Renuncia: Todo a Michael DiMartino y Bryan Komietzko.
Notas: Fic para my love and everything, Cass, su cumpleaños y celebro su existencia, este es corto pero espero que te guste bb!
«Todo el frío del mundo me ha tocado a mí
y tú sudando amor amor amor»
Roque Dalton
être, c'est aimer
(ser, es amar)
Hay una muchacha.
Zuko quiere compararla con la luna y las estrellas, o el cielo de hollín helado por las noches. Podría compararla con una metáfora rara que se forma como hojas torpes enredándose en su mente de chico roto; chico que intenta sanarse con sus manos entorpecidas (y sin evitarlo se quiebra más). Zuko podría soltarle palabras sobre sus ojos bonitos o su cabello enmarañado por el viento tibio sobre su rostro, ese que no le hace quitar la mirada hacia el frente, sus labios de chica bonita firmemente apretados, como sus puños, como el agua (su agua, su agua, que debe ser más intensa que un arroyo, más reconfortante que el mar) que se forma entre sus dedos y se enreda entre su sombra como una bailarina.
(Se atreve a imaginar que susurra sobre su cuello, pidiéndole perdón infinitamente en la boca, y ella enredaría sus manos en sus hombros besando sus palabras avergonzadas, callándolo, perdonándolo, festejando su existencia para sanarlo un poco. Imagina que la toca y ella tiene la piel de mármol, los besos de mimbre tatuados sobre la piel tibia y temblorosa de fiebre; que él es fuego, fogata tibia y reconfortante en la arena, ella las olas de mar acercándose como olas amables sobre la orilla. Imagina –qué atrevimiento– que ella lo quiere a él, que lo ama –aunque sea un poco... no tanto, para no arruinarla–. Quererla, amarla, sería sanarse y perdonarse un poco a sí mismo, no importa si esta muchacha de sal no lo mira a él, no importa. Aunque así, él aprenda así por primera vez lo dulce que es tener el corazón roto: eso, tú que lees estas palabras, eso es precisamente amor). Pero Zuko es una mancha húmeda en la pared.
Zuko podría decirle muchas cosas (pero queda como sombra hacia un costado, qué pasaría si la opacara, a ella, que hace que la noche parezca cielo alumbrado). Y que no se le ocurra inclinarse y besarle su piel callosa, enredar sus manos torpes con las amables de ella, que no llegue a tener la ridícula idea que su mirada se ablandará sobre la de él.
Hay una muchacha. Katara. Más inmensa que el mar, más tibia que la noche.
Y un día, lo rodea entre sus brazos de noche oscura, él arrullándose en sus manos mientras se duerme; con ella susurrándole palabras de consuelo al oído
y luego
los besos silenciosos sobre la cicatriz quebrada en su ojo.