Personajes de Mizuki e Igarsahi.
Advertencia contenido adulto a extremo.
Año 1883, un joven rubio alto de ojos azules como el cielo se encontraba en el balcón de su habitación disfrutando de la fresca mañana, que traía con ella un delicioso aroma a rosas silvestres, proveniente del rosedal que una vez cultivó su hermana y luego su sobrino, quien murió trágicamente, encima de sus hombros una enorme responsabilidad desde su nacimiento: William Albert Ardlay, el chico que nadie conoce, que nadie sabe, ¿quién es? Al fin será presentado en sociedad para ser comprometido en matrimonio con una dama de alta sociedad. Como bien estipula una de las clausulas de los clanes escoceses, que rigen la vida de los integrantes de su familia, la cual ha estado sumamente enmarcada, pues lo más valioso para ellos es la sangre para preservar su buen nombre y apellido.
Albert, un hombre de 25 años; aunque parezca increíble no tuvo ni un mínimo de libertad en su vida, sus pasos, sus movimientos, eran estudiados por su tutora legal, no caminaba sin antes ser aprobado por su tía Elroy. Estudió siempre con profesores privados, quienes le enseñaron distintos idiomas: francés, portugués, italiano y por supuesto su habla: inglesa, además de materias que abordaban desde las ciencias administrativas hasta las legales, se puede decir que es un erudito. No basto con eso, fue a Inglaterra: allí se preparó a nivel universitario. Atrás de él, guardaespaldas, quienes les garantizaron seguridad, pues temían que unos de sus familiares descubrieran antes de tiempo que el heredero del imperio Ardlay es un joven inexperto en el ámbito empresarial. El tocar de la puerta le hizo desprenderse de ese maravilloso momento:
― ¡Un momento! ―exclamó, a medida que caminaba para agarrar la bata de su pijama azul claro para ponérsela e ir abrir.
― Permiso ―dijo George, haciéndole una reverencia― le he interrumpido para comunicarle: el cochero llegará a las doce del mediodía para dejarlo en la embarcación, que lo llevará a Francia, su equipaje será recogido a las once con cinco minutos exactos.
Sin intercambiar más palabras, la mano derecha de la familia se retiró, dejando al joven patriarca con sus cavilaciones de lo que deberá hacer de ahora en adelante. Es un ser viviente, que actúa conforme le indican sus afectos más cercanos.
En una calle parisina una joven de 16 años peleaba con el capataz de los Legan apodado "El García".
― ¡Maldita Americana! Harás lo que te diga.
― ¡No lo haré, no permitiré que abusen de mí, mi integridad vale, soy una mujer que se sabe defender! ¡Tengo uñas y dientes y de ser necesario lo golpearé!
― ¡Malcriada, te haré entrar en razón! ―expresó quitándose la hebilla del pantalón para castigarla. Un hombre lo detuvo.
―No la maltrate, hombre ―le habló serenamente, fumando uno de los mejores habanos de América Latina― La necesitamos bonita, impoluta para el joven americano que viene de Estados Unidos. Nos ofrecieron una enorme cantidad, por una chica así como ella: rubia, ojos verdes, delgada y bien proporcionada ― Lord Pierre la miraba con deseo. Se acercó a ella ― Nada más por eso te salvas mocosa. ¡Súbete al coche! La madame Ivonne te preparará para la noche.
― ¡Le dije que no!
― Si no lo haces. Tus hermanos pagarán las consecuencias. Están en la cárcel a merced de Lord Fabre, el mejor herrero de la ciudad… Dicen que le gusta probar el filo de sus cuchillos en humanos ―le dio a saber con una sonrisa ladera llena de malicia.
Candy con la mirada llena de terror, accedió a la petición de sus captores.
Albert, subió al navío, respiró hondo, ya no tenía ánimos de luchar contra la marea, es un hecho de que él, es una simple marioneta. De chico trató huir de ese mundo que lo tenía enjaulado como un colibrí, que busca volar por encima de los árboles, de las flores, nunca lo consiguió. Él era un muerto viviente, un zombi.
En la noche.
― ¿Tú eres, Candy? ―preguntó la madame, con altivez, evaluado el aspecto de aquella chiquilla de rizos dorados y ojos verdes.
―Sí.
―Estás harapienta, te arreglaremos. ¡Abigail! ―llamó la madame.
―Sí, señora.
―Arregla a la joven; será la cortesana del joven americano, que llegará en la noche ―asintiendo con la cabeza, la mucama obedeció.
Candy en la tina era enjabonada por la asistente de la madame.
―Tienes suerte.
― ¿Por qué lo dice? No tendré futuro. Quería… yo quería… ―trataba de expresarse, apretaba con fuerza sus puños.
― Candy, debes aceptar tu destino; ningún hombre desposará a una huérfana ―Candy hizo la mirada a un lado ―perdón por ser tan dura, créeme cuando te digo que tienes suerte. Tengo entendido, que tu cliente es un hombre guapo, un joven de sociedad. Nosotras no hemos tenido tanta suerte nos tocan hombres mayores, cansados de sus mujeres, que buscan liberarse de las "estúpidas leyes que rigen la sociedad"; así me dijo uno de los caballeros que atiendo. Él me cae bien, siempre que regresa de viaje me trae algún recuerdo; la otra vez me trajo un libro de la india, ahora te lo mostraré es bien instructivo el autor se llama, déjame recordar, ah ya sé, es: Richard Francis Burton ―Abigail, relataba ruborizada. Tranquila según tengo entendido es un debutante.
― ¿Qué es un debutante?
―Es un hombre, que nunca ha tenido sexo con nadie.
― ¿Por qué no se busca una experta?
―Necesitan a una virgen, una mujer que no haya sido tocada antes. Quieren lo mejor para él.
― ¡Seré su muñeca! El objeto con el que practicará, ¿no valgo? ¡Lo odio, sin ni siquiera conocerlo!
― Es mejor así, es un hombre puro. Candy, guiaré tú mano a la parte inferior de entrepierna.
― ¡No me toques!
― Candy, aprovecharé el baño de tina para decirte, en donde él te deberá penetrar. Te meterá su miembro, en un inicio duele, luego te acostumbras y si te hacen ciertas cositas lo disfrutas.
― ¡No quiero saber!
― Deberás saber, él no sabe qué hacer en asuntos sexuales, él pronto se casará y debe saber cómo responder con la madre de sus hijos. Te daré tips para que no te preñe. Tomarás unas hierbas.
― ¡No tomaré hierbas!
― Las tomarás ―le dijo con voz tranquila y serena.
―No puedes quedar embarazada; podríamos usar el calendario, pero él pronto se casará y necesitan que aprenda, rápido.
Candy empezó a llorar, desde niña soñó con una boda, con un príncipe azul como en los cuentos de hadas, que llegaría en un carruaje para llevársela a un mundo especial, diferente para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe.
En otro lado, el joven Ardlay llegaba al hotel más elegante de París:
― Puede descansar, a las nueve con treinta y cinco minutos, pasará por usted el carruaje, que lo llevará a la casa de madame Ivonne. Albert, sin replicar aceptó. Le entregaron la vestimenta que debería usar para su debut como le dio a conocer, George. Recordó la plática que tuvo con su mentor:
―Es usted el hijo, que nunca tuve. Su padre murió cuando tan sólo usted tenía ocho años ―George, se levantó dándole la espalda ―desde entonces la incertidumbre se apoderó de su familia. Eras un niño, ¿cómo entregar el mando a un niño? ―preguntó bajando la mirada― Es imposible, sé que no ha sido fácil para usted, vivir aislado, en las sombras, pero ya es tiempo de que se presente en sociedad y contraiga nupcias con una mujer de su misma sociedad ―el hombre de aspecto taciturno carraspeó antes de decir lo siguiente: ―un hombre debe estar con una mujer para procrear, dar herederos, es preciso que usted sepa que hacer en la noche de bodas.
Un sirviente solicitó permiso para entrar, trayéndole al joven patriarca a la realidad.
― Señor, el carruaje le espera.
Continuará.
Espero le haya gustado la invitación es para que se una al grupo Fan Fic de Albert y Candy, para conocer más de esta historia y compartir con otros escritores. Dios nos bendiga.