Atención: contiene una pequeña, pequeña, diminuta, pero explícita, escena sexual. 'Tais avisaos.
Correspondiendo a la inclinación en el umbral, Megumi descendió los dos escalones y retrocedió guardando las monedas en su monedero. Mientras metía el pequeño saquito entre los pliegues de su delantal, continuó con su recorrido, tratando de evitar los numerosos charcos y el barro provocado por la nieve derretida.
En su camino hacia la intersección que la llevaría hasta el Yoshiwara, pasó por delante de varios puestos de verdura fresca y tomó nota de emplear algunas monedas para comprar verduras y, quizás, algo de carne para preparar un guiso en su camino de regreso a casa. Aunque su mente trataba de presentar razonables argumentaciones acerca de lo mucho que le apetecía un buen estofado de carne y de lo mucho que se lo merecía después de tantas horas de agotador trabajo, Megumi sintió que no era justo ni inteligente mentirse a sí misma y reconoció, aunque no lo haría ante nadie más, que en realidad estaba pensando en él.
Como todos y cada uno de los días y noches, desde que habían llevado a Seta Soujiro a su clínica.
Cuando se había arrodillado aquel lejano primer día junto al joven herido lo había hecho prácticamente sin esperanzas de que sobreviviera para contemplar el siguiente amanecer. Pero no solo había el Tenken continuado desafiando a la muerte, respirando trabajosamente, inmóvil mientras el sol se alzaba lentamente en su lugar asignado en el cielo, sino que, en una demostración de resistencia que había arrancado una exclamación de asombro del doctor Gensai, el paciente había abierto los ojos 16 horas después de haber perdido el conocimiento y había bebido por sí mismo de la taza que habían acercado a sus labios.
Cuando Soujiro había despertado, demasiado débil todavía para cualquier cosa que no fuera expresar su dolor, Megumi había sentido como su corazón daba un salto en su pecho y una intensa sensación de euforia ante esta pequeña victoria contra la muerte le había hecho olvidar el peligro que para ella y para cualquiera podía representar, no el muchacho herido, sino el Tenken. Desde su punto de vista no había un peligroso asesino luchando por su vida tendido en el futon, sino un joven, cuya verdadera edad desconocía, pero que todavía había de contar muchas estaciones en su vida antes de exhalar su último suspiro.
En aquellos momentos Soujiro había tenido una fiebre tan alta que beber algo de agua e intercambiar una breve mirada con ella había sido la única interacción entre ambos. Eso, y esa inquietante sonrisa, debilitada por su estado, pero presente como un reflejo que Megumi interpretaba como un gesto de autodefensa, pese a las apasionadas explicaciones de Sanosuke acerca del dudoso equilibrio mental del Tenken.
Aunque Soujiro no tenía fuerzas suficientes para hacer nada más que yacer sobre el futon, respirando afanosamente, no había vuelto a perder el conocimiento, salvo en las ocasiones en que se abandonaba al sueño. En las jornadas siguientes, había seguido las instrucciones de ambos médicos y colaborado en la escasa medida de sus posibilidades. En ningún momento se había producido por su parte señal alguna que pudiera interpretarse como un gesto amenazante. Tampoco había pronunciado palabra, ni respondido a ninguna pregunta, ni siquiera con gestos.
Cuando Kenshin se pasaba por la clínica para visitarle, acompañado por Sanosuke o, en ocasiones, por Yahiko o Kaoru, Soujiro reaccionaba a su presencia con atonía y falta de interés.
Hasta que transcurrió la tercera semana.
A partir de ese momento el herido pareció recuperar la energía suficiente y la voluntad para interactuar con la gente a su alrededor y el resultado había sido… sorprendente. Conciliar el trato amable y educado de Soujiro con todas las advertencias de Sanosuke y, en menor medida, de Kenshin, le resultaba imposible. Por supuesto, no ponía en duda las palabras de sus amigos y había escuchado suficientes historias en esos días acerca de su habilidad como luchador y asesino y, sobre todo, acerca de su sangre fría, como para mantenerse en guardia cuando estaba con él.
Sin embargo, a medida que pasaban los días y descubría en Soujiro una cierta inclinación a la tranquilidad y a la paz, sentía como poco a poco iba relajando sus precauciones y apreciando cada vez más su apacible compañía.
Y, un día, la policía acudió a la clínica preguntando por un peligroso delincuente que había resultado herido en un enfrentamiento contra varios agentes de la ley y que se ocultaba en algún lugar del pueblo. ¿Había acudido un hombre con una herida de bala en busca de atención o suministros médicos? Haciendo hincapié constantemente en la peligrosidad del sujeto, los agentes habían insistido cada vez más en sus preguntas, como si alguna pista les hubiera llevado hasta allí.
Temblando de miedo, Megumi trató de mantener firme su agarre sobre Soujiro mientras las voces en la habitación subían de volumen. El espacio en la despensa era limitado y agobiante. Apenas tenían sitio para mantenerse en pie muy juntos y por una vez la doctora tuvo que agradecer el hecho de que se hubieran quedado sin muchos de sus habituales suministros. Si hubiera tenido tiempo de ir al mercado, entonces el espacio disponible no hubiera sido el suficiente como para utilizarlo de escondite.
Soujiro mantenía la cabeza inclinada sobre su hombro, sin tocarla, atento a lo que sucedía en la habitación adyacente. Cuando uno de los oficiales empujó al doctor Gensai, insistiendo en su demanda de que les permitieran registrar a fondo el lugar, la doctora pudo ver a través de la luz que se filtraba por las hendiduras como el joven alzaba un brazo para apoyarlo suavemente en la puerta, y sintió su cuerpo tensarse. Con sumo cuidado, Soujiro intercambió su sitio con ella, apartándola del punto donde las dos hojas de shoji se unían y se sostuvo por sí mismo, en guardia y preparado para actuar si alguno de los soldados descubrían su escondite.
"Se mueve como un asesino" comprendió la doctora, tragando con dificultad a través del nudo que se había formado en su garganta. Esos movimientos lentos, silenciosos y eficientes decían más acerca de sus habilidades y del control que el joven ejercía sobre su propio cuerpo, que todos los cuentos juntos que Sanosuke le había contado acerca del Tenken.
Con el firme propósito de retenerlo, posó la mano sobre su brazo y cuando él se giró para mirarla, negó vehemente con la cabeza y vocalizó en silencio mientras sacudía la cabeza: "No, por favor"
La expresión de Soujiro no cambió, y su mirada descendió a los labios de Megumi, leyendo las palabras en ellos, y se detuvieron allí durante unos tensos segundos. Cuando el joven inclinó levemente la cabeza, la mujer se preguntó qué diablos estaría pensando. Su ceño levemente fruncido no presagiaba nada bueno, pero Megumi lo prefería a la expresión desapasionada y fría que había estado plasmada en sus rasgos hasta el momento en que ella había intervenido.
Por fortuna, o quizás de forma calculada, la voz de Sanosuke, que se recuperaba de la resaca de la noche anterior tirado en una esquina, se alzó soltando invectivas e improperios variados contra los policías por perturbar su descanso con sus gritos. Éstos parecieron entonces más que dispuestos a cambiar de objetivo y a volcar parte de su frustración en el luchador callejero, que no dejaba de ser un viejo conocido para ellos.
-Ha estado cerca –suspiró el doctor Gensai, abriendo la pequeña puerta de la despensa y ayudándoles a salir, cuando el escandaloso grupo conformado por agentes y alborotador callejero traspusieron la puerta exterior del jardín en dirección al puesto de guardia más cercano.
Megumi asintió, temblorosa, demasiado afectada todavía por los momentos de tensión vividos como para contestar de viva voz. Se pasó el brazo de Soujiro sobre los hombros y guió al joven de vuelta a la habitación junto al patio interior que ocupaba normalmente.
Pero en cuanto cerró la puerta tras ella, el peso de Soujiro la empujó contra la pared. Sus manos se alzaron automáticamente para sujetarle, pero se agarrotaron sobre los brazos de él cuando comprendió que el joven no había perdido el equilibrio, sino que la había empujado deliberadamente. Temerosa, probó a empujarle para apartarlo de ella y fue incapaz de desplazarlo ni siquiera un centímetro. ¿De dónde salía esa fuerza endiablada que animaba sus músculos pese a la fiebre que todavía le consumía?
La mano de Soujiro se alzó y los ojos de Megumi se cerraron en un acto reflejo, anticipando un golpe. Los abrió casi de inmediato, cuando los dedos de Soujiro apartaron un largo mechón de cabellos de su rostro, tildándose de estúpida por permitir que todas las fantásticas historias acerca de la crueldad del "chico" que Sanosuke le había contado hubieran calado en su espíritu cuando su paciente, hasta el momento, no había manifestado actitud violenta alguna.
Estaban muy cerca el uno del otro y él la miraba directamente a los ojos. Había una expresión de agradecimiento en su rostro, marcado todavía por la dureza de la recuperación y los largos días de convalecencia, pero había algo más que Megumi no fue capaz de identificar en un primer momento.
-¿Puedo… –Soujiro había hablado raramente desde que estaba bajo su cuidado, normalmente para decir "gracias" o "lo siento". Que Megumi pudiera recordar esta era la primera vez que preguntaba algo, lo cual parecía un paso adelante en su recuperación. Asintió, para animarle a continuar y el joven bajó la mirada a su boca entreabierta- … puedo besarte?
El corazón de Megumi se perdió un par de latidos. Su rostro enrojeció y sus labios temblaron.
Solo cuando Soujiro inclinó la cabeza hacia ella, se dio cuenta de que había contestado que sí.
Soujiro no recordaba gran parte de su pasado más reciente. Hablando con Kenshin, el joven había admitido recordar su vida con Shishio y sus crímenes como parte del Juppongatana. Recordaba los inicios de su viaje en solitario y haber visitado a Anji en prisión. Asimismo, recordaba haberse ganado unas monedas en diversos trabajos: durante la estiba, en la recolección y realizando encargos para un artesano afincado en las proximidades de Yoshiwara. Sanosuke había tenido ocasión de hablar con el artesano en cuestión, y había regresado ofendido cuando el hombre corroboró el relato y además le obsequió con excelentes referencias acerca de "ese joven tan amable y cumplidor".
Pero cuando Kenshin interrogó a Soujiro acerca de su pasado más cercano y de las peligrosas "afiliaciones" que había mencionado, el joven se mantuvo en silencio. Era incapaz de recordar nada que se remontara a más de un año atrás. Sanosuke clamaba que estaba mintiendo como el bellaco que era para ocultar sus actividades delictivas, pero Megumi dudaba que el chico estuviera fingiendo. El relato de su amnesia era consistente, sus recuerdos terminaban siempre en el mismo momento y el "olor a especias" era el único dato que acompañaba a ese periodo en sombras de su vida.
Siempre dispuesto a culpar a Soujiro de algo, Sanosuke había relacionado el olor a especias rápidamente con la desembocadura del río, donde varias mafias dedicadas al juego y al contrabando de opio compartían espacio con curtidurías y almacenes donde se adobaban pescados y carnes. Pero, en este caso, al contrario que en el caso del artesano, no era tan fácil como simplemente ir y preguntar y Sanosuke había terminado por dejar el tema de lado, aunque no su desconfianza.
Mientras retiraba los vendajes con cuidado sentía la mirada de Soujiro sobre su rostro, inspeccionándola sin recato, con una intensidad que juzgó inapropiada.
-Para ya –le susurró, cuando la incomodidad creció hasta sobrepasar los límites de su tolerancia.
Él no contestó y ella aventuró una mirada de soslayo, esperando encontrar su habitual sonrisa, el camuflaje que utilizaba ante todo y todos.
Se encontró con los ojos de él clavados en los suyos y con un rostro serio y en calma.
-Eres hermosa –su voz, un susurro apenas audible, pareció dotar a su confesión de mayor intimidad, si tal cosa era posible, y Megumi sintió un estremecimiento y un súbito deseo de besarle, de sentir nuevamente su calidez y esa confusión de sensaciones y estremecimientos que solo él podía provocar en ella.
Por todo lo que había de sagrado en el mundo, ¿qué había hecho ese joven con ella?
Dando sus primeros pasos en el yūkaku, Megumi saludó con una leve inclinación al hombre que controlaba la entrada y se dirigió directamente a la tercera casa, una de las más grandes del distrito. Era la tercera vez que venía a realizar este encargo en los últimos meses y la niña que abría la puerta la reconoció al momento, se inclinó en una profunda reverencia y salió corriendo a avisar a la Mama-san.
Cuando Megumi llegó a la puerta se encontró a la niña esperando arrodillada junto al shoji, seguramente habiendo cumplido ya su misión de advertir a la Mama-san de su llegada. La pequeña descorrió la hoja y se inclinó como muestra de respeto. La doctora entró en la estancia ignorando el leve susurro de la puerta al cerrarse tras ella y se acercó a la delgada mujer que ojeaba un pequeño libro de contabilidad, de rodillas ante una mesa baja cargada de documentos.
Arrodillándose en el cojín dispuesto frente a la mesa, Megumi se quitó la bandolera que colgaba a su costado y esperó. La mujer no se hizo de rogar mucho tiempo más y, quitándose las antiparras, sonrió.
-¡Megumi-san! Es un placer verte de nuevo. Espero que el doctor Gensai se encuentre bien y que la prosperidad y la armonía reinen en su hogar y en su vida.
Sin atender realmente a la mecánica respuesta de Megumi, a quien consideraba poco más que una recadera, acercó una cajita lacada, la abrió y extrajo una pequeña bolsa cargada de monedas que depositó en la mesa entre ambas. Aceptando la bolsa con una inclinación, Megumi extrajo de su bandolera los pequeños paquetitos cuidadosamente envueltos que contenían los remedios y preparados que el doctor Gensai elaboraba para las específicas dolencias que aquejaban a las damas de la casa.
Asintiendo con satisfacción, la Mama-san se inclinó nuevamente.
-Transmítele mis saludos al buen doctor, Megumi-san.
Comprendiendo que era una despedida, Megumi correspondió a su inclinación y retrocedió, inclinándose nuevamente al trasponer el umbral mientras la niña cerraba con suavidad el shoji.
-Sígame, por favor –indicó la pequeña. Con un suspiro apenas perceptible, Megumi la siguió.
Megumi suspiró sobre su almohada.
-¿Cómo he podido permitir esto?
La mano de Soujiro acarició su espalda lentamente, provocándole un placentero cosquilleo, ascendió la curvatura de sus nalgas y encontró el camino a su entrepierna. La mujer dejó escapar un suave gemido y se arqueó levemente, dando la bienvenida a la intrusión de sus dedos en su zona más íntima y prácticamente ronroneó cuando sintió el cuerpo cálido del joven apoyarse sobre su espalda. Mientras Soujiro se tomaba su tiempo, explorando sus pliegues y las profundidades de su cuerpo con dedos hábiles, Megumi torció el cuello para mirarle.
-¿Cuántos años tienes, Soujiro?
-Veintiuno –inclinándose, la boca de Soujiro tomó la suya y la respuesta de la doctora se perdió en su mente, sustituida por un absurdo: "Para ser tan joven, parece conocer todos los secretos del cuerpo de la mujer a fondo"
Gimiendo en mitad de su beso, con la lengua de Soujiro en su boca, Megumi se abandonó a los estremecimientos que recorrieron su cuerpo en oleadas, originados en su centro de placer.
"Uno" suspiró con satisfacción, dándose la vuelta y uniendo ambos brazos tras la nuca de Soujiro, acercándolo a ella con cuidado de sus heridas.
No era la primera vez que se abandonaban a estos juegos.
Y sabía que, al primer orgasmo, seguirían unos cuantos más.
Unos gritos la arrancaron de su rememoración con un sobresalto. Una criada que se cruzaba en el pasillo con ellas en ese momento dio semejante salto que a punto estuvo de pisarle un pie. Disculpándose precipitadamente, la mujer comenzó a caminar más deprisa en dirección a los golpes y aullidos que continuaban sonando en uno de los pisos superiores, y Megumi la escuchó musitar un sentido:
-Maldita perra escandalosa.
La niña que la guiaba dio un pequeño tirón en su manga.
-No se preocupe por favor, Megumi-san.
Del piso superior llegaba el ruido de pies descalzos apresurándose por los pasillos. Siguiendo al suave susurro del descorrer de un shoji, los gritos de una mujer, con la lengua entorpecida por el alcohol, llegaron a sus oídos con mayor claridad.
-¡Bastardo! –el sonido de una bofetada y luego varios sollozos y aullidos lastimeros-¡Soujiro! ¡Ojalá estés muerto!
Nuevos golpes se escucharon y lamentos de otras voces.
-¡Corred! –aullaba la borracha- ¡Id a buscarlo! ¡Perras! –más golpes y protestas- ¡Traedme a Soujiro!
Soltándose de la mano de la pequeña, Megumi dio la vuelta y apuró el paso. Tras subir un tramo de escaleras, vio a varias mujeres apelotonadas delante de la puerta de la que todavía salían gritos inarticulados y terribles insultos. Abriéndose paso entre ellas, llegó a tiempo de sujetar el brazo de una mujer con el cabello despeinado y un golpe enrojeciendo su rostro, que se disponía a arrojar un cubo de agua sobre la agitada figura que se retorcía y continuaba sus lamentos sobre un futon revuelto.
-Soy médico. Yo la calmaré.
Con disgusto advirtió que el contenido del cubo no era agua, sino orina. Por fortuna, la mujer que lo manejaba realizó una brusca inhalación para calmarse y con un cabeceo afirmativo se dirigió hacia la puerta con su cubo, lanzando improperios al resto de mujeres para que regresaran a sus quehaceres. Antes de cerrar la puerta, se detuvo y escupió en el suelo.
-Muérete de un vez, Hinodeh –masculló con ira.
La mujer en el futon berreó con desesperación al oírla, pero en cuanto se cerró la puerta calló de golpe y se incorporó. Tanteando a su alrededor, su mano se cerró con brusquedad sobre una pequeña jarra de shōchū que, milagrosamente, no se había volcado con sus anteriores aspavientos. Bebió con avidez, derramando sobre su pecho gran parte del líquido, y rió con desprecio hasta el momento en que se dio cuenta de que no estaba sola en la habitación.
Tratando de controlar su propia ansiedad, Megumi estudió a la mujer con ojo médico. No tenía marcas de golpe alguno, por lo que todas las bofetadas y ruidos secos que había escuchado mientras subía seguramente habían sido obra suya y habían tenido como víctimas a las mujeres que habían tratado de calmar su agitación.
-Soy doctora –informó suavemente, estudiando las reacciones de la mujer y encontrándolas entorpecidas por lo que juzgó una enorme ingesta de alcohol.
-No necesito la ayuda de ningún doctor –la mujer se llevó la botella a la boca y la inclinó, más y más, hasta que a punto estuvo de caer hacia atrás. Arrojando el recipiente vacío a un lado, añadió hablando entre dientes, de forma que sus palabras resultaron casi incomprensibles- Estas malditas perras solo quieren que me muera y no mueven siquiera una pestaña para aliviar mi dolor.
Un pungente y desagradable olor cuando la mujer se movió azotó las fosas nasales de Megumi y la doctora comprendió entonces la razón por la que había saquitos de especias esparcidos por la habitación. Para que el olor fuera tan penetrante, juzgó que la enfermedad debía estar en sus estadios finales.
-¿Qué puede hacer una pobre mujer como yo? ¡Sola! ¡Enferma! –lloriqueó con exageración mientras sus ojos seguían cada movimiento de la mano de Megumi mientras ésta rebuscaba en su bolsa- ¿Qué es eso? –preguntó ansiosamente cuando Megumi extrajo un pequeño paquete.
-Es un ungüento que… -la mano de la mujer salió disparada y golpeó la mano que Megumi tendía, haciendo caer el paquetito.
-Guárdate tus ugüentos –farfulló la mujer-. Necesito el veneno negro para aliviar mi dolor. Por más que bebo y bebo, mis entrañas arden. ¿Qué puedo hacer? ¿Acaso he de morir así, retorciéndome en un futon maloliente, como la más baja y vil de las alimañas? ¿Dónde está? ¿Dónde está Soujiro?
Recuperando el paquete y guardándolo nuevamente en la bolsa, Megumi preguntó, tratando de disimular su interés:
-¿Seta Soujiro?
-¡Oh, oh… lo conoces! ¿Te ha enviado él? ¡Preciosa mujer! ¿Qué te ha dado para mí?
-Seta Soujiro sufrió… un accidente. Le he visto en la clínica en la que trabajo y no, no me ha enviado ni me ha dado nada para usted. Solo me he acercado porque la he escuchado gritar su nombre y pensaba que usted podría contestar algunas pregun…
-¿Está… muerto?
Las aletas de su nariz se dilataron y sus ojos se volvieron vidriosos y Megumi no pudo evitar preguntarse qué relación podía unir a un delincuente fugitivo con una prostituta enferma. Dado que Soujiro no tenía ninguno de los síntomas propios de la sífilis, hubo de descartar la que parecía ser la explicación más obvia y la segunda opción posible cobró fuerza en su mente. ¿Eran estas las peligrosas afiliaciones que había mencionado de pasada mientras trataban sus heridas?
-No está muer… -comenzó, pero los aullidos de la mujer volvieron a interrumpirla.
-Entonces, ¿por qué no está aquí? ¡Maldita rata sonriente! ¡Traidor!
-Si pudiera contestar algunas preguntas… -trató de interponer Megumi entre los insultos e improperios que la mujer seguía lanzando.
-¡Vete! ¡Fuera de aquí! ¿Quién ha visto antes una mujer médico? Eres una de sus rameras, ¿verdad? –gritó la mujer y Megumi enrojeció, avergonzada a su pesar, mientras vívidas imágenes luctuosas de sus pasadas actividades con Soujiro cruzaban su - ¡Quédate con él! ¡Te hará morder el suelo que pisa! ¡Te arañarás la cara y llorarás y maldecirás el día que cediste ante su sonrisa! ¡Eso es lo único que puedes esperar de un hombre como él, que abandona a su madre, prisionera de la enfermedad, del dolor y de la muerte!
Pese a los daños provocados por su enfermedad y su aspecto demacrado que hacía difícil calcular su edad, Megumi juzgó que la mujer ante ella era demasiado joven como para ser la madre de un hombre hecho y derecho.
-¿Usted es su ma…? –comenzó a preguntar con mal disimulado escepticismo, hasta que una almohada rectangular la golpeó con fuerza en la cabeza, cortando en seco sus palabras.
Agachándose para esquivar un nuevo proyectil, Megumi rebuscó en su bolsa y alzó otro paquete marcado con grandes letras. Lo alzó precipitadamente, y exclamó:
-¡Será tuyo si contestas a mis preguntas! –un botecito de maquillaje la golpeó en el brazo y el polvo blanco se extendió por su manga. Pese a lo doloroso del impacto, se mantuvo quieta en el sitio, aguardando con la cabeza escudada lo mejor que podía por su hombro y su brazo extendido y suspiró de puro alivio cuando los gritos y la agitación cesaron y ningún otro objeto salió volando por la habitación.
-¿Es bueno? –preguntó Hinodeh ansiosamente, señalando el paquete de opio- ¡Bendita seas! ¡Bella, hermosa joven! Por favor, dame aunque sea solo una pizca, porque este dolor es inaguantable.
-Primero ha de contestar a mis preguntas –para mostrar su buena voluntad, Megumi abrió con cuidado el paquete y, colocándolo ante ella, comenzó a separar una dosis. Hinodeh rebuscó ansiosamente entre las sábanas y aferró una larga pipa con tanta fuerza que Megumi temió que la partiera por la mitad. -Dígame, por favor, de qué conoce a Seta Soujiro y qué relación le une a él.
-Oh, bendita luna, ¿no lo he dicho ya? –la mujer se inclinó hacia Megumi y ésta cubrió el opio con la mano en un ademán protector- ¡Soy su madre! ¡Maldito desgraciado, escoria ingrata! ¡Vergüenza de hijo que abandona a su madre en sus últimos días!
-¿Cuántos años tiene usted? –continuó Megumi preguntando, buscando fisuras en la historia de la mujer.
-36. ¡Soy tan joven todavía! –exclamó Hinodeh con patetismo- ¿Por qué he de morir cuando estoy en la flor de la vida? ¡Es todo por su culpa! ¡Por culpa de ese hijo bastardo y desagradecido! ¿Y dónde está ahora? Si no está muerto, ¿dónde está? ¿Cuál es su excusa para dejarme aquí abandonada a mi suerte? ¡Por favor! –exclamó, y su voz subió varias octavas- Ya he contestado muchas, muchas preguntas, ¡dámelo ya!
Megumi tendió a la mujer las hojas secas que había apartado y Hinodeh se apresuró a cargar su pipa. Ninguna palabra más fue intercambiada mientras la mujer daba las primeras caladas y Megumi se levantó para abrir una ventana, pues siempre había sido especialmente sensible a las inhalaciones del humo del opio.
Los efectos calmantes del narcótico tardaron algo en llegar, pero finalmente HInodeh se relajó y buscó una postura cómoda entre los cojines que la rodeaban. Lanzando una mirada lánguida en dirección a Megumi, comenzó a hablar.
-Así que conoces a mi hijo –dejando la pipa entre los dientes, comenzó a trenzarse el cabello-. Es un buen muchacho, ¿no es verdad? Y fuerte como un toro. Nunca pensé que llegaría a conocerlo… ¡en realidad pensaba que hacía tiempo que había muerto! Pero el me encontró –mordisqueando la boquilla, Hinodeh apartó las manos de su pelo, cerró los ojos y se recostó- Aunque ya era tarde para mí… hace ya años que era tarde para mí –musitó.
Juzgando mejor mantenerse en silencio y dejar a la mujer divagar, Megumi aguardó, asintiendo educadamente a sus palabras.
-No me fue difícil prosperar en el Yoshiwara. Soy hermosa y hábil. Pronto pude comprar mi contrato y solo aceptaba los clientes que me convenían… pero ¿cómo puede saber una mujer qué miasmas oculta un hombre en su bastoncito de chupar? No hay resguardo posible contra ello. ¡Le advertí a Soujiro! Le advertí cuando comenzó a divertirse con las mujeres del local que tuviera cuidado. Como es mi hijo le dije cuáles eran seguras, por eso, porque es mi hijo, pese a que sea el responsable de todas mis desdichas... Cuando me encontró, tuve miedo de que se avergonzara de mí, porque, ¿qué hay ahí fuera que sea peor que una mujer pública? –Hinodeh sacudió la cabeza en un gesto de incredulidad y apuntó en su dirección con la pipa- ¡Ja! Yo te lo diré… ¡un asesino! Había sangre en su espada el día que vino aquí. ¡Había sangre en sus manos! Ese chico está maldito desde el triste día en que fue concebido.
Bueno, al menos en esa larga tirada Megumi había encontrado la respuesta a uno de los interrogantes que se había planteado acerca del joven… su habilidad en las artes amatorias quedaba explicada si se había dedicado a prodigar sus atenciones a las muchachas de la casa.
-¿Soujiro vivió aquí? -preguntó
-¡Vive aquí! –exclamó la mujer con indignación. Con un gesto desabrido señaló un pequeño mueble con cuatro cajones- Ahí guardo sus cosas… y en esa tabla que se mueve del suelo… ahí está su espada. Maldito delincuente. ¿Acaso no sabe que está prohibido poseer un arma en estos tiempos?
A pesar de la ventana abierta, el humo de la pipa comenzaba a cargar el ambiente. Durante los siguientes minutos, Hinodeh se limitó a inhalar profundamente y a exhalar el humo en largos suspiros, mascullando entre dientes refunfuños y lamentos. Comprendiendo que la lucidez de la mujer se apagaba con cada bocanada de opio y que poca información más podría sacarle, Megumi, preguntó:
-¿Si le dejo aquí este paquete… -mostró el paquete de opio a la mujer, sosteniéndolo de forma que se disimulara el hecho de que había transferido casi todo su contenido a uno de sus monederos- puedo llevarme las cosas de Soujiro?
Hinodeh sonrió y asintió dando unos golpecitos en el futon con la mano.
-Déjalo aquí, cerca de mí.
Megumi sintió la cabeza ligera cuando se levantó y decidió apresurarse, mientras su conciencia le aguijoneaba con reproches por aprovecharse de una mujer enferma y narcotizada. Abriendo los cajones del pequeño mueble, encontró un hakama, que extendió en el suelo para hacer un hatillo y lo llenó con algunas prendas y con un paquete cerrado que encontró entre ellas. Tras un momento de duda, tanteó el suelo en busca de la tabla que se movía y extrajo del hueco una katana.
El peso del arma en su mano evocó en su memoria el recuerdo de esa frialdad que en ocasiones había visto en Soujiro, en su rostro desapasionado en el que esos ojos intensos y crueles en su desapego habían puesto de relieve la otra faceta de su personalidad, la presencia del asesino que Sanosuke tanto temía. ¿Estaría cometiendo un error llevando su espada de vuelta?
Desenfundando la hoja unos centímetros, estudió su filo, sorprendiéndose a sí misma por su decepción cuando descubrió una hoja normal. ¿Acaso esperaba encontrarse con un filo invertido? Envolviendo la espada lo mejor que pudo para disimular su forma, dejó a Hinodeh recostada y medio dormida en su lecho impregnado de suciedad y descorrió el shoji.
La misma niña de antes la esperaba en la puerta y la llevó hasta la salida.
NdA: El próximo capítulo mostrará el punto de vista de Soujiro (si es que lo escribo algún día XD)
