Rey no perdió el tiempo.

Apenas oyó el rugido del Mercedes en el porche, supo que algo andaba mal.

¿Por qué convocarían a Ren a estas horas?

El beso seguía fresco en sus labios mientras su mente trabajaba frenéticamente. Entonces, un rayo de comprensión la atravesó.

Finn.

Desesperada, salió a los jardines en su búsqueda, pero el soldado no apareció por ningún lado. Tenía un presentimiento ominoso y, aunque no tenía evidencias, sabía que necesitaba actuar rápido.

Corrió escaleras arriba y despertó a Jess. Si de algo estaba segura, era que su amiga encontraría alguna solución.

—Rey, ¿que demonios…? —gruñó, pero ella la interceptó rápidamente.

—Shh, es importante —siseó, alarmada—. Creo que Finn está en peligro y necesitaré tu ayuda.

En pocas palabras, la puso al tanto sobre la relación que había forjado con el cabo en las últimas semanas. Su amabilidad, su origen, el acoso que sufría a diario por el simple hecho de ser diferente. También esbozó una versión diluida sobre su conversación con Ren, poniendo buen cuidado de omitir todos los detalles innecesarios.

Para cuándo hubo terminado, su amiga había llegado a la misma conclusión respecto de la desaparición de Finn. Jessica había intercambiado palabras con el hombre, literalmente, una sola vez en su vida, pero Rey sabía que jamás sería indiferente a la injusticia.

—Si fue apresado, hay un solo lugar en el que podría estar —declaró, incorporándose en la cama y buscando sus calcetines.

—La alcaldía.

—Exacto —corroboró, determinada—. No tenemos mucho tiempo.

Se calzó un vestido, las botas y se precipitó a la ventana, mientras Rey la observaba estupefacta.

—¿Cómo demonios irrumpiremos allí a esta hora? —exclamó.

—No irrumpiremos, seria un suicidio —admitió, sujetando el pelo en un moño desprolijo—. Pero se me ocurre una idea. Verás, Poe y yo acordamos una forma de contactarnos en caso de caer en un aprieto. Y creo que esta situación califica como emergencia, ¿no crees?

Rey frunció el ceño, sin comprender.

—Necesito que te quedes aquí y vigiles la casa. Prometo que no iré al pueblo, pero necesitamos hablar con Poe.

—Iré contigo —declaró, poniéndose de pie.

—No, Rey, escucha. Eso no seria prudente. Si el Teniente Coronel regresa, necesitaré que lo distraigas. Sería sospechoso que ninguna de las dos esté aquí. De todas formas, no tardaré más de una hora. El escondite no es lejos.

A pesar del miedo que la invadía, Rey tuvo que admitir que el argumento tenía sentido. Sobre todo, porque Ren jamás había mostrado el más mínimo interés en interactuar con Jessica, y dudaba que pudiera relacionarla con los eventos de la noche.

Sin embargo, todo aquello se sentía terriblemente mal y no pudo evitar que el filo de la culpa cale hondo en su pecho.

—Jess, ¡lo siento tanto! ¡lo arruiné todo! —se lamentó, arrojándose a sus brazos—. Y ahora Finn pagará por mi indiscreción.

Su amiga tomó su rostro en sus manos suavemente.

—Mírame. No te atrevas a culparte. No lo sabías y, después de todo, el problema son esas estúpidas leyes raciales. Créeme, Poe buscará la forma.

—¿Y que será de ti si te descubren?

Jess esbozó una sonrisa pícara, mientras se dirigía a la ventana.

—No creo que logren alcanzarme. No lo han hecho hasta ahora. Y hoy ni siquiera hay luna llena.

—Ten cuidado —dijo Rey, presionando sus manos—. Estaré aquí.

—Volveré en una hora con novedades.

Y, deslizándose por la ventana, desapareció en medio de la oscuridad.

.


.

Finn suspiró en su celda.

Había sido interceptado por un grupo de soldados de camino a la Mansión y, a pesar de que nadie había explicado demasiado, imaginaba por qué estaba allí.

Dado que Bussy era un pueblo muy pequeño para tener una cárcel propia, se había improvisado una celda en una de las dependencias de la Alcaldía. Era un cuarto estrecho, sin mobiliario ni ventanas. En el exterior, tres efectivos custodiaban la entrada y, lejos de entregarse a la holgazanería, permanecían muy quietos en sus puestos.

Eso era extraño. Algo había cambiado en el transcurso de las últimas horas, porque el clima general entre sus camaradas había pasado de la algarabía a una tensión expectante.

Pero él no había hecho nada malo. El solo le había seguido el juego a Rey. Y luego…

¡Qué iluso había sido! Por supuesto que no le dejarían pasar tal afrenta. Sospechaba que su encierro había sido orquestado por el Mayor Hux: a pesar de la rapidez con la que se habían sucedido los eventos, no se le había escapado la acritud en su rostro. Entonces, probablemente había sido traído aquí para pagar por su humillación.

Su única salvación era que el Oberstleutnant interceda por él para recibir un castigo acorde. Kylo Ren era un tipo paranoico, malhumorado y obsesivo, pero no era cruel.

La justicia sobre los soldados estaba en manos del Estado Mayor y, a pesar de que muchas veces quedaba a discreción de los altos mandos, los castigos no eran tan originales: Detención provisoria o trabajos pesados, si tenías suerte. Reubicación en el frente, en el peor de los casos.

Su piel se erizó ante esa perspectiva particular. Era una pena que aplicaba a delitos graves y, aunque estaba seguro que no era el caso, sabía que Hux iría tan lejos como la Ley Marcial lo permitiera.

No allí. No otra vez.

Rezó en silencio a cualquier deidad que pudiera escucharlo para evitar tal desenlace. Cualquier infierno sería preferible a volver a las trincheras.

Durante las últimas semanas, Finn había empezado a cuestionarse seriamente su rol en el Ejército. ¿Era esa, realmente, su única alternativa? ¿Valía más una vida segura como esclavo de la Wehrmacht que la posibilidad incierta de ser realmente libre?

Extrañamente, fueron sus conversaciones con Rey lo que lo habían impulsado a cuestionarse la naturaleza de sus elecciones. Y, lo que antes había parecido como una verdad sólida e incuestionable, ahora comenzaba a resquebrajarse bajo el peso de la duda.

¿Qué haría si fuera realmente libre? ¿En que bando de esta guerra se habría alineado?

Pero no tuvo tiempo para reflexionar sobre esa pregunta crucial, porque el murmullo de pasos y voces fuera de la celda interrumpieron sus cavilaciones.

—General Snoke, el prisionero ha sido exitosamente encerrado aquí —dijo la voz inconfundible del Mayor.

Desde los barrotes no podía verlos, pero el tono triunfal del pelirrojo era dolorosamente claro.

Ese maldito bastardo. Entonces estaba doblemente jodido. No conocía personalmente a Snoke, pero la fama del General lo precedía. Si el anciano había llegado a Bussy, entonces ya no habría forma de apelar al buen juicio de Kylo Ren.

—La ejecución tendrá lugar por la mañana, y usted se encargará personalmente, ¿está claro? —la voz cascada del viejo era firme y autoritaria, y Finn sintió repentinamente el peso de su destino sobre él.

¿Ejecución? ¿Por bailar con una local?

No.

Es demasiado.

Mientras intentaba procesar la terrible implicación de esas palabras, la conversación continuó, cada vez menos audible.

—¡Sí, mi General! —asintió Hux, complaciente.

—Esto servirá para mantener a todo el mundo a raya. Me temo que Kylo Ren ha sido demasiado blando aquí —cacareó Snoke—. Le he dado una última oportunidad para demostrar su valía. ¿Confío en Usted, Mayor, para asegurar su éxito en el cometido?

—¡Por supuesto, General! Aunque, dado mi rango, es poco lo que tengo a mi alcance para…

Bastardo. Con que esa era su jugada.

—Ah, mi querido Hux —dijo el General, con voz falsamente paternal—, tan inquietantemente parecido a tu padre. Un gran soldado, aunque inflexible. Verás, tomaré esta ejecución como una prueba para ti. Demuestra tu lealtad y competencia y serás promovido. ¿Esta claro?

Finn no pudo evitar dejar ir un jadeo de temor. Si su propia ejecución se interponía entre Hux y su ascenso, estaba seguro de que el Mayor sería implacable.

—No lo defraudaré, Señor —respondió, lisonjero, mientras los pasos de ambos comenzaban a alejarse—. Todo estará listo por la mañana, me aseguraré de ello.

—Que así sea.

Y entonces, el silencio volvió a ser absoluto.

Finn se desplomó en el suelo frío, sin esperanza, dejando que el tren de la realidad se estrelle contra él.

¿Cómo lograría escapar de aquí?

.


.

Poe no había llegado a ser de alta estima para la General de la Resistencia si no fuera capaz de ver oportunidades en las peores crisis.

Entonces, cuando Jess había llegado a él esa noche en la cabaña del bosque, supo que era el momento de dejar el rencor de lado y actuar.

Estaba al tanto del descontento en algunos cuadros de la Wehrmacht, y no era difícil imaginar por qué. Además, Sturm no era cualquier cabo. Había estado al servicio personal de Kylo Ren durante varios meses y, probablemente, tuviera bastante información útil sobre ubicaciones, funcionamiento y provisiones del Ejército de ocupación.

Ahora bien, tuvo que admitir que no se trataba de una operación sencilla. Tras despedir a Jess con instrucciones de permanecer en la Mansión sin levantar sospechas, comenzó a desplegar todas sus redes y toda su astucia para orquestar un plan de salvataje decente. Para colmo de males, disponían solo de unas pocas horas para extraer al sujeto sin despertar sospechas.

Pero eso no amedrantaría a Poe Dameron. Este era su territorio y él estaba en su elemento cuando se trataba de misiones imposibles.

De algo estaba seguro.

Iba a ser una noche larga.

.


.

Dos horas después, Finn había pasado por todos los estados de ánimo imaginables: ira, desesperación, locura y tristeza.

Derrotado y agotado, finalmente se había acurrucado en un rincón de su celda para esperar su fin en silencio, reflexionando miserablemente sobre el desarrollo de su vida.

Tal vez el fusilamiento no era la peor perspectiva, se consoló. Siendo objetivos, una muerte en el paredón era mil veces mejor que caer en la pesadilla de las trincheras otra vez. El problema era que allí, en Francia, se había sentido extrañamente ajeno a esa posibilidad. El hecho de saber que perecer en la línea del enemigo no era un desenlace inminente, había ocasionado que bajara la guardia. Las últimas semanas le habían devuelto una sensación de normalidad largamente añorada. Había empezado por saborear la felicidad de los placeres simples: caminar al aire libre, dormir bajo las estrellas, rodearse de buenos amigos.

Era su tiempo en Bussy el que hacía que todo aquello se sintiera terriblemente injusto, justo cuando se había habituado a la idea de sobrevivir nuevamente.

De improviso, un ruido sordo llamó su atención y se acercó a los barrotes de la celda en silencio.

Definitivamente, algo estaba sucediendo afuera. No había rastro de los guardias y pudo captar el débil siseo de forcejeos contenidos y jadeos amortiguados.

Luego, todo fue silencio otra vez.

¿Se lo había imaginado?

Permaneció allí, aferrado a la reja durante un buen rato, agudizando el oído.

Tras lo que apreció una eternidad, pasos ligeros retumbaron en el suelo y él se deslizó lejos de la abertura por puro instinto.

La luz tenue del exterior iluminó brevemente al hombre del otro lado de la puerta.

Sonreía con arrogancia y sus ojos suspicaces lo estudiaban con interés.

Luego, con movimientos hábiles, introdujo la llave para abrir el cerrojo.

—¿Sturm, verdad? Te sugiero que te apresures si quieres escapar, amigo —susurro en perfecto alemán—. Esos tipos despertarán pronto y estarán algo desorientados, pero podrían traernos problemas.

Finn frunció el ceño con desconfianza unos instantes, su cabeza rápidamente invadida por preguntas, hasta que logró articular:—¿Quién eres tu y qué haces aquí?

El hombre hizo una mueca.

—Soy Poe de la Resistencia, y hemos venido a rescatarte.

Una parte de él quería interrogarlo porque, seamos honestos, ese no era un desenlace esperado.

¿Qué demonios hacía la Resistencia francesa ayudando a un soldado alemán? ¿Cuál era el costo de dicho servicio?

Podía negarse y quedarse aquí y morir, pero esa alternativa se esfumó cuando el extraño extendió su mano para ayudarlo a ponerse de pie, con un gesto tranquilizador. Entonces, la chispa que Finn vislumbró en sus ojos aplacó las dudas de momento e inmediatamente decidió que aceptaba la oferta.

Sea cual sea el costo, era preferible a facilitar el ascenso de Armitage Hux.

Cuando abandonó la celda, descubrió que el tipo no estaba solo. Dos hombres algo mayores, de mirada hosca y manos armadas, aguardaban tras él. Sin decir otra palabra, atravesaron el pasillo haciendo poco ruido, hasta que prácticamente tropezaron con los guardias que yacían desmayados en posiciones grotescas.

Mientras Finn se preguntaba como demonios lograrían escapar del edificio mejor fortificado de Bussy, su equipo de rescate comenzó a remover las chaquetas y gorras de los soldados para luego vestirlas apresuradamente sobre su propia ropa.

Finn había sido encerrado con el uniforme de servicio, de forma tal que no fue necesario encubrirse. Sin embargo, recibió la Luger reglamentaria de uno de sus camaradas caídos.

Con gestos, Poe los guió por una puerta lateral de servicio que daba a un corredor estrecho. El ala entera parecía estar desierta y, por primera vez esa noche, Finn tuvo esperanzas. Se mantuvo en la retaguardia del grupo mientras dejaban a atrás varias dependencias laterales hasta llegar a lo que parecían ser las cocinas.

—Tomaremos un atajo —susurró Poe, mientras los dos acompañantes revelaban en desagüe de un metro cuadrado bajo algunos sacos de provisiones en el suelo—. No tengo intenciones de entrar en un combate directo y estos amigos aquí conocen el lugar lo suficiente como para guiarnos por un salvoconducto. No voy a mentirte, olerá mal, pero el pasaje conduce a una salida en la parte trasera del edificio.

Finn asintió en silencio y, acto seguido, los cuatro se zambulleron en el túnel intentando cubrir sus huellas tras ellos.

Resultó que el pasadizo era en realidad el desagote de la cloaca de la Alcaldía. El agua sucia ascendía hasta la pantorrilla y tuvo que poner todo su empeño para evitar preguntarse por el origen de los objetos semi-sólidos bajo sus pies. Olía como el infierno y tenía el tamaño justo para que un hombre adulto circule a duras penas, pero se las apañaron para apiñarse hasta hallar la salida.

Como el rescatista prometió, emergieron por una abertura en la calle con la apertura suficiente como para deslizarse a gatas. Aparentemente, la calle estaba desierta, pero Finn sabía que aún tenían había varias patrullas de guardias que custodiaban el ingreso al edificio.

NI bien estuvieron los cuatro fuera, Poe los incitó a ocultarse en una esquina particularmente oscura desde la cuál podrían tramar su escape sin ser vistos.

Fue entonces que lo divisó. A lo lejos, cerca de la entrada principal de la Alcaldía, estaba el Mayor. El faro de un Mercedes lo iluminaba mientras fumaba y reía alegremente con otros dos tenientes, tan pagado de si mismo que Finn no pudo evitar apretar los dientes y los puños con un gesto de impotencia.

—Tranquilo amigo —susurró Poe junto a él—. Ese será un objetivo para otro día. Nuestra prioridad ahora es salir de esta maldita plaza antes que despunte el amanecer. No tenemos tanto tiempo. ¡En marcha!

Con cuidado, avanzaron lentamente por los recovecos oscuros, guareciéndose en los edificios aledaños y dando largos rodeos para esquivar a las sirenas y las patrullas.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad llegaron junto a un camión de provisiones aparcado cerca de la patrulla que custodiaba la salida.

Los acompañantes de Poe empujaron a Finn dentro de la caja para luego arrojarse ellos mismos. Inmediatamente, dedujo que se trataba del convoy que traía las raciones de un pueblo vecino y se preguntó como demonios lograrían pasar la barrera sin papeles.

Estaba a punto de preguntarle a sus acompañantes, cuando uno de ellos se llevó un dedo a los labios y luego señaló las provisiones empacadas. Finn captó la indirecta al instante. Usando las cajas de alimentos como coartada, se acurrucaron debajo del cargamento y desaparecieron de la vista mientras el motor del transporte se encendió y comenzaron a mecerse lentamente.

Cerró los ojos con fuerza, rezando a cualquier deidad que pudiera escucharlo para salir vivo de aquí.

Entonces oyó los murmullos.

—¡Buenos noches, camaradas! —la voz de Poe llegó lejana, relajada y conversacional. Probablemente estaba saludando a los soldados que patrullaban el paso—. Aquí están mis papeles. No se preocupen, no he bebido lo suficiente. Mi sargento me sacó de la fiesta a patadas en el culo para llevar este maldito cargamento.

Se oyeron las respuestas jocosas de los soldados y el murmullo de burlas.

—Si, lo sé, debería haber elegido Finlandia, pero entonces tendría las bolas congeladas, ¿no?

Más murmullos y luego, dos golpes en el lado derecho del vehículo y el motor reanudó la marcha, dejando el puesto de control atrás.

Finn contuvo el aliento, incapaz de cantar victoria aún.

Se acurrucó junto a una bolsa de patatas y esperó.

.

Luego de lo que podrían haber sido unos quince o veinte minutos, la sirena comenzó a repicar a lo lejos.

Por supuesto, era solo cuestión de tiempo para que descubrieran su ausencia. Se preguntó que tan lejos estarían del poblado y cuánto demoraría para que Hux ponga dos y dos.

Una sola cosa era clara: vendrían por él.

El vehículo se detuvo instantes después y la voz de Poe llegó desde el exterior

—¡Tiempo de correr!

Rápidamente, los tres hombres abandonaron su escondite para salir al exterior. El poblado se veía a lo lejos y estaban prácticamente en medio de la campiña, rodeados de oscuridad y silencio.

—¡Por aquí! —dijo, señalando una arboleda frondosa.

—Poe, espera —terció Finn, su voz ronca por el desuso—. Yo… Gracias.

—Tendrás tiempo para agradécemelo luego —replicó el hombre, con una palmada en su hombro—. La General de la Resistencia está esperando, ¡En marcha!

Y, sin más preámbulos, se internaron en la espesura de los bosques.

.


Si esta historia tiene continuidad, es gracias a todos y cada uno de ustedes. Sus reseñas me ayudaron a vencer la apatía y a volver a enamorarme de esta historia otra vez.

El capítulo está sin betear y plagado de errores, pero no quería dejar de subirlo.

Espero que la cuarentena los encuentre bien y a salvo. Sigamos en contacto!

Amor,

Lesvalkyries.