Disclaimer: MLB no me pertenece. La imagen de la carátula pertenece a lucressia en deviantart y fue subida con su permiso.
N/A: Mientras mi vieja beta revisa algunas cosas de «Desvío», yo me escribí este one-shot súper autoindulgente :v Por ello mismo no esperen la gran cosa, eh.
Y además: Hay spoilers de la segunda temporada.
Se suponía que sería una velada tranquila. Una reunión en el nuevo apartamento de Alya y Nino, en la que se reencontraría con sus viejos compañeros de la Collège y del Lycèe. Nada más. No obstante, Marinette no había contado con que él apareciera, no después de tanto tiempo. Pero si lo pensabas tenía sentido: era el mejor amigo de Nino, después de todo.
Sabía que tendría que haberse controlado con el alcohol. Sabía que no tenía mucha resistencia, la experiencia ya se lo había dejado bien en claro. Sin embargo y por culpa de los nervios, Marinette no había llevado la cuenta de cuánto había bebido. Ahora la cabeza empezaba a darle vueltas y apenas si podía hilvanar dos palabras juntas.
Así que allí estaba: en el el balcón del apartamento, sentada sobre el piso, tomando aire para tratar recomponerse y contemplando la preciosa vista de la París nocturna. Ah, sí, y evitando a Adrien Agreste, por supuesto, como lo había hecho durante toda la noche. Él había sido la razón por la cual no había sabido medirse.
¿Cuándo había sido la última vez que lo había visto? Desde que había terminado el Lycée. Así que… ¿Dos, tres años quizá? Lo suficiente como para que su enamoramiento («Obsesión» la corrigió una vocecita en su cabeza) desapareciese. O eso había creído. Sólo había bastando con que el flamante Adrien Agreste la reconociera entre los invitados de la fiesta, le regalase una de sus encandilantes sonrisas y, ¡puf!, allí estaba Marinette, hecha un manojo de sentimientos como en sus épocas de adolescente. ¿Por qué la había saludado con tanta efusión? ¿Por qué había tenido que abrazarla? ¿Por qué tenía que ser tan amigable con todo el mundo, incluso después de tanto tiempo?
Marinette dejó escapar un suspiro audible. Reparó que se le había roto la pantimedia, a ésta ahora la decoraba un agujero poco más arriba de la rodilla. Sólo esperó que el largo de su pollera fuera suficiente para cubrirlo al pararse. No atrevió a mirarse la camisa. Seguramente la pobre prenda se había ganado uno o dos manchones.
Volvió a suspirar. Adrien había sido la cereza del postre de lo que había sido su semana. No sólo había estado ocupadísima con todas las tareas que le habían asignado en la universidad, sino que también había ayudado a sus padres durante las tardes. Y, como si todo aquello hubiera sido poco, había salido a patrullar algunas noches. Sola, claro está. Chat Noir había desaparecido hacía tiempo atrás sin dejar rastro alguno, así como los akumas y Le Papillon. De alguna forma retorcida, extrañaba aquellos días de peligro, magia y mariposas. Ahora sólo se dedicaba a combatir crímenes y delitos más… mundanos, por llamarlos de alguna forma.
—Me preguntaba a dónde te habías ido, Marinette.
Rayos.
—Eyyyy, Adrien —dijo, apenas levantando la cabeza para mirarlo. No fuera cosa que se mareara y terminara la noche vomitándole los zapatos al amorcito de su adolescencia—. Creo que Nino te estaba buscando hace un rato —mintió. Si podía mantenerlo alejado, mejor.
—Pues creo que eso tendrá que esperar —rió con suavidad. Marinette lo maldijo por su capacidad de derrochar adorabilidad. Si es que acaso esa palabra existía—. Él y Alya están desmayados sobre el sillón.
Mierda.
—Espera, ¿había sido Nino? ¿O acaso había sido Kim…? —mintió nuevamente—. Pero estoy segura de que alguien me había preguntado por ti.
—Sea lo que sea, o ya me lo han dicho o ya no importa —Se encogió de hombros—. Ya se han ido todos. Sólo quedamos tú y yo. Bueno, salvando a los dormilones, obviamente.
—Oh —Marinette frunció el ceño. ¿Cuánto tiempo llevaba allí sentada?
—¿Te importa si te hago compañía?
Sí.
—Para nada.
—De hecho, yo te estuve buscando toda la noche a ti —explicó, sentándose a su lado. Un poco demasiado cerca para el gusto de Marinette—. ¡Estoy seguro de que tientes tanto para contarme! Debes ponerme al día con lo que has estado haciendo. Quiero creer que todavía planeas convertirte en diseñadora, ¿no? Sería un crimen que privaras al mundo de tus creaciones.
Vaya. Qué curioso. Marinette jamás había experimentado el deseo de besar y el deseo de golpear a alguien al mismo tiempo.
—Sí, no bien terminé el Lycée me inscribí en una universidad en donde pusiera seguir la carrera de diseño. Aunque a veces se hace difícil avanzar. Ya sabes, entre todo lo que te dan para hacer, ayudar a mis padres en la panadería y…
Calló. «Tratar de mantener a París a salvo» no era una información que debiera compartir con Adrien.
—¿Y…?
—…y la vida —E hizo un gesto vago con la mano.
Adrien la estudió con atención unos segundos. Marinette esperó no estar ruborizándose. Con suerte, su estado achispado ya se habría encargado de eso y lo haría menos evidente.
—¿Pasa algo?
—Pareces cansada, Marinette.
—No tienes ni idea.
—¿Quieres hablar al respecto?
—Nah. Estaríamos toda la noche. Hablando de eso, ¿no deberías partir a casa? Ya se está haciendo tarde.
—No tengo apuro —Negó con la cabeza suavemente—. Además, prefiero ponerme al día contigo. Si no te importa.
—Como gustes.
—Volviendo a mi pregunta: ¿quieres hablar acerca de…?
—No.
La respuesta tajante descolocó visiblemente a Adrien. Apresurándose a remendar la metida de pata, Marinette añadió con rapidez:
—O-oh, no es que no quiera. Simplemente, bueno, la verdad es que no puedo.
—¿No puedes? —Adrien levantó una ceja—. ¿Acaso te has estado portando mal desde que me fui, Dupain-Cheng? —bromeó.
—Ojalá así fuera, Agreste, ojalá así fuera —rió, imaginándose a sí misma como una ladrona de caricatura—. Pero me temo que es todo lo contrario, en tal caso.
Se hizo un silencio un tanto incómodo entre ambos, de esos en los que ninguno de los participantes de la conversación sabe con qué llenarlo. Adrien se dedicó a observar la noche parisina, Marinette, el fondo de su vaso casi vacío. Todavía le quedaba algo de bebida, aunque no recordaba qué era ese líquido amarillo. ¿Cerveza? ¿Champagne? ¿Hidromiel? A esta altura, podría ser cualquier cosa.
—Aun así me da la impresión de que necesitas hablar con alguien —se aventuró Adrien finalmente—. ¿Alya, quizá?
—No, con ella tampoco puedo —No se atrevía a darle el Miraculous del zorro para pedirle ayuda. Ella y Nino apenas si podían lidiar con el día a día como civiles. Añadirles una nueva carga a Rena Rouge o incluso a Carapace no le parecía justo. Menos cuando ya no había akumas con los que combatir—. Pero no te preocupes.
—Por supuesto que me preocupo, Marinette. Tú siempre fuiste una de mis más preciadas amigas. Incluso después de todo este tiempo. Por eso te insisto.
Ah, Adrien. Dulce, hermoso, e inocentonto Adrien Adonis Agreste. Únicamente él lograba que la palabra «amiga» sonara como un arañazo sobre una pizarra.
No obstante, el joven modelo tenía razón. Marinette de verdad necesitaba ventilar lo que le estaba ocurriendo. Más de una vez había barajado la idea de confiarle a alguien todo lo que le estaba pasando, contarle todas sus penas y preocupaciones. La pregunta del millón era, sin embargo, a quién. El Maestro Fu ya estaba al tanto de todo lo que le ocurría, y estaba segura que el viejo guardián no podría hacer mucho al respecto. ¿Sus padres? No, a menos que quisiera darles un infarto a ambos. Alya era también una opción, pero temía que se enojara con ella por haberle ocultado el secreto por tanto tiempo. Parte de Marinette sabía que no había chances de que eso pasara, mas el temor seguía ahí. Incluso había ponderado la opción de empezar terapia. Se suponía que los psicólogos tenían prohibido divulgar los problemas de sus pacientes, pero ¿quién le garantizaba que esa persona no rompería ese juramento profesional por quince minutos de fama o por algo de dinero extra?
—¿Qué hay de ti, Adrien? Prácticamente desapareciste de la faz de la tierra luego de terminar el Lyceé. Casi ni te volvimos a ver. Nino me contó que tuviste una discusión con tu padre y que ambos se mudaron a las afueras de la ciudad.
—Pues, eso es básicamente todo —Se encogió de hombros—. Mi padre maneja su imperio de moda como un rey ermitaño y yo me encargo de modelar y de alguna que otra cosa menor de la empresa.
—Recuerdo que tu asignatura favorita era física —comentó Marinette, rememorando—. Siempre pensé que perseguirías una carrera en las ciencias exactas o algo.
—Era la idea. Pero, bueno, surgieron algunos problemas que me lo impidieron.
—¿Quieres hablar al respecto?
—¡Vaya!, los roles se han invertido —rió ante la ironía—. Mas me temo que eso es todo, Marinette. De verdad.
—Ya veo.
Pobre Adrien. Cualquiera que envidiara su posición económica y social, de seguro ignoraba todo el infierno que ese muchacho había vivido. La forma despreocupada con la que hablaba de su pasado le daba a Marinette la impresión de que, en realidad, había algo mucho más profundo y oscuro bajo la superficie. Aparentemente todo el mundo tenía secretos.
De pronto tuvo una idea. Una idea bastante peligrosa y estúpida, a decir verdad, pero que de alguna forma tenía sentido. Quizás porque seguía algo ebria, quizás porque necesitaba algo de adrenalina, quizás porque sentía, por alguna extraña razón, que podía confiar en él. Quizás porque se había vuelto loca bajo tanto estrés.
Además, cabía la posibilidad de que Adrien no le creyese. Y si se lo contaba a alguien más, ¿quién le creería a él? ¿Quién le creería al hijo del excéntrico diseñador Gabriel Agreste? Fuera cual fuera la consecuencia de su arriesgada idea, ella saldría ganando. Probablemente.
Marinette volvió a mirar su vaso. Lo removió apenas, haciendo que en el líquido se formara un remolino en miniatura. En un acto simbólico para juntar coraje, lo bebió todo de un solo trago. Estaba asqueroso.
—Adrien, si te cuento el porqué estoy tan cansada ¿prometes guardar el secreto?
—Está demás decir que sí, Marinette —le sonrió con renovada atención.
—¿Lo juras?
—Por nuestra amistad.
A Marinette le pareció una cosa bastante cutre por la cual jurar. Hacía tanto que no se veían ni se hablaban, y, si bien Adrien había dejado bastante en claro que seguía apreciándola, no era lo mismo que hacía unos años. Pero era lo que había.
Le hizo un gesto con la mano para que se acercase. Adrien la complació gustoso, achicando el espacio entre ambos.
—La razón por la cual estoy estresada…
—… ¿Sí?
—… es porque yo soy Ladybug.
La reacción de Adrien fue oro puro. Con los ojos abiertos como platos, volvió a poner distancia entre ambos para poder observarla mejor. Al principio su carita preciosa destilaba sorpresa pura ante las palabras de Marinette, luego levantó una ceja, demostrando una sana desconfianza en la declaración.
Ella se imaginó que en esos momentos Adrien no sabía si catalogarla como ebria humorista, ebria mentirosa o como la verdadera Ladybug. Ebria. Decidió proseguir:
—¡Es cierto, lo juro! Es por eso que llegaba tarde a todos lados o desaparecía sin decir nada. Además… —Se señaló los aretes—. ¿Ves?
Eso pareció ser prueba suficiente para Adrien, o por lo menos fue suficiente para que pudiera recobrar el habla.
—Vaya, Marinette, ¡me has sorprendido! —dijo con cuidado. Tampoco había mucho más que pudiera decirle—. Jamás lo hubiera imaginado…
—Lo cual es algo positivo —asintió—. Ya sabes, por lo de mantener la identidad secreta y demases.
—Así que… ¿Eso de ser superheroína es estresante? Bueno, me imagino que sí.
—Lo es —suspiró—. Aunque atrapar criminales y delincuentes comunes no es tan peligroso ni tan difícil como tener que lidiar con los akumas. No tienen poderes mágicos y una furia incontenible. Bah, no, a veces sí. Lo de la furia, digo. No los poderes.
—Ya… Ya veo.
—Sep.
Volvió a reinar el silencio entre ambos. Adrien estaría, posiblemente, preguntándose qué hacer con esta nueva información. Pero, oye, él se lo había buscado, pensó Marinette. ¿Acaso ella le había pedido que se preocupara por ella con tamaña dulzura? ¿Acaso ella tenía la culpa de que él fuera puro amor? No, obvio que no.
—¿Sabes qué es lo peor de todo, Adrien? —decidió continuar. Ya se había metido en este baile, así que ahora bailaría.
—¿Qué es lo peor, Marinette?
—La ausencia de Chat Noir.
—¿O-oh?
—No es fácil combatir el crimen sola.
—¿Qué hay de Rena Rouge y Carapace? Sé que ocasionalmente les daban una mano…
—¡Ja! Puedes hacer la prueba y ver si puedes levantarlos del sillón —El cerebro de Marinette necesitó un par de milésimas de segundo para reparar en lo que había dicho—. Ay, mierda, ¡se supone que no debo decirte eso!
—¿¡Nino y Alya son Carapace y Rena Rouge!? —exclamó Adrien, luego de recibir esa segunda revelación como un puñetazo.
—¡Shhhhhhhhhhhhhhh! ¡Vas a despertarlos! ¡Y ellos no saben que yo soy Ladybug! —Lo calló poniéndole el dedo índice sobre los labios. Adrien sólo pudo mover la mirada de la mano de su amiga a los ojos de esta. Tarde reparó Marinette en lo que había hecho. Con la misma velocidad con la que lo había callado, retiró el dedo de la cara de Adrien—. Lo siento.
—No pasa nada —Carraspeó—. Así que… Combates el crimen sola.
—Sí —Volvió a sentarse en su lugar, abrazándose las rodillas—. No puedo pedirle ayuda a Alya y a Nino porque sé que llevan una vida muy atareada ambos. Y no sé dónde se ha metido Chat Noir. Estoy segura de que hace unos años viste las noticias: él, los akumas y Le Papillon desaparecieron de un día para el otro. Desde entonces no he sabido nada de mi compañero contra el crimen.
—¿Qué… qué crees que les ocurrió, Marinette?
Había un algo en la manera en la que Adrien le estaba preguntando sobre su doble vida. No lo hacía con tanta curiosidad como Marinette había anticipado, no de la misma manera en la que muchos periodistas lo hacían con su entrometimiento; sino que las preguntas de Adrien se acercaban más a la angustia que al fisgoneo. Supuso que estaría verdaderamente preocupado por ella. No había duda del porqué seguía gustándole después de tanto tiempo.
—No lo sé. Me he imaginado tantas cosas tan distintas desde que no volví a saber de él… Y el hecho de que él y Le Papillon hayan desaparecido al mismo tiempo no puede ser coincidencia. Simplemente no puede serlo. Quizás Chat Noir se enfrentó a él. Tal vez le pasó algo. No sé.
Su mayor miedo era que su compañero hubiese salido herido de muerte en una pelea con su enemigo. Siempre trataba de evitar ese pensamiento, ya que deprimirse sin pruebas no la ayudaría en nada. Mas a veces era difícil no caer en ese pozo de pensamientos oscuros.
—Y lo gracioso de todo esto es que cada vez que me transformo en Ladybug sigo esperando que, de un momento a otro, Chat Noir aparezca a mis espaldas con alguno de sus chistes malos.
—Cuánto lo siento, Marinette…
—No lo sientas —Le ladeó una sonrisa tranquilizadora—. No es como si tú supieras dónde está. Sólo me queda seguir buscándolo.
Adrien se dedicó a escucharla, no tenía nada que aportar. Marinette apreció que la dejara descargarse sin interrupciones.
—A veces pienso que es mi culpa —Se pasó la mano por los cabellos, se imaginó que su peinado debía de ser un desastre—. La decisión de mantener secreta nuestra identidad fue mía, ¿sabes? Y Chat Noir era, la mayoría de las veces, un tipo respetuoso, todo un caballero. Jamás me presionó para que le dijera quién era. Pero si yo no hubiera sido tan cabeza dura, quizás hoy sabría dónde está. Si está bien —Oh, no. Marinette ya sentía el llanto aproximarse. Respiró hondo en un vano intento de retrasarlo—. Pero no tengo idea de qué le pudo haber pasado; eso me mata por dentro. Todas las noches que salgo a patrullar lo busco: en las sombras, en los callejones, en cada recoveco… Pero no está. Mi gatito no está. ¿Dónde se ha metido…?
El desconsuelo de Marinette fue más fuerte que ella. Luego de un intento de evitar los sollozos, las lágrimas empezaron a deslizársele por las mejillas. Se llevó una mano a la boca, tratando inútilmente de recomponerse.
El abrazo de Adrien fue todo lo que necesitó para terminar de romper en llanto. En un incómodo y tierno intento para contenerla, la rodeó por los hombros, atrayéndola hacia su pecho. Marinette repitió un «Lo siento» una y otra vez, para lo que Adrien siempre tenía un «No pasa nada» o un «No te preocupes» como respuesta.
Sólo cuando las lágrimas se detuvieron y los sollozos se acabaron Adrien la dejó ir.
—Qué vergüenza debo de dar —dijo Marinette, secándose los ojos con las muñecas—. En serio, perdona, Adrien. Y gracias.
—Oye, no hay nada que perdonar —Le dio un apretón cariñoso en el hombro—. En tal caso, somos París y yo quienes tenemos que agradecerle a nuestra heroína, ¿no crees? —Marinette dejó escapar una risita, y Adrien le sonrió con ternura—. Vamos adentro a buscarte un vaso de agua, ¿sí?
—Sí. Creo que debería ir pidiéndome un taxi también.
Se puso él primero de pie para le tenderle una mano y así ayudarla a pararse.
—Si crees que voy a dejarte tomar un taxi sola en el estado que estás, Marinette, estás muy equivocada. Yo te llevo a casa.
—Oh, Adrien, no podría…
—Insisto.
—¿De verdad crees que puedes interponerte en el camino de una superheroína e impedir su voluntad? —preguntó con tono jocoso
—De nuevo: ¿en el estado en el que estás? Sí, Marinette. Puedo interponerme y lo haré.
Dándole un empujoncito juguetón en el hombro, Marinette entró la sala de estar seguida de Adrien. Tratando de hacer el menor ruido para no despertar a Alya y a Nino, fueron a la cocina. Marinette buscó un par de vasos limpios mientras Adrien buscaba una botella de agua en la heladera. Se sirvieron la bebida y fueron al umbral de la puerta a observar a sus respectivos mejores amigos dormir.
—Son adorables —declaró Adrien.
—Lo son —asintió ella—. Si te soy sincera, hasta me dan un poquito de envidia.
—Son la pareja perfecta, ¿verdad?
—Muy por el contrario, han tenido sus varios traspiés a través de los años y han sabido superarlos con madurez siempre —le contó, sin dejar despegar la vista de los bellos durmientes—. Pero eso es justamente lo que los hace mejor que perfectos.
—Tienes razón —sonrió Adrien lleno de orgullo por sus amigos—. ¿Y qué hay de ti, Marinette?
—¿Qué hay de mí?
—¿Estás saliendo con alguien?
La pregunta hizo que las mejillas de Marinette ardieran. Menos mal que ambos se hallaban mirando a Nino y a Alya, así Adrien no podría verla ruborizándose. Trató de mantener la calma y no volver a ser aquella que había sido durante la Collège.
—Nop. ¿Y tú?
—Pues… la única chica que me gusta me rechazó. Hace muchísimo tiempo ya. Y así y todo, no puedo sacármela de la cabeza.
—¿Pero qué clase de estúpida rechaza a Adrien Agreste? —preguntó llena de indignación—. ¿Qué tiene por cerebro esa criatura? ¿Un pañal usado?
Adrien tuvo que dar lo mejor de sí para contener una risotada. Marinette sonrió para sí misma: después de lo que le había hecho pasar al pobre chico, se alegraba de por lo menos poder hacerlo reír.
Una vez el vaso de agua de Marinette estuvo vacío, Adrien sugirió empezar a buscar las llaves del apartamento. Afortunadamente para ambos, Marinette tenía una copia de emergencia en su bolso. Le explicó a Adrien que ella también se había mudado a su propio apartamento no muy lejos de allí, por lo que Nino y Alya también contaban con una copia de su llave.
Fueron a por sus abrigos y el bolso de Marinette. Antes de partir, Adrien sugirió secarse una selfie con los dormilones y enviársela, cosa que ese fuera el primer mensaje que verían en la mañana. Marinette aceptó de buen grado con una risita bobalicona. Luego de tres o cuatro fotos con diferentes gestos y expresiones, se encargaron de apagar las luces y de dejar todo en orden para que el descanso de Nino y Alya continuara sin interrupción.
Una vez en el ascensor, Marinette dejó escapar otro suspiro. Hasta ese momento no se había percatado en lo cansada que estaba. La combinación de beber y de llorar le había drenado toda la energía.
—Gracias por todo, Adrien. Lamento haberte cargado con todo esto.
—Ey, de verdad no es nada, Marinette —la tranquilizó, otra vez regalándole una sonrisa llena de ternura. Vaciló un poco antes de continuar—. ¿Sabes? Estoy seguro de que Chat Noir está en algún lado allí afuera pensando en ti todo el tiempo. Eres demasiado increíble como para que pueda olvidarte.
—Dios, no por nada me gustaste toda mi adolescencia —dijo por lo bajo.
—¿Qué?
—¿Qué?
—¿Dijiste algo?
—No —negó, haciéndose la tonta.
Bajaron del ascensor, Marinette con cara de «Aquí no ha pasado nada», y Adrien lleno de confusión.
A partir de allí, el trayecto camino a casa se volvió un recuerdo borroso en la memoria de Marinette. Al día siguiente sí recordaba haber subido al auto de Adrien —uno de esos de alta gama que ella no supo identificar—, haberle indicado dónde quedaba su hogar y haberse quedado dormida en el asiento.
Mas lo que no podía descifrar era el misterio de cómo Adrien la había cargado hasta su habitación, de cómo podía ser que sus llaves siguieran en su bolso y la puerta estuviera cerrada; y el más grande enigma de todos: por qué había soñado que Chat Noir le besaba la mejilla y le deseaba unas buenas noches.
¡Gracias por leer! c: