Es difícil cuando no hay culpables ni arrepentimiento por las decisiones que tomas, pero es así. Sólo está el deseo de volver al mar.

Las sirenas tenemos estrictas normas acerca de los vínculos afectivos entre nuestra especie. Si el afecto por alguien te nublaba el juicio más de lo necesario, debías acabar con ello. Si amas algo, destrúyelo. La causa siempre estar a por encima de la propia vida.

A pesar de todo, pensaba que era una buena vida y la echo de menos. Sé que Ben y Maddie nunca lo entenderían, pero lo hago. No es que quiera hacer ningún daño a mi hermana, la quiero, pero eramos una comunidad que se enfrentaba a la extinción si los humanos nos descubrían y sobrevivía a los peligros del mar como cualquier especie bajo del agua.

Cuando tomé la decisión de quedarme en tierra, sabía que mi cuerpo ya no enfermaría, lo había acostumbrado ya a la tierra, se estuvo adaptando al ambiente, pero no fue hasta pasado un tiempo que volví a acercarme al agua.

Cuando era una sirena era mi hogar, trabajaba junto a ella y nunca le temí. Ahora era muy diferente. Era como si sintiera que me rechazara, embargándome una sensación de no ser digna.

Me molestaba que todo el mundo se bañara en el mar como si fuese un entretenimiento o algo infantil, pero busqué un lugar más apartado e intenté meterme dentro del agua de todos modos. Cerré los ojos esperando el dolor insoportable al cambio pero... no ocurrió nada.

Los abrí rápidamente y con miedo me miré las piernas. Todavía estaban ahí, donde se supone que habría una cola de sirena, seguía teniendo piernas...

Ya nunca más ser a una sirena, mi tiempo se había agotado. Mi fuerza y velocidad disminuirían y pronto incluso no podría entender mi propio idioma.

Las olas persistían en un intento de lo que parecía echarme, de que ya no era bienvenida allí, así que acepté el destino de mi decisión viendo cómo todo el agua que me mojaba las piernas iba al suelo y pronto se secaría al salir. Era como mi último recuerdo de mi hogar, pero lo aceptaría.

Las sirenas somos frías por naturaleza. Si hemos podido aceptar la muerte de un ser querido porque así eran las cosas, yo puedo aceptar esto sola. No habría ningún familiar o compañero apoyándome porque tan sólo Helen sabía por lo que estaba pasando y ella entendía la soledad que nos caracterizaba, sin lloros ni lamentos. Lo que importaba era seguir adelante, costase lo que costase.