mirar más, huyeron con una palidez mortal, con las piernas tan temblorosas que muy apenas podían mantenerse en pie. Gritaban clementes por su vida y juraban que ya no volverían por esas tierras.

Corrieron tan lejos para ya no volver jamás. Aunque si se hubieran quedado unos segundos más, podrían haber oído la risa divertida de la "monstruosidad".

La bestia temible no medía ni los dos metros, no poseía cuernos ni mucho menos una gran cuchilla. Aquel demonio conocido como "El terror de los bosques", no era monstruoso, ni siquiera un demonio como tal, en realidad, era un joven medio demonio de aspecto singular: De estatura media, larga cabellera plateada, grandes ojos dorados, filosas garras en manos y pies, unos colmillos que remplazaban la dentadura humana, y unas peculiares y triangulares orejas de perro tan suaves como llamativas. Vestía un holgado haori rojo y un hakama blanco que ocultaban su aspecto delgado.

Y, por supuesto, tenía un nombre real: Inuyasha.

—Cobardes… —murmuró Inuyasha, cuando la diversión se le esfumó. Bajó de la roca y arrojó el tronco que cargaba. Buscó si los hombres dejaron caer algo, pero no encontró nada más que un trozo de papel. No se molestó en mirarlo y volvió a casa.

Disfrutó de un pescado rostizado, de la soledad de su hogar, del cantar de los grillos en su momento de reflexión y antes de dormir leyó una tonta historia fantasiosa que odiaba por sus odiosos finales felices que obviamente solo ocurrían en los cuentos de hadas.

A la mañana siguiente, Inuyasha realizó lo que hacía todos los días: Almorzar, pescar, cazar alguna presa menor, plantar… de nuevo (sus plantas siempre morían) y disfrutar su soledad.

Pero quiso hacer algo diferente: Pegar más cartelones. De esa manera los humanos ya no se acercarían a él, aunque tenía que admitirse que era su única diversión real y contacto humano después de su madre y de alguien más que no quería recordar.

Negó con la cabeza para deshacerse de tales pensamientos, estaba mejor solo de todos modos, era feliz de esa manera. Así que tomó sus cartelones que ya había realizado con anterioridad. Aquellos cartelones tenían escrito en letras grandes "Cuidado", "Aléjate" y un dibujo de él, aunque en el dibujo tenía grandes colmillos, ojos rojos y marcas moradas en sus mejillas que indicaban que era peligroso. Estaba tan orgulloso de sus obras.

Con una sonrisa satisfecha y con todos los cartelones en mano, caminó hacía el bosque planeando regresar pronto a su pequeño rincón llamado hogar y disfrutar su maravillosa soledad.


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En otro lugar…

Shippo, un pequeño demonio kitsune, corría a su máxima velocidad. Saltaba, giraba y pasaba por debajo de troncos y arbustos. Sin embargo, a pesar de todos sus intentos no mantenía a sus persecutores lejos. Estaba aterrado, él no quería ser encerrado. No había cometido ningún delito, bueno… un par de robos y travesuras, pero nada grave, a veces sus víctimas ni siquiera lo notaban.

Sabía que no era el único que sería encarcelado injustamente, vio como encerraban a demonios menores y medio demonios inocentes. Y que todos los capturadores eran humanos, a quienes les pagaban una buena suma de monedas dependiendo de su captura. No sabía que destino le esperaba si lo agarraban y no quería averiguarlo. Estaba seguro de que esa no era la vida que su padre querría para él. Aparte, todavía no lo había vengado.

Tan angustiado estaba que no notó al medio demonio frente a él hasta que fue demasiado tarde y fue recibido por el duro golpe.

—Ay, ay, ay, ay —se quejó, acariciando su cabecita. Levantó su mirada y se encontró con el rostro de un chico que le miraba con el ceño fruncido. Claramente no era un humano, y eso era notorio no solo por su olor sino también por su aspecto. No tuvo tiempo de juzgarlo o decirle algo cuando escuchó el sonido metálico de las armaduras acercándose.

Inmediatamente se ocultó detrás de la gran tela roja con la esperanza de que el desconocido fuera lo suficientemente amable para ayudarlo.

—Oye tú, media sangre… merodear por aquí está prohibido. Por lo que quedas arrestado.

—Sí, y también por ser cómplice de otro asqueroso delincuente.

Ambos guardias sonaban amenazantes, y eran 6 de ellos. Si fueran uno o incluso dos, probablemente el medio demonio tuviera oportunidad, pero con 6, todo estaba perdido. O eso era lo que creía Shippo, quien rogaba internamente por un milagro.

El ceño fruncido del medio demonio se profundizó y se cruzó de brazos.

—¿Sí?, ¿Y quién lo dice?

—¿Cómo te atreves a cuestionarnos, hanyō? —comentó un guardia, indignado.

—Vamos a darle una lección—opinó el otro, sacando a relucir una filosa espada.

—Feh…no me hagan reír—resopló el hanyō, y ante la mirada atónita de todos, la espada frágil y oxidada que cargaba se convirtió en una inmensa y peligrosa arma. —¿Y bien?

—Órdenes, son órdenes del rey Naraku—tartamudeó uno de los hombres, sacando un pergamino de su costado y extendiéndolo, exhibiendo el escrito y firma del rey.

El mitad demonio inclinó su cabeza ligeramente —¿Naraku?, ¿Quién demonios es ese?

—C-cómo te atreves hablar así de nuestro señor.

—Hablo de él como yo quiera—El platinado levantó su espada sobre sus hombros, dando un aspecto a un más amenazante.

Los hombres tragaron saliva, intimidados por la fiera espada y sabiendo que los híbridos eran impredecibles.

—Largo de aquí antes que prefiera mandárselos a su rey en pedazos—amenazó el hanyō, junto a un gruñido bajo.

Los hombres no se lo pensaron dos veces y huyeron.

Shippo suspiró con alivio, y observó con diversión como los guardias huían a tropezones. No obstante, su risa fue interrumpida cuando lo tomaron sorpresivamente por su colita y fue elevado a la altura del rostro del hanyō.

—Y tú también, vete de aquí.

Shippo no tuvo tiempo de replicar cuando fue liberado desvergonzadamente.

Su salvador se giró y se fue.

Shippo miró su entorno desesperado, quien sabe que peligros más yacían por ahí, por lo que su única oportunidad de supervivencia e incluso de venganza se alejaba de él.

—¡Oye, no, espera! —gritó Shippo, levantándose de un salto.

Corrió detrás de su salvador, pidiendo que se detuviera. El medio demonio no lo hacía, simplemente guardó su arma y siguió su camino.

Enojado por no ser escuchado, Shippo hizo lo único que se le ocurrió en ese momento. Tomó uno de sus trompos mágicos y lo lanzó contra la dura cabezota del hanyō. Al ver que le dio a su objetivo la preocupación por represalias llegó a él y por ello se ocultó.

El medio demonio tocó su adolorida cabeza y gruñó al aire—Es así como agradeces que te ayudé, maldito enano…—. Se dio media vuelta para encontrar al culpable, pero el zorrito no estaba ahí—¿Huh?, ¿Dónde…?

Miró a su alrededor, pero no vio muestras del kitsune. «No importa» se dijo el hanyō a sí mismo, y se giró para volver a su camino. Para su sorpresa ahí estaba parado el pequeño kitsune.

—No pero no me diste otra opción—reclamó Shippo y segundos después con sus mejillas sonrojadas y avergonzado por su arrebato anterior añadió—… Gracias.

El medio demonio le miró confundido, como si nunca le hubieran dicho esas palabras. Sus orejas antes erguidas, bajaron y desvió su atención hacia otro lado.

—De nada, supongo—murmuró.

Antes de que la situación se pusiera incómoda, Shippo parloteó: —Viste esos guardias, como temblaron de miedo cuando…—su habladuría fue detenida por un puñetazo conectado a su cabeza—. Ay, ay, ay, ay, ¿Qué fue eso? —chilló, mirando con ojos llorosos al único presente.

—Eso fue por lo que me lanzaste.

—Pero que inmaduro, tuve que hacerlo porque no me escuchabas—alegó Shippo aun acariciando su cabecita. «Pega muy duro» pensó, y de pronto ese pensamiento reforzó la idea de que necesitaba a este hanyō; El medio demonio sería la fuerza y Shippo la mente detrás de todo. Quizás el medio demonio no sería tan fuerte por sus inferiores poderes comparado con los de los hermanos rayo, pero por lo menos duraría lo suficiente para distraerlos y que Shippo ideara un plan y vengara a su padre.

Shippo estaba tan emocionado con sus propios planes que ignoró al medio demonio, quien le dio una mirada furiosa, ofendido por ser ignorado. Antes de que Shippo pudiera disculparse y contar sus elaborados planes, omitiendo la muerte inminente del hanyō, el medio demonio le sacó la vuelta y caminó de nuevo.

—Oye, tú, no, espera… —tartamudeó Shippo, caminando rápidamente siguiendo los pasos del hanyō.

—Ya eres libre, enano, esos guardias no te molestaran más así que déjame solo. Ve y disfruta tu libertad con tus amigos o algo así.

Shippo se detuvo de pronto —Pero… yo no tengo amigos.

Los pasos del medio demonio vacilaron.

—Y no pienso entrar al bosque yo solito. Oíste lo que dijeron, no descansaran hasta que nos atrapen a todos.

El medio demonio empezó a caminar más lentamente, como si estuviera pensando en qué hacer, y Shippo aprovechó aquellas dudas para manifestar sus pensamientos—. Me quedaré contigo—declaró.

El hanyō se detuvo completamente y miró al zorrito en la confusión total—. ¿Qué?, No, por supuesto que no.

Shippo lo ignoró —. Haremos un gran equipo, tu con tu fuerza y yo con mis habilidades seremos imparables.

El hanyō arrugó su cara en la molestia y apuntó la espada a Shippo, aquella cosa oxidada volvió a su estado enorme y majestuoso.

Fue increíble en opinión de Shippo, «Sí, seremos un gran equipo» pensó. Definitivamente los hermanos rayo no sabrían ni que los golpeó.

Sin embargo, así como el hanyō lucía amenazador y agitó levemente la espada hacía Shippo, amenazándole si no le dejaba en paz. El filo de la espada cayó hacía adelante tirando al medio demonio, de pronto la espada parecía muy, muy pesada.

El medio demonio comenzó a maldecir por lo bajo y la espada volvió a su frágil estado.

«¿Qué fue eso?» Shippo se preguntó, pero de nuevo el hanyō le dio la espalda.

—Si me sigues molestando, enano. Te partiré en pedazos— amenazó el hanyō y siguió su camino.

Shippo tercamente ignorando la amenaza, corrió detrás del medio demonio y balbuceó:

—Honestamente, no creo que me partas en pedazos. Perro que ladra no muerde, así que estás haciendo bromas horribles como un horrible amigo a un buen amigo, aunque está bien no soy tan rencoroso…

El medio demonio se detuvo de pronto, gruñó y se enfrentó a Shippo —. ¿Amigos? ¿en serio? —clavó ferozmente la espada oxidada al suelo y extendió sus brazos como si se exhibiera—. ¿Acaso, sabes con que estás hablando? Mírame bien, ¿ya viste que soy?

Shippo se sintió un poco intimidado, el medio demonio era alto y tenía ese gruñido particular que lo asustaba. Sin embargo, también estaba ligeramente confundido por la forma en la que hablaba el hanyō de sí mismo, como si fuera una cosa en lugar de un ser vivo, y el hanyō le parecía bastante real y vivo.

De todos modos, Shippo dejó pasar los términos y miró al medio demonio de arriba abajo quien lo miraba expectante.

—Emm… un tonto.

—¡No!, soy un… Espera, ¿qué?, Maldito enano.

Shippo no se había dado cuenta de lo que dijo, hasta que recibió el fuerte golpe en su cabeza.

—Ay, ay, ay, ay, mi cabecita —chilló Shippo, con las manos sobre su cabeza. No entendió la molestia era de amigos ser honestos, y el hibrido le parecía un poco tonto—. ¿Por qué fue eso? Tú preguntaste —se quejó.

—Eso no era lo que quería decir. Soy un medio demonio, no soy como tú y tampoco soy humano.

—… ¿Y?

La expresión de confusión en el rostro del hibrido podría haber sido graciosa, pero también era triste en algún sentido que Shippo entendía; Los mestizos eran marginados y todo eso, pero en estos momentos él vio como todos habían sido encarcelados, Hanyōs y demonios por igual. Así que no, Shippo no juzgaría.

—¿Eso no te molesta? —preguntó el platinado con el tono de voz mucho menos bravucón.

Shippo negó con la cabeza y dijo: —¿Por qué habría de hacerlo? Oíste a los guardias, ¿no?, nos están cazando sin razón. Somos prófugos de la ley, por eso debemos mantenernos unidos. Dos son mejor que uno.

El hibrido seguía confundido, sin embargo, desenterró la espada, la amarró a su costado y suspiró.

—No me dejarás tranquilo, ¿verdad?

—No—dijo Shippo, alegremente—. Soy Shippo, por cierto. ¿Cuál es tu nombre?

—…Inuyasha—respondió el hibrido, desviando su atención a cualquier otra cosa y caminando hacía algún lugar.

—¿Inuyasha?, es un buen nombre. Queda con tu personalidad—. Shippo le siguió el ritmo de inmediato a pesar de que sus patitas eran cortas—. Y bien, Inuyasha, ¿A dónde vamos?

—Ya te lo dije, eres libre de hacer lo que quieras—habló Inuyasha, malhumorado.

—A casa, entonces. Me parece bien, apuesto a que nuestra casa es la más bonita del lugar y la envidia de los vecinos.

—No tenemo-no tengo vecinos. Y no es "nuestra" casa, es "mía".

Shippo ignoró deliberadamente el último comentario y continuó—Qué bueno porque me desagradan los vecinos, son tan chismosos.

Inuyasha puso los ojos en blanco.

El pequeño kitsune no paraba de hablar, y el hibrido no dejaba de lamentarse el momento que el chiquillo lo golpeó.

—Que jamás te callas—se quejó Inuyasha.

—No, dicen que habló hasta por los codos, así que calla y escucha; Yo estaba tratando de encontrar unas dulces bayas cuando…

Inuyasha resopló. Él nunca había sentido que el viaje a su hogar fuera tan lejano, pero en compañía de este niño parecía una eternidad.


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