9. Cita a ciegas
Prompt 9. She hated blind dates, but little did she know this would be her last.
Resopló por enésima vez ese día, mientras apagaba el ordenador y comenzaba a recoger las cosas de su escritorio, lanzándolas descuidadamente a la bolsa de mano.
El reloj colgado en la pared marcaba las seis en punto de la tarde y ella estaba que se moría por llegar a su departamento, tirarse en la cama y ver una buena película que la distrajera del día terrible que había tenido.
Pero por supuesto, aquello era demasiado pedir, y mientras salía del edificio de oficinas donde trabajaba y se dirigía a su auto, se dio la oportunidad de maldecirse a sí misma infinidad de veces por haber accedido a semejante estupidez.
¡Había aceptado ir a otra cita a ciegas! ¿Qué demonios estaba pensando?
No estabas pensando, querida, se dijo mientras entraba al auto color rojo, arrojaba la bolsa al asiento del copiloto y arrancaba.
Al final, eso era muy cierto. Ella, Tomoyo Daidouji, no estaba pensando demasiado cuando a su queridísima mejor amiga se le dio por hacerla de celestina (otra vez) y la llamó para informarle que le había organizado una nueva cita a ciegas para esa noche.
Tomoyo había estado demasiado concentrada y estresada en terminar el trabajo del día a tiempo, que monótonamente había contestado a todo con un simple "si".
Había sido necesario escuchar el chillido de alegría de Sakura, para que ella saliera del trance en el que estaba y se diera cuenta de su terrible error.
Adoraba a su mejor amiga, pero lo cierto es que podía llegar a ser malditamente exasperante cuando una idea se le metía entre ceja y ceja.
Y para su desgracia, la idea que en ese tiempo circulaba por su bonita cabecita castaña, era la de conseguirle un novio.
Sabía que lo hacía con la mejor de las intenciones, pero luego del fiasco que había sido su última relación hacía un año, Tomoyo realmente no estaba muy convencida de querer iniciar un nuevo compromiso con alguien.
El final de aquel noviazgo de tres años la había dejado destruida y con el amor propio por los suelos. Era bastante justificable su recelo hacia el sexo opuesto y su perenne odio hacia todo lo que tuviera que ver con el romance... incluidas las citas.
Claro que para alguien como Sakura Kinomoto, una romántica empedernida y que además llevaba una relación de ensueño con un chino bastante atractivo, la mera idea de no desear un romance era simplemente inconcebible.
Así que ahí estaba ella, conduciendo hacia la séptima cita a ciegas que su amiga le organizaba en los últimos tres meses.
Y siempre aceptaba por el hecho de que se trataba de Sakura y era imposible decirle que no.
Eso y por el hecho de que su amiga tenía un gusto exquisito para escoger los restaurantes de los encuentros. Lastimosamente no podía decir lo mismo de su gusto para escogerle pretendientes.
Tomoyo siempre salía de las citas con el paladar encantado y el estómago satisfecho, pero nunca con la promesa de repetir.
Porque aunque se veía obligada a asistir a las citas organizadas por Sakura, no estaba obligada a portarse encantadoramente con los pretendientes.
Se había topado a una variedad abismalmente diferente de sujetos durante las últimas seis salidas. Tanto que llegó a preguntarse de dónde es que Sakura los sacaba.
Salió con un veterinario, un guardia de seguridad, un entrenador de gimnasio, un abogado, un vendedor de bienes raíces y hasta con un musico. Algunos eran atractivos, otros no tanto. El abogado era diez años mayor que ella, el veterinario dos años menor. El entrenador se la pasó adulándose a sí mismo durante toda la cena y el vendedor de bienes raíces no la dejó hablar para nada, mientras que por otro lado, al guardia de seguridad casi le tuvo que arrancar las palabras de la boca. Al menos el musico había sido sincero al decirle que estaba ahí por una apuesta con sus amigos de banda y que no estaba interesado en una relación. Esa había sido la cita más corta de todas, pues luego de la primera copa de vino, ambos habían acordado dar por terminada la velada.
Así, cansada de perder el tiempo en citas infructuosas que no llevaban a ningún lado, Tomoyo iba bien preparada esta vez.
Llegó al restaurante que le había dicho Sakura y se quedó dentro del auto unos minutos, admirando su bonita fachada rustica. Debía darle de nuevo una felicitación a su amiga, la comida italiana era una de sus favoritas.
Soltó un suspiro y observó la hora en su teléfono celular: siete y treinta de la noche. Iba con treinta minutos de retraso y si eso no había espantado ya al nuevo pretendiente, la carpeta que llevaba entre manos al salir del auto seguro lo haría desistir completamente.
Ese día en particular, Tomoyo no estaba de humor para una cita a ciegas. El trabajo se le había acumulado y el tirano de su jefe se la había pasado gritándole a diestra y siniestra toda la tarde.
Ser la asistente de un diseñador de modas era un trabajo difícil, pues éstos tendían a ser cien veces más soberbios que cualquier otro jefe, pero apenas con un año de haber egresado de la carrera, no había muchos puestos altos a los que pudiera aspirar.
Así que como lo único que deseaba en esos momentos era marcharse a casa a tener un buen maratón de películas, pretendía despachar rápidamente al pobre ingenuo que había accedido a ser parte de esa estúpida cita.
Sakura seguramente la regañaría al día siguiente, pero no podía importarle menos.
Con esa idea en mente y apretando fuertemente la carpeta entre las manos, salió del auto y se encaminó a la entrada del restaurante.
Si tuviera que elegir una palabra para describir el lugar, Tomoyo elegiría la palabra acogedor, sin duda alguna.
No era lujoso como otros restaurantes de comida italiana a los que había ido antes, pues no contaba ni siquiera con un recibidor. Al entrar, lo único que daba la bienvenida eran las bonitas mesas cuadradas de color caoba y el exquisito aroma que salía de la cocina que estaba al fondo.
Las luces cálidas daban un ambiente íntimo al lugar y las paredes de ladrillo ayudaban a complementar esa sensación de estar en casa.
Definitivamente tendría que felicitar a Sakura mañana que hablara con ella por teléfono.
Escaneó el lugar detenidamente y gracias a que no había tantos comensales, no le fue difícil identificar a su cita.
Estaba en una de las mesas más apartadas, junto a la ventana cuadrada que daba hacia la calle.
Repasó en su mente las vagas descripciones que su amiga le había proporcionado por mensaje: alrededor de 28 años, cabello negro y anteojos cuadrados.
Era él.
Suspiró de nuevo y comenzó a acercarse a la mesa a pasos lentos, pero seguros.
El hombre tenía frente a sí una copa de vino tinto a medio beber, vestía una elegante camisa de color celeste y llevaba la corbata ligeramente deshecha, lo que le pareció curioso, pues por lo general sus citas pasadas hacían hasta lo imposible por verse pulcros y bien presentables.
Se le veía bastante entretenido respondiendo mensajes en su celular, por lo que cuando estuvo a dos pasos de la mesa, Tomoyo tuvo que carraspear educadamente para llamar su atención.
Y vaya que lo consiguió.
Por norma general, los gustos de Sakura distaban mucho de los suyos propios, y esa norma se extendía hasta el terreno del gusto por los hombres.
Sakura siempre se había decantado por los chicos serios y con una eterna expresión de disgusto, y desde que salía con Shaoran Li, su amiga tenía una particular debilidad por los hombres castaños y ligeramente morenos.
Prueba de eso habían sido los últimos seis pretendientes con los que había salido. Todos tenían el cabello de alguna variada tonalidad de café, ojos marrones y la piel más o menos tostada.
Por eso no pudo evitar sorprenderse gratamente cuando su cita número siete resultó ser todo lo contrario al patrón anterior.
No solo era el cabello, negro como el ébano, también era su piel, tan blanca que resultaba casi pálida, y sus ojos... de un imposible azul zafiro que brillaban y la miraban con una intensidad que comenzaba a ponerla nerviosa, pues no importaba que estuvieran enmarcados por unos delgados anteojos cuadrados, la curiosidad que destilaban esos ojos parecía traspasar hasta lo más hondo de su alma.
Sus rasgos eran afilados y masculinos y llevaba estampada una sombra de picardía y travesura que no podía pasar desapercibida aun cuando su expresión era seria. No había manera de asegurarlo, pero algo en su interior le decía que el sujeto era del tipo travieso.
Tomoyo tuvo que tragar lentamente para hacerle frente a esa mirada interrogante. Había salido con muchos hombres, pero esta era la primera vez en bastante tiempo que se ponía nerviosa frente a uno. Creyó haber dejado atrás las ansias adolescentes hacía muchos años.
—Yo... lamento la tardanza, el tráfico estaba horrible —mintió descaradamente, pero su voz había salido tan débil que era evidente que eran puras excusas.
El hombre no dijo nada y tampoco hizo el ademan de moverse.
Tomoyo frunció el ceño.
Estaba acostumbrada a que los hombres se desvivieran en atenciones hacia ella. Alguno de las seis citas anteriores al menos hubiera tenido la delicadeza de responderle con un "no hay problema", aun cuando llevaran más de media hora esperándola. Este hombre, sin embargo, solo la veía con la intriga cincelada en su atractivo rostro, pero no parecía que fuera a hablar pronto. Muy por el contrario, parecía estarla analizando en silencio.
Rodó los ojos, despojándose un poco de los nervios, y ocupó la silla frente a él, pensando que en realidad aquello era mejor, si el hombre no hablaba, ella podía terminar con esa pérdida de tiempo más pronto.
Llamó a un mesero y al poco tiempo un hombre de unos cincuenta años se acercó a ella con un menú.
—Muy buenas noches, señorita —dijo mientras colocaba la carta sobre la mesa—. No sabía que tendría compañía esta noche, señor Hiragizawa.
Estaba concentrada viendo los platillos, pero Tomoyo podría jurar que escuchó un murmullo de parte del hombre diciendo "Yo tampoco". Lo atribuyó a su deliberada impuntualidad y al hecho de que él habría creído que seguramente lo había dejado plantado.
Le ordenó al mesero una pasta tradicional y una copa de vino y cuando notó que éste se marchaba sin que su acompañante pidiera nada, fue su turno de sentirse curiosa.
—¿No planeas comer? —preguntó intrigada.
Él le regaló una sonrisa ladeada mientras apoyaba los codos sobre la mesa y recargaba la barbilla en unos largos dedos entrelazados. Aquello le causó un escalofrío a Tomoyo.
—Yo ya he ordenado —respondió con la voz más grave y sensual que ella hubiera escuchado antes.
Sintió que se sonrojaba como una chiquilla y se maldijo internamente, ¿Qué le pasaba?
Se aclaró la garganta para distraerse, y entonces reparó en la carpeta que había traído consigo y que por un momento había dejado olvidada encima de la mesa.
Se recordó a sí misma que iba con la intención de terminar aquello rápido; su televisión y sus películas la esperaban pacientemente en casa.
—No puedo ni imaginar lo que habrá hecho Sakura para convencerte de que vinieras hoy a esta cita —empezó con su tono de negocios mientras abría la carpeta y comenzaba a sacar unas hojas impresas—. Pero soy una persona ocupada y apuesto a que tú también lo eres.
Desvió ligeramente la mirada de los papeles para posarla en su corbata deshecha y en su cabello alborotado. Él tenía todo el aspecto de alguien que acababa de salir del trabajo.
—Así que para no perder mi tiempo ni el tuyo, me tomé la libertad de preparar un cuestionario de compatibilidad que ambos responderemos. Así sabremos si esta cita a ciegas vale la pena nuestro tiempo. Si no, cualquiera de los dos es libre de retirarse en todo momento.
Tomoyo compuso su sonrisa más encantadora ante la mirada sorprendida del hombre. Al mismo tiempo, el mesero dejaba su copa de vino y volvía a retirarse.
El asombro duró poco, pues sus facciones pronto volvieron a relajarse y con una sonrisa socarrona se inclinó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos. Tenía la ceja derecha alzada, casi como si la retara.
—Me encantaría empezar el cuestionario preguntando el nombre de mi cita —dijo divertido, usando un tono particular para la última palabra que no alcanzó a entender.
Parpadeó dos veces, incomoda, cayendo en la cuenta de que ni siquiera se había presentado.
Disimuladamente colocó un mechón de cabello negro detrás de su oreja, muestra de su nerviosismo, antes de volver a hablar.
—Soy Tomoyo Daidouji —dijo aparentando tranquilidad—. ¿Y tú eres...?
—Eriol Hiragizawa —respondió él de inmediato, sin apartar su mirada intensa.
—Bien. Hechas las presentaciones, ¿Te parece que comencemos en lo que llega la cena?
—Pero por supuesto, señorita Daidouji —hizo un ademan con su mano derecha, dándole autorización. Por alguna razón se veía bastante divertido—. Estoy muy intrigado por saber las preguntas que ha preparado mi cita a ciegas.
No pudo evitar fruncir el ceño ante su deliberada insolencia, pero optó por ignorarlo. Viendo su actitud, era casi seguro que no pasarían de la quinta pregunta y ella podría irse antes de que llegara la comida.
—¿Cuál es tu filosofía de vida, Hiragizawa? —preguntó altanera. Había decidido optar por una pregunta fuerte para empezar. Pocas personas sabían a ciencia cierta cuál era su filosofía de vida.
Lo vio sonreír, confiado.
—Mi filosofía de vida es que no existen las coincidencias, solo lo inevitable.
—¿A qué te refieres?
—Nosotros, por ejemplo —dijo encogiéndose de hombros—. No es una casualidad el que estemos aquí sentados. Al parecer, nuestro destino era conocernos, Daidouji.
Tomoyo no creía mucho en el destino, y ciertamente no creía que aquella cita hubiera sido algo inevitable. Aquella cita era el resultado del complejo de cupido que se cargaba su amiga.
—¿Cuál es tu filosofía de vida? —lo escuchó preguntar y ella salió de sus pensamientos abruptamente.
—Al mal tiempo, buena cara —respondió en automático, y quiso darse un golpe por bocazas. No planeaba hacerle saber al sujeto que detestaba su vida profesional actual y que su vida personal estaba llena de múltiples pequeños problemas.
—Interesante. ¿Hay algo que te desagrade de tu vida en estos momentos?
Y ahora él parecía leer mentes.
—La que hace las preguntas aquí soy yo, Hiragizawa —espetó tajantemente, volviendo la vista a la hoja que tenía entre manos—. ¿Qué es lo que te mueve?
—Esa es sencilla. Ayudar a las personas.
Ella le lanzó una mirada perspicaz mientras alzaba una ceja, no creyéndole ni una sola palabra. Él soltó una carcajada mientras levantaba las palmas de las manos conciliadoramente.
—¡Es cierto! —dijo inclinándose de nuevo sobre la mesa. Teniéndolo así de cerca, Tomoyo alcanzaba a distinguir los dos tonos de azul que tenían sus ojos, al centro se hacían de un color mucho más oscuro y enigmático—. ¿Qué clase de medico sería si no me mueve el ayudar a las personas?
Abrió la boca para responder, un poco sorprendida de saber su profesión. Ciertamente, no hubiera creído que fuera doctor. No tenía el tipo de aura seria que normalmente tenían los médicos.
Sin embargo, sus palabras murieron antes siquiera de ser pronunciadas cuando él, con toda la confianza del mundo, le arrancó la lista de preguntas de las manos y comenzó a leerlas con ojos ávidos.
—¿Qué prefieres, leer revistas informativas o ver las noticias? —preguntó al aire. Aquella era la pregunta número tres—. ¿Cómo te ves en cinco años? ¿Cuál es tu plan de vida? ¿A qué tipo de seminarios te gusta ir?
Lo observó tranquilamente mientras él terminaba de leer todas las preguntas. Si Tomoyo tenía que ser honesta, no había redactado esas cuestiones con el fin de conocerlo, si no con el fin de espantarlo, por eso aquello parecía más una entrevista de trabajo que una cita romántica.
Sin embargo, también tenía que ser honesta y decir que en ninguno de los múltiples escenarios que había planteado su cabeza, existía uno donde él arrugara la hoja de las preguntas hasta volverla una bolita de papel inservible.
Se quedó sin palabras.
—¿Así es como sueles conocer a tus citas? —preguntó divertido, acentuando una sonrisa que dejó al descubierto una hilera de blancos dientes—. No me sorprende que todavía sigas sin novio.
Apretó los labios en una fina línea, molesta. Ese último comentario no le había agradado. Ella no estaba buscando novio.
—Tengo un mejor cuestionario para ti, Tomoyo Daidouji. Uno que en verdad nos permitirá conocernos.
La chica estuvo a punto de mandar por la borda sus modales y decirle que en realidad no estaba nada interesada en conocerlo, cuando él volvió a hablar.
—¿Cuál es tu juego favorito? —preguntó sencillamente.
—¿Disculpa?
Él asintió.
—Sí, ¿Cuál es tu juego favorito? —repitió pacientemente—. El mío es el ajedrez, por ejemplo. Me gusta la estrategia. Y todavía no he conocido a la persona capaz de vencerme en una partida.
Tomoyo tuvo que rodar los ojos ante la nula modestia de su interlocutor. Entonces pensó detenidamente en la pregunta. ¿Su juego favorito? No lo sabía realmente, hacía años que no jugaba a nada.
Entonces la respuesta vino por sí sola y no pudo evitar que una sonrisa ligera apareciera en su boca.
—Mario Bros —dijo de inmediato, recordando con cariño aquellas tardes en las que todavía era una estudiante de primaria y pasaba largas tardes jugando con Sakura. Siempre ganaba.
—Con que videojuegos ¿eh? —el asombro en el rostro del hombre era genuino—. Yo soy terrible en ese tipo de juegos. Lo que tengo de bueno en el ajedrez, lo tengo de malo en los videojuegos.
Lo vio reír divertido de su propia broma, y no pudo evitar unírsele.
—Siguiente. ¿Cómo es tu voz?
Lo miró curiosa y francamente confundida por su pregunta tan extraña. Él se encogió de hombros y dio un sorbo a su copa de vino.
—Mi voz es demasiado grave para mi gusto. Parezco un viejo de sesenta años en lugar de un chico de veintisiete.
—Yo difícilmente te llamaría "chico" —dijo burlona, soltando una nueva risa ante la manera ofendida en que él puso una mano en su pecho—. Mi voz es... suave, creo.
—Y mandona —complementó él bastante serio. Tomoyo estaba a punto de replicar, cuando el mesero apareció con sus órdenes.
Colocó los platos con cuidado frente a cada uno y ella casi suspiró al percibir el delicioso aroma que emanaban. Hiragizawa también había pedido una pasta, aunque la de él tenía una cantidad exagerada de queso.
—Disfruten la comida, señorita, señor Hiragizawa. Cualquier cosa no duden en llamarme —dijo amablemente el mesero, y con una reverencia volvió a la cocina.
—¿Vienes aquí a menudo?
—Algunas veces, sí —dijo él, quitándole importancia al asunto. Tomó los cubiertos, y antes de picar la comida, volvió a hablar—: Si fueras una flor, ¿Cuál serías?
Tomoyo no pudo evitar soltar una carcajada ante lo absurdo de la pregunta. La contestó de todos modos.
Así, pregunta ridícula tras pregunta ridícula, es como fue conociendo diversas cosas del hombre que tenía frente a sí.
Como por ejemplo que era originario de Inglaterra, que adoraba el helado de fresa y que era alérgico a los gatos, pero que aun a pesar de esto tenía uno en casa que se llamaba Spinel y del cual no podía deshacerse porque simplemente lo amaba. Le platicó que trabajaba en el hospital central de Tomoeda y que estaba especializándose en cardiología. También le dijo que detestaba el brócoli y que su color favorito era el gris.
No supo darse cuenta en qué momento, pero de pronto Tomoyo se olvidó de su noche de maratón y se vio a sí misma hablándole animadamente de su orgullosa colección de películas y de su gusto casi inhumano por los libros de terror. De su afición por grabar a todo momento a su querida amiga Sakura y de su glotonería consagrada.
Le habló de lo que hacía en sus ratos libres, de su estación favorita y del gusto de ir a los ríos de vez en cuando a recoger piedras que después pintaba con bonitos patrones de colores.
Era curioso darse cuenta que de alguna manera, la conversación con Eriol Hiragizawa fluía y fluía y con saber solo cosas tan sencillas, era posible inferir un mundo acerca de la vida de él y de la suya propia.
Pareciera que el hombre estaba mucho más interesado en los pequeños detalles, como un alma vieja a la que solo le preocupa lo esencial para, a partir de ahí, desentrañar lo más importante.
En algún momento, Tomoyo se descubrió disfrutando verdaderamente de la conversación y retrasando el consumo de su pasta a propósito, todo con el fin de seguir platicando y riendo con el fascinante hombre que estaba conociendo.
Claro que en algún momento la cena comenzó a enfriarse y su estadía en el restaurante se había alargado más que ninguna de sus seis citas anteriores.
Era tarde y debían despedirse.
Cuando llegó la hora de pagar la cuenta, él insistió en hacerlo y ahí fue cuando encontró la excusa perfecta que necesitaba.
Las palabras salieron de su boca antes de que tuviera tiempo de pensarlas con cuidado.
—Será mi turno pagar los helados la próxima vez —dijo con una facilidad que la sorprendió. Él también pareció asombrado, pero pronto una sonrisa encantadora se dibujó en su rostro y sus ojos azules brillaron en comprensión.
Salieron del restaurante tranquilamente bajo las efusivas despedidas del mesero, y cuando estuvieron fuera, Hiragizawa le ofreció su teléfono celular al tiempo en que extendía su mano libre hacia ella.
—Intercambiemos teléfonos y pongámonos de acuerdo para esos helados.
Estuvo a punto de suspirar al escuchar esa voz tan grave, pero accedió de buena gana.
Cuando sus números estuvieron registrados en los contactos del otro, Hiragizawa volvió a sonreírle.
—Gracias por tan placentera velada, Daidouji —dijo sincero y ella asintió.
—Nos veremos después.
—Cuenta con ello.
Y con una cálida sonrisa en los labios, Tomoyo se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia su auto, viendo como él hacía lo mismo. El auto de Hiragizawa era negro.
Suspiró y comenzó a conducir el trayecto que la llevaría a su departamento, sintiéndose arriba de una nube esponjosa y rosada. Había dejado de considerarse una chica romántica hacía muchos años, pero no podía negar que contra todo pronóstico, realmente había disfrutado la cita con Eriol Hiragizawa.
Pensó que era un hombre interesante y que tenía un vasto tema de conversación. Era atractivo además, y no era tan ingenua como para no reconocer ese cosquilleo que le había estado recorriendo el cuerpo entero cada vez que él le sonreía de aquella manera arrebatadora.
Suspiró de nuevo. Sakura seguramente se jactaría de sí misma cuando descubriera que habían quedado en salir otra vez. Estaría sumamente orgullosa de sus habilidades de celestina.
Llegó a su departamento luego de veinte minutos y justo cuando estaba introduciendo la llave en la cerradura, el tono de su celular comenzó a sonar.
Era Sakura, precisamente.
—Creo que tus dotes de cupido al fin surtieron efecto, querida —fue el saludo alegre de Tomoyo mientras entraba al departamento y arrojaba la bolsa en la mesita del recibidor. Se descalzó y con pasos ligeros caminó hacia la habitación, donde no perdió la oportunidad de tirarse en la cama. Estaba feliz.
Escuchó a Sakura reír del otro lado de la línea.
—¿De qué hablas, Tomoyo?
—¿Cómo que de qué? —preguntó divertida. Sakura se hacía la difícil solo para que le diera las gracias—. ¡De acuerdo, Sakura! Si quieres que lo diga, lo haré: gracias por la cita a ciegas de hoy. Tengo que admitir que Hiragizawa es un encanto de hombre. Definitivamente ha sido la mejor.
Esperaba que su amiga castaña soltara un grito de emoción, o que le dijera un pretencioso "te lo dije", pero lo único que se escuchó del otro lado de la línea fue un espeso silencio.
Tomoyo frunció el ceño.
— ¿Sakura?
—¿De qué cita hablas, Tomoyo? ¿Y quién es Hiragizawa? Justo te marcaba para eso. Kenji, mi compañero de trabajo y el que era tu cita de mañana, me pidió que pospusiera la cena para la próxima semana. Llamaba para preguntarte si estabas disponible.
Se sentó en la cama de golpe, repentinamente confundida y algo aturdida. Tardó unos segundos en encontrar su voz.
—¿Cita de mañana? ¡La cita fue hoy, Sakura! Con Eriol Hiragizawa, tu misma lo escribiste en el mensaje que me mandaste en la tarde.
Nerviosa, no esperó a que su amiga respondiera. Alejó el celular de su oreja y con prisa se apresuró a revisar los últimos mensajes de la castaña, particularmente ese donde le especificaba la hora y la dirección del restaurante.
Ahí decía claramente... miércoles a las siete de la tarde.
Miércoles.
Revisó la fecha.
Era martes.
Se mordió con fuerza el labio mientras su vista se perdía en un punto indefinido de la habitación. Solo el insistente llamado de la voz de Sakura consiguió a medias traerla de regreso a la realidad.
— ¿Te encuentras bien, Tomoyo? ¿Qué es lo que pasó? ¿Quieres que vaya a tu casa?
—No, no es necesario. Yo... te llamo en un rato, Sakura. Creo... creo que he cometido un gran error.
Colgó sin escuchar los nuevos cuestionamientos de su amiga y con lentitud, buscó entre sus contactos hasta dar con un nombre en particular.
Observó largo rato el nombre de Eriol Hiragizawa en la pantalla mientras se mordía con insistencia la uña del dedo pulgar.
¡Era una estúpida! Y una de las grandes.
Rememorando su fantástica noche acompañada, era que se daba cuenta de un montón de cosas a las que no le había puesto atención antes, como esa respuesta susurrada de Hiragizawa cuando el mesero pareció intrigado porque estuviera acompañado esa noche. O la genuina curiosidad divertida en su rostro durante la primera media hora juntos o el particular énfasis que había hecho cuando se refirió a ella como su cita.
¡O cuando él había hablado de las coincidencias y lo inevitable!
Fue ahí cuando Tomoyo cogió uno de los cojines de su cama y lo estampó con fuerza en su rostro, profiriendo un grito avergonzado. Sabía que sus mejillas estaban peor que un farolito rojo de navidad.
¡Y es que cómo no estarlo! ¡Había invadido deliberadamente la tranquila cena de un desconocido!
Arrojó el cojín a un lado y trató de normalizar su respiración agitada. Seguramente había parecido una loca llegando con toda la confianza del mundo, hablando del tráfico y luego haciéndole unas preguntas incomodas y bastante personales.
¡Por todos los dioses! Le había dicho descaradamente que le haría un cuestionario para ver si eran compatibles.
—Definitivamente eres una loca, Tomoyo —murmuró para sí misma mientras tomaba de nuevo el celular y volvía a fijar la mirada en el contacto de Eriol Hiragizawa.
Tragó pesado. Lo correcto era disculparse.
Soltó el aire que estaba reteniendo y cerró los ojos con fuerza mientras le dada a llamar y aferraba el aparato contra su oreja.
Muy en su interior rezaba para que nadie contestara del otro lado, pero Tomoyo sabía que no tenía tanta suerte.
Al tercer tono, escuchó aquella voz sensual directamente en su tímpano.
—Según las reglas, se debe llamar dos días después de la primera cita, ¿no?
Se escuchaba divertido y relajado y Tomoyo no pudo evitar abrir sus ojos lentamente, llenándose de un poco de valor.
—Tu no eras mi cita a ciegas —dijo sin ninguna reverencia e ignorando por completo el comentario pícaro de Hiragizawa. No permitió que su interlocutor respondiera nada, pues una retahíla de palabras comenzó a salir de sus labios—: ¡Siento tanto haber interrumpido tu cena el día de hoy! Confundí las cosas y yo en serio creí que... tu... yo... ¡Discúlpame por haber parecido una loca!
Hubo un silencio del otro lado y Tomoyo no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Se sentía una tonta, se sentía avergonzada y seguramente Eriol Hiragizawa también la estaba considerando una niña chiflada.
Estaba a punto de colgar, cuando un pesado suspiro se escuchó a través de la línea. Tomoyo esperó.
—Si a esas vamos, Daidouji —lo escuchó murmurar en un tono más bajo—, yo también debería disculparme por no haberte sacado de tu error de inmediato. Pero tengo que serte honesto; no me arrepiento de haber compartido mi cena contigo el día de hoy. Fue... interesante.
Tomoyo no supo qué decir. Estaba sorprendida. Entonces él soltó una suave y masculina risa que le erizó todos los vellos de la nuca.
—Lamento no ser la cita a ciegas que estabas esperando. Pero si todavía estas dispuesta, estaría encantado de ir la próxima semana por esos helados que me prometiste.
—¿Lo dices en serio? —preguntó asombrada. Casi se lo podía imaginar encogiendo los hombros del otro lado.
—Te lo dije en el restaurante. No existen las coincidencias, solo lo inevitable. Creo firmemente que era inevitable que nos conociéramos el día de hoy. Así que, ¿Qué dices?
Tomoyo se enjuagó las lágrimas no derramadas, y como una chiquilla de quince años y no como la mujer de veinticinco que era, dio dos brincos alegres en la cama.
—¡Claro que me gustaría ir por esos helados!
Lo escuchó reír de nuevo y antes de colgar, ambos acordaron el día y la hora de su siguiente cita.
Estaba emocionada, y con esa misma emoción tranquila volvió a marcar el número de Sakura con la intención de pedirle que cancelara cualquier plan con aquel tal Kenji.
Mientras esperaba a que su amiga respondiera, Tomoyo sonrió.
Ella odiaba las citas a ciegas, pero poco sabía que esa sería la última.
Al final, no existían las coincidencias, solo lo inevitable.
Notas de la autora: Estoy de regreso! Y de nuevo con una viñeta ligera y rosa. El final abierto fue a propósito! No son mis favoritos, siendo honesta, pero esta viñeta en particular me tienta a hacer una continuación, es probable que sepan más de este universo más adelante. Como noticia final, quería compartir con ustedes que actualmente me encuentro preparando otro long-fic de este par! Porque me gusta la mala vida y porque esa historia lleva años entre mis archivos. Espero poder comenzar a publicarla pronto y ojala que le den una oportunidad.
Como siempre muchas gracias a todos por sus reviews! Me alegran el día. Paso a responder a las personas a las que no puedo hacerlo en privado y con eso me despido. Saludos!
James Birdsong: Thanks! :D
Nozomi: Me alegra haber compensado lo de la viñeta pasada y que te haya gustado ver a nuestro Eriol de profesor. En realidad nunca se me había cruzado por la cabeza el tema de la discapacidad, pero ahora que lo mencionas, creo que puede dar para alguna buena historia. Probablemente me anime a explorarla pronto. Como siempre, muchas gracias por tu review! Saludos!
Guest: Me alegra que te haya gustado. Muchas gracias! :D
Guest: Fue precisamente a Fujitaka y a Nadeshiko a quien siempre tuve en mente mientras escribía esta viñeta. No soy muy fan de ellos en realidad, pero la temática profesor-alumna creí que también le quedaba muy bien a Eriol y Tomoyo. Tal vez en un futuro me anime a darle una continuación a ese giro, lo clásico siempre da para mucho. Como siempre muchas gracias por tu review! Cuídate!
Liz Padilla: Jajaja en mi cabeza eso sonó a un suspiro! Muchas gracias por darle un poco de tiempo a la historia! Saludos!
Kara: Me alegra que te haya gustado, aun a pesar de lo clásico que pueda haber resultado. En lo personal, yo siempre me voy por esas historias que tienen algo más de conflicto, pero me parece bueno dar un respiro de vez en cuando. Como siempre, muchas gracias por tu review! También te mando un abrazo desde aca!