Capítulo 21

El silencio de ese día era interrumpido ocasionalmente por un agudo silbido que cortaba el aire. Kagome no perdía el tiempo recuperando el oxígeno que sus pulmones le exigían, su cuerpo en ese momento era una máquina dispuesta a dar en el blanco a como diera lugar. Sus dedos se movían diestramente mientras localizaban la siguiente flecha en el carcaj sujeto firmemente sobre su hombro derecho. Flecha tras flecha disparaba hacia aquel delgado árbol sin detenerse siquiera para pestañear.

—Mierda… —susurró al ver que su flecha se había desviado ligeramente del objetivo.

Ella era buena con el arco, muy buena. Sobre todo si tenía en cuenta que en su época ni siquiera era normal ver un arco en tu vida diaria. Pero si iba a estar en ese lugar sola y sin sus amigos debía aprender a defenderse, a ser independiente y mortífera en batalla. Ahora no tendría tiempo para tropezarse, llorar o cerrar los ojos esperando un golpe que sabría que Inuyasha recibiría en su lugar. Por primera vez estaba sola y vulnerable. Y ese pequeño pensamiento fue el detonante para que esa misma mañana le dijera a su tutora que quería entrenar después de estar semanas sin tocar el arco. Kikyo había decidido llevar a Kaede para continuar con su entrenamiento, la idea le pareció adecuada. No quería dejarla sola en la cabaña. Sin embargo, al llegar al bosque, la sacerdotisa se sentó parsimoniosamente entre las raíces de un árbol y comenzó a afilar sus flechas.

—No se clavarán con fuerza si no las afilo antes —había dicho sin molestarse en dirigirle la mirada.

La azabache estaba tan impaciente que apenas aguantó cinco minutos sentada en silencio antes de ponerse en pie y decidirse a iniciar su entrenamiento ella sola. Su recién adquirida determinación hacía que sus dedos hormiguearan de solo pensar en volver a practicar con la única cosa en la que creía ser buena.

Y así había estado durante las últimas dos horas. Unos metros detrás de ella se encontraban la sacerdotisa y su hermana menor platicando, pero estaba tan centrada en su entrenamiento que no se molestaba en intentar entender de lo que hablaban las dos féminas. Tampoco le dirigía la palabra a sus acompañantes, ni le daba tregua a sus brazos que comenzaban a acalambrarse después de estar tanto tiempo repitiendo una y otra vez las mismas acciones.

—Te dije que colocaras los brazos más arriba. —Escuchó a su espalda. La mujer la miraba de reojo sin dejar su tarea y había alzado la voz lo suficiente como para que la escuchara a pesar de la distancia entre ellas. Kagome no pudo evitar sonreír con arrogancia, algo que pocas veces se permitía, antes de centrarse nuevamente en soltar la flecha entre sus dedos.

—Y yo te dije que es mi propio estilo.

—¿Sí? Pues tu estilo está haciendo que tus disparos no tengan precisión —respondió con sarcasmo. Sin embargo, la colegiala supo leer entre líneas. No se burlaba de sus penosos tiros, como habría hecho cincuenta años en el futuro, más bien se reía con ella. Sonrió débilmente y cargó el arco con una nueva flecha.

—Solo hace falta pulirlo. La práctica hace al maestro.

Si Kagome se hubiera dado media vuelta, habría visto la forma en que Kikyo arqueó la ceja al escuchar lo último. Que frases más raras soltaba esa chica.

Kagome dirigió por milésima vez su mano derecha hacia su espalda y se extrañó al sentir que sus dedos acariciaban el aire. Parpadeó de forma graciosa mientras dejaba que sus brazos descansaran.

«Ahh, es hora de recargarlo de nuevo», pensó con pesadez mientras observaba su carcaj vacío por quinta vez en el día.

Era suficiente por hoy. Miró cansinamente a sus dos acompañantes y se encaminó a su lado mientras masajeaba gentilmente su hombro derecho. Estaba entumecido y probablemente al día siguiente tendría la sensación de estar acalambrada. Pero nadie podría culparla. Cuando se visualizaba en combate, tanto su cuerpo como su mente se sincronizaban a tal punto que parecía alguna clase de aparato creado con el único fin de cargar el arco, apuntar, disparar y repetir la acción hasta ver a su enemigo perecer. Entraba en un trance del que nadie podría sacarla hasta saberse fuera de peligro, ni siquiera la herida más profunda podría hacerla flaquear. Era un hábito adquirido a través de sus viajes, lo aprendió por las malas batalla tras batalla junto a sus compañeros. Los cuales salían peor que ella la mayoría de las veces.

Se dio un golpecito en el hombro dándose ánimos. Sin importar qué tan cansada se encontrara mañana, ella seguiría entrenando hasta ser igual que Kikyo, hasta sacar a relucir todo su potencial. Ese mismo potencial del que tanto los aldeanos como Kaede siempre le hablaron, pero que gracias a Inuyasha no había sabido apreciar. Sí, entrenaría al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente…

Dirigió su mirada a las dos jóvenes frente a ella. Ninguna había dejado de hacer sus cosas a pesar de que ya llevaba varios minutos parada frente a ambas. Las miró con detenimiento. Kikyo afilaba sus flechas con una piedra de agua que el herrero le había prestado antes de partir rumbo al bosque. A su lado, Kaede comía una fruta mientras le comentaba algo alegremente a su hermana.

—¿De qué hablan? —interrumpió.

—¿Terminaste de estar en las nubes? —Kikyo rio pícaramente. A veces era gracioso ver a Kagome perderse en esos trances en los que nadie sabía qué demonios pensaba.

—No es gracioso —repuso—. Ya en serio, ¿De qué hablaban?

—De mi amigo.

—Exacto, amigo —enfatizó la mayor mientras tomaba una nueva flecha para afilar.

—Espera… ¿El mismo de…? —Y no hizo falta terminar la oración. La pequeña flor en el cabello de la niña esclareció las cosas lo suficiente como para hacerla sonreír. Acarició con suavidad la sedosa cabellera de la infante sin dejar la sonrisa de lado— Me alegro mucho por ti, Kaede.

Miró con calidez a la mujer que permanecía impasible mientras realizaba su tarea. Había logrado razonar con ella, pese a lo imposible que sonaba eso. Lentamente comenzaba a ceder y, si todo marchaba bien, pronto Kaede podría ser más libre de lo que Kikyo jamás pudo serlo. Tuvo la intención de felicitarla por su decisión, pero un sonido interrumpió sus palabras. Su estómago. Un ligero sonrojo cubrió sutilmente sus mejillas y volteó a otro lado completamente abochornada. Lo había olvidado. Había estado tan ansiosa por entrenar que se había saltado el desayuno y, a juzgar por la posición del sol, ya debería ser hora de almorzar.

—¿Eh? ¿Tienes hambre, Kagome-chan?

—B-bueno… eso parece —respondió avergonzada. Kikyo suspiró al escucharla.

—Bien. Supongo que es hora de volver a la cabaña.

Kikyo comenzó a guardar sus flechas separándolas en dos carcajes* distintos. Las flechas que aún no había afilado irían en un carcaj que llevaría Kaede, las más peligrosas las llevaría ella. Tanto por prevención de accidentes como para tenerlas al alcance en caso de que algo ocurriera. La perla que colgaba de su cuello le recordaba constantemente que no debería bajar nunca la guardia, incluso en días soleados y despejados como ese. Instó a su hermana a terminar de comer y miró a Kagome que continuaba parada mirándola con cierta gracia en su mirada.

—¿No vas a ir a buscar tus flechas?

—¿Eh?

La muchacha miró a su espalda sin comprender la pregunta lanzada por su superior. Observó el bosque completamente limpio y despejado. Claro, a excepción de un único árbol rodeado por decenas de flechas. Algunas estaban clavadas en el tronco, otras en las raíces y unas pocas en el suelo. Entonces comprendió que antes de irse debería levantar todas sus cosas y guardarlas, casi lo olvidaba.

—No me tardo. Ustedes esperen aquí.

No se detuvo a esperar una respuesta y dio media vuelta dispuesta a limpiar su pequeño desastre. Mientras yacía agachada en el suelo le pareció sentir un pequeño escalofrío en la espalda baja. No le prestó atención y continuó sacando las flechas clavadas en el suelo. Se habían clavado con fuerza en la tierra. Estaba orgullosa. Esperaba que él también lo estuviese si llegase a verla entrenando tan férreamente, justo como siempre le dijo que debía ser.

Sintió un nuevo escalofrío, esta vez un poco más intenso que antes. Volteó a su espalda. Kikyo continuaba escuchando a Kaede mientras ambas la esperaban sentadas en el césped. La mayor no aparentaba estar alerta, tampoco parecía haberse percatado del cambio en el ambiente. Sacudió la cabeza intentando deshacerse de ideas tontas. Por un momento o dos creyó sentir la presencia de Inuyasha increíblemente cerca, pero no. Después de todo, tuvo la misma sensación el día que ella discutió con Kikyo sobre las amistades de Kaede. Ella se había marchado rumbo al bosque, pero no tuvo suerte al buscarlo. Al parecer, lo único que se percibía del youki perteneciente a Inuyasha eran los últimos rastros de su energía.

Había pasado un tiempo desde la última vez que lo había visto. La última vez que hablaron fue el día en que se encontraron por casualidad en la cascada. La forma en que Inuyasha mencionó su nombre el otro día le recordó, por milésimas de segundo, al Inuyasha de su época que juraba dar la vida por ella. Era una verdadera lástima que no estuviera dispuesto a darle su corazón de la misma forma en que ella se lo entregaba. Se enderezó con el carcaj en su mano y contó la parte trasera de las flechas mientras intentaba ignorar esa sensación.

—Veintinueve, treinta, treinta y uno… ¿Treinta y uno? —Miró extrañada el pequeño espacio vacío dentro del contenedor de madera— Falta una.

Aparentemente una se había perdido en lo profundo del bosque. Volvió a mirar a sus acompañantes y observó nuevamente el enorme pastizal rodeado de frondosos árboles. Solo era una flecha, no demoraría mucho en encontrarla. Dejó su carcaj y arco en el suelo mientras se internaba entre los árboles intentando encontrar con su vista la cola con plumas de la flecha, tal vez así sería más fácil hallarla.

A medida que los minutos pasaban comenzaba a impacientarse. Ya había revisado los arbustos y los troncos de varios árboles, pero nada. Al ser flechas comunes y corrientes no podía rastrear su propia energía para terminar cuanto antes con su pequeña búsqueda. Su estómago volvió a quejarse dándole a entender que debía darse prisa. Podría volver sobre sus pasos y simplemente ir a almorzar, pero las flechas no eran suyas sino de Kikyo y no quería devolverle el carcaj incompleto. Suspiró derrotada. Tal vez sería mejor desviarse y buscar en otra parte del bosque, tal vez la flecha estaba en una zona que aún no había revisado. Se giró dispuesta a buscar en nuevos sitios, pero un agudo silbido la asustó por breves instantes. Dirigió la mirada a sus pies, encontrándose con la flecha restante clavada firmemente en el suelo del lugar.

—¿Qué...? —Alzó la vista siguiendo la trayectoria de la flecha para saber de dónde había salido. Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver la formidable figura rojiza mirarla desde las alturas.

—¿Buscabas esto?

._._._._._._._._._._._._.

El constante goteo del agua colándose entre las grietas de las rocas hacía eco en toda la cueva. Pero nadie parecía prestarle verdadera atención a eso. Un grupo de hombres se encontraba peleando al fondo del lugar. Tenían hambre… Y mucha.

—¡Te dije que esperaras a que llegara el jefe para comer!

—¿Para qué? Solo eran unos cuantos peces. No habría alcanzado para todos, especialmente si tenemos que alimentar a las parturientas.

—De todos modos tenías que esperar a que llegaran los demás, ¡Imbécil! Si él llega a enterarse se enfadará mucho y…

—¿Enfadarme por qué, Hakkaku?

Unos gruñidos inundaron el lugar. En la entrada de la cueva se alzaba la imponente figura de un hombre moreno, sus ojos azules destellaban en la oscuridad con cierta crueldad. Olfateó el aire detectando la sangre fresca de los peces que difícilmente habían conseguido pescar hace unas horas.

—Por nada, jefe Koga…

._._._._._._._._._._._._._._.

¿Desde cuándo estaba allí?

Lo vio bajar de la rama con la gracia que lo caracterizaba, como si pudiera controlar la gravedad cada vez que se decidía a saltar. Sin embargo, se quedó parado frente al árbol sin tener intenciones de acortar la distancia.

Kagome se acercó, más por inercia antes que por otra cosa, pasando la flecha de largo y estiró su mano queriendo alcanzar el rostro del albino. Y casi lo logra, pero éste detuvo su muñeca en el aire con brusquedad.

—¿Qué crees que haces? —Advirtió.

—Nada... Solo...

Las palabras murieron en su garganta. Se encontraba contrariada. Por un momento creyó que se trataba de una ilusión al no poder percibir su presencia claramente, pero él estaba allí, junto a ella una vez más. Movió su brazo despacio para zafarse de su agarre y sonrió con amabilidad deleitándose con la expresión de asombro en el rostro de Inuyasha.

—No esperaba encontrarte, eso es todo —no mentía. Después de todo su youki era tan tenue que se asemejaba más a un rastro antiguo— ¿Qué haz estado haciendo?

—Nada que te importe.

Kagome reprimió una risita. Seguramente su hostilidad se debía —al menos esta vez— a la incomodidad de tener a una mujer humana tan cerca, aunque tampoco se alejaba. Eso era una buena señal.

—Sí, como digas —se burló sin dejar de sonreír—. ¿Ya comiste? —Inuyasha abrió los ojos con asombro, ¿Había oído bien?— Puedes venir a comer con nosotras si quieres.

Claro que ella no iba a esperar una respuesta. No era una pregunta, tampoco una sugerencia, era una orden muy bien disfrazada de "invitación". Tomó la mano masculina y rápidamente emprendió su marcha rumbo a su pequeño grupo. Esta vez le pediría a Kikyo ser ella quien cocinara. Desafortunadamente, sus planes se estrellaron contra la realidad rápidamente. Sus pasos fueron abruptamente detenidos al darse cuenta de que su acompañante no pensaba seguirla, de hecho, mantenía los pies firmemente clavados en la tierra mientras la miraba con recelo.

Apartó su mano del toque de la mujer como si ésta lo quemara, como si acabara de darse cuenta de que estaba tocando algo que no debía. Retrocedió dos pasos intentando mantener la distancia. Las repentinas acciones de la sacerdotisa lo habían tomado desprevenido y la había seguido inconscientemente unos cuantos metros hacia el claro del bosque. En cuanto su mente procesó —muy lentamente— que lo estaba guiando junto a su otra compañera su instinto despertó. Haciéndolo detenerse en el lugar y mantenerse estático. Estudió a la pueblerina unos segundos antes de recobrar la compostura.

—¿Qué demonios te pasa? Ni creas que por alcanzarte una flecha voy a seguirte. No dejaré que tú y esa sacerdotisa me purifiquen como si fuera un estúpido conejo al que van a cazar.

«Si esta mujer supiera lo que mis garras son capaces de hacer... ¿Realmente estaría tan tranquila a mi lado?», pensó.

Alzó su mano frente a su rostro y tronó los nudillos, asegurándose de que la sacerdotisa viera muy bien sus garras y se diera una idea de lo que podría hacerle si bajaba la guardia. Vio la forma en que la azabache abrió los ojos con asombro y horror mientras se cubría la boca con una mano. A juzgar por su reacción, era como una pueblerina cualquiera. Una con un umbral más alto del temor, pero una pueblerina al fin y al cabo que no dudaría en correr lejos con tan solo ver una fracción de su monstruosa naturaleza.

—Que te quede claro que no estoy jugando. Vete —ordenó.

Kagome no se molestaba en disfrazar su expresión de espanto. Permanecía mirando fijamente el brazo del hombre, el cual se encontraba al descubierto gracias al movimiento que éste realizó segundos antes. La tela se había deslizado a lo largo del antebrazo, quedando justo en el pliegue del codo. No era mucho lo que lograba ver, pero había dejado al desnudo una zona a la que nunca habría tenido acceso —al menos no en esta época—, dándole también la posibilidad de apreciar algo de lo que no se había percatado antes.

Cerró la boca, dándose cuenta por primera vez de que la había mantenido entreabierta todo ese tiempo y se acercó al albino lo suficiente como para tomar su brazo. Lo inspeccionó unos segundos antes de mirarlo a los ojos con angustia.

—¿Qué te pasó?

Inuyasha frunció el ceño y gruñó con molestia mientras apartaba su brazo y se apresuraba a taparse.

—¿Qué te importa?

—¡Estás herido!

Intentó volver a tomar su brazo para revisarlo, obviamente no lo consiguió debido a los reflejos del hanyou. Por lo poco que vio pudo notar que era una herida bastante profunda, reciente, pero que sanaría en cuestión de horas pues ya tenía una costra que casi se asemejaba al color de su piel.

—Repito. ¡¿A ti qué te importa?!

El corte iba desde la muñeca hasta casi llegar al codo, era un corte largo y que debió doler como los mil demonios al momento de hacerse. Claramente no fue producto de una caída. Kagome hizo una mueca con los labios. Estaba preocupada.

—¿Quién te hizo esto?

El hanyou se cruzó de brazos y le dio la espalda como única respuesta. Decidió entonces lanzar preguntas al azar, eso siempre funcionaba con el Inuyasha al que conocía.

—¿Te caíste?

Silencio.

—¿Fue un aldeano?

Nada.

Kagome se frotó la sien con una mano. Habría pensado que fue Sesshomaru quien lo hirió, pero de haber sido así entonces Inuyasha estaría muerto y no tendría un "simple" corte. El muchacho era fuerte, independiente y sabía defenderse muy bien. Nadie lograba tomarlo por sorpresa. Era imposible que se lastimara así por una estupidez.

A menos... A menos que no hubiera podido defenderse.

La colegiala levantó la mirada al cielo, centrando su atención en el sol sobre sus cabezas. Abrió los ojos desconcertada. Si sus cálculos no fallaban, entonces...

—¿Fue por la luna nueva?

—¡Ay, cómo molestas! ¡Ya vete!

Para su pesar, acababa de dar en el blanco.

—¿Unos demonios te atacaron? —Sonaba apesadumbrada. No era tanto una pregunta, más bien una afirmación.

Ella lo sabía. Había sido luna nueva y ella no había estado ahí para él, lo había dejado solo y lo habían atacado. No pudo ser su pilar en un momento donde se sentía tan vulnerable. Sus ojos picaron y su labio inferior comenzó a temblar.

Ahora entendía por qué su youki era tan débil, era por la reciente transformación y porque durante todo ese tiempo estuvo oculto en algún lugar tratando de recuperarse. Estuvo tan ocupada con sus deberes que las semanas se sintieron como días y apenas lograba saber en qué fecha tendría el período. Había olvidado completamente esa noche tan especial.

—Lo siento —musitó, y eso fue todo lo que pudo decir antes de que las lágrimas comenzaran a rodar por sus mejillas y su voz se terminara de quebrar. No haberlo apoyado, ni haber mitigado su miedo en esas noches tan escalofriantes era algo que la mortificaba. Deseaba tanto decirle "Lamento haberte dejado solo", pero ahora todo lo que podía hacer era decirle... —. Lo siento —repitió entre lágrimas.

Inuyasha se volteó completamente asustado al escuchar los sollozos de la sacerdotisa. No entendía nada. ¿Por qué se disculpaba? ¿Por qué se la veía tan afligida? El olor salino de las lágrimas llegó hasta su nariz y gruñó con molestia. Esa mujer era una molestia, pero también lo era el verla llorar.

Se acercó con recelo sin dejar de estar alerta en ningún momento y se situó frente a ella. La joven no dejaba de llorar y repetir una y otra vez la misma frase.

—Ey... —llamó.

—Lo siento.

—Deja de llorar.

—En serio lo lamento.

Inuyasha puso los ojos en blanco y tomó a la joven por los hombros antes de zarandearla levemente para que volviera en sí. Aunque no sabía si era posible hacer que los locos volvieran en sí.

—¡Ey! —Los ojos cafés, que hasta ese momento habían permanecido cerrados, se abrieron de golpe sin dejar de lagrimear— No sé por qué te disculpas, pero no hay necesidad de que lo hagas —notó la forma en que Kagome miraba su mano, la misma que bajo el holgado ropaje estaba herida—. Tampoco hace falta que llores. Estoy bien, es solo un rasguño.

A pesar de que lo habían atacado, no había pensado en ningún momento en seguir vagando por otras aldeas como siempre lo hizo. No sabía por qué, pero no quería irse de ese lugar. Dejó de mirar las lagunas chocolates de la sacerdotisa, temiendo encontrar en ellas la respuesta a una incógnita que no sabía si quería responder.

._._._._._._._._._._._.

—¿Y si no tengo razones para enfadarme entonces por qué siento que me ocultan algo? —Inquirió el moreno mirando a todos los hombres a su alrededor.

Un silencio tenso se formó en el lugar. La mayoría desvió la mirada, sabiendo que si allí se libraba una batalla entre el jefe y otro de sus colegas nadie intervendría. Los ojos azules escudriñaron a toda la manada de forma suspicaz. Momentos después estalló en risas mientras dejaba caer un pesado jabalí frente a todos.

—¡Idiotas! Debieron ver sus caras —se carcajeó—. Sabía que Taro no aguantaría más de dos minutos sin llevarse algo a la boca. Así que Ginta y yo decidimos salir a cazar nuevamente y atrapamos a este cerca de un claro —explicó, notando el alivio en las caras de todos. Especialmente Hakkaku, que podía saberse libre de una reprimenda por parte de su jefe.

—¿P-podemos comerlo?

—¿Ah? ¡Pues claro, tontos! Para eso era.

Koga tomó asiento en una de las rocas cercanas a la entrada mientras miraba a sus hombres devorar la carne tierna de su presa. No es que no tuviera hambre, pero él podría aguantar varios días sin comer si eso aseguraba el bienestar de su manada.

La comida escaseaba mucho últimamente. Las pocas madrigueras que habían logrado encontrar ya estaban vacías y las aves no lograban llenar sus estómagos sin fondo. Además de que la mayoría de mujeres acababa de parir o estaban encinta, por lo cual había muchas bocas que alimentar y pocos recursos, poca paciencia, pocos hombres y demasiada hambre. Si esto seguía así, tendrían que considerar mudarse a otro lugar y comenzar desde cero.

Uno de sus hombres se situó frente a él sin mediar palabra. Parecía meditar lo que diría antes de siquiera pensar en abrir la boca. El moreno esperó pacientemente un minuto, dos, incluso tres. Pero los hombres no son conocidos por su inmensa paciencia, por lo que a los cuatro minutos lo empujó amigablemente con el pie y con su mirada le ordenó escupir lo que venía a decirle.

—Amm… Verá, jefe… Sé que nuestra situación no es la mejor ahora —los zafiros se fijaron en su menudo cuerpo como si de espadas se tratasen. Esa era la primera señal de que estaba yendo por muy mal camino— ¡Y no es que sea su culpa! —Se apresuró a aclarar— Pero creo que podría ser mejor si nosotros… ¡Usted, digo usted! Sería mejor si usted…

—¡Habla claro! —Ordenó mordazmente. A veces sus hombres lograban sacarlo de quicio.

—¡La perla de Shikon!

—¿Ah? ¿De qué hablas?

—Uno de nuestros exploradores —comenzó, ahora más calmado al ver que tenía la absoluta atención del líder— escuchó rumores de un objeto conocido como la perla de Shikon.

—¿Y a mí en qué me puede interesar una perla? Esas son cosas de mujeres… Y no tengo una como para obsequiarle ese tipo de cosas —agregó, más para sí mismo que para su acompañante.

—No entiende, jefe. Dicen que esa perla tiene poderes extraordinarios, tiene el don de concederle su más anhelado deseo a su portador —los ojos azules volvieron a centrarse en su camarada—. Su poder no tiene límites. Quien la obtenga, será invencible. Solo imagínelo. El jefe más joven y fuerte en la historia de nuestro clan ¡Logrando robar la afamada perla de Shikon! —Idealizó— Con su fuerza y esa perla, definitivamente seremos capaces de hacer que la manada salga adelante.

—¡¿Insinúas que no soy lo suficientemente capaz para alimentar a mi manada?!

—No, no, claro que no, jefe Koga… Solo digo que, si usted se apodera de la perla, sería un jefe de renombre. Podría volverse el líder de todos los clanes de demonios lobo.

—Tentador.

—Y, además, al ser el más fuerte de todos seguramente conseguirá una hermosa compañera. Todas querrán volverse su mujer.

—Tentador, tentador.

Koga observó el interior de la cueva. Notó a sus hombres recostados entre las rocas, ahora estaban más calmados pero seguían teniendo hambre. Los esqueletos a sus pies eran tan antiguos que podrían tener la misma edad de las piedras que conformaban aquella gruta. Necesitaban comer y pronto. Necesitaban un líder que los sacara adelante…

… Y él sería ese líder.

—Muy bien, muchachos —habló, captando la atención de todo su séquito—. Lo haremos, saldremos en búsqueda de la perla de Shikon —anunció.

Todos los presentes comenzaron a vitorear. Muchos no entendían de qué hablaba su jefe, pero su entusiasmo denotaba que era algo bueno para ellos.

Mientras que sus camaradas celebraban, Koga se detuvo a pensar medio segundo y se volteó a su acompañante que seguía frente a él.

—Oye, por cierto… ¿Dónde se encuentra esa perla?

—Está siendo resguardada por una humana, es una sacerdotisa común y corriente.

—Perfecto.

Ahora sí, la era de los hombres lobo acababa de comenzar.

Continuará…

*Carcajes: Sí, lo googleé porque no estaba segura del plural de la palabra. Aparentemente no se dice "carcajs" o "carcaj's" sino "carcajes".

*Googleé la forma correcta de introducir pensamientos y resulta que se debe usar esto «», así que ya saben, si ven eso es porque son pensamientos jsjs

Omg, omg, ¡O-M-G! ¡Al fin pude actualizar! Tenía todo listo para actualizar el 16, solo faltaban las notas de despedida. Peeeero resulta que se perdió el archivo y pude recuperar las primeras mil palabras, pero las otras cuatro mil se perdieron. Me sentí tan desanimada que no me puse a escribir hasta el día de hoy, sinceramente no quería transcribir todo desde cero jaja

¡Espero que les esté gustando! Muchas gracias a los que comentaron, a los que siguen ahí a pesar de los años y a los que recomiendan mi historia en sus perfiles c: me alegra ser una inspiración para muchas personas y estar haciendo más llevadera su cuarentena. Gracias a los lectores fantasma también xD

Actualización de mi vida:

• Voy a ver a mi papá después de casi diez años y realmente estoy nerviosa y asustada. Sobre todo porque es una persona cruel y tengo miedo de que diga algo como "¿Aceptaste verme porque tu padrastro te abandonó, no? Mosquita muerta". Así que voy a tratar de ir con la cabeza y el corazón frío. Después les cuento cómo me fue.

• Mi mamá presenta síntomas de coronavirus desde ayer. Peeero es muy precipitado para sacar conclusiones, por ahora la estamos cuidando con mi hermano hasta saber a ciencia cierta si es o no COVID-19. Así que… bueno… se acercan épocas difíciles :s

¡Espero ansiosa sus comentarios! Siempre agradeceré ese minutito que se toman para interactuar conmigo c: recuerden quedarse en casa, no como mi mamá que anduvo turisteando por todo Buenos Aires y ahora anda tirada en la cama.

¡Besos!

15.6.20