Descargo de responsabilidades: esta es una obra de fanfiction que utiliza personajes, escenas y lugares del mundo de Ranma 1/2, creación y propiedad de Rumiko Takahashi. Dichos personajes, escenas y lugares pertenecen a Rumiko Takahashi y a sus titulares de derechos de publicación y de animación. El propósito de esta historia no es infringir esos derechos ni obtener una remuneración económica a partir de ella, sino entretener y compartir mi imaginación con los lectores. ¡Qué grande eres Rumiko!
Sinopsis: Ranma y Akane pensaban que tenían la mitad del camino hecho para estar juntos después de la fallida boda, pero cuando la inseguridad y la falta de confianza abren una franja entre ellos, todo salta por los aires. Cuatro años más tarde, durante su último año de universidad, vuelven a encontrarse, y aunque al principio parece que todo ha quedado en el pasado, viejas emociones y rencores afloran con fuerza volviendo a poner a prueba el amor que una vez se profesaron. [Reescritura] [Continuación del manga + universo alterno] [Ranma/Akane]
Prólogo. ¿El adiós definitivo?
Nerima. Enero (once meses después de la lucha contra Saffron y la destrucción de los manantiales de Zhou Quan Xiang).
Era más de medianoche y las farolas estaban encendidas. La temperatura ambiente era fría, acentuada por corrientes de aire gélido que cortaban sobre la piel como cuchillas. Akane, sin embargo, no se fijó en esos detalles. Caminaba a toda prisa, avanzando con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo y bufanda a medio poner entre su cuello y sus hombros. Ensimismada como iba, apenas veía los laterales de la calle que recorría en dirección a su casa. Enfadada y dolida, apretaba fuertemente con los puños la tela de la prenda que la protegía del frío invernal. "¿Por qué habré confiado en él?", sollozó en su mente. Se sentía traicionada.
—¡Akane, quieres esperar! —gritó un joven Ranma de diecisiete años a su espalda, a bastante distancia. Corría por la valla de metal que cercaba el río, intentando ganar metros para alcanzarla—. ¡Akane! —volvió a llamarla, sintiendo el aire en la cara.
Maldiciendo interiormente, Akane intentó darse más prisa. No quería verle, ni tampoco hablar con él. Estaba harta, harta de muchas cosas. Empezó a medio correr, incrementando el sonido de sus zapatos sobre el suelo. Había sido un error ir a celebrar el final de los exámenes de admisión a la universidad. Después de la semana por la que había tenido que pasar, aguantando las intromisiones de Shampoo y de Ukyo en casa y en el instituto para encandilar a Ranma, debería haber sabido que el fin de semana, de algún modo, también se le estropearía. Lo que no había esperado es que fuera a ser Ranma quien la hiciera daño.
—¡Akane! —Oyó su nombre de nuevo, y esta vez mucho más cerca. Ya casi tenía la entrada del dojo delante; podía vislumbrar el cartel de Escuela de Lucha Indiscriminada colgado en uno de los lados. Unos cuantos metros más y podría desaparecer en el interior de su habitación. Sin embargo, sus pies le jugaron una mala pasada. Se tropezó con una pequeña piedra y cayó al suelo, haciéndose daño y rasgando los leotardos que llevaba puestos.
—¡Akane! —Ranma apareció detrás suya, cogiéndola de un brazo para ayudarla a levantarse—. ¿Estás bien?
—¡Déjame, no me toques! —pronunció con desdén, apartando el brazo de mala manera.
Ranma se puso de pie y se alejó un par de pasos, para darle el espacio que parecía pedir y no cabrearla aún más. Estaba un poco nervioso y agitado después de la carrera que había tenido que pegarse desde el centro de Tokio. Akane se había marchado de la cafetería sin decirle nada, cogiendo el primer tren urbano que había pasado de la línea Oedo, que era la que llegaba hasta Nerima. Perdió por pocos segundos el que ella había cogido, ya que había salido detrás de ella justo después de que Yuka e Hiroshi le informaran de que se había ido. Frustrado, tuvo que esperar a que pasara el siguiente. Para cuando llegó a la estación de Nerima, su prometida le había sacado una gran ventaja.
Akane se levantó despacio y de mal humor. Lo que le faltaba, caerse al suelo de aquella ridícula manera delante de él, el artista del equilibrio. Se sintió torpe y estúpida, y también humillada. Con rabia, notó como los ojos se le humedecieron. Para evitar que no cayera ninguna lágrima, se mordió la lengua con fuerza, haciéndose una pequeña herida que empezó a sangrar en su boca. Disgustada, notó el sabor metalizado, pero se centró en él para conservar la compostura. No pensaba mostrar debilidad en aquel momento ante Ranma. Le daba igual lo que tuviera que hacer, pero pensaba salir de aquella situación lo más dignamente posible.
El chico de la trenza la observó cauto. Debía de estar muy enfadada si aquel rictus serio que mostraba era alguna indicación. Peor aún, evitaba mirarle a la cara y se mantenía callada. La vio recoger su pequeño bolso y colocarse bien el abrigo tres cuartos, donde se veía el estropicio que la caída había provocado en la tela. Pareció ignorar que también se había despeinado; varios mechones habían escapado de la sujeción del broche y caían libres y desordenados por el lateral de su cara.
—Akane, no es lo que piensas —comenzó con la voz más tranquila que pudo. Ya había tenido discusiones como esta con Akane anteriormente, prácticamente por situaciones igual de estúpidas a la que se había dado aquella noche. No tenía la culpa de que Shampoo se le echara encima y causara escenas donde él, al final, salía injustamente mal parado. Sabía lo irascible y distante que se volvía su prometida, y también sabía que cuanto antes lo arreglaran mejor. Si no, se creaba un ambiente de tensión en la casa Tendo que era muy difícil de aguantar y sobrellevar en el día a día, eso sin contar con los comentarios innecesarios y los esfuerzos del resto de la familia para que hicieran las paces.
Akane no le hizo caso, simplemente se giró y comenzó a caminar de nuevo, haciendo como si no le hubiera oído. Ranma frunció el ceño, que mostrara indiferencia era una muy mala señal.
—Akane, estoy intentando decirte que lo que has visto no es lo que crees —dijo alzando un poco la voz sin moverse de donde estaba, intentándolo de nuevo.
Su chica siguió andando, haciendo como si no existiera. La vio apretar las manos en puños a cada lado de su cuerpo, lo que indicaba que se estaba conteniendo. No iba a dejarla ir tan fácilmente. De un salto se colocó delante suyo impidiéndole el paso.
—Te estoy hablando —pronunció delante de ella. Akane, sin mirarle, pasó por su lado y continuó hacia delante.
—Déjame en paz —la oyó decir con desprecio. Pero él no la dejó avanzar, la cogió de un codo para obligarla a detenerse y volverse hacia él—. ¡Te he dicho que no me toques! —gritó apartándole el brazo de un empellón y lanzándole una mirada enojada y vengativa, a la vez que abatida. Ranma nunca le había visto mirarle así.
—Vale, no te toco. —Puso sus manos en alto—. Pero estoy intentando explicarte...
Akane, que le había vuelto a dar la espalda, sí que le encaró esta vez con una expresión de ira.
—¡No quiero que me expliques nada! No quiero hablar contigo, ni saber nada más de ti —le espetó—. Sé muy bien lo que he visto y estoy harta. Harta y cansada de que siempre sea lo mismo.
Ranma alzó las cejas incrédulo.
—¿Qué tú estás cansada? —preguntó retóricamente lanzando un bufido—. ¿Y cómo te crees que me siento yo? —Era a él a quién Kodachi, Shampoo y Ukyo, además de otras chicas salidas de no se sabía dónde, molestaban constantemente, poniéndolo en situaciones comprometidas y causándole problemas. Eso sin contar con el sexo masculino que iba detrás de su forma femenina.
—Oh, me olvidaba, que aquí la víctima eres tú —dijo en un tono condescendiente y de burla—. Tienes tantas prometidas con las que lidiar y chicas a las que dar tu atención...
—¿De qué vas, Akane? Estoy hablando en serio. Yo no busco que ellas me sigan —se defendió—, no tengo la culpa de que...
—Anda, si es verdad —volvió a interrumpirle poniendo los ojos en blanco en gesto de aburrimiento—, me había olvidado también que siempre buscas excusas para todo.
—No son excusas. —Se estaba empezando a enojar—. No puedo simplemente apartar a la gente de mi vida así por así —y se refería en especial a Shampoo y a Ukyo, a las que en el fondo, y a pesar de sus defectos e insistencia por que saliera con ellas, consideraba sus amigas.
—Ahí está el problema, claro que puedes. Si quisieras, podrías haber resuelto las cosas que te pasan hace mucho tiempo, pero por alguna razón no te interesa hacerlo. —Akane se cruzó de brazos, totalmente a la defensiva y sin un ápice de piedad—. ¿Cómo fue lo que me dijiste? Que debíamos mantener lo nuestro en secreto para que nuestras familias no nos metieran prisa y por mi seguridad, para que tus 'otras' supuestas prometidas —hizo el gesto de las comillas con las manos— no me hicieran daño, que como recordarás no me hizo gracia que me lo dijeras. Gilipolleces —escupió—. Parece mentira que después de llevar meses contigo, de haberme acostado contigo —recalcó—, esperes que siga aguantando toda esta mierda. —Akane no era dada a decir palabrotas, pero cuando se enfadaba las dejaba salir a flote—. Y lo de esta noche ha sido el colmo. ¿Delante de Yuka e Hiroshi? ¿En serio? Gracias por haberme hecho parecer una idiota delante de ellos.
—Akane, estás sacando todo de contexto. Ya sabes lo pesada que es Shampoo y que...
—Quiero dejarlo —sentenció en un tono seguro y que denotaba que no había marcha atrás.
—...no dice más que mentiras con tal de... ¿Qué has dicho? —preguntó al darse cuenta de lo que creía haber oído.
—Que quiero dejarlo. No quiero estar contigo, no así —contestó convencida. Sintió un relámpago de satisfacción al ver la cara descompuesta de Ranma. Por fin se daba cuenta de lo seria que era la situación.
—¿Qué estás diciendo, Akane? —Se acercó un par de pasos a ella, provocando que ella se alejara de igual manera—. Si es por lo de esta noche, te aseguro que podemos arreglarlo. No es para tanto. Déjame explicártelo —le pidió, no sólo con palabras, sino también con sus ojos, que rogaban por una oportunidad para exponerle lo que realmente había sucedido.
—Ya no es sólo por lo de esta noche, Ranma, sino por todo en general —indicó sin emoción y con ganas de llegar a casa—. No quiero seguir contigo.
Ranma se quedó en silencio durante unos segundos, sin saber cómo seguir, cómo recuperarla. Intentaba asimilar lo que estaba sucediendo, hasta que se dio cuenta de que aquellos ojos marrones a los que había sucumbido hacía mucho se lo decían todo en carne viva. "No quiere estar conmigo", pensó conmocionado. No podía creérselo.
Akane percibió el momento exacto en que Ranma aceptó su derrota. Cambió de postura, a una más erguida y chulesca. No le gustaba que le estuviera dejando, hería su orgullo y el amor propio que se tenía. Se creía que no le conocía, pero en aquellos últimos meses había aprendido a leerle bastante bien.
—¿Quieres dejarlo? ¿Es eso lo que quieres? —Metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, dio otro par de pasos hacia atrás, aumentando aún más la distancia que ya se había creado entre ellos—. De acuerdo, marimacho. —Le sonrió despectivamente—. Yo también estoy cansando de que me juzguen precipitadamente y de aguantar escenas como esta.
—Ya decía yo que tardabas en insultarme. No sabes hacer otra cosa cuando algo no sale como tú quieres. —Akane se dio la vuelta y empezó de nuevo a andar hacia la entrada del dojo.
—Al final me estás haciendo un favor —le dijo el chico a su espalda. "¿Qué quieres, Akane? ¿Cortas conmigo y encima esperas que me lo tome bien?"— Así ya no tendré que salir con una chica tan fea y poco femenina como tú que no me escucha ni intenta comprenderme. —Aquellas palabras rasgaron un poco más el ya dañado corazón de Akane, que volvió a notar como los ojos volvían a empañársele—. ¡Acabarás arrepintiéndote, tabla de planchar!
Akane continuó andando unos segundos más, hasta que llegó a la puerta principal del dojo y se giró. Le vio ahí delante, estático, con sus zapatillas de kung fu y pantalones negros de entrenamiento y su abrigo verde oscuro de invierno. Vio aquel rostro al que adoraba mirar, con aquellos intensos ojos azules y aquel pelo azabache que le encantaba acariciar cuando se tumbaban juntos en su cama. Era el chico al que amaba, y sin embargo, empezaba a ver que su amor por él empezaba poco a poco a transformarse en odio.
—¿Sabes lo más triste? Que ya no te creo, no después de acostarte conmigo y susurrarme todas las cosas bonitas que me has dicho. Quizás el que termine arrepintiéndose seas tú, por no haber hecho más por esta relación. —Dicho eso, abrió la puerta de casa y desapareció en su interior.
Ranma se quedó en la calle exterior, maldiciendo y recreándose en el enfado recalcitrante que lo consumía. Tuvo ganas de pelear, de descargar la furia que sentía sobre algo o alguien. Aunque no quisiera admitirlo, le dolía enormemente que Akane no quisiera estar con él, que prefiriera no seguir a su lado a intentar resolver los problemas que obviamente parecían tener. Molesto y herido en el orgullo, pegó un par de saltos hasta subirse al tejado de una casa cercana y se empezó a alejar. Quería dejar atrás las emociones que lo invadían y olvidarse de lo que acababa de ocurrir.
Akane se quitó los zapatos con cuidado en la entrada, viendo que todo estaba a oscuras y en sombras. Fue en silencio a su habitación, recorriendo el pasillo por el que se accedía al salón y después subiendo las escaleras, intentando no hacer ruido para no despertar a nadie. Dentro de su dormitorio, y sin encender la luz, se quitó la ropa y se puso el pijama como una autómata. Bajó al cuarto de baño despacio y sin prisa. Hizo sus necesidades y después se lavó los dientes. Fue tras enjuagarse la boca y secarse con la toalla que vio su reflejo en el espejo. Estaba pálida y despeinada, con una mirada triste y en pena que se volvió acuosa, denotando la presa que estaba a punto de estallar. "No llores, Akane. No llores. Eres más fuerte que esto", se dijo quejumbrosa en su interior. Volvió a su habitación, moviéndose por la casa como si fuera un fantasma, y se metió en la cama. No pasó más de un minuto cuando la primeras lágrimas empezaron a brotar, seguidas de muchas más que parecieron no tener fin. Akane fue incapaz de dormir durante muchas horas. No hizo más que repetir en su mente lo que había visto en la cafetería y la discusión que había mantenido con Ranma.
Ranma y Akane continuaron yendo al instituto, pero dejaron de hacerlo juntos. Akane se empezó a despertar media hora antes intencionadamente para no tener que encontrarse con él en el desayuno, y en el Furinkan dejaron de hablarse y de hacerse caso. En casa, las familias Tendo y Saotome no tardaron en darse cuenta de que algo andaba mal entre ellos. Los primeros días no le dieron mucha importancia, pues por todos era sabido lo mucho que se peleaba aquella pareja, y al final siempre acababan haciendo las paces. Pero al cabo de una semana empezaron a ver que aquella vez era distinto. Ranma y Akane seguían sentándose en sus respectivos sitios en las comidas y en las cenas, uno al lado del otro, pero ya no se miraban, ni se metían el uno con el otro (como habían seguido haciendo para no despertar las sospechas de que en realidad estaban juntos como pareja), ni conversaban, salvo que fuera estrictamente necesario. La tensión y el ambiente que se creó en la casa Tendo se volvió muy insoportable e incómoda. Soun, Genma y Nodoka intentaron cada uno por su lado, y por sus propios medios, reconciliarles, hacer que se sentaran y hablaran de lo que fuera que hubiese ocurrido, pero ninguno de los dos adolescentes puso de su parte para arreglarlo.
En el mes y medio que transcurrió desde el incidente, justo el tiempo que faltaba para que acabaran las clases y se graduaran en el instituto, Ranma sólo cedió una vez para intentar salvar la distancia que se había creado entre ellos. Nunca había aguantado la indiferencia de Akane por mucho tiempo, era algo superior a él, que le ponía de mal humor y le picaba en el corazón. Además, la echaba de menos. Echaba de menos hablar con ella cada día, hacerla reír con sus tonterías, hacerla enfadar adrede como en los viejos tiempos, besarla para que le perdonase, abrazarla cuando nadie los veía, acostarse con ella en las pocas ocasiones en que realmente estaban solos en casa.
En el fondo, sabía que los dos se estaban comportando como dos niños pequeños, y lo que era peor, a orgullosos nos lo ganaba nadie. Ingenuamente, había pensado que era cuestión de tiempo que las aguas se calmaran y Akane y él recuperasen su relación. En el pasado había sido así, pero obviamente aquella vez todo se estaba desarrollando de forma diferente. Akane se mostraba fría y lejana, no parecía en absoluto ella. Muchas veces incluso parecía no estar presente de espíritu, aunque su cuerpo probara lo contrario. Imaginar dónde podría estar su mente en aquellas ocasiones lo intrigaba y asustaba.
Ninguno de los dos intentó en ningún momento hablar con el otro, por sus respectivos motivos. Akane porque veía que nada había cambiado, es decir, Ranma no había movido ni un sólo dedo para cambiar la situación en la que se había encontrado su frágil relación: no había hecho oficial ante sus padres que estaban juntos, ni les había dejado claro a Ukyo, Kodachi y Shampoo como estaban las cosas. No había ninguna prueba que mostrara que estaba dispuesto a luchar por ellos, que era lo que había esperado de él con toda su alma. Ranma, por su parte, no estuvo dispuesto a rebajarse ante su prometida. Él no tenía por qué alejar a nadie de su vida, se tratara de Ukyo, Shampoo o quien fuera, y menos cuando sólo tenía ojos para ella. ¿Es que acaso no recordaba lo mucho que le había costado besarla aquella primera vez en el dojo? Y no porque no quisiera hacerlo, sino porque hacerlo significaba admitir lo que realmente sentía por ella. Tampoco iba a sentirse culpable por las desafortunadas experiencias que le ocurrían, las cuales siempre le dejaban en mal lugar. Seguramente eran por culpa de la maldición o de su propia mala suerte. No podía controlar que Shampoo le besara delante de sus amigos, o que las chicas en general fueran detrás de él. En resumen, no tenía la culpa de ser guapo y atractivo.
Con todo eso en la cabeza, Ranma esperó y esperó, dejando pasar los días, centrándose en su kempo y en estudiar para aprobar los exámenes finales del Furinkan. Estaba deseando irse en un viaje de entrenamiento, a ser posible solo, para desconectar del entorno de la casa Tendo y reflexionar sobre qué iba a hacer en el futuro. Distintas universidades de todo el país le habían contactado para que luchara en sus equipos, la mayoría de ellas ofreciendo una beca completa de estudio. Estaba hecho un lío. No sabía qué hacer. Nunca se le había pasado por la cabeza ir a la universidad, más que nada porque le gustaba muy poco estudiar, y siempre había pensado que para cuando se graduara ya estaría casado con Akane y se encargaría de llevar las riendas del Dojo Tendo. Pero viendo como estaban las cosas con su prometida y el hecho de que en una universidad tendría la oportunidad de seguir entrenando y aprendiendo técnicas de lucha, eso lo ponía todo en una perspectiva muy diferente.
Aún así, como a mitad de febrero, Ranma decidió ser el más sensato de los dos. No le gustaba ceder y ser él quien tuviese que dar el primer paso, pero había demasiadas cosas en juego, y una de las más importantes, sus sentimientos. El tiempo iba pasando rápido y antes de que se dieran cuenta los dos se habrían graduado y tendrían las vacaciones por delante. No pensaba pasárselas aguantando aquella desagradable situación en la que Akane no le dirigía la palabra y pasaba de él, entrando y saliendo de casa sin contar con él, sus padres intentando acercarles con malos y estúpidos trucos y él comiéndose la cabeza pensando en ella y en lo que habían compartido juntos. Eso sin contar con que no les sorprendieran con una nueva boda, como habían tratado de hacer el año anterior. Viendo como estaban las aguas, turbias y revueltas, peor momento no podían escoger.
Aquel domingo por la tarde, la luz anaranjada del atardecer entraba por la puerta principal del dojo. Sin embargo, el cielo estaba cubierto de nubes grises espesas que auguraban una buena tormenta. Ranma se presentó en la entrada sin hacer ruido, con sus zapatillas negras y vestido con sus pantalones negros de entrenamiento y su camisa china morada de mangas largas con botones ocre. Akane practicaba en el centro del tatami llevando su acostumbrado gi amarillo pálido sujeto por el cinturón rojo en la cintura, que indicaba su nivel de kárate. Lanzaba patadas seguidas al aire combinándolas con golpes de sus brazos. Ranma la estudió los breves segundos que ella tardó en darse cuenta de su presencia. A su ojo crítico, seguía faltándole mucha técnica y rapidez, y a pesar de haberla intentado enseñar en los últimos meses, tal como ella le pidiera, no había avanzado mucho. Le costaba acatar órdenes, más si venían de él, y adicionalmente era muy lenta de reflejos.
Ella se detuvo cuando notó que alguien la observaba. Fijó su mirada en la entrada y vio a Ranma de pie con las manos en los bolsillos.
—¿Puedes marcharte, por favor? Estoy entrenando —le pidió recuperando el aliento. Se limpió el sudor de la cara con el antebrazo.
Ranma dio un paso hacia el interior.
—¿Podemos hablar? —preguntó mirándola a los ojos, expectante. Pensaba intentarlo una vez y ni una más.
—No tenemos nada de qué hablar, y además ahora no es un buen momento —contestó reajustándose el cinturón.
A Ranma no le gustó que ni siquiera le mirara a la cara cuando le hablaba. Seguía llevando su escudo de frialdad alrededor de ella.
—Akane, esto se nos está yendo de las manos —le avisó en un tono serio y cansado.
—¿Te puedes ir, por favor? —volvió a repetir con un gesto de la mano para que se fuera. Sus ojos pardos también reflejaban cansancio y desencanto.
—¿Así es como quieres que sea? ¿No quieres por lo menos intentar solucionarlo? —La observó durante unos segundos en los que ella no dijo nada—. No pienso soportar esta situación mucho más tiempo —anunció—. Estoy dispuesto a hablar contigo ahora.
Akane, viendo que no iba a dejarla en paz, caminó hasta donde había dejado su toalla y su botella de agua y las recogió del suelo.
—Nadie te pide que soportes nada, Ranma —respondió yendo hacia la salida—. Eres libre de hacer lo que quieras.
Aquellas palabras le molestaron. "¿Está insinuando…?", fue incapaz de acabar la frase en su cabeza, pero por el contrario tuvo las agallas de decirla en voz alta, a pesar del riesgo que conllevaba oír la respuesta. Le costaba todavía creer que Akane no le quisiera, ni siquiera para estar cerca de ella al menos, pero con cada día que pasaba se daba cuenta de que lo único que recibía de su parte era rechazo, y como toda persona humana, tenía un límite, un límite que se empezaba a agotar.
—¿Te da igual entonces que me marche? —Era una pregunta crítica y Ranma la hizo muy en serio. Si a Akane le importaba una mierda que estuviese allí, desde luego que las cosas quedaban bastante más claras.
A Akane la pregunta le afectó de una forma muy sutil y aún así intentó disimularlo. Se sintió morir por dentro ante la posibilidad de que Ranma se fuera de forma definitiva. No le creía capaz de hacerlo, no después de todo por lo que habían pasado, pero aquel resquicio de duda hizo que se pusiera un poco nerviosa y que su corazón comenzara a bombear desenfrenado.
—Como he dicho, eres libre de hacer lo que quieras —repitió en un tono átono cuando llegó hasta él. Después continuó su camino, saliendo del dojo.
Ranma se sintió estallar por dentro. ¿Cómo se dignaba ella a decirle eso de esa forma, como si fuera un estorbo a apartar de su camino? ¿Dónde estaba su Akane con sus gritos y sus palizas, con su genio y aquel carácter fuerte y terco con el que siempre le enfrentaba? Ahora no era más que aquella voz monótona y aquel rostro carente de expresión que parecían pedirle que se quitara de enmedio. Girándose y yendo tras ella por el camino de piedras, la cogió bruscamente por el brazo.
—¿Se puede saber qué cojones te pasa? —le espetó cabreado—. ¿Crees que voy a aguantar que me hables...?
—¡Suéltame! —exclamó Akane apartándole el brazo de forma violenta, dejando caer en el proceso la botella y la toalla al suelo. Ranma se apartó, pero la miró igualmente enfadado.
—¿Eso es todo? ¿Puedo hacer lo que me venga en gana y ya está? —"¿Tan poco te importo, Akane?".
—¿Y qué quieres? —le contestó con rabia en los ojos. "Por fin, algo de emoción", pensó el joven—. No has hecho nada para cambiar la situación en la que nos encontramos. ¡Todo sigue igual! —le acusó. Se agachó para recoger sus cosas—. Ukyo y Shampoo siguen presentándose aquí como si fueran tus prometidas y Kodachi aparece cada dos por tres en el instituto. ¿Cómo quieres que me sienta?
Justamente aquella semana las tres habían protagonizado una escena cada una por separado. Ukyo apareció el lunes por la tarde en la casa Tendo con la excusa de que traía okonomiyakis para toda la familia. Todos aceptaron la comida gratis encantados, por supuesto. Akane, sin embargo, sólo se vio desplazada en la mesa cuando Ukyo se sentó entre ella y Ranma. El martes por la noche, Shampoo se coló en la habitación de su prometido y se tumbó a su lado bajo las sábanas. Ranma no se dio cuenta de que había estado toda la noche ahí hasta que se despertó por la mañana, lo que significaba que Shampoo habría seguramente disfrutado de una bonitas caricias del chico de la trenza pensando este que tenía a Akane entre sus brazos en lugar de a la chica gatuna. Y el jueves, Kodachi le puso la guinda al pastel, haciendo una entrada triunfal en el instituto a la hora del recreo para pedirle a Ranma que la acompañara a la gala de fin de curso que se celebraba en su Escuela de Chicas San Hebereke. Por lo visto, en su último año sí que las dejaban ir acompañadas de un chico.
Ranma se vio desbordado y se le bajaron los humos. Vio el dolor que había en los ojos de Akane y se sintió mal por permitir que la chica a la que quería sufriera por su culpa.
—Vale, Akane. Está bien. —Alzó un poco las manos para que se tranquilizase. Los dos pegaron un brinco cuando escucharon el trueno que sonó por encima de ellos. Estaba a punto de empezar a llover—. Escúchame. Las cosas cambiarán, pero necesito tiempo.
—No me vale —dijo cortante, volviendo a ponerse a la defensiva—. Has tenido varias semanas y no has hecho nada —le recriminó.
—¡Airen! —se escuchó decir desde la entrada de la casa.
—¡Ran-chan! ¿Dónde estás? Te he traído unos pastelitos. —La incuestionable voz de Ukyo se oyó mucho más cercana.
—Hablando de las Emperatrices de China —murmuró Akane dándose la vuelta para ver aparecer a la chica amazona y a la de la espátula a la vuelta de la esquina—. Todas tuyas —le dijo a Ranma por encima del hombro antes de marcharse.
—Akane espera —pidió Ranma alargando el brazo, pero inmediatamente se vio abrazado por Shampoo, quien había pegado un salto para tirarse encima de él. Detrás venía Ukyo, con la espátula ya sacada para quitar de en medio a la joven del pelo color violeta.
Comenzó a llover y la situación se complicó. Ranma se transformó en chica y Shampoo en gata, por lo que el primero salió disparado huyendo de la segunda, que lo siguió sin rendirse. Ukyo no ayudó, aguardando dentro de la casa y compartiendo con el resto de los familiares los pasteles que había llevado. Ranma tuvo que lidiar con ella después de haberse librado de Shampoo.
Por la noche, en su futón, después de haberse duchado y cenado, cena en la cual Akane no había estado presente, suspiró hastiado y desmoralizado poniendose un brazo sobre los ojos cerrados. La conversación con Akane se había acabado torciendo, y lo que más clavado se le había quedado en el alma, si no hacía lo que ella le pedía, era el hecho de que a ella parecía darle igual que se quedara o se fuera. No quería sacrificar su amistad con las chicas, es decir, con Ukyo y con Shampoo, pues de Kodachi quería librarse siempre, por estar con Akane. No quería tener que elegir, y menos que le obligaran a hacerlo. ¿Por qué Akane se tomaba tan en serio los avances de las demás si era con ella con quien estaba? ¿Acaso no se daba cuenta de que el día que lo hicieran oficial los dejarían en paz a los dos?
Pero la pregunta que más lo asustaba era la siguiente: ¿estaba preparado para separarse de Akane? ¿Sería capaz de hacerlo?
A la semana siguiente, Ranma anunció que se iba en un viaje de entrenamiento. Hizo su mochila el viernes por la mañana temprano y desapareció dejándolos a todos un poco sorprendidos. Akane se sintió aliviada. No tener que ver a Ranma fue un bálsamo para sus heridas internas, las cuales ya empezaban a supurar. Dolía ver que seguía sin hacer nada por cambiar las cosas. ¿Eso era lo que le importaba la relación? ¿Nada? Con cada día que pasaba tenía más claro que había hecho bien en cortar con él, aunque eso supusiera el tener que llevar el funeral por dentro en aquel momento. Suponía que ese era el precio a pagar por no haber asentando las bases correctamente desde el principio. Los cimientos de una casa son lo que después la sostiene cuando se erige en vertical y por eso hay que prestarles tanta atención. De la misma forma veía su relación con Ranma. Si no se preocupaban ahora de establecer unos pilares fuertes que soportaran el futuro, se estarían arriesgando a caer en el más completo desastre. Pensándolo fríamente, Akane admitía para sí misma que ella también se había equivocado, dejando que las cosas entre ellos llegaran tan lejos. El haber llegado a un nivel de intimidad tan profundo con él hacía todo mucho más complicado y triste. Pero aún estaba a tiempo de arreglarlo, o eso había creído al exigirle que alejara a sus otras prometidas si quería volver con ella. Su fallo había sido no contar con qué haría su prometido, es decir, absolutamente nada.
El ambiente en la casa Tendo mejoró un poco al no estar presente una de las fuentes de tensión. Akane, sin tener a Ranma cerca, se relajó y se volvió algo más accesible, intentando recuperar la normalidad. Las comidas de la familia en la mesa del salón fueron algo más distendidas y agradables. Además, la próxima llegada de la primavera los tenía a todos de buen humor, aunque trajera consigo el tsuyu, la época de lluvias. Akane aprovechó el fin de semana para descansar y ayudar en casa cuando se lo pedían. Leyó el libro con el que estaba en aquel momento, vio la televisión, fue al supermercado a comprar algún ingrediente para Kasumi en compañía de Nodoka, charló con su padre y el Señor Saotome, preguntó a Nabiki qué esperar de la universidad, y hasta salió con sus amigos.
Para cuando volvió Ranma, tres días más tarde, Akane sintió que había recuperado en gran medida su centro. Se vio dispuesta a enfrentar cualquier reacción de su prometido tras su soledad en las montañas. Sin embargo, se llevó una triste sorpresa.
Ranma apareció el domingo poco antes de la hora de comer. Había estado lloviendo toda la mañana sin parar, haciendo que nadie tuviera ganas de salir de casa. Casi toda la familia estaba en el salón, incluyendo al maestro Happosai, que se había estado medio comportando las últimas semanas, para alivio de todos. Nabiki ojeaba una de sus revistas tumbada bocabajo sobre el suelo, Soun y Genma escuchaban la televisión, mientras que el maestro fumaba tranquilamente de una pipa japonesa sentado de cara al estanque koi, viendo la lluvia caer por el espacio que dejaban los paneles entreabiertos. Kasumi se encontraba en la cocina preparando los platos y Akane llevando los cuencos y los palillos para poner la mesa. Nodoka también ayudaba, colocando vasos para el té y esterillas para proteger la mesa del calor de los platos que estaban por venir.
Escucharon que alguien abría la puerta principal y entraba en la casa. Nodoka fue la primera en acudir.
—¡Hijo, qué bien que hayas vuelto! ¿Qué tal ha ido el viaje?
Ranma, en su forma de chica, dejó sus zapatillas en el suelo, las cuales había estado llevando en la mano, y su mochila empapada. Todo él estaba mojado, razón por la cual deseaba bañarse lo antes posible para entrar en calor y recuperar su forma original. Anduvo con su madre por el pasillo, respondiendo escuetamente a sus preguntas. Happosai, en cuanto vio el joven y curvado cuerpo femenino, pegó un salto para aterrizar entre los pechos, olvidándose de su pipa. Ranma, no de muy buen humor, le mandó de una patada al estanque.
—Ahora no, viejo —dijo sin mucho ánimo, sin ni siquiera enfadarse.
Asomándose al salón, saludó a todos en general, recibiendo palabras de bienvenida a cambio. Incluso Kasumi, limpiándose las manos en el delantal que llevaba puesto, se acercó para decirle que se alegraba de que hubiera vuelto a casa. Akane, que en aquel momento estaba de rodillas organizando la mesa, sintió como todo el peso de lo ocurrido una semana atrás volvía a ponérsele sobre los hombros. Ranma ni siquiera la miró a los ojos, ignorándola y haciendo como si no existiera. Observó que parecía cansado y desanimado. Se preguntó si le habría pasado algo en aquel viaje.
Kasumi le metió prisa para que se pegara un baño, puesto que la comida estaba a punto de salir, así que Ranma se fue a su habitación a por ropa limpia y después al furo.
En la mesa, una vez todos sentados, se volvió a notar bajo la superficie la tensión de hacía tres días. Ranma y Akane volvían a estar sentados uno al lado del otro y volvían a no hablarse ni a hacerse caso. La familia hizo un poco de conversación, en especial Soun, Nodoka y Kasumi, para aparentar una situación de tranquilidad. La burbuja no tardó en pincharse.
—¿Todavía estáis así vosotros dos? ¿Cuándo vais a madurar? —se quejó la hermana mediana haciendo un mohín con la nariz.
—Métete en tus asuntos, Nabiki —saltó Akane mirándola con enfado por haber sacado el tema.
—Tiene razón, os estáis comportando como dos niños de cinco años —añadió Happosai sirviéndose otro cuenco de arroz.
—Usted no es el más indicado para hablar, maestro —le respondió Akane con el mismo tono serio que había empleado con su hermana.
—Ranma, ¿no piensas decir nada? ¿Vas a quedarte ahí callado todo el rato? —preguntó severo Genma a su hijo.
Hubo miradas cruzadas en la mesa. Kasumi diciéndole a su padre con los ojos que no se metiera, Nodoka riñiendo a su marido por haberlo hecho, Nabiki alzando las cejas en dirección a Happosai, dándole a entender que no había solución para aquellos dos tercos.
—Tampoco eres quién para hablar, viejo. En realidad ya está todo dicho. —Ranma se fijó de reojo en como Akane cerraba los puños con fuerza por debajo de la mesa. De milagro no rompió los palillos—. Si me disculpáis —dijo poniéndose de pie—, voy a echarme un rato a dormir, estoy cansado.
—Pero apenas has comido, hijo —dijo Nodoka sorprendida de su pobre apetito, algo muy inusual en él.
—Siéntate —le ordenó su padre—. Aún no hemos terminado de comer. —Nodoka volvió a regañar a su marido con la mirada.
—No tengo hambre —contestó. Mirando a Kasumi algo más amable—: Estaba todo muy rico, gracias.
—¡He dicho que te sientes! —Genma golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo que todos dieran un respingo con el sonido—. Estoy harto de tu actitud y de tus malos modales.
—Genma, déjalo tranquilo... —le pidió Nodoka.
Si la tensión había corrido bajo la superficie al principio, ahora brotaba con fuerza por toda la estancia, poniendo a todo el mundo en alerta.
—No me da la gana —dijo Ranma despectivamente desde la puerta corrediza, empezando a cabrearse—. Ya no tengo quince años. Deja de ordenarme como si los tuviera. —Señaló a Akane—. Además, aquí a la princesa no se le dice nada cuando no baja a cenar o cuando se levanta antes de la mesa porque no tiene hambre. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo?
Akane agarró la madera de la mesa, con ganas de estampársela a su prometido, como hiciera recién llegado él a su casa. Pero respiró hondo y se aguantó.
—Ella no es mi hija, pero tú sí eres mi hijo.
Ranma sonrió vagamente, incrédulo.
—Claro, para lo que os conviene nos tratáis igual, y para lo que no hacéis diferencias. No estoy para juegos, viejo. Me voy a descansar. —Con un último vistazo a los comensales, dio media vuelta y se fue a su habitación.
En el salón, Genma había intentando ir detrás de su hijo, pero Nodoka se lo impidió.
—Esto no quedará así —afirmó el hombre-panda antes de seguir comiendo.
La mesa se sumió en un incómodo silencio que no se rompió hasta que Kasumi empezó a hablar acerca de unos vecinos nuevos que habían llegado a la comunidad.
Akane tuvo sentimientos encontrados acerca de lo sucedido, mientras jugaba con el arroz en salsa de su cuenco. Por una parte, tuvo ganas de arrear a Ranma por haberse burlado de ella una vez más, y por otra, se preocupó, pues el comportamiento de su prometido distaba mucho de ser el normal. Casi no había comido, ni hablado, y empezaba a actuar como si todo le diera igual. "Así es como me he estado comportando yo. ¿Por qué me sorprende que él haga lo mismo?", reflexionó.
En el cuarto, Ranma se tendió sobre su futón, dando la espalda a la ventana e intentando relajarse. Escuchaba el repiqueteo de la lluvia en el tejado, que caía sin cesar. "Vaya día de mierda", pensó cerrando los ojos y suspirando.
Se había levantado temprano para recogerlo todo y ponerse en marcha. Dos horas más tarde, comenzó a llover, haciendo que se transformara y que tuviera que seguir caminando descalzo, embarrándose los pies con el frío que hacía. En la estación de tren intentó limpiarse todo lo buenamente que pudo, cambiándose de ropa para quitarse la humedad de encima. El resto del camino desde el centro de Tokio a Nerima lo había soportado de la mejor manera posible, no haciendo caso a las personas que miraban sus pies descalzos ni a las miradas lascivas de hombres solitarios que rondaban por la zona. La parte a pie hasta la casa de los Tendo conllevó mojarse de nuevo y seguir caminando descalzo. Pero eso sólo había sido la parte física, la cual podía molestarle e irritarle. La parte mental había sido otra historia.
Cuando se fue tres días antes, pensó que su estancia en el Monte Takao para entrenar y pasar tiempo consigo mismo le ayudaría a aclarar sus ideas. Era una oportunidad para alejarse de todo, de su familia, del maestro, de Shampoo, de Ukyo, de Mousse, de la abuela Cologne, de los Tendo, y sobre todo de Akane.
"Akane…".
Cada vez que pensaba en ella su corazón parecía estrangularse a sí mismo, pues dolía no tenerla cerca, no poder estar con ella, no poder conectar a ningún nivel con ella. Su prometida había levantado un muro alrededor suyo que no sabía cómo derribar. Todo era indiferencia y caras largas por su parte.
Había pensado mucho en las experiencias que habían vivido juntos, como Ryugenzaba, su vuelta a casa del monte Horai, la lucha en Jusenkyo y la posterior vuelta a Japón, la boda fallida, su primer beso en el dojo, la primera vez que se acostaron juntos... Había tantos recuerdos, y muchos de ellos muy preciados para él. También pensó en lo ocurrido la noche que Akane le dejó, y en cómo los actos de Shampoo sobre su persona habían colmado el vaso para Akane. Meditó acerca de todo ello, intentando comprender de dónde había venido el ultimátum que le había dado su marimacho favorita. La conclusión a la que llegó le dejó helado y decepcionado con ella. "No confía en mí. Ese es el verdadero problema. Después de todas las cosas que hemos compartido y vivido juntos, cree que me voy a ir detrás de la primera falda que vea, que voy a olvidarme de ella cuando se presente la oportunidad…", pensó hastiado. "Como si eso fuese posible. ¿Acaso no sabes lo mucho que te quiero? Es obvio que no". Ahora al menos ya era capaz de admitir ante sí mismo que la quería y que estaba enamorado de ella.
Aquella asociación que hizo de Akane y de su desconfianza hacia él lo hizo estar de mal humor el resto del viaje de entrenamiento. Ya no fue lo mismo pensar en ella, pues una semilla de duda empezó a sembrarse en lo más profundo de sus sentimientos, una semilla que se fue transformando en rencor al recordar cómo le había ignorado las últimas semanas en la casa Tendo, como había rechazado su intento de hacer las paces, como en general pasaba de él y hacía como si no existiese.
Tuvo más claro que nunca que no apartaría a un lado a Shampoo, a Ukyo, ni siquiera a Kodachi, a la que no soportaba. En el fondo, las dos primeras eran sus amigas, Ukyo bastante más que la amazona, y no tenía por qué sacrificar su amistad con ellas sólo porque Akane no confiase en él. ¿Es que acaso ella pensaba que no le molestaba cuando algún chico se acercaba a ella para acaparar sus atenciones, como había ocurrido tantas veces?
La idea de marcharse del Dojo se fue asentando más y más conforme fueron pasando los días. Si Akane no quería estar con él, si no podía estar con ella, ¿qué había en el Dojo Tendo para que quisiera quedarse? Una casa en la que dormir, un lugar donde entrenar, la comida de Kasumi, su familia... Vale sí, todas aquellas cosas eran importantes en su justa medida, pero carecían de valor si Akane no estaba a su lado, si no le sonreía ni peleaba con él, ni le besaba, ni le animaba y ni le acariciaba. Las tretas de Nabiki y los abusos del maestro tenía claro que no los echaría de menos, pero eso era lo de menos. "¿De verdad soy capaz de largarme? ¿Qué van a decir el viejo y mi madre? ¿A dónde voy a ir?". No estaba seguro de si tendría el valor de hacerlo, de marcharse y empezar de cero. De lo que sí tenía la certeza es de que no aguantaría la actitud de Akane mucho tiempo más, y fuera el destino o la casualidad, su límite llegó al tope antes de lo que esperaba.
Sábado (dos semanas más tarde).
Ranma llegó a casa sobre las once y media de la noche de trabajar en un restaurante cercano de Nerima. Iba vestido en su forma femenina con el uniforme de trabajo bajo su abrigo verde militar. Le habían contratado a principios de invierno para trabajar los fines de semana, que era cuando más jaleo había. A Ranma le gustaba ganar su propio dinero y tener la posibilidad de ahorrar algo, aunque ello supusiera muchas veces el tener que aguantar los comentarios salidos de tono de algunos chicos jóvenes (y no tan jóvenes), o las insolencias de ciertos clientes demasiado pagados de sí mismos. Aquella noche había habido algo de movimiento, debido en parte al buen tiempo que había hecho ese día; las lluvias habían dado un respiro. Por suerte, tanto él como sus compañeras de turno se habían manejado bien a pesar del bullicio.
Volvió al Dojo Tendo caminando por encima de la valla con las manos en los bolsillos del pantalón. El sol se había puesto hacía bastantes horas y en su lugar las farolas iluminaban la calle. Al llegar a casa, Kasumi, que se había quedado levantada, le preguntó si tenía hambre, ya que le había apartado parte de la cena. El ruido que hizo su estómago fue suficiente respuesta para ella.
—De acuerdo, iré preparándote la comida —le dijo con una agradable sonrisa. Ranma la apreció, pues últimamente nadie le sonreía en la casa Tendo.
—Gracias Kasumi. Iré a ducharme a primero. —Empezó a desabotonarse la parte superior del uniforme del restaurante.
—Está bien, pero no hagas mucho ruido cuando subas a por tu ropa, tu madre se ha ido a dormir temprano.
Con eso en mente, Ranma subió las escaleras. Desde que Shampoo, Ukyo y Kodachi destruyeran la casa de su madre, ésta había venido a vivir al Dojo Tendo. A veces comentaba que ellos, los Saotome, deberían buscarse una casa propia, pero por unas cosas u otras, aún no lo habían hecho. No le había agradado mucho la idea de dormir en la misma habitación que sus padres, pero no quedaba ningún otro hueco libre en la casa, y obviamente pasaba de dormir en la misma habitación que el maestro Happosai, que era prácticamente la única alternativa. Intentando ser lo más silencioso posible, corrió la puerta del dormitorio y entró para coger su muda de ropa, unos pantalones oscuros cómodos, una camiseta interior blanca sin mangas y una sudadera con capucha gris oscuro. Divisó en la penumbra la silueta tumbada de su madre, que respiraba tranquila sumergida en el sueño. Salió y le echó un vistazo al pasillo. La puerta de la habitación de Nabiki estaba abierta, por lo que asumió que habría salido con sus amigos o que se encontraba abajo en el salón. Cuando se asomó para ver la puerta de Akane, vio que estaba cerrada. No se veía luz bajo ella ni se escuchaba ningún sonido en el interior. "Puede que también se haya ido a dormir", pensó dadas las horas que eran, queriendo creer que no se encontraba bien o que quizás le echaba de menos y se estaba arrepintiendo de haberle dejado. Un segundo después recordó como aquella mañana se había ido de la mesa del desayuno nada más aparecer él, como si no pudiera soportar su presencia. Aquello lo hizo enfurruñarse. "¿Qué más me da? Me importa un bledo lo que haga esa marimacho".
La ducha le sentó bien y le relajó después de haber estado prácticamente toda la tarde de pie sirviendo mesas y llevando pedidos y platos vacíos de un lado para otro. Siempre le gustaba recuperar su figura masculina, aunque debía admitir que había aprendido a encontrarle las ventajas a 'Ranko', y en ciertos momentos hasta le era más útil que su cuerpo original. Las curvas le habían enseñado bastante en todo ese tiempo en que había tenido la maldición. A la hora de luchar, sabía que tenía que aprovecharse de su rapidez y de su flexibilidad; con el sexo masculino, si quería conseguir algún objetivo en concreto, era consciente de que podía utilizar a su favor su voluptuosa apariencia para distraer y ganarse la confianza del que tuviera enfrente; de forma general, se había dado cuenta que en muchas ocasiones la gente aceptaba mejor a una jovencita linda y simpática que a un adolescente confiado y avispado; y a nivel personal, le había servido para poder entender un poco mejor a Akane. Desde que ella y él empezaran a tocarse meses atrás, le había prestado más atención a las distintas partes de su cuerpo femenino. No se había de por sí explorado en condiciones, pero sí que se había acariciado levemente pensando que si a 'Ranko' le gustaba, entonces a Akane también le gustaría. Nunca había sido capaz de llegar hasta el final, pues se sentía estúpido y fuera de lugar en un cuerpo que no acababa de ser el suyo propio. Por eso, a pesar de haberse acostumbrado a la maldición y a su 'ventajas' cuando le eran convenientes, nunca dejaba de sorprenderlo la paz que le inundaba cada vez que volvía a ser él mismo, con sus largas piernas, los músculos de sus brazos, sus grandes manos, su pelo oscuro, sus pectorales planos y trabajados sin nada que colgara de ellos. Nunca le había preguntado directamente a Akane si la maldición le molestaba, si habría sido un impedimento a la hora de casarse en el futuro (cosa que ahora tenía claro no iba a suceder). Por extraño que le resultara cuando pensaba acerca de ello, a ninguno de los dos parecía haberle importado cuando su relación se intensificó, aunque claro, Ranko nunca tuvo lugar en aquel espacio tan personal e íntimo. Él siempre fue él, y Akane siempre le besó, le acarició, le abrazó y le hizo el amor a él, a Ranma, no a su versión femenina.
Suspirando por el cariz que habían tomado sus pensamientos, salió del cuarto de baño y se dirigió a la cocina. Kasumi le dio su cena, la cual se llevó consigo para comerla sentado en el salón, donde estaban Soun y su padre inmersos en una película. Los saludó con un 'buenas noches', aunque sólo Soun le devolvió el saludo. Engulló lo más rápido que pudo para estar ahí el menor tiempo posible. Desde que había vuelto de su viaje al Monte Takao la relación con Genma también había empeorado. Sabía que su padre estaba deseando pillarle por banda para meterle en cintura, por enfrentarle el otro día y por el comportamiento que estaba mostrando en general, pero en especial con Akane. "¡Qué le den a viejo!". Le parecía muy injusto que le pidieran modales a él cuando ella era la primera que hacía lo que le daba la gana. Nadie le decía nada ni le llamaba la atención si no bajaba a comer o a cenar, o si llegaba tarde, o si le hacía el vacío cuando estaba el resto de la familia presente. Le daba la impresión que de una forma tácita todo el mundo daba por hecho que la actitud de Akane estaba justificada por algo que él seguramente habría hecho, y eso le repateaba, porque no conocían ni la mitad de la historia. Habiendo sido ella la que le había dejado a él y habiendo sido él quien había intentado hacer las paces, le parecía el colmo que le dijeran de actuar como un hombre, de madurar, de comportarse como era debido de alguien que era invitado en la casa, cuando ella ni siquiera se esforzaba por dar ejemplo.
Se sintió seguro mientras terminaba de comer. Sabía que su padre no le diría nada, pues le importaba más acabar de ver la película que 'educarle', si es que se podía llamar educación a lo que había hecho con él durante los diez últimos años. Cuando dejó el cuenco vacío y los palillos en el fregadero de la cocina, subió al tejado de la segunda planta, el punto más alto de la casa y uno de sus lugares favoritos de toda ella, sin importar el tiempo que hiciera. La mayoría de las veces encontraba tranquilidad ahí arriba, cuando no aparecía alguien para pelear contra él o robarle un beso en medio de un drama. Se sentó sobre las tejas y apoyó sus brazos sobre las rodillas. Admiró el horizonte iluminado y silencioso que presentaba Nerima a medianoche mientras la temperatura fresca del invierno le abrazaba como una amante atenta y sutil desde atrás.
Rememoró los tres días anteriores, en los que apenas había visto a Akane. Había notado a partes iguales que le evitaba y que salía y entraba de casa cuándo y cómo quería. Como no se dirigían la palabra, ya no sabía adónde iba, qué planes hacía, ni con quién. Aquello le hurgaba en la herida. Pasaba totalmente de él y eso lo desquiciaba. A veces sentía el impulso de seguirla, de ver qué hacía, de espiarla, pero al final se contenía, porque lo consideraba caer demasiado bajo. Otras, cuando estaba sentado al lado suyo en la mesa del salón, sintiendo el calor de su piel, oyendo su respiración, viendo de reojo los movimientos de sus manos, sentía la tentación de cogerle la mano por debajo de la mesa, como había hecho en alguna que otra ocasión, y hacer como si nada hubiera pasado. Cuando después se daba cuenta de lo que había estado pensando, de lo débil que era en lo que se refería a ella, se enfadaba consigo mismo.
Dolía ser rechazado, ignorado. Nunca había sentido nada igual. En los dos años desde que conociera a Akane, ella nunca le había tratado como en las últimas semanas. Era consciente de que habían tenido sus más y sus menos y de que ambos tenían sus defectos, pero incluso con todo eso siempre habían salido adelante. Ahora, por el contrario, parecían estar tocando fondo. Cómo actuar con una persona a la que quieres pero que ya no te hace caso, de la quieres conseguir una reacción y de vuelta sólo recibes vacío. Se sentía bastante solo sin ella, esa era la verdad. Sabía que tenía a sus padres y que también tenía a sus amigos, pero Akane se había convertido en un punto de referencia en su vida, en alguien que le importaba de verdad, y ver ahora como ese punto de apoyo se resquebrajada le parecía, no sólo inaudito, sino una total decepción. "Después de todo lo que hemos vivido… de haberte casi perdido en los manantiales de Jusenkyo…". Pensar en ello lo dejaba confuso. Quizá no la conocía todo lo bien que creía. Cómo se podía ser tan fría, tan distante, tan... inaccesible, cuando ella siempre había brillado por sus sonrisas, su amabilidad, sus buenos gestos, y sí, también por ese carácter fuerte y terco que a él lo encendía y enamoraba al mismo tiempo. Suspiró cansado y mentalmente extasiado, pues desde que Akane le dejara no era capaz de encontrar la paz. Él nunca se rendía ante nada, no había obstáculo que no pudiera superar, y sin embargo, con ella empezaba a dar la guerra por perdida. Y lo peor era que le estaba afectando a la hora de luchar. Ahora se desconcentraba con más facilidad, le costaba entrenar, y se sentía inquieto.
Se dejó caer lentamente sobre las tejas y se encontró con el negro firmamento ante sí. Aquella noche el cielo estaba despejado y se podían ver algunas estrellas titilantes. No disfrutó mucho de las vistas, pues de pronto escuchó unas carcajadas no muy lejanas que le distrajeron. Se incorporó para ponerse en cuclillas y prestó atención para averiguar de dónde venían las voces. De la calle que daba a la entrada principal del Dojo Tendo. Se puso de pie como un felino, despacio y en silencio, y caminó en la oscuridad hasta llegar al borde del tejado. Se volvió a agachar y observó. "Así que no estaba dormida ni echándome de menos…", pensó viendo lo iluso que había sido. Akane venía andando acompañada por un lado de Yuka y Miroshi, compañeras que reconocía del instituto Furinkan, y del otro de un joven que no había visto en su vida. "¿Quién demonios será?", pensó mosqueado. Parecía mayor, en torno a los veinte, veintiún años. Era alto, moreno, de constitución delgada, e iba vestido con unos vaqueros y una chaqueta de cuero negro por encima de un jersey también oscuro. En aquel momento parecía llevar la voz cantante, acaparando la atención de las chicas, que sonreían y reían cada poco tiempo mientras le escuchaban. "Encima la muy idiota se lo pasa en grande mientras yo me voy pudriendo por dentro," siguió internamente pasando del mosqueo al enfado mientras miraba a Akane, que llevaba puesto un vestido azul bajo su abrigo negro con medias y mocasines. Sintió la sangre arder cuando la vio sonreír a aquel palurdo con lo que parecía un deje flirteador. "Pensaba que esas sonrisas eran sólo para mí," resonó en su mente. El sabor de la traición se le hizo amargo en la boca.
Los cuatro siguieron caminando hasta que se detuvieron junto a la puerta principal. Ranma también se fue aproximando, descendiendo del tejado de la segunda planta a la de la primera, desde donde aún podía verles. Aguantó quieto como una gárgola todo lo que pudo, conteniéndose, enfureciéndose aún más, oyéndoles hablar y bromear, hasta que lo que presenció fue superior a él. El capullo tuvo la osadía de acercarse a Akane para susurrarle algo al oído, invadiendo su espacio personal, tocándole la cara. Aquello hizo estallar la pólvora que había en él. Instintivamente pegó dos saltos rápidos, uno al muro que rodeaba la casa y otro al suelo, para plantarse delante del joven.
—¡Quítale las manos de encima, baboso! —escupió cabreado pegándole un empujón al chico, quien al no esperar el ataque, dio unos cuantos pasos hacia atrás y perdió el equilibrio hasta caer sobre el suelo de culo.
—¡Ranma! —exclamaron Yuka y Miroshi llevándose la mano a la boca, sorprendidas por su violenta reacción.
Akane, que en un primer momento se había quedado con los ojos como platos ante el ataque, reaccionó girándose hacia Ranma.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le espetó enfadada yendo hacia el herido—. ¿Estas bien, Tatsuya? —le preguntó preocupada agachándose a su lado.
Ranma rechinó los dientes cuando la vio ir en su ayuda.
Tatsuya se levantó cuando se recuperó del impacto, limpiándose con las manos la parte trasera de los pantalones.
—¿Quién es este niñato con tan malas pulgas? —preguntó irritado mirando al susodicho.
—Es... —Akane suspiró molesta, poniéndose una mano en la frente, avergonzada, dejando caer la vista hacia el suelo.
—Soy su prometido, ¿te enteras? —Hizo ademán de ir de nuevo a por él cuando le vio sonreír, como si le hubiera hecho gracia lo que acababa de decir.
Akane, sin poder comprender aún de dónde había salido Ranma, se interpuso.
—¿Dónde te crees que vas? —le gritó extendiendo los brazos para detenerle—. ¡Vale ya! Me estás poniendo en evidencia.
Ranma sonrió falsamente, incrédulo de lo que estaba oyendo.
—¿En evidencia? ¿Tienes el morro de decirme que te estoy dejando en evidencia cuando eres tú la que está coqueteando con el primero que pasa? —le reprochó—. Si te crees que porque no estemos juntos voy a dejar que me hagas quedar como el tonto de tu prometido estás muy equivocada. ¡Apártate! —le rugió haciendo crujir los nudillos de sus manos—. Ya lidiaré contigo después.
Akane no dejó que la echara a un lado, agarrándose a uno de sus brazos y poniéndose nuevamente delante de él.
—¿De qué estás hablando, baka? No estábamos coqueteando, y aunque fuera el caso, no sería de tu incumbencia. Como bien has dicho, no estamos juntos. Déjanos en paz.
—Compadezco a Akane si esto es lo que tiene que aguantar cada vez que se le acerca un tío —le comentó Tatsuya a Yuka cruzándose de brazos.
—¿Qué has dicho, gilipollas? —dijo Ranma mirándole amenazadoramente a pesar de tener a Akane enfrente suya.
Yuka, que se había quedado de espectadora en un segundo plano con Miroshi, medio corrió hacia su primo mayor y le pegó un pequeño empellón.
—¡'Suya, para ya! No empeores la situación.
—¿Tú también me vas a pegar? —dijo el joven dando un par de pasos hacia atrás sin esquivar a su prima.
Yuka buscó a su amiga con los ojos.
—Akane, creo que lo mejor es que nos vayamos. Hablamos mañana, ¿vale?
Akane asintió, triste y cabreada por cómo había acabado la noche.
—Sí, supongo que será lo mejor.
—Vamos Miroshi —llamó Yuka a su compañera.
Miroshi, a quien todo le había parecido surrealista, miró con cara de alucine a Ranma mientras empezaba a andar hacia donde se encontraban Yuka y Tatsuya. Nunca le había visto tan enfadado.
—Adiós Akane —dijo despidiéndose con la mano—. Adiós Ranma. —La primera le devolvió la despedida, el segundo no.
—Sí, eso, que se vaya, porque si no le partiré la cara —murmuró Ranma lo suficientemente alto como para que quienes se iban lo escucharan.
Tatsuya se giró y le miró bastante más serio que antes, empezando a cansarse de la prepotencia de aquel mocoso.
—'Suya, no le hagas caso, sigue andando —le incitó Yuka cogiéndole por la cintura y tirando de él. Hizo caso a su prima, por lo que los tres se fueron alejando poco a poco por donde habían venido.
Cuando vio que sus amigos desaparecían por la esquina de la calle, Akane se volvió hacia Ranma. Era consciente de que si él hubiera querido podría haberla apartado con facilidad para enfrentarse al primo de Yuka. Ambos sabían quién de los dos era el más fuerte y el más rápido. Se sintió agradecida de que no lo hubiera hecho. Sin embargo, por el resto de lo acontecido, él era el único culpable y responsable.
—Gracias por arruinarme la noche —dijo dolida mirándole a los ojos antes de sortearle para ir a casa.
En el pasado había podido entender los celos de Ranma, aún cuando no hubiera un motivo aparente para que los sintiera. En muchas ocasiones esos mismos celos hasta la habían halagado, porque significaba que era importante para él. Pero desde lo ocurrido tras los exámenes de admisión a la universdiad todo había cambiado. Ya no estaba dispuesta a aguantar sus tonterías ni sus escenas, no cuando ella no era su primera prioridad, no mientras existieran otras que le perseguían, que también se hacían llamar sus prometidas, no cuando él dejaba que otras chicas se le acercaran cuando se suponía que estaba con ella. Había puesto las cartas sobre la mesa de una forma muy clara y él había decidido no hacer nada. Bien, pues eso era lo que había. Sabía que no le gustaba que le ignorara, que no le hiciera caso, y lo hacía justamente por eso, para que espabilase. No era fácil para ella comportarse así, en especial con él, pero le parecía la única manera de enviarle un mensaje, un mensaje que le pedía que reaccionara: "¡Despierta de una vez, Ranma! Hazme saber que te importo de verdad, demuéstrame que me quieres". Aún seguía esperando, y cuanto más tiempo pasaba, más sentía que se perdían el uno al otro.
—¿Qué esperabas? Mientras el compromiso siga en pie no voy a dejar que me tomes el pelo —le gritó él de cara al Dojo Tendo con las manos en las caderas. Querría haberse descargado dándole una buena paliza a ese tal Tatsuya, pero con quién realmente quería pelear era con Akane, la fuente de todo su sufrimiento, su anhelo, su preocupación, su deseo, su ira.
—¿Qué compromiso? —le contestó ella dándose la vuelta para verle la cara—. ¿Es que aún no lo has entendido? No quiero estar contigo, ni casarme contigo, no cuando te importo una mierda. Deja de hacerte el ofendido y de pensar que esto se va a arreglar.
—¿Qué me importas una mierda? —Ranma se sintió ultrajado—. Intenté hacer las paces contigo hace tres semanas y me diste con la puerta en la cara. El que me está tratando como a una mierda eres tú, con esa indiferencia asquerosa.
Aquello no era lo que Akane quería oír. Ya había visto cómo había querido hacer las paces, pidiéndole más tiempo, haciendo que todo siguiera igual. Cansada de que no avanzaran en ninguna dirección, de que Ranma se creyera el más listo de los dos, intentó acabar con aquella farsa.
—El caso es que ya no estamos juntos —dijo algo más serena—. Deja de entrometerte en mi vida.
—¡No estamos juntos porque tú no quieres! —le gritó impotente. Se fue acercando a ella paso a paso, con la combustión de su interior saliendo como las ráfagas de fuego de un dragón con cada palabra—. Sabes que es cierto, pero eres demasiado orgullosa para reconocer que te has equivocado. —La apuntó con el dedo—. El día de los exámenes para la universidad me juzgaste precipitadamente, como haces siempre. Ni siquiera me diste la oportunidad de explicarme.
—No necesito explicaciones, los hechos lo dicen todo. —Cuando le tuvo delante, se cruzó de brazos y miró hacia un lado de forma altanera, decidida a herirlo—. Eres un puñetero playboy que necesita estar rodeado de mujeres para que te arropen el ego insignificante que tienes. —Aquella palabra se le clavó en el alma a Ranma, pues en realidad nunca lo había sido y odiaba a aquellos que sí se comportaban como tal, como aquel patinador, Mikado Sanzenin, contra el que se había enfrentado el primer invierno que pasó en Nerima—. Sabías lo que tenías que hacer, fui muy explícita, y hasta el día de hoy no has hecho nada. Vale, estás en tu derecho, pero no esperes que vuelva corriendo a tus bra-
—Es que no pienso hacer nada —le cortó él. La observó con intensidad, ahora que volvía a tenerla cerca después de tantos días. Su enfado y su frustración seguían bullendo por dentro, pero la parte que amaba a Akane se deshacía ante su proximidad. Aquel pelo azabache suave al alcance de su mano, aquel rostro acorazonado con piel de melocotón que estaba deseando acariciar, aquellos labios finos y rosados que se moría por besar…
—Eso es nuevo. Hace tres semanas me pedías más tiempo —le recordó ella volviendo su cara hacia él, hacia aquellos ojos a los ahora le dolía mirar.
—Ya no lo quiero. No me gusta que me den órdenes, ni tampoco que me den ultimátums. Nunca debería de haber llegado al punto de tener que elegir entre ellas y tú. —Dio otro paso al frente.
—Si lo tienes tan claro, ¿por qué estamos discutiendo? —preguntó con el ánimo por los suelos. "No va a hacer nada. No le importo lo suficiente". Dejó caer los brazos a los lados, desalentada—. Entonces, como dijiste a la vuelta de tu viaje de entrenamiento, ya está todo dicho. Se acabó. —Le dolió decirlo en voz alta, porque aquella vez sí que parecía la definitiva, el punto en el que ambas partes habían dejado clara su posición sin posibilidad de firmar una tregua.
Para Ranma no había acabado, y para su desgracia en los años futuros, nunca acabaría. A pesar de los turbios sentimientos que le habían corroído las últimas semanas, sabía que en el fondo seguía estando enamorado de ella y que la amaba como no había amado nunca a nadie. Siendo rápido, cogió la cara de Akane entre sus manos y la besó sobre los labios, ejerciendo presión sobre ellos. Sintió por un instante como la química entre ellos seguía estando ahí, como por un segundo, los labios de Akane quisieron entregarse y dejarse llevar. Pero la realidad cayó sobre ella mucho antes que sobre él y no tardó en reaccionar. Le empujó con el brazo izquierdo sobre los pectorales y con la mano derecha le dio una sonora bofetada.
¡Plaf!
—Maldito… —murmuró Akane llevándose los dedos de la mano a la boca, enfadada con él por su osadía, pero sobre todo consigo misma, por haber disfrutado siquiera un momento del roce y del ímpetu de su inesperado beso—. No te atrevas a besarme, no te lo mereces. —Se limpió con el dorso de la mano la impresión que los labios de Ranma hubieran podido dejar. En el pasado, sus carantoñas habían conseguido que le perdonara en más de una ocasión por meterse con ella o hacerla rabiar, pero aquellos días habían quedado lejos. "¿Cree que me voy a ablandar porque me bese? ¿Que se va a resolver todo sólo porque busque un contacto íntimo con el que desarmarme? Ya no, Ranma, ya no".
Por alguna extraña razón, el uso de la palabra 'maldito', aún estando fuera de contexto, afectó a Ranma más de lo que estaba dispuesto a admitir. "Sí, estoy maldito, no hace falta que me lo recuerdes, marimacho". La mejilla izquierda le ardía, así que se la acarició un par de veces para aplacar la quemazón mientras se alejaba de ella un par de pasos. Si el bofetón en sí le dejó claro que no había nada que hacer, sus ojos color canela fueron aún mucho más contundentes. "Akane ya no sólo es inmune a mis palabras, sino que también quiere serlo a mis caricias. No me va a dejar llegar a ella. No quiere dejarme entrar". Toda ella tenía un muro a su alrededor que no iba a conseguir atravesar. "Sí, realmente se terminó, se acabó. Ya no tengo nada más que hacer aquí".
Devolviéndole la misma mirada fría, enojada y altiva que le estaba dirigiendo ella, metió las manos en los bolsillos de su pantalón. Era hora de dar carpetazo limpio a todo aquello, de olvidarse de ella y de pensar en el siguiente paso.
—No te preocupes, no lo volveré a hacer —dijo con voz grave—. Estoy harto de aguantar tus tonterías de novia despechada, cuando no tienes razones para sentirte así. —Esta vez fue él quien comenzó a andar hacia la entrada de la casa.
—Yo ya no soy tu novia —le corrigió—, y no sé si alguna vez lo fui. —Le vio pasar por su lado sin inmutarse, dejándola atrás.
—Piensa lo que te dé la maldita gana —le dijo él de mala manera sin darse la vuelta.
A Akane le molestó que fuera él quien se fuera de aquella manera, dándoselas de víctima, de ofendido, cuando había sido el causante de muchos de los problemas que habían tenido. Negó con la cabeza. "He hecho lo mejor. No me quiere ni me respeta lo suficiente. No tiene las agallas de poner las cosas en orden, ni de siquiera intentarlo. Sólo piensa en él y en lo que él quiere".
—Eres un estúpido, Ranma —voceó al darse la vuelta.
Ranma, en lugar de entrar por la puerta, pegó un salto al muro adyacente. Giró el cuerpo al escucharla y la observó durante unos segundos desde su elevada posición.
Akane esperaba un insulto de vuelta, pues ese había sido el juego desde que se conocieran. Un insulto él, un insulto ella, o viceversa. Lo que escuchó fue algo muy distinto.
—Y tú una ingenua, Akane, que no has sabido ver que sólo tenía ojos para ti.
Después de eso, Ranma pegó un salto al interior de la casa y desapareció de su visión, dejándola sola en la calle sin saber muy bien cómo sentirse respecto a esa última frase.
Al día siguiente por la mañana los habitantes del Dojo Tendo se fueron despertando poco a poco. Nodoka fue la primera. Bajó a la cocina a calentar agua para preparar el té vestida con un kimono morado salpicado de flores blanca bordadas. Kasumi la siguió, apareciendo en la cocina con una camisa blanca de manga larga y una falda verde lima que acababa a la altura de las rodillas. Juntas prepararon el desayuno para el resto de la familia comentando el buen día que iba a hacer. Soun se presentó media hora más tarde en el salón con su característico gi marrón. Salió fuera a comprar el periódico en el kiosko de un amigo suyo, dando el paseo matutino que tanto le gustaba. Cuando volvió, los tres desayunaron tranquilamente en la sala de estar, disfrutando de los sonidos que la suave brisa de la mañana sacaba del carrillón de viento colgado fuera y de la luz del amanecer que entraba por las puertas entreabiertas que daban al jardín y al estanque.
Los siguientes en levantarse una hora más tarde fueron Ranma y Akane, por muy poca diferencia de tiempo. Ninguno de los dos había podido dormir bien tras la fútil conversación mantenida la noche anterior. Ambos se sentían incomprendidos y defraudados con el otro, llorando la pérdida mutua de los sentimientos que los había unido.
Los ronquidos de Genma despertaron a Ranma, que entre maldiciones apartó la sábana para levantarse del futón. Malhumorado, se fue restregando los ojos y la cara de camino al cuarto de baño. No hizo caso de los 'buenos días' y '¿qué te apetece desayunar?' que llegaron a sus oídos al pasar por delante del salón. No tenía ganas de hablar con nadie. El nuevo día le traía a la mente la decisión que había tomado de madrugada antes de acostarse, y no quería que nada ni nadie le distrajera de su objetivo aquella mañana.
Akane, por su parte, abrió los ojos lentamente y se estiró sobre la cama. No se sentía descansada, ni tampoco muy animada. Discutir con Ranma siempre la minaba y por mucho que no quisiera pensar en él ni en lo que les estaba ocurriendo, la mayoría de las noches se iba a dormir con ello y por las mañanas era lo primero que se le cruzaba por la mente, recordándole que había una faceta de su vida que no andaba bien. Bajó al servicio en pijama unos minutos después de que Ranma subiera a su cuarto; no se cruzaron por muy poco. Fue más amable con su familia y con la tía Nodoka cuando le dieron los buenos días, intentando mantener una fachada de normalidad. Al volver a su habitación, hizo la cama, abrió las cortinas y se puso unos sencillos leggings negros y un jersey amplio de color azul pastel estampado de copos de nieve blancos. Se acomodó el pelo delante del pequeño espejo y se puso sus finas zapatillas de andar por casa. Salió de su habitación y enfiló por el pasillo. Al doblar la esquina para llegar a las escaleras se topó con Ranma saliendo del dormitorio que compartía con sus padres. Iba ataviado con sus característicos pantalones largos negros y una camisa china de manga larga naranja de botones rojo fuego. A la espalda llevaba su desgastada mochila de viaje, repleta y pesada, mientras que en una mano sostenía su abrigo verde oscuro. Sus miradas se cruzaron pillándose in fraganti, la de Akane sorprendida, absorbiendo el significado de lo que estaba viendo, la del chico de la trenza triste y resignada al principio, y decidida después. Ranma deslizó lentamente la puerta hasta cerrarla y después se encaminó a la planta baja.
Akane se quedó en el descansillo superior de las escaleras, viéndole bajar. "¿Vuelve a irse?". Instintivamente, las primeras sensaciones que experimentó su corazón fueron tristeza y preocupación. Aún seguía queriéndole, pues no podía dejar de hacerlo de un día para otro, y como cada vez que él se había marchado lejos en sus distintos viajes durante los dos últimos años, la invadieron emociones de desazón y soledad, como si él se llevara una parte de ella consigo mismo. Pero después, tras recordar la escena que le había montado la noche anterior delante de sus amigos y su actitud egoísta del último par de meses, la idea de que se marchase le sentó mal y como agua para sus oídos a partes iguales. "Cobarde, estás huyendo." Apretó la barandilla con fuerza. "No sólo no tienes lo que hay que tener para tomarte nuestra relación en serio, sino que encima escoges la vía fácil, te quitas de en medio." Comenzó a bajar los primeros peldaños de las escaleras, negando con la cabeza. "Por los dioses, habría sido mejor no haberte conocido…" Era un pensamiento recurrente que se había anquilosado en su mente desde que rompiera con él, en especial después de ver lo mucho que había estado sufriendo interiormente por su culpa. "Ojalá te pierdas por el camino y no vuelvas nunca más". Sin saberlo, Ranma ya estaba dando los pasos para hacer justamente eso.
Decidido a llevar su plan adelante, Ranma bajó al primer piso y se dirigió al salón. "Qué mala suerte tener que encontrarme con ella justo ahora", pensó recordando lo guapa que le había parecido hacía unos segundos con aquel sencillo atuendo. Sacudió la cabeza, tenía que centrarse. Después de la respuesta de Akane la noche anterior, por fin encontraba la determinación suficiente para llevar a cabo lo que le había rondado por la cabeza los últimos días. "¿Piensa que es la única que puede rechazar y hacer daño sin que haya consecuencias? ¿Que tiene la última palabra?". Cuando volvió a su habitación después de su visita al cuarto de baño, sacó del armario su raída mochila de viaje, y siendo lo más silencioso que pudo para no despertar a su padre, empezó a llenarla con todo lo que necesitaba para irse de allí y no volver nunca más. Abajo, mientras pasaba de largo la cocina y avanzaba por el pasillo, siguió rumiando por dentro: "Akane, has dado con el baka equivocado si crees que voy a seguir aguantando toda esta mierda".
Al llegar al salón, se encontró a Soun leyendo el periódico sobre la mesa, a su madre remendando ropa y a Kasumi haciendo la lista de la compra en un pequeño cuaderno. La televisión estaba encendida, con un programa de actualidad emitiéndose a bajo volumen. Los tres alzaron la cabeza cuando sintieron su presencia.
—¿A dónde vas, hijo? —le preguntó Nodoka alzando las cejas cuando se fijó en la mochila. Dejó la camisa en la que estaba trabajando encima de la mesa, prestándole toda su atención.
—Buenos días, Ranma —saludó de nuevo Kasumi, olvidándose de la lista de la compra por un momento—. ¿Quieres que te prepare el desayuno? —Se ofreció.
Ignorando a las dos mujeres, Ranma dejó caer la mochila a un lado sobre el suelo y se sentó de rodillas de cara al anfitrión de la casa. Manteniendo una postura seria y segura, fue claro y conciso.
—Señor Tendo, no pienso casarme con su hija. —Lo pronunció lo suficiente alto para que todos le entendiesen bien.
A unos cuantos metros de allí, a mitad de las escaleras, el corazón de Akane dio un vuelco cuando las palabras de Ranma llegaron hasta ella. Se detuvo en un peldaño, asimilando lo que acababa de escuchar. Ahora entendía lo de la mochila. "¡Está rompiendo el compromiso! ¡Se va de aquí!". No podía creérselo. Le sorprendió tanto que su cerebro tardó unos segundos en recalibrarse. Ni en un millón de años habría podido imaginar que sería él quién acabara abandonándola definitivamente, quién rompería el acuerdo que hicieron sus respectivos padres. Una mezcla de dolor y furia le brotó del pecho, extendiéndose por el resto de su cuerpo como tinta negra por sus venas. "¡Idiota! ¿Quién te crees que eres para dejarme? Después de todo lo que he aguantado con tus insultos y humillaciones, de todo lo que te he entregado, mi corazón, mi cuerpo... ¿Cómo te atreves?". Una vez más, Ranma le demostraba que no la quería, que no había sido más que un pasatiempo para él. El despecho fue tan grande, tan colosal, que un huracán de ira barrió la tinta anterior, dándole la fuerza suficiente para responder a aquel ataque a su orgullo.
—¡Yo tampoco pienso casarme con él! —gritó a todo pulmón desde las escaleras—. ¡Es un cobarde, un maleducado y un playboy! ¡Merezco mucho más de lo que él me puede ofrecer! —Apretó los puños junto a sus leggings, con ganas de destruir algo, de romper ladrillos, de arrasar con todo. Temblaba de ira, sintiéndose despreciada e insultada por aquel al que había amado con locura, al que había ayudado en tantas ocasiones, al que había consolado, escuchado, con el que había compartido tantas experiencias, muchas de ellas muy apreciadas para ella. "¿Cómo me puedes estar haciendo esto? ¿Cómo me puedes hacer sentir tan insignificante para ti?", se preguntó con la cara roja y una película acuosa sobre los ojos. Antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse decidió girar sobre sí misma y volver a su habitación, pegando un portazo al final.
Unos segundos más tarde, Nabiki abrió la puerta de su dormitorio somnolienta y despeinada. Se asomó al pasillo con cara de pocos amigos, enfundada en la camiseta ancha verde bosque y los pantalones largos azul marino que utilizaba para dormir.
—¿A qué han venido esos gritos? —dijo al corredor vacío antes de bostezar. Quería seguir durmiendo, pues la noche anterior había llegado tarde tras salir de fiesta con sus amigos, pero la curiosidad por saber qué estaba pasando pudo más. El silencio le hizo compañía durante un rato, hasta que se acercó a las escaleras y escuchó las voces del salón. "¿Qué habrá hecho Ranma esta vez para que Akane se ponga a vociferar así?", se preguntó comenzando a bajar y barajando posibles escenarios.
En el salón, las palabras de Akane cayeron como rayos sobre todos, aunque ninguno dijo nada al respecto. Ranma apretó la mandíbula cuando las escuchó y se contuvo, recordándose una y otra vez cuál era su meta final. "No te distraigas, no escuches a esa marimacho, no dejes que sus palabras te afecten. Termina con todo esto y lárgate de una maldita vez", se ordenó mentalmente.
—¿Qué estás diciendo, muchacho? ¿Qué no vas a casarte con mi hija? Pero si lo único que estáis es enfadados —le dijo Soun sin alzar la mirada, pasando otra hoja del periódico para leer los titulares—. Seguro que en unas semanas las aguas se calmarán y volveréis a hacer las paces, como hacéis siempre.
"Se cree que estoy de broma, que esto es simplemente otra riña más entre Akane y yo". Se dispuso a contestarle, pero su madre se le adelantó.
—Ranma, ¿por qué no nos cuentas lo que te pasa con Akane? —Le miró con preocupación, entrelazando los dedos de sus manos sobre la mesa—. Todos sabemos que habéis tenido unas semanas difíciles.
"Es una forma grácil de decirlo, mamá, pero 'difíciles' es quedarse corto".
Kasumi se aproximó a su padre y le puso una mano sobre el brazo.
—Papá, esto no tiene buena pinta. Deberías de tomártelo más en serio —le murmuró en un buen tono, aunque dejando entrever que todo aquello le daba mala espina.
Ranma, con las manos apoyadas sobre los muslos, giró la cabeza para mirar a su progenitora. En sus ojos vio desconcierto e intranquilidad. Para el poco tiempo que habían vivido juntos desde que se reencontraran parecía conocerle lo suficientemente bien como para intuir que estaba a punto de hacer algo para lo que no había vuelta atrás. No quería hacerle daño ni tampoco mentirle, de modo que intentó tener el mayor tacto posible cuando le habló.
—Madre, no es mi intención herirla, pero no quiero ni necesito hablar de nada con nadie. —Quizá no tuvieran aún aquella cercanía necesaria para él poder contarle todo lo que le había sucedido con Akane, aunque esperaba que eso pudiera cambiar en el futuro—. He tomado mi decisión. Rompo el compromiso y me marcho del Dojo Tendo.
—¿Qué? —dijo boquiabierta irguiéndose como estaba sentada de rodillas—. ¿Cómo que te vas del Dojo Tendo? No puedes estar hablando en serio, hijo mío.
El asombro de su expresión hizo sentir mal a Ranma, pero se obligó a seguir adelante, poniéndose de pie. Kasumi también se levantó y desapareció en dirección a la cocina, como si tuviera prisa. Nabiki apareció silenciosa tras una de las puertas correderas que daban al salón. Se apoyó sobre ella y se cruzó de brazos, pasando a observar el panorama.
—Hablo muy en serio, madre. Me marcho ahora mismo. —Cogió su chaqueta de invierno y se la puso, seguido de su mochila, que acabó descansando sobre su espalda.
Soun apartó el periódico y dio las primeras muestras de interesarse realmente por la situación. Alzó sus ojos oscuros hacia el chico de la trenza.
—¿Te das cuenta de que tú no puedes romper el compromiso? No fuiste tú quien lo concertó —le informó de forma severa cruzándose de brazos.
—Señor Tendo, creo que no me ha entendido. Tal vez yo no lo pactara, pero algún poder de decisión tendré que tener puesto que es de mi futuro del que estamos hablando. Créame que lo he pensado bien y he llegado a la conclusión de que no quiero casarme con su hija —dijo de manera rotunda aguantándole la mirada.
—El legado de la Escuela de Lucha Indiscriminada recae sobre ti. Seguro que no es posible que vayas a dejar pasar una oportunidad como esta —le agasajó, acariciándose el cuidado y perfectamente recortado bigote. Sus ojos cuestionadores y sabios le daban a entender que no le creía tan tonto como para dejar ir aquel tren—. No se presentan muy menudo...
Los irises azulados de Ranma perforaron a Soun Tendo. Sí, era cierto que la idea de heredar y liderar el dojo le había atraído de cara al futuro, aún más ante la perspectiva de hacerlo con Akane, aunque su nivel de artes marciales no fuera tan bueno como el suyo. Al fin y al cabo, eso le daba igual, pues lo importante para él habría sido recorrer el camino juntos. Pero ese sueño perdió su valor cuando Akane le dio la espalda y le apartó de su vida. ¿Cómo iba a dirigir el dojo con una persona que no confiaba en él, que tergiversaba todas sus acciones, que le exigía hacer ciertas cosas para poder permanecer a su lado? ¿Acaso pretendía hacer de él una marioneta? "No, gracias".
—Lo siento, tendrá que buscar a otro para el puesto —respondió tajante, dejando al anfitrión un poco cortado.
Sus manos cogieron con firmeza los asideros de su mochila, echando un último vistazo al salón y a sus ocupantes. Dio un par de pasos hacia atrás, con la intención de darse la vuelta e ir a la salida de la casa. Nodoka se movió rápido cuando vio lo tenso y delicado que se había vuelto el ambiente. Bordeó la mesa baja del salón con pasos cortos y veloces, llegando al lado de su hijo. Le apretó el brazo con energía, deteniéndole.
—¿Podemos hablar un momento? En privado —le pidió con urgencia.
Ranma inspiró con pesadez, notando que su voluntad se ablandaba ante la expresión suplicante de su madre. Sin embargo, encontró la fuerza necesaria para mantenerse en sus trece.
—No, mamá, no podemos. Sé lo que vas a tratar de hacer y no va a servir de nada —le contestó sin vacilar y sin desviar la mirada.
Ambos se estudiaron durante unos segundos, intentando leerse mutuamente. Nodoka le imploró con los ojos que no fuera tan adusto ni tan hermético, que cediera y se abriera a ella. Pero la mirada azulina de Ranma reflejaba de todo menos una actitud receptiva. En ella había determinación, empeño, obstinación, y hasta algunas pinceladas de arrogancia y osadía. La madre se dio cuenta que no tenía nada que hacer. Aquella mirada no era la de un hijo adolescente que quisiera un punto de apoyo, sino la de un hombre adulto que estaba sumamente convencido de los pasos que iba a tomar.
—Si lo tienes tan claro, de acuerdo entonces —dijo con un tono de voz más áspero y dando un paso hacia atrás, rompiendo el contacto, como si la negativa de su hijo la hubiera herido—. Como quieras. ¿Puedes al menos esperar un momento aquí antes de marcharte?
Ranma se sintió culpable al notar el distanciamiento de su madre, sabiendo que estaba mal comportarse de aquella manera tan cerrada y opaca con ella. Pero ya no era un niño y no necesitaba que lo consolaran o le convencieran de que todo iba a ir bien. Ahora que por fin había encontrado el coraje para tomar las riendas de su vida, empezar de cero y olvidarse de Akane, no iba a permitir que ni siquiera su madre se lo impidiera, aunque tuviera para con él todas las buenas intenciones del mundo.
—Mamá, ¿qué vas a hacer? ¿Llamar al viejo? No voy a cambiar de opinión —le avisó molesto, presintiendo lo que podía ocurrir.
Nodoka le miró desde un palmo más abajo con esa mirada tan singular y subyugante que una madre podía ejercer sobre un hijo para que accediese a lo que se le pedía.
—¿Puedes esperar o no? —le preguntó con el rictus serio.
Ranma no se atrevió a contrariarla. "Como si tuviera otra alternativa con esa mirada". Suspiró resignado, volviendo a quitarse la mochila de la espalda. Raro le pareció que no hubiera sacado aún la katana para obligarle a quedarse.
—Sí, claro —accedió—. Aquí estaré, pero no tardes mucho.
Nodoka salió apresuradamente del salón en dirección a las escaleras. Las subió aguantando con las manos la parte inferior del kimono para que no se le enredara en los pies. Al llegar a su dormitorio, deslizó las puertas y se adentró para aproximarse a su marido, quien dormía profundamente.
—Genma despierta —comenzó de forma suave. Las cortinas estaban aún echadas, por lo que la luz anaranjada que entraba en la estancia era tenue. Se arrodilló junto a la figura en reposo, vestida con una camiseta fina blanca de tirantes y tapada con una sábana hasta la cintura. Estaba tumbado bocarriba con un brazo sobre la abultada barriga y el otro sobre la almohada—. Es importante, tienes que levantarte —continuó, zarandeándole un poco por los hombros. Ante su nula reacción, decidió alzar la voz—. ¡Genma, despierta! —Su marido murmuró algo en sueños, moviendo ligeramente la cabeza. Le sacudió de nuevo, esta vez con énfasis, pero no consiguió nada—. Será posible… —maldijo Nodoka empezando a cansarse.
Probó unas cuantas veces más, dándole pequeñas palmadas en la mejilla para ver si así le hacía abrir los ojos. Estaba intentando despertarle de la mejor manera posible y aun así sus esfuerzos no daban ningún resultado. Al final optó por una vía más efectiva, aunque brusca. Estiró el brazo por encima de él para coger el vaso de agua que descansaba sobre el suelo junto con sus gafas cerca del futón y después se lo vertió sobre la cara. Genma se despertó y transformó al instante, rasgando la camiseta que utilizaba de pijama. Se sentó de golpe sobre el futón, desorientado y emitiendo sonidos inconexos en su forma animal.
—Por fin, ya era hora —dijo Nodoka poniéndose de pie con el vaso vacío en la mano. Lo llevó hasta la mesa rectangular que había en una esquina, dejándolo sobre la superficie—. Levántate y vístete. Ranma... —Se detuvo a mitad de la frase al darse cuenta de que todos los papeles, la documentación y los libretos informativos de las universidades que habían contactado a su hijo para que se uniera a sus respectivos programas deportivos de artes marciales ya no estaban sobre el pequeño escritorio. Se volvió de nuevo hacia su marido, que ojeaba la camiseta rota con resignación—. ¡Levántate! —le urgió yendo hacia la ventana para abrir las cortinas—. Ranma está rompiendo el compromiso ahora mismo, en el salón, y dice que se marcha del Dojo Tendo. Tienes que detenerle.
Genma no pareció darle mucho crédito a lo que le contaba su mujer, pues bostezó tranquilamente al coger sus gafas del suelo y se levantó con parsimonia del futón. Nodoka le apremió para que saliera de la habitación y fuera a la planta baja. Genma, haciéndose el remolón, cogió su gi color hueso de estar por casa y su pañuelo para la cabeza antes de dejarse guiar.
—Ha tenido que pasar algo muy serio entre él y Akane para que esté reaccionando de esta manera —le fue contando mientras bajaban por las escaleras—. Deberíamos haber hecho algo antes, interceder antes de que llegara a este punto—. Genma habló en su forma de oso, medio quejándose. Nodoka no entendió nada—. Ha hecho su mochila y ha cogido los papeles de la universidad —continuó informándole mientras le pisaba los talones.
Ambos se detuvieron en la cocina, donde se encontraron a Kasumi delante de la encimera, ocupada preparando la comida. Genma se echó un vaso de agua caliente encima para recuperar su cuerpo original, dándole la espalda a Kasumi. No había nada que la hija mayor de Soun no hubiera visto ya a esas alturas.
—Ya intentamos reconciliarles hace unas semanas —le indicó a su esposa mientras se ponía la ropa que había cogido en la habitación—, y no sirvió de nada. Además, Ranma ha estado insoportable últimamente, es un insolente. No me extraña que Akane no le haga caso.
—Akane tampoco es que haya sido un ejemplo a seguir —opinó Nodoka cruzándose de brazos, esperando a que Genma terminara de vestirse—. Está ausente la mitad del tiempo y la otra mitad se muestra indiferente a todo lo que ocurre a su alrededor. ¿No te parece, Kasumi?
—La verdad es que últimamente no parece ella misma —reconoció la hija mayor del anfitrión entretenida en sus tareas.
En la sala de estar, tras desaparecer Nodoka, el silencio se pudo cortar con un cuchillo. Ranma se situó de pie en el pasillo que daba al estanque, admirando el paisaje cambiante de luz mientras esperaba a su madre. La mayoría de las mañanas su madre o Kasumi abrían las puertas correderas que daban al jardín para airear la casa a pesar del frío. Nabiki por fin decidió sentarse a la mesa a desayunar, cogiendo un par de galletas caseras hechas por Kasumi.
—Has dicho en multitud de ocasiones que no pensabas casarte con Akane —dijo Soun estudiando el perfil del chico—, y sin embargo siempre te has acabado quedando aquí. ¿Qué es lo que ha cambiado esta vez?
—Han cambiado bastantes cosas —respondió seco Ranma metiendo las manos en los bolsillos del pantalón—. Hable con su hija, a ver qué le cuenta. Ella sabe por qué me voy.
—Algo gordo habrás tenido que hacer para que Akane no te perdone —habló Nabiki con la boca llena mientras se servía un poco de té.
—¿Por qué asumes que he sido yo quien ha hecho algo malo? —Se giró hacia ella para poder verle la cara, comprobando por sí mismo lo que había estado pensando la noche anterior, que todos le condenaban automáticamente a él sin haber siquiera escuchado su versión—. Quizá el problema sea que tu hermana es una inmadura.
—Mira quién lo dice, el súmmum de la experiencia y la templanza —se burló la joven con una sonrisa presuntuosa.
Ranma la observó durante unos segundos con displicencia, considerando que no valía la pena enfrentarse a ella.
—Siempre restando en lugar de contribuyendo, Nabiki, muy en tu línea —acabó diciendo sin más, echando un vistazo a Soun, que seguía sentado de brazos cruzados manteniendo una posición altiva.
—Simplemente me atengo a los hechos —respondió sin amilanarse la hermana mediana.
—Pues quizá vaya siendo hora de que mires más allá... —le dijo Ranma antes de darse la vuelta para volver a contemplar el jardín y el estanque que tantos recuerdos habían acumulado en su mente.
—¿Por qué no vas a buscar a tu hermana, Nabiki? —Soun miró a su hija—. Seguro que todo esto ha sido un malentendido. Tiene que haber alguna forma solucionarlo.
—No pienso meterme en medio, papá. —Nabiki cogió un par de trozos de fruta cortada que había en un plato sobre la mesa—. Luego siempre salgo mal parada y no se aprecian mis esfuerzos. —Escuchó una mueca falsa detrás suyo, proveniente de Ranma—. ¿Tienes algo que decir? —le preguntó arisca girando la cabeza.
—Nada que no supiéramos ya todos —contestó dándole la espalda. "La mayoría de las veces, más que ayudar, enredas las cosas". Conocía en primera persona lo manipuladora y traicionera que podía llegar a ser Nabiki. "Y a menos que recibas algo a cambio, no mueves ni un solo dedo, egoísta".
Justo en aquel momento apareció el matrimonio Saotome por el pasillo.
—Gracias mamá —murmuró irónico el chico de la trenza cuando vio a su padre.
—¿Se puede saber adónde te crees que vas? ¿Qué es todo este alboroto que estás montando? Vuelve a la habitación y deshaz la mochila —le ordenó llegando al salón—. Buenos días —dijo dirigiéndose a Soun y a Nabiki, queriendo aparentar un aire de normalidad.
Ranma hizo caso omiso de las palabras y fue a por su mochila para volver a ponérsela a la espalda.
—Te dije que no serviría de nada, madre. —Su intención fue irse por el pasillo a la salida, pero su padre se acercó amenazadoramente, lo que le puso en alerta.
—¿Acaso no me has escuchado? Te he dicho que vayas a deshacer la mochila. —Señaló con el brazo la dirección del pasillo que llevaba a las escaleras, y por ende, al dormitorio—. No vas a romper ningún compromiso ni irte a ningún lado. —Su voz fue firme y autoritaria.
—Tú ya no puedes darme órdenes —le contestó de mala manera no dejándose intimidar.
—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —preguntó el maestro Happosai haciendo acto de presencia. Su cara adormilada denotaba que se acababa de despertar.
—¿Qué has dicho? —alzó la voz Genma enojándose. Se aproximó un par de pasos más a su hijo, la postura de su cuerpo avisando de que estaba a punto de atacar.
—Venga maestro, siéntese aquí. Yo le pondré al día —dijo Nabiki dando un par de golpes con la mano en el hueco vacío que había a su lado. Happosai fue a sentarse donde le indicaron, y a la vez que se servía una taza de té, prestó atención a las palabras en voz baja de la hija mediana de los Tendo.
—¡Qué-tú-ya-no-me-das-órdenes! —gritó Ranma señalando a su padre con el dedo—. ¿Era esto lo que querías, mamá? ¿Que me echara la bronca? —La miró acusador.
—Serás maleducado. —Genma se apretó el cinturón del gi con un enérgico tirón—. Estoy harto de tus impertinencias, de que te creas más listo que todo el mundo y de que avergüences a esta familia con tu actitud infantil. Escúchame bien. No vas a ir ningún lado y, por los dioses que nos están viendo, te casarás con Akane. Créeme que lo harás.
—Intenta obligarme, viejo, verás con lo que te encuentras —le desafió—. Todavía te crees que soy un niño, pero en nada seré mayor de edad. Cumpliré los dieciocho en unos meses y ya no mandarás en mi vida. Yo nunca pedí formar parte de este compromiso, ni de paso tampoco tener esta maldición, cosas que son culpa tuya.
—Vamos, no hace falta pelear —intervino Nodoka con los brazos extendidos, como si quisiera detenerlos ante lo que parecía una inminente lucha entre padre e hijo—. Hablemos como personas civilizadas.
—¿Civilizadas? —Rió Ranma falsamente dirigiendo su mirada hacia ella—. Esta familia es de todo menos civilizada, y tú mejor que nadie deberías saberlo, madre, que apareciste aquí con una katana para rebanarnos el pescuezo.
Los presentes en la sala mostraron reacciones de asombro, abriendo la boca y los ojos ante aquellas duras palabras.
—Como te pasas, Ranma... —susurró Nabiki negando con la cabeza.
—¡Ingrato! ¡No voy a permitir que le hables así! —masculló Genma enrabietado antes de pegar un salto hacia Ranma para darle una puñetazo—. ¡Kiaaahh!
Ranma se quitó la mochila en un movimiento fluido y la colocó delante suya, parando el golpe.
—¡No la he faltado al respeto! —Tiró el petate al suelo y detuvo otro golpe con el antebrazo—. ¡Sólo estoy diciendo la verdad!
Los dos se enzarzaron en una pelea que poco tenía que ver con sus acostumbradas luchas matutinas. Los demás pasaron a ser espectadores, viendo como el combate se movió del pasillo al jardín y después a las piedras que rodeaban el estanque.
Nodoka se sintió impotente y triste, pues su familia parecía no ser capaz de arreglar las cosas a menos que se discutiera y peleara. Sabía que eran artistas marciales, y que llevaban lo de luchar en la sangre desde pequeños, pero había veces en que soñaba que los problemas se solucionaban hablando, comunicándose, sin necesidad de gritos, insultos o empujones y patadas.
Se giró hacia Soun Tendo, que sin haberse movido un pelo del sitio, bebía té y continuaba ojeando el periódico. "No debe de estar muy preocupado si ni siquiera se ha molestado en ir a por su hija".
—¿Dónde está Akane? —preguntó fijando sus ojos serios en él. Soun levantó la cabeza y la vio observándole.
—Creo que está en su habitación —contestó Nabiki percibiendo el raro intercambio de miradas entre ambos.
—Gracias querida —dijo antes de dar la vuelta y desaparecer de nuevo por el pasillo aquella funesta mañana.
Tras pegar el portazo y poner el pestillo, Akane se encontró en el centro de su habitación con todas las emociones bullendo en su interior. El corazón le latía como el repiqueteo de la lluvia sobre el suelo y el pecho le dolía por la contención del dique de lágrimas que quería desbordarse cual embalse en una presa. Furia, afecto, rencor, anhelo, culpa, esperanza, deseo, indiferencia, amor, odio. Todo se agitaba y convulsionaba en su pequeño y esbelto cuerpo. Se puso a caminar por el cuarto por hacer algo mientras intentaba pensar, abriendo y cerrando las manos en puños repetidamente. De la puerta a la ventana, de la ventana al vestidor, del vestidor a la cama, de ahí a la puerta y vuelta a empezar. "Que se vaya, que rompa el compromiso, me importa un comino lo que haga", se dijo en caliente. Pero a los pocos segundos, aquella parte de ella que quería que fuera honesta consigo misma le respondió. "Sabes que eso no es cierto. Sí que te importa, te importa mucho. No quieres que se vaya, no quieres que te deje". Se mordió el labio con fuerza, frustrada con la contrariedad de sus pensamientos. "No será capaz de hacerlo, de marcharse", pensó la Akane orgullosa y herida, "y aunque se atreva, nuestros padres no se lo permitirán". "¿De verdad te engañas con eso?" Su yo real, aquella que veía la realidad con perspectiva, volvió a la carga. "¡Qué ingenua eres! ¿Y si de verdad se marcha y no vuelve? ¿Qué harás entonces?". Akane pegó un zapatazo en el suelo, deteniéndose al lado de la cama. "¡¿Qué más me da que se quede o que se vaya si al final le seguirá el juego a esas otras prometidas que tiene?! Si se queda las seguirá aceptando, él mismo me lo dejó claro anoche, y si se va, seguramente acabará con alguna de ellas. De las dos formas yo salgo perdiendo". Su mente se quedó en silencio unos segundos, hasta que la Akane racional volvió a tomar la palabra en su cabeza. "¿Cómo puedes estar tan ciega? Intentó hacer las paces contigo, acercarse a ti, y tú no le has dejado. Ni siquiera le has escuchado". "Él no ha puesto lo suficiente de su parte como para que yo quiera colaborar", se contestó con dureza. "Tú tampoco. Te has refugiado detrás de ese muro de frialdad y resentimiento distanciándote de todos y en especial de él. Aún estás a tiempo de bajar abajo y arreglar las cosas, o al menos serenarlas". "No pienso hacerlo", se dijo de forma terminante. "Tú misma, pero luego no quiero escuchar tus arrepentimientos en forma de llantos. Ranma podrá ser muchas cosas, pero si algo le ha definido desde que le conoces es que no se detiene ante nada cuando quiere conseguir algo. Sabes que eres importante para él, que quiere estar contigo, anoche mismo te lo dijo, y sin embargo, has ignorado sus palabras y sus gestos. El hecho de que se marche hoy de aquí no dice nada bueno de ti. Ya no sabe por dónde cogerte, ni qué decirte, ni cómo llamar tu atención para que respondas a él. Te da por perdida, por caso imposible, y todo porque te has obcecado en que aparte a las demás para ser tú la única dueña de su corazón, cuando ya lo eres. ¿De verdad merece la pena que se vaya para que tú te salgas con la tuya?". Aquello fue demasiado duro de tragar y dolió lo bastante como para que el enfado de Akane se redoblara. "¡No pienso escucharte más!". Se acercó a su escritorio rápido y se dejó caer sobre la silla. Abrió el cajón en el que tenía guardados su reproductor de música y su diario. Se puso los auriculares del primero, dándole al play de una lista de reproducción para escuchar música, y abrió el segundo sobre la mesa, cogiendo un bolígrafo del lapicero para ponerse a escribir.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que se quitó los cascos cuando creyó escuchar que llamaban a la puerta. Ante ella las páginas escritas eran testigos de todo su pesar, sus preocupaciones, sus disgustos, su indignación y muchas otras cosas que había sentido en los días anteriores.
Toc, toc, toc.
—Akane, ¿puedo pasar?
Akane expiró lentamente, alzando la mirada hacia la ventana. ¿Cómo podía hacer un día tan bonito en un día tan negro? Apagó el reproductor de música y lo dejó sobre el escritorio. Giró sentada sobre la silla en dirección a la puerta de su dormitorio. Los toques se oyeron de nuevo.
Toc, toc, toc.
—Akane, ¿estás ahí? —Era la tía Nodoka, que probó a abrir la puerta sin éxito. "Seguro que sube para saber qué ha pasado con Ranma"—. Querida, por favor, sólo quiero hablar contigo un momento.
La madre de su ahora ex-prometido siempre le había caído bien, aunque sus excentricidades con la katana le hubieran parecido desde el principio un poco fuera de lugar. Admiraba a aquella mujer que parecía cumplir con los requisitos de una esposa perfecta. Era atractiva, atenta y gentil, sabía coser, cocinar, y sus modales eran impecables. A veces se preguntaba cómo había podido terminar casada con Genma. Con ella siempre se había portado bien y le tenía un gran cariño. Pero justo en aquel momento no tenía ganas de hablar con nadie, ni siquiera con ella.
—Lo siento, tía, pero quiero estar sola —contestó desde en el interior de la habitación.
Nodoka, al otro lado de la puerta, tenía una mano sobre la lisa madera y otra sobre el pomo. Pegó la frente a la superficie marrón claro, cerrando los ojos, pidiéndole a los dioses que aquella joven mujer le abriese la puerta. Era importante que hablase con Akane. Ella era la razón por la que su hijo quería marcharse, aunque no supiese exactamente por qué, y por tanto, era la persona que podía parar todo aquello.
—Lo entiendo, cariño —dijo en el tono más comprensivo que pudo conjurar—, pero sólo te robaré cinco minutos. —De vuelta sólo obtuvo silencio—. Sé que estás disgustada con mi hijo, pero sea lo que sea que haya hecho seguro que tiene solución.
Akane miraba la puerta con fijación, como si fuera lo único que la separara de los problemas que había más allá de ella, la última barrera ante su buscada y triste soledad.
—Por favor, tía Nodoka, ahora no es un buen momento. Váyase y déjeme sola. —Sonó seria y cortante.
Nodoka suspiró contra la puerta impotente. Su hijo no iba a entrar en razón y parecía que Akane tampoco.
—Como desees, querida. —Apenada y lamentándose de la actitud de ambos jóvenes, dio media vuelta para volver al salón.
En el piso inferior, la pelea entre Genma y Ranma llegó a su punto álgido cuando el joven consiguió darle una patada en el aire a su padre para mandarlo directo al estanque, haciendo que se transformara en panda. Ranma cayó sobre una de las rocas dándole la espalda a Genma, respirando agitadamente por el esfuerzo. Había sido lo suficientemente rápido para quitarse el abrigo en mitad de la pelea para que no le impidiera hacer toda clase de movimientos y no destrozarla en el proceso. Sintió que el combate había terminado. Su padre no iba a conseguir obligarle a quedarse y además estaba siendo una pérdida de tiempo. Aún así, luchar con él no había venido mal para descargar un poco de adrenalina. De pronto, presintió un ataque a su espalda. Una ráfaga de agua iba en su dirección, cortesía de su enojado padre. Ranma saltó hacia un lado, esquivando sin dificultad el líquido. Con lo que no contó es con que el panda aprovecharía aquella distracción para cogerle del tobillo y arrastrarlo dentro del estanque koi con un tirón. Ranma, en su forma femenina, salió a la superficie escupiendo agua helada y maldiciendo haber bajado la guardia. Le habría gustado largarse de allí seco y como hombre, pero como siempre, el destino volvía a jugarle una mala pasada. En circunstancias normales, es decir, si todo fuera bien con Akane y su vida se desarrollara como antes del famoso y fatídico día de los exámenes de acceso a la universidad, Ranma habría gruñido, se habría girado y habría ido a por su padre gritándole mil y una amenazas. En lugar de eso, vio claramente que o se iba en ese momento o no se iría nunca. Con su padre blasfemando en su idioma animal a su izquierda, nadó hasta las grandes piedras. Tomó el impulso para salir, pero Genma-panda le agarró de la camisa por detrás y lo hundió de nuevo en el agua, empujando después su cabeza hacia el fondo. Ranma dejó escapar grandes cantidades de burbujas que subieron como fuegos artificiales hacia la superficie. Quedándose sin oxígeno y cansado de que le estuviera retrasando en su idea de marcharse, Ranma cogió con las dos manos el brazo peludo de su padre y ejecutó una maniobra para que le soltara la cabeza. Cuando lo consiguió, y sin soltarle, tomó impulso desde el fondo del estanque con los pies e imprimió toda su fuerza en una patada que se estrelló certeramente en la mandíbula de su padre al salir a la superficie. Genma salió despedido hacia atrás, medio atontado, para quedar flotando bocarriba sobre el agua.
—Viejo estúpido —masculló el chico de la trenza entre toses agarrado a las rocas. Cuando recuperó la respiración y cogió sus zapatillas negras de kung fu, que habían quedado flotando como barquitos, salió de la masa de agua con toda la ropa pegada al cuerpo y goteando—. Mira que tener que irme de aquí mojado y tiritando... —Se sacó por la cabeza la camisa china naranja y la estrujó, quedándose en una fina camiseta blanca de tirantes con el que se le transparentaban los abultados pechos. Se dirigió a una zona del jardín donde había quedado tirado su abrigo y después a la casa para alcanzar la mochila del corredor bajo la atenta mirada de los presentes en la sala.
—Aún estás a tiempo de rectificar, hijo. No tires tu futuro por la borda. —Soun Tendo se puso de pie y se acercó al pasillo que daba al jardín. Le miró desde su posición elevada.
—Yo no tengo nada que rectificar —dijo malhumorado mientras se ponía la chaqueta sobre la camiseta de tirantes húmeda y se colgaba el voluminoso petate sobre los hombros, la camisa naranja empapada entre sus manos—. Y no soy su hijo.
—Papá, no te preocupes tanto. Todo esto no es más que otro drama entre los tortolitos. Ya verás como al final acabará volviendo —habló Nabiki mientras con el mando a distancia cambiaba el canal de la televisión. El maestro Happosai, a su lado, seguía desayunando a su ritmo aparentando no prestar mucha atención.
—Eso es lo que tú te crees —le respondió Ranma con su voz de mujer sujetando sus zapatillas con la otra mano. Hizo un abanico apuntándoles con una de ellas—. Eso es lo que os creéis todos. Veremos quién tiene razón al final.
—Eres tonto si dejas de lado el dojo —continuó la hermana mediana.
—Vete con el cuento a otro Nabiki. —Dio una par de pasos hacia atrás, a punto de irse—. O no, espera, mejor búscate un tío al que sacarle el dinero y encargaos los dos de él, ya que tanto te importa. Yo voy a dejar de hacerte rica... —Dándose la vuelta, marchó por el jardín hacia la salida de la casa, dejándolos a todos en un incómodo silencio.
—Déjale que se vaya —dijo Happosai en un tono serio sin alzar la mirada—. No está capacitado para dirigir un dojo como este, ninguno de los dos lo está.
—Pero maestro, Ranma es lo mejor que hemos visto en artes marciales desde hace mucho tiempo. Si hay alguien indicado para continuar el legad-
—Chorradas. No está preparado, ni tampoco a la altura. Que tenga talento y destreza a la hora de practicarlas no significa que tenga las dotes necesarias para enseñarlas y expandir la escuela.
—No estoy de acuerdo, maestro, mi hija y él juntos podrían hacer grandes cosas aquí. Sólo necesitan tiempo.
—Y la imposible hazaña de casarse —añadió por lo bajo Nabiki.
De pronto apareció Nodoka, buscando con los ojos a su hijo. Hizo un barrido por el jardín, pasando de largo el abultado cuerpo de su marido sobre el agua, y cuando no le vio, fue hasta Soun deprisa.
—¿Dónde está Ranma?
—Se acaba de marchar. —Indicó con el dedo el pasillo que llevaba a la puerta principal.
Nada más oírle, Nodoka corrió como pudo hacia allí.
—Veo que no ha tenido mucha suerte con mi hermana —le dijo Nabiki antes de verla desaparecer tras el panel.
En la entrada de la casa, Ranma se encontró con Kasumi, que llevaba en las manos una toalla y una pequeña bolsa llena de comida. La gratitud le invadió al ver a la hermana mayor de los Tendo. Siempre se preocupaba de los demás, siempre tenía una sonrisa que compartir, y siempre tenía aquellos pequeños detalles que significaban mucho.
—Kasumi, no puedo aceptarlo.
—Claro que puedes. Toma. —Le tendió primero la toalla. Ranma la aceptó con reparos, pero lo hizo al fin y al cabo. Kasumi le sujetó las zapatillas negras y la camisa. Intentó secarse lo mejor pudo, deslizando por su rostro y su pelo el tejido absorbente. Después continuó por su pecho y los pantalones, intentando quitar parte de la humedad de las prendas con poco éxito. Fue rápido en sus movimientos, no queriendo entretenerse mucho—. Puedes quedártela —le indicó Kasumi cuando quiso devolvérsela—, por si la pudieras necesitar más tarde.
—Gracias. —Ranma se la colgó del cuello y después se hizo con sus zapatos, la camisa y la comida. Kasumi se quedó de pie enfrente de él con las manos entrelazadas sobre la falda.
—Perdona por todo lo que ha ocurrido —se disculpó un poco avergonzado, siendo consciente de que aquella escena no habría sido de buen gusto para ella—. No quería armar todo este follón.
—No pasa nada, Ranma. No tienes por qué darme explicaciones. Me entristece que te vayas, pero entiendo que tienes tus motivos. Sólo espero que algún día Akane y tú podáis hacer las paces.
El artista marcial no supo cómo responder a eso. En aquel momento aquella posibilidad futura le pareció muy improbable.
—Bueno, tengo que irme. —Aferró mejor los objetos que llevaba en las manos y después alzó la mirada para despedirse de Kasumi—. Te daría un abrazo, pero estoy bastante empapado. —Elevó los hombros de manera circunstancial.
—No importa. —Kasumi se acercó a él y rodeó su forma femenina durante unos segundos. Ranma dejó escapar un suspiro de agradecimiento. Hacía mucho que nadie le daba un abrazo.
—¡Ranma! —se oyó la voz de Nodoka—. ¡Hijo espera!
Ranma y Kasumi se separaron y miraron en la dirección de donde procedían los desesperados gritos. Su madre apareció dando rápidos y cortos pasitos, faltándole el aliento.
—Hijo mío, ¿te ibas a ir sin despedirte? —Al llegar a él le dio otro abrazo, uno más efusivo.
—Mamá, la situación ya es demasiado incómoda... —Sintió como le daba un beso sobre la cabeza—. No has hecho bien en despertar al viejo.
—No me culpes por intentarlo, conmigo no quieres hablar. —La emoción le llegó a los ojos en forma de lágrimas.
—Mamá, esto no es por ti, y lo sabes. Ya no me siento cómodo viviendo aquí. Sé que ahora no me entiendes, pero por favor, no me lo hagas más difícil.
—Está bien, está bien, pero... ¿adónde irás, hijo? ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé, mamá. Me buscaré la vida. No es la primera vez que lo hago. En eso papá me entrenó bien —dijo con sarcasmo—, así que no te preocupes. Te llamaré.
—Por favor, ten mucho cuidado. —Le cogió la cara con las dos manos y le obligó a mirarla, para que la escuchara—. Y si sucediera cualquier cosa, avísanos. Sabes que me tienes para lo que necesites. —Miró los bonitos ojos azules en la cara de mujer de su hijo con sinceridad, para que supiera que no mentía.
—Gracias, mamá, pero estaré bien, de verdad.
—¿Seguro que no quieres llevarte mi katana?
Ranma esbozó la primera sonrisa de aquella mañana, aunque fue breve y no le llegó a los ojos.
—Tranquila, no me hará falta.
Ambos se fundieron en un emotivo abrazo hasta que Ranma se separó y caminó hasta la puerta de la fachada que daba a la calle.
—Gracias de nuevo, Kasumi —dijo volviéndose y alzando un poco la bolsa de comida.
Nodoka, que había estado tan preocupada de que su hijo se fuera sin decir adiós y en malos términos con ella, no se dio cuenta del detalle de la cocinera de la casa.
—Dios Kasumi, si es que eres un cielo. Muchas gracias por preocuparte por él. —Le puso un brazo sobre los hombros y la atrajo hacia ella con cariño—. No sé qué haría esta familia sin ti.
—No ha sido nada, tía Nodoka. Lo he hecho encantada.
Juntas y abrazadas, las dos vieron desde la entrada como la chica pelirroja se fue alejando poco a poco.
En su habitación, Akane respiró con alivio cuando supo que Nodoka se hubo ido. Volvió a su diario, donde el último párrafo escrito estaba inacabado. Releyó las palabras de aquel día, con las que había pretendido descargarse. Destilaban, en su mayor parte, odio y rencor hacia Ranma, por dejarla, por preferir a otras antes que a ella, por no ser suficiente para él, por hacerla sentir prescindible, utilizada, pero sobre todo, por haberla hecho sentir un amor tan sublime que le había parecido mágico, extraordinario, y que sin embargo, ahora, la desgarraba y destrozaba por dentro. Continuó escribiendo un par de páginas más, hasta que sintió que no había nada más que contar. No es que se sintiera mucho mejor después de guardar el diario en su sitio, aunque sí le sirvió para calmarse y quitarse un pequeño peso de encima vertiendo sus pensamientos sobre el papel.
Poniéndose de pie, se acercó a la ventana para abrirla e inspirar un poco de aire fresco. El sol seguía luciendo con su esplendor desde lo alto del cielo, bañando Nerima en una postal de una primavera temprana. Era mientras admiraba su pueblo natal que la figura de una joven pelirroja apareció en su campo de visión. Iba caminando descalza por la calle, con la ropa tres tallas más grande de las que le eran necesarias, la voluminosa mochila a la espalda y las manos llenas a cada lado del cuerpo. El corazón se le subió a la garganta cuando Ranma le devolvió la mirada desde aquella distancia. Sin dejar de caminar, mantuvo sus ojos clavados en ella lo que le pareció una eternidad, aunque sólo fueron segundos. Akane se quedó clavada en el sitio, congelada por su dura y fría expresión. Al final, fue él quien rompió el contacto siguiendo adelante y sin volver la vista atrás.
Si Akane pensó que había sido ya demasiado hiriente oírle decir que no se casaría con ella y que rompía el compromiso, peor aún fue verle marchar como si ella no hubiera significado absolutamente nada, sólo una piedra más en el camino.
Finales de septiembre (alrededor de cuatro años más tarde).
La melodía de su teléfono móvil comenzó a sonar, mezclándose con las voces de la televisión. Tumbado como estaba sobre el sofá, Ranma alargó el brazo y cogió el dispositivo que vibraba encima de la mesa baja del salón. No reconoció el número que parpadeaba en la pantalla, pero cogió la llamada igualmente.
—¿Diga?
Obtuvo por respuesta unas interferencias, hasta que por fin consiguió escuchar al otro interlocutor.
—¡Ranma, soy Ryoga! —La voz sonaba lejana, pero aún así pudo distinguirla.
—¡Hombre Ryoga! —exclamó con alegría incorporándose hasta quedar sentado sobre el sofá—. ¡Tío, cuánto tiempo! —Se cambió el móvil de oreja y alargó de nuevo el brazo para alcanzar el mando a distancia y bajar el volumen de la televisión—. ¿Por dónde andas?
—Ahora me encuentro en Nikko, en el parque nacional, aunque no por mucho tiempo. Te llamaba para decirte que en un par de semanas estaré en Tokio —contestó su amigo. De fondo se oían ráfagas de viento cada pocos segundos, que dificultaban aún más la conversación—. Que no te extrañe si la conexión se corta, no hay muy buena cobertura aquí.
Ryoga se frotó la mano libre contra el pantalón grueso que llevaba puesto. Hacía bastante frío y tenía pinta de que iba a empezar a llover en breve. Había encontrado una cabina de teléfono al aire libre en el pueblo, al menos una que funcionaba, ya que la vez anterior no había tenido tanta suerte.
Ranma supo ubicar la localización de su viejo amigo. Había viajado mucho con su padre por Japón cuando todavía le entrenaba y también con la familia Tendo, cuando aún vivían con ellos. Nikko le traía buenos recuerdos que ahora le producían nostalgia y le dejaban un sabor agridulce en la boca. Sus propios compañeros de equipo habían hablado de ir a visitarlo durante un fin de semana, aunque nunca lo habían llevado a cabo. La ciudad se encontraba en las montañas de la prefectura de Tochigi, en la región de Kanto, a unos ciento cuarenta kilómetros al norte de Tokio. Los templos y santuarios que albergaba, además de los balnearios que había en los alrededores, lo habían convertido en un lugar muy visitado por turistas, tanto japoneses como internacionales.
—No te preocupes —dijo quitándole importancia el chico de la trenza—. Entonces si vas a estar por aquí tenemos que vernos, ha pasado mucho tiempo desde la última vez. ¿Sabes más o menos cuándo llegarás?
—Intentaré estar ahí el viernes de esa semana por la mañana. Creo que es el día catorce, pero no estoy seguro, no tengo un calendario delante. Iré con Akari. —Se le escuchó de nuevo un poco entrecortado.
—Genial, tengo ganas de veros a los dos. Imagino que querrás ver a los demás, ¿no? —preguntó refiriéndose a los amigos en común que habían hecho en Nerima.
—Claro que sí, hace un montón que no les veo y me gustaría saber qué tal les va.
Una nueva oleada de interferencias se interpuso entre ambos y Ranma temió haber perdido la conexión.
—¿Ryoga, sigues ahí? ¿Me escuchas? —Se puso de pie y empezó a caminar por el salón. Tardó unos segundos en escuchar la contestación, pero al final la voz de Ryoga se oyó más clara cerca de una ventana que daba a la calle, de modo que Ranma se quedó quieto en ese lugar.
—Sí, te escucho. Es que hace un día muy malo aquí y esta cabina parece que ha tenido tiempos mejores —respondió el joven de la bandana amarilla y negra. —Bueno, y no hace falta decirlo, pero también me gustaría ver a tus colegas de equipo, a Keiko, Syuho, Hwong… Quiero que me cuenten todos los cotilleos de tu universidad y de vuestro campeonato —añadió con un deje burlón.
Ranma sonrió ampliamente, sabiendo por dónde iba. Ryoga, al igual que Shampoo y Mousse, había conocido a varios de sus amigos de la facultad y de las artes marciales hacía tiempo y todos habían congeniado bastante bien. Le resultaba curioso verlos a todos juntos cuando coincidían, sus amistades del pasado junto con las del presente. Era una mezcla extraña, pero muy divertida, porque los viejos conocidos de Nerima solían relatar anécdotas hilarantes de cuando eran adolescentes mientras que los de la universidad revelaban sucesos e historias más recientes, pero igual de graciosas. En ambos casos, todos acababan riendo, muchas veces a costa del propio Ranma, algo que ya no le importaba tanto. A lo largo de esos años había aprendido a tomarse las cosas con mucho más humor y estaba agradecido por ello.
—Sabes que en eso no habrá problema, se alegrarán mucho de verte —dijo tocando con sus dedos el cristal que tenía delante.
—¡Entonces perfecto! Seguro que nos lo pasaremos en grande —indicó Ryoga animado tapándose el otro oído con la mano por el viento para poder escuchar mejor a Ranma.
—Y que lo digas. Tú tranquilo que yo me encargo de organizarlo todo.
—Querrás decir más bien que Ukyo lo hará —le corrigió su amigo con guasa no tragándose el anzuelo.
Ranma puso los ojos en blanco sintiéndose cazado, una pequeña sonrisa apareciendo al final sobre sus labios. Ryoga le conocía demasiado bien.
—Vale, sí. Yo soy un negado para estas cosas, pero la ayudaré —intentó defenderse.
—Ya decía yo —escuchó decir a su amigo entre risas—. ¿Qué tal te va todo por ahí? ¿Las clases bien? Vi hace unas semanas que mordiste el polvo contra Ikuta Yusuke antes de las vacaciones… —Hubo de nuevo algunas interferencias, pero Ranma consiguió entender el mensaje. Bufó al oír la última frase. Sí, le tocaba aguantar las pullas de Ryoga cada vez que perdía un combate. "El muy capullo se cree que esta liga es un camino de rosas. Me gustaría ver cómo lo haría él si compitiera de forma oficial".
Ranma le contó de forma resumida cómo le había ido el último trimestre con las asignaturas, y respecto a la competición, se justificó diciendo que aunque hubiera perdido ese combate, seguía manteniendo una puntuación bastante buena en comparación con el resto de luchadores. Por su parte, Ryoga le puso al día de lo que había estado haciendo los últimos meses. Se había estado dedicando de forma voluntaria, y en distintos lugares, a ayudar a chicos con problemas, a los que las diferentes asociaciones llevaban de excursión en grupos para conocer lugares cercanos. Ryoga solía apuntarse a aquellos programas en los que las artes marciales eran de valía para encauzar a los chicos, y hasta el momento le había proporcionado mucha satisfacción.
—¿Sabes a quién me encontré hace poco? —dijo Ranma cambiando de tema.
—¿A quién? —inquirió intrigado su amigo.
—A Akane.
El nombre quedó suspendido sobre la línea unos segundos. Ryoga abrió los ojos sorprendido, aunque los volvió a cerrar cuando el viento helado le cruzó la espalda.
—¿Akane? ¿En serio? ¿Dónde? —Quería los detalles. Había sido testigo, sin buscarlo realmente, tanto por parte de Ranma como de Akane, de cómo les había afectado la separación cuando él decidió romper el compromiso e irse del Dojo Tendo.
—En una discoteca del centro, iba con un grupo de amigas. La vi justo cuando se marchaban.
—¿Y fue bien? ¿Qué tal la viste? —Ryoga esperó que no hubieran acabado discutiendo, como había sido el estilo de ambos en el instituto.
—Sí, hablamos un poco. La vi algo cambiada, pero estaba... estaba guapísima, macho —confesó recordándola, su reflejo en el cristal mostrando una sonrisa al pensar en la chica de la que había estado enamorado—. No pude apartar mis ojos de ella.
—¿Por qué no la invitas a nuestra quedada? —sugirió Ryoga, pensando rápido.
—¿Qué? Tienes que estar de broma... ¿O es que quieres que me mande a la mierda después de haber estado prácticamente cuatro años sin vernos? —exclamó el chico de la trenza, totalmente opuesto a la idea.
Cuando se vieron la noche de la discoteca, justo antes de despedirse, Ranma quedó con Akane en que la llamaría un día para quedar y verse. De eso a invitarla a una reunión de viejos amigos donde volvería a encontrarse con sus ex prometidas, motivos que en gran parte provocaron su ruptura, le pareció de entrada excesivo y cruel.
—¿Por qué lo dices? ¿Por Ukyo y Shampoo?
—¿Tú qué crees, lince? —dijo Ranma algo exasperado.
—Pero tío, si han pasado varios años. ¿En serio crees que Akane se va a molestar por eso? Hablas como si ella no hubiera seguido adelante con su vida, igual que lo has hecho tú. —Hacía meses que Ryoga no veía a Akane, pero sabía que tenía un corazón del tamaño del firmamento. No era algo que supiese porque sí, sino porque lo había comprobado con sus propios ojos después de que Akane descubriera que él era P-chan. Intuía que lo mismo ocurriría con Ranma, que por muy mal que hubiesen terminado, Akane no le guardaría rencor por tanto tiempo.
"En eso puede que tenga razón", pensó el chico de la trenza, ponderando si realmente valía la pena invitarla.
—No sé, Ryoga… Creo que es arriesgarse demasiado —dijo indeciso acariciándose la nuca.
—No seas gallina. —Le provocó el chico con nula orientación—. Ha llovido mucho desde entonces.
Ranma tardó en contestar, hasta que vio que no tenía mucho que perder. Akane podía simplemente decirle que prefería no ir y él, como buen ex prometido y antiguo amigo, respetaría su decisión.
—Está bien, lo intentaré —accedió—. Supongo que en un par de semanas veremos el resultado.
—Eso es lo que quiero oír —dijo Ryoga contento de la decisión de su amigo—. Te voy a ir dejando, tengo que volver con el grupo.
—De acuerdo. Nos vemos dentro de nada, si eres capaz de no perderte y llegar a tiempo, ¿eh, cerdito? —dijo Ranma con sorna—. Ah no, espera, que vienes con Akari, tu salvadora.
—¿Te han dicho alguna vez que eres un idiota? Ya no me transformo en cerdo —su voz denotaba a partes iguales hastío y resignación.
—¡Sí, y es gracias a mí! —alzó la voz el chico de la trenza sonriendo—. Aún estoy esperando a que me des las gracias.
—Tranquilo, te las daré en cuanto llegue. Espero que estés preparado y en forma —le avisó Ryoga con un deje divertido antes de colgar.
Nota (24.09.2018): Como he indicado en la sinopsis, esto es una reescritura de la historia que empecé a publicar hace ya muchos años en El Portal de Ranma y Akane (los que estábais por aquel entonces sabéis a qué me refiero). Esto significa que muchas cosas van a cambiar respecto a la versión original. Una Cosa Llevó a la Otra (para abreviar 'UCLO') era en sus inicios un simple lemon que fui alargando sin ton ni son, sin preocuparme realmente de estructurar la trama. No sólo eso, sino que con el paso de los años sentí que no había desarrollado a los personajes, en especial a Akane, como se merecen. Así que retiré la historia y la empecé a madurar de cero. Este prólogo que habéis leído lleva bastante tiempo escrito. Lo he sacado de mi cajón de sastre y lo he pulido lo mejor posible para ver si así me animo a continuar y a actualizar cuando me sea posible.
Quiero dar las gracias a Andraia, a quien admiro como escritora, por aguantarme todos estos años, escuchando mis ideas y dándome ánimos para seguir escribiendo y publicar. También quiero darle las gracias a Shi Feng Huang. Le debo mucho a su historia Una Función Más. No sólo es mi fic favorito como continuación del canon sino que me hizo reflexionar mucho acerca de cómo estaba construida mi propia historia.
Dicho todo esto, espero que hayáis disfrutado de esta introducción, que si bien no es muy alegre, sienta las bases de lo que está por venir en el futuro. Agradeceré vuestras impresiones y si tenéis alguna pregunta, no dudéis en hacérmela llegar.
Indicaros también que el último capítulo de la historia es la banda sonora, para que lo tengáis en cuenta.
Por último, sólo señalar que tardaré bastante en actualizar. Escribir capítulos de esta longitud no se hace de un día para otro, y menos si hay un trabajo de por medio y una vida que vivir. ¡Hasta la próxima!