El cálido sol de verano entraba por la ventana, iluminando toda la habitación. Remus se removió sobre la cama, haciendo que el susurro de las sábanas contra su piel desnuda se mezclará con el sonido de su respiración demasiado tranquila. Aún sentía el cuerpo pesado y un poco adolorido. No en el mal sentido, por supuesto, sino de la manera satisfactoria en la que uno se siente después de haber tenido una increíble noche de sexo.
Lunático se estiró sobre el colchón haciendo que un ligero dolor punzante atacara la parte baja de su espalda. El sólo recordar lo que había hecho para terminar así le hizo ruborizar un poco, como si se tratara de un adolescente demasiado enamorado del idiota que aún le tenía sujeto por la cintura, rodeándolo con sus brazos fuertes y llenos de tatuajes. Bueno, algo era cierto, aún estaba perdidamente enamorado, aunque ya no fuera tan joven como cuando se dio cuenta de ello por primera vez.
El reloj junto a la cama marcaban las ocho de la mañana y en domingo estar despierto a esa hora era un crimen, por lo que el lobo se las arregló para acurrucarse una vez más entre los brazos de Canuto quien sólo soltó un leve gruñido de satisfacción al sentir su cuerpo amoldarse de nuevo al suyo. Lupin miró por un instante sus facciones bien marcadas y perfectas y se preguntó cómo era si quiera posible que se volviera más hermoso con el tiempo. Por supuesto, no se lo diría, Sirius ya tenía un problema de narcisismo sin ello, pero él lo sabía y esa sola idea hacia su corazón latir con fuerza.
Joder quería besarlo.
Pero no lo hizo. En su lugar se quedó observando sus pestañas oscuras y densas. Su mandíbula cuadrada y sus pómulos altos. Su piel un poco bronceada y su cabello demasiado largo que caía en ondas sobre su cara, cubriendo parcialmente su nariz recta. Sirius siempre había sido así de perfecto, incluso en Hogwarts donde había sido tan popular que a Remus le costaba creer que él hubiera querido ser su amigo o su novio. Habían decenas de chicos en Hogwarts mejores para cualquiera de los dos puestos y aún así, Padfoot lo había escogido a él. Lo que sólo demostraba su gran problema de estupidez, aunque si a esas iba, tal vez él era igual de idiota por haber aceptado.
Remus cerró los ojos con los recuerdos de Hogwarts y el tiempo que pasó allí junto a James y Sirius, incluso Peter, mientras su cuerpo se relajaba y era arrastrado al mundo de los sueños una vez más. O casi.
El sonido de la puerta intentando ser abierta de manera abrupta le sobresaltó tanto que incluso logró despertar a Black. Ambos abrieron los ojos de golpe con el corazón en la garganta y preguntándose qué rayos era lo que estaba ocurriendo. Harry les llamaba desde el pasillo con tono acelerado y demasiado emocionado, pero Navidad ya había pasado y para su cumpleaños aún faltaba una semana. Tal vez Draco se había colado a su casa por la chimenea de imprevisto —de nuevo— y ahora querían el desayuno.
—¿Dónde está la ropa? —preguntó Remus en tono susurrante.
—No lo sé. Soy bueno para quitarla, no para ponerla —respondió Sirius y su novio le hizo tropezar con un encantamiento por listillo.
Remus encontró sus calzoncillos colgados vergonzosamente en la esquina de la silla del tocador y el pijama perdido debajo de la mesita de noche. Se lo colocó todo con el cuerpo un poco adolorido. Sirius debió notarlo porque sonrió descaradamente satisfecho y le hizo un ademán de volver a recostarse mientras él quitaba el seguro de la puerta y fingía haber acabado de levantarse. De cualquier forma, Harry no habría notado nada en su estado tan eufórico, ni si quiera las marcas rojizas en el cuello del lobo de las que ni él mismo se había percatado y que Sirius convenientemente no había mencionado.
—¡Hey! ¿Qué es? —preguntó Padfoot cuando su ahijado se estrelló contra su cuerpo en un intento por entrar a la habitación.
—¿Todo bien, Harry? —se animó a preguntar Remus entonces, un poco más calmado.
—Hay una- en el salón. Hay, hay. ¡Allí! —dijo, o al menos lo intentó.
Sirius soltó una carcajada. Remus entendió un poco el porqué. James había llegado igual de exaltado cuando Lily por fin había dicho «sí».
—¿Podrías ser un poco más claro? —preguntó Lunático y el niño enrojeció de vergüenza.
Entonces, un poco más tranquilo él les dijo:
—En el salón hay una lechuza.
Ambos adultos se miraron, comprendiendo. Harry había actuado así con casi todas las lechuzas que habían llegado a casa desde hacía un mes. No era para menos, estaban en fechas de recibir la carta de aceptación en Hogwarts y la emoción era palpable. Sirius incluso había comprado un montón de cosas de Gryffindor para Harry que él le había obligado ocultar porque, para ser sincero, no estaba seguro de si su niño sería sorteado allí y no quería hacerle sentir presionado.
Sin embargo, era probable que, justo como las otras cartas, esa tampoco proviniera del colegio. Hasta donde Remus sabía, Dumbledore no había preparado aún las misivas, por razones ajenas a él, pero tampoco tenía el corazón para romper las ilusiones del niño que, durante semanas enteras, había esperado paciente. En una ocasión, incluso lo había pillado charlando con Draco sobre lo mucho que le gustaría quedarse en el mismo dormitorio en que los merodeadores habían vivido por siete años.
—Oh… una lechuza —le dijo—. ¿Y has recogido lo que tenía para nosotros?
Harry negó con la cabeza.
—Ustedes siempre dicen que primero hay que revisar el paquete —respondió y Remus se sintió orgulloso. Harry era un niño obediente.
La mayoría de las veces, al menos.
—De acuerdo —intervino Sirius—. ¿Entonces por qué no bajamos y revisamos lo que trae?
Remus salió de la cama con calma y siguió al par escaleras abajo. La madera se sentía tibia bajo su piel, pero más que eso, lo que realmente le hacía sentir cálido era el entusiasmo y el nerviosismo con el que Harry los guiaba a los dos hasta la lechuza que esperaba tranquila sobre la chimenea. Lupin no estaba seguro de si se trataba de una de las lechuzas del colegio, porque tenían muchas y muy variadas, así que esperó a que Sirius hiciera sus cosas de auror y revisara que la correspondencia era segura.
Black tomó la carta de las patas del animal y luego le dio un bocadillo para despedirla. A Moony sólo le tomó un par de segundos darse cuenta de que en la mirada de Sirius se reflejaba la decepción, incluso antes de que abriera la boca para decir lo que él ya sospechaba; que esa nota no era de Hogwarts sino del ministerio.
—Oh… —fue todo lo que dijo el menor y parecía que en cada ocasión que se decepcionaba, se veía más y más decaído.
—Tranquilo, Harry. Seguro que no tarda en llegar y cuando sea así, te llevaremos al parque de atracciones para celebrarlo —Lupin intentó animarlo.
Harry no respondió. Simplemente se sentó pesadamente en el sofá, con la mirada en la alfombra y un puchero en su boca.
—¿Pedimos a Krecher el desayuno? —preguntó Sirius y Remus asintió.
A Black no le dio tiempo si quiera de abrir la boca para llamar al elfo, porque justo en ese instante, las llamas de la chimenea se encendieron en intenso color verde. Segundos después, tenían a Draco Malfoy aún en pijama y con la expresión más alegre que le hubieran visto nunca a pesar de que debía llevar poco menos de diez minutos levantado de la cama. Su cabello rubio iba en todas direcciones y estaba descalzo. Cuando sus ojos se encontraron con los de Harry, se iluminaron todavía más.
—¡Harry! —dijo eufórico agitando frente a su cara un trozo de pergamino.
—Buenos días Draco —le respondió Harry igual de emocionado.
—Sí, Draco, buenos días —intervino Sirius con mala gana, recordándole que debía saludar también a los adultos.
—Hola tío, señor Lupin —se corrigió pero no parecía muy interesado en prestarles atención—. ¡Mira Harry! ¡Mira lo que tengo!
—¿Qué es? ¿Qué es? —le preguntó el ojiverde con la misma energía.
—¡Mi carta de Hogwarts! —exclamó con triunfo y Harry se quedó en silencio.
Remus decidió que debía intervenir.
—Draco, ¿dónde está tu mamá?
Por un segundo el ánimo del chico pareció decaer.
—En el trabajo —respondió.
—¿Osea que ella no sabe de la carta? —preguntó Sirius y ambos adultos sintieron un poco de lástima.
No era la primera vez que Narcissa se perdía algo importante relacionado con su hijo, pero tampoco podían culparla. Los Malfoy habían perdido toda su fortuna y ella tenía que trabajar para sacarlos adelante. Eso sí, a Draco parecía afectarle muchísimo, pero rara vez decía algo, tal vez porque comprendía la situación.
—Pues muchas felicidades —dijo Remus para intentar aligerar el ambiente.
—Muchas gracias, señor —le respondió con una brillante sonrisa.
Aparentemente eso era todo lo que necesitaba.
—Felicidades —dijo Harry, pero no se veía tan entusiasmado como antes—. Yo aún no tengo la mía.
—Remus ya te lo ha dicho —dijo Sirius—. No debe tardar y si Draco ya tiene la suya, entonces es más probable.
—¡Sí, Harry! ¡No debe tardar! —le animó Draco.
Pero tardó.
Lunático y Canuto dejaron que el chico Malfoy se quedara el resto de la tarde en casa, pero más que levantar el ánimo de Harry —como siempre lo hacia—, parecía que le ayudaba a sentirse peor. No lo hacía a propósito, pero Draco estaba tan entusiasmado por su carta que no paraba de hablar de ello, haciendo que Potter perdiera la paciencia y comenzará a dedicarle malas caras. Remus creyó que en cualquier momento estallaría una pelea, pero su ahijado optó por guardar silencio y fingir que se alegraba por su amigo, aunque en el fondo probablemente estuviese preguntándose por qué era él el único sin una carta.
Las cosas empeoraron cuando, a la hora de la comida, Ron llamó vía flu para presumir su propia carta, haciendo que Draco rápidamente comenzara a presumir que él la había obtenido tempranito en la mañana. Cuando Harry se vio excluido de esa charla, simplemente se puso de pie y se dirigió a la sala de televisión donde puso cualquier cosa. Estaba de tan mal genio que algunas cosas levitaban a su paso, pero ni Moony, ni Padfoot encontraban una manera de consolarlo.
Draco le alcanzó frente al televisor minutos más tarde, después de una ferviente discusión con Ronald que terminó en nada. Remus les llevó unos cubitos de fruta picada y los observó desde la puerta.
—¿Sabes, Harry? Cuando estemos en Hogwarts espero que podamos ir a la misma casa —le dijo.
—Si es que voy a Hogwarts —le respondió.
—No seas tonto. Por supuesto que vas a ir. Eres Harry Potter.
—¿Y entonces porque yo no he recibido una carta?
—No lo sé. Tal vez tu lechuza se extravió, pero ya encontrará el camino.
—¿Y si no?
—Entonces tú escribes a Hogwarts diciendo que no recibiste tu carta de aceptación —lo dijo como si no pudiera creer que su amigo fuese tan tonto.
—¿Puedo hacer eso?
—Por supuesto. Ahora, volviendo a las casas. Deberíamos ir a Ravenclaw, aunque tú no eres muy listo.
—¡Hey! —dijo Harry, pero más que ofendido parecía divertido.
—Sinceramente estoy asustado, no es como si encajáramos en las mismas casas.
—En Slytherin, creo.
Draco hizo una mueca.
—No quiero ir allí.
Harry pareció dudarlo por un momento pero luego preguntó:
—¿Es por tu papá? —y Draco asintió—. Bueno, en realidad yo tampoco quiero. La persona que mató a mis papás estuvo allí pero… pero si puedo estar contigo no me importa.
—¿De verdad? —preguntó Draco, sorprendido.
—De verdad. Remus dice que no podemos dejarnos llevar por las apariencias. Que ser un Gryffindor o un Slytherin no significa nada. A mí no me importa en donde me seleccione el sombrero, pero quiero estar contigo.
—¿Y si no se puede? ¿Y si voy a Slytherin y tú a Gryffindor? —preguntó y Remus vio que sabía de lo que hablaba. Probablemente Draco sospechaba, basándose en sus temperamentos, que podría pasar.
—No vamos a dejar de ser amigos por una tontería como esa, ¿o sí? —Draco negó—. Bien, entonces no hay nada más que decir al respecto.
Ambos niños se miraron en silencio y sonrieron antes de dirigir la mirada al televisor. Remus estuvo a punto de irse, pero Sirius apareció por el pasillo a gran velocidad con expresión exorbitante, sujetando lo que parecía pergamino entre las manos.
—¡Harry! —llamó entonces emocionado y todos se reunieron al centro del salón—. ¡Mira lo que acabamos de recibir! —dijo y la emoción era palpable en cada uno de los presentes.
Harry no esperó más. Tomó la carta entre sus manos y rompió el sello rojo de la misiva sin mucho cuidado, extrayendo el interior de la carta. El niño ni si quiera tuvo la delicadeza de leerla toda, le bastaba con saber que la tenía y que podría ir al colegio de sus sueños nada más terminar el verano.
Esa noche Narcissa se unió a ellos para la cena y los cinco juntos celebraron que, por fin, sus muchachos comenzarían a recibir formación mágica.
Hola a todos muchas gracias por leer. Este pequeño mensaje es para decirles que, por ahora, está historia llega hasta aquí. ¿Por qué? Porque con Harry en Hogwarts la interacción con Sirius y Remus va a ser mínima y la historia se trataba de eso principalmente. Sin embargo, no descarto agregar capítulos Drarry más adelante, así que asegúrense de guardar la historia en sus bibliotecas por si eso ocurre.
Mil gracias por su paciencia y su amor a esta historia. Me alegra saber que les gustó mucho ❤️ Fue mi primera vez haciendo tanto fluff y casi me dió diabetes jaja pero lo disfruté.
Nos leemos después ❤️