Este fic participa en el Amigo Invisible Navideño 2018-19 del Foro "La noble y ancestral casa de los Black"

Regalo para Gaheller Saberhagen


Preludio

«Our lives are not our own. We are bound to others, past and present, and by each crime and every kindness, we birth our future»

David Mitchel, Cloud Atlas


1981.

—¿Qué quiere con el niño?

La voz sonó dura. Como pensó que sonaría, claro. A Narcissa no parecía importarle que él la escuchara. Narcissa siempre había tenido cierta aura desafiante en sí misma. Era parte de sus filas, pero sólo lo necesario. Sólo porque Lucius estaba allí. De otro modo, se hubiera mantenido tercamente neutral. Era por eso que aquello le venía tan bien.

Una manera de hacer a Lucius sentirse importante.

Una manera de atar a Narcissa a su lado.

El niño. La promesa de gloria para el niño —como quiera que se llamara, Draco, recordaba que Lucius le había dicho—, que no pensaba cumplir.

—No sé. —La voz de Lucius era apremiante, del tono nervioso del que se sabía escuchado—. No fue una petición, Narcissa. Fue una orden.

Se pasó la cadena del guardapelo entre los dedos, sintiendo lo que estaba dentro de él. «Pronto, pronto», le dijo. Tendría un nuevo hogar. Un mejor hogar. Uno infalible.

Se oyó un suspiro, pasos, una puerta que se cierra. Y apareció Narcissa, frente a él. Rubia, alta, pálida.

—No le hagas daño —pidió.

Él le dedicó un asentimiento.

Era mentira. Pero todo aquello iba a quedar entre el niño —Draco— y él.


1993.

Pensaba mucho más rápido que Harry Potter, que sólo parecía moverse por la desesperación que tenía, por querer salvar a Ginny Weasley. Pero él ya la había salvado —tanto como Lord Voldemort podía salvar a alguien— antes de que Harry Potter si quiera pensara en clavarle el basilisco al diario. Le dedicó una función de teatro cuando alzó el colmillo y lo clavó en el diario.

Gritó. Fingió desaparecer. Pero no lo hizo.

Simplemente, volvió al cuerpo de Ginny Weasley, que empezó poco a poco a calentarse de nuevo. A él le tomaría tiempo recuperarse de las heridas. Le tomaría tiempo averiguar qué había pasado en todos aquellos años. Por qué Harry Potter lo había derrotado.

Pero, mientras tanto, podría refugiarse allí, sin que nadie lo buscara. Dormitar hasta que llegara el momento correcto.

Ginny Weasley había demostrado ser una de las mejores armas que había tenido.


1994.

Le quitó la carta al cuervo con el hocico antes de que Filch tuviera tiempo de verlo merodeando por allí. Después lo dejó partir. Supuso que no era buena idea intentar matarlo. Los cuervos siempre eran unos desgraciados y rasguñaban terriblemente. Después salió corriendo antes de que alguien la viera con un pergamino en el hocico y se dirigió hasta la zona de las mazmorras, prácticamente deshabitada. Se metió en un aula sin ventanas de aquella parte del castillo y volvió a trasformarse.

Llevaba casi catorce años sin cambiar de forma. No había tenido necesidad. Había acabado por acostumbrarse al nombre horrible que le habían puesto, a ser odiada —aunque en realidad eso nunca le había molestado en realidad— y a que un ridículo squib la adorara.

Volvió a sentir sus manos, sus brazos, sus piernas, a acostumbrarse a los ojos humanos. Abrió la carta, quitándole el listón con el que iba amarrada. Algo cayó en sus manos, que iba amarrado en el listón. No le dio demasiada importancia.

«Es hora».

Eran las únicas dos palabras.

Destrozó la carta en pedazos.

Luego se fijó en lo otro que había caído. Un anillo, con un escudo de armas curioso —en triángulo—. Frunció el ceño. Ya sabía que tenía que hacer.


1995.

¿Y qué obtengo si acepto?

Más poder.

Eso no me importa. —Una pausa. Se le enroscó en el cuello, siempre se le enroscaba en el cuello cuando discutían—. Ya sabes lo que quiero. Lo mismo que te di.

Sí, claro que sabía. Por eso le había dado su veneno. No era una desinteresada cualquiera. Tantos años sola la habían hecho desconfiada y astuta. No hacía tratos que no fuera a cobrar. Y él, que odiaba deberle favores a la gente, le debía el favor más grande.

Puedo buscar una manera —le dijo—, pero no es seguro. Nunca se ha hecho antes. ¿Un maledictus recuperando un cuerpo?

Ella siguió enroscándosele en el cuello.

Es mi condición. Busca la manera.

¿Y entonces?

Entonces te dejaré poner una parte de ti dentro de mí —respondió ella—. No es una mala idea si me hace más poderosa.

Lo hará.

Ya lo sé.


1995.

—¡MAMÁ, HAY CORREO!

Zacharias Smith se quedó sentado en la sala mientras veía a la lechuza en la ventana. Ni siquiera intentó levantarse. No la reconoció como la lechuza de Hannah, ni la de Susan, ni la de Justin y mucho menos la de Ernie, entonces asumió que aquel paquete no era para él. Pero la lechuza no dejó de golpear la ventana.

—¡PUES LEVANTA TU TRASERO DEL SILLÓN Y ÁBRELE LA VENTANA A LA LECHUZA! —ladró su madre, desde la planta de arriba.

Zach rodó los ojos.

Pero de todos modos se levantó y fue hasta la ventana para abrirle a la lechuza. La lechuza, sin embargo, no se quedó ni un momento tras tirar el paquete y salió volando. Un paquete mal envuelto cayó en el piso y resonó, como si fuera algo de metal. Zach se agachó para recogerlo y desenvolverlo. Una copa apareció ante él. Una copa que se le hacía familiar. Conocida. Como si la hubiera visto antes o como si la hubiera estado esperando todo ese tiempo.

Y entonces sintió algo en la copa. Un latido, algo oscuro, algo que inmediatamente le dio mala espina. Quiso soltarla. Pero no pudo.


1996.

«Un lugar donde esconderme». «Un lugar donde esconder algo». «Un lugar donde…». La puerta apareció ante Padma. Nunca había vuelto a aquella sala desde las reuniones del ED. Pero en aquel momento parecía que era una buena opción. Llevaba meses aguantándose las lágrimas, convenciéndose de que ella era mejor que los sentimientos que amenazaban por escurrírsele por las mejillas, por tapar su garganta, por dejarla sola y perdida y desamparada en aquel castillo.

Era todo muy estúpido, la verdad.

Muy estúpido para ella, que siempre había sido fría, lógica, que siempre había complementado perfectamente a Parvati, pasional y arrojada. Ella siempre había sido más tranquila y mucho más reflexiva. Mil veces más lógica. Mientras que Parvati era el corazón, ella siempre había sido la mente.

Pero sentía que habían intercambiado lugares de un tiempo para atrás.

Hacía meses que sólo pensaba en las trenzas de alguien y en los ojos de alguien y en el chico al que esa «alguien» estaba besando en ese momento y sentía como tenía un agujero a la altura del corazón que no podía rellenar con nada en lo absoluto. Así que, cuando la sala apareció ante sí, con torres de objetos perdidos, se sintió como en casa.

Ella también era un objeto perdido. Se perdió entre las torres, donde había libros, sillas, ropa, artefactos, pergaminos —quizá cartas de amor, pensó—. Quería mimetizarse con la sala. Perderse en ella. Caminó sin rumbo hasta perderse y entonces alzó la vista y se encontró con algo que, sin duda, había estado esperándola —se convenció de ello, puesto que era sólo un presentimiento.

Una diadema bellamente adornada de zafiros.

No pudo contenerse y la cogió.

La sintió palpitar en sus manos.

Era hermosa.


1997.

—Es crucial, crucial, Harry, destruir a todos los pedazos del alma de Voldemort. Todos los horrocruxes. ¿Me entiendes?

—Sí, señor.

No, claro que no lo entendía.

—Crucial, Harry.

Un día iba a entenderlo. E iba a odiarlo por ello.


Comentarios del capítulo:

1) Voy a cambiar radicalmente la historia. Porque sí y porque me da la gana. Porque me divierte la idea. Porque quiero crear drama. Porque me fascina la idea del drama.

2) Ustedes ya saben quiénes son los horrocruxes, pero los protagonistas no, y créanme, va a ser una revelación grande cuando conecten que… bueno, hay que matar a los horrocruxes.

Andrea Poulain

A 6 de diciembre de 2018