NA. Solo como recordatorio (? Esta no es una historia de amor.
Capítulo 5
Cerró los ojos y se tomó un momento para tratar de pensar en lo que diría, en las palabras que debía utilizar de forma cuidadosa si quería de algún modo arreglar todo aquello. No pudo pensar nada ordenado o adecuado y se rindió a la brevedad, bajó los hombros con resignación y se aferró a su pequeño morral azul colgando a su lado como si este fuese a darle fuerza o entereza para enfrentar lo que venía.
Suspiró entrecortado y sin dar un segundo más a la meditación o duda extendió su mano a la puerta frente a él, la cual tocó vacilante sin obtener una respuesta. Él entendía que la persona dentro sabía de sobra que se trataba de él, que lo iba a ignorar como hacía siempre y que lo dejaría de pie frente a su casa la vida entera si era necesario, y él sabía también que ella tenía derecho de hacer eso, de hacerlo morir ahí en su espera.
Llevó su mano a la puerta para intentar abrirla por mera reacción; la encontró abierta para su sorpresa y entró al instante inmediatamente después de que corrió la pieza de madera a aún lado, ansioso y nervioso al encontrar aquella casa en la que prácticamente había vivido años atrás. De nuevo su mente le pidió pensar en lo que haría, pero ni siquiera podía articular media idea en sus pensamientos antes de que todo se viniera abajo en contradicciones y escenarios donde él terminaba con el rostro destrozado, de nuevo, su cerebro le repitió que se lo merecía si así sucedía.
No se permitió vacilar y caminó por la casa con pasos lentos y suaves, como si no quisiera hacer el más mínimo ruido, como si no quisiera alterarla y orillarla a salir corriendo como siempre hacía, fue cauteloso al extremo aún a sabiendas de que era incapaz de lograr esconderse de la bandida ciega, lo intentó por alguna razón.
Se sintió estúpido cuando llegó a la sala y la encontró tirada en el sofá comiendo alguna cosa frita con desinterés y flojera pegada en su rostro serio. Sus ojos vacíos y extremadamente claros permanecían clavados en una pared, incluso siendo ciega se notaba en ellos el aburrimiento y el hastío, se filtraba la incomodidad y la furia que él atribuyó a su presencia, por supuesto, no se equivocaba al respecto de eso.
— Estaba abierto... así que yo solo... — trató de justificar el allanamiento a su hogar, pero frenó su explicación ante la nula inmutación, ante la seriedad que en su silencio parecía gritar más fuerte que su voz, ante la furia contenida en aquel cuerpo que cortaba con filo la escena y lo dejó sin aliento. — Toph... yo... — comenzó en un tartamudeo torpe mientras trataba de improvisar lo que diría, el primer paso de todo eso era estar ahí en primer lugar.
— Lárgate — sus palabras y su titubeó se vio interrumpido por la orden corta y ácida que soltó la chica, quién al tiempo terminó de masticar lo que tenía en la boca y se puso de pie en brevedad, dándole la espalda y comenzando a alejarse lentamente por el pasillo con dirección a su habitación.
— Espera, por favor... — rogó apresurado, escogiendo las palabras que tenía que decir antes de que ella se marchara totalmente, debía aprovechar los segundos que le daba su huida para decir lo suficiente, para hacerla quedarse. — Lo siento — fue lo primero que soltó, lo primero que debía de haber dicho cada vez que la tocaba y la hería, la palabra mágica que intentaba absurdamente cubrir los errores de todas sus malas decisiones. — Perdóname, Toph, por todo — ella frenó apenas un par de segundos, pero la incomodidad no se fue, solamente frunció el ceño en enojo, en lo patético y fuera de lugar que ahora le sonaba todo eso. — Sé que... sé que tenías algo bueno con Zuko y lo arruiné todo... ¿no? — ella suspiró al oír aquel nombre y agachó el rostro suavemente ante la culpa que aún aquejaba en su interior, que le dolía y la ensombrecía en todo momento.
— Eso es evidente, ¿qué con ello? Tus palabras no harán que todo eso no haya ocurrido, tus disculpas no lograran que él me perdone — siseó en respuesta entre sus dientes apretados y una expresión amenazante que él no pudo apreciar por tenerla de espaldas, pero que sin duda sintió en toda la piel, la mujer destilaba rencor y furia que él respiró dificultosamente.
— Lo sé... es solo qué... necesito decirte algo — tomó unos segundos para llenarse de valor aprovechando que Toph permanecía quieta en su lugar y de alguna manera le estaba dando la oportunidad de hablar, quizá no entendía del todo que Toph estaba considerado un ataque en su contra ante la más mínima estupidez que pudiera acabar con su casi extinta consideración por su vida. — Te extraño tanto... a ti y a Lin... — comenzó, algo aglomerado con todo lo que tenía para decir, con el abrirse totalmente y decir algo coherente por primera vez a la mujer frente a él. Ella sin embargo soltó una risa seca y sin gracia ante aquello y negó por mera reacción.
— Lin no es tu hija, Sokka, ya supéralo — soltó Toph con evidente saña y Sokka asintió a aquello, un tanto dolido aún por aquella idea que lo había hecho doblegarse en el pasado en más de una ocasión.
— Lo sé, Toph, pero eso no impide que me preocupe por ustedes — de nuevo otra risa cargada de ironía abandonó los labios de la chica, quién finalmente giró a él y lo apuntó con su fino dedo sin dignarse a virar sus ojos a su dirección.
— ¿Preocuparte? El otro día ya dijiste demasiada mierda de tu boca mentirosa, ¿Es que no tienes suficiente aún? — Sokka se encogió en su sitio ante el regaño, ante la voz poderosa que lo intimidó y lo hizo querer salir corriendo, pero ya estaba cansado y harto de seguir huyendo de la realidad, de seguir huyendo del momento en que la verdad de su ser tuviera que interpretarse en palabras y finalmente se lo dijera a ella.
— Estoy realmente arrepentido por todo el daño que te he hecho — siguió con calma lo que iba a decirle, ella frunció ante aquella pasividad, ante la forma en la que latía su corazón y no había caído en sus provocaciones, que no estuviera gritando y despotricando absurdeces como siempre hacía, y ella no podía con eso, si él mostraba debilidad, si él mostraba sentimientos, ella terminaría por desmoronarse, últimamente no podía ser lo suficientemente fuerte para mantenerse entera a sí misma, prefería que se mataran ahí mismo a permitirse charlar.
— El arrepentimiento no vale cuando se llega tarde— replicó, ofendida, sintiendo a través de sus pies el dolor que se repitió en el pecho del moreno.
— No es tarde, Toph, aún no — caminó dos pasos a ella y esta se tensó, obligándolo a detenerse con su rostro asustadizo y tocado que a él le hizo odiarse, le hizo sentirse mal por el efecto que su presencia tenía sobre esa mujer, que fuera exactamente lo contrario a lo que él deseaba en ese momento, a lo que él siempre esperaba, a los brazos abiertos que siempre soñaba. Ahora, reacia y lejana incluso parecía tenerle miedo.
— No vengas con eso de nuevo, ya no quiero oír nunca más tu voz, ¿no lo entiendes? ¿Qué esperas que haga? ¿Quieres que vuelva a lo de antes, a esa porquería? ¿Quieres tenerme y luego marcharte para variar? Ya basta, Sokka, ya no tenemos quince años, para de una vez con todo... esto. Si Zuko me perdona, incluso si no lo hace, no quiero volver a ti... no quiero volver a eso — retrocedió un poco retomando así los metros de distancia que había entre ellos para seguir hablando y siendo así de fuerte, para no dejarle ver qué se sentía abandonada esta vez por todos, que no había ya más un hombro donde llorar, que en esta ocasión incluso ya no había lágrimas que derramar, todo se quemaba y se llenaba en su interior, se acumulaba doloroso en el alma, en el vacío de su corazón.
— No Toph, no quiero lo de antes tampoco, yo... ya no quiero equivocarme. Sé que no hice las cosas de la manera correcta en mi egoísmo por tratar de retenerte y te lastimé... y lastimé a Zuko también... yo, todo es mi culpa, pero ahora quiero hacer las cosas bien... — de nuevo la risa socarrona sonó en el aire y Sokka apretó los labios, impaciente y desconcertado con esa actitud, con la incredulidad con la que Toph le dejaba en claro que no creía en él, incluso si podía notar por sus latidos su sinceridad, había algo más fuerte en su razón que le suplicaba no volver a confiar en él. Ya había recibido demasiado daño en el pasado por hacerlo, por aceptar su modo de juego, por creer que permanecería con ella hasta el final.
— ¿A qué vienes? Ve al grano para poder terminar esto de una vez, me estoy cansando de tu presencia — no soportó el rodeo y la vaga insinuación, escucharía lo que diría de forma resumida para que de una se fuera de ahí, para poder pensar tranquilamente en lo que iba a hacer y poder seguir con su vida de una vez, para no sentir la tentación y no creer, no ceder en su discurso absurdo y largo que buscaba enredarla en una idea que desde el comienzo seguramente no era buena.
— Te amo — soltó sin más, nuevamente al tiempo de decirlo cortó la distancia suavemente. Toph levantó las cejas en sorpresa y extrañeza, quiso girar sobre sus talones e irse porque aquello le resultó tan fuera de la realidad que seguramente había oído mal, que lo estaba alucinando como cuando era una niña, que eran unas palabras tan ensayadas en su mente y tan puestas en millones de hipotéticas situaciones que no había duda que una más había salido de su dolida mente. Pero no lo fue, y perdida unos momentos en el shock de aquello la dejó lo suficientemente distraída para no notar que la distancia con Sokka había reducido a nada y sus manos gruesas sujetaron las suyas con una delicadeza que la descolocó, con tanta veracidad que resultó desgarradora al tacto, que la hizo temblar, como siempre, una vez más.
— ¿Haces toda esa mierda y luego vienes a decir eso como si nada? ¿Qué esperas que haga? ¿Qué te perdone? ¿Qué te diga que yo también? — el temblor en su cuerpo aumentó por la creciente ira que resultó de su pecho una vez que la impresión se fue a un lado. Agitó sus manos y quitó las del otro sobre de ella, teniendo el valor para retroceder hasta dar con la pared que por su distracción no sintió y la hizo impactarse ligeramente.
De nuevo los ojos de miedo brillaron en ella y Sokka miró con tristeza su reacción, la forma en que la había dañado al punto que la más sincera y honesta de sus palabras, de sus sentimientos, era sencillamente rebajada a la nada, puesta en duda, cuestionada hasta que caía en lo absurdo, en una imposibilidad. Pensó en andar de nuevo a ella y estrecharla entre sus brazos para calmar esa debilidad que se filtraba en sus finas facciones, pero no era otro sino él el único causante de aquella reacción y el miedo se repitió de ella a él y se vio parado al final de la línea, se vio empujado por todos sus errores a un vacío, a un punto sin retorno, a una esquina donde ya no podía dar la vuelta, donde ya no había solución. Negó ante esa premisa, ante la evidencia de que había perdido su oportunidad y era momento de dar la vuelta para dejarla finalmente ser libre, para dejar de lastimarla. Su necesidad de correspondencia le impidió salir de ahí, por supuesto, sus deseos de redimirse le ataron los pies al suelo irremediablemente.
— Sé que sientes lo mismo, Toph... siempre lo has hecho y yo he sido un idiota por no darme cuenta de lo que sentías, de lo que yo sentía... pero, si crees que no es tarde aún, si para ti es igual de difícil... tú y yo podríamos estar juntos... — su corazón brincó por la emoción dentro de su pecho y las palabras recitadas por Sokka inundaron de pronto su pensamiento, pintaron de un color desconocido el todo y las fantasías quedaban muy por debajo de la sensación que ahora realmente sentía. Quiso corresponder a la brevedad, quiso aceptar antes de que la fantasía se desvaneciera otra vez, tuvo miedo de que de pronto fuese a despertar sola en su cama como cada día y supiera que era otro tonto e infantil sueño, quiso aferrarse a todo eso antes de que la vida arrastrara fuera de sus manos esa oportunidad. Pero de nuevo la traición se cernió alrededor de ella y el miedo la abrumó, la duda la azotó y la contracción considerando el todo la empujaba a evadir nuevamente esa idea, a no terminar de creerla, a remarcarle que aún tenía asuntos pendientes con alguien más.
— No sabes si siento lo mismo, ni siquiera yo lo sé — mintió, porque quizá al fondo de su pensamiento ya lloraba desconsolada e imploraba sus brazos que tanto anhelaba. — Además, está Zuko... y yo...
— No lo amas — se adelantó el hombre y cortó con lo que sería un titubeo extraño donde ella trataría de defenderlo. Ella apretó los labios un momento ante la interrupción frunciendo en disgusto ante la forma tan firme y segura que Sokka afirmaba aquello, que pasaba sobre él, que cruzaba a través de ella sin el más mínimo remordimiento.
— ¿Y por qué lo dices? Él me ayudó cuando nadie más lo hizo, me apoyó, cuidó de mí y de Lin mientras tú te paseabas con cualquier tipa que te guiñara el ojo — atacó de nuevo en aquel hecho que desde el principio había interferido en su relación, que era la herida sangrante entre ambos. Sokka negó y se maldijo, se reclamó lo estúpido que fue y la manera tan imbécil que había manejado la situación, tan desconsiderado que había sido sencillo llevársela de su lado.
— Lo que sientes por él se llama agradecimiento, no amor — replicó ante todo, si dejaba un momento filtrar su duda, su flaqueza y su propia noción de que el Señor del Fuego era evidentemente y por mucho mejor opción que él, entonces se estaría dando por vencido sin siquiera intentarlo, le dejaría el camino libre a Zuko, a la infelicidad de ella, a la infelicidad de él mismo si se iba de su lado.
— Al menos es algo en comparación de lo que siento por ti — bramó, sin pensar en algo más para contradecir, sin poder siquiera articular una frase en donde dijera que amaba a Zuko, no podía ni siquiera sacarlo de su boca, no podía mentir así. — Me das asco — su voz se atoró al decir eso y volvió a darle la espalda, estaba roja por todo lo que se revolvía y no quería demostrar más debilidad, no sería ella misma si lo hacía.
— Tal vez tú seas la experta en saber si alguien dice la verdad, pero hasta yo sé que eso es mentira — no hubo respuesta o reacción por su parte y tras aferrarse a su necedad volvió a andar a ella hasta frenarse a sus espaldas y dejarla acorralada entre su pecho y la pared clara a unos centímetros de su rostro. — Lo que sientes por mí es lo mismo que yo siento por ti, ¿no? — de nuevo nada, Toph tembló inevitablemente y sintió su lengua pesada en su boca, la sintió inutilizada, cansada y terriblemente confundida, de pronto parecía que todo lo que fuera a decir estaba mal. —Si no fuera así… no hubiera pasado lo de ese día… — hizo alusión a su encuentro en la estación de policía y la chica frunció en el dolor de esa herida, en el asco que aún se daba ella misma por ser la principal participe en esa traición, por recordar el dolor que sintió brotando de Zuko, en el todo que revuelto se volvía terriblemente nauseabundo.
—Lárgate — volvió a decir en apenas un vago hilo de voz, apretó los ojos rudamente cuando la respiración de él dio contra su cuello y sus manos se posaron en sus hombros. Se encogió suavemente pero no tuvo la fuerza para arremeter en su contra, para alejarlo con brusquedad como merecía. — ¿Qué más quieres de mí, Sokka? ¿Qué quieres que diga? Yo… ya no sé qué hacer — su voz ahogada chocó con la pared y los dedos de él la acariciaron sobre la ropa consoladoramente, cálida y gentilmente hasta el punto que ella sintió que dolía, que lastimaría y se llevaría su piel consigo si se alejaba un centímetro, si la dejaba sola una vez más.
—Quiero que decidas… que elijas lo que realmente quieres, incluso si no lo merezco, incluso si no parece correcto… debes hacer lo que realmente dicta el corazón… lo que te hace sentir viva — apretó su agarre en ella y esta pareció más pequeña al encontrar refugio bajo su tacto, al dudar hasta un punto demencial en su lugar, al quebrarse como si estuviera hecha de arena y ahora se removiera bajo la tempestad del viento.
¿Elegir? ¿Por qué de pronto la vida se reducía a eso? ¿Por qué ante su ser se pintaban un montón de ideas de las que tenía que ser consciente y meditar para poder hallar una respuesta a un camino, al sendero de su vida, al determinante concepto de seguir andando y saber que estaba haciendo lo correcto? Quiso abrir la boca y responder de inmediato pero no hubo cabida para una respuesta fehaciente, hacer lo correcto y hacer lo que quería el corazón se contradecía gravemente. Quería que todo estuviera bien, con Lin, con ella misma, con su vida, con todo lo demás, y sabía que no había otro modo de que las cosas pudieran ir mejor que con Zuko, con el hombre que le había dado todo, que la había respetado, que le había regresado la confianza en sí misma y la había amado. Era fiel, era amoroso y dulce, era terriblemente bueno en todo e indiscutiblemente fuerte, era el más valiente… pero no era Sokka.
— Yo ya había creído en ti… ¿cómo esperas que ahora piense que todo estará bien? ¿Cómo quieres que crea que las cosas serán como antes? — cuestionó a él, a ella misma, a la vida o quizá al nada, a la duda que gritaba, al eco tormentoso del dolor que albergaba en el fondo de su pensamiento resonante e insistente que podría haberla llevado ahí mismo a la demencia.
— No espero que lo hagas… — ella se sorprendió ante aquella respuesta, quedándose firme y expectante en su lugar. — Porque las cosas no serán como antes. Porque no mereces volver a eso, y no me refiero sólo al supuesto hecho de tratarnos como amigos, me refiero al todo, a todo esto, no mereces esto, no quiero esto. Nada de aquí — sus dedos volvieron a trazar caricias cortas en sus hombros antes de parar y mostrar con su firmeza la seguridad de la idea que tenía para decir. — Vámonos, escapemos, huyamos a las montañas fuera de toda esta basura social… sé que nunca te ha gustado la gente ni toda esa adulación innecesaria. Vivamos en el bosque, en un pantano, en el campo, donde sea, a donde nos lleve el viento… tú, Lin, tierra, tejones-topo, pasto creciendo bajo tus pies y…
— Y tú… diciendo alguna tontería y revoloteando alrededor — completó ella la idea con su propio concepto de mundo perfecto, ese que tantas veces había fantaseado, ese por el que le daban ganas de soñar, de respirar.
Se giró finalmente a él y quedó entre sus brazos, entre el mundo hecho carne que la sostuvo y pegó a él con demencia, con posesión, con anhelo y gratamente con sincero amor. Se aferró a él y sintió que podía respirar luego de tanto tiempo de haberse sentido bajo el agua, de haber tragado la asfixia y llenado sus pulmones de un vacío desconsolador. Él la acogió y la besó con lentitud, como deseando que se congelara la vida ahí mismo, que pasara la eternidad en el instante que existía sinceramente entre sus brazos, entre la epifanía moribunda que siempre da la resolución de encontrar el equilibro entre el amor y la paz.
Toph había elegido.
Había encontrado una respuesta.
Había decidido arriesgarse a sentir.
Había retado a la vida a su irremediable gravedad, tentaba al destino con su presurosa y obvia decisión guiada enteramente por sus siempre nobles y sinceros sentimientos.
Empezó entonces ahí, aferrada al hombre que amaba un nuevo paso, un nuevo nivel que era también un tambaleante sueño…
Los sueños, sin embargo, siempre tienen que terminar.
[…]
— ¿Cuándo volverás? — preguntó, ansiosa. Giró su rostro a él y este la miró con admiración y ternura, con pasión y tanto amor que parecía que en lugar de estar a punto de marcharse la tomaría ahí mismo y la arrastraría a la cama, a entregarse, a darle amor. Necesitó apartar la mirada para concentrarse en el entorno y poder responder, para regresar a la realidad.
—No creo tardar demasiado, solamente una o dos semanas — Toph se encogió de hombros ante esa respuesta y asintió sin remedio ante esa decisión. — Pasaré a ver a mi padre en el camino, le diré que no puedo quedarme como Jefe de la Tribu Agua del Sur… también le diré que renunciaré como jefe concejal, así aprovecharé el viaje y terminaré de una vez más con todo… así podremos irnos de una vez — ella asintió, entendiendo y apoyándolo en esa decisión.
—Bien, aunque no sé porque tienes que ir tú, ¿qué no se supone que Aang es el Avatar? — Sokka suspiró y asintió, mirando pensativo a un lado antes de responder con la pesadez que le causaba todo ese tema.
— Ya me había comprometido con hacerlo, además que el Loto Blanco me lo pidió como un favor personal, si voy yo, entonces no se levantarán sospechas y podré buscar y averiguar sobre esos tipos maestros sangre, si fuera Aang o Zuko seguro que los alertaría y los haría huir. Además, es mi pueblo, debo protegerlo — Toph resopló pero terminó por sentirse convencida, aunque no por eso más feliz.
—Desearía poder ir contigo — Sokka rió ante lo tierna que había sonado y la amó más de lo que podía, se arrepentía de no haber formalizado muchos años atrás, a pesar de llevar dos cortos meses de finalmente considerarse una pareja estable las cosas habían cambiado entre ellos de forma radical, se sentían sinceramente felices.
—Lo sé, también quisiera pero es un asunto secreto, ni siquiera estoy seguro si Aang o Zuko saben sobre esto, no pueden alertar a todos aun si realmente no tenemos pruebas, por eso necesito ser yo — cerró la pequeña maleta que tenía frente a él al decir eso y le sonrió con confianza incluso si ella no podía verlo.
—Bien, esperaré hasta tu regreso para renunciar a la Jefatura de Policía — el asintió brevemente, soltó un largo suspiro y luego colgó en su hombro la bolsa con algunas cosas que llevaría al partir. — Lin te extrañará mucho si no vuelves pronto — la sensación de Deja Vu sonó en su cabeza ante esas palabras y apretó los labios, extrañada, asustada con el recuerdo vivo aun del momento en que su relación con Zuko se había ido al colapso apenas un par de meses atrás, había sido asediada exactamente por esas mismas palabras. —Yo voy a extrañarte — trató de corregir para cubrir la sensación de pánico que de pronto había nacido de su mente.
El moreno asintió, totalmente ignorante y ajeno a los pensamientos de la chica, simplemente lamentaba tener que separarse cuando llevaban tan poco tiempo de finalmente estar juntos. Le acarició la cabeza un momento antes de decidirse a partir, volvería a su propia casa antes de marcharse en la mañana al polo sur aparentando una visita a su pueblo, o más bien, una huida, porque nadie en Ciudad República sabía que él partiría, así que trataban de asumir que él sencillamente se había ido al Polo Sur por razones que serían meramente desconocidas.
La miró de nuevo y sintió que de pronto ya no había necesidad de usar la voz, existía entre los dos aquella conexión que desde hacía muchos años atrás los unía y complementaba, y agradecía también que a pesar de que mucho había cambiado, lo que siempre permanecía ahí, flotante y latente, era esa amistad de fondo, esa forma estupenda de congeniar, ese cúmulo absurdo y desbordante de errores que los hacía encajar perfectamente el uno sobre el otro, que los hacía ser ellos mismos al final del día, que los hacía agradecer amanecer con vida.
—Me tengo que ir — soltó con pesadumbre mal disimulada. Toph asintió y se movió hasta estar frente a él para darle una despedida breve pero afectiva.
Abrió la boca pero no salió nada, no quería que él se marchase con la impresión de que la dejaba preocupada o demasiado ansiosa y desesperada. Le regaló una sonrisa y apretó su mano un momento antes de dejarlo partir. Sokka la miró largos segundos antes de darse la vuelta y decidir marcharse, la gente en la Ciudad comenzaba a rumorear de nuevo acerca de ellos pero en realidad para todos seguía siendo un misterio, querían mantener lo suyo como lo que era, un secreto, un apartado lugar del que no se podía hablar, donde no querían que nadie más entrara o se filtrara en su demasiado fresco circulo de amor.
Lo sintió detenerse en la puerta y supo que estaba mirando hacia atrás, que estaba contemplándola con ojos grandes y suplicantes desde la distancia, que vacilaba. Ella, de entre toda su vida, siempre iba a desear que fuera solo ahí que el mundo le hubiera regalado unos segundos de vista, le reclamaría a la existencia misma siempre el hecho de que al mirar al frente solo hubiera encontrado oscuridad, que no hubiera podido verlo parado en la puerta mirándola con cariño, con esa media sonrisa coqueta que siempre le daba a pesar de que por ella jamás sería contemplada.
No hubo palabras de despedida, solo silencio y su mano tímida al viento diciéndole adiós. Sokka cerró la puerta una vez correspondió aquel invisibilizado acto, marchándose con una sonrisa en los labios, con la premisa de su nueva vida, con la presura de que aquello terminara tan rápido como pudiera para poder regresar, para renunciar a todo y que el mundo se enterara de lo que había entre los dos, para poder llevarla a un lugar tranquilo y ser finalmente ellos dos en totalidad, viajando por el mundo, acampando, quedándose en medio de un loco y solitario pantano.
Toph, dentro de su hogar, dejó ir un suspiro y se dejó caer en una silla cercana. A su mente vino todo de nuevo, como un golpe, como cada vez que Sokka la dejaba sola y se tenía que detener a pensar. Tenía la impresión de que el tiempo había retomado su curso cuando decidió volver a estar junto a él, que no había pasado un segundo desde la última vez que habían estado juntos, incluso cuando habían pasado muchos años, incluso cuando ella había estado con alguien más.
Tomó aire fuertemente y la herida que ocultaba le dolió en el alma, se lamentaba todo lo hecho y todo lo que había salido mal. Zuko no había tenido la culpa de nada, y ahora estaba herido en el orgullo y severamente traicionado, había sido el más lastimado entre todo eso cuando él en realidad todo lo había hecho bien. No dudaba que posiblemente él supiera ya a esas alturas que ella había tomado una decisión, sin embargo, sentía menester ser ella quien le dijera algo, no podía caer más bajo y sencillamente hacerse a un lado y fingir que todo estaba arreglado, fingir que las cosas se estaban dando por sentado.
Odió no saber escribir y odio también que fuera tan reconocida y que todo estuviera tan nublado y tan confuso como para poder pedirle el favor a alguien más para hacerle llegar de su parte una carta, incluso si lo pensaba más a fondo decirle aquello tan personal y tan íntimo sólo por un mensaje tan vago seguramente estaría mal. Tendría entonces que viajar a la Nación del Fuego para arreglar las cosas con él, para no hacerlo sentir peor, para tratar de arreglar las cosas y con suerte intentar ser amigos de nuevo, aunque sonara a una imposibilidad.
Hubiera deseado salir de inmediato y reunirse con él, pero ahora mismo tenía demasiados asuntos pendientes en la policía que tenía que arreglar antes de poder renunciar en unas semanas cuando Sokka volviera, sabía que debía de terminar a tiempo todo aquello para no dejar en malas condiciones el equipo policial de la ciudad y era más que necesaria su constante presencia en la oficina principal. Se llenó de seguridad y decidió continuar firmemente, se prometía a sí misma hablar con él cuando Sokka volviera, lo haría una vez estuviera todo hecho para poder explicarle todo y que ambos pudieran cerrar juntos aquel ciclo, para dejarlo tranquilo, para poder ir en paz.
Decidió esperar las semanas que fueran necesarias, decidió prolongar la agonía de un hombre que no lo merecía, decidió dejar una nebulosa confusa pintada en los ojos dorados y dolidos de un poderoso líder de una Nación. Lo dejó, así, a medias, en la incertidumbre de su egoísmo que era también la fuente de sus sueños, de la ilusión fantasiosa e idealista que se reservó, de un veneno que corría y que ella no veía, lo dejó bajo el yugo de la mera interpretación, bajó el sombrío estado del secreto, de lo tardío, de otra mala decisión.
[…]
Extendió otro pergamino frente a él y sus ojos se movieron rápidos sobre las letras a las cuales no les prestó la más mínima atención, simplemente hizo lo que últimamente fingía hacer, demasiado ocupado con la aristocracia de su Nación que se encerraba todo el día todos los días en los últimos dos meses a exigirse más de lo que siquiera un humano podría hacer.
No entendió nada de lo que supuestamente leyó y se quedó así por lo que pareció la vida entera, pedido en la nada, en su soledad, en la presión de su pueblo y en la pérdida de su motivación. Intentó una vez más concentrarse en lo que tenía delante y de una vez terminar con el papeleo del día pero apenas trató de comprender lo que decía la objeción de su cerebro le picó y cayó en la resolución de que no importaba si terminaba antes o no, no había diferencia, no cambiaría nada y fuera de su despacho no tenía nada que hacer o a donde ir, nadie lo esperaba en la cama o en algún lugar con una sonrisa en el rostro, quedarse a morir ahí o salir de una vez a tomar un descanso no tenía una verdadera diferencia.
Se dejó caer en su elegante silla y lanzó a un lado el pergamino que solo Dios sabía lo que decía. Clavó sus ojos claros al techo y de nuevo su cabeza volvió a lo que ya lo tenía cansado y hastiado, a lo mismo de siempre. Había sido cambiado, esta vez no dudaba que definitivamente, no había tenido caso o valor el tiempo y las cosas, sencillamente lo habían dejado de lado. Pensaba entonces que el tiempo era intrascendente, que hubiera sido un instante o la misma eternidad incluso él sabía que ella seguía liada a otro hombre, que nunca había podido quererlo de verdad.
Maldijo por lo bajo y recordó que su informante le había comunicado apenas dos semanas de que ellos dos hablaran que Sokka ahora no salía de la casa de la jefa de policía e indudablemente él entendió la respuesta y lo que todo eso significaba y conllevaba. Y a pesar de que ya lo imaginaba no pudo evitar sentirse fastidiado y acorralado, total y absolutamente humillado. Al principio había ardido en celos e ira, pero apenas duró un chispazo antes de que todo se volviera en derrota y vergüenza, en decepción y tristeza, y ansiaba como un demente poder calmar esa picazón en su interior, poder de alguna manera cerrar las cosas, sentirse dentro por una última ocasión antes de finalmente poder decir adiós. Pero no había nada, ni media palabra.
Suspiró sin ganas de nada y odió el resonante vacío del castillo, extrañaba como un demente a Lin y a Toph, sabía que esa era una de las razones por las que no podía sencillamente odiarla y lanzar todo por un lado restándole importancia, porque él la quería, porque vagamente como un tonto absurdo imaginaba que regresaba a su lado. Imaginaba que de algún modo, se convencía, que despertaría extrañándolo y no dudaría en volver. Hasta él sabía que su pensamiento resultaba totalmente tonto y soñador, que era sencillamente absurdo, aun así, aun deseaba hacer algo.
Como si hubiera llamado aquello con el pensamiento la causalidad tiró del destino y la puerta de su despacho se abrió sin anunciar. Ni siquiera disimuló su vagancia y miró con cansancio y remarcado estrés a Kim Soo, su más fiel allegado, que sin dudarlo un momento se adelantó por el cuarto hasta quedar frente a él, al otro lado de un desordenado escritorio totalmente aglomerado. Le miró con una lástima que todos últimamente le daban luego de que todo el castillo notase la ausencia de la maestra tierra y el mal humor de su Señor, la conclusión era obvia y ahora los rostros de las sirvientas y generales se giraban a él con ese dejo de congoja y compasión que Zuko odiaba más que nada.
— Ha llegado una carta para usted — la extendió pero el maestro fuego no la tomó, ni siquiera hizo la más mínima intención, su rostro seguía aburrido y desinteresado, las cartas llegaban todo el tiempo y siempre cargadas de más presiones y asuntos por arreglar, no quería molestarse en ese momento y tener que pensar en la política de Ciudad Republica, de donde se imaginaba que venía aquella carta. —Es de su informante, mi Señor — agregó para darle énfasis y también para crear interés en la importancia que tenía esa nota.
— ¿La leíste? — de inmediato su rostro frunció en intriga y recibió un asentimiento de su acompañante, junto a eso, más tensión y dolor. Zuko gruñó casi imperceptiblemente recibiendo finalmente aquel enrollado trozo de papel en sus manos. ¿Qué podría decirle Saiko de todos modos que no supiera ya? ¿Acaso iba a confirmarle que estaban juntos otra vez? Eso lo imaginaba, ni siquiera necesitaba tener a un espía en Ciudad República para tener que saberlo. Pero Kim lucía realmente tocado y aquella expresión lo tensó y al instante se puso nervioso al tratar de imaginar de qué tamaño era esa noticia que pudiera llegar a hacerlo sentir aun peor.
"Mi Señor, esta mañana he confirmado algo que es de suma importancia: el general Sokka ha dejado a escondidas la ciudad" Estuvo a punto de hacer pedazos el papel ante aquellas palabras, lo último que quería era saber sobre se cretino, pero sus ojos quedaron ligados a las palabras, a la idea que iba gravemente pegada. "No ha sido por un asunto oficial, he tratado de averiguar cuál ha sido la razón de su partida, todos concluyen que ha sido por la Jefa Beifong, que ha marchado lejos de su lado, siendo ella la única causa y razón. Logré obtener información del capitán del puerto que el general Sokka partió con destino a la Tribu Agua del Sur. No cabe duda que la ha abandonado, ella misma luce seria y me atrevo a decir que triste desde su desaparición, cinco días atrás." Esta vez sí trozó el papel en sus manos y se puso de pie rudamente.
Kim retrocedió asustado ante su reacción, ante la bravura que se extendió de su rostro y el fuego que sacudió entre sus manos mientras quemaba los trozos de carta con urgencia y arrebato. No, no de nuevo, no más, ya no. Golpeó la pared y luego sacudió uno de los muebles hasta tirarlo estrepitosamente contra el suelo, el coraje que había estado tenso y aglomerado entre sus venas finalmente se filtraba y hacía bombear su corazón. El muy imbécil la había abandonado, otra vez. No podía creer que fuera cierto.
Imaginó el rostro de Toph entristecido y en un segundo pasó de la sencilla furia a un enojo iracundo e irracional. ¡¿Para qué?! ¿Qué caso había tenido todo si al final la dejaba igual? ¿Por qué había arruinado su relación si luego pretendía marcharse? ¿Qué había con sus tontas palabras que él como imbécil había creído? ¿Es que de verdad no la amaba? ¡¿Por qué había hecho todo eso si al final las cosas iban a terminar así, exactamente en el punto de partida?!
Ahora nada tenía caso, Sokka había jugado al amor otra vez, la había usado y la había engañado, lo había engañado a él, había jugado con su confianza y se había burlado de su vulnerabilidad. Se sintió un imbécil y necesitó golpearse el rostro él mismo con una fuerte cachetada que resonó por todo el lugar, pero ni aun con eso la sensación de burla se escapó de su mente, aquello no lo ayudó a sentirse menos tonto ¿cómo se le había ocurrido confiar en él? ¿Cómo se le había ocurrido a ella darle una nueva oportunidad para volver a terminar en la misma patética y repetitiva situación?
Necesitó apretar los labios para no vomitar ante aquella bajeza, ante lo revuelto y confundido que se sentía, ante la incredulidad. Toph era una tonta. Él mismo era un idiota. ¿Cómo había sido lo suficientemente ingenuo para haberle permitido tener una oportunidad, para aconsejarlo en decirle lo que sentía para que Toph encontrara en él la felicidad? De nuevo sus puños dieron contra una pared y soltó un gruñido que era ínfimo en comparación a la rabia que sentía, que lo hizo temblar y le llenó los ojos de lágrimas cargadas de cólera que lo revolvieron insistentemente.
Se cubrió el rostro y no supo qué de todo sentir, qué de todo pensar, seguramente que ella lo había elegido a él y cuando se vio lo suficientemente acorralado había partido sin dudarlo, había corrido como cucaracha a esconderse donde nadie lo buscara, donde no lo encontraran hasta que las cosas se calmaran. Sabía, sin embargo, que incluso con eso posiblemente Toph no volvería tampoco, sería el colmo de todo, sería repetir hechos que ya conocían hasta el final. Sus manos temblaron sobre su rostro y se sintió patético, inutilizado, absurdo en su generalidad.
Como un flash una idea cruzó su mente por casualidad justo un momento antes de que colapsara y cayera en una crisis propia del fracaso y la redundancia absurda de los hechos. La charla que había tenido con Sokka se repitió en su mente al pie de la letra y lo hizo inflar el pecho en confianza, en resolución. Sí, estaba enojado, por todo, empezando por el hecho de haber sido dejado de lado sin más, por no haber sido elegido, por haber sido menospreciado y cambiado a la brevedad por alguien que se pasaba la vida haciéndose el tonto.
Guardaba mucho rencor en su alma al respecto de ello, de la manera en que ambos se habían burlado de su bondad y se habían liado a sus espaldas, y ahora, luego de que sin esfuerzo se había entrometido en su vida hasta quitársela definitivamente, sencillamente la abandonaba, como si fuera nada, como si fuera el mismo juego al que siempre le había justado protagonizar. Ya no. Se dijo, apretando los puños y afilando sus ojos que hacía unos segundos parecían estar a punto de flaquear, no podía seguirle permitiendo esa actitud, y sobre aquello, más que nada, le había hecho daño a aquella mujer una vez más, no lo dudaba.
Pero le había hecho una promesa a Sokka él mismo, en su propia cara, una que él aceptó y entendió. "Si haces lo mismo de siempre… esta vez no frenaré mi espada" sus propias palabras vibraron en su cabeza y apretó los ojos para meditarlas, para entenderlas y repetirse él mismo que aquella promesa estaba bañada de honor, y Sokka había fallado demasiado rápido en cumplirla. La había amancillado una vez más, pero se juraba, esta sería la última.
— Llama a los Dai Li — siseó desde su sitio, no sabía si estaba indeciso o demasiado seguro pero su pecho vibró cuando sus labios pronunciaron aquel escalofriante nombre, ese que pertenecía al grupo de asesinos del reino tierra, ese que él mismo tenía bajo su mando a un buen número que servían secretamente a sus deseos y ordenes, a su odio, a su rencor. Sus dedos se apretaron en el marco de la ventana ante la premisa, ante la adrenalina y la decisión que saltó eufórica de su corazón. Se mantuvo de espaldas a Kim Soo, quien frunció en incredulidad y miedo ante aquella extraña petición, ante el sombrío reflejo que despidieron los ojos del monarca, ante el gris que emanó y la idea casi aberrante de lo que escuchaba.
— ¿A qué se refiere? ¿Qué pretende? — cuestionó, incrédulo, sintiendo un segundo que su Señor había desaparecido y frente a sus ojos pintaba el viejo Ozai. Recibió una mirada fiera y rápida del Señor del Fuego, quien se giró y de dos largos pasos llegó hasta estar de frente, amenazando con su semblante terriblemente serio, ante su quijada apretada con tanta fuerza que se deformó, que dejó que se escapara la cantidad de furia que podía caber en un solo hombre.
—Irán a hacer una visita al Polo Sur — respondió con frialdad, casi con burla o incluso indiferencia. No estaba seguro él mismo, sencillamente dejaba que sus labios se abrieran y dejaran fluir lo que su mente dictaba, lo que su corazón tenía para sentir, esta vez, era momento de su propia jugada. Kim tragó ruidoso ante esa tensión y necesitó retroceder, sinceramente incomodado, incluso aterrado.
— ¿Va a ordenar que maten al General Sokka? ¡¿Vale la pena por una mujer?! — las manos del Señor del Fuego fueron rápidas y precisas y en cosa de un parpadeo ya lo sujetaba de la orilla del uniforme rojo que portaba. Zuko mostró sus dientes apretados y sintió su coraje gritar por salir, por atentar en contra de quien no lo merecía solo por esa tambaleante situación, por la insinuación, por lo poco que había sugerido Kim que valía aquella mujer, por lo que significaba su propio honor. Lo soltó a la brevedad y chasqueó la lengua, no necesitaba hacer daño a quien no lo merecía, debía centrarse en esa idea naciente que revoloteaba intensa en el fondo de sus pupilas.
— Mis razones van más allá de eso — musitó, intentando con aquella declaración afirmarse a sí mismo que por lo que estaba peleando ahora era más que eso, era más que celos absurdos o una disputa por una mujer. Ahora lo sentía bastante dentro, demasiado personal, más de lo que se podía, había sido esa una promesa. Había dado su palabra, lo había jurado y había fallado, las cosas siempre tenían consecuencias y era su momento de pagar. Por supuesto que a pesar de toda la rabia que sentía no era capaz de matar, no lo había hecho antes con grandes enemigos y no empezaría ahora, mucho menos con alguien como era Sokka, pero sí le haría pagar de alguna forma, tenía que retribuir, buscar un equilibrio y hacerlo escarmentar por romper sus promesas, por jugar con Toph y burlarse de él, e iba a hacerlo de una u otra manera. — Además, no quiero que muera, ordena a los Dai Li que lo hagan sufrir, que lo hagan desear no haber nacido, luego de eso que solo se alejen de él, quiero que vuelva arrastrándose en una sola pieza — Kim apretó el rostro y negó, dolido con esa actitud, con lo peligroso que estaba diciendo como si fuera nada.
—Eso se llama venganza — soltó incluso si temía por su vida, no era capaz de ver como su Señor se ensuciaba las manos por un motivo tan impropio de un rey, tan impersonal para alguien redimido como él. Los celos y el rencor lo estaban encegueciendo.
—Venganza no, justicia — remarcó, levantando el rostro con un orgullo que la palabra no poseía, que no coincidía, que era contraría en su totalidad. No quiso replicar más a eso, no quiso permanecer un segundo más frente a ese hombre que desconocía, frente al hombre que se equivocaba.
Salió a toda prisa del despacho listo para informar a aquellos asesinos su nueva orden, no quiso pensar en la forma horrible que elegirían para torturar a Sokka, no podía creer aún que Zuko lo quisiera así, que hubiera caído tan bajo por algo que desde el principio no le concernía, por algo que maduramente debería ignorar, por algo que ya no tenía caso o trascendencia. Ella no volvería a su lado, no importaba incluso si el mismo mundo se ponía de cabeza, ¿qué pretendía? ¿Cómo haría Sokka para entender una lección que ni siquiera sabía de donde o de quién venía? Se entristeció sabiendo que por más que lo negara, aquello no era más que su deseo de venganza, que su petición era guiada por un odio mal intencionado. Por lo repetitivo de su constante caos y su cadena infinita de poderío y errática fila de mala decisión. Pero no pudo hacer nada, no hizo más que callar y obedecer.
Dos días pasaron en brevedad, dos días en el que Zuko se paseó por el palacio con inquietud, con la distracción como premisa cargándola al frente de su propia actitud. Los guardias y el consejo dejaron de hostigarlo en esos días y el Señor del Fuego tomó el tiempo libre para vagar y pensar, para ahogarse en la nada, en la amargura, en la autocompasión, en los recuerdos y el sinsentido de las horas en el silencio y la quietud.
Lanzó sus ojos dorados por la ventana frente a él y sintió el aire cálido del atardecer acariciar su rostro con suavidad, con una gentileza que repitió sin desearlo en su cabeza el par de delgadas manos sobre su piel. Rozó casi sin querer su propia mejilla encontrando solamente el vacío y el gélido de la ausencia, el golpe duro que todos los días lo azotaba y le mostraba la realidad, que le repetía la pérdida, que le recalcaba quién era y dónde estaba. Su vista cayó hasta mirar al centro del patio, donde el cristal del agua revoloteaba y en su reflejo anunciaba las estrellas salpicando el firmamento, donde era difícil discernir entre celestes y pequeños pétalos que eran arrastrados por el viento, donde decidió perderse para no querer pensar más, para no complicarse más.
La sombra de unas alas grandes pintaron apenas y rompieron en breve el reflejo del agua haciendo a Zuko virar en esa dirección. El ave mensajera pintó al frente y Zuko levantó el brazo por mera reacción, recibiendo al instante la presencia de aquella criatura sobre su propia persona. Miró un tanto extrañado al animal antes de poder entender de donde venía, a quién pertenecía. Los Dai Li, pensó, frunciendo el ceño un momento antes de poder dar una suave sonrisa, quizá de una satisfacción anticipada ante lo que imaginaba sería el anuncio de la finalización de su orden.
Ni siquiera pensó en que las cosas hubieran podido salir mal, en que podrían haber sido descubiertos por Sokka o que sencillamente no hubieran dado con su objetivo jamás. Tomó la carta de la pata de aquella ave y tras dejarla a un lado se dispuso a leerla, a saber el resultado de aquella encomienda y poder dar un fin, para poder descansar y dormir pensando en que había hecho lo correcto, que todos tenían sus consecuencias, que la balanza estaría finalmente equilibrada. El texto era más grande de lo que había pensado pero eso solamente lo motivó, esbozando sin desearlo una leve sonrisa de lado.
"Lord Zuko, encontramos al objetivo y cumplimos su orden" Asintió para sí mismo, complacido, pero apenas sus ojos continuaron las líneas, su piel palideció y sus manos temblaron con aquella carta entre sus manos. Sus ojos, ahora perdidos y opacos, quedaron atrapados en aquel breve relato. "Sin embargo, después de eso, ocurrió un gran inconveniente…"
Los pétalos de los grandes árboles continuaron cayendo agitados hasta terminar lejanos desparpajados en el suelo, sin trascendencia, oscurecidos por su extinta vida que ennegrecía sus bordes y salpicaban con su tristeza el panorama gris. No hubo un ruido más en aquel palacio que el de las hojas arrastradas entre el pasto por el rocío nocturno que ya pintaba en el lugar, no más allá de las lágrimas que cayeron por sus pálidas mejillas, no más que la desventura golpeando como el viento en las ventanas, más que la tragedia emergiendo en su corazón.
[…]
La observó fijamente por largos minutos, en el silencio, en el eco de los pasos contra el piso de madera que no sabía a quién pertenecían o hacia donde iban. La miró, tan atento y tan fijo que su vida pareció pender de ahí, de ese instante, de esa escena tan cruda y tan seria, tan intensa y tan inmóvil que parecía una fotografía iluminada y colorida, austera y cargada de congoja.
Por primera vez en lo que llevaba de conocerla dio fe de que era ciega, lo parecía, inutilizada, apagada, pálida e incluso le pareció que no respiraba, que estaba muerta, que era un cuadro lejano y frío, nada más. Necesitó parpadear para quitar la borrosa cortina de sus propios ojos, de sus lágrimas que de vez en cuando salían y mojaban sus párpados, que salpicaban sus pestañas y terminaban goteando sobre su regazo, tan irreales, tan extrañas, tan ausentes como la mujer a unos metros de él sentada en una silla baja, sin expresión, sin nada más que sus mejillas blancas que la hacían lucir como una muñeca, una rota, descompuesta.
¿Existía? ¿Era real? ¿Era la mujer que conocía? No, lo sabía, no lo era, ya no, parecía ahora... incompleta. Quiso levantarse y dar fe de que respiraba, de que no estaba loco y que aquella muñeca de trapo era un ser humano, uno que reía, uno que lloraba. Llorar. ¿Por qué no estaba llorando? Debería, ¿no? Él lo hacía incluso sin darse cuenta, todos lo hacían, los sollozos no paraban de resonar en las paredes, ¿o existían solo en su cabeza? No tenía idea, no sabía siquiera si él mismo estaba despierto o era esa la más terrible de las pesadillas.
Una mano rompió el tranquilo cuadro como una roca perturba la tranquilidad del agua, una mano tocó a aquella mujer y esta giró apenas el rostro y asintió. Estaba viva, y al mismo tiempo, no. Forzó a sus ojos a mirar el dueño de aquella mano. Aang, su viejo amigo Aang, le susurraba algo a aquella chica de ojos vacíos y luego se alejó, esforzándose por sonreír, dejando ver en sus ojos grises la tristeza y sus propias lágrimas disimuladas. ¿Qué pasaba ahora? ¿De qué se trataba?
Su propio cuerpo se sacudió y miró a su lado, ahí, abrazada a él y con el rostro hundido en su pecho, perdida en un intempestivo llanto estaba Katara, ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Miró su propia mano y esta apretaba fuertemente la de aquella mujer, ¿Desde cuándo? Seguro que había sido involuntario, seguro que su cuerpo buscaba al igual que ella un alivio o apoyo que no encontrarían, de hecho, lo hizo preguntarse en realidad ¿quién estaba consolando a quién?
No pudo responderse, Aang llegó a su lado y tocó el hombro de su mujer, esta se giró de uno al otro y volvió a esconder su rostro ahora entre los brazos de su esposo, quién inútilmente trató de calmarla, algo por supuesto imposible, ¿Cómo podría? Ni siquiera podía imaginar cuánto tardaría o si algún día podría realmente hacerlo.
— Trata de hablar con ella — Aang habló, Zuko apenas entendió, sus oídos resonaban fuertes y su corazón no dejaba de golpear en su cabeza con arrebato hasta hacerlo doler. — Ya es hora, debemos dejar la sala, pero... ni siquiera parece estarme escuchando... — agregó con una calma que evidentemente nadie más tenía.
Asintió, no supo porque o a qué, ni siquiera entendía a qué se refería con que ya era hora, ¿qué iba a pasar ahora? Miró a Aang llevarse a rastras a Katara y al girar la vista al frente se encontró con que solamente él y Toph quedaban en esa habitación, ellos dos y aquel féretro adornado de madera que descansaba pegado al fondo, posicionado perfectamente al centro.
Sus ojos evitaron mirar aquella caja y se clavaron el suelo, cobardes, temerosos, culpables. Rogó por despertar, rogó al universo que todo fuera una pesadilla, una alucinación, una broma, ya era suficiente, no podía soportarlo más. Había aprendido la lección ahora todo podía parar, el universo lo tenía que regresar, sus ojos parpadearían y él tenía que estar de nuevo al frente. Intacto, completo, vivo.
Apretó una vez más los ojos y de nuevo las lágrimas corrieron sin permiso por su rostro, a su mente vino el resto de la carta y el yugo cayó de nuevo duramente contra su frente. "Sin embargo, ha ocurrido un grave inconveniente, cuando nos enfrentamos a él comenzó a preguntar para quién trabajábamos y que nexo teníamos con unos nombrados Maestros Sangre. Trató de resistirse y escapó de nuestro poder totalmente intacto, parecía bastante preparado para pelear..."
[Corrió a toda velocidad y miró a aquellos tipos andar tras de él, no habían hecho ningún movimiento de maestros sangre y por eso había llegado a pensar que eran simples asesinos que trabajaban en conjunto con los asesinos que él había ido a buscar. La tierra se movió bajo sus pies y terminó cayendo a horcajadas sobre el suelo, ¿había sigo eso Tierra control? ¿Qué harían unos maestros tierra en el polo sur? Negó, les llevaba demasiada ventaja para detenerse a averiguar si había alguna conexión con el reino tierra, no quería siquiera imaginar que más grupos estuvieran así de organizados y sumado a eso quisieran asesinarlo, ¿Cuál era el punto de todo eso?
Anduvo de nuevo en contra del gélido viento que lo azotaba fuertemente y miró atrás, él no sabía que los Dai Li tenían prohibido por orden de Zuko usar la tierra control para dañarlo, por lo que su batalla había sido meramente en un duelo de espadas. Apenas y pudo distinguir la silueta de los cuatro hombres que habían ido tras él, había comenzado a nevar y la ventisca a cada momento crecía fuertemente dejándolos en una nebulosa confundida y agitada. Debía escapar, pero sabía que había un sólo camino de regreso al pueblo y era pasando por ellos, no estaba seguro si podía enfrentar a todos a la vez.
Miró al frente y aquella montaña tan conocida pintó a unos metros, bajo sus pies. Dudó y se sintió tambaleante, si de algún modo los pasaba y regresaba al pueblo pondría a todos en peligro, llevar a un grupo de asesinos tras de él seguramente generaría caos y pánico, no quería involucrar inocentes, no podía permitirse fallar. La única opción era perderlos, era guiarlos lejos y así poder vencerlos, poder escapar, y estaba de pie justamente en el lugar que necesitaba, en el lugar que pensó era correcto.
—El puente sin retorno — dijo para sí, sus dientes se apretaron al saber que no había más opción que esa, incluso si parecía demasiado peligrosa, no podía arriesgar a nadie más.
Caminó los pasos faltantes para llegar al puente y colocó sus manos en los costados, ese puente reconstruido por ellos mismos hacia unos años, recordó al tiempo que por ese mismo filo y lugar el Rey Tierra, Zuko y su mismo padre habían quedado pendidos al borde de la muerte en aquella ahora lejana revolución de la tribu del Sur. Ahora él mismo debía repetir el sacrificio de su padre y aventurarse por ese camino, darlo todo por proteger a los demás.
No se dio más tiempo para vacilar y comenzó a cruzar aquella tambaleante construcción de madera, sintiendo el viento cada vez más fuerte golpear las cuerdas y azotarlo en su travesía dándole la sensación de que caería al vacío en la primera oportunidad. Los Dai Li miraron a tiempo cuando Sokka terminó de cruzar el puente, ese puente que reconocieron al instante a pesar de jamás haber estado ahí, era demasiado famoso y cualquiera que supiera lo más mínimo del Rey Kuei y Zuko sabían que ambos casi habían muerto el mismo día en ese mismo lugar.
— ¿Qué haremos? — dijo uno de ellos, descubriendo su cabeza de aquel grueso y peludo atuendo azul que usaban como camuflaje para tratar de pasar desapercibidos. — Si lo dejamos ir, morirá — el Puente sin retorno era famoso por qué nada duraba demasiado tiempo vivo al otro lado, incluso ellos entendían que un resbalón en aquel traicionero camino significaría la muerte, una rápida y sin duda eficaz.
— Zuko fue específico, ese tipo tiene que regresar con vida, aunque sea nuestro objetivo, no podemos permitirnos fallar — los cuatro asintieron, dejar morir a Sokka no era una opción.
El guerrero del Sur escuchó los gritos de los hombres pidiéndole que volviera, que no lo matarían, que era demasiado peligroso andar por ese lugar. Creyó que era lo suficientemente listo para no caer en esa mentira y al contrario de los llamados apretó el paso, anduvo sosteniéndose de una pared por un sendero demasiado delgado, nadie podría haber salido ileso de eso, nadie, ni siquiera él.
Sus manos se despegaron del borde y en un segundo que su pie trastabilló resbaló por completo y cayó rudamente por el acantilado. Su cuerpo rodó una colina inclinada y llena de filosas formaciones de hielo y rocas por unos metros antes de finalmente terminar en una caída libre demasiado alta, demasiado rápida. Su cuerpo azotó contra el suelo sin resistencia, se quedó sin aire y sin aliento por largos minutos antes de que siquiera pudiera soltar un breve quejido que apenas y pudo escuchar él mismo. Todo su cuerpo se estremeció y el dolor punzante lo azotó por completo en cada una de sus extremidades.
— Maldición... — murmuró débilmente y escupió sangre al tiempo que trataba inútilmente de recomponerse, que trataba de apoyarse en los brazos solo para averiguar que uno de ellos estaba roto, al igual que sus piernas, posiblemente era que se había rotó la espalda en dos.
Gimoteó de dolor y se giró torpemente en la nieve, había sangre alrededor y ni siquiera supo de qué parte de su cuerpo podía venir, solamente entendió que ahora estaba solo y desprotegido, que la nieve caía más a prisa del cielo y el calor de su propia sangre saliendo por todas partes se desvanecía y aquella pérdida de su líquido vital lo haría quedar inconsciente en brevedad.
Se acomodó con la fuerza de su único brazo bueno y recargó su debilitado cuerpo en la pared de hielo. Irónicamente ahora eran los Dai Li su única oportunidad de salir con vida, pero él no lo sabía y guardó silencio cuando creyó que ellos pasaban justo por donde él había caído y claro que no se equivocaba. Sin embargo ellos, gracias a su habilidad de tierra control, usaron la misma montaña a su favor y pasaron sin problemas aquel pasadizo, sin mirar abajo, sin mirar un segundo atrás pensando que Sokka había librado aquella pendiente sin problemas, sin imaginar que se desangraba metros abajo en soledad.
Más sangre salió de su boca y miró desorbitado a un lado cuando un ruido golpeó la nieve. Sí, su silencio había mantenido lejos a esos tipos, pero había llamado la atención de algo más. Siseó algunas palabras que ni él mismo entendió y estiró su mano derecha a tratar de buscar su espada, pero esta no estaba, seguramente se había caído de su lado cuando rodó hasta donde ahora estaba.
Palpó en su condición su espalda y en ella encontró su bumerán, su fiel y querida arma. Rió ante lo absurdo, rió para no desmoronarse ahí mismo, rió como burla ante su intento absurdo por querer sobrevivir, por la pena que crecía en su pecho y la sensación en su piel que le picaba y le gritaba que ya no valía la pena intentar nada. Lo levantó al frente de su rostro, aun así, ilusamente, instintivamente aferrándose a la última flama de vida que yacía en su pecho, motivado por su miedo, por su enamoramiento, lo extendió y agitó, como si sirviera para protegerse, como si tuviera caso o impacto, como si no tuviera el cuerpo destrozado o como si frente a sus ojos una manada entera de lobos no avanzara en su dirección, totalmente amenazantes.
Trató de recomponer su postura y alcanzó a sentarse poniendo su espalda dolida contra la frialdad de la montaña a la cual manchó de sangre que se cristalizaba, que ya era demasiado fría también. Por sus mejillas corrió la calidez y no supo entender si lloraba o era que escurría también alguna herida justo sobre su cabeza y lo manchaba. No lo supo, pero si entendió que sí podía, quería hacerlo, quería llorar.
— Perdóname Toph — dijo dificultoso y tragó duramente lo que tenía en la boca, más sangre, saliva y tierra se deslizó por su garganta temblorosa y apretada, más palabras y arrepentimiento, más disculpas, caricias y besos que ya no alcanzaría dar. — No podré cumplir nuestra promesa — agregó dolido y se permitió odiarse al imaginarla sola esperando un regreso que evidentemente no sucedería, no, nunca más.
Sollozó y miró con terror a los lobos aproximarse, comenzar a rodearlo en una bien trabajada estrategia en manada. Movió su brazo y soltó su bumerán con toda su fuerza, una que ahora estaba casi extinta. Golpeó a uno de los lobos apenas y su arma cayó a lo lejos, sin trascendencia. Su mano bajo de nuevo y apretó el puño ante el dolor, ante la impotencia, el miedo, el vacío que de pronto lo azotó. Sintió en ese momento sobre sus palma la caricia sostenida de unos dedos que por supuesto no existían, sintió vívidamente el viento cálido golpeando su rostro, el calor del fuego de sus memorias que ardía debajo de ellos. Se aferró a su imaginación, a su delirio, apretó aquella mano que no era real y cerró los ojos recargando su cabeza en la pared, sintió sus lágrimas empapar su rostro al ritmo que las pisadas de los lobos se acercaban.
— Parece que mi bumerán no va a regresar, Toph — le dijo a un fantasma, a un recuerdo, a la nada. En su mente la pequeña niña de trece años sostenía su mano con dureza y pendía del vacío sobre aquella nave, justo en la batalla final contra el ejercicio de Ozai. Miró sus ojos por última vez en su cabeza y aferró sus dedos con vehemencia a su memoria, a aquella sensación. Quiso ignorar el dolor que le causó saber que había desperdiciado tanto tiempo de no poder abiertamente amarla, pero no pudo, aquella mano que fingía sostener se hacía delgada, se volvía tan fina como el hilo de su respiración, se desvanecía como desaparecía su vida. Detrás de sus ojos cerrados la mujer al lado de la niña lo miraron y le dedicaron una sonrisa, tan dulce, como una canción, como algodón, como ceniza al viento, como una decadente despedida — Parece que este... es el fin...
Los Dai Li volvieron apenas unos minutos después de haber ido en su búsqueda, si demoraban más terminarían muriendo bajo la tempestad de aquella tormenta. Uno de ellos miró la espada de Sokka atorada a mitad de una caída entre el grumoso camino en descenso de aquella colina. Los cuatro bajaron con prisa por la orilla con Tierra control. Era tarde, por supuesto, tuvieron que ahuyentar a la jauría de lobos feroces y hambrientos para poder recuperar el cuerpo que había perecido entre las fauces de las bestias.
Lo sacaron y arrastraron hasta la civilización donde argumentaron al primero que vieron que en sus viajes habían visto a aquel hombre agonizar entre los feroces animales. Apenas alguien aceptó a recibir el cuerpo y dar aviso a los generales de la Tribu Agua del Sur, los Dai Li desaparecieron como el viento.]
Zuko sintió su cuerpo temblar pero finalmente se decidió. Avanzó y sintió sus piernas pesadas y entumidas, no tenía idea de cuántas horas llevaba ahí de pie, habrían pasado días enteros y ni siquiera se hubiera dado cuenta, no sabiendo todo, no mirando a esa mujer que había querido proteger y ahora había destrozado. Ahora se había marchitado por su culpa, por sus celos, por haber orillado a su amor a su extinción.
No se sentía digno de estar ahí y en plegarias silenciosas le había rogado por perdón a Sokka, le había llorado tanto por tantas razones que se volvían infinitas, que se volvía una y luego desaparecía en la inutilidad, estaba muerto, no había más. Aun así no podía permitir que nadie supiera la verdad, había quedado aquella tragedia como un accidente, aunque el Loto Blanco tuviera sospechas de una intervención por alguien más habían declinado al observar ellos mismos los rastros de su propia caída y su enfrentamiento con aquellos animales que habían acabado con su vida, suponían había muerto en la búsqueda de su misión. Como un héroe hasta su último aliento.
Llegó hasta ella y no supo qué decir, no supo qué hacer e incluso sintió que había olvidado como respirar, se sentía pasmado, impropio, estaba seriamente asustado por todo. La miró y le pareció que era más pequeña y frágil que antes, parecía bruma, espuma, neblina que etérea mantenía apenas la figura inestable y borrosa de una mujer, de lo que fue una mujer. Tomó asiento al lado de ella en otra silla recta e incómoda de madera, ella no movió un músculo y él creyó un segundo que la estaba soñando, que no había nadie más, que aquella imagen estaba suspendida en el reflejo de sus pupilas claras, detrás de sus parpados, que era parte de toda esa loca treta absurda de su imaginación.
—Toph… — la llamó y su voz sonó pasmada, resonó en el sitio ahora vacío y murió sin trascendencia a la brevedad. Mordió su labio inferior y sintió que quería abrazarla, que estaba demasiado fría, que era una dama hecha de piedra y que posiblemente ya no se movería jamás, que ya no podría volver a ser ella misma, que no podía hablar, sonreír, incluso soñar, un día entendería que no se equivocaba al pensar eso, que no era más que otro trozo de la realidad. — Tenemos que irnos — le susurró al tiempo que colocaba su mano en su hombro y daba fe de que estaba fría, de que se sentía ausente, de que parecía que bajo su piel la sangre había dejado de correr.
—No puedo sentirlo — soltó bajito entre su par de labios grises y agrietados, Zuko la miró atentamente como para cerciorarse si realmente había sido ella quién habló, pero el impacto de aquella afirmación, el mensaje que en él llevaba, lo destrozó. —Debe ser… por el piso de madera… — agregó en el mismo tono de voz vacío y frío, ajeno y lejano, completa y absolutamente desprovisto de razón, en una mentira, en negación. Zuko entendió de inmediato a qué se refería y sintió aún más dolor en su pecho, sintió que la pared se le venía encima aplastándolo y la congoja y dolencia lo embargó una vez más, profundamente.
—No Toph, no es por eso — le respondió y ella frunció el ceño, derrotada, preocupada, manchando su semblante de desilusión ante la confirmación de la realidad, ante la reiteración de lo que ya sabía, de eso que no quería creer como verdad.
—Pero él está ahí, ¿no? — preguntó y levantó el rostro en dirección a la caja de madera rodeada de flores y una foto que mostraba el retrato de Sokka sonriente y confiado, que mostraba la vitalidad y confianza en unos ojos que incluso parecía que lo miraba, que lo acusaban, que lo perdonaban.
—Sí, está ahí — su tono de voz igualó al de Toph y aquel susurro pereció apenas dicho, desvaneciéndose en el entorno como todo lo demás.
—Yo… quisiera poder verlo — Zuko frunció los labios en dolor y lástima, en más llanto que soltó silencioso en su lugar. — Crees… ¿Crees que yo podría…? — levantó sus manos en dirección al ataúd y el Señor del Fuego comprendió al instante sus intenciones, tan dulces, tan inocentes, tan sentimentales que le quemaron el alma por la gravedad.
—No Toph, no es buena idea que lo hagas — tomó sus manos para bajarlas y las enredó en las suyas para tratar mínimamente de calmar su ansia. Sabía que el cuerpo había quedado desfigurado, ¿para qué hacerla sufrir con esa imagen? ¿Para qué mostrarle un retrato irreconocible y tétrico de aquel hombre? ¿Con qué fin? Era mejor que Toph pasara el resto de sus días recordando un rostro amable y cálido, uno que le sonreía, uno que la besaba y que se movía, nadie sería tan cruel de dejarla ver algo que la dejaría marcada terriblemente de por vida.
—Íbamos a ser felices — soltó aquello y dejó caer sus brazos a los lados sin resistencia. Zuko la pegó a él y ella pareció una pieza de papel que se dejaba doblar al viento. Era verdad que muchas cosas habían pasado con Zuko, y era por eso mismo que su corazón la dejaba expresarse, que su lengua se permitía hablar con facilidad, fuera de los líos y los problemas, confiaba en Zuko, habían compartido bastante y era quizá ahora el único en quién sentía el más mínimo consuelo entre sus brazos, en quién sentía libertad para expresarse, para desahogarse.
—Lo siento — la estrechó y enredó en esa palabra que pintaba como un pésame su verdadero ruego, su dolor al saber que ella quería y tenía un futuro con alguien que ya no existía más.
—Luego de que él volviera… ambos nos iríamos lejos, nosotros dos y Lin… — agregó y se notó en su frase aun un dejo de ilusión, una sombra de la alegría ahora nublada, una emoción que ahora estaba oscurecida por una realidad inesperada. —Estaríamos juntos por siempre… al fin… — Zuko cerró los ojos y lloró ante aquello, al saber que todo había sido un mal entendido y que su orden había sido una equivocación, que Sokka sencillamente había muerto por nada, que no tenía la culpa, que no había razón.
—Sé que habrían sido felices… sé cuánto se amaban… sé cuánto te amaba — ella se encogió de hombros y sus labios se torcieron en algo indescriptible, en ironía, en tristeza, en pérdida e incomprensión.
— ¿Por qué, Zuko? ¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Por qué a él? — le cuestionó sin entender la gravedad de aquella pregunta, sin entender el yugo que cargaba con aquello, la acusación involuntaria, el reproche que el destino mandaba en forma de palabras.
—No sé… — respondió y finalmente la sintió moverse entre sus brazos, la sintió temblar y tan necesario como era la miró llorar, finalmente se dejó arrastrar por la tristeza, por el sentimiento de pérdida, por la verdad que caía sobre ella y ya no podía luchar más, ya no podía engañarse más. Sokka estaba realmente muerto, no volvería, no aparecería, no era eso una terrible obra, era la realidad, era la única verdad.
Toph lloró desconsolada y entre gritos y maldiciones soltó todo dentro de su ser, toda la rabia e impotencia resonaron en la sala, todo su dolor fluyó en forma de salados cristales que brillaban con las luces de las velas en aquel crematorio, lloró por minutos enteros, lo habría hecho por el resto de la vida si hubiera podido, porque realmente quería hacerlo, porque se sentía desesperada y abandonada, el mundo le escupía en la cara y se llevaba a rastras lo que amaba, ¿cómo podía existir un Dios que permitiera eso? ¿Cómo podía el universo atentar así contra él, contra alguien que no merecía morir tan joven, tan lleno de sueños, planes e ilusiones? Toda una vida por delante se reducía ahora a nada, a imaginaciones, a fantasías, a sueños que jamás sucederían.
—Yo… — murmuró cuando necesitó tomar aire, se sentía mareada y aterrada, confundida, asustada, buscaba apoyo, buscaba un lugar que ya no existiría más en ese mundo, se sintió con la sencilla necesidad de hablar. — Yo… estoy embarazada… Sokka es el papá.
El mundo se detuvo y la respiración de Zuko se pausó. No. No. ¿Cómo podría ser eso cierto? ¿Qué clase de tétrico juego estaba poniendo el universo? La culpa se multiplicó dentro de su pecho y esta vez fue él quien se vio duramente azotado por un llanto que lo ahogaba y dificultosamente controló, que lo hizo gritar internamente de dolor, que lo hizo desear con todas sus fuerzas cambiar de lugar con Sokka, que fuera él el muerto sin trascendencia, que Sokka abriera los ojos para volverle la vida a esa mujer, para recibir a un hijo, para tener una familia, para sonreír con aquella noticia, para que eso no luciera como una tragedia anticipada, como una oscura novela, como la soledad y la tristeza, como ya se avecinaba.
—Toph… yo… lo siento tanto… ¿cuándo...? — tartamudeó torpemente, agitado y sobrepasado en todo sentido, eso era demasiado, eso llegaba a otro nivel, de culpa, de odio, de frustración y arrepentimiento que golpeaba incesante sus venas.
— No tuve oportunidad de decírselo... se fue antes... se fue sin saber... — Toph llevó sus manos a su propio vientre y al cerrar los ojos pudo sentir en ella una parte de él latente, cálida y viva dentro de su cuerpo. Su extensión, la última pieza, un último suspiro que él había dejado sobre esa tierra.
—Toph... sí necesitas ayuda con esto, yo... mi Nación... — ella negó antes de que pudiera decir más, antes de que intentara discretamente ofrecerle el todo para tratar de compensar, para tratar de no sentirse un asco, un completo idiota, como si los bienes materiales que pudiera ofrecer curaran o reemplazaran mínimamente aquella invaluable y gigantesca pérdida, para darle todo a ella y a ese bebé que sin desearlo había dejado sin un padre. Que le había quitado el todo sin saber.
— No hace falta, Zuko, no tengo miedo de estar sola... ya no — apretó los labios y negó, para sí, para la propuesta, para su propia razón que finalmente le dejaba entender que era y qué había sido lo correcto. Que le repetía los errores que ya no debería cometer jamás. — No suenes como si fueras culpable, no tienes nada que ver en esto... así que solo, déjalo, está todo bien — aquello fue el golpe de muerte para Zuko, la espada con filo que cortó su yugular de un lado a otro y le arrebató el sentido.
Tragó dificultoso y asintió a algo que era una mentira, a algo que quiso decirle para minimizar el nudo en su garganta que sabía a patrañas, a falsedad, a hipocresía. ¿Cómo podía decir eso? ¿Cómo podía ser él capaz de mentirle y mantener aquellas falsas palabras, esa simulada verdad aun cuando ella estaba así de destrozada? Parecía que se burlaba de su dolor, parecía que había sido tan tétricamente planeado para después restregarlo en su cara, mofándose, riéndose sin control. Pero no lo era, pero él no había querido y decirle la verdad sólo empeoraría las cosas, no arreglaría nada, no lo traería de vuelta a la vida, no tenía caso como todo lo demás. Calló simplemente y bajó el rostro con dolencia, temió un segundo que Toph sintiera la mentira en su corazón o en su respiración pero al verla de nuevo supo que ella ni siquiera podía notar ahora mismo si mentía o no, ella estaba perdida, estaba ausente, no era consiente de nada a su alrededor, ella se había ido a algún lugar desconocido, a un más allá inexistente en su cabeza donde pudiera reunirse fantasiosa con Sokka. Juntos en una eternidad fugaz y parpadeante.
— Yo, finalmente pude elegir Zuko — volvió a hablar de pronto y llamó la atención del mencionado, quién arrugó la frente un momento, sin entender. — Tomé una decisión, sé con quién debo quedarme — Los ojos del señor del fuego se abrieron grandes ante aquello, ante lo extraño de sus palabras y lo fuera de lugar que se encontraban, como si la realidad no sucediera, como si fuera menester decirlo ante la clara evidencia.
Giró sus ojos vacíos a él y al mirarlos pudo sentir él mismo que aquellas palabras tardías de una explicación ahora innecesaria golpeaban en ella y parecía que pronunciarlas era menester. Vivo o muerto, elegiría a Sokka una y un millón de veces, por la eternidad. Entendió su amor, entendió el luto y vio también en ellos el deseo marchito y el arrepentimiento por lo que pudo ser, por lo que no sería nunca más.
— Lo entiendo — le respondió y asintió, le dedicó una palmada de camaradería en el hombro antes de apenas sonreír con amabilidad y entereza, con ternura, con tristeza. Se puso de pie y le extendió la mano para ayudarla a levantarse, ella apenas lo sujetó los segundos necesarios antes de posicionarse firme, antes de girar el rostro al contrario del ataúd frío y distante y clavar su rostro de ojos claros a Zuko, un dejo de melancolía mezclada con todo el shock y el dolor brilló al fondo de aquellas cuencas vacías que no veían pero sabían siempre mostrar el fondo de su corazón.
— Adiós, profesor calor — sonrió débilmente y le dedicó un suave golpe en el brazo antes de pasar de largo por su lado y partir.
Zuko miró su espalda todo lo que tardó en marcharse, acarició su brazo donde aquel golpe apenas lo había tocado y sintió un punzante escozor. No supo porque pero por alguna razón no quiso olvidar esa sensación, ese golpe que era más bien una caricia disfrazada, una despedida, un nunca y un jamás. No tenía forma de saber que no volvería a tocarla, que sus manos nunca volverían a estar juntas, ni siquiera el más mínimo trazo de piel. Aquello fue lo último que recibió de ella, incluso muchos años después en el futuro no sabría siquiera recordar si aquella también fue la última vez que se tuvieron de frente, que se encontraron, que la miró fijamente.
[...]
Siguió de pie en el mismo lugar y su cerebro le preguntó porque lo hacía. Apretó los ojos que de por sí no veían en un intento absurdo de encontrarlo pero no hubo nada. Un jarrón metálico al frente relleno de cenizas aguardaba como único rastro de él, como evidencia de su existencia, los restos que una vez vibraron y bailaron, que sonrieron y la hicieron sonreír, que gritaban en voz alta una tontería y que danzaban cerca del fuego en las madrugadas junto a la playa.
Ahora ni siquiera tenía forma, ni siquiera respiraba o podía mirarla, trató de entender que jamás sus oídos volverían a escuchar su risa pero no pudo hacerlo, ¿Cómo sería posible eso? ¿Acaso ella podía estar sin él? ¿Podía realmente continuar con vida luego de eso? ¿Una mitad y no un entero?
No, aquella vasija no podía ser él, no podía haber acabado así de frío y así de silencioso, ¿dónde estaba la chispa? ¿Dónde estaba la pasión? ¿Dónde estaban los brazos que la acunaban, el cuerpo que la hacía arder en el más puro placer, los labios que la besaban y la voz que la arrullaba e improvisaba canciones por las mañanas antes de tomar el té?
¿Dónde estaba él? ¿Dónde estaba ella? Bajó los hombros y soltó un suspiro cansado, se sintió de pronto sin fuerzas, sin nada, ¿para qué quería seguir? ¿Qué caso tenía hacerlo? La vida no valía la pena en soledad, en el silencio. Los arrepentimientos la envolvían y maldijo con todo su ser el hecho de que aquello entre los dos hubiera durado tan poco, ¿o es que quizá había sido mucho, siempre, en todo momento desde que se conocieron? No lo supo, pero tuvo la certeza de que habría preferido verlo vivir amando a alguien más que morir queriéndola a ella. Más que perder un amante, más que perder cualquier otra cosa, había perdido a su amigo, a su alma gemela, aún si no hubieran podido estar juntos, eran el uno para el otro, no había duda, no había más.
Sokka había tenido razón al tiempo que se había equivocado tanto, habría podido seguir a su lado de cualquier forma, ahora habría aceptado incluso tenerlo a la distancia. Había tenido miedo de estar sola, miedo de criar a un niño sin ayuda, miedo que la había orillado a errar, a alejarse de su lado, a creer que era lo suficientemente fuerte para estar sin él. Y ahora, realmente lo estaba.
Entonces odió su vida, quiso sencillamente dejar de respirar, deseó con toda su fuerza morir, quiso hacerlo, quería hacerlo, irse a un lugar donde no sintiera su ausencia, a la nada, con suerte, podría incluso reunirse con él en el profundo mar del más allá. Sintió que no tenía razones para quedarse donde estaba parada, desaparecer, abandonar su existencia, su humanidad, volverse polvo y marcharse con el viento. Deseó fundirse con él.
Una suave y pequeña mano tomó la suya y la sobresaltó, la sacó abruptamente de su tren de ideas y la hizo girarse a un lado, donde aquella pequeña y dependiente criatura la miraba con tristeza y preocupación, con amor.
— Mamá, ¿Estás bien? — preguntó Lin con su aniñada y fina voz y Toph sintió un nudo en la garganta. Apretó su mano de regresó y asintió suavemente para no preocuparla.
Que estúpida era, que egoísta, no podía estar pensando en marcharse así cuando en realidad si había una razón para quedarse, dos en realidad. Aún había cosas por las cuales luchar, y mientras saliera el sol, tenía que seguir intentándolo, tenía que seguir de pie para recibir con sus manos desnudas la realidad, para protegerla a ella, a ese bebé, a sí misma, para hacer todo lo que él ya no podría hacer.
— ¿El tío Sokka ya no va a regresar? — el nudo se hizo grande ante la duda llena de tristeza de la niña y se tomó unos segundos para calmarse y no tirarse al suelo una vez más. ¿Qué podría decirle? ¿Cómo alguien tan inocente y pura podría siquiera pensar y entender esa dura idea? Negó apenas y le apretó aún más la mano, con una fuerza que ella misma necesitaba transmitir, con la dureza que no tenía pero necesitaba aparentar ante los ojos expectantes de su pequeña hija. — ¿Por qué? ¿Ya no nos quiere? — el dolor se hizo más grande y su mano tembló, lloró de nuevo sin poder evitarlo en el silencio, en su letargo.
— No es eso... él solo... se fue a vivir muy lejos — dijo para no soltar la verdad que a oídos de una pequeña no tenía sentido, que era irreal. Lin bajó el rostro e hizo un puchero inconforme con esa ambigua respuesta, bastante molesta ya con toda esa extraña situación.
— ¿Cuándo volveremos al palacio con mi tío Zuko? No me gusta aquí — otro duro golpe más, el hecho de haberla dejado tanto tiempo a cargo de alguien más, de otra nación, de las comodidades, de las sirvientas y los maestros que la habían recibido amables y atentos... de Zuko... todo eso ahora le cobraba las consecuencias.
— Volveremos después — mintió de nueva cuenta. Lin, que no sabía quién era su padre y había recibido sin buscarlo el verdadero cariño de más de uno, que era de Zuko y de Sokka y que al tiempo no era de ninguno de los dos. La extensión de ambos, de ella, una marca imborrable de un perpetuo vacío que no tenía forma ahora de ser sinceramente ocupado. Que injusto, que injusto para Lin, para ellos, para sí misma.
— Ey, Lin — Aang apareció de pronto a sus espaldas y Toph se sorprendió, ni siquiera había prestado la más mínima atención a su alrededor. — ¿Qué tal si vamos a jugar, eh? ¡Tenzin quiere jugar contigo, anda vamos! — la incentivó y la niña inocente y alegre aceptó su improvisada propuesta.
Tomó la mano de Aang sin dudarlo un segundo y a cortos saltos se fue del lado de su madre, como si no la hubiera dejado desecha y revuelta, como si no tuviera peso o trascendencia. La mano de Katara la tocó por la espalda y de nuevo la hizo saltar en su sitio por la sorpresa. La morena le sonrió y aunque no pudo verlo sabía que lo hacía, maternalmente, cariñosa y también dolida por la pérdida, tanto o más que ella.
— Es de Sokka, ¿verdad? — preguntó de pronto y Toph frunció con extrañeza, sin entender de qué hablaba, giró su rostro a ella para dejarle ver la duda y confusión, escuchó una risa seca y un tanto ahogada por parte de ella antes de que finalmente continuara. — El bebé que estás esperando, es de mi hermano, ¿no? — la boca de la bandida ciega se abrió en sorpresa y su rostro mostró incredulidad, apenas ella lo había sabido días atrás y ahora Katara se lo preguntaba con demasiada normalidad.
— ¿Cómo lo supiste? — no se resistió a cuestionarle y la morena se encogió, como si le restara importancia a ese hecho.
— Pensé que estabas muy mal y te revisé con mi agua control... y lo sentí ahí adentro — sus manos pálidas y delgadas se fueron de nuevo contra su vientre y se abrazó a sí misma, a aquel último recuerdo que él plantó en ella casi sin querer.
— No se los digas — esta vez fue el turno de Katara para sorprenderse y para adelantarse. Levantó las cejas en duda y Toph bajó el rostro con algo cercano a la culpa. — No le digas a nadie que es de Sokka, ni siquiera al mismo bebé — el ceño de la maestra agua se frunció en inconformidad y ofensa, en demasiada extrañeza.
— ¿Por qué, Toph? Merece saber quién fue su padre, lleva su sangre, es su legado. Su posición en la tribu agua del Sur le pertenece también, además, yo soy su tía, mis hijos su familia, ¿de qué estás hablando? — el dolor fue claro y se sostuvo en sus palabras intentando hacer entrar en razón a la otra, quién ni siquiera parpadeó.
— Quería que Sokka fuera el primero en saberlo — los labios de Katara se apretaron ante eso, ante el saber que eso ya no sería posible, que en realidad, ahora todos lo sabrían, todos menos él. — Si saben que este bebé es su hijo, no lo dejarán en paz, no me dejarán en paz... no podré mirarle a la cara y que sepa que no pude hacer nada, ¿de qué le servirá escuchar las hazañas de su padre si ya no puede hacer nada, sí ya no está? — la chica de la tribu agua apretó los ojos y ladeó el rostro, tocada, aún dolida por aquel discurso, por la forma tan egoísta de Toph al hablar. — Lin ha sabido manejar la ambigüedad al respecto, yo... no quiero que sufra, ¿sabes? No quiero que crezca pensando en su muerte... así que solo... ¿podrías guardarme el secreto? — le sonrió con un ruego en sus facciones, una súplica susurrante y discreta que Katara entendió, que también comprendió. — Además, no tiene porqué alejarse de su familia... todos nosotros, el equipo Avatar, lo somos, ¿no? Incluso si no compartimos sangre... siempre seremos una familia... ¿verdad? — Katara asintió y le tendió la mano a Toph, ella la recibió y la apretó rudamente, ambas, en su interior, sintieron a Sokka como parte de la otra, una gran parte de él vivía con ellas, en su sangre, en sus cuerpos, entre su piel.
Mientras siguieran con vida entonces su legado no moriría, mientras hubiera chistes que contar, carne que cortar, risas que dar y abrazos que iban y venían sin parar, él estaría ahí, al fondo, siempre, con sus tonterías, su inteligencia y su carisma que muchas veces al recordarlo ahora las haría llorar. Encontrarían en los ojos de Suyin el alma de Sokka, sus travesuras y también sus locuras, en su forma de reír y en su arrebatadora forma de vivir siempre para querer sentir. Guardar el secreto había sido lo correcto y en sus cavilaciones Toph lloraría en silencio.
Soñaba con volver atrás, con sostener una última vez su mano, con poder viajar juntos a aquel pantano.
Soñó cosas que por supuesto, no pudieron ocurrir jamás.
[...]
Dejó ir otro suspiro y miró con falso interés las hojas cayendo, los pétalos volando contra el viento y el espejo de agua bailar bajo el ajetreo de los patos-tortuga que se movían en grupo a un costado para poder comer. Recargó su rostro en su palma abierta y se quedó postrado en su ventana, se quedó pensando en lo que no fue, en lo que hubiera sido, y en lo que en realidad era. En el actual vacío incesante de su ser.
— Ey, Zuko — una voz llamó de pronto y apenas giró el rostro para ver quién había irrumpido en su habitación. Sonrió al instante y se enderezó de pronto, ligeramente entusiasmado con aquella presencia inesperada en su puerta.
— Suki, pasa por favor — la guerra Kyoshi obedeció y entró cómodamente hasta estar cerca del Señor del Fuego, quién la abrazó cortamente unos segundos antes de sonreírle con la amabilidad de siempre. — Es un gusto tenerte de vuelta en el palacio — agregó y le dio un suave apretón en el hombro, amigable.
— Extrañaba mucho esto, el pelear, ya sabes — Zuko asintió y ambos sonrieron un segundo antes de que la sensación golpeada de melancolía brotara sin poder evitarlo de los ojos de ambos, de sus sonrisas manchadas de tristeza que buscaban esconder.
— Es duro, ¿no? — preguntó y se encogió de hombros, ella arqueó una ceja en duda y Zuko suspiró dificultoso, cansado. — El tener que continuar, el seguir con nuestras vidas..., como si nada — giró sus ojos a un lado para clavarlos en la lejanía del firmamento que pintaba en la extensión del cielo, para mirar en lo profundo de sus recuerdos.
— Estás pensando en ella, ¿no? — la forma de remarcar aquello lo inquietó, lo hizo preguntarse si se le notaba demasiado y ella leyó enseguida esa preocupación. — Sokka hacía la misma cara siempre que se trataba de Toph, siempre que estaba en sus pensamientos... que era en realidad en todo momento — sonrió con un dolor y una ligera pena al mencionarlo, avergonzada de haber vivido así, de haberle permitido a Sokka equivocarse al quedarse a su lado tanto tiempo cuando había sido muy claro que había alguien más siempre en su pensamiento.
Zuko bajó el rostro ante la comparación, ante la reafirmación de aquellos dos amantes que él mismo siempre supo y aun así como un tonto se involucró, como un idiota lo arruinó. Quizá ahora mismo no existía nadie más en el planeta que lo entendiera tanto como hacía Suki, que veía en su abandono el suyo propio y el arrepentimiento mezclado con el perdón. Veía a Sokka y Toph en esa mujer que también había sido arrastrada a esa historia que se suponía debía ser de dos, que había resultado lastimada y olvidada. Que tenía que vivir deseando no mirar atrás.
— ¿Aún te duele? — se aventuró a preguntar, ella se encogió de hombros y cruzó los brazos sobre su pecho, como si buscara refugio o calor entre sus propios brazos.
— Supongo, cada que me acuerdo que ya no está yo... bueno, realmente me pongo mal — una sonrisa ladina y sin chiste se asomó entre sus labios y Zuko asintió comprensivo, quizá en realidad se sentía igual. — ¿Sabes? Yo nunca dejé de quererlo, incluso ahora..., creo. Si me fui es porque pensé que todo saldría bien si no me tenía en medio... pero supongo que era pedir demasiado, ¿no? — esta vez solo hubo tristeza en el aire y suspiros profundos que no llegaron a ningún lado, que se perdieron en alguna parte en el vacío de su corazón.
— Debí haber pensado igual que tú — dijo haciendo referencia a su intervención en la tribu agua del sur, lo dijo tan sutil y tan disfrazado que obviamente Suki no entendió, pero si sintió su deseo en sus palabras, sus ganas de haber hecho lo correcto y hacerse a un lado, para dejarlos ser felices, para no aferrarse al imposible. Pero ahora mismo ya no había marcha atrás.
—Ella tomó su decisión — Zuko asintió concediéndole la razón y luego bajó los hombros, resignado, quizá conforme, quizá aún demasiado frustrado. — Pero... vamos, quita ese rostro, Mai llegó hace un rato y de hecho el grupo de sabios ya está esperando — la alegría mal actuada sonó en su voz y tomó distancia para poder dirigir el camino a la salida de la habitación.
— Hubieras empezado por ahí, ya debe estar lo suficientemente nerviosa por la ceremonia como para hacerla esperar más— Suki rió divertida y caminó a la puerta, deteniéndose un momento para observar la sonrisa de Zuko que un momento le resultó sinceramente emocionada.
— Me alegra que vuelvan a estar juntos — comentó y esbozó finalmente una sonrisa sincera. — Me recuerda a los viejos tiempos — sonrió más y Zuko acompañó su sonrisa bañada con nostalgia y melancolía.
— Sí, a mí igual — respondió y miró fijamente a Suki, miró al pasado, miró los chistes y las bromas de la adolescencia, miró a su tío Iroh haciendo té, miró a Aang bailoteando, miró a Katara cocinando sobre el fuego de sus manos, miró a Mai soltar una maldición, al fondo y uno al lado del otro, estaba Toph y Sokka, compartiendo una charla tranquila, una broma sobre Momo, un golpe suave en el brazo, una sonrisa y unos tímidos dedos que sostenían el uno al otro.
— A veces quisiera volver — murmuró ella y giró el picaporte para finalmente dar paso afuera de la habitación haciendo amago de conducirlo por el pasillo.
— Yo también — respondió en un susurro y en su mente el recuerdo lúcido de muchos años atrás parpadeaba; la fogata brillaba y al rededor sus amigos comían alegres y cantaban, al frente suyo, Toph tomaba del brazo a Sokka y compartían un plato de comida para dos. Sus ojos vacíos un momento parecieron mirarlo y amistosa, le sonrió. — Yo también...
NA. (El puente sin retorno y los hechos ocurridos en este son mencionados en el comic "Norte y Sur Parte 3")
Bueno, como dije, no es una historia de amor. Por eso no podía quedarse con ninguno, porque esta historia trata del miedo de una madre a estar sola, de la facilidad e irracionalidad de "amigos con derecho" o "relaciones abiertas", del despecho de alguien y el error de ir a refugiarse en alguien más. En el error de dar mensajes de sentimientos que no sientes, de involucrar a más para no estar solo o por creer que "terminarás amándolo". De amistad, de rencor y de malas decisiones.
Quizá no profundicé demasiado como me hubiera gustado pero hacerlo distorsionaría la idea original que era esta, el no saber perdonar, el no saber diferenciar entre amor y amistad. También quería aclarar que el concepto y la idea en sí, la mayoría de los hechos fuera del fantasioso mundo de Avatar fue basada en hechos reales.
En fin, sé que originalmente Sokka muere cundo Korra tiene 4 años y él y Zuko encierran a Zaheer y a sus hombres pero era necesaria su muerte en esa historia.
Ojalá alguien haya llegado hasta acá, me disculpó si en un punto fue "demasiado".
En fin, gracias si a alguien le gustó, les dejó una pequeña frase de ATLA que me resulta menester mencionar, saludos y suerte!
"No hacer nada y perdonar son cosas diferentes. Es fácil no hacer nada, pero es difícil perdonar"
— Avatar Aang