Como de costumbre, no puede faltar el descargo de responsabilidad :P Estos personajes no son míos, pertenecen a Stephanie Meyer, y la historia a la genial Hoodfabolous, yo solo traduzco.

Y gracias como siempre a mi leal compañera, Beta y amiga, Erica Castelo por seguir apoyándome y ayudándome a mejorar mi ortografía ;)


Epílogo

Incluso al caer y salir de la inconsciencia inducida por la medicación para el dolor, escuché las voces amortiguadas de dos de las mejores amigas que una chica podía tener.

"¡Va a dejarme entrar en esa habitación ahora!" Siseó Tia, su voz sonando amortiguada. Alguien gimió a mi derecha y escuché el sonido de tela moviéndose.

"Señorita, va a tener que calmarse," una voz murmurada la reprendió. "¡Ahora, ya se lo dije una vez, nadie más que familia tiene permitido entrar en esa habitación! Si no se van voy a llamar a seguridad."

"¿Me va a decir que va a echarme del maldito hospital de mujeres solo porque quiero ver a mi amiga?" Tia preguntó con voz chillona. "¡Esto es propiedad pública!" Escuché a Carmen en alguna parte cerca murmurando bajo su aliento, tratando de calmar a nuestra enojada amiga.

"¡No, no la echo porque esté visitando a su amiga, la echo porque está levantando la voz y molestando a mis pacientes! Puede visitar a la señora Cullen cuando sea trasladada a una habitación privada. En este momento es solo familia."

"¿Solo familia? ¿Señora Cullen? ¡Quiero que sepa que ella ni siquiera se ha casado con ese bastardo! Su nombre es Bella Swan, no jodida señora Cullen. ¡Él no es familiar de ella! ¡Si me echa, será mejor que lo eche a él también!"

"Bueno, tengo en mis registros que su nombre es Isabella Cullen. Incluso si no está casada, el señor Cullen es el padre de sus hijas y eso lo convierte en familia," la enfermera argumentó.

"Presuntamente," gruñó Tia, lo bastante fuerte para que yo lo escuchara. "Se presume que él es el padre."

Suspiré pesadamente y una maldición murmurada a mi derecha me hizo luchar por abrir mis párpados. Cuando finalmente los abrí, giré mi cabeza y miré a los suaves y gentiles ojos verdes del hombre sentado a la derecha de mi cama de hospital.

"Hola, cariño," susurró, estirando su mano y acariciando mi mejilla. Le di una pequeña sonrisa, pero probablemente se parecía más a una mueca. Mi cuerpo estaba adolorido por la cesárea que tuve hace unas horas.

"¿Dónde están las bebés?" Pregunté, levantándome en pánico, haciendo una ligera mueca por el dolor.

De algún modo el medicamento me atontó y me había quedado dormida. Aun así, nunca olvidaría los dos pequeños rostros angelicales de mis hijas al sostenerlas en mis brazos antes de que se las llevaran al cunero.

"La doctora dijo que tenían que revisar la glucosa en su sangre, darles un poco de ungüento para los ojos y algunas otras cosas de las que no sé nada," dijo con una risita. "Solo cosas de rutina. Mis padres están en la sala de espera con todos los demás… bueno, todos excepto Tia y Carmen, supongo. Han estado afuera de esa puerta por treinta minutos tratando de entrar."

"¿Por qué no le dijiste a la enfermera que las dejara entrar?" Pregunté, mis cejas fruncidas por la confusión.

Me dio una sonrisa tonta y susurró, "Porque es jodidamente entretenido escuchar a Tia enojada."

Rodé los ojos pero no pude contener la risita que se escapó de mis labios. Se escuchó un forcejeo y fuertes voces al otro lado de la puerta antes que finalmente se quedara en silencio. Edward soltó una risita al mismo tiempo que yo sacudía la cabeza en vergüenza por la forma en que le encantaba meterse con Tia. Se escuchó un golpe en la puerta y una enfermera de cabello gris con uniforme blanco y con el rostro enrojecido metió la cabeza por la puerta ligeramente abierta.

"¿Estamos listos para salir de aquí? Sé que mucha gente está ansiosa por verla," la mujer gorjeó con un fingido tono de voz amigable. Se escuchó exactamente como la voz de la mujer discutiendo con Tia.

"Sí, señora. Creo que ya estamos listos para salir de la sala de partos y pasar a una habitación privada," dijo Edward, sus ojos centellando alegremente y le dio a la mujer una dulce sonrisa.

"Bien, estupendo. Solo denme un minuto para llamar a la doctora y los llevaré a una habitación privada," dijo, dándole a Edward una sexy sonrisa de abuela que me hizo estremecer. La mujer pasaba de los sesenta y me recordó a Paula Deen (1). ¿Por qué las mujeres mayores le coqueteaban a Edward? La enfermera dejó la habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido detrás de ella.

"¿Qué pasa contigo y las mujeres mayores?" Pregunté, rodando los ojos y cruzando los brazos sobre mi pecho. Él se encogió de hombros en respuesta y agarró un vaso desechable de agua, prácticamente forzándome a beberla.

"Necesitas beber para mantenerte hidratada," me dijo, la chispa de felicidad en sus ojos desapareció al mirarme de forma obstinada. "Eso dijo la doctora." Entrecerrando mis ojos, tomé el agua de su mano y la bebí con una pajilla, deliberadamente bebiéndomela toda.

"Pensé que dejarías de monitorear mi comida y fluidos una vez que nacieran las gemelas," murmuré con indignación, dándole el vaso vacío. Me sonrió con suficiencia, tomando el vaso de mis manos y dejando un beso en mi mejilla mientras lo fulminaba con la mirada.

"Siempre voy a cuidar de ti, nena," susurró, agarrando mi mano con la suya. Sus ojos no expresaban nada más que preocupación e interés. La testarudez y la ira se esfumaron cuando miré profundamente a sus ojos. Sus dedos acariciando en círculos mi palma.

De nuevo, fuimos interrumpidos por la enfermera de cabello gris que empujó mi cama a través de los pasillos de la parte trasera del hospital de mujeres con Edward siguiéndonos. Llegamos a una gran habitación privada, que ya estaba a reventar con flores y globos. Edward le pidió a la enfermera que trajera a las gemelas y a sus padres. La enfermera aceptó, batiéndole sus pestañas al irse.

Una enfermera diferente trajo a las gemelas a la habitación justo unos momentos después. Estaban envueltas en delgadas mantas similares en blanco, rosa y azul cielo. Descansaban silenciosamente en sus cunas, su piel ligeramente rosada y sus cabezas cubiertas con gorritos de crochet color rosa que sospechaba Esme había hecho. Sonreí al pensarlo.

Esme y Carlisle prácticamente irrumpieron en la habitación solo minutos después. Esme echó a la enfermera, fulminándola con la mirada cuando ella le ofreció darle una de las gemelas. Esme se asomó a una cuna y luego a la otra, viéndose hermosa en su traje color crema y zapatos de tacón a juego. Cómo se veía tan arreglada a mitad de la noche, no lo entendía. Finalmente cogió a una de las gemelas, acunándola con cuidado en sus brazos mientras Edward le ofrecía su asiento.

"Ella es la señorita Jasmine Harper Cullen," dijo Esme con voz suave, al examinar el brazalete de identificación en el diminuto tobillo de Harper.

Esme miró a su nieta con una encantadora y frágil expresión en su rostro, y me pregunté qué estaba pasando por su mente. Me pregunté si pensaba en el bebé que perdió hace tantos años.

"Entonces, esa de ahí debe ser la señorita Carlie," dijo Carlisle con voz tersa, dando un paso hacia la cuna donde Carlie descansaba tranquilamente. Traía puesto un elegante traje azul marino, pero estaba arrugado y su cabello rubio normalmente perfecto estaba algo despeinado. Sonreí porque me recordó a Edward.

Carlisle me sorprendió al estirar sus brazos y tomar a mi hija con seguridad en sus manos, para luego acunarla en su brazo izquierdo. Carlisle se sentó en una de las sillas florales, su cuerpo meciéndose un poco al mismo tiempo que le susurraba a la bebita. Un nudo se formó en mi garganta. De pronto eché de menos a mi padre.

Esme notó la forma nostálgica en la que miraba a su esposo y a mi hija, y sugirió que los hombres fueran por algo de café mientras ella me ayudaba a amamantar a Carlie que de pronto se puso inquieta. Edward tomó a Carlie con cuidado de los brazos de su padre y no pude contener la sonrisa que iluminó mi rostro. Recordé un tiempo cuando Edward estaba aterrado de cargar a Eric en mi departamento, asustado que de algún modo fuera a romperlo. Edward sostenía a nuestra hija en sus brazos con seguridad, agachándose y ofreciéndomela a mí. Tomé a Carlie y le di a Edward un pequeño beso en la comisura de su boca antes de que él y Carlisle salieran de la habitación, conversando en voz baja y sonriéndose orgullosos el uno al otro.

"¿Debería llamar a la enfermera para que me ayude?" Pregunté con nerviosismo. Era la primera vez que amamantaría a una de las gemelas y, aunque la enfermera de lactancia me había explicado el proceso con detalle, también me dijo que la llamara cuando las gemelas estuvieran listas para alimentarse.

"No, yo te ayudaré, cariño. Amamanté a mis tres hijos," dijo orgullosa.

Esme volvió a acostar a Harper que seguía dormida en su cuna y pasó los siguientes minutos mostrándome cómo amamantar a Carlie. Fue extraño e incómodo al principio, pero finalmente me acostumbré. Estaba un poco avergonzada que la madre de Edward viera mi pecho desnudo, pero fue muy profesional al respecto e incluso me mostró cómo sostener la delgada manta para protegerme de ojos curiosos y sinuosos.

"¿Estás pensando en tus padres, Bella?" Esme preguntó en voz baja mientras yo miraba asombrada a la pequeña bebé en mis brazos.

"Sí," susurré, recordando lo que pensé cuando vi a Esme y Carlisle cargando a mis hijas. Lo mucho que deseé que mi padre estuviera aquí… y también mi madre.

"Bella, sé que Carlisle y yo nunca podremos ocupar el lugar de tus padres, pero sabes que te amamos como si fueras nuestra, ¿verdad?" Preguntó, estirando su mano y apretando la mía. Asentí, pero nunca levanté la vista del rostro contento de Carlie mientras seguía chupando.

"Lo sé, Esme. Es solo que es difícil saber que mi padre podría ser parte de mi vida, pero elige no serlo. Mi madre tomó su decisión hace mucho tiempo cuando se quitó la vida. No hay nada que nadie pueda hacer al respecto ahora. Pero mi padre sigue con vida y me aseguró hace solo unos meses que era un hombre diferente. ¿Pero dónde está? Nunca vino a visitarme como prometió. No voy a llamarlo, eso es seguro."

"Lo siento, cielo. Solo quiero que sepas que Carlisle y yo siempre estaremos aquí para ti," susurró con ternura, acariciando mi mano. "Y Edward pasará el resto de su vida cuidando de ti y tus hijas. Te ama muchísimo." Asentí y traté de ocultar mis lágrimas, pero no funcionó. Ella buscó por la habitación hasta que encontró una caja de pañuelos que me ofreció. Limpié mi rostro con mi mano libre y le di una sonrisa acuosa.

"Gracias," susurró, mirándome a los ojos en lo que solo podría describir como admiración.

"¿Por qué?" Pregunté, arrugando mi frente en confusión.

"Por darme dos hermosas nietas, por salvar a mi hija esa noche en la tienda, por hacer feliz a mi hijo por primera vez en su vida. Gracias, Bella, por todo lo que has hecho," dijo, echándose a llorar en suaves sollozos.

Eso a su vez me hizo sollozar y cuando Edward y Carlisle regresaron a la habitación Carlie estaba descansando contenta en su cama, su pancita llena de leche, y Esme y yo nos aferrábamos a la otra como si se nos fuera la vida en ello, sorbiéndonos la nariz en mi cama de hospital.

"Uh, que incóóóóómodo," escuché que se quejó una voz conocida. Esme y yo nos separamos y sonreí al ver a mi tontarrón hermano que estaba parado incómodamente detrás de Edward y Carlisle.

"Si no les importa, controlen sus hormonas por unos minutos. Hay unos amigos aquí que quieren verte," dijo, finalmente esbozando una sonrisa. Se veía como un tonto con una camiseta azul que decía 'El tío más genial del mundo'.

Rose, Alice, Tia, Carmen, Angie y Claire se acercaron detrás de ellos, asomándose ansiosas alrededor de los hombres hacia las dos cunas. La habitación de pronto se sintió atestada mientras todos parloteaban y les hacían cariñitos a las dos bebés que dormían. Por alguna razón Tia y Carmen traían puestos uniformes de color verde brillante, las piernas del uniforme tan largas en sus pequeños cuerpos que la orilla la habían doblado varias veces.

"¿Por qué traen puestos esos uniformes?" Pregunté, mirándolas en confusión. Las dos chicas se dieron una mirada furtiva. Tia rodó los ojos y Carmen estalló en carcajadas.

"Era el plan B," explicó Carmen, al mismo tiempo que Tia bufó junto a ella. "La idea de Tia… que no funcionó, obviamente. Robamos unos uniformes y tratamos de mezclarnos. Seguridad trató de sacarnos de las instalaciones después que esa enfermera viejita nos encontrara escondiéndonos junto a una máquina expendedora. Afortunadamente, Edward y el señor Cullen los vieron arrastrándonos afuera y los detuvieron."

Sentía como si mi rostro fuera a partirse en dos por la sonrisa en mi rostro al pensar en la locura de mis dos amigas, eso hasta que vi a mi pequeña osita Claire de pie en la esquina de la habitación. Su rostro era una máscara de tristeza mientras sus ojos veían a las dos bebés dormidas.

"Oigan, ¿les importaría darnos un minuto a mi osita Claire y a mí?" Hablé, interrumpiendo momentáneamente el balbuceo de todos.

Todos le echaron un vistazo a Claire, que agachó la cabeza al escuchar mi voz. Después de darse entre ellos miradas de complicidad, todos salieron en silencio.

Edward besó mi mejilla y me dijo que me amaba, mirando a mis ojos con intensidad. Atravesó la habitación, sus ojos posándose en nuestras hijas por un momento antes de cerrar la puerta suavemente detrás de él.

"Ven aquí, osita Claire," le dije en voz baja, palmeando la cama junto a mí.

Cruzó la habitación titubeante, dándole a las gemelas una mirada cautelosa. Una vez que llegó a la cama subió a mi lado, cuidadosa con sus movimientos. Descansó su cabeza en mi hombro mientras yo acariciaba suavemente su cabello color rubio fresa.

"Sabes que siempre serás mi chica, ¿verdad?" Le susurré. Elevó sus ojos, mirándome dudosa.

"Es cierto. Siempre serás mi chica," le aseguré con voz firme. "Te amo como si fueras mía. Ahora tienes una gran responsabilidad… lo sabes, ¿verdad?" Sacudió su cabeza confundida, con el ceño fruncido.

"Bueno, estas niñas pensarán en ti como su genial prima mayor," le expliqué, viendo como sus ojos se abrían y se disparaban hacia las cunas. "Siempre te admirarán, así como yo siempre admiré a Jasper. Te amarán incondicionalmente y sé que tú también las amarás."

Claire jugaba con la orilla de la delgada manta bajo la que yacía. No creía que hablaría. Acababa de escucharla por primera vez unas horas antes. Casi me caí de la cama cuando empezó a hablar abiertamente.

"¿No me olvidarás?" Preguntó con un suave susurro, su voz baja y delicada. Se formaron lágrimas en mis ojos tan solo de pensar en olvidar alguna vez a mi pequeña cómplice.

"No, Claire. Como te dije antes, eres mi chica. Te amo muchísimo. No puedo imaginar mi vida sin ti en ella," respondí, limpiando una lágrima de mi rostro. Ella se giró cuando moví mi brazo, viendo cuando me sorbía la nariz y limpiaba mi rostro con el dorso de mi mano.

"No llores, Tiíta Bella. Te amo," susurró, levantando su mano para atrapar la última lágrima que de algún modo se me había escapado.

"También te amo, pequeña. Por siempre y para siempre," le dije, dejando un beso en la cima de su cabeza. Me sonrió contenta, cerró sus ojos y finalmente se quedó dormida en mis brazos.


Eran los primeros días de septiembre y hacía calor. El sol de Tennessee golpeaba a un hombre sentado en una banca en un parque cerca de un antiguo roble blackjack. El calor lo hizo sentir incómodo, sobre todo porque llevaba puesta una camisa con manga larga y jeans. Hojeó el periódico Daily News de Memphis buscando la sección de deportes, viendo a través de sus gafas oscuras, su gorra oscura inclinada sobre su cabeza. Al hojear las páginas en blanco y negro del periódico, vio a una familia joven a unas yardas de distancia.

El joven que observaba era alto con una figura ligeramente atlética. Estaba vestido de forma casual con pantalones de vestir una camisa blanca de manga larga que tenía los primeros botones desabrochados. Su cabello era del color del fuego, tornándose más rojo que el bronce durante el verano. Sujetaba una manta en sus manos y el hombre en la banca vio como la extendía en el césped bajo las ramas bajas de un árbol de sombra.

Una mujer hermosa con cabello del color de la caoba sonrió y rio por algo que él dijo mientras empujaba una carriola doble hacia un lado de la manta. La joven pareja abrió una canasta de mimbre que estaba cerca, y el hombre vio como ella le servía a su novio un plato de buena comida sureña preparada en casa. El hombre sonrió agradecido y la pareja comía en silencio, mirando ocasionalmente a los bebés que dormían tranquilamente en la carriola doble. De vez en cuando la joven miraba con coquetería a su novio a través de sus largas y gruesas pestañas, soltando unas risitas cuando le susurraba al oído; con una sonrisa engreída en su guapo y esculpido rostro.

Otras dos parejas y una niña con no más de diez años se unieron a la pareja, sujetando sus propias canastas de picnic. Uno de los hombres era grande y fornido, pero tenía una sonrisa gentil en su rostro con hoyuelos. Una mujer hermosa con la apariencia de supermodelo estaba a su lado, con un brazo rodeando la cintura de él y otro descansando en los hombros de la niña a su lado. El cabello de la mujer hermosa brillaba bajo la luz del sol, emitiendo un resplandor parecido a una aureola alrededor de su cabeza. La niña a su lado era delgada y pequeña con una trenza color rubio fresa que caía por su espalda. Su rostro estaba salpicado de pecas y le sonrió alegremente a la pareja sentada en la manta, con su boca y sus brazos moviéndose frenéticamente.

El hombre en la banca entrecerró sus ojos al mirar a la otra pareja. El joven al que miraba furioso tenía cabello rubio en rizos desordenados y ojos de un azul intenso. Tenía una perezosa sonrisa en su rostro… su sonrisa distintiva durante los últimos años. Traía puesta una camiseta azul cielo y unos jeans deslavados. Una chica como un duendecillo con corto cabello negro estaba frente a él, apoyada en él mientras la rodeaba con sus brazos. Ella levantó su cabeza, mirándolo hacia atrás y tuvieron un momento sin palabras que hizo que el hombre en la banca sintiera asco. No había nadie que el hombre en la banca odiara más que a Jasper Swan, salvo tal vez a Edward Cullen.

Al parecer era el cumpleaños de la niñita. Mientras las parejas extendían más mantas en el césped fresco, la rubia de buen cuerpo abrió un contenedor de plástico grande que contenía un pastel de chocolate hecho en casa. Colocó velitas de colores estratégicamente en la cima del pastel y Jasper encendió cada una de ellas con un encendedor plateado. Todos rieron, aplaudieron y le cantaron la canción de cumpleaños a la niñita que les sonrió a todos alegremente. Sopló las velas y cerró sus párpados, pidiendo un deseo en silencio. El hombre se rio entre dientes ya que estaba seguro que ella no había pedido el deseo que necesitaba pedir.

La familia finalmente abandonó sus rebanadas de pastel de cumpleaños y tomaron turnos pasándose a las gemelas. El sol del verano brillaba sobre sus cabezas y su cabello color bronce prácticamente brillaba bajo la luz del sol. Los ojos del hombre se entrecerraron cuando vio al objeto de su afecto, la única persona que había amado en toda su vida de adulto, acercarse a su prometido y permitirle que la pusiera en sus brazos. Todavía estaba torneada por el peso que ganó con las bebés y el hombre esperaba que perdiera los kilos demás por su embarazo. No se veía bien sin sus brazos y piernas delgadas que, incluso con su corta estatura, parecían seguir por kilómetros. Le gruñó a la pareja en desagrado, una ira al rojo vivo hirviendo en su interior. La chica era suya. Siempre había sido suya, desde que tenía diez años. Ella era todo lo que él había soñado, pero que ella no se permitía ser. Eso cambiará pronto, pensó, con una sonrisa malvada extendiéndose en su rostro. Si las cosas van de acuerdo a mis planes.

Ah, sí, pensó. Edward, Jasper, Emmett, y Carlisle Cullen… todos ellos pagarán muy caro lo que me hicieron.

Pero Edward pagaría primero, porque él tenía algo que le pertenecía.

Sonrió y murmuró para sí mismo, poniéndose de pie y metiéndose el periódico bajo el brazo al dirigirse también al monorriel, dejando a las familias felices. Silbando, esperó frente a la puerta pacientemente y abordó la enorme máquina cuando regresó. Observó a la gente por un rato, viendo una familiar cabeza con cabello negro entre una multitud cerca. Inclinó su cabeza, entrecerrando sus ojos, tratando de alcanzar a ver al hombre entre el gentío abordando el monorriel, pero la cabeza con cabello negro desapareció. James se rio y sacudió su cabeza. No, no podía ser quién pensó que era. No sería tan estúpido como para regresar a Memphis. No después de lo que James escuchó que le sucedió.

James pasó la mayor parte de la tarde viendo el picnic en el parque. Para cuando llegó a Front Street el sol empezaba a ocultarse poco a poco en la distancia, iluminando las sucias calles de Memphis con un suave resplandor anaranjado. Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, haciendo una mueca al ver su piel mutilada ya que el movimiento subió un poco las mangas de su camisa.

Las bajó, ocultando su piel dañada, maldiciendo a Bella en su interior por lo que le había hecho. Era una niña muy, pero muy mala. Se tomaría su tiempo castigándola por lo que le había hecho, pero finalmente la perdonaría. No era su culpa, después de todo. La familia Cullen la había entrampado por completo. Le lavaron el cerebro para convertirla en algo que no era. Ella no estaba destinada a ser madre, esposa, hija, hermana o tía. Se llevaría algo de tiempo convencerla de la verdad, pero él tenía sus formas de torturar a alguien para someterlo a su voluntad. Estaba seguro que Bella con el tiempo se quebraría. No se detendría hasta que lo hiciera.

James caminó por la acera hacia el estacionamiento donde escondió su vieja Chevy. Era un viejo pedazo de mierda, pero fue lo mejor que pudo conseguir considerando las circunstancias. La había robado en Mississippi, pero al dueño no le importaría.

La gente no tiene preocupaciones cuando está muerta, pensó, riéndose entre dientes al imaginar el rostro del hombre al que primero había asesinado y luego le había robado su vehículo. El rostro del hombre era tosco con un grueso bigote y marcado por años de errores y arrepentimientos. El tipo nunca pasaría su tiempo preguntándose lo que podría haber sido. James se encargó de eso por él.

El estacionamiento estaba oscuro y había estacionado la Chevy hasta el fondo, en el único espacio que encontró disponible. Un tipo de festival se celebraba en la calle Beale y los únicos sonidos en el estacionamiento era la ocasional carcajada ebria o chillidos de una alegre adolescente siendo manoseada por su novio.

Una sensación extraña e inquietante lo invadió al adentrarse a la penumbra del estacionamiento. Sus ojos se movieron rápidamente alrededor notando que varias luces estaban rotas.

Probablemente por un montón de chicos ebrios, pensó, sin darle importancia a la sensación y riendo al pensar en sus disparates. Fue entonces que ella apareció.

Una mujer bajita con una bata negra y no mucho más, salió de entre su Chevy y el Impala púrpura que estaba a su lado. La mujer llevaba un corsé negro y unos pantalones de cuero negro ajustados bajo la bata. La capucha cubría su rostro en sombras, bloqueándolo a la vista. Se quedó inmóvil al verla subir sus manos y tirar de la capucha de donde caía en su frente. Se veía joven, probablemente de unos veintitrés o veinticuatro años. Su rostro pálido como el de un vampiro y tenía brillantes ojos color avellana que lo miraban de forma solemne. Su rostro era delgado y estrecho, sus labios pintados de un atrevido color rojo, resaltando sorprendentemente contra su rostro pálido. James y la joven se quedaron ahí mirándose en silencio por un largo rato antes que ella finalmente hablara.

"¿Estás listo para el día del juicio, James Hunter?" Preguntó con voz baja, matizada con un toque de acento norteño.

James odiaba a los norteños, pero no le desagradaba esta mujer. No, no sentía nada más que miedo en su corazón. Su madre le contó historias de la parca cuando era un muchacho. La madre de James era Cajun, y una gran creyente de lo sobrenatural. Lo educó a fondo en esos temas. Sintió que sus estropeados brazos temblaban cuando la mujer continuó observándolo, su rostro carente de emoción.

"Por favor," susurró con tono suplicante, su voz sonando débil incluso para sus oídos. "¡Déjame en paz! ¡Perdóname la vida!"

La mujer buscó en su rostro por un momento. Qué buscaba, él no estaba seguro. Sus labios rojos finalmente se curvearon hacia arriba con una sonrisa amenazante.

"Suplica," demandó. "De rodillas."

James de inmediato cayó al suelo de concreto, con sus ojos mirando alrededor del estacionamiento oscuro, rogando en silencio que alguien notara lo que estaba pasando. Pero el estacionamiento estaba vacío. No había más risa ebria. No, la gente de esta ciudad estaba demasiado ocupada en la calle Beale para preocuparse por James Hunter. Estaban sentados en clubes de Blues, bares o comprando muñecos e incienso en las tiendas de vudú. James Hunter no era nada más que un fantasma para ellos.

"Por favor, perdóname la vida," suplicó, colocando sus manos extendidas en el suelo al mirar a la mujer. "Por favor, ¡haré lo que sea! Solo perdóname la vida." La sonrisa de la mujer se volvió incluso más rencorosa, aún más maliciosa al mirarlo con ira.

"Suplica mejor," susurró, cerrando sus ojos dramáticamente y volviendo a poner la capucha sobre su cabeza.

Levantó las manos frente a ella y la acción aterrorizó a James. ¿Qué clase de hechizo perverso estaba a punto de lanzarle? James empezó a suplicar con todo lo que tenía, rogando por su vida y sollozando yaciendo con su rostro contra el frío suelo de concreto. Finalmente su voz se apagó cuando lo venció el cansancio. Los únicos sonidos eran los ecos de sus sollozos en el edificio. De repente, una nueva voz femenina desconocida se escuchó en el enorme lugar.

"Muy bien, basta de esa mierda," dijo la voz, provocando que su corazón galopara en su pecho. "Te dejamos hacer esa mierda de la parca, Carmen. ¿Ya estás feliz?"

"Sí, Tia. Estoy súper feliz," la voz de la parca dijo con tono alegre.

"No sé por qué querías usar esa maldita bata, de todos modos," la chica llamada Tia bufó, irritada.

"Es para los efectos dramaticales, perra," Carmen espetó.

"Dramaticales ni siquiera es una palabra," gimió Tia.

James se arriesgó a mirar y vio a una mujer negra bajita con cabello corto ahora de pie junto a la parca. Llevaba puesta una camiseta con un personaje de animé al frente, unos jeans oscuros deslavados, y una mueca aterradora en su rostro. Mientras ella miraba a James con odio, él se dio cuenta que de pronto tenía más miedo de esta mujer del que sentía por la parca.

"¿Qué pasa, tú, bastardo sin polla?" La chica preguntó con una ceja levantada. "¿Carmen te está haciendo pasar un mal rato? No quiero decir que no te lo merezcas, ¡abusador de menores!"

"¡Pervertido!" Carmen gritó de pronto, pateándolo en las costillas con su bota de tacón alto. James hizo una mueca por el dolor, pero en el fondo sabía que tenía la ventaja sobre estas dos extrañas mujeres.

"Pedófilo," lo acusó Tia, sacudiendo su cabeza en disgusto.

Tenía un enorme Icee color azul y rojo en su mano que sin demora arrojó sobre su cabeza. Él se encogió cuando el dulce hielo saborizado se derramó sobre su pelo muy corto, un nuevo corte que adoptó para evitar que alguien lo identificara por su previo cabello largo.

"Pervertido sexual," Carmen dijo, sus ojos avellana brillando maliciosamente.

"Perra, un pervertido sexual tiene sexo con árboles y esa mierda," Tia alegó, colocando las manos en sus caderas y fulminando a la chica con la mirada. "Me refiero a que, él es un pedófilo y un violador de niños, pero no creo que sea un pervertido sexual."

"No, al pervertido sexual le gustan cosas sexuales que son consideradas anormales. Violación de menores y abuso sexual serían dos de esas cosas," Carmen discutió con su amiga.

"Estoy muy segura que significa que le gusta hacerlo con los caballos y las cabras," respondió Tia.

"No, esa es bestialidad," la corrigió Carmen, levantando su barbilla mientras su amiga la miraba con el ceño fruncido.

Mientras las dos chicas continuaban discutiendo entre ellas, James se levantó, sacudiéndose el hielo triturado del cuerpo. Las dos chicas no le prestaron atención cuando que una sonrisa malvada cruzó su rostro. Dio un paso hacia el frente, con imágenes de lo que planeaba hacerles pasando por su mente. Su bota ni siquiera tocó el suelo cuando sintió el frío cañón de metal de un arma presionada contra la parte de atrás de su cráneo.

"No haría eso si fuera tú," una familiar voz masculina dijo arrastrando las palabras. "Esas chicas se ponen de muy mal genio cuando alguien interfiere."

James se volvió despacio y miró con horror al hombre que empuñaba el arma apuntando a su cabeza. Era G, el que alguna vez fue miembro de la milicia en la que James pasó una intrincada cantidad de tiempo. A James nunca le agradó G. Era jodidamente impetuoso y engreído, siempre creyendo que era un poco más listo que todos los demás a su alrededor. James entrecerró sus ojos al ver a su viejo conocido que simplemente le sonrió en respuesta. Un cigarrillo colgaba de sus labios y G le dio una profunda calada antes de escupirlo y exhalar el humo en el rostro de James.

"¿Dónde está Leah, James?" G preguntó, la sonrisa engreída desapareciendo lentamente al mirar a sus ojos fríos y opacos. "¿Dónde está mi hermana adoptiva?"

"¿Leah? ¡Leah está en prisión!" Dijo James, sus ojos amplios por la sorpresa. "Pensé que sabías eso, G. Creí que todos sabían eso."

"¿Esperas que crea que saliste de esa cabaña ardiendo sin ayuda?" G preguntó, entrecerrando sus ojos con desconfianza.

"¡Sí, G! ¡Lo juro! ¡Me solté y salí por mi cuenta de la cabaña! ¡No me dispares G! ¡Por favor, no me dispares!"

G inclinó su cabeza hacia un lado, buscando poco a poco en el rostro del hombre cualquier falsedad en su declaración. Gruñó cuando no encontró ninguna, amartillando su arma y presionándola con firmeza en su frente. Los ojos de James se abrieron con horror. Abrió su boca para hablar pero fue interrumpido por el sonido de disparos. Las dos chicas chillaron cuando la parte de atrás de su cabeza explotó, salpicando el Impala de sangre y masa encefálica. James se quedó ahí por un segundo, sus ojos aún abiertos mirando al sonriente G. Su cuerpo de pronto se puso flácido como un fideo y cayó redondo al suelo como una sangrienta piedra.

"Ew, me salpicaste sangre, G," murmuró Carmen, limpiando las gotas rojas de su rostro con la manga larga de su bata.

"Lo siento querida. Te lo compensaré más tarde," le dijo con una sonrisa, haciéndola reír y que sus mejillas se tornaran rojas.

"Dios, consíganse una habitación. Fenómenos," murmuró Tia, pateando a James con la punta de su tenis. "¿Estás seguro que está muerto? Por lo general, esta es la parte de la historia donde el supuesto tipo muerto se levanta y dice '¡Aghhhhh!'"

Los tres se quedaron ahí por un momento, mirando al hombre muerto que aún no se había movido. La sangre se acumulaba bajo su cabeza, escurriendo hacia donde estaban paradas las chicas. Las dos retrocedieron para evitar que sus zapatos se ensuciaran más de lo que ya estaban.

"Na, está muerto," proclamó G, mirando alrededor del estacionamiento y luego a su reloj. Justo como estaba programado, un coche negro entró al estacionamiento, dirigiéndose rápidamente hacia su dirección. Un hombre grande y musculoso con ojos y cabello castaño salió del coche, guiñándole un ojo a Tia y abriendo el maletero. Ella le sonrió en respuesta y se recargó en el Chevy viendo como G y Sam arrojaban rápidamente el cuerpo en la parte trasera del coche sobre una lona.

"Llámame más tarde, T," Sam dijo con una brillante sonrisa. "Acabo de conseguir la nueva película de Naruto por correo. La ordené solo para ti."

"Fanputástico," Tia sonrió con suficiencia, dándole una sonrisa que igualaba la de él.

"¿Ya terminamos de matar gente?" Carmen les preguntó a los chicos, quitándose su bata y esponjando su cabello aplastado.

"Casi," respondió G, sacando una botella de cloro del maletero donde James lo miraba inexpresivo.

G desenroscó la tapa y lo vertió sobre el charco de sangre en el concreto. Le hizo un gesto a Carmen para que le diera su bata y ella lo hizo. La arrojó sobre el charco, agachándose y limpiando el desastre. Cuando quedó convencido que había dejado poca evidencia, arrojó la bata a una bolsa de basura que sacó del maletero.

"¿A qué te refieres con 'casi'?" Preguntó Carmen, su rostro retorcido con aire pensativo.

"No estoy seguro que Leah realmente esté en prisión," respondió G, encogiéndose de hombros.

"Bueno, eso es bastante fácil de averiguar. Simplemente lo investigaría en el internet. El sitio web del Departamento de Instituciones Penitenciarias tiene las fotos y la información de todos los reclusos," Carmen respondió, sacando su móvil de su bolsillo.

"Las apariencias pueden engañar, cuando conoces a la gente adecuada," murmuró G, cerrando el maletero con fuerza y encendiendo otro cigarrillo. "Las cosas pueden planearse. Puede hacerse que la gente parezca estar en lugares donde en realidad no está."

El olor a cloro y humo flotaba alrededor del grupo que sorprendentemente no tenía prisa por abandonar el área. ¿Y por qué deberían tenerla? G y Sam se aseguraron de destruir cualquier maldito video de seguridad del área. Los meses que G siguió a James finalmente habían rendido frutos, y lo triste es que Bella nunca lo sabría. Nunca sabría lo que su pequeño grupo de amigos había hecho por ella, cómo habían arriesgado sus vidas.

"Espera. ¿Leah es la perra con la espada y el látigo?" Tia preguntó, recordando la increíble historia que Bella le contó una vez de la invasión a su hogar.

"Es ella," confirmó G, dándole una profunda calada a su cigarrillo, sus ojos de pronto pensativos y serios.

"Oh, demonios no. No me meto con espadas y látigos. Están por su cuenta con esa mujerzuela. Estoy fuera. Llámame Sam… cuando se deshagan de ese pendejo sin polla."

"Pervertido sexual," murmuró Carmen, siguiendo a su amiga de cerca. Las dos desaparecieron en la oscuridad dejando a Sam y G, sacudiendo sus cabezas y riéndose entre dientes por sus dos chicas.

Sam entró en el coche oscuro y G lo siguió con aire despreocupado, acompañándolo en el lado del pasajero. G arrojó el filtro de su cigarrillo por la ventana al mismo tiempo que los dos salían lentamente del estacionamiento hacia la noche. Sus ojos se posaron en un edificio de departamentos que pasaron; un edificio de departamentos donde alguna vez vivió una joven, creyendo que realmente se ocultaba del mundo.

"Leah está en prisión," Sam habló, rompiendo el silencio entre los dos hombres. "Edward y Carlisle se aseguraron de ello. Edward es muy minucioso en todo, sobre todo cuando se trata de Bella."

"Oh, sí, Edward es simplemente perfecto, ¿no es así?" G sonrió con sarcasmo, mirando a Sam de soslayo. "¿Es por eso que le mintió a Bella sobre la chica Bree provocando una escena en su oficina? ¿Cuándo la verdad es que fui YO el que provocó la escena?"

Sam hizo una mueca, recordando el día en que miró a los ojos de Bella y le mintió descaradamente. G se presentó a la oficina de Edward ese día, demandando hablar con él. Sam y Ben dejaron la casa de Edward y Bella con el pretexto de ayudar a su jefe a sacar una chica de su edificio. Bella debió saber que estaban mintiendo. No se necesitaba de tres hombres adultos para sacar a una chica de cuarenta y tres kilos de un edificio.

La verdad, la fría y dura verdad era que ese día G llegó a la oficina de Edward a pasar algo de información importante. El rumor entre su muy unido círculo de amigos era que James nunca murió en ese fuego. De alguna forma escapó, con o sin ayuda de alguien más, seguía siendo un misterio.

Se rumoreaba que Jacob Black contrató a Leah después que James abordara a Jacob, ofreciendo ayudarlo a asesinar a Edward Cullen. Jacob contrató a Leah para ayudar a secuestrar a Bella y asesinar a Edward. Lo que nadie planeó fue que Jacob y Leah se enamoraran en secreto.

Cuando Leah se enteró que Edward asesinó a su amante, hizo su misión personal quitarle a Edward lo que más amaba. Bella Swan. Garrett no creía que Leah realmente estuviera en prisión. No, creía que Leah se ocultaba en el bosque cerca de la cabaña quemada, esperando y vigilando. Estaba ahí esperando su venganza.

"Espero que de verdad esté en prisión, Sam, mi amigo," dijo Garrett con voz cansina, sacando su móvil de su bolsillo y encendiéndolo.

Miró fijamente al rostro relajado de la persona cuya foto de recluso brillaba en la pantalla. La foto le decía todo lo que necesitaba saber. Le dijo que Leah, realmente estaba encerrada en la prisión de Georgia. De veinticinco años a cadena perpetua por un viejo homicidio que cometió, pero no lo hizo sola. Un nudo de culpa se formó en su vientre pero en seguida lo desechó al apagar su móvil y meterlo al fondo de su bolsillo.

"¿Son lindas las niñas?" Preguntó de pronto, mirando a los asustados ojos castaños de Sam. Él asintió despacio, con una pequeña sonrisa afectuosa en su rostro.

"Sí, son niñas lindas. Tienen el cabello de Edward, pero se parecen a Bella."

Garrett asintió con aire pensativo cuando Sam se detuvo frente al motel de mala muerte donde Garrett había vivido los últimos meses. Se separaron, los dos asintiendo en silencio al otro mientras Sam volvía a la oscura carretera de Tennessee.

Mientras estaba ahí, reflexionó en el hecho que las hijas de Bella y Edward tendrían una infancia con la que ni Garrett, ni Bella habían soñado. Nunca se preocuparían por ser golpeados o abusados o irse a la cama con hambre por las noches. Bella era la madre perfecta; dulce, maternal y lo bastante disfuncional para mantener las cosas interesantes, pero sin riesgo. Edward defendería a Bella y a sus hijas con su vida. Era protector hasta el punto de ser dominante, lo que no era necesariamente algo malo, al menos, no en esta situación.

Pero aun así, Garrett decidió que era mejor prevenir que lamentar. Los sonidos de Gladys Knight cantando 'Midnight Train to Georgia (2)' salían por las ventanas rotas de una casa en ruinas. Sonrió para sí mismo, pensando en que posiblemente era un presagio… tal vez karma. ¿Quién sabe? Se encogió de hombros, sin saber ya qué creer. Solo había una persona en la que había podido confiar en su vida; él mismo.

Garrett se quedó ahí por un momento antes de sacar su teléfono una vez más, buscando en su lista de muchos contactos hasta que encontró el número que necesitaba. Presionó el número con su pulgar y puso el teléfono en su oído, sus ojos recorriendo la calle desierta frente a él.

"Amtrak. ¿Cómo puedo ayudarlo?" Una aburrida voz femenina preguntó con un bostezo.

"Necesito comprar un boleto de tren," murmuró Garrett, colocando un cigarrillo entre sus labios y encendiéndolo. "De ida."

"Bueno, señor, estaremos encantados de ayudarle. ¿A dónde viaja?" La voz inquirió, de pronto animada con la posibilidad de trabajo.

"Georgia," dijo Garrett arrastrando la palabra con una sonrisa nostálgica, dándole una profunda calada a su cigarrillo y echando le humo por su nariz. "Voy a ver a una vieja amiga a Georgia."

EL FINAL


(1) Paula Ann Hiers Deen (19 de enero de 1947) es una celebridad y chef estadounidense. Deen reside en Savannah, Georgia, donde ella posee y opera el restaurante "Lady & Sons" con sus hijos, Jamie y Bobby Deen. Ha publicado catorce libros de cocina.

(2) Tren de la medianoche a Georgia


Pues sí, hemos llegado al final de esta historia. Con todos los dolores de cabeza que Garrett le causó a Edward, sin duda le fue de ayuda ahora deshaciéndose de James, AL FIN, y ahora va a asegurarse de que Leah no sea un problema para Bella y sus hijas. Y esa última escena de Bella y la osita Claire awww, ¡me encantó! Bella se dio cuenta de lo que la presencia de las gemelas significaría para Claire, por lo visto, creía que ahora Bella ya no le prestaría atención. Pero es evidente que lo que le dijo Bella le ayudó, porque como vimos en esa escena del parque, Claire se comportaba ya como una niña normal. Esta autora no acostumbra dejar epílogos chorreando de miel por lo que acaban de ver. Si leyeron bien, ya habrán notado que aunque fue un final feliz para Bella y Edward, y James murió. Antes de morir consiguió hacerle daño a Bella una vez más, aunque ella no se hubiera dado cuenta :( ¿Se dieron cuenta cómo? Esperaré ansiosa sus reviews para ver si lo captaron y lo comentaremos en mi grupo ;)

Así que, muchas gracias por acompañarme una vez más en otra traducción. Primero le doy las gracias a mi compañera de aventuras desde hace algunos años, muchas gracias por tu ayuda Erica Castelo. Y ahora les agradezco a ustedes, mis queridas lectoras, por leer, pero más que nada les agradezco por ser agradecidas y dedicar unos minutos de su tiempo después de cada capítulo para dedicarme unas palabras. Por ustedes seguimos aquí. A mis queridas revoltosas, gracias por seguir animándome. Gracias a todos por sus follows, sus favoritos, sus me gusta y comentarios en Facebook. Los aprecio muchísimo, pero les agradeceré aún más que si son lectoras anónimas, por lo menos ahora se tomen unos minutos para dar las gracias, no solo a mí, sino principalmente a la autora original de esta historia, 'Hoodfabulous'. Como siempre, el link original de la historia está en mi perfil o si están en mi grupo en Facebook 'The World of AlePattz', dejaré el link fijo en la parte superior. Las animo a dar su propia opinión de la historia en español, es mejor que ustedes expresen su propia opinión a que yo les diga qué escribir. Y al final, pueden añadir:

Thank you so much for allowing the translation of this story. You're an amazing writer! Greetings from (su lugar de origen)

Ya saben, copien y peguen ;) y no olviden que ustedes son los que mantienen vivo el fandom con sus reviews. Es lo que alienta a autoras a seguir escribiendo, a traductoras a buscar buenas historias y traducir para ustedes, y a las autoras en inglés las alienta a dar más permisos de traducción. Y a ustedes no les cuesta nada, más que unos minutos de su tiempo. Sean agradecidos.