1: Reunión familiar

Aeropuerto internacional de Edimburgo, Escocia.

Josuke Higashikata de veinticinco años, se encontraba en uno de los múltiples baños del Aeropuerto. Estaba frente al espejo, arreglándose metódicamente su elegante peinado Pompadour con la misma delicadeza de un experimentado relojero.

Mientras aplicaba una gruesa capa de gel a su pomposo cabello, un elegante y fornido hombre caucásico y rapado, de tez sumamente pálida, y que iba vestido con traje de etiqueta negro, entró al baño con aire de superioridad. Josuke le dedicó un fugaz vistazo a través del espejo, pero su peinado requería de su total atención, así que apartó su vista de aquel sujeto, no sin antes percatarse de una pequeña sonrisa burlona en la cara de aquel hombre, lo que le provocó un destello de furia.

—¡Oye! —dijo Josuke en tono desafiante—¿te parece gracioso mi cabello?

El hombre se detuvo en la puerta de uno de los múltiples sanitarios y observó a su interlocutor con un aire divertido.

—La verdad sí. —replicó el sujeto—Estamos en el año dos mil ocho, por si no lo sabias, y tu estilo dejo de usarse hace cincuenta años. —añadió el hombre con una risa burlona, que se apagó de inmediato, en el momento que Josuke lo levantaba sosteniéndolo por el cuello de su elegante saco negro.

—Jamás te burles del peinado de un hombre—replicó Josuke de manera tranquila, pero con su mirada destilando ira.

El hombre comenzó a sudar, pero, aun así, mantuvo su porte y su sonrisa burlona.

—Y ¿qué vas a hacer al respecto?

Josuke sonrió, pero antes de poder brindarle una lección a aquel hombre, su reloj digital anunciaba la llegada de las diez horas de la mañana.

—¡Mierda! ¡se me hiso tarde! La suerte está de tu lado —al instante, Josuke soltó aquel hombre y salió del baño rápidamente. No sin antes tratar de arreglar un poco su marcado peinado.

—Al contrario, mi extravagante amigo. La suerte está de "tu" lado. —susurró el rapado sujeto para sí mismo, mientras acariciaba una elegante y elaborada daga que se encontraba en el bolsillo interior de su saco.

Al salir del aeropuerto, lo primero que Josuke notó fue la abismal diferencia cultural entre Edimburgo y su natal ciudad Morioh. Los elegantes y majestuosos edificios hacían gala de una hermosa y magnifica arquitectura europea. Los faroles antiguos que adornaban las calles le conferían un aire mágico a la ciudad. Los taxis negros de forma cuadrada atestaban todas las calles. Pero lo que más llamaba la atención de Josuke, era la vestimenta de los hombres. Ya que muchos de ellos iban vestidos con faldas.

—¿Desea que lo lleve, Señor? —preguntó un taxista de cabello rizado y que iba vestido con una minifalda cuadriculada, que mostraba de manera exagerada, sus musculosas piernas. Lo que hiso que Josuke se incomodara de gran manera.

—Eh…si por supuesto—replicó Josuke mientras observaba extrañado aquellas piernas masculinas, pero cuando se percató que el taxista lo miraba con una sonrisa, apartó la vista de inmediato.

—No hay problema, Señor—replicó el taxista con un guiño—Estoy muy orgulloso de mis piernas. Y por eso las muestro a todo el mundo. Sin importar si es hombre o mujer. Aunque le diré algo: a las mujeres les gustan así.

Josuke se sonrojó al escuchar aquella respuesta, y dudaba que aquello fuera cierto.

—E…e…está bien—replicó—¡solo quiero aclarar que no estaba viendo tus piernas con ningún tipo de pensamiento raro!

El taxista sonrió divertido.

—En ningún momento se me paso por la mente esa idea, Señor. —contesto con tranquilidad—dígame ¿A dónde quiere que lo lleve? ¿desea ir al Castillo? ¿o viene a visitar nuestros misteriosos subterráneos?

—Nada de eso—cortó Josuke con un gesto de su mano—quiero ir al cementerio Dean. Hay un entierro que no quiero perderme.

El taxista cambió su rostro alegre por uno lúgubre inmediatamente.

—L…lo lamento mucho, Señor. En seguida traeré el auto. —y al instante, el musculoso taxista salió corriendo cruzando la calle en búsqueda de su vehículo.

Mientras Josuke esperaba su transporte, un autobús de dos niveles y con unas ventanas brillantes se estacionó frente a él, esperando el cambio de luz en el semáforo. Josuke vio su reflejo en aquellas ventanas y aprovechó para darse un vistazo. Iba vestido con unos pantalones de mezclilla negro que combinaban a la perfección con su chaqueta de cuero negro, la cual contrastaba con una camiseta sin mangas de color rosa chillón. Sobre su brazo derecho, encima de la chaqueta, iba amarrada una cinta larga con un patrón triangular de color morado y naranja.

Cuando el autobús se puso en marcha, dio paso a un taxi rosado con un enorme dibujo de un pony blanco galopando en sus puertas. Josuke no tuvo necesidad de ver al conductor para saber que aquel era su taxi.

—Por aquí, Señor—anunció el taxista musculoso en tono jovial—suba pronto. No querrá perderse su entierro.

Josuke observó a todos lados para percatarse que nadie lo veía, pero era inútil. Aquel taxi se robaba las miradas de todos los presentes, así que, con resignación, se subió al auto completamente sonrojado.

Mientras el estrambótico vehículo atravesaba la ciudad a una moderada velocidad, Josuke sacó de su chaqueta, una fotografía tomada con el Hermit Purple de su padre. En ella, se podía ver una hermosa chica de una larga y frondosa cabellera roja intensa como las llamas. La mitad de su fino rostro de tez pálida iba cubierta con un grueso y largo mechón de pelo rojo fuego. Debajo de sus ojos azules como zafiros, había varias pecas que adornaban su belleza. Y su sonrisa tímida le confería un aire de atractivo misterio.

Josuke admitió, que, en otras circunstancias, aquella chica seria su tipo de no ser porque en realidad, era su prima.

Han pasado dos meses desde que Joseph Joestar cayó en un estado de coma tras su séptimo infarto al miocardio. Pero poco antes de sufrirlo, había hecho una revelación que azotó a la familia Joestar una vez más.

Tras una serie de visiones con la chica pelirroja, Joseph investigó acerca de su identidad, hasta que finalmente averiguó con horror y sorpresa, que su padre, George Joestar II, había tenido una aventura con una mujer escocesa durante una misión en la primera guerra mundial, y con la que había procreado un hijo ilegitimo: George Joestar III, quien, a su vez y en el ocaso de su vida, engendró a Joelle Joestar la chica pelirroja de la foto.

La misión que su padre, Joseph, le encomendó fue simple. Encontrarlos y darle la bienvenida a la gran familia Joestar. Pero antes, Joseph entregó a su hijo ilegitimo su bien más preciado, la cinta que llevaba amarrada en su brazo, la cual perteneció a su gran amigo fallecido, Ceasar Zepelli.

Josuke trató de investigar todo lo que pudo acerca de esta chica, pero no había nada en la web acerca de ningún Joestar. Ni siquiera en las más reconocidas redes sociales. Así que, haciendo uso de un sofisticado software de búsqueda facial, logró finalmente encontrar a la chica y al instante se dio cuenta de cuál había sido su error al buscarla. Y es que la chica no utilizaba su nombre de pila, sino que usaba un juego de palabras con su nombre. Joelle se hacía llamar Jojo.

Al parecer, Jojo, era una gran adepta al internet. En sus múltiples redes sociales posteaba todo tipo de acontecer en su vida, y en realidad fue gracias a eso que Josuke se enteró que su tío y padre de Jojo, George Joestar III había fallecido.

Mientras Josuke estaba absortó en sus pensamientos, el taxista le había anunciado el arribo al cementerio.

—Le admiro, Señor—dijo el taxista en tono solemne—tener el semblante así de impasible, aun cuando tiene que afrontar el dolor que deja la pérdida de un ser querido es…maravilloso.

Y entonces hecho a llorar ante la sorpresa de Josuke.

—¡O…oye! ¡tranquilízate hombre!

—L…lo lamento, Señor—contestó el taxista entre sollozos—Es solo que, recordar lo que se siente perder a alguien me llena de dolor.

Josuke observó aquel hombre musculoso con una mirada afable. Al fin y al cabo, él estaba atravesando una situación similar con su padre Joseph.

—Dime, ¿Cuál es tu nombre? —preguntó Josuke.

—Me llamo Wallace Roy, Señor.

—Deja de decirme señor. Mi nombre es Josuke Higashikata—contestó mientras extendía su mano en un saludo—siempre es genial conocer gente buena.

Los ojos del taxista se humedecieron, aún más, tras escuchar las palabras de Josuke, al mismo tiempo que este, salía del colorido automóvil.

—¡Espere señor…digo…Josuke! —dijo Wallace con apremio mientras le extendía una tarjeta con un escudo de armas de dos pegasos viéndose entre sí. —Si necesita de un servicio de transporte, no dude en darme una llamada ¿sí?

Josuke agarró la tarjeta, la guardo en su chaqueta y se despidió de Wallace para luego adentrarse en el cementerio. Al traspasar la majestuosa entrada que tenía un gigantesco rotulo plateado que rezaba "DEAN CEMETARY", Josuke observó maravillado el estilo victoriano de aquel gigantesco cementerio. En donde las gigantescas lápidas con figuras angelicales sobre ellas, abundaban por doquier.

Tras doblar una esquina llena de gigantescas lapidas, observó que, a unos cinco metros, se encontraba, de espaldas, una esbelta pelirroja vestida con un elegante traje negro de luto. Sin duda, era Jojo. Así que Josuke se apresuró hacia ella y tocó su hombro.

—Hola, Jojo—dijo con un tono cargado de seguridad, pero cuando la mujer se voltio, Josuke dio un respingo al comprobar que, en realidad, era una señora de rostro arrugado, la cual guiñó un ojo al joven estudiante.

—¡L…lo siento! ¡me confundí! —replicó Josuke mientras hacía unas exageradas reverencias de disculpas.

—No te preocupes, guapo—replicó la señora seductoramente—Yo puedo ser esa Jojo de la que hablas. Acabo de perder a mi esposo así que estoy muy sola…

Pero Josuke ya se había alejado de ella corriendo lo más rápido que podía. Después de unos minutos trotando como loco, se detuvo a recuperar aire detrás de una lápida cuadrada, y recordó entonces un dato curioso acerca de Escocia. Ahí, el catorce por ciento de la población es pelirroja, por lo que, aquel rasgo físico era bastante común y hasta corriente en ese país.

Mientras jadeaba tratando de recuperar la respiración. Josuke se fijó en la lápida sobre la que estaba recostado y abrió sus ojos en señal de sorpresa al percatarse del nombre que estaba inscrito en una placa de piedra:

GEORGE JOESTAR III

✰ 15 de agosto de 1920

† 27 de febrero de 2008

—¡¿Pero qué mierda crees que haces recostado ahí?!—rugió una chica pelirroja que se dirigía hacia ahí con paso decidido, mientras cargaba un ramo de rosas blancas.

Josuke observó con sorpresa aquella chica, e inmediatamente se percató que era la verdadera Jojo.

—Hola…Jo…—comenzaba a decir Josuke en el momento que Jojo le asestaba una habilidosa y devastadora patada en la cara que fue lo suficientemente fuerte como para romperle la nariz.

—¡Escogiste un mal lugar para vandalizar, maldito Punk!

Josuke cayó de espaldas sobre la lápida de su difunto tío, rompiéndola por la mitad. Mientras trataba de incorporarse con dificultad, Jojo se posó justo frente a él con una mirada asesina.

—¿T…te das cuenta de lo que acabas de hacer? —dijo con la voz temblorosa y los ojos húmedos. —¡Profanaste la tumba de mi padre!

—¿Acaso estás loca? —replicó Josuke enfadado mientras se incorporaba del suelo—¡Fuiste tú la que me…!

Pero sus palabras se apagaron en el momento que observó cómo los brazos de Jojo se cubrían de unas extrañas chispas de color naranja.

—Mereces un agónico sufrimiento—replicó Jojo furiosa¸ al mismo tiempo que las chispas se concentraron en forma de esfera en cada uno de sus puños. —¡Overdrive Sun!