V

"Scorpius besó a Albus Potter en el Gran Comedor, en medio de la cena, porque…"

Albus Potter estaba, en lo que alguna vez escuchó llamar al señor Malfoy en un tono sutil de broma, en un pánico de serpiente, ¿por qué? Pues porque era un Slytherin y un buen Slytherin no entraba en pánico igual que los demás miembros de otras Casas. No, cualquiera que conociera a una serpiente, sabía que el pánico Slytherin era incluso más histérico que el llanto Hufflepluff, más calculado que los horarios Ravenclaw y más irracional que el coraje Gryffindor.

El pánico de serpiente era todo lo que un buen Slytherin debe evitar. Pero Albus no era el ejemplo ideal de su Casa y las cortinas que acababa de rasgar por jalarlas con demasiada fuerza, lo demostraban.

Un sonido débil le recordó de la existencia de Alessandro Zabini, que estaba apostado a una cama de distancia, sumido en una lectura aparentemente más interesante que su rabieta. Al menos hasta el momento en que Albus casi destroza el dosel.

Se forzó a respirar profundo, a dejar salir la ira con el aire que expulsaba, pero bendito Merlín, qué difícil era.

Albus estaba cansado. No, más que eso. Albus estaba harto, estaba irritado, estaba a punto de cometer la estupidez que le cambiaría la vida y lo único que podía hacer era apretar la tela rota de las cortinas y lamentarse, porque ya no habría disimulo alguno cuando se colase a la cama de Scorpius esa noche. No es que él creyese que lo había ocultado bien de Alessandro, pero dado que este no le hacía preguntas y la única conversación al respecto (de la que él no supo qué resultó, por un jodido hechizo silenciador en la puerta, que no pudo deshacer), fue con Scorpius, supuso que la sutileza era mejor que hacer algo a lo loco.

Pero luego pensaba en lo de esa tarde y todo su plan de discreción se iba a la mierda.

¿Cómo era posible que James se le hubiese declarado a Scorpius, su Scorpius? ¿cómo es que, siquiera, consideró mirarlo con otros ojos?

Albus se sentó en el borde del colchón y se cruzó de brazos, la magia sin varita, descontrolada, la agitaba el cabello y sacudía una de las ventanas. Escuchó a Alessandro cerrar sus cortinas y murmurar un hechizo, supuso, que lo dejaría leer en paz.

James era mayor que ellos, estaba a punto de salir de Hogwarts, y Scorpius era el mejor amigo de su hermano, ¿qué no existía algo como un código de hermanos, una regla que decía que nunca, jamás, por nada del mundo, vayas y te fijes en el mejor amigo de tus hermanos menores? Porque James Potter acababa de saltársela de esa forma descomunal y gloriosa con que los Gryffindor omitían las reglas (y si ese pensamiento provenía de otro comentario de Draco Malfoy, nadie podía culparlo por interesarse por lo que opinase un Inefable como aquel hombre, que además lo dejaba ir a buscar a su hijo y quedarse en la Mansión en vacaciones).

No sólo no lo cuestionó al respecto, ¿y si Scorpius estuviese enamorado de alguien más? ¿y si tenía una pareja celosa que luego retaría a James a un duelo por su amor? ¿y si hubiese resultado que estaba en una relación clandestina con un personaje importante del mundo mágico, que le hacía la vida imposible a su hermano?

¿Y si lo hubiese aceptado?

La sola idea de Scorpius, con su sonrisita dulce y las mejillas ruborizadas, en una cita en Hogsmeade con su hermano, le daba nauseas. Y si lo imaginaba llorando, cuando descubriese lo patán que James podía llegar a comportarse, le entraban ganas de ir a la Torre de Gryffindor para cobrar a base de golpes y maldiciones el daño que ni siquiera le había provocado aun fuera de su mente.

¿Cómo pudo ser tan estúpido, tan imprudente, tan…tan James?

Emitió una risa seca y hundió el rostro en sus manos, encorvándose.

Scorpius era tan bueno con las personas, no le sorprendería que James no hubiese captado el punto y lo estuviese siguiendo, para aprovecharse de la primera oportunidad que se le presentase.

¿Y qué haría él entonces?

Scorpius era suyo. Por Merlín, ¿cómo es que alguien no se había dado cuenta? ¿cómo es que todavía llegaban quienes pretendían llamar la atención del Malfoy?

Era suyo, sólo suyo, maldición. No como un objeto, no era una propiedad privada, una simple pertenencia vana. Albus nunca consideraría apresarlo u obligarlo; lo quería libre, contento, con sus experimentos de pociones que le dejaban los ojos llorosos, sus libros pesados que apoyaba sobre la cama para verlo y hablarle, sus arranques de infantilismo, sus movimientos cautelosos cuando lo abrazaba, que siempre terminaban en apretones y una cabeza rubia que se escondía en su hombro y se acurrucaba, y Albus suspiraba por esa imagen.

Scorpius era suyo de maneras que nadie podría entender. Era suyo en formas que ni siquiera podía explicar con las palabras. Suyo, suyo, suyo.

Su amigo, su confidente, su salvador, su punto de apoyo, su maestro, su mejor estímulo, su rival incluso, aunque nunca en serio. Era su Scorpius, el que se encerró con él en una cápsula donde sólo existían ellos dos durante los primeros años en Hogwarts, el que le confesó que no podía vivir en un mundo donde Albus Potter no existiese, el que estaba en su cabeza cuando proyectaba un Patronus.

Suyo. Y Albus era de él, ¿cómo es que no lo notaban? ¿cómo es que alguien intentaba meterse en medio? Él estaba tan decidido a no tener a nadie más en su vida, que su familia y a Scorpius, que pudo haber insultado y haberse reído en la cara de la chica que se le declaró dos noches atrás, si este no hubiese intervenido para apartarla, diciéndole después, en tono asustadizo, que creyó que estaba por lastimarlo o que lo molestaba, porque no era usual ver a alguien de otra Casa entre las serpientes.

Nadie lo conocía como Scorpius, y él creía, él quería creer más de lo que quiso otra cosa alguna vez, que también funcionaba al revés. Que él no era el único que se sentía así. Que él no era el único que se estaba volviendo loco porque los días pasaban y la amenaza de la separación, después de terminar Hogwarts, se cernía sobre ellos, aunque no lo hablasen todavía, porque quedaba poco más de un año por delante.

Y si él no lo era todo para Scorpius, como este lo era para Albus, no sabía qué haría consigo mismo, con los futuros ideales con que soñaba, con el cúmulo de sentimientos sin nombre en su pecho cada vez que lo veía.

La cordura de Albus Potter pendía del hilo que era uno de esos pelos platinados en los que le gustaba enredar los dedos, cuando juraba que nadie los veía tan pegados. La magia sin varita, que opinaba lo mismo que él sobre James, destrozó un libro al arrojarlo contra la pared y arrancarle las hojas en el aire; era salvaje y estaba enojada, y Albus solía prevenir esos momentos, porque su magia en estado puro era más brusca de lo que le habría gustado admitir.

Pero, ¿cómo hacerlo, después de hoy? ¿y cómo vivir con Scorpius, sin que fuese tan suyo, como él lo sentía?

Cuando se enteró de lo de James, por boca de una sonriente Lily, nada más y nada menos, su mejor amigo no le había dicho nada. No era una sorpresa, en cierto modo, porque Scorpius no era de presumir ese tipo de cosas y nunca le contaba quién se le declaraba y quién no; Albus tendía a saberlo por sí mismo, con dar un vistazo a los pasillos mientras caminaban juntos, y disfrutaba de dedicarles miradas fulminantes y sutiles maldiciones a quienes capturaba in fraganti babeando por Malfoy.

Estaba más que claro que su hermano mayor cometió un error, que nunca debió ver con otros ojos a Scorpius. James tendría que haberlo considerado un hermanito, una extensión de Albus si era necesario, como una vez escuchó que lo describían los Weasley.

Y si él sabía que Scorpius lo rechazó, ¿por qué había algo que se removía dentro de su pecho y le daba una sensación de hundimiento?

James era todo lo que él no. El campeón de Quidditch, el de la imagen Weasley, el divertido, juguetón, el de sonrisa fácil que tenía su lado de la mesa lleno de regalos en San Valentín, el bravo león dispuesto a todo por lo que quería.

Albus lo quería, a su manera. Era molesto, imbécil, poco agraciado e imprudente en las formas en que sólo un adolescente alocado de diecisiete años podría serlo, y aun así, lo quería.

Pero si tenía que elegir entre Scorpius y James, se iba a quedar con una hermana y nada más. No necesitaba otro, se dijo, tenía a los Weasley. Le pediría a Ted que fuese su nuevo hermano mayor y problema resuelto, porque el hueco que le quedaba al pensar en perder a Scorpius era insoportable y el de James no. Podría vivir con ello.

Quería tanto no tener que tomar una decisión como esa.

Luego de enterarse de la noticia, tuvo unos minutos para optar por actuar con normalidad. Hizo las tareas del día con Scorpius, subieron a comer juntos, le habló mientras el otro tomaba un baño largo para deshacerse del agotamiento de las clases. Albus no tocó su cama esa noche, uno de los brazos de su mejor amigo fue su almohada y todo el refugio que necesitaba, aunque este último no tuviese idea del efecto calmante que tenía para él, semejante al de una poción de Pomfrey.

Y después llegó la mañana, y la rutina se estableció hasta las horas libres que les quedaban en la tarde como recompensa por ser estudiantes ya mayores.

Entonces llegó James a la mesa Slytherin, y lejos de pedirle una cita, matrimonio, o algo peor a Scorpius, sólo le avisó que la directora lo mandó a buscarlo. Ambos se alejaron.

Albus no tenía idea de por qué la directora querría ver a Scorpius, si él se comportaba bien. Más que bien. Scorpius era un ángel muggle para los Slytherin, ni a un bludger la golpearía, y no usaba magia fuera de los duelos o situaciones que lo asustaban, como el asunto del comedor.

Tampoco sabía si era verdad, para empezar. ¿Y qué si su hermano tomó la iniciativa para algo más, donde él no pudiese verlos y defender la ingenuidad de su amigo?

Por eso, Albus Severus Potter, se echó a sí mismo un encantamiento desilusionador y los siguió por los pasillos. James se comportó con más timidez y dulzura de la que él creía posible, pero fue lo bastante tonto para tratar el tema de la declaración, y Scorpius sólo le recordó que seguramente habría alguien que lo esperase fuera de Hogwarts.

Cuando Scorpius miró directo en su dirección y comenzaron a hablar de Ted, Albus decidió que era suficiente.

Si hubiese sabido que tendría el pánico de serpiente apenas entrase a la habitación en las mazmorras, se habría quedado a escuchar todo sobre el amor infantil de James con el que era casi un primo-hermano para ellos.

¿Y si era verdad lo de la directora, pero al salir, James acorraló a Scorpius en una pared? ¿y si se encerraron en un retrato?

¿Y si usaba la inocencia de Scorpius en su contra? ¡Él ni siquiera había dado un beso! Albus lo sabría, como su mejor amigo, si hubiese ocurrido.

¿Y si Scorpius lo reconsideraba, porque sabía que James era un Potter y no quería romperle el corazón a la familia de Albus?

¿Y si-?

Las posibilidades lo tenían a punto de estallar. Lloriqueaba por dentro y se retorcía en la cama, y la magia libre comenzaba a desquebrajar el dosel, que pronto le caería encima y le daría una entrada directa a la enfermería, si continuaba con esa estupidez.

Se cubrió el rostro con las manos, respiró profundo, y se obligó a plegar la magia contra su cuerpo, como debía ser. A dominarla. A atarla.

Se dijo que estaba siendo ridículo, que no tendría que estar pensando en llevarse a Scorpius donde nadie con esas intenciones pudiese verlo, que aún le quedaba un año de compañía constante. Que Scorpius Malfoy jamás lo abandonaría tras siete años de amistad y con todo lo que habían pasado juntos.

Pero Scorpius no se apareció en el resto de la tarde y Albus se dedicó a mirar el techo con lágrimas no derramadas, imaginado vidas donde aquel Malfoy nunca sería suyo. Y le dolió.

Fue en la hora de cena, entonces, cuando Albus se arrastró fuera de la cama después de que Alessandro le hubiese pasado por un lado y le hubiese recordado que tenía un estómago y necesitaba ser llenado, aun si quería encontrar los secretos al universo en el dosel semidestrozado.

Albus Potter nunca caminó cabizbajo al Gran Comedor hasta esa noche. Quería hundirse, esconderse bajo las mantas. Quería escribirle a su madre para preguntar si le podía enviar los dulces caseros de la abuela Molly para días tristes. Quería tantas cosas, y lo que encabezaba la lista, no era nada más que saber que Scorpius eran tan suyo como él lo era del otro.

Se sentó en la mesa de las serpientes sin cuidado, ni siquiera se fijó en quiénes lo rodeaban, y estos, al ver imposible la comunicación con él, dejaron de intentarlo. Albus se sirvió y se quedó mirando la comida en los finos platos, y de pronto, odió todo lo que veía si no estaba Scorpius cerca y la vista se le nubló, pero no lloraría. No lo había hecho en primer año, no así, y no lo haría a esas alturas. Y no por su mejor amigo, que se sentiría devastado si llegaba y lo veía en ese estado.

Así que Albus tomó la segunda decisión difícil de la noche y aguardó a Scorpius, con los ojos puestos en la entrada. No le importó disimular, no le importó dejar el orgullo tirado, no le importó nada, más que buscar con la mirada una cabellera platinada que reconocería donde fuese que estuviese parado.

Vio a Lily, colgada del brazo de un Lysander que miraba el techo y señalaba las velas flotantes, pero sonreía cuando ella le contestaba. A Rose y Hugo, cargados de libros, en especial la primera. A Lorcan y Dominique.

A James. Entró solo y se reunió con sus dos mejores amigos, y Albus lo miró con la suficiente insistencia para que el idiota de su hermano levantase la cabeza y se girase, y lo encontrase.

"¿Dónde está?" preguntó, sólo con el movimiento de los labios. Y cuando James se sonrojó y apartó los ojos, Albus sintió que su corazón se detenía.

Se levantó de golpe. Miradas se volvieron hacia él, un coro de susurros se elevó. Tal vez tiró un plato y dispersó la comida, tal vez pisó su túnica y trastabilló. Tal vez un profesor lo llamó, o puede que fuese el mismo Alessandro, listo para reprenderlo por la falta de sutileza.

No le importó, de nuevo, porque tenía los puños apretados y caminaba hacia la mesa Gryffindor, y aun no decidía si quería caerle a golpes o sacar la varita y usar las maldiciones que sabía que no podría aplicar en nadie más que un estudiante mayor, supuestamente capaz de defenderse de ellas.

Él iba a hacer que el jodido comedor explotase, si era necesario, y su magia sin varita se levantó y agitó las velas, de acuerdo con Albus y contenta de cooperar.

Y luego lo escuchó, y sus hombros cayeron mientras se giraba tan rápido que se mareó, porque Scorpius acababa de gritar su nombre y estaba en el umbral de la entrada.

Lo examinó con un vistazo. La ropa estaba en su sitio, no tenía marcas de besos duros, ni los labios hinchados, y la respiración agitada y el rubor, podía ser atribuido a que corrió hasta allí, por una mente en condiciones comunes. Y la de Albus no estaba así.

Volvió la cabeza hacia James. Estaba listo para atravesar los pasos que todavía los separaban y lanzarse sobre su cuello, cuando la voz de Scorpius llamó de nuevo.

Se dio la vuelta.

Scorpius corría hacia él. Era un torbellino de cabello rubio y túnicas oscuras, y tenía los brazos extendidos, tal y como lo hacía cada año cuando se reencontraban en el andén, incluso si se habían visto el día anterior por una visita rápida.

El pecho de Albus se calentó con una sensación familiar, a la que todavía no sabía cómo llamarle. Antes de que pudiese pensarlo, tenía los brazos abiertos para él, Scorpius se estrellaba contra su cuerpo, y lo rodeaba. Sus cuerpos eran dos piezas encajadas a la perfección.

Albus le puso las manos en los costados y palpó, y comprobó que todo estuviese en orden, como buscando heridas. Scorpius se rio, se balanceó sobre sus pies y le puso las manos sobre los hombros, a pesar de ser el más alto de los dos.

—Adivina qué —Comenzó a decir, pero Albus estaba embelesado y no contestó. Lo apretó más contra sí, hasta que quedaron pegados, y le sujetó la nuca, y aspiró del aroma al chocolate que Scorpius devoraba con frecuencia y de la canela del acondicionador nuevo que le regaló, y se maravilló con lo cálido que se sentía así de cerca, y su mente se nubló, y-

Y olvidó que estaban en el Gran Comedor, porque con Scorpius, el lugar dejaba de tener relevancia. El mundo entero, en realidad, dejaba de tenerla.

—Albus, Albus, Al…¿me estás escuchando? —Sabía, por el tono, que estaba haciendo puchero, y que no esperaba que fuese a darle una noticia y su mejor amigo enterrase el rostro en su cuello y se acurrucase allí, frente a todos—. Te estoy diciendo que la directora me llamó para darme una oportunidad importante, préstame atención, quiero que lo sepas. Voy a ser medimago, y ni siquiera mi padre lo sabe aún, pero yo quería que tú…

Scorpius se apartó lo suficiente para que quedasen cara a cara. Al hablar, su aliento chocaba con el rostro de Albus, y este inhaló sin disimulo y bebió de la esencia que era todo en él, lo Malfoy, lo Slytherin, lo que era única y exclusivamente Scorpius. Y todo era suyo, tenía que serlo.

—¿Me escuchaste? —Insistió el otro, tomándolo de las mejillas. El tacto de sus manos era delicado y frío, pero a Albus lo quemaba con deseos reprimidos, que habría sabido ignorar si no fuese por el pánico de las últimas horas. Sólo atinó a asentir y eso bastó para que la sonrisa más resplandeciente del mundo se apropiase de los labios delgados de su amigo—. Seré medimago, me darán un curso especial el próximo año, y entonces, no tendré que irme a ningún lugar lejos de ti y…

—¿Lejos de mí?

Y entonces todo cobró sentido.

El pánico, de pronto, le pareció ridículo, porque aunque él estuviese muriendo de nervios y no lo hablase con su mejor amigo, este lo sabía, como siempre sabía lo que se refería a él. Scorpius no le dijo nada, pero optó por un curso que lo mantendría cerca, y Albus apostaría lo que fuese, sin temor a perder, a que incluso acomodaría el horario y lo dejaría seguirlo la mayor parte del tiempo.

Porque era Scorpius Malfoy de quien hablaba, y su Scorpius, nunca lo dejaría atrás. Por nada ni nadie.

Eso era lo que hacías cuando pertenecías a alguien y esa persona te pertenecía a ti, como a ellos les pasaba.

Albus sólo pudo sonreír como un tonto. Si hubiese estado más pendiente, más consciente, se habría dado cuenta de los susurros que aquel gesto produjo entre el cuerpo estudiantil, incluso sus hermanos, que tan poco acostumbrados estaban a verlo siendo expresivo.

Pero si hubiese estado más atento, también habría notado que Scorpius dejaba de dar saltitos entre sus brazos, y sus manos se deslizaban más allá y quedaban tan cerca que sólo estaban las túnicas entre ellos. Se habría percatado del brillo peculiar en los ojos plateados, de la forma en que una comisura de esos labios se elevaba más que la otra.

Habría tenido un instante para reaccionar al beso que recibió. Fugaz, un simple roce en la boca, y sin embargo, despertó algo dentro de Albus, algo que él ni siquiera sabía que estaba ahí.

Lo sacudió por dentro, lo hizo arder en llamas y sentirse vacío y frío a la vez, porque duró muy poco y él necesitaba más de su Scorpius.

Quería lloriquear, suplicar, gemir de formas lastimeras. No lo necesitó.

Scorpius se inclinó y unió sus labios, y el contacto duró. Fue despacio, encajó ambas bocas, hubo una chispa, y cuando se quiso dar cuenta de qué pasaba, estaban realizando movimientos sincronizados y aquello era todo lo que estaba bien en el universo, lo único que importaba, lo que le calentaba el pecho y lo llenaba de una tibia felicidad palpable.

Se acabó.

Scorpius dio un paso atrás cuando se quedaron sin aire. Aún tenía la respiración errática por correr hasta allá, y el beso no ayudó, pero respiró por la boca, Albus lo imitó, y de pronto, se volvían a besar en medio de un comedor que les gritaba, chiflaba y aplaudía, y a ninguno de los dos le podía importar menos.

Albus se aferró a su túnica, a la curva de su cadera, a la parte baja de su espalda, y lo levantó, dejándolo aún más alto que él y unos centímetros por encima del piso, y si la posición lo obligaba a doblarse hacia atrás, al menos le daba completo acceso a la boca del otro, y aquello valía todo el esfuerzo del mundo.

Scorpius le rozó la nuca, le acarició la mandíbula con dedos gélidos, le acunó el rostro. Pero después, su lengua se deslizó por el labio inferior de Albus a manera de petición, y este separó los labios, y lo dejó ingresar, y en una lucha fascinante que era toda dientes, lengua y sonidos húmedos, Scorpius llevó las manos a su cabello y las enredó, y se quedó así, y Albus nunca encontró tan maravilloso tener el despeine Potter hasta ahora.

Se besaron hasta que el aire se notó por su ausencia, y un poco más, y luego compartieron roces cuando necesitaban recuperar el aliento, y Albus le llenó el rostro de besos, en los párpados, bajo el flequillo rubio, en la punta de la nariz, las mejillas, la afilada barbilla, y Scorpius jugaba con su pelo, y luego se inclinó y lo besó en algún punto entre la mandíbula y la oreja, y él sólo supo que sus rodillas flaqueaban y todo en su cuerpo temblaba, y-

Luego la voz de la directora pidiéndoles que se separasen los llamó a ambos de vuelta a una realidad donde estaban parados en medio del Gran Comedor, y los estudiantes miraban la escena que formaban en lugar de la comida que tenían por delante.

—¡Señor Potter, señor Malfoy! Si les parece, mantengan sus asuntos lejos de las miradas de los niños de primero, ¿qué se supone que es esto? —Exclamaba McGonagall con el rostro enrojecido, aunque uno de los lados de su boca tiraba hacia arriba.

Scorpius se ruborizó hasta las orejas y se ocultó en el cuello de su mejor amigo. Albus se descubrió a sí mismo riéndose con fuerza, mientras lo abrazaba.

Era suyo, suyo, suyo. Él lo sabía. Scorpius Malfoy era sólo suyo, lo sentía en cada fibra de su ser.

—¿Qué fue eso, Scorp? —Susurró, sin soltarlo ni aflojar el agarre. Su mejor amigo gimoteó y se movió, no más que lo que necesitaba para establecer contacto visual entre ambos.

Y si le quedaba alguna duda a Albus, ahí la finiquitó. Los ojos de Scorpius destellaban como estrellas de plata, eran amplios, expresivos, y había tanto amor y devoción en sus pupilas, que Albus estuvo seguro de que acababa de darse cuenta de que sí, eran el todo del otro, y sus inseguridades fueron en vano.

—Yo, yo me…emocioné y…ya sabes, yo…la emoción del momento…medimago, Albus, imagínate, quería…no…—Titubeó, pero Albus no dejó de sonreírle con cariño y lo apretó entre sus brazos, y Scorpius sólo pudo dedicarle una larga mirada y sonrojarse hasta un tono que era inimaginable. Después sonrió también, y si era la imagen más hermosa que había presenciado alguna vez, bueno, nadie podía culparlo—. Sólo quise besarte, Al.

—¿Por qué? —Preguntó, consciente de que su sonrisa se ensanchaba y debía dar una imagen extraña, el Albus Potter conocido por su sequedad, embobado como el colegial que en verdad era, sosteniendo a su mejor amigo entre sus brazos, igual que un náufrago a su balsa.

Scorpius respiró profundo.

—Me harás decirlo, ¿verdad? —Él asintió y el otro negó, aun sonriendo—. Te besé porque quería, Al, sólo eso. Porque siempre quise hacerlo.

Aquello era suficiente para él.

Albus Potter se inclinó, e hizo oídos sordos a los gritos alrededor de ambos, y le dio un beso casto, que pronto se convirtió en otra exploración de la boca ajena y un nudo de brazos y piernas, y la directora tuvo que acercarse a separarlos. No le importaba, porque ahora que sabía que Scorpius era suyo y que quería besarlo, podrían hacerlo en cualquier momento del día.

"…porque quería.

(O porque es de Albus y Albus es suyo, también)"

¡Gracias por leer!