Personajes de Mizuki e Igarashi.

Mary Jane, la mucama, encargada de la limpieza del cabaret, les tocó la puerta para hacerle entrega de las vestimentas del joven Ardlay; Candy se levantó a recibirlas. Albert contempló a detalle el cuerpo níveo y delicado de la rubia que lo tenía cautivo, la cual tan sólo unos minutos atrás se retorció de placer entre sus cálidas sábanas, era definitivo su lujuria y ternura lo tenían enloquecido.

Candy, entre abrió la puerta evitando mostrar su desnudez.

― ¡Tenga! ―la señora de avanzada edad, le hizo entrega de la vestimenta; antes de que esta se pudiera retirar, Candy la llamó.

―Disculpe, no tengo ―carraspeó un tanto avergonzada para culminar la frase― es que no tengo ropa.

― Veré que le puedo conseguir, aguarde unos minutos.

― Gracias, se lo agradeceré.

― No agradezca, es mi trabajo.

Candy dejó a un lado de la cama la ropa del joven, para irse a asear, pero Albert la puso en cuclillas en la cama y sin dar aviso la penetró con fuerza, como animal entraba y salía de ella hasta llenarla nuevamente de su líquido viscoso. Candy jadeó nuevamente de placer.

Al llegar la tarde los jóvenes debutantes del amor salían de la habitación que le sirvió para amarse largas horas, olvidándose del deseo de comer, sólo de vez en cuando bebían agua y un poco de vino del mejor viñero de la ciudad.

Candy, vestía un sencillo, pero bonito vestido color rosa de la época, cuello alto, un semi armazón que le hacía ver un trasero bien formado y por supuesto el corset, el cual le hacía lucir una delgada cintura, además de elevarle el busto. Ambos bajaban las escaleras de espiral, Albert, la sostenía de la mano para en caso de que ella diera un paso en falso con sus botines de cuero de tacón medio, él la agarraría evitando su caída. Lord Pierre, se acercó a ellos.

― ¡Joven, ya es todo un hombre, eh! ―le palmeaba la espalda con toda la confianza, que se creía sobre él― En esa habitación quedó el chiquillo, le reservé la mejor cortesana que tenemos, cuando guste le ofrezco otra ―dijo tocándole la pierna a Candy, lo cual enfureció al joven patriarca, quien sin pensar lo tomó por la solapa.

― Última vez, que usted se dirige a mi dama de forma despectiva. De ahora en adelante será mi mujer y no dejaré, que nadie le toque en lo más mínimo.

El hombre haciendo sus manos hacia atrás en son de paz, expresó: ― so, so calma. El trato fue una virgen para su primera vez, si la desea por más tiempo deberá pagar.

Albert, lleno de ira con brusquedad lo soltó en el piso, y sacó de uno de sus bolsillos una saquito de oro― ¡ella, no tiene precio! ―El rubio se marchó en compañía de su rubia, dejándole al usurero herida la dignidad, quien quedó humillado, denigrado a unas cuantas monedas.

‹‹Tienes razón, ella no tiene precio.›› Fue el pensamiento de Lord Pierre. Abigail se acercó para ayudarlo a levantar del piso.

― ¡Suéltame!―expresó con ira Lord Pierre, atemorizando a su meretriz más fiel.

En el carruaje Candy, sonreía a su héroe, el hombre que sin importarle nada desafeó a uno de los hombres más temidos de la ciudad parisina, sin embargo algo en su ser le decía que no todo sería felicidad.

En la villa de los Ardlay, ubicada en Londres, la señora Elroy, conversaba con los Britter una de las familias más influyentes de Escocia.

― El tío abuelo William, regresará pronto de su viaje a Francia ―hablaba la tía abuela, sosteniendo la taza de té.

― Annie, es nuestra hermosa hija, es única y la amamos. Queremos el mejor futuro para ella, dará hijos con amor ―exponía con solemnidad la señora Britter.

― No lo dudo; la fusión de ambas familias servirá para fortalecer nuestros patrimonios, la familia Ardlay es una de las familias más antiguas de Escocia, la exigencia es nuestra principal base, nos da solidez en nuestras finanzas.

― Señora Elroy, estamos consciente de su poderío. Nuestra hija será leal a sus demandas.

Annie, permanecía en una silla con los dedos entrecruzados en nada intervenía, era fiel, obediente, jamás se alzaría.

Tom, se colocaba su chaqueta, estiraba los brazos con dolencia.

― ¿A dónde crees que vas?

― Por mi hermana, uno de los peones de los Legan me dijo: que estaba en ese sucio cabaret, sacaré a mi hermana de allá.

― Sigues convaleciente. ¿Crees que en tu estado podrás rescatarla?

― Daré mi vida a cambio de la de ella de ser necesario.

― ¡Tom, deja de ser cabeza dura! ―dijo exasperada la joven.

Tom abrió la puerta, buscó uno de los caballos para ir en dirección a la casa de burlesque. Al llegar descendió con agilidad del equino; tocándose con la mano derecha una de las costillas adolorida de su parte izquierda, golpeó la puerta.

Lord Pierre, quien bebía un trago de whisky, preguntó exaltado: ― ¿Quién toca de manera brutal?

Abigail se acercó al ojo mágico: ― Es el hermano de Candy.

― Excelente, es el otro huérfano, vamos a recibirlo.

Tom pasó acelerado, embravecido.

― ¿Dónde está Candy? ―estiró su brazo derecho para agarrarlo por la solapa.

― Soy tu amigo, no he arremetido en contra de ustedes. Todo es culpa de William Albert Ardlay, él se la llevó. La quiere de muñeca para cumplir sus más bajas fantasías. No soy el enemigo, el enemigo es él, qué a la fuerza la sometió y la hizo suya. Nosotros quisimos intervenir, pero tiene hombres a su mando. Te ayudaré a encontrarla ― expuso el cobarde con rostro y mirada temblorosa, haciéndose ver víctima.

― ¡Mientes! ¿En dónde la tiene?

― No, miento. Se la llevó a Londres, vaya al puerto allí, le informarán de los nombres de las personas que abordaron el buque del atardecer ―dijo nervioso, al mirar salir a Tom lleno se furia, sacó de sus labios una sonrisa ladera llena de triunfo.

― Pobre tonto, te lo dije Ardlay, que me cobraría la humillación. Nunca pensé que sería tan rápido.

En el camarote del barco.

― Candy, te traje algunos vestidos, espero sea de tu talla de caso contrario podemos hablar con el sastre del barco para que lo ajuste a tus medidas.

― Gracias, sigo preocupada por mis hermanos.

― Ellos estarán bien, envié uno de mis hombres de confianza a indagar sobre su condición. Recibí un telegrama informándome, que están en libertad, se fueron en dirección a la casa de los Carsso, di instrucciones para abastecerle de lo necesario.

― Siempre estaré agradecida, que me hayas rescatado de ese mundo.

― Soy el hombre más dichoso por tener a una mujer como tú a mi lado. Acompáñame, ofrecerán un festín ―Candy, le tomó la mano a Albert, quien se la extendió para ayudarla a levantar de la cama.

Continuará.

Cabe decir que no sé de historia.

Gracias a todas por comentar ayuda a culminar más rápido la historia.