Hi there! *waves* I'm so excited to share with you this story from the great author Hoodfabulos. Thank you sweetie to give your permission for this translation ;)
Enjoy!
¡Hola! *saluda con la mano* Estoy muy emocionada de compartir con ustedes esta historia de la gran autora Hoodfabulos. Gracias, cariño por dar tu permiso para esta traducción ;)
¡Qué la disfruten!
Como de costumbre, no puede faltar el descargo de responsabilidad :P Estos personajes no son míos, pertenecen a Stephanie Meyer, y la historia a la genial Hoodfabolous, yo solo traduzco.
Y gracias como siempre a mi leal compañera, Beta y amiga, Erica Castelo por seguir apoyándome y ayudándome a mejorar mi ortografía ;)
NT: La autora advierte que esta obra de fanfiction contiene temas delicados así que por favor, lean a su discreción.
CAPÍTULO UNO: PINOS DE MISSISSIPPI
Fue solo casualidad, o un antojo nocturno de helado con galletas de chocolate, lo que me llevó a estar acostada boca abajo en el pasillo cinco de una pequeña tienda de comestibles en una parte algo turbia de Memphis a las dos de la mañana.
Al frente de la tienda estaban dos hombres enmascarados con armas, robando la tienda. No había estado prestando atención a mi entorno cuando me encaminé hacia la sección de refrigeración, y ahora me di cuenta que estaba rodeada por tampones súper absorbentes y maxi toallas de un pie de largo. Genial, voy a morir en el pasillo de la higiene femenina. Vaya suerte.
A mi izquierda, también boca abajo, estaba una chica pequeñita de cabello azabache; una belleza amazona con buen cuerpo y cabello rubio; y un hombre delgado con pantalones de reluciente cuero, una camiseta corta y su cabello castaño oscuro luciendo un corte con las puntas decoloradas. Era una verdadera burla de corte, y en seguida me di cuenta antes de que el hombre siquiera abriera la boca, que era gay. Las chicas estaban relativamente calmadas. Su amigo no.
"¡Oh Dios mío, Roooose! ¡Vamos a morir!" Sollozó y se lamentó de forma bastante ruidosa considerando que atraer atención indeseada no era la mejor idea. "¿Qué vamos a hacer? ¡Nuestro último viaje a Las Vegas! ¡Celine Dion! ¡Nunca podré verla en concierto!"
"¡Cierra la boca!" Lo reprendió la diosa amazona con los dientes apretados, sus brillantes labios rojos extendidos contra sus blancos aperlados. "Vas a conseguir que nos maten."
"¡Piensa, Rose! ¡Piensa!" Gimió, con sudor formándose en su frente, y manchas negras debajo de sus llorosos ojos azules. ¿Estaba usando delineador de ojos? "¡Esta es tu especialidad… salir de estas situaciones! ¡Haz algo!"
"Si ustedes dos podrían por favor, bajar la voz, estoy formulando un plan en mi mente. ¡Pero es algo difícil hacerlo con ustedes dos parloteando!" La chica pequeña de cabello oscuro susurró.
Estaba inquieta y prácticamente vibraba de la emoción. Sus ojos estaban brillantes y moviéndose rápidamente para todos lados, observando todo al mismo tiempo. Sus ojos se lanzaban hacia sus amigos y luego hacia mí.
Rompí su mirada cuando uno de los hombres enmascarados venía trotando por nuestro pasillo. Estaba vestido todo de negro, de la cabeza a los pies, como de un metro setenta de altura y con los pies severamente torcidos por la forma en que andaba. Ojos castaño oscuro nos fulminaban con la mirada a través del agujero de su máscara. El único otro rasgo distintivo del hombre era que sostenía una pistola negra relativamente pequeña.
El teatro y producción del hombre delgado cerca de mí se disolvió en silenciosos sollozos a medida que el hombre enmascarado se acercaba. Me miró a los ojos y rápidamente volví a plantar mi mejilla derecha en el suelo sucio del pasillo cinco. Mi corazón latiendo con tanta fuerza en mi pecho, que imaginé mis vecinos podía sentirlo a través del suelo. Con mi rostro posicionado hacia ellos, noté que la chica del cabello azabache y el hombre delgado me imitaban, con el rostro en el suelo, mirando a todas partes menos a nuestro asaltante.
"Muy bien, gente. Escuchen," el hombre enmascarado nos gruñó. "Entréguenme sus bolsos, carteras, joyas, y cualquier cosa valiosa que traigan con ustedes."
A regañadientes, metí la mano en el bolsillo de mis jeans, sacando el miserable rollito de dinero de las propinas que había ganado esa noche sirviendo mesas. Se lo di al hombre con una mano temblorosa. Me lo arrebató, mirando al patético rollo con una mirada incrédula. Mis vecinos empujaron hacia él relojes que se veían costosos, pendientes, y bolsos de diseñador, pero él nunca bajó la vista. Su mirada pasó de mi rollo sudoroso de plata a mis aterrados ojos castaños.
"¿Esto es todo lo que tienes?" Demandó con un tono incrédulo, apretando la plata en su mano izquierda mientras me apuntaba con su derecha.
"S…s…sí, señor," respondí en voz baja, mi cortesía acostumbrada haciéndose presente.
Al ser criada en el sur, era naturalmente educada con todos, incluyendo el hombre que estaba empuñando un arma contra mí.
Los ojos del hombre cambiaron rápidamente en ese momento de malvados a ligeramente maniáticos y divertidos. Vi a través de mis lágrimas al agujero debajo de sus ojos cuando empezó a lamerse los labios. Sus ojos comenzaron a brillar y se puso de cuclillas cerca de mí. Encogiéndome y girado la cabeza, miré a los ojos de la pequeña chica de cabello azabache y su mirada compasiva. Había una expresión de comprensión y dolor grabada en su rostro como si supiera lo que estaba a punto de pasar y sentía profunda lástima por mí.
Un peculiar nudo comenzó a formarse en la boca de mi estómago y una oleada de reconocimiento y dolorosos e indeseados recuerdos me asaltaron cuando yo también comprendí lo que estaba a punto de ocurrir.
"Bueno, entonces, supongo que tendrás que pagarme de otras formas," el hombre siseó, agarrando un puñado de mi cabello y retorciéndolo dolorosamente en su mano.
Me despegó del suelo y grité por el dolor y el horror, y me levantó con piernas temblorosas. Grité en protesta y se detuvo, por momento, y me dio una opción.
"Bien. Si no quieres pagarme tendré que cobrarme con alguien más," gruñó, su mirada posándose en las dos mujeres a sus pies.
Miré a sus ojos, simultáneamente enojada y asustada. La diosa rubia me fulminó con la mirada y la pequeña chica de cabello oscuro solo me miró solemnemente como si ya conociera su destino. ¿Pero cómo podía hacerle eso a alguien? ¿Cómo podría voluntariamente infligir dolor y horror en una persona inocente? No podía ser como este hombre junto a mí. Así que hice lo que tenía que hacer.
"Tómame a mí," susurré, con lágrimas formándose en mis ojos.
El hombre dio una carcajada maniática y retorció mi cabello con más ganas en su mano. Me deslicé por el suelo mientras me arrastraba por el pasillo, ignorando las protestas de mis anteriores compañeros del pasillo cinco.
"Tony," el hombre ladró al acercarse al frente de la tienda.
Tony estaba vaciando una las de las registradoras. Un adolescente que llevaba una fea bata azul yacía cerca, tan quieto como si estuviera muerto mientras sangre goteaba de su nariz. Suspiré en alivio cuando el pecho del muchacho se elevó y cayó periódicamente, indicando que estaba, de hecho, vivo. Tony dejó por un momento lo que estaba haciendo para mirar a mi agresor y luego a mí, con veneno en sus ojos.
"¿Qué estás haciendo, Vic?" Escupió, sacando el resto de la plata y cerrando el cajón con fuerza. "Tenemos que terminar aquí y salir antes de que se presenten los policías. No voy a volver a la cárcel."
"No voy a tardar mucho," Vic escupió en respuesta, retorciendo mi cabello en su mano con un poco más de fuerza y riéndose por el aullido de dolor que escapó de mis labios. "Tengo que cobrarme con esta pequeña zorra y luego podemos irnos. Hay todo tipo de objetos de valor en el pasillo cinco cerca de las viejas de apariencia costosa. Agarra las cosas y déjame terminar con ella. Voy a ver si esa boca del sur sabe tan dulce como se escucha."
Tony asintió con un gesto adusto, demandó que se apurara, y lo siguiente que supe fue que estaba siendo arrastrada a la parte trasera de la tienda, pasando una vez más el pasillo cinco, e ignorando los patéticos ojos llenos de compasión de sus ocupantes al entrar a una pequeña oficina. Vic cerró con un portazo detrás de él, empujándome contra un desvencijado escritorio de metal. Colocó el arma cerca, en un archivero de metal, y lentamente empezó a acecharme. Mi trasero se presionó dolorosamente en el escritorio al intentar con todas mis fuerzas alejarme de él mientras se acercaba.
"No hay salida, no hay forma de escapar," susurró, acercándome a él con rudeza, sus manos como tenazas sujetando mis antebrazos.
El dolor me atravesó cuando apretó mis brazos con fuerza. Presionó sus labios a los míos y forzó su lengua dentro de mi boca, haciendo que se me revolviera el estómago. Las ganas de vomitar sobre él fueron casi imposibles de aguantar cuando nuevos recuerdos invadieron mi mente.
Flashbacks de la última vez que me pasó esto pasaron rápidamente por mi mente. La persona en que pensé me había convertido mientras estaba en esa diminuta oficina, se transformó en alguien enteramente diferente. La voluntad de vivir se disparó por mi cuerpo. No moriría. Este no sería mi fin. Tal vez no tenía una gran vida, pero era una vida, y era mía. Iba a luchar por ella, incluso si terminaba por matarme.
Así que hice algo descabellado, tan atrevido, que incluso tomé desprevenido al matón. Le respondí. Le devolví el beso, tratando de imaginarme al tipo sexy en la cubierta de los libros de vampiros de los que recientemente me había vuelto adicta. El hombre se perturbó tanto cuando mi lengua se arremolinó en la suya que su agarre en mis brazos se aflojó y por un momento se apartó de mí, mirándome con una expresión inquisitiva, y me soltó. Retrocedió e inclinó su cabeza hacia un lado y se me quedó mirando confundido.
"No quiero morir virgen…" Dije con un susurro entrecortado, con la esperanza de sonar seductora, aunque por lo general creía haber nacido sin esa característica.
Retorcí un largo mechón de cabello castaño alrededor de mi dedo y batí mis pestañas de una forma cautivadora.
El hombre gimió de placer, pero antes de que pudiera dar un paso hacia mí, tomé toda mi ira y hostilidad y la utilicé para empujar la parte inferior de la palma de mi mano en su nariz. Su cabeza, por la fuerza, cayó de golpe hacia atrás. Gritó y agarró su rostro cuando la sangre empezó a empapar su máscara negra, haciendo el color más oscuro. Cuando sus manos subieron a su rostro, agarré sus hombros y empujé mi rodilla derecha tan fuerte como pude en su entrepierna. El hombre se dobló, cayendo al suelo, y empecé a patearlo con mis botas vaqueras de piel marrón talla siete… mis favoritas con costuras de un patrón floral.
Él continuó gritando mientras lo pateaba una y otra vez. Empecé a golpearlo con mis puños; mi delgada blusa blanca se cubrió de sangre. Mi visión se tornó roja y luego negra, inundada con el rostro de otro hombre mientras golpeaba a mi atacante. Él gritó después de cada golpe. Como me estaba sintiendo un poco cansada, me alejé de él y agarré el arma de encima del archivero. Mi mente quedó en blanco cuando apunté el arma a su rostro, haciendo caso omiso de las súplicas por su vida, y apreté el gatillo. Se escuchó un decepcionante clic. Me le quedé mirando el arma, confundida al tirar del gatillo una y otra vez solo para escuchar el clic.
"No… no está cargada," el hombre jadeó, por la sangre que por un momento cortó su respiración.
Caminé hacia él, furiosa porque este hombre había tenido el descaro de asaltar una tienda y atacarme con un arma descargada. Fue casi cómica la forma en que retrocedió alejándose de mí, resbalándose y deslizándose con los papeles que habían caído del escritorio y cubierto el suelo de la oficina. En un segundo estaba de nuevo sobre el hombre y lo golpeé con la pistola dejándolo inconsciente.
Limpié el arma a fondo con la camiseta del hombre y la arrojé al suelo bajo el escritorio.
Con vacilación, quité la máscara de su rostro y miré al hombre sorprendida. Era solo un adolescente. Probablemente no mucho más joven que yo, con rasgos suaves pasando por alto la paliza y los moretones que le di. Me erguí, desechando la oleada momentánea de compasión, y saltando por la sorpresa cuando la puerta de la oficina se abrió.
La mujer rubia, Rose, irrumpió por la puerta, empuñando su propia arma, y mirando frenética alrededor de la habitación. Me miró a mí primero, y luego sus ojos finalmente se posaron en mi agresor en potencia, inconsciente en el suelo.
"¿Está muerto?" Preguntó, poniéndose de cuclillas y presionando los dedos de su mano libre contra un lado de su cuello.
Después de varios segundos de revisar su arteria carótida, y sin respuesta de mi parte, finalmente murmuró una respuesta a su propia pregunta.
"Tiene pulso. Es débil, pero está ahí." Se enderezó y miró de mí al hombre en el suelo. "¿Tú hiciste todo eso?" Preguntó, levantando sus cejas y mirándome de arriba abajo con incredulidad.
"¿Quién más podría haberlo hecho?" Le dije con brusquedad, limpiándome las manos en mis jeans y sintiendo finalmente el peso del estrés de esta noche.
Ella me entrecerró los ojos y me respondió de la misma forma, "Dios, no tienes que actuar como una completa…"
Rose inmediatamente fue interrumpida por la pequeña chica de cabello oscuro que irrumpió por la puerta como en una redada.
"¡OhDiosmíoestásbiengraciasaDios!" Chilló, agarrándome y apretándome en un abrazo de oso.
Miré boquiabierta a la diminuta mujer apretándome hasta la sumisión, mientras saltaba arriba y abajo emocionada.
"¡Cómo pudiste hacer algo así, tú, estúpida chica desinteresada!" Gritó, soltándome y meneándome un dedo.
Mi boca se abrió y cerró como un pez jadeando por aire, pero seguía sin poder decir una palabra ya que volvió a chillar. "¡Vamos a ser las mejores amigas, solo espera y verás!"
"Cálmate, Alice," Rose la regañó, rodando los ojos, levantando su cabeza de forma engreída y mirándome con desprecio. "Ni siquiera la conoces. Probablemente nunca la volverás a ver, y además, solo es una plebeya."
"¡Una plebeya!" Alice gritó, mientras yo fulminaba a Rose con la mirada.
En serio, ¿quién se cree que es? Me sacrifiqué con ese matón ¿y esas son las gracias que recibo de ella?
"¿Quién te crees que eres?" Escupo, mirando furiosa a Rose. "¿La reina de Inglaterra?"
"No, solo la hija del senador," respondió con suficiencia, sus ojos mirándome aún más entrecerrados.
¡Esta chica era exasperante! Antes de que pudiera pensar en una respuesta, su amigo entró por la puerta.
"¡Los policías están aquí, chicas! ¿Quieren que…? ¡arrrrggghhh!" Gritó cuando me vio, presionando una mano en su corazón, y alejándose de la puerta. "Puaj. ¡Estás cubierta de sangre! ¡Asqueroso!" Dio una arcada.
Se dobló dramáticamente y tomó respiraciones profundas. "Déjenme alinear mis chacras… silencio, por favor," demandó.
"De acuerdo, esta es la conversación más extraña que he tenido en mi vida. ¿La policía está aquí?" Verifiqué.
El hombre finalmente se enderezó, arrugando su nariz en repugnancia, y me asintió. Noté que llevaba puesto un llamativo cinturón plateado con una vistosa hebilla que gritaba 'Mike'.
"De acuerdo, Mike, ¿qué le pasó al otro asaltante?"
"Él está… indispuesto," Alice soltó una risita, aplaudiendo y rebotando por todos lados como un palo saltarín. "Después que ese tipo te llevó con él, Rose y yo tomamos por sorpresa al otro tipo. Solo digamos que no va a despertar por unas horas, si es que lo hace."
El piojito se veía considerablemente orgullosa de sí misma. Frotó sus manos como un villano, con un brillo malvado en sus ojos. Me estremecí al sentirme temporalmente asustada de la pequeñita.
De repente, escuchamos a la policía llamando a todos para que salieran. Rose dejó caer el arma que sostenía y salimos de la oficina, con las manos en alto. Mi interior se llenó de miedo.
"Yo… no puedo hablar con los policías," siseé y Rose me dio una mirada con auténtica curiosidad.
"¿Por qué?" Preguntó con desconfianza, mirándome con desprecio como si fuera un insecto.
No le respondí, simplemente los seguí fuera de la oficina y entrando a la tienda, temiendo lo que estaba por suceder. No podía permitir que la policía averiguara quién era yo. Mi nombre podría ser publicado en periódicos, y me devané los sesos buscando ideas para evitar eso. Solo una idea funcionaría y esa sería simplemente mentirle a la policía. Odiaba mentir. Odiaba a los mentirosos en general, pero esa era la única solución que se me ocurrió.
Ignorando a Rose, mantuve la boca cerrada. Mientras caminábamos por el ahora conocido pasillo cinco, un policía robusto con el pelo de un rojo encendido y un elegante uniforme color azul marino nos recibió. Vio mi maltratada apariencia y me interrogó brevemente mientras otro policía se llevaba apresuradamente a mis nuevos amigos. Expliqué rápidamente lo que había ocurrido e hice un gesto hacia la habitación del fondo donde yacía el otro asaltante. El policía se alejó y me di cuenta que ni siquiera preguntó mi nombre.
Al pasar por la tienda hacia la puerta principal, fui ignorada completamente por los otros clientes y policías. Finalmente logré salir y quedé en medio de un manicomio. Había patrullas por todas partes, sus luces destellando rítmicamente contra los oscuros edificios y los espectadores curiosos. La multitud de personas estaba contra la cinta amarilla de precaución, tratando de ver bien lo que estaba sucediendo en su vecindario. Camionetas de noticias estaban estacionadas precariamente en la calle. Una mujer curvilínea y bronceada con el cabello parecido a un casco y mucho maquillaje estaba parada frente al camarógrafo, y pude captar parte de su trasmisión.
"Si acaba de sintonizarnos, estamos en vivo afuera del mercado de la calle 158. Aproximadamente a las dos de la mañana, dos hombres intentaron robar la tienda y finalmente fueron detenidos por algunos de los clientes. Los detalles del robo se desconocen por el momento, pero nuestras fuentes dicen que Rosalie Hale, hija del Senador de Tennessee John Hale, y Alice Cullen, hija del magnate inmobiliario y presunto jefe del crimen local Carlisle Cullen, estaban en la tienda en el momento del robo. Su papel en este incidente se desconoce por el momento, pero fuimos informados por la policía que fueron simples víctimas y no estuvieron involucradas en el intento de robo."
Mientras la reportera continuaba charlando a la cámara, dos policías musculosos ayudaron a salir a Rose, Alice y Mike de la tienda. Las cámaras empezaron a destellar junto con las luces de las patrullas, y de repente la calle pareció iluminarse.
Retrocedí hacia la cinta amarilla, esperando de alguna forma fundirme entre la multitud y desaparecer en la noche. De pronto, cuando mis anteriores secuaces seguían a los oficiales de policía hacia la patrulla y la ambulancia más cercana, se pudo escuchar a un hombre gritando frenéticamente sobre toda la conmoción, y todos parecieron pausar y quedarse callados.
"¡ALICE!" La voz masculina gritó en frenesí, y un hombre atravesó la multitud, su rostro cubierto de preocupación. "¿Dónde está mi hermana?" Gritó, abriéndose paso entre la multitud y agarrando la cinta amarilla.
De pronto la multitud cobró vida, gritándole al hombre. "¡Edward! ¡Por aquí, Edward!"
La mujer reportera pareciera estar a punto de desmayarse, y Alice corrió gritando hacia el hombre. "¡Estoy bien, Edward! ¡Estoy bien!"
Edward atravesó la cinta amarilla como si fuera mantequilla, y la vi ondularse al caer al suelo. Él corrió hacia Alice y la giró como una muñeca de trapo mientras ella reía. Entonces se detuvo, la puso en el suelo, y le dio una larga mirada.
"¿Estás bien? ¿Te lastimaron?" Preguntó frenéticamente, viendo su apariencia.
Ella sacudió su cabeza diciendo que 'no'. Él la abrazó rápidamente otra vez mientras veía hacia el cielo y al parecer diciendo una plegaria en silencio.
"Había una chica. ¡Ella nos salvó!" Alice chilló, y mi corazón se detuvo por un segundo en mi pecho antes de correr a todo galope.
"¿Quién te salvó?" Preguntó, sus cejas gruesas y oscuras arrugadas en confusión, mirando al frente de la tienda.
Finalmente salí abruptamente de la confusión a la que había sucumbido y empecé abrirme paso entre el grupo de gente justo cuando los ojos de Alice se posaron en mí.
"¡Ahí está ella!" Gritó, señalándome directamente. "¡Esa es la chica que nos salvó!" Su rostro esbozó una sonrisa.
La multitud, la reportera con la cabeza de casco, y el hermano de Alice, todos miraron en la dirección a la que Alice estaba señalando, y sentí el peso de los que parecieron ser un millón de ojos sobre mí, pero solo unos parecían importar y esos pertenecían a Edward.
Eran verdes, pero ni siquiera la palabra verdes podría describir adecuadamente sus ojos. Incluso casi en la oscuridad, y a varios metros de distancia, podía distinguir el tono exacto de verde. Los ojos de Edward eran de un vívido verde pino, como los altos árboles de pino que daban sombra en el hogar de mi infancia allá en Mississippi. Sus ojos eran paralizantes, intimidantes, y fascinantes.
Mientras me miraba, me quedé quieta como una estatua, incapaz de moverme bajo su penetrante mirada. Observó mi apariencia, empapada de sangre desde mis botas favoritas hasta mi rostro. Cuando sus ojos me penetraban, me sentí abierta y expuesta para que me mirara. Fue como si pudiera ver todos mis pensamientos, todas las emociones que había tenido en mi vida. Fue emocionante, excitante y totalmente incómodo. El tiempo se detuvo, no se escuchó ruido o movimiento. Todo cambió cuando dio un paso hacia mí, porque, hice lo que mejor hacía.
Corrí.
Girándome rápidamente, atravesé a la asqueada multitud que chillaba y esquivaba mis manos ensangrentadas mientras me abría paso a empujones. Estaba solo ligeramente consciente de un hombre gritando y el sonido de movimiento detrás de mí, pero un terror puro se apoderó de mí. La adrenalina comenzó a bombear por mis venas, poniéndome frenética. Me hizo correr a toda velocidad pasando la muchedumbre, las patrullas, las ambulancias, y las van de noticias, y bajar por una calle oscura.
Podía escuchar el latido de mi corazón en mis oídos pero esos ojos verdes, y el saber que no solo él me interrogaría, sino que todo el mundo averiguaría mi nombre, me hizo continuar. Corrí cuadra tras cuadra, calle tras calle, hasta que me topé con un hombre que sacaba sus llaves para entrar a su edificio.
"Lo siento," jadeé, agachándome y colocando mis manos en mis rodillas.
Tomando respiraciones profundas, traté de calmarme hasta que escuché el golpeteo de pies y la voz de un hombre cerca preguntando si alguien había visto a una mujer corriendo en mi dirección.
Enderezándome, encontré los ojos del hombre con el que me topé. Era un hombre de mediana edad y me miró de forma sombría por encima de unas gafas. Retrocediendo hacia un callejón cercano, me oculté detrás de un contenedor sucio y apestoso, pero no antes de suplicarle al extraño con mis ojos que no me delatara.
"Disculpe, señor," escuché decir claramente a una voz hipnotizante, no tan sofocada como la mía. "¿Ha visto a una mujer pasar corriendo por aquí?"
Hubo una ligera pausa antes de que el hombre de mediana edad preguntara, "¿Se refiere a una linda chica cubierta en sangre de la cabeza a los pies?"
Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi cuerpo tembló por el resentimiento y el miedo.
"¡Sí!" Edward exclamó, y me agaché aún más detrás del contenedor, sintiéndome abrumada por el terror puro de ser encontrada.
"Nop, no la he visto," el hombre respondió, y no pude contener el alivio que se apoderó de mi cuerpo y la sonrisa que se extendió por mi rostro. Todavía había caballeros en el mundo.
"Necesito encontrarla," dijo Edward con un tono peligrosamente amenazador.
Mi sonrisa desapareció rápidamente, y de pronto sentí lástima por el hombre.
"Hijo, no te tengo miedo. Haz lo que quieras conmigo, pero no voy a decirte por dónde se fue esa pobre chica. Gente como tú, golpeando a sus esposas y novias, me dan asco," el hombre escupió.
Esperé lo que pasaría ahora, imaginando que al pobrecito le darían una paliza. Pero eso no ocurrió. Escuché el tintineo de las llaves, la puerta del edificio de apartamentos cerrándose con fuerza, y luego nada más que un suspiro y silencio.
Esperé varios minutos pero no escuché nada más; no hubo pies arrastrándose, ni pasos apresurados.
Corriendo el riesgo, me asomé a la vuelta del contenedor, hacia la salida del callejón, y a la calle. No había transeúntes, ni peatones y definitivamente no estaba Edward.
Deslizándome por la sucia pared junto al contenedor, conté hasta mil en mi mente hasta estar segura que la costa estaba despejada, y salí del callejón. Echando un vistazo hacia ambos lados de la calle, suspiré en alivio porque no había señal de Edward, la policía, o reporteros. La calle estaba extremadamente tranquila a medida que el sol empezaba a salir, y rápidamente me encaminé hacia mi departamento.
Es gracioso cómo la gente evita verte a los ojos cuando estás cubierta de sangre. Las pocas personas que me encontré en la acera me evitaron a toda costa, incluso se alejaron de mí cuando me les acercaba.
La mayoría de las personas que habían conocido desde que me mudé a Memphis estaban preocupados meramente por sí mismos, salvo por unas cuantas personas como mi vecina, Angela. Inmediatamente congeniamos después de conocernos, pero por otro lado, ella era muy parecida a mí. No era nacida y criada en Memphis, sino en Kentucky, y era una dulce y amable madre soltera de un angelito regordete de nombre Eric.
Finalmente, logré llegar a mi edificio, sacando mi llave del fondo del bolsillo de mis jeans arruinados, y abrí la puerta. Los ascensores seguían descompuestos, así que subí las escaleras al tercer piso y abrí la puerta de mi departamento. Me inundó el alivio cuando cerré la puerta sin hacer ruido detrás de mí y me deslicé al suelo.
No sé cuánto tiempo me quedé ahí, pero al pensar en la sangre de mi ropa tocando la puerta, el piso, y todo lo demás que me pertenecía, rápidamente me levanté. Cerré la puerta con llave detrás de mí y corrí a mi pequeña recámara.
Ignorando la ducha por un minuto, me quedé cautivada al tallar mis brazos con una barra de jabón blanco. Las burbujas se tornaron a un color rosa claro que hizo que arrugara la nariz por el asco. Una vez que mis manos estuvieron limpias y deposité la barra de jabón en el cesto de basura más cercano, me desnudé, dejando mis botas a un lado y metiendo mi ropa ensangrentada en el mismo cesto de basura como el jabón. Me metí a la ducha, sumergiéndome bajo el agua hirviendo. Los nudos y torceduras en mi cuerpo empezaron a disolverse bajo el spray, y me tallé de la cabeza a los pies unas diez veces, hasta que al fin quedé satisfecha que toda manchita de sangre había desaparecido.
Envolviendo firmemente una gran toalla marrón alrededor de mi cuerpo, entré a la pequeña área de la cocina y me serví un vaso de leche. Después de beberla, le eché un vistazo al reloj y vi que eran las seis a.m.
Entré a mi recámara y me senté en la cama, cruzando las piernas debajo de mí, y cogiendo mi teléfono del buró. Solo había una persona en el mundo con la que quería hablar, la única persona que me entendía, y esa persona era mi primo, Jasper.
Respondió después de unos cuantos timbrazos, su voz cansada por el sueño. Disculpándome profusamente, rápidamente le expliqué lo que me ocurrió hacía solo algunas horas. Pasé por alto algunas cosas, como que me había sacrificado por Alice y Rose, para que Jasper no se preocupara demasiado, pero al final eso en realidad no ayudó.
"Voy a ir para allá," declaró, su acento sureño era más pronunciado cuando estaba enojado o inquieto. Imaginé que esta vez era por lo último.
"Por favor, no lo hagas," le supliqué, sabiendo que posiblemente no podría tomarse unas vacaciones de su nuevo trabajo. "No quiero que te preocupes por mí, o que vengas. Puedes perder tu trabajo. Acabas de empezar ahí. Solo quería que supieras lo que ha pasado, solo por si acaso…"
No pude explicar en voz alta lo que podría implicar el 'solo por si acaso', pero él pareció entender lo que quise decir.
"No perderé mi trabajo. Tengo que ver cómo estás, asegurarme que realmente estás bien," dijo de forma poco convincente.
"Estoy bien," murmuré. "Pero si no puedes comunicarte conmigo o no tienes noticias de mí, por favor, ven a verme entonces, ¿de acuerdo?"
Él estuvo de acuerdo y terminamos la conversación.
Pasé el resto de mi día arreglando mi diminuto departamento, limpiándolo de arriba abajo e ignorando el deseo de encender la televisión o incluso pensar en lo que había ocurrido solo unas horas antes. Traté de no preocuparme por el destino de los hombres que robaron la tienda, pero sin importar lo mucho que me repetía que se merecían lo que sea que el destino tuviera guardado para ellos, no podía evitar preguntarme si el hombre que me había atacado estaba bien.
Luego pensaba en Edward Cullen.
Esos ojos verdes aparecían en mi mente y sin demora desechaba la imagen. Traté de mantenerme activa para mantener mi mente ocupada, algo que había aprendido de mi abuela que estaba en constante movimiento. Después de pagar mis cuentas en línea, reorganizar mis muebles dos veces, y comer unas sobras de comida china, me sorprendió darme cuenta que eran casi las dos de la tarde.
El cansancio rápidamente se apoderó de mí y me deslicé bajo el edredón púrpura de mi pequeña cama. Después de poner la alarma en mi teléfono a las cinco en punto y arrojarlo de nuevo sobre el buró, descansé mi cabeza en la almohada y sorpresivamente de inmediato me quedé profundamente dormida y sin soñar nada.
Desperté varias horas después, soñolienta y desorientada. Me senté en mi cama, estirándome y frotando mis ojos. La habitación estaba a media luz. En pánico, busqué a ciegas mi móvil en el buró, sabiendo por la escasa luz que se filtraba por entre mis persianas que me quedé dormida y se me había hecho tarde para el trabajo. La toalla que todavía me envolvía se cayó un poco cuando me estiré para agarrar el teléfono, presionando un botón e iluminando la pantalla.
Antes de que pudiera siquiera entender la hora, el sonido inconfundible de una garganta aclarándose rompió el silencio.
Girando mi cabeza de golpe, grité alarmada. Sujeté la toalla firmemente a mi pecho al encontrar los ojos de un hombre sentado cómodamente en una silla junto a un pequeño librero viejo en mi habitación.
El hombre estaba sentado con una pierna cruzada sobre la otra, vestido con un elegante traje gris de apariencia costosa con una corbata de seda rosa. Mi gastada copia de poesía de Emily Dickinson yacía abierto en sus manos. Al bajar el libro de frente a su rostro, estaba lo bastante cerca para ver que había estado leyendo una página a la que yo le había doblado la punta.
El hombre era desagradablemente guapo, pero no de una forma obvia. Tenía rasgos muy marcados, pómulos altos, y una nariz ligeramente plana. Su cabello era de un extraño color cobrizo y estaba desaliñado como si hubiese pasado muchas veces sus manos por él.
Sin embargo, su característica más interesante, eran sus ojos de un intenso color de los pinos de Mississippi.
Bueno, espero que hayan disfrutado del primer capítulo de esta nueva traducción. Como se habrán dado cuenta es una historia que trata un tema algo delicado que tal vez pudiera incomodar a algunos, así que como dice la nota de arriba, lean a su discreción. La historia tiene de todo un poco incluyendo humor, así que vale la pena ;) De antemano les agradezco todos las alertas y favoritos, los 'me gusta' en Facebook y sus recomendaciones a otros lectores, pero más importante, les agradezco sus review que como muy bien saben es el único pago que recibimos por dedicar este tiempo a su diversión, y la forma en que USTEDES marcan el ritmo de actualización de las historias. Así que, estaré esperando ansiosa sus reviews para ver qué les pareció este primer capítulo. Saludos y nos leemos en el siguiente, espero que pronto ;)