Capítulo 16
—Candy, despierta. Es hora de partir.
Albert la estaba sacudiendo con suavidad para despertarla. Candy abrió los ojos y descubrió a su esposo sentado en un costado de la cama. Una sola mirada a la oscura expresión de Albert y su mente se aclaró de inmediato.
Se sentó, tiró de las mantas a su alrededor y clavó la mirada en Albert
—¿Partir? —susurró, intentando comprender—. ¿Me voy ahora?
—Sí. —Su voz era dura y su expresión igualmente decidida. ¿Por qué actuaba con tanta frialdad? Candy lo agarró del brazo cuando Albert intentó ponerse de pie.
—¿Tan rápido, Albert?
—Sí—contestó—. Dentro de una hora, si es posible. —Apartó la mano de ella de su brazo, se inclinó para besarle la frente y luego se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
Candy lo llamo.
—Me gustaría despedirme de Annie.
—No hay tiempo —le dijo— Prepara sólo una maleta. Tráela a los establos. Te veré allí.
La puerta se cerró tras su esposo. Candy se echó a llorar inmediatamente. Sabía que daba lástima, pero no le importaba. No podía pensar con mucha claridad. Le había dicho a Albert que no deseaba quedarse allí. El sencillamente le estaba dando lo que ella había querido.
Maldita sea, ¿cómo podía dejarla partir? ¿No se daba cuenta de lo mucho que lo amaba?
Candy se lavó y luego se vistió con el vestido azul cobalto oscuro. Se peinó el cabello, preparó su bolsa, y cuando finalmente estuvo lista para partir, echó una última mirada a la habitación.
El tartán colgaba de un gancho cerca de la puerta. No deseaba dejarlo. Dobló la prenda y la puso en la bolsa.
Dejó de llorar. También dejó de sentir pena por sí misma. Señor, en esos momentos estaba muy furiosa. Un esposo que verdaderamente amara a su esposa no le permitiría dejarlo. Necesitaba decirle eso a Albert. El en verdad la amaba. No tenía dudas al respecto. Tampoco le importaba que las acciones de Albert fueran tan confusas para ella. Sencillamente haría que explicara lo que estaba haciendo... y por qué.
No podía imaginar la vida sin él. Candy corrió por el umbral y bajó las escaleras. Apretaba con fuerza la bolsa entre las manos.
Graham estaba de pie en la entrada, sosteniendo la puerta. Candy podía ver la enorme multitud reunida más abajo en el patio.
Intentó pasar junto al anciano sin mirarlo. Graham le tocó el hombro para que le prestara atención. Candy se detuvo, pero obstinadamente mantuvo la mirada baja.
—¿Por qué no quieres mirarme, muchacha? —preguntó Graham.
Candy levantó la mirada hacia los ojos de Graham.
—No quería ver tu desprecio hacia mí, Graham. Dejaste perfectamente bien claro qué sentías hacia mi la otra noche.
—Oh, Candy, lo lamento tanto. No tenía intención de herirte. Fue sólo la... sorpresa y estaba muy furioso porque nos habían capturado y pensé que nos habías engañado a todos. Me siento avergonzado de mí mismo, Candy. ¿Puedes encontrar sitio en tu corazón para perdonar a un hombre viejo y estúpido?
Los ojos de Candy se nublaron por las lágrimas. Asintió con lentitud.
—Te perdono. Ahora tengo que ir con Albert, Graham. Me está esperando.
—Habla con él, Candy. No le permitas hacer esto. Queremos que se quede.
La angustia en su voz le rompió el corazón a Candy.
—Está planeando llevarme de regreso a Inglaterra —explicó— Luego regresara.
Graham sacudió la cabeza.
—No, muchacha. No va a regresar.
—Graham, tiene que hacerlo —razonó Candy— Es el jefe, por amor de Dios.
—No es el jefe.
Candy estaba demasiado aturdida para esconder su reacción. Dejó caer la bolsa y clavó la mirada en Graham. Graham se inclinó para recoger la bolsa. Candy intentó quitársela de las manos. Graham lo sostuvo con fuerza y le movió negativamente la cabeza.
—¿Tú has votado favor o en contra de su decisión?
No esperó la respuesta de Graham. Enderezó los hombros y corrió afuera. La multitud se abrió cuando ella alcanzó el escalón inferior y se dirigió hacia los establos.
Graham la siguió. Los demás ancianos formaron una fila afuera y se alinearon en el escalón superior del torreón para observar su partida.
Ahora la multitud estaba detrás de Candy. Se abrieron las puertas del establo y salió Albert, llevando al semental. Anthony caminaba junto a su hermano. Le estaba hablando a Albert, pero no obtenía gran respuesta. El rostro de Albert era impasible. Candy no se había dado cuenta de que se había detenido hasta que su esposo levantó la mirada, la avistó a lo lejos y le hizo un gesto para que se acercara.
No se movió. La importancia de lo que estaba haciendo la golpeó con gran impacto. Dios querido, no deseaba marcharse. Había llevado consigo el tartán Andrew para poder tener un recuerdo de su felicidad allí. Seguramente se envolvería en la suave tela durante las frías noches de invierno e intentaría encontrar algo de consuelo en los recuerdos de tiempos más felices. Qué disparates, pensó para sí. Iba a seguir siendo desdichada sin Albert y todos los demás buenos amigos que había hecho en los últimos meses.
La preocupación por ser una forastera dejó de ser importante. Era una Andrew y en verdad pertenecía a aquel lugar. Si, había encontrado su sitio y nadie, ni siquiera su esposo, iba a obligarla a partir.
De pronto, se sintió ansiosa por llegar hasta Albert para poder explicarle su cambio de opinión. Esperaba con fervor poder convencerlo. Se levantó la falda y comenzó a correr. Patricia la detuvo.
—¿Candy? ¿Me gustará vivir en Inglaterra?
Candy giró con rapidez para mirar a su amiga. Estaba segura de que no la había entendido bien.
—¿Qué me acabas de preguntar?
Patricia se apartó de la multitud y caminó hasta quedar de pie junto a Candy Llevaba a su pequeño hijo en los brazos. La seguía la tía de Stear. Candy reconoció a la dama de cabellos grises. Ella había estado sentada a la mesa en la cabaña de Patricia el día de la inquisición del sacerdote.
—¿Nos gustará vivir en Inglaterra? —preguntó otra vez Patricia.
Candy sacudió la cabeza.
—No podéis venir conmigo. Odiaríais vivir allí. Ni siquiera a mí me gusta Inglaterra —agregó tartamudeando—. Y soy inglesa.
—Nos vamos a arreglar muy bien.
Dorothy había hecho ese anuncio. Se apresuró a quedar de pie junto a Patricia. Jimmy estaba detrás de su madre, sosteniendo una bolsa. Candy no sabía qué pensar de las mujeres.
—Pero sencillamente no podéis...
Otra mujer se adelantó. Candy sabía quién era, pero no podía recordar su nombre. Su hija Elizabeth había ganado el concurso de flecha el día del festival. La madre había estado radiante de placer cuando Albert entregó el premio a su hija
—Nosotros también vamos a ir —anunció la madre.
Y luego otra y otra se adelantaron para proclamar sus intenciones. Candy se volvió para mirar a Albert y pedirle ayuda. Se quedó sin aliento cuando vio la multitud de guerreros alineados detrás de él
¿También iban a ir con ellos?
No podía entender nada de lo que estaba sucediendo, Los niños la rodeaban en ese momento y las madres, aferrando el equipaje en los brazos, estaban de pie detrás de ellos.
—Vamos a descansar todos los domingos en Inglaterra, ¿no es así?
Candy no estaba segura de quién había hecho la pregunta. Asintió y caminó con lentitud hacia su esposo. Sabía que tenía una expresión de pasmo en la cara. Supuso que Albert iba a tener que hacer entrar en razón a toda esa gente.
Su esposo mantenía la mirada sobre ella. Tenía el brazo apoyado contra el cuello del caballo. La expresión de su rostro era contenida, pero cuando Candy se acercó lo suficiente como para notarlo, pudo ver que en sus ojos había sorpresa.
Se detuvo a pocos metros de él. Ni siquiera estaba segura de lo que iba a decir hasta que las palabras le salieron de la boca.
—Sabes que te amo, ¿no es así, Albert?
Casi había gritado la pregunta. A Albert no le importó.
—Sí, Candy —contestó—. Sé que me amas.
Soltó un pequeño suspiro. Albert pensó que se estaba comportando como si finalmente hubiera entendido todo en su cabeza... y en su corazón. Parecía muy complacida consigo misma.
En esos momentos Candy le sonreía y se le nublaban los ojos.
—Y tú me amas —dijo entonces, aunque con un tono mucho más suave—. Recuerdo que te dije que no viviría con un hombre que no me amara. Estuviste de acuerdo de inmediato. Me confundiste, porque no me había dado cuenta entonces de lo mucho que me amabas. Ojalá me lo hubieras dicho antes. Me podrías haber ahorrado una gran preocupación.
—Te gusta preocuparte —le dijo Albert.
No discutió ese punto con él.
—¿Qué estás pensando hacer? ¿Llevarme de regreso a Inglaterra? Ninguno de los dos pertenece a aquella tierra, Albert. Este es nuestro hogar.
Albert movió la cabeza en un gesto negativo.
—No es tan sencillo, esposa. No puedo ser un mero espectador y permitir que el consejo tome decisiones basadas en la emoción.
—¿Porque han votado para elegir otro jefe?
—No hemos votado —interrumpió Graham. Dejó caer la bolsa de Candy y corrió a adelantarse—. Tu esposo renunció a seguir siendo jefe cuando los demás ancianos no quisieron aceptar la alianza con los Maclean.
Candy se volvió para mirar hacia el torreón. Los cuatro ancianos estaban todos acurrucados, hablando. Gelfrid agitaba las manos en aparente agitación.
—No vamos a Inglaterra, Candy. Vamos hacia el norte. Es hora de que partamos —agregó con un gesto de la cabeza en dirección a Graham.
Candy respiró profundamente. Luego dio un paso hacia atrás, apartándose de su esposo.
Esa audaz acción capturó toda la atención de Albert.
—Te amo con todo mi corazón, Albert Andrew, pero sin embargo voy a tener que desafiarte.
Albert parecía estar pasmado. Candy se cruzó de brazos y asintió para hacerle saber que lo había dicho en serio.
Las mujeres alineadas detrás de Candy de inmediato asintieron para demostrar conformidad.
—No puedo permitir que me desafíen, Candy
Los guerreros alineados detrás de Albert de inmediato asintieron para demostrar conformidad.
Candy dio otro paso hacia atrás.
—Realmente debí haberte dado mi opinión antes de que decidieras renunciar —anunció—. Después de todo, soy tu esposa y debo tener opinión en los planes que me afecten. También debo tener opinión respecto de nuestro futuro.
Albert estaba tratando de no sonreír. Cada vez que Candy afirmaba algo, las demás mujeres asentían para apoyarla.
Candy se había considerado una forastera. Miradla ahora, pensó Albert para sí. Estaba rodeada de su propia familia de hermanas Andrew. Había conquistado sus corazones, tal como había conquistado el suyo.
Albert sabia que no iría a ninguna parte sólo con su esposa. Señor, el clan entero parecía dispuesto a ir con ellos. Anthony ya le había anunciado su intención de seguirlo con Annie y las bebés en cuanto ella se recuperara del parto. Por supuesto, Albert se había esperado eso. Sin embargo, no había esperado el apoyo de los demás guerreros.
Era humillante saber que sus seguidores eran tan leales. Pero tal lealtad lo ponía en una tremenda situación. Había renunciado como jefe y nadie aceptaba su decisión.
Ni siquiera su esposa.
En ese momento, Albert clavó la mirada en Graham. Conocía el tormento por el que debía de estar pasando el anciano. Sus seguidores lo estaban abandonando.
Estaban dando la espalda a las viejas costumbres.
Intentó pensar en alguna manera de salvar el orgullo del anciano. Sería una dura humillación para Graham que partiera con todo el clan. Graham había sido como un padre para él. No podía avergonzarlo de esa manera. Tampoco podía echarse atrás. El tema era demasiado importante.
—Candy, no puedo cambiar lo que ya está decidido —anunció Albert.
—Eso no es lo que me dijiste —razonó Candy.
Albert negó con la cabeza. Candy pensó que tal vez no recordaría la conversación que habían tenido el día en que pasearon por el cementerio. Decidió recordársela.
—Yo estaba protestando contra las injusticias del mundo, y recuerdo con todo detalle una sugerencia tuya. Dijiste que si no me agradaba algo, debía luchar por cambiarlo. Un susurro, agregado a miles de otros, se convierte en un rugido de descontento, ¿lo recuerdas? Sí—agregó con un gesto de la cabeza—. Esas fueron tus palabras hacia mí. ¿Has cambiado de opinión, entonces?
—Candy, es... complicado —dijo Albert.
—No, no es complicado —musitó Graham—. No es otra cosa que los viejos contra los jóvenes. Y ésa es la verdad del asunto.
El corazón de Candy voló hacia el del anciano. Parecía tan derrotado.
—No —negó—. No es en absoluto los viejos contra los jóvenes.
—Candy...
Ella no prestó atención al tono de voz de advertencia de Albert. Se acercó más a Graham y lo tomó del brazo. Por supuesto, la muestra de alianza hacia el anciano era deliberada, ya que en la mente de Candy Albert no era el único que necesitaba que aliviaran su orgullo.
En ese momento los guerreros estaban todos alineados detrás de Albert El orgullo de Graham era otro asunto. Candy estaba decidida a encontrar una manera de ayudarlo a ceder sin perder el honor o la dignidad.
—Creo que es la experiencia y la sabiduría guiando a los jóvenes y fuertes —le dijo al anciano—. Seguro que tú entenderás eso, Graham.
—Hay algo de verdad en lo que dices —concordó.
Candy respiró profundamente.
—Me gustaría hablar directamente al consejo —dijo impulsivamente. Un fuerte murmullo de aprobación resonó detrás de Candy, La expresión de Graham era como si acabaran de desgarrarle la garganta. Se había quedado sin palabras.
—¿Y qué le vas a decir al consejo? —preguntó Albert.
Candy mantuvo la mirada sobre Graham mientras respondía a su esposo.
—Empezaré por decirle al consejo cuán negligentes fueron en sus obligaciones para con los miembros más importantes de este clan. Dejaron afuera a las mujeres y los niños. Sí, así es exactamente como empezaré.
Graham tuvo que esperar hasta que las mujeres detrás de Candy dejaran de dar vivas.
—¿Cómo se las dejó afuera?
—No se nos permite a ninguna a ir hasta vosotros para pedir consejo—contestó Candy—. Nuestros problemas deberían ser exactamente igual de importantes que los problemas de los guerreros. Deberíamos poder expresar en voz alta nuestra opinión respecto a asuntos importantes.
—Candy, todas las mujeres son importantes aquí.
—Entonces, ¿por qué no pueden ir ante el consejo?
Graham nunca se había encontrado con nadie que lo desafiara de aquella manera. Se frotó la mandíbula mientras pensaba en la respuesta.
— Cuando tengas un problema que desees que tratemos, debes llevarlo ante tu esposo —aconsejó finalmente. Parecía complacido consigo mismo por haber llegado a aquella solución. Incluso logró sonreír.
—Eso está muy bien —replicó Candy— Las esposas y los esposos siempre deberían hablar de sus problemas el uno con el otro. Pero, ¿y qué hay de las mujeres que no tienen esposos? ¿A quién pueden recurrir en busca de consejo? ¿Estas mujeres dejan de tener importancia? Si Dorothy hubiera tenido problemas con su hijo, debería poder acudir a ti o a Gelfrid, o a cualquier otro anciano, para pedir consejo, pero no tuvo esa oportunidad. Cuando su esposo murió, se convirtió en una forastera.
—Yo habría estado encantado de resolver sus problemas —replicó Graham.
Candy intentó ocultar su exasperación.
—Dorothy no necesita que nadie le resuelva los problemas—replicó—Ninguna de nosotras lo necesita. Sólo queremos poder hablar de esos problemas, tener otro punto de vista... deseamos ser incluidas en el clan, Graham. Dorothy tiene una mente sensata. Puede resolver sus propios problemas. ¿Ahora lo entiendes?
—También está Helen —le recordó Dorothy a Candy— Mencionadla al contar cómo son las cosas por aquí.
—Si, Helen —concordó Candy. Dorothy acababa de contarle cosas sobre las madres embarazadas—. Helen va a tener a su bebé el mes que viene. Su esposo murió en una excursión de caza sólo unas semanas después de haberse casado. El consejo debería ser su familia ahora. No debería estar sola. Seguramente los ancianos querrán hacer algunos cambios... para el bien de las mujeres y los niños.
Graham no pudo evitar inclinarse ante la validez de aquel razonamiento. Los ancianos habían ignorado a las mujeres.
—Hemos sido negligentes —admitió.
En aquellos momentos eso era todo lo que estaba dispuesto a dar. Era suficiente. Candy se volvió hacia Albert. Ahora era su turno de ceder en algo.
—Mi madre es inglesa y mi padre es el jefe Maclean, y no puedo cambiar eso. Tú eres el jefe aquí, Albert, y creo que tampoco puedes cambiar eso.
Albert frunció el entrecejo
—Candy, no presione para lograr una alianza sólo porque Maclean fuera tu padre. La verdad es que mis hombres podrían atacar a una legión de Maclean y salir victoriosos. Están mejor entrenados que cualquier otro grupo de Escocia. Sin embargo —agregó con una significativa mirada en dirección a Graham—. Los Dunbar unidos a los Maclean nos sobrepasarían simplemente en número. Como jefe, es mi deber proteger a todos y cada uno de los miembros de este clan. Sencillamente no puedo lograr eso como consejero. El cargo está vacío sin poder. Y eso, esposa, ya no es aceptable para mí.
—No es aceptable tal como está ahora —modificó Candy.
—Tal como ha sido siempre —corrigió Albert.
—Hasta que lo cambies.
Albert avanzó hasta quedar de pie frente a Graham.
—No me voy a quedar como consejero. Quiero el poder de actuar.
Transcurrieron unos instantes mientras una vez más Graham reflexionaba sobre la petición de Albert. Se volvió para mirar a los ancianos antes de volver su atención a Albert
Y todavía vacilaba.
—Poder absoluto...
Candy hizo un intento de interrumpir y luego se detuvo. Pensó para si misma que era mucho más delicado tratar con hombres que con mujeres. El orgullo hacia difíciles las soluciones más razonables.
—Tienes que responder de tus actos, hijo —dijo Graham. Tenía un aspecto demacrado.
Candy pensó que ya se había decidido contra el cambio y que estaba luchando por aceptar lo inevitable.
Y luego se le ocurrió la solución.
—Qué magnífica idea, Graham —dijo. Sonrió al anciano, asintió cuando éste le dirigió tina mirada perpleja y luego corrió a ponerse de pie junto a Albert. Le dio un pequeño codazo en el costado—. ¿No es un plan magnífico, esposo?
Albert no sabia de qué estaba hablando.
—Candy, si cada una de mis decisiones es cuestionada...
—Quizás una vez al año —interrumpió Candy—. ¿O tu plan incluye darle tu voto de confianza al jefe con mayor frecuencia? —le preguntó al anciano.
La sorpresa de Graham era evidente. Finalmente entendió lo que Candy estaba sugiriendo. Asintió con rapidez. También sonrío.
—Si, una vez al año estaría bien. Por Dios, tus actos van a tener que ser explicados entonces. Podríamos desaprobarte, Albert.
Dejó la vacía amenaza colgando en el aire. Todos sabían que eso nunca sucedería. El poder se le acababa de entregar al jefe. Todos también entendieron eso.
—Será un magnifico equilibrio de poder —anunció Graham, ahora con la voz fuerte por la convicción—. Por supuesto, el consejo se reunirá una vez al mes para oír peticiones de los miembros. También te daremos consejo a ti, Albert, cada vez que así lo deseemos.
—¿El consejo oirá peticiones de todos los miembros? ¿De las mujeres también? —presionó Candy.
Graham asintió.
—Si, muchacha —concedió—. Especialmente de las mujeres. Las hemos mantenido en silencio durante demasiado tiempo. Es hora de que se oigan sus voces.
—Nada se decide hasta que los demás miembros del consejo acepten —le recordó Albert a Graham.
—Ahora voy a ir a presentarles la cuestión dijo el anciano—. Tendrás el voto en favor o en contra dentro de una hora.
Sólo hizo falta la mitad de ese tiempo para que los ancianos salieran otra vez y anunciaran el acuerdo unánime de apoyar el innovador plan de Graham.
Las vivas resonaron a través de las colinas. Albert estaba rodeado de sus seguidores. Lo golpearon profusamente en el hombro. Se sacó un pequeño barril de vino, las copas circularon y se hicieron brindis.
Los ancianos no se aislaron. Paseaban entre la multitud y participaron de la espontánea celebración.
Cuando por fin Albert se pudo separar de las personas que le deseaban buena suerte, intentó encontrar a su esposa. Deseaba llevarla a algún lugar apartado y celebrarlo en privado con ella.
La avistó caminando por el sendero que llevaba colina abajo e intentó llegar hasta ella. Vincent y Owen lo interceptaron. Ambos hombres deseaban hablar acerca del astuto plan de Graham. Hablaban interminablemente, e Albert no pudo ir tras su esposa durante unos buenos veinte minutos.
Luego Ramsey y Archie lo pescaron justo cuando se dirigía colina abajo.
—¿Habéis visto a Candy?
—Está con Annie y Anthony —contestó Ramsey—. Albert, ¿ya no estás enfadado porque me negué a convertirme en jefe en tu lugar, verdad?
—No —respondió Albert.
—Tenemos algo que hablar contigo —terció Archie— No te robaremos más que un minuto de tu tiempo.
El minuto de Archie se convirtió en una hora entera. Albert también se rió bastante ante su extraña petición. Sin embargo, al final accedió. Incluso les deseó buena suerte.
Para cuando Albert llegó a la cabaña de su hermano, Candy ya se había ido. Annie y las niñas estaban profundamente dormidas, y Anthony también parecía necesitar urgentemente una siesta. Bostezó al señalar la dirección que Candy había tomado.
Albert la encontró unos pocos minutos más tarde. Candy se había oculta—do en un grupo de árboles cerca de un arroyo poco profundo.
Parecía estar relajada. Se había quitado los zapatos y sentado en el suelo con la espalda contra el árbol. Tenía los ojos cerrados y las manos cruzadas modestamente sobre el regazo.
Albert se sentó junto a ella.
—¿Abandonaste la celebración debido a la bebida?
No abrió los ojos. Sin embargo, sonrió.
—No. Sólo deseaba pasar unos pocos minutos con Annie y luego encontrar un lugar tranquilo donde descansar... y pensar. Es sumamente difícil encontrar algo de privacidad por aquí, ¿no es verdad?
—Sí, así es —concordó con tina risa— Tú insististe en quedarte aquí.
—Sí, es verdad —concordó Candy—. Sin embargo, la falta de privacidad puede ser irritante.
—Podrías ir a la capilla cuando desees estar a solas.
Entonces, Candy abrió los ojos.
—Albert, no tenemos una capilla —le recordó.
—La tendremos —explicó—. Para el próximo verano como último plazo. Tiene que estar lista para el día de nuestro primer aniversario de boda.
—¿Por qué?
—Para que podamos tener una misa adecuada para celebrar nuestra unión —explicó. Sonrió ante el sobresalto que le causó a Candy aquel anuncio y le dio un pequeño empujón para apartarla del árbol. Ocupó su lugar y cuando estuvo cómodo, la levantó y la colocó sobre su regazo. Se inclinó y le besó la frente—. Con flores, Candy —le dijo en un susurro ronco— Llenarán la capilla. Te lo prometo.
La sonrisa de Candy era radiante.
—Estoy casada con un hombre muy considerado. No necesito flores, Albert. Tengo todo lo que alguna vez pude desear.
—Habrá flores —refunfuñó él, complacido con sus fervientes palabras de alabanza.
—¿Por qué dejaste la celebración?
—Quería estar a solas contigo.
—¿Por qué?
Albert le tomó el rostro entre las dos manos y se inclinó hacia adelante. Cubrió la boca de Candy con la suya. El beso era dulce, sin exigencias, lleno de amor.
Se apartó con lentitud. Candy dejó escapar un suspiro y se desplomó contra él. Creía que nunca había conocido tanta dicha y tanto contento. Pasaron largos minutos en silencio.
—¿Albert?
—¿Sí, amor?
—¿Qué vamos a hacer con respecto a mi padre?
—Aguantarlo, supongo.
Siguieron hablando de la familia de Candy durante largo rato. Candy decidió que realmente deseaba volver a ver a su padre y también a su hermano, e Albert le prometió que la llevaría al territorio Maclean el día siguiente por la tarde.
La charla giró hacia los acontecimientos del día. Era una conversación indolente. Los ojos de Candy estaban cerrados y apenas prestaba atención a lo que Albert decía hasta que mencionó que Archie y Ramsey iban a salir de cacería.
Oyó la alegría en la voz de Albert. Despertó su curiosidad.
—¿Por qué estás tan alegre? —preguntó.
—Van a ir de cacería a Inglaterra —contestó con una risa entre dientes.
—¿Por qué? —preguntó Candy, totalmente confundida.
—Aquí no han podido encontrar lo que estaban buscando. Están siguiendo mi ejemplo.
—Albert, ¿de qué estás hablando? Exactamente, ¿qué han ido a cazar?
—Esposas.
Candy se echó a reír. Pensó que su esposo estaba bromeando con ella. Se acurrucó contra él y pensó en su extraño sentido del humor.
Albert no se molestó en explicar que no estaba bromeando. Candy descubriría que había estado diciendo la verdad cuando Ramsey y Archie regresaran con esposas.
Envolvió los brazos alrededor de su dulce esposa y cerró los ojos.
El viento, dulce por el perfume del verano, flotó por el arroyuelo para girar alrededor de la pareja.
Candy se acercó más a su esposo, y reflexionó con asombro acerca de las bendiciones que Dios le había dado. Ahora formaba parte de una familia. Era amada, respetada y valorada. Finalmente había llegado a casa.
Fin
Este es el final de esta historia, sin epilogo... la verdad muy triste que una hermosa historia no haya tenido un final mas completo...donde sepamos como fue la relacion de Candy y su padre y hermano, si tuvo hijos con Albert, etc.
Un abrazo...AbigailWhite