Sucesos ocurridos entre 1998 y los acontecimientos de Avengers.

Disclaimer: Los personajes que aparecen en esta obra —a excepción de mi OC— son propiedad de Marvel.

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Katmandú, Nepal. Febrero, 2012.

El bullicio del aeropuerto la abrumó apenas cruzó las puertas con su pequeña maleta, no estaba acostumbrada a esa clase de aglomeración, pues el lugar de donde ella venía era muy tranquilo; aún teniendo el mercado de la ciudad tan cerca, su hogar siempre estaba en paz.

Nepal había sido su hogar desde los 5 años, cuando su madre la dejó frente a las puertas de Kamar-Taj. Su guardián siempre le dijo que lo hizo por su bien, que su madre no podía comprender su poder, porque era una ciencia que escapaba a la comprensión del hombre. Algo que sólo se podía comprender a través de la magia.

—Katherine Brown. —Leyó en su nueva identificación.

—No puedes ser sólo "Kat" Brown —Le respondió la mujer con capucha amarilla—.

—¿Qué se supone que debo hacer al llegar, Ancestral? —Preguntó la muchacha algo asustada al ver que la gente de su vuelo empezaba a abordar, nunca había salido ni siquiera de la ciudad —no oficialmente, al menos—, pero era algo que sentía que tenía que hacer.

—Busca al guardián del santuario de Nueva York, él te ayudará. —La mujer se veía imperturbable como siempre, avanzaba hacia la fila con elegancia y Kat la seguía con pasos largos.

—Gracias por todo. —Dijo la muchacha, abrazándola derrepente. Ancestral correspondió el abrazo, había criado a esa niña desde que llegó y hoy se iba con 20 años a afrontar su destino, por dentro sentía una clase especial de orgullo y preocupación, pero no lo demostró.

—No te preocupes, estarás a un portal de nosotros. —Dijo la hechicera antes de soltarla y dejarla ir.

Kat abordó su vuelo. Claro que pudieron haber simplemente abierto un portal para ella, pero planeaba quedarse y para eso, quería llegar "legalmente" al país. Además, nunca se había subido a un avión, ¿Por qué no comenzar su aventura así?

Nueva York. Horas más tarde.

El viaje fue largo y agotador, ella pensó que sería un poco más cómodo, pero la verdad le dolía la espalda y el trasero por estar tanto tiempo en una misma posición.

Al bajar, se quedó observando durante unos segundos el paisaje, tan diferente a su hogar en Nepal. Sin duda, iba a ser todo un reto, pero necesitaba respuestas de sus padres, y debía cumplir su promesa, una promesa de años.

Una vez recuperó su maleta, se apresuró a salir del aeropuerto, la gente la empujaba al salir, algunos se disculpaban y otros parecían no haberse percatado de su presencia. Un auto negro estaba estacionado afuera y su chófer sostenía un cartel con su nombre, la muchacha se acercó curiosa.

—Disculpe, ¿Usted es...? —Preguntó ella.

—Ancestral dijo que llegabas hoy. —Le respondió el extraño— Aunque aún no entiendo porqué no usaron un portal y ya.

—Es que... Perdón, no quería molestar... —Quizo explicar ella.

—No hay problema, Kat. —Le sonrió él— Soy Daniel Drumm, Guardián del santuario de Nueva York, no nos habían presentado formalmente, así que pensé en venir a buscarte, la ciudad puede ser abrumadora si es tu primera vez aquí.

—Gracias. —Le contestó estrechando su mano.

El sujeto metió la maleta al maletero del auto y partieron juntos al templo. En el camino, Daniel le habló sobre la vida en Nueva York, sobre el Sanctum Sanctorum y las responsabilidades que él tenía como guardián, Kat miraba por la ventana la ciudad y asentía y respondía de vez en cuando. "La ciudad que nunca duerme" le había oído decir a algunos aprendices en Kamar-Taj.

Katmandú, Nepal. Marzo, 1998.

Una mujer y su hija caminaban por las ajetreadas calles de Katmandú, iban vestidas como todas las mujeres del lugar, a ella le tapaba el rostro un hermoso manto amarillo, mientras que el de su hija era verde.

La mujer volteó en una esquina, alejándose un poco del gentío, golpeó una puerta y dejó a su hija con una carta en la mano. "Entrégasela a quién te abra la puerta, vendré por ti pronto. Sé valiente y recuerda que te amo" le dijo la mujer antes de desaparecer de la vida de aquella niña de apenas 5 años.

Un hombre asiático con una simpática barba de chivo le abrió la puerta a la pequeña, la chiquilla tenía unos grandes ojos azules y un cabello blanco que dejaba ver unas cuantas raíces negras, el pelo le llegaba hasta los hombros, su tez era blanca como porcelana, todo en ella, su cara, su postura corporal, denotaban el miedo que sentía en ese momento. Le entregó la carta al hombre y éste la leyó, la miró a ella y de nuevo la carta.— Ven conmigo. —Dijo finalmente, llevándola al interior del lugar.

Ancestral leyó la carta varias veces y suspiró, dejó el papel sobre la mesa y miró a la niña, quien miraba la nada en silencio.— ¿Tienes un nombre? —Le preguntó.

—Kat. —Respondió ella en un murmullo.

—¿Perdona? No te pude oír, tendrás que hablar más fuerte. —Le dijo la mujer.

—Kat. —Repitió con mas fuerza.

—Bueno, Kat, parece que tienes un problema, ¿no? —La chiquilla asintió.— Puedes llamarme Ancestral, él es el maestro Hamir. ¿Puedes contarme que es lo que sientes?

—Yo... No sé como explicarlo. —Musitó.

—¿Puedes dibujarme lo que ves? —Insistió la mujer. Al momento, el hombre le trajo una hoja de papel y un lapiz. Kat accedió y se acercó para dibujar lo que veía. Se dibujó a sí misma, a Ancestral y al maestro Hamir, detrás de ellos y a un lado de la pequeña dibujó dos sombras con silueta humana.— ¿Quiénes son? —Preguntó la mayor.

—No lo sé, sólo están aquí. —Respondió la muchacha desviando la mirada.

—¿Puedes oírlos?

—Sí, pero solo son murmullos incomprensibles, creo que intentan decir algo. —Volvió a responder— No son solo ellos, en todos lados hay sombras. Algunas son buenas y otras son malas, tiran mis cosas y me jalan el cabello. —Ancestral miró intrigada a la muchacha y alzó la mano con elegancia indicándole a Hamir que se acercara.

—Por favor, instala a Kat en un cuarto. —El hombre asintió, hizo una pequeña reverencia y le indicó el camino a la niña.

Pasaron los días, las semanas y los meses, pero nadie volvió por ella. Ancestral asignó a algunos maestros para que le enseñaran lo básico a la niña, cosas como leer, escribir, matemáticas y el principal idioma del país: Nepalí.

Gradualmente, sus poderes empezaron a manifestarse con más fuerza, las sombras ya no la asustaban como antes, pero algunas de ellas seguían molestándola, tiraban sus cosas o le producían pesadillas. Una vez incluso una de ellas logró hablar a través de ella, sus ojos se volvieron totalmente blancos y una voz masculina salió por su boca, insultando a los presentes. En aquella ocasión, Ancestral —quien había estudiado el tema los últimos meses— logró ahuyentarlo.

Habiendo cumplido 9 años, ya sabía lo básico que una niña de su edad debía saber, sabía como alejar a las sombras que la molestaban y Ancestral le había enseñado como evitar que algo usara su cuerpo, ya que ella era claramente una conexión con algo más. Pronto, pudo sentir no sólo la presencia de las sombras, sino también la de todos a cierto rango a su alrededor. "No es que pueda ver a las sombras o a las personas. Las siento. Siento sus almas.", decía ella.

No fue hasta 1 año después cuando Kat, a vista de todos, desapareció en medio del patio de entrenamiento por primera vez. Reapareció en exactamente el mismo lugar, pero todo estaba oscuro, como si estuviese de noche y las construcciones a su alrededores, antes bellas y coloridas, ahora eran de un color ceniza. Fue en ese momento que se dio cuenta que lo que antes eran sombras, ahora eran personas. "¿Puedes verme?", "Estoy perdido, ¿Puedes ayudarme?", le decían. También se dio cuenta que las personas que estaban con ella momentos antes —Ancestral, Hamir y sus aprendices— eran sombras ahora. Empezó a asustarse, porque no sabía como volver, corrió hacia la sombra que identificó como Ancestral y ésta alzó su mano hacia ella. Al momento, había vuelto a su lado, llorando asustada por lo sucedido.

Una vez todo se calmó, le contó la experiencia. Le habló con el mayor detalle que pudo sobre como se veía y que había en el "otro lado", como empezaron a llamarle al lugar a dónde Kat iba. Le habló también sobre las personas que había en el otro lado, personas que afirmaban estar perdidas. Para ancestral era más que evidente la conexión que la muchacha tenía con la muerte y el más allá.

—El lugar al que vas y en el que puedes ver a esa gente, es comúnmente conocido como "Limbo", un lugar intermedio entre nuestra dimensión viva y la dimensión muerta, que es el lugar de paso al que llegan las almas antes de hacerse una con el cosmos. Sin embargo, algunos se quedan estancados ahí. —Le explicó ancestral valiéndose de dibujos para una mejor comprensión de la infante.— Ambas coexisten al mismo tiempo, pero en diferentes planos de la realidad, nosotros no podemos verla ni intervenir en ella, pocas personas en la historia pueden afirmar haberla visto. Tú eres una de ellas.

—¿Lo que siento es gente muerta? —En realidad lo sospechaba, pero prefería pensar que no era así.

—Así es, —Afirmó— y quiero enseñarte a ir y volver, quiero que alcances el máximo control de tu poder, tienes un don natural para saltar entre dimensiones, así que mañana empezamos tu entrenamiento.

—¿Voy a aprender magia? —Dijo ella con una voz notablemente emocionada.

—Algo así. —Sentenció con una sonrisa.

3 meses después

—Hamir, ¿Cuándo vamos a acabar con la meditación? —Dijo casi en un berrinche.

—Es vital para dominar tu don que puedas despejar tu mente e interiorizar en tu ser. —Le respondió el mayor sin abrir los ojos— Y es maestro Hamir.

—Pero llevamos 3 meses en esto. —Se quejó ella.

—Bueno, si fueses buena en esto no llevaríamos 3 meses aquí. —Kat sólo resopló y volvió a cerrar los ojos. La meditación le aburría, pero admitía que desde que había comenzado le era mucho más fácil ignorar las voces y sus susurros, e incidentes como el del patio de entrenamiento no habían vuelto a repetirse.

Una vez le tomó el peso a los beneficios de la meditación, mejoró notablemente. Pronto, pudo controlar el paso entre un lado y el otro a voluntad. Ancestral le enseñaba todo lo que sabía de aquel lugar inexplorado, pero lo demás ella lo tuvo que aprender por su cuenta.

A los 11 años, se le ocurrió pasar el mayor tiempo posible en aquel lugar oscuro, caminó por las calles de Katmandú intentando ayudar a las almas perdidas, pero la mayoría no le decían gran cosa, a parte de estar perdidas, por más que les preguntaba.

—¿Disculpa? —La voz femenina sonaba distinta a las demás.— ¿Puedes ayudarme?

—Claro. —Le respondió Kat— ¿Qué necesitas?

—No sé donde estoy y no puedo encontrar a mi hijo, ¿Me ayudas?

Kat y la mujer emprendieron la búsqueda. Caminaron por muchas calles buscando algo que se le hiciese familiar a la mujer, pero todo parecía en vano. Pasó poco menos de 1 hora en la que no hallaron nada, todas las casas y las calles lucían iguales para aquella ella.

De pronto, y sin previo aviso, Kat empezó a sentir asfixia y un fuerte dolor de cabeza. Sentía que estaba a punto de desvanecerse y rápidamente empezó a perder la movilidad de su cuerpo, así que se concentró en volver.— ¿Cómo... Cómo se llama? —Preguntó antes de irse.

—Rajiv Barau. —Le respondió la mujer— Sólo... ¡Dile que lo amo!

Horas más tarde, despertó en su cama con un frío de muerte y mucha hambre. Aún le costaba moverse, sentía sus extremidades rígidas.

—Pensé que te perdíamos. —Le dijo Ancestral llamando su atención, la mujer se levantó de la silla en la que se encontraba y se sentó en la orilla de la cama, cosa que Kat agradeció, pues su cuerpo emanaba calor.

—¿Qué pasó? —La voz le salió carrasposa, como si su garganta llevase siglos seca.

—Dos costureras te encontraron inconsciente en la calle, estabas azul y fría como un cubo de hielo. Afortunadamente te reconocieron de las veces que fuiste con el maestro Hamir al mercado y te trajeron. ¿Qué estabas haciendo?

—Sólo quería ver cuanto tiempo podía permanecer allí, —Le contestó— e intentaba ayudar a esa gente.

—Casi te cuesta la vida. —Le replicó la mayor con un tono más duro del que hubiese deseado usar— A pesar de que estás allá, tu cuerpo y alma pertenecen acá, si te quedas mucho tiempo en ese lugar, tu cuerpo empezará a entrar en el proceso "post mortem".

—Lo siento. —Respondió en un lamento— No me siento bien. —Ancestral suspiró y la arropó. Juntó sus manos y, valiéndose de su magia, empezó a transmitirle calor a la pequeña.

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¡Hola! Fin del primer Capítulo. Espero les guste.

Nathalie H.