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Declaración: La mayoría de los personajes de esta historia pertenecen a Kyoko Mizuki/ Yumiko Igarashi en la historia de "Candy Candy". Otros eventos y situaciones fueron tomados de "Candy Candy Final Story" (CCFS) de Kyoko Mizuki, seudónimo de Keiko Nagita.


AULD LANG SYNE(1)

por Alexa PQ


...The flames of love extinguished,

and freely passed and gone?

Is thy kind heart now grown so cold?...

¿...Las llamas del amor se extinguieron,

y libremente pasaron y desaparecieron?

¿Está tu corazón bondadoso ahora tan frío? (2)

-o-O-o-

Querida Candy,

¿Cómo estás?

...Ha pasado un año.

Estuve pensando en volver a estar en contacto contigo después de que pasó un año, pero otro medio año ha pasado por mi indecisión. Pondré esto en el correo.

Nada ha cambiado en mí.

No sé si esta carta te llegará o no, pero quise asegurarme de que lo supieras.

T.G.

-o-

Candy abrió la puerta del Hogar de Pony y allí estaba él, parado bajo la nieve, con la mirada cargada de interrogantes y su oscura capa ondeando bajo la ventisca gélida que arrastraba caprichosamente volutas de nieve a su alrededor. Habían pasado seis años desde la última vez que lo vio y su sola presencia inundó los sentidos de ella: Terry estaba más alto y vigoroso, más gallardo, pero sus ojos… esos seguían cargados de la misma dolorosa incertidumbre que tenían la última vez que estuvieron juntos.

La potente emoción que atravesó el cuerpo de Candy casi la hizo perder el equilibrio y ella alargó una mano para tomarse del picaporte, necesitada de aferrarse a algo sólido para convencerse de que esto no era un sueño. Porque la carta que había recibido unos días atrás y el que Terry estuviera aquí ahora, sólo podían ser un sueño loco. Hacía años que ella había perdido la esperanza.

- ¿Terry…?

Él la miró profundamente, con el azul oceánico de sus ojos teñido de impaciente expectación y absorbiendo con avidez la suave imagen de la gloriosa mujer que ahora tenía frente a él. Candy lucía más alta, de curvas suaves y más hermosa de lo que él jamás la imaginó, visitiendo un bonito vestido de terciopelo rojo con apliques blancos. Tras un rato de contemplarla, la grave voz masculina resonó firme y clara en la noche.

- Candy, es la víspera de Año Nuevo...

Con tan sólo oir su voz, algo se quebró dentro de ella. No, no era un sueño... Terry era real y estaba aquí, en el Hogar de Pony, frente a ella. En el interior de Candy se arremolinaron una caótica mezcla de emociones, la culpabilidad reprimida y las esperanzas enterradas. Y también un torrente de alivio llegó, inmenso e implacable, que le revolcó el corazón e hizo que sus ojos se le llenaron de lágrimas, mortificada por lo injusto que eso era para con Susanna Marlowe. La pobre Susanna. Candy otra vez sintió que se le cortaba el aliento y toda la energía abandonaba su cuerpo, tal como le sucedió cuando leyó sobre la prematura muerte de la actriz.

Terry la miró con preocupación. Otra vez se encontraban frente a frente durante la víspera de Año Nuevo, tal y como cuando se conocieron, pero ahora era ella quien tenía los ojos anegados en lágrimas. Él sintió su tristeza casi como si fuera un golpe físico. Sin pensarlo dos veces alargó una zancada y entró al vestíbulo, justo a tiempo para recibir el cuerpo suave de Candy derrumbarse contra del suyo. Ella hundió el rostro en el amplio pecho masculino, mientras rompía a llorar aferrándose a la suave lana de su chaqueta.

Candy lloraba por Susanna y por ella misma. Por todo el sufrimiento de Terry. Porque el tiempo perdido no volvía y seguramente ellos ya no eran los mismos.

Él entendió sus sentimientos, la abrazó contra su cuerpo y la dejó desahogarse. Cerró los ojos sintiendo su dolor, que también era el suyo.

- Es Nochevieja - murmuró él después de un momento, su tibio aliento acariciando el oído de ella – y yo… yo no quería que terminara el año sin saber…

- Susanna ha muerto... - lloró ella.

Él había imaginado muchos escenarios para este noche de reencuentro: tal vez que Candy le reclamaría, quizá que sería indiferente… pero en lugar de eso la tenía llorando entre sus brazos, aferrada a él. Lamentándose por Susanna. Una oleada de desespero lo inundó, sólo deseando que el llanto de Candy parara.

¡Maldición! Lo sabía. Sólo había venido a perturbarla.

Él la abrazó aún más fuerte y le besó los cabellos.

- Hice todo lo que pude para que ella estuviera bien…

- No te casaste con ella – dijo Candy y él no pudo distinguir si era una afirmación o un reproche. Pero era verdad, Terry no se había casado con Susanna Marlowe.

- Hice todo lo que estuvo en mis manos, pero me fue imposible forzar el corazón – explicó él.

Y así fue. Terry permitió que su lealtad de hierro se forjara en cadenas de esclavitud, pero jamás rindió ante Susanna lo más valioso que poseía: su amor por Candy.

- Pecosa, no llores. Sólo quiero que estés bien…

Tan pronto lo hizo, él se dio cuenta de que era un desliz imperdonable llamarla de ese modo. En su interior, Terry alguna vez llegó a considerarlo un íntimo apodo de amantes y fantaseó con que siempre la llamaría así cuando estuvieran juntos. Pero la cruda realidad es que ellos no eran nada, tal vez ni siquiera el recuerdo de un amor que alguna vez fué.

Terry la apretó más fuerte contra él, absorbiendo casi con avaricia el calor de la suave figura de Candy entre sus brazos. Fue agudamente consciente de el paisaje helado a sus espaldas en contraste con el universo cálido y acogedor que sentía junto a ella. Qué infierno sería perderla otra vez.

Después de un rato, las lágrimas de ella se convirtieron en sollozos.

- ¿Y tú… estás bien? - le preguntó Candy, su voz atenuada contra su pecho.

Terry suspiró ásperamente queriendo responderle que de ella dependía si estaba bien o no, pero no se lo dijo. No quería poner ese peso sobre sus hombros… Él sabía mejor que nadie lo que era sentir los brazos cargados con plomo; que el amor de alguien no se sintiera como un milagro, sino como una piedra atada al cuello.

- Candy, te envié una carta…

- Sí, la recibí en Navidad.

A Terry se le formó un nudo en la garganta. Su voz profunda tembló ligeramente.

- ¿Ibas a contestarla? - preguntó él, pero la pregunta en realidad era: "¿Me quieres todavía?".

Ella se tensó entre sus brazos.

- Terry… yo...

- ¡¿Qué te está haciendo ese señor, Candy?! - de pronto, la aguda voz de un chiquillo sonó a espaldas de ella - ¿Por qué te está haciendo llorar?

Sorprendido, Terry alzó la vista para ver a un niño regordete y rubio parado detrás de Candy. No tendría más de diez años, pero lucía un gesto fiero y apretaba los puños de sus manitas en una clara señal de advertencia hacia el recién llegado.

Candy cerró fuertemente los ojos tratando de recuperarse, rompió el reconfortante contacto con Terry y se volvió hacia el chico, barriendo la humedad de sus mejillas con el dorso de su mano.

- No pasa nada malo, Leo. Este señor es un muy buen amigo mío y me ha dado mucha alegría verlo – respondió Candy, forzando una sonrisa – Se llama Terrence Grandchester y es un exitoso actor de teatro en Nueva York.

El ceño de Leo dejó de estar fruncido y sus ojos se abrieron como platos.

- ¡Wow! ¿Es un actor de verdad? - las ansias vengadoras del niñito desaparecieron bajo el peso de la admiración. Corrió de regreso a la puerta del salón y gritó a todo pulmón - ¡Hey, chicos! ¡Aquí hay un amigo de Candy que es actor!

Unos segundos después, el vestíbulo se inundó con un tropel de chiquillos entusiastas que rodearon a la pareja. Los niños se arremolinaron sobre todo alrededor de el actor, haciéndole mil preguntas que él apenas podía entender. Porque Terry sólo era capaz de pensar en el momento interrumpido y en que ella lo había llamado "un buen amigo".

- ¿Va a actuar en nuestra obra de mañana, Sr. Grandchester? - preguntaba una de la vocecitas, después de que un presumido Leo revelara el nombre del invitado.

- ¡Usted puede ser una ardilla! Necesitamos una ardilla – exclamó una de las niñas pequeñas, dando saltitos alrededor de Terry.

- ¡Tonta! Alguien tan guapo no puede ser una ardilla – la regañó otra más grande – Pero es alto y podemos usarlo, lo que necesitamos es un farol.

Las miradas de Terry y Candy se cruzaron mientras ella le sonreía ligeramente, encogiéndose de hombros, tratando de disculpar el ardoroso entusiasmo de los niños. Y en ese momento él mentalmente agradeció la interrupción, que al menos había sido capaz de detener las lágrimas de ella y ponerla de mejor humor.

Los chiquillos no dejaban de parlotear cuando dos personas más salieron desde el salón para recibir al recién llegado. Terry las reconoció inmediatamente, a pesar de que sus rostros mostraban líneas más maduras desde la última vez que las vió: eran la señorita Pony, con su omnipresente peinado recogido, y la delgada figura de la Hermana María.

- ¡Señor Grandchester! Qué gusto verlo por aquí – exclamó la señorita Pony, caminando pesadamente hacia él, con su ancha falda ondeando como una campana - ¡Niños! Guarden la compostura o el señor Grandchester pensará que somos unos maleducados.

La algarabía disminuyó, pero apenas un poco.

- ¡Leo, Kathy, Julia! - la severa voz de la Hermana María fue más eficiente en acallar los gritos infantiles - Compórtense todos o no habrá ciruelas en su ponche.

Eso fue suficiente para calmar al exaltado tropel. La Hermana María cerró la puerta principal, que había quedado abierta, mientras saludaba al recién llegado con una inclinación de cabeza.

- Señor Grandchester…

- Señorita Pony, Hermana María… - respondió él de igual forma con una ligera reverencia, elegante y fluida – Lamento haber irrumpido en su celebración de Año Nuevo.

- No es ninguna molestia, al contrario – dijo la señorita Pony. Los ojillos tras las gafas de la anciana brillaron con una chispa esperanzada, casi de casamentera – Es un gusto que nos visite.

- Claro que sí – lo secundó la Hermana María, el blanco de su hábito era de una limpieza inmaculada – Estábamos a punto de brindar antes de la cena cuando usted llamó a la puerta. Nos encantaría que nos acompañara.

"¡Sí, sí, sí!" saltaron los niños, encantados ante la perspectiva de tener un invitado, pero una nueva mirada severa de la monja logró disminuir su algarabía haciendo que todos volvieran al salón, hasta donde ella los siguió.

La señorita Pony se quedó atrás, pero sólo un momento.

- Ustedes dos necesitan hablar – dijo dirigiéndose a la pareja – Los esperamos adentro, toménse el tiempo que quieran – y desapareció.

Tras quedarse a solas, Terry se quedó en silencio unos segundos preguntándose si él mismo ya había recuperado la compostura. Seguramente no, y tendría que actuarlo.

- Esta noche brindamos temprano, los niños tienen que dormir antes de las diez – le explicó Candy, con la mirada transparente. Parecía un poco avergonzada por también haber perdido ella la compostura – La verdadera celebración es mañana, cuando los chicos montarán una obra de teatro.

- Ah, sí. La obra en la que sabemos que puedo ser un farol, pero no una ardilla – dijo él, tratando de relajarla con una broma – Una audición en la que he fallado miserablemente.

Pero Candy no sonrió. Bajó la vista y empezó a jugar con sus dedos en silencio, mientras el ambiente entre ellos su iba tornando espeso. Ninguno estaba seguro del siguiente paso a dar. Él se preguntaba si podría abrazarla otra vez, y ella si debía rendirse ante un espejismo.

De pronto se escucharon unos pasitos sobre la duela de madera y entró corriendo una de las niñitas, que aparentemente había evadido la férrea vigilancia de la Hermana María.

- Ven, Candy… - era Julia, pequeña pero de grandes ojos cafés, quien jaló la mano de la rubia para arrastrarla con ella hacia el salón. Sus labios hacían un pucherito - Quiero que enfríes mi vaso…

Candy la vió con los ojos llenos de ternura y luego se volvió hacia Terry. La ternura desapareció de la verde mirada para dar paso a algo parecido a la mortificación, mientras se disculpaba.

- Julia no puede enfriar su ponche sola, y yo… yo tengo… tengo que ir con ellos. Me esperan para el brindis.

- Claro. Entiendo – no había nada más que decir. Todos lo habían invitado a quedarse, menos ella.

Terry bajó la vista, con el alma congelada, creyendo que su peor pesadilla se había vuelto realidad. Candy no parecía muy dispuesta a recibirlo. Penosamente trató de acumular el valor para irse, cuando una grieta de esperanza se abrió en el helado muro que parecía alzarse entre ellos.

- ¿Nos acompañas? - le preguntó entonces ella, y cuando él alzó la vista Candy ya miraba a la niña – Julia, permíteme acomodar la capa del señor Grandchester.

- Sí, mamá Candy – dijo la niña, pero no la soltó.

Momentos después, los tres entraban al salón principal del Hogar de Pony. El orfanato había sido reformado y la sala era una habitación cálida y más amplia, con paredes de madera, una crepitante chimenea de piedra y un enorme pino decorado frente al ventanal. En el ambiente todavía flotaban reminiscencias del espíritu navideño y un delicioso olor a dulce, clavo y canela. Había una gran mesa en medio de la estancia donde todos los niños departían con un cariño festivo junto a las dos madres de Candy.

Al verlos entrar, la señorita Pony y la Hermana María interrogaron a Candy con los ojos, pero su muda pregunta se quedó sin respuesta, así que las buenas mujeres siguieron dedicándose al festejo de la noche.

Terry ocupó uno de los lugares de honor, a la derecha de las anfitrionas, pero durante el brindis Candy estuvo al lado de la pequeña Julia y lejos de él, al otro lado de la mesa. La señorita Pony dijo unas sentidas palabras mientras los niños bebían y luego sonreían emocionados, con los labios pegajosos de ponche dulce sin alcohol.

Durante la cena, la señorita Pony fue quien se encargó de hacer sentir muy bienvenido a Terry. La dulce anciana era una extraordinaria conversadora. No sólo le contó sobre las mejoras en el Hogar de Pony y sobre la infancia de Candy, sino además le ofreció condolencias por su prometida, le preguntó sobre él y sobre su carrera. En algún momento, le confesó que tanto ella como la Hermana María eran seguidoras de sus obras y también fervientes admiradoras de su trabajo actoral. La amable señorita no se dio cuenta de que tal vez cometía una indiscreción cuando también le contó que continuamente seguían sus pasos a través de la prensa local, donde hacían recortes para entregárselos a Candy que los guardaba en una cajita.

- Sí, aunque después de un tiempo dejó de coleccionarlos… - apuntó la Hermana María con tono críptico, cortando de tajo el débil brote de esperanza que empezaba a crecer dentro de Terry.

Después de cenar, los niños permanecieron un rato despiertos hasta que hicieran la digestión. Durante todo ese momento, Candy y Terry apenas cruzaron un par de palabras, pues ella era muy solicitada entre los chiquillos que continuamente llamaban su atención. "Mamá Candy" le decían muchos de ellos, y él se dio cuenta de que Candy era muy amada entre los suyos, un ángel de luz. El cariño y la ternura inundaban sus bonitos ojos verdes, hechiceros sin que ella lo supiera, y su sonrisa era tan resplandesciente como si alguien hubiera destilado en sus labios la energía y la calidez del sol. Qué cosa tan brillante era ella al lado de su gente, pensó él, que fácil sería dejarse arrastrar por todo ese cariño sincero y sin medida que fluía desde ella.

Él trató de acercársele, pero fue francamente imposible hablar con ella. Cuando Candy no estaba rodeada de niños, en su lugar había un chiquillo tratando de enseñarle a él alguno de sus juguetes, cantarle una canción o hacerle algún burdo truco de magia. Para su sorpresa, Terry encontró que algunos de los huérfanos eran francamente encantadores y su mente viajó hacia el pasado, imaginando la adorable niña traviesa que seguramente había sido Candy White.

Con impaciente resignación, Terry se dispuso a esperar que dieran las diez de la noche - la hora en que Candy le había dicho que los niños se irían a dormir –, pero los minutos transcurrían con tortuosa lentitud. En otras circunstancias él habría adorado compartir cada segundo de este festivo regocijo con Candy, pero en esta ocasión lo que en verdad necesitaba era hablar con ella y saber si todavía había esperanzas para él. ¿Para qué iba a fantasear con que este sería el primer Año Nuevo de muchos que pasarían juntos, si tal vez Candy le diría que podía volverse por donde vino?

Así que, conforme transcurría la noche, las esperanzas de él iban palideciendo como un fantasma que empieza a enterarse de su inexistencia. Durante la cena el ánimo de Terry caía cada vez más y desde hacía rato su alma estaba en el piso: Candy era amable con él, pero nada más. Ella no lo alentaba en lo absoluto y evitaba mirarlo directamente... y cuando por casualidad sus bonitos ojos verdes se encontraban con los suyos, ella se volvía inmediatamente ocupándose de cualquier otra cosa. Estaban tan cerca, pero a medida que transcurría el tiempo él sentía que había un abismo entre ellos. En algún momento de la noche se preguntó que hacía allí... la víspera de Año Nuevo se había convertido en una silente agonía.

Apenas unas horas antes, ir a buscarla le había parecido una buena idea. Días atrás, en busca de noticias suyas, él había acudido a la Mansión Ardlay de Chicago donde, para su enorme sorpresa, quien lo había recibido fue su amigo Albert. Tras el fraternal abrazo y las revelaciones – Albert era en realidad el poderoso patriarca William Ardlay, protector y tutor de Candy – el magnate le había explicado que ella ahora vivía en el Hogar de Pony. Terry creyó que Albert lo alentaba cuando le confesó que Candy no estaba interesada en nadie, pero después no había revelado nada más acerca de sus sentimientos. Tal vez por que, en honor a la amistad que todavía los unía, el rubio no había querido ser él quien le diera el tiro de gracia.

Después de eso Terry había enviado a Candy una carta escrita desde el corazón, contenida y sincera, tratando de no presionarla pero expresándole su sentir; dispuesto a armarse de paciencia y esperar por su respuesta. Pero, bueno, la paciencia nunca había sido uno de sus puntos fuertes... así que finalmente él se había presentado en el Hogar de Pony, dispuesto a verla. No resistió la tentación de reflejarse otra vez en sus fascinantes pupilas verdes y volver a escuchar el dulce sonido de sus amados labios... a saberlo todo antes de que terminara el año. Y tal vez al principio había sido estúpidamente optimista sobre el reencuentro, pero era obvio que otra vez subestimó los juegos del destino porque aquí estaba ahora, con sus esperanzas hundiéndose cada vez más.

Cuando por fin dieron las diez, el ánimo de Terry era una complicada mezcla de mortificación y esperanza. Más lo primero que lo segundo. Intuyó que esta noche iba a terminar en tragedia, pero sólo para él.

Las madres de Candy se llevaron a algunos niños a dormir, mientras Candy hacia lo mismo con los pequeños más reacios. Incluso Terry ayudó cargando a los niños más chiquitos que ya habían caído vencidos por el sueño sobre los sillones, entre ellos la adorable niña Julia. Tras meterlos a todos en sus camas, una expectante paz empezó a respirarse en el Hogar de Pony.

Sin embargo, cuando Terry creyó que por fin había llegado el momento de la verdad, unos golpes muy fuertes se escucharon en la puerta principal: alguien llamaba con urgencia y desesperación. Otra vez el momento pasaba, pensó Terry con frustración, otra vez el destino parecía empeñado en ponerle las cosas difíciles y que la ocasión de hablar con Candy pareciera no llegar nunca.

Cuando abrieron la puerta, se precipitó dentro del vestíbulo la abrigada figura de Daphne Pearson, una adolescente desgarbada de trenzas largas y dedos huesudos que estrujaban el gorro de invierno que se había quitado. Su abrigo café estaba llena de nevada humedad.

- ¡Señorita Candy! Es una emergencia. Mi madre está en casa entrada en dolores, está punto de dar a luz.

- ¿Estás segura?

- Ella dice que sí.

Y la señora Pearson debía saberlo mejor que nadie, ya había dado a luz a cuatro niños antes.

- Pero todavía le falta un mes – murmuró Candy, sorprendida - ¿Ya fuiste por el Dr. Martin?

- Mi padre fue a buscarlo, pero el doctor está pasando la Noche vieja lejos de La Porte y no sabemos cuanto tardará – la jovencita los miró a todos con suplicante ansiedad – Yo he venido a buscarla a usted, a caballo. Por favor, venga conmigo, mi madre dice que algo no está bien.

La señora Pearson debía estar mal de verdad, si Daphne había venido a caballo en una noche tan oscura con todo el peligro que implicaba. Candy no lo pensó dos veces y dijo que la acompañaría. Sus dos madres se encargarían del Hogar de Pony.

- Prepararé a Cleopatra y te acompañaré… - anunció la joven enfermera, pensando en todo lo que tendría que llevar. Soluciones salinas, ácido carbólico, catgut de sutura.

- Yo tengo mi coche afuera – intervino de pronto Terry con voz firme. Por fin, algo que podía controlar - Si hay un camino hasta allá, yo las llevaré. Será más rápido y seguro.

Candy lo miró fijamente… desde luego, él tenía razón. Le agradeció con la mirada, entrando a ponerse su uniforme y buscar sus remedios, mientras Terry se ocupaba en llevar el caballo de la chica a guardarse en el pequeño establo del Hogar de Pony, junto a dos corceles blancos que se llamaban César y Cleopatra y que recibieron con enérgicos relinchos a su compañero temporal.

Después Candy, Terry y la jovencita Daphne abordaron el auto, llenos de una preocupada agitación. Él empezó a conducir, pensando en todos los vuelcos inesperados que la noche había dado.

- Todo saldrá bien, Daphne. Ya lo verás – le dijo Candy a la chica para tranquilizarla. No tendría por qué ser diferente. La señora Pearson era una mujer sana y el parto sólo se había adelantado un poco, al parecer.

- Dios la bendiga, señorita Candy.

Poco a poco, el ambiente se iba asentando tras la conmocionada prisa inicial. Aunque todavía un silencio expectante llenaba la cabina del auto, la joven enfermera empezaba a darse cuenta de que los agitados latidos de su corazón se debían cada vez menos a la urgencia médica y más a la presencia de Terry junto a ella. Había evitado mirarlo toda la noche, pero ahora podía hacerlo sin que él se diera cuenta.

Mientras Terry conducía, con la vista bastante ocupada en el camino resbaladizo, ella absorbía con avidez cada detalle de su rostro, cada movimiento de sus manos fuertes. La diáfana claridad de sus ojos verdiazules. No podía quitarle la vista de encima.

- Estás diferente – dijo ella tras un rato de estarlo contemplando en silencio.

Él no podía decir mucho sin caer en un despliegue de intimidad emocional que no quería tener con Daphne en el asiento tras ellos.

- No he cambiado en nada, Candy.

- Lo dos hemos cambiado – objetó ella.

- Sabes a lo que me refiero.

Candy suspiró.

- Tú también lo sabes.

Terry se volvió a mirarla, un segundo, creyendo que ella seguía sin verlo a los ojos. La sentía lejana e indescifrable. Pero, desde luego, él no podía esperar otra cosa. Si él todavía no se había perdonado a sí mismo por todo el pasado, ¿cómo fue capaz de haberse atrevido siquiera a soñar que ella lo haría?

Continuará...


(1) Auld Lang Syne es un poema escocés (escrito por Robert Burns, 1788) y convertido posteriormente en una canción popular que, según tengo entendido, se canta en la noche de Año Nuevo de algunos países de habla inglesa. También es una canción que Terry toca en su armónica, en el capítulo 43 del anime. (++)

El título de la canción significa literalmente "Hace mucho tiempo", pero la traducción más comúnmente aceptada es "Por los viejos tiempos".

(2) Fragmento de un poema que contiene una de las primeras versiones de la frase "Auld lang syne". Atribuído a Sir Robert Ayton (1570-1638).


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¡Mil gracias por leer!

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Notas:

"Mal y tarde estoy cumpliendo…" (JSabina dixit).

Me habría gustado publicar ayer y hoy, pero no me decidí ni terminé a tiempo.

Este es un minific corto, de dos partes. Agradezco a Ceshire hacerme saber de esta actividad que fue organizada por Canulita Pech para festejar el Año Nuevo, fecha emblemática para nuestro par de enamorados (la pareja más hermosa del mundo mundial).

Publicaré el final de esta mini-historia a más tardar el próximo sábado, que es una fecha muy especial para mí. Por lo pronto, les envío mis mejores deseos de que el festejo de anoche haya sido el preludio de un nuevo año que venga cargado de maravillas, de pocos momentos difíciles (inevitables) y de grandes aprendizajes para todas nosotras. ¡Feliz Año Nuevo!