Para Marinette, acabar el instituto había supuesto dar carpetazo a muchas cosas: sus roces inevitables con Chloe, las bromas de Kim, la dulzura de Rose, la inteligencia de Max, el afán de superación de Nathaniel, la necesidad de información de Alya, el amor por la música de Nino y su amor imposible por Adrien.
Había sido una dura decisión, pero Marinette había tenido que afrontarlo: Adrien solo la veía como una buena amiga y así sería siempre.
A pesar de todo, no había sido capaz de abandonar a su familia y sus amigos y marcharse a Milán, a una de las mejores escuelas de moda y diseño del mundo. Había decidido formarse en París unos cuantos años más hasta que se sintiese preparada para emprender su camino fuera de Francia. No todos habían optado por quedarse en sus casas; Chloe se había marchado a Nueva York con su madre y a Max le habían admitido en Oxford. El resto de los compañeros se había dispersado por la geografía francesa…
… Hasta esa semana.
Aquel día, se cumplía un año desde que se despidieron en el instituto. Alya y Marinette seguían viéndose a menudo, sobre todo con Nino. Por suerte y desgracia para Marinette, Adrien se había quedado también en París y participaba en algunas de las salidas que hacían juntos. Gabriel Agreste había aflojado un poco su cepa en torno a su hijo y por fin Adrien estaba disfrutando de una vida social normal.
Pero ese día, Adrien no estaría solo con Marinette, Alya y Nino. Todos los demás compañeros de clase del instituto regresaban a París para un reencuentro apoteósico. Chloe se uniría a ellos en el hotel donde pasarían los próximos cuatro días, un hotel que le pertenecía a su padre, por supuesto.
Marinette y Alya habían quedado junto a Notre Dame para ir juntas a la Estación de tren del Norte, donde tomarían un convoy que les llevaría a la región de Rouen y, por ende, a sus playas. El verano acababa de empezar y ¿qué mejor manera de celebrar un reencuentro que pasándose el día metidos en el agua?
―No sé si llevo ropa suficiente―comentaba Marinette mientras se subían al metro que las acercaría a la estación de tren.
Alya rodó los ojos.
―¿No decías que ya lo habías superado?
Marinette contuvo un largo suspiro. Sí, había superado el hecho de que Adrien jamás se fijaría en ella, pero algo en su interior se negaba a darse por vencido. Marinette había utilizado ese sentimiento de resignación como rampa para fijarse en otras personas. O en otra persona, mejor dicho.
―Lo he hecho―se defendió Marinette, poniendo cara de dura y haciendo un gesto con la mano―. Da igual, me las apañaré con lo que llevo en la maleta.
Alya echó un vistazo a la cremallera del equipaje de Marinette. Parecía que fuera a estallar en cualquier momento.
―Seguro. Llevar todo el armario ahí metido tiene que servir de algo―comentó Alya, ganándose un golpe suave de la mano de Marinette en el brazo.
Entre bromas, llegaron por fin a la estación de tren. La Estación del Norte era uno de los puntos neurálgicos de París, un lugar de encuentros y despedidas constantes. Justo en el centro del vestíbulo de la estación, empezaba a formarse un nutrido grupo de jóvenes estudiantes que se saludaban con abrazos, besos y alguna que otra lágrima. En cuanto vieron a sus compañeros, Alya y Marinette echaron a correr.
―¡Mari! ―gritó Rose, que dejó tirada su maleta en el suelo y se colgó del cuello de Marinette con los brazos.
Ella la recibió con una enorme sonrisa.
―¡Está guapísima! ―añadió Rose, separándose de ella y tomando entre sus dedos algunos mechones de la media melena de Marinette.
―Gracias―respondió ella, sonrojándose y saludando a los demás.
Kim la estrechó entre sus brazos, amenazando con romperle alguna costilla. Mylène lloró de felicidad mientras Iván la consolaba con palmaditas en la espalda. Los saludos se sucedieron hasta que llegaron Nino y Adrien y de nuevo los gritos de alegría invadieron el vestíbulo de la estación.
Cuando por fin Nino pudo acercarse a Alya, esta la miraba con una ceja alzada.
―Qué popular.
―Soy el DJ del momento, no puedo evitar ser popular―contestó Nino, haciendo reír a los demás.
Fue entonces cuando las miradas de Marinette y Adrien se encontraron. El corazón de Marinette se paró por un instante, el tiempo justo y necesario para regañarse mentalmente y recordar a cierta persona que ocupaba sus pensamientos últimamente. Por su parte, Adrien necesitó unos segundos para reponerse.
Si bien Adrien ya conocía la admiración que Marinette sentía por él, no hacía mucho que se había enterado de que ella había estado profundamente enamorada de él durante varios años. Ante aquella noticia, Adrien no supo bien cómo sentirse y aún le costaba reaccionar delante de ella… sin el traje de Chat Noir.
Porque desde que Adrien supo que Marinette le quería, no había podido evitar utilizar sus poderes para visitarla algunas noches. Marinette y él habían entablado una bonita amistad y Adrien se había dado cuenta de lo estúpido que había sido y de lo ciego que había estado. Gracias a esas visitas, Adrien había olvidado su amor no correspondido por Ladybug y se había fijado en Marinette, quien parecía haberle olvidado por completo.
―Hola, Marinette―la saludó con una sonrisa.
Ella parpadeó, saliendo de su ensimismamiento.
―Hola, Adrien, ¿todo bien? ―respondió Marinette, haciéndole la misma pregunta de siempre.
Pudiera parecer patético, pero Adrien esperaba que esa pregunta nunca desapareciera. Era como si, de alguna manera, Marinette siguiera sintiendo algo por él.
―Todo genial―respondió y se unieron al grupo de compañeros que esperaban para coger el tren que les llevaría a Rouen.
… … … …
El viaje hasta la playa duró unas tres horas, pero al fin llegaron al lujoso hotel que regentaba el padre de Chloe Bourgeois. La propia Chloe se había asegurado de que todas las suites fueran asignadas a sus compañeros de clase. Con el paso de los años, Chloe se había vuelto algo más amable, pero seguía fardando de protagonismo y riqueza y la mejor manera de hacerlo era dándoles lo mejor a sus compañeros. Sin embargo, Marinette pensaba que era su forma de compensarles por todos los años de actitud insoportable.
Fuera como fuese, Chloe había pedido que sus compañeros fueran en parejas, aunque no había especificado cuáles. Así que, Rose se vio en una misma suite con Mylène; Max y Kim cayeron en otra; Alix y Juleka fueron a compartir otra habitación; Iván y Nathaniel acabaron siendo compañeros; Sabrina y Chloe fueron a una misma suite; Nino y Adrien acabaron en otra y, finalmente, Alya fue designada como compañera de Marinette.
―Bueno, chicos―dijo Chloe en cuanto tuvo a todos sus antiguos compañeros frente a ella, en el vestíbulo del hotel―. Dejad vuestras maletas y eso que llamáis ropa en los armarios y bajad en una hora. Mi profesor de surf os dará una clase gratis por petición mía, ¿vale?
Los chicos y Alix gritaron, entusiasmados. Las demás chicas se miraron con cierta suspicacia. Una clase programada por Chloe nunca podía ser una buena idea. Sin embargo, obedecieron y subieron en grupos a las suites, que se ubicaban en las dos últimas plantas del hotel.
Mientras Marinette esperaba su turno para subir en el ascensor, se acercó a uno de los enormes ventanales que daban al exterior y contuvo un grito de sorpresa. Apenas era mediodía, pero la playa ya estaba a rebosar de turistas, familias y parejas. El hotel se encontraba a unos escasos cien metros del paseo marítimo y de la entrada a la arena. Marinette nunca había estado tan cerca del mar.
―Es impresionante, ¿verdad? ―dijo una voz a su lado, sobresaltándola.
Marinette dio un brinco y miró a su izquierda. Se quedó congelada al ver a Adrien con las manos en los bolsillos mirando en la misma dirección que ella.
―Mis padres y yo veníamos a menudo cuando era pequeño―continuó hablando Adrien―, aunque mi padre odia la arena.
Marinette no pudo evitar sonreír.
―Yo nunca he visto el mar ni he ido a la playa―confesó en voz baja, sintiéndose patética al lado de alguien que había nacido en una cuna de oro―. Así que no puedo decirte si me gusta o no.
―Te gustará―asintió Adrien, mirándola.
Marinette no respondió de inmediato, se había quedado perdida en el brillo dorado que el sol creaba en los ojos verdes de Adrien.
―Eso espero―dijo finalmente.
―¡Chicos! ―los llamó entonces Alya, sacándolos de su burbuja y obligándolos a volver al mundo real― Nos toca, ¡vamos!
Adrien y Marinette intercambiaron una última mirada antes de regresar junto a Nino y Alya y recoger sus pertenencias. Los cuatro, junto a Chloe y Sabrina, subieron en el ascensor, algo apretujados por las maletas y las mochilas.
Cuando llegaron al último piso, Marinette salió escopeteada hacia su suite. Por si la extraña actitud de Adrien respecto a ella fuera poco, le había tocado ir pegada a su pecho en el ascensor. Había notado cada exhalación, cada movimiento de Adrien en su nuca. Alya la alcanzó cuando metía su maleta, ajena a la risa de Nino y a la dulce sonrisa de Adrien. Respecto a Chloe y Sabrina…, mejor no hablar.
Solo en el momento en que Alya hubo cerrado la puerta de su suite, Marinette se sintió a salvo del huracán Agreste.
―Dios, chica―dijo Alya, riéndose―, respira.
―No puedo respirar―replicó Marinette, abriendo las ventanas de la enorme suite decorada con tonos blancos, azules y marrones―. ¿Tú le has visto? Lleva meses comportándose así conmigo. ¿Qué es lo que pasa con él?
Alya reprimió una carcajada.
―Tal vez se haya dado cuenta de lo increíble que eres, amiga.
Esta vez, fue Marinette la que rio, histérica.
―Deja de soñar despierta, Alya. Además―Marinette se giró hacia ella, aparentando una resolución y una seguridad que no sentía―, ya te he dicho que estoy conociendo a alguien. Por fin Adrien está saliendo de mi cabeza.
―No del todo―le recordó Alya, echando la maleta sobre una enorme mesa de roble macizo que había en el saloncito de la suite―. El primer amor no se olvida, Marinette.
―Eso son tonterías. Mírame―se señaló a sí misma―, ya ni siquiera sueño con él. Y he quitado todas mis fotos de mi habitación.
―¿Todas? ―inquirió Alya, suspicaz.
―Bueno, no puedo quitar aquellas en las que salís los demás―se excusó Marinette, que desvió la mirada hacia su apretada maleta―. Será mejor que me ocupe de eso.
Alya no respondió, se limitó a observar los movimientos mecánicos de su amiga mientras estiraba la ropa sobre la enorme cama doble y enchufaba la plancha que había encontrado en el fondo del armario de la suite. Tras media hora quitando las arrugas de su ropa y de la de Alya, Marinette por fin pudo ponerse uno de sus nuevos biquinis.
―Bueno, ¿qué? ¿Surfeamos?