Agradezco todos los reviews y el apoyo brindando al fic nwn, igual lamento la tardanza en traer la actualización. Espero les guste el nuevo capítulo.
La casa seguía en silencio y Markus estaba postrado en el suelo de su despacho junto al pequeño charco de sangre que había quedado sobre la alfombra, el cual igual había teñido un poco sus dedos en un tono carmesí.
Su mirada parecía enganchada en el altar que le había hecho a su amada demonio.
Había jurado que su corazón sólo latiría por ella, y que su alma junto con toda existencia sólo le pertenecerían a Abrahel.
Markus ya había perdido la cuenta de los años en que los que había estado con ella, pero su rostro no mostraba ni una sola arruga como prueba de que el tiempo hubiese pasado. Su verdadera juventud ahora parecía un recuerdo tan lejano.
—Yo era tan feliz antes de encontrarte, al reprimir en mi llamada del sexo desde la adolescencia—el serbio recordó claramente aquel momento en que conoció a Abrahel y como ella lo guio por el camino del pecado.
Eso había pasado hacía más de un siglo atrás.
Era joven, nacido en una familia de pastores humilde, aunque él era muy débil ante su ambición: el dinero y el prestigio, buscándolos por el modo fácil. Había trabajado como siervo de varias familias ricas de la región, simpatizando con los altos cargos y aprovechándose de las supersticiones de la gente. Era alguien que había perfeccionado el arte del engaño, obsesionado con adquirir riquezas participaba en expediciones y cacerías para así codearse con gente importante, entablando simpatía con ellos y sacándoles dinero de varias formas.
Les vendía monedas desgastadas como insignias protectoras que alejaban a cualquier ente maligno, se hizo pasar un por un falso beato y como una persona simpática para ganar la amistad de aquellas personas con una fortuna envidiable.
Sin embargo, él estaba al tanto que sus trucos no siempre funcionarían y debía buscar la forma definitiva de hacerse rico. La respuesta a sus problemas fue encontrada durante una de sus expediciones por las catacumbas del Valle de Mosela, cuando dio con una insignia con una extraña inscripción, la cual no compartió con nadie y, al regresar a su modesta vivienda, la invocó.
Abrahel, mi reina. Te llamo, deseo conocerte.
Sin recibir respuesta alguna al principio.
A ese punto ya sentía que el equilibrio entre su mente y su espíritu se había quebrado.
Había sido un muchacho impresionable y codicioso. Envidiaba a los ricos con los que se codeaba y deseaba poseer lo que ellos tenían, e igual era débil hacía otra tentación: las mujeres. Aquellos seres tan bellos y malignos a la vez, que se reían entre ellas de los infortunios del resto. Ninguna caía en sus redes, le rechazaban ante el primer intento de coqueteo.
Cada noche intentaba invocarla, pero tuvieron que pasar semanas para que ella se apareciera. Cuando Markus ya estaba al borde de la desesperación, sumergido en la miseria y sin ningún apoyo, las supuestas amistades que había forjado comenzaban a verlo con desdén por su condición de pastor. Despreció a su familia y huyó, llevándose todas sus pertenencias caminó por horas hasta terminar perdiéndose en el bosque. Bajo la luz de la luna volvió a hablarle.
Abrahel, mi reina. Te llamo, deseo conocerte.
La naturaleza parecía responderle, los arboles se sacudían debido a la violenta corriente de viento y las nubes bloquearon toda luz que pudiera expedir la brillante luna. Una bella figura sin rostro apareció a sus ojos, manifestándose ante él con un ligero resplandor que delineaba su cuerpo.
Te escucho
Markus estaba sin habla contemplando aquel ser, que a medida que se acercaba a él su rostro se iba revelando, era una mujer a su gusto: de labios rojizos, piel perlada y bellos ojos verdes… y sabía que era falsa. Había invocado a un demonio, y en sus adentros sabía que los demonios no podían ser así de bellos. Sus labios temblaban, buscando internamente la fuerza para articular alguna frase o palabra.
Soy Abrahel, he venido aquí a cumplir tus deseos
Su voz se escuchaba tan hipnótica, tan seductora. Despertaba en él algo distinto, el deseo, ese sentir que hacía que su corazón latiera con fuerza y quisiera salirse de su pecho. Que su sangre se enfriara y su cuerpo no le respondiera, iba acercándose a ella, terminando de rodillas cuando la tuvo enfrente.
¿Qué es lo que deseas?
—Poder, riqueza… una compañera—Markus extendió su mano hacía ella.
¿Qué darás a cambio?
—Mi alma, mi cuerpo y mi vida a ti— el contrato se selló.
Abrahel tomó una figura humana, siguiendo a Markus como sombra ante todo su avance. Le dio la riqueza que quería y ella sería su compañera, se marcharon de aquel país y recorrieron los vecinos. Inventando identidades nuevas y dejando un rastro de oscuridad a su paso. Él seducía a las mujeres y Abrahel se alimentaba de ellas, al igual que la súcubo se alimentaba de los hombres que él le presentaba; así se mantenía viva y presente en el mundo de los vivos.
El serbio se hacía popular en cualquier lugar al que iba, codeándose con la gente importante y ganándose en cierto modo su amistad. Las personas lo consideraban alguien encantador, sin pensar siquiera que podía esconder esa galante sonrisa.
Y en los años reciente nunca se explicó porque Markus deseaba hacerse de una esposa. ¿Sería por estatus? ¿o por las insistencias de su círculo de amigos? Pero supuso que la respuesta más obvia era por su ambición, tenía una fortuna envidiable que iba creciendo conforme a los trabajos que conseguía por medio de amistades, sin embargo, la forma más fácil de conseguir una fortuna mayor era estar con alguien que la tuviera.
Markus le pidió ese deseo "Una esposa". Así Abrahel movió sus hilos, puso en el camino de Markus a Scorpius Lupei para que se ganara su favor y con el tiempo, aquel hombre lo comprometió con su sobrina. Fue después de la boda que Scorpius salió de su influencia.
Abrahel era clara en sus reglas cuando concedía sus deseos: Podría seducir a cualquier mujer, pero ese poder no duraría para siempre; tendría riqueza, pero si no sabía como administrarla la perdería; Abrahel se mantendría a su lado, siempre y cuando él obedeciera como buen ciervo; tendría a su esposa, pero cuando ella muriera él también lo haría.
Y de ahí su preocupación para mantener viva a Nicoleta.
Habiendo recordado aquellos pasajes de su pasado, Markus recordó su fuerza y su debilidad. Sabía que el poder que Abrahel le había concedido tenía sus limitantes, y apenas lo reflexionaba. En todo este tiempo que había estado con ella era por mutua dependencia, si no fuera por él, Abrahel seguiría oculta y sin ella, Markus no habría violado las reglas de la vida.
Volvió a su escritorio, tomando papel y preparando su tintero. Repasaba las indicaciones que le había dejado y se preparó para seguir cada uno de esos pasos. Él sabía muy bien como imitar la letra de Nicoleta, y así logro escribir una carta de despedida para su familia, para el mundo y para su amante. Guardó la carta en su bolsillo y después se paró frente a la alfombra de su despacho, admirando la mancha de sangre antes de mover la alfombra con cuidado y llevarla a la habitación de Nicoleta para quemarla en la chimenea. De ahí seguía el arma, el abrecartas lo dejó sobre la cómoda.
De ahí salió de la casa en un caballo, haciendo el menor escandalo posible cabalgo hasta el poblado más cercano. Paseó por las calles poco transitadas, cerca de los bares y burdeles. Levantaba la mirada al andar, buscando entre todos aquellos rostros bellos de las prostitutas más jóvenes a alguna que asemejara los rasgos de su esposa.
Casi al final de aquel tramo, en una esquina con poca luz vio a una muchacha temblorosa, no cabía duda de que apenas era una novata en ese mundo. El color de su cabello era el mismo, sólo la traicionaban aquellos ojos marrones y su estatura.
Habló con ella unos minutos y su encanto surgió efecto, convenciéndola que fuera con él en su caballo. Regresando de nuevo a su casa, subiendo hasta la habitación de Nicoleta.
La noche aún no terminaba y pudo gozar del cuerpo de aquella casi inocente criatura. La vistió con las ropas de su esposa y la tomó de aquella forma. Imaginando que estaba haciéndole el amor a la única mujer que jamás pudo tocar, que tanto lo había tentado con su presencia, pero que nunca cedió ante él. La voz de aquella chica era distinta, pero lo llamaba por su nombre y en su retorcida mente pudo imaginar a la otra persona, que dejaba su esencia en ella y en aquella cama donde la verdadera le había sido infiel.
Casi le dio lastima tener que repetir el mismo crimen esa noche. Otro cuello perforado y otra mujer agonizando a sus pies –Lo siento… pero hay cosas que debo cubrir—
La carta que había escrito con la letra de Nicoleta la dejó al pie de la cama. Limpio sus huellas del arma y la dejó caer en el charco de sangre que se formaba debajo de la chica.
Salió del lugar, caminando por los oscuros pasillos de su casa hasta que la luz del día apareció. El cadáver fue encontrado el día siguiente por una de las mucamas que llegaba a trabajar, y la noticia corrió rápidamente por el pueblo.
Atravesaron en bosque de una oscuridad tan opaca y glacial que un escalofrió recorrió el cuerpo de Vlad. Teniendo como único rastro de luz la lampara que Rayna llevaba.
Cuando finalmente iban deteniéndose, él joven médico pudo ver claramente una cabaña. Un sirviente se acercó a ayudarles con los caballos, el mismo que dejó salir un par de lágrimas al verlos. –¡Demasiado tarde!— dijo bajando la mirada con tristeza.
—No…—Vlad se imaginó lo peor, y en sus adentros rogaba que aquello fuera mentira… que Nicoleta había fallecido.
Rayna al parecer había tenido el mismo pensamiento, bajó de su caballo al igual que Vlad, lamentando la perdida –Ya que no se pudo salvar su cuerpo, entre a velar su descanso—
Vlad mostraba una expresión de tristeza tan desgarradora. Rayna lo llevó del brazo y lo condujo hasta el cuarto donde reposaba el cuerpo de la dama. Lloraba en silencio al comprobar que Nicoleta estaba muerta.
De ahí Rayna lo dejó solo con el cadáver.
Sólo había una pequeña luz iluminando toda la habitación. Sobre la mesa había un jarrón donde se hallaba una rosa marchita, dejando entender que la muerte había llegado a esa residencia de improviso. Él se arrodilló, sin atreverse a mirar de nuevo el lecho, pidiendo en silencio por el descanso de su alma, pero poco a poco se perdió en sus pensamientos, suspirando por pena.
Le pareció también que habían suspirado a su espalda y se giró involuntariamente. Era eco.
A causa de ese movimiento sus ojos se dirigieron hacía el lecho mortuorio que hasta entonces había evitado.
Las sábanas eran delgadas y dejaban ver a la muerta, acostada y con las manos juntas sobre el pecho. Estaba cubierta por un velo blanco de una finura tal que no escondían en lo más mínimo la forma encantadora de su cuerpo. Parecía más una estatua, una que tenía heridas en el cuello.
Vlad no podía dominarse más. El ambiente de la alcoba le embriagaba, el aroma febril de la rosa medio marchita le subía a la cabeza. Se levantó y comenzó a caminar por la habitación, deteniéndose a cada ángulo para observar a su amada bajo la transparencia del sudario.
Extraños pensamientos surcaron su mente, se imaginaba que ella no estaba realmente muerta y que aquello era sólo era una excusa para volverlos a reunir. Por un instante inclusive creyó verla mover la mano y que el sudario se caía.
Se acercó al lecho y miró con incertidumbre como ese reposo se parecía tanto a un sueño.
Roto de dolor se inclinó sobre ella y tomó el borde del velo, levantándolo lentamente. Era en efecto Nicoleta, tal como la había conocido, se veía encantadora como la primera vez que la vio, y la muerte parecía en ella una coquetería más. La palidez de sus mejillas, el rosa menos vivo de sus labios, sus largos y rubios mechones de cabello cubrían la desnudez de sus hombros.
Permaneció un largo tiempo contemplándola, y cuanto más la miraba, menos podía creer que la vida había abandonado ese cuerpo. Tocó levemente su mejilla, estaba fría.
Vlad se inclinó, quedando su rostro sobre el de ella y dejó que un par de sus lagrimas cayeran sobre sus mejillas.
La noche avanzaba, y él sabía que pronto tendría que volver a separarse de ella, por esa razón no pudo negarse a la tentación de dejar un beso sobre los labios de su amada muerta.
Una leve respiración se confundió con la suya y los labios de Nicoleta respondieron a la presión de los labios de Vlad. Sus ojos se abrieron y recobraron cierto destello, suspiró, extendió los brazos y retuvo a Vlad con un semblante de inefable éxtasis.
—¡Ah, Vlad, eres tú!—dijo con una extraña calma –¿Qué has hecho? Te esperé tanto que morí, pero ahora he vuelto y podremos estar juntos—
Vlad se había quedado helado, estremeciéndose cuando sintió el roce de la chica sobre su espalda.
—Te amo—había dicho Nicoleta, su voz comenzaba a volverse débil y buscaba las palabras que pronunciar como si el tiempo se le estuviese agotando –Ven conmigo cada noche, es todo lo que quería decirte. Hasta pronto—
Su cabeza cayó hacía atrás, pero continuaba abrazada a él, a modo de retenerlo. Un vendaval intenso abrió la ventana de la habitación. La luz se había extinguido y Vlad cayó desmayado por la impresión sobre el pecho de la bella muerta.
Cuando volvió en sí, estaba acostado en su cama, dentro de su pequeña casa en Siret.
Había una anciana quien al verlo abrir los ojos gritó y salió de la habitación.
Él se sentía tan débil que siquiera pudo articular una palabra ni hacer movimiento alguno. Ni tenía deseos de hacerlo.
La anciana había dejado en la puerta a alguien, Scorpius Lupei estaba en la puerta de su habitación vistiendo un atuendo por completo negro y en sus ojos mostraba apenas una señal de llanto. Aunque a Vlad aquella visita no le complació como debía.
Se acercó. Scorpius tenía en la mirada un aire penetrante e inquisidor que incomodaba al ucraniano. Se sentía confuso y culpable ante él, como si tuviera clarividencia y pudiera descubrir la turbación en Vlad.
Mientras el mayor le preguntaba por su salud en un tono melosamente hipócrita, clavaba en Vlad sus pupilas rojizas y parecía hundir su mirada como una sonda hasta su alma. Después se interesó por la forma en que llevaba su trabajo, si estaba a gusto, preguntando por como empleaba su tiempo libre o si había entablado amistad con los habitantes del lugar y detalles parecidos.
Vlad le contestaba lo más brevemente posible, y él mismo, sin esperar a que terminara ya pasaba a otro tema. Él se percató que aquella conversación no tenía nada que ver con lo que Scorpius en verdad quería decir. Luego, sin preámbulos le dijo en una voz clara y cercana a quebrarse aquella noticia que no habría querido saber por segunda vez:
—Mi sobrina ha muerto recientemente, vine aquí en cuanto me enteré, el viaje hasta aquí duro un día a caballo y llegué a despedirme de su cuerpo antes de ser enterrado— su expresión seria estaba por convertirse en llanto, el cual luchaba por contener.
Una sensación fría recorrió la espalda de Vlad, al igual que un pensamiento se clavó en su mente "Ella no puede estar muerta y si lo está…" palpó sus labios, recordando el como se sentía aquel beso con ella.
—Al parecer Nicoleta, no estaba del todo bien y ella misma causó su propia muerte—explicaba esperando no ser muy explicitó –Se atravesó el cuello con un cuchillo y se dejó desangrar lentamente, cuando la encontraron no pudieron hacer nada, estaba muerta—
Vlad no pudo evitar estremecerse ante la mención de Nicoleta, y la noticia de su muerte, además del dolor que le causaba por su extraña coincidencia con la escena nocturna de la que fuera testigo. Se sumió en una perturbación y un espanto que se lograron pintar su rostro a pesar de hacer lo posible por controlarse.
—Escuche en el funeral ciertos rumores, Markus no me ha confirmado nada, pero… la gente dice que te involucraste con ella— Scorpius le lanzó una mirada inquieta y severa, luego añadió –Siento que soy responsable de que todo esto sucediera—
—Usted no le dio el cuchillo, ni fue usted quien se metió en su matrimonio—expresó Vlad evadiendo el contacto visual –¿Hace cuánto la encontraron?—
—Hace tres días.
Vlad palideció ¿había estado tanto tiempo en cama? No entendía, no tenía sentido nada de lo que estaba ocurriendo. Ahora volvían a él las escenas de aquella noche, Rayna era testigo de su ultimo encuentro con Nicoleta y de su muerte… ¿Acaso ella no estaba enferma? ¿No murió en su cama? ¿No estaba él presente para despedirla y luego cuando despertó de su muerte?
—Su cuerpo fue enterrado hoy, y por desgracia no podré irme de este triste lugar hasta arreglar ciertos asuntos con Markus… quiere vender la casa y regresar a Serbia, pero la propiedad no está a su nombre.
El ucraniano aguantaba la ira al escuchar aquel nombre. Algo le decía que ese hombre tenía mucho que ver con la muerte de su amada, debía estar escondiendo algo más… y lo iba a descubrir.
—¿Cómo sabe que él no la asesinó?
—La criada afirma que él estaba en otro pueblo aquel día.
Apretó los puños –También puede afirmar que los muertos se levantan— estaba temblando –Que hablan, que Nicoleta no está en esa tumba—
Scorpius asintió, se levantó y lo tomó por los hombros, clavando sus dedos con cierta fuerza en ellos –Hijo mío, debo advertirte, Satanás tiene garras largas y las tumbas no siempre son de fiar—
Intercambió miradas con él, al parecer se percataron que tenían sospechas cercanas.
Scorpius había pasado ya una semana en Siret, Vlad no volvió a verlo en todo ese tiempo y por su parte había regresado a sus actividades habituales.
El recuerdo de Nicoleta y las palabras de aquel hombre estaban presentes en su mente. Sin embargo, ningún acontecimiento extraordinario había venido a confirmar las previsiones de Scorpius, y Vlad comenzaba a creer que sus temores y terror eran demasiado exagerados.
Pero esa noche tuvo un sueño. Apenas había probado los primeros sorbos del sueño cuando escuchó abrirse las cortinas de su habitación y correrse las anillas de la barra con un ruido estrepitoso.
Se incorporó de golpe sobre los codos y vio ante él la sombra de una mujer. Enseguida reconoció a Nicoleta. Sostenía una lamparita como las que se depositan en las tumbas, cuyo resplandor daba en sus dedos afilados una transparencia rosa que se difuminaba imperceptiblemente hasta la blancura opaca de su brazo desnudo. Su única ropa era el sudario de lino que la cubría en su lecho de muerte, tan blanco que se confundía con el color de su carne a la pálida luz de la lámpara.
Envuelta en esa tela tan fina parecía una estatua de mármol en lugar de una mujer viviente. Muerta o viva, su belleza seguía siendo la misma. El rojo brillar de sus ojos estaba más marcado a comparación del resto de sus facciones, sus labios estaban teñidos de un rosa más débil y tierno semejante al de sus mejillas. Pero a los ojos de Vlad, estaba encantadora, tanto que su inexplicable presencia no le causó temor alguno.
Ella dejó la lámpara sobre la mesa y se sentó a los pies de la cama, después se inclinó hacía él sonriendo. Pudiendo ver en aquella sonrisa como dos filosos colmillos se asomaban fuera de sus labios.
El hombre escribía a la luz de una vela, descansando de las discusiones que había tenido con Markus referente al título de la casa que seguía a nombre de su sobrina.
Suspiró cansado y se frotó el entrecejo. Quiso bajar a la cocina a prepararse un poco de té, dejando sus papeles y tintero sobre su escritorio.
La casa estaba en silencio, algo que le incomodaba un poco ya que escuchaba sus pasos haciendo eco por todo el lugar. Preparó su té y se dispuso a regresar a su habitación, podía caminar bien entre lo oscuro que estaban esos pasillos.
Le sorprendió que la vela de su escritorio se hubiese apagado. Dejó su taza a un lado y volvió a encenderla, notando igual que la tinta se había caído al suelo y en una de sus hojas alguien había escrito unos párrafos con una historia que no comprendía. Y las palabras habían sido trazadas con intensidad, marcándose igual en la madera del mueble. Los párrafos decían lo siguiente:
A mitad de un amplio bosque había una cabaña aparentemente solitaria. Cualquier viajero curioso que se acercara a la ella durante el día podía ver desde el marco de la ventana a una hermosa joven dormir profundamente. Cubierta con un velo en su pose fúnebre. No como una princesa que espera por el beso que la despierte de su sueño eterno, no, ella esperaba a la noche para que la misma oscuridad le devolviera la vida.
Quienes pasaban a mitad de la noche la veían de pie afuera de la cabaña, quedando encantados con su bello rostro, con la belleza que poseía y que sólo pudo haber sido igualada por la misma Lilith. Los que se atrevían a acercarse a ella se perdían en sus encantos, y en su inocencia los hacía perder hasta el alma por el beso de esa belleza que había sido maldecida por el demonio y la muerte.