La noche de los cambios.

Mercedes se llevó las piernas al pecho, recostándose contra las almohadas. El calor de aquella noche de verano era asfixiante pero aun así no se quitó la sábana de encima, cubriéndose lo suficiente, un libro de poesía descansando sobre sus rodillas mientras intentaba concentrarse.

Bárbara llegaría más pronto que tarde y la ansiedad la carcomía. Llevaba mucho tiempo pensando en ello y esa mañana había despertado con el coraje de hacerlo. Se lamió los labios y oyó voces fuera. Telma mencionó la palabra cuarto y supo que se trataba de su mujer. Removió sus piernas un poco y mantuvo el libro abierto, sus ojos pasando sobre las palabras sin lograr entenderlas del todo. Los pasos resonaron en el pasillo vacío, en la casa sin alma de esa noche sin luna y ahogada por la alta temperatura, y pronto una mano giró el picaporte y la puerta se abrió, dejando pasar la figura curvilínea del amor de su vida.

- Mercedes – le saludó amorosamente, girando la llave que estaba en la cerradura –, ¿cómo estás?

- Hola, Barbarita – le sonrió y cerró los ojos cuando la morena se acercó y dejó un beso en su frente.

- ¿Qué lees?

- Algo sin importancia – cerró el libro y lo dejó a un lado, sus ojos fijos en la mujer que tomaba asiento junto a ella. Bárbara sonrió y acarició su muslo lentamente antes de inclinarse y besarla en los labios.

- Pues yo acabo de cerrar la puerta de mi casa hasta mañana para poder quedarme toda la noche contigo.

Los dedos finos y tibios acariciaron su mejilla y sonrió, mordiéndose el labio. Bárbara dejó el bolso en el piso sin mucho cuidado y se acercó, rozando sus narices para después robarle un beso y apoyar su frente en la de ella. Las manos de Mercedes le acariciaron los brazos desnudos y se sonrieron, mirándose a los ojos de cerquita, volviéndose los cíclopes de Cortázar.

- ¿Es muy temprano para quitarte la ropa y quitarme las ganas? – preguntó dulcemente la más joven de la familia Möller, sus dedos jugando dentro de la manga del vestido azul que tanto amaba.

- No lo creo, no. – sonrió y besó sus labios con ternura, sus manos bajando la sábana para dejar a la vista su pecho descubierto.

Con el labio inferior entre los dientes, deslizó sus manos más sobre la espalda de la morena, sintiendo su nariz acariciar su piel como si fuera un cachorrito dando amor. Bárbara últimamente le hacía el amor de manera extremadamente tierna, pero ella extrañaba la pasión casi salvaje de los primeros tiempos y quería recuperarla. Esa noche quería que Bárbara perdiera los estribos nuevamente, quería quitarle el aliento con besos y caricias, con todo eso que llevaba reteniendo por meses. Con dedos delicados tomó el cierre y lo bajó hasta la mitad de la espalda, metiendo la mano bajo la tela y desabrochando el sostén de paso.

Pronto Bárbara estaba sobre ella e intentaba acomodarse entre sus piernas pero Mercedes no se lo permitió, empujándola delicadamente sobre la cama mientras se quitaba la sábana de encima y se colocaba a horcajadas sobre ella. La boca de Bárbara cayó abierta y sus ojos se oscurecieron un tono más, su lengua húmeda entre sus dientes. Mercedes pasó sus manos por sus pechos, haciendo algo de presión, arrancándole un gemido.

- ¿Te gusta? – su sonrisa de costado, esa pícara y dueña de la razón apareció en su rostro y Bárbara tragó grueso.

- No pensé que alguna vez tú lo… llevaras – sonrió algo sonrojada y bajó su mano por el vientre desnudo de Mercedes, sus uñas raspando su piel hasta encontrarse con las correas y la goma fría.

- Puedo ser una caja de sorpresas.

La morena rodeó el juguete con los dedos y pasó de arriba abajo, Mercedes tragando nerviosamente mientras mecía las caderas sobre su vientre. Deslizó su mano por su pecho hasta subir por su brazo y tomarle la muñeca, haciéndola a un lado. Sacudió la cabeza de forma negativa y Bárbara rió, posando su mano en su muslo. Mercedes se inclinó sobre ella y la besó con dulzura, aumentando poco a poco la temperatura del beso, acunándole la mejilla mientras su lengua chocaba con la de la otra mujer y sus gemidos morían contra sus dientes. Mordisqueó su labio inferior y tomó las mangas del vestido, trayéndolas hacia adelante para liberar el pecho de la mujer que en esos momentos tenía los pechos sensibles y los pezones erectos. Los rozó con la punta de los dedos, bajando con su boca por la piel nívea y cálida de su cuello, el dulzor del perfume todavía presente en el aroma a sol del cuerpo moreno, ése aroma tan particular que ella amaba.

Los gemidos quedos de Bárbara comenzaron a subir de volumen y las repeticiones se multiplicaron, sus dedos en su cabello corto se mantenían haciendo presión en su cabeza para que no se alejara de aquel pecho que ahora atendía con hambre, chupando y rodeando con la lengua una y otra vez, sintiendo cómo se volvía cada vez más erecto y cómo el cuerpo de la mujer se curvaba, buscando más contacto con ella. Sin muchas ganas, se alejó de su tórax y se apoyó en las rodillas para luego bajarse de la cama. Le extendió la mano y Bárbara la tomó sin rechistar.

Paradas frente a la otra, Mercedes le volvió a tomar el rostro para unir sus labios en un beso lento y caliente, las manos de Bárbara posándose en sus caderas y pegándola más a ella. La morena no soltaba ese poder que tenía a la hora del sexo y a ella eso la enloquecía. Tiró de la falda del vestido, haciéndolo hacer alrededor de sus pies y, besando su vientre, subiendo por su pecho hasta volver a su boca. Bárbara la tomó del mentón y mordió su labio inferior antes de alejarse y sonreírle.

- ¿Ya te dije que eres lo más precioso que tengo en mi vida? – sus dedos rodearon su ombligo y lentamente se metió dentro de su ropa interior, la mano de Bárbara rodeándole la muñeca.

- Sí…, siempre.

- Engreída...

Mercedes sonrió y se mordió el labio al ver cómo Bárbara cerraba los ojos y entreabría la boca al sentir sus dedos separar sus labios y deslizarse por su humedad, por las gotas acumuladas del placer creciente de los últimos minutos.

Estaba caliente y sensible, palpitando contra sus yemas que hacían círculos en su clítoris, sintiendo cómo su respiración se volvía más irregular. Llevó una mano hacia el cabello recogido y lo desarmó, haciendo que su cabello oscuro cayera a los lados. Le acarició el rostro con la punta de los dedos y besó sus labios, pequeños piquitos que contrastaban con la velocidad que sus dedos habían tomado dentro de su ropa interior. Bárbara ahogó un gemido contra su boca y se sostuvo de sus hombros, cerrando los ojos y mordiéndose el labio.

- Quiero oírte, Barbarita – empujó sus dedos en ella y el interior caliente y sedoso la recibió encantado.

Le tomó una pierna con algo de esfuerzo y la acomodó encima de su cadera, el juguete golpeando su muñeca mientras ella embestía en la morena que ahora tenía la frente recostada contra su mentón y gemía sin restricciones.

- Mercedes… - murmuró, levantando la cabeza para besar sus labios.

La mujer en cuestión se retiró de su interior para luego soltar su pierna y bajarle la braga sin ningún problema, bajando con besos dulces por su vientre. Bárbara enredó sus dedos en el cabello lacio y revuelto de su mujer y suspiró al sentir un beso debajo de su ombligo.

- A ver, siéntate – murmuró en su piel y la mujer lo hizo sin resistencia alguna.

Sus rodillas tocaron el piso frío antes de siquiera pensarlo y su boca no tardó en encontrar el camino por uno de sus muslos hasta el sexo anhelante que la recibió encantado, los dedos de la morena acomodándose en su nuca mientras apoyaba una mano tras su espalda y aguantaba su peso, elevando las caderas contra la boca suave de la castaña que besaba y lamía, sus dedos abriendo sus pliegues, su lengua chocando con su clítoris sin detenerse. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, sus dedos apretándose en la piel de Mercedes; la cordura abandonó su cuerpo en el momento en que los dedos ya húmedos volvieron a buscar cobijo en su interior y los labios delicados se cerraron alrededor de su clítoris. El calor subió por todo su cuerpo, ahogando sus pulmones, quemando sus riñones, generando electricidad en la punta de sus dedos. Aguantó el gemido en su garganta y su mano cedió, su cuerpo cayendo hacia atrás, sus caderas elevándose y Mercedes sin soltarla, sus manos en su vientre, subiendo hacia su pecho. Sus dedos se entrelazaron cuando la castaña le cubrió los senos y se quedaron allí, respirando el aire viciado a sexo que las rodeaba. La boca de Mercedes no se detenía sobre su entrepierna, tomando todo lo que el orgasmo había dejado hasta que Bárbara murmuró que se detuviera.

Besos mojados se repartieron por su vientre hasta su mentón y besó sus labios con ternura, acariciando sus costados a medida que subía. La morena le sostuvo el rostro y besó su boca, respirando de ella, llenándose los pulmones de su aroma. Rozó su mejilla con los labios abiertos y ambas suspiraron, el cuerpo de Mercedes pegándose al suyo con complicidad.

- ¿Cómo te sientes? – susurró contra su piel y Bárbara suspiró, sus manos bajando a su espalda, arañando suavemente sin dejar marcas.

- Bien…, - se lamió los labios y la castaña levantó la cabeza para mirarla – muy bien.

- Me alegro, porque esto no termina aquí – rozó su frente con sus labios y presionó un beso en ella.

Bárbara suspiró cuando los besos suaves aplacaron la fiebre en sus poros, sus manos calientes cayendo por sus curvas, reclamándola como suya como si alguna vez se la hubieran robado. Los dientes de Mercedes tiraron de la pielcita debajo de sus senos, una posible marca creándose, y gimoteó cuando las manos de la joven le separaron los muslos. Los dedos de Mercedes se deslizaron entre sus pliegues todavía húmedos, contra su botoncito palpitante.

- No sabes cómo me encanta tocarte – sonrió con inocencia desmedida y la morena tragó saliva, acariciando sus mejillas.

Mercedes se sentó junto a ella y acarició su pecho con la punta de los dedos, descendiendo hacia su clítoris de nuevo y acariciándolo con rapidez, alzando su temperatura desmedidamente. La morena se mordió el labio y tomó su muñeca, gemidos amortiguados resonando en la habitación.

- Quiero que te des vuelta – susurró, volteando su cabeza hacia ella. Bárbara asintió lentamente, soltándola y haciendo como la joven Möller pidió.

Acomodó la cabeza contra el colchón y las manos de Mercedes se deslizaron por su espalda en dulces caricias, descansando en la curva de su cintura y volviendo de nuevo hacia su cuello. La sintió separarle las piernas e inclinarse sobre ella, haciendo a un lado su cabello y repartiendo besos en su nuca, haciéndola reír por las cosquillas. La sonrisa de Mercedes se pegó a su mejilla antes de que le dejara un beso dulce, con sabor a amor.

Se mordió el labio cuando la goma fría del dildo acarició su entrada, bajando hasta su clítoris. Sus caderas se elevaron un poco pero Mercedes la volvió a apretar contra el colchón.

- Tú quédate quieta.

Las manos de su mujer se apretaron en sus caderas y lentamente descendió por sus nalgas hasta sus muslos, arañándola suavecito antes de tomar la punta del juguete y presionarla en su entrada. Bárbara jadeó cuando se deslizó en ella con cuidado, abriéndose paso centímetro a centímetro con una dulzura desmesurada. Llevó una mano hacia atrás y tomó la mano que descansaba en su cadera, entrelazando sus dedos. Entreabrió los labios en un gemido largo y ronco cuando la sintió casi por completo en su interior, retirándose al segundo siguiente. El cuidado de Mercedes fue disminuyendo conforme su cuerpo se adaptaba a la invasión exquisita, la fricción perfecta que la castaña lograba generar en su interior. Apoyó la frente contra el colchón y los dedos se entrelazaron más fuerte, su otra mano aferrándose a la sábana, Mercedes comenzando a entrar y salir de ella con más velocidad. Sus gemidos se mezclaban con aquellos quedos de la mujer que ahora se encontraba encorvada sobre ella, cuyas caderas habían tomado un ritmo arrollador, empujando en su interior con tanta rapidez como salía, haciéndole sentir mariposas subir y bajar por su esófago, el calor incesante del pronto orgasmo incendiando sus venas, llenándole de latidos los oídos.

- Mercedes…, pequeña – gimoteó, girando el rostro y levantando un poco el torso, la mano de la susodicha subiendo hasta su hombro, soltando sus dedos y apoyando esa mano junto a su cintura.

Cerró los ojos encantada cuando sus labios hicieron contacto con sus hombros, su espalda, la curva entre sus omóplatos. Las caderas de la castaña chocaron con las propias en un golpe seco, deteniéndose, y Bárbara ahogó un grito, su respiración explotando en cansancio. Mercedes gimió en su oreja y besó su cabello. Bárbara tanteó su vientre y acarició su ombligo, su vientre y ahí se detuvo, incapaz de moverse cuando Mercedes se dejó caer sobre ella.

- No, quédate quieta – le decoró la cabeza con besos y se inclinó de costado, buscando su boca.

La castaña rebuscó entre sus piernas y se retiró con lentitud, oyendo la queja de Bárbara cuando se sintió vacía. Le rozó los muslos con la punta de los dedos y besó su hombro antes de hacerse a un lado. Le tendió la mano, ayudándola a sentarse antes de unir sus bocas con voracidad. Y ahí, ahí en ese beso donde Bárbara sin necesidad de pedírselo se subía a horcajadas sobre ella, devorando sus labios como si la vida se le fuera en ello, se sintió más viva que nunca. Le acarició las costillas y tomó sus caderas, acomodándola mejor. Se separaron por un segundo hasta que una de las manos de la joven Möller guió el dildo en su interior de nuevo, arrancándole un gemido agudo, sus ojos cafés llenándose de lágrimas.

- Por favor… - pidió, tomándole el rostro. Mercedes sonrió.

- Muévete y ven, mi amor – apoyó sus manos abiertas en su espalda y se dejó caer contra las almohadas.

Las caderas inquietas de Bárbara comenzaron a moverse, los dedos de Mercedes apretándola más mientras sus bocas se reconocían con necesidad, como si fuera la primera vez. Mordisqueó su labio inferior y se alejó a mirarla, sus ojos cerrados, los labios hinchados y las mejillas sonrosadas. Metió una mano entre ambas y buscó el clítoris sensible, ejerciendo pequeñas presiones antes de empezar a hacer círculos. Bárbara apoyó las manos en las almohadas y la miró a los ojos, las pestañas húmedas mientras su cuerpo temblaba.

- Ven…, córrete, por favor, y no dejes de mirarme - pidió con la voz rota, viendo el placer nublarle los granos de café que tanto amaba.

Bárbara se mordió el labio pero un grito agudo la obligó a abrirlos de nuevo, sus caderas dando movimientos descontrolados mientras el orgasmo se construía, subía más y más. Mercedes le sostuvo el rostro con una mano y le sonrió agitada, sintiendo su propio placer comenzar a aumentar desmesuradamente al ver el rojo cubrir el rostro de la morena, sus manos tirando de las almohadas… y se quebró. Bárbara apretó los dientes con fuerza y su garganta se cerró después de un gemido ronco, sus caderas clavándose contra las de Mercedes que continuaba acariciando la bolita de nervios que palpitaba descontrolada. Se retiró del vértice entre sus piernas cuando Bárbara se recostó en ella, apoyando su cabeza en su cuello. El sudor de su cuerpo la hacía brillar como una estatua de oro y en ese momento se sintió la mujer más suertuda del mundo, teniéndola a ella ahí, entre sus brazos, siendo la razón de esa sonrisa dulce que veía a diario, de esas noches imparables y de besos dulces que podían alejar a los fantasmas por días enteros. Le acarició el cabello y buscó sus labios, suspirando contra ella, las manos de Bárbara bajando junto a ella para poder erguirse y tomar esa pose de imponencia que tenía siempre, rehusándose a ser quien esta vez recibiera en lugar de dar. Rozó sus mejillas con los dedos y le sonrió una vez que se separaron.

- ¿Y?

- Creo que podría acostumbrarme a ciertos cambios, Mechita.

- Ten cuidado… - le advirtió con la voz algo ronca y una ceja elevada, haciendo que riese.

- Tú también deberías aceptar ciertas cosas – se lamió los labios mientras bajaba la vista hacia su pecho –. Ahora, pequeña, ¿me dejas a mí?