Dos cositas antes de empezar, el resto de las notas irán abajo:

1. Agradecer a Nea Poulain por ser mi beta, sin ella hubiera sido un desastre.

2. Los personajes y el mundo no me pertenecen, le pertenecen a Rowling y a Warner y a no sé quién más.


Capítulo 1: Primera transformación

Era un otoño particularmente frío, la luna llena de octubre brillaba con un tinte rojizo; Remus Lupin tenía cuatro años cuando fue atacado por un hombre lobo llamado Fenrir Greyback. Dormía plácidamente, agotado por jugar todo el día en el jardín, cuando se despertó al sentir los colmillos del monstruo desgarrando su abdomen, sus garras clavadas en su rostro, rasguñándolo y abriendo una herida en su cuello y otras en su pierna. Lo último que alcanzó a ver antes de desmayarse de dolor fue a su padre entrar por la puerta, varita en alto y la luz del hechizo que lanzó.

Después de varios días de inconsciencia, despertó al escuchar a sus padres discutir en el piso de abajo. Movió su cuerpo adolorido, con las heridas apenas sanando e hizo el esfuerzo por incorporarse y caminar a la sala, donde podía escuchar a sus padres hablando.

Ambos estaban sentados en el sillón, de espaldas a él. Su madre sostenía la mano de su padre, lo miraba preocupada mientras él lloraba.

—Es mi culpa, todo es mi culpa —repetía.

Nunca lo había visto llorar. Se mantuvo quieto, impactado, observando y escuchando. Cuando notaron su presencia voltearon a verlo sorprendidos. Le desconcertó aún más que el ver llorando a su padre, el notar en la mirada de ambos una mezcla de miedo y lástima. A partir de ahí los escucharía frecuentemente hablar sobre «lo mejor para él». Si era seguro tenerlo ahí, si debían informar al Ministerio, si podían cuidarlo realmente… muchas cosas que por su edad no entendía bien, pero sabía que no eran buenas y que le causaban malestar.

Luego vino la primera luna llena. Llevaba un par de días sintiéndose débil, temperamental, sensible, molesto... En la mañana su padre trató de tranquilizarlo, de explicarle qué iba a pasar por la noche. Su madre lo abrazó y lo besó más que de costumbre. Pero después de las seis de la tarde, lo dejaron encerrado en su cuarto. Él había visto cómo preparaban la puerta y acondicionaban su cuarto días antes. Sabía que todo era por su bien, pero no podía evitar sentirse asustado. Temblaba de pies a cabeza, sentía el sudor helado recorrerle su cuerpo. Se hizo un ovillo en su cama, enrollado en sus cobijas.

Entonces comenzó a sentir un dolor aún más grande que cuando fue atacado. Sintió cómo todos y cada uno de sus huesos se rompían a la vez. Cómo su piel se estiraba y desgarraba. Sintió que su cabeza estallaba y sus ojos ardían. Sintió cómo sus dientes crecían al tiempo que su mandíbula se rompía y deformaba. Sintió su corazón latir con tanta fuerza que pensó que le rompería las costillas, sintió como si le explotará. Observó aterrado como sus brazos y manos se cubrían de pelaje castaño y grueso. Gritó como nunca había gritado en su vida, hasta que sus gritos de dolor se transformaron en aullido.

Luego del dolor, pensó que vendría la calma, pero no. Cuando la transformación estuvo completa, entonces sólo hubo confusión. Por una parte sentía que seguía siendo él, pero estaba suprimida por ese otro ser en el que se había convertido. Un deseo por destruir y por matar, algo que un niño de cuatro años jamás se había imaginado sentir. Sus sentidos estaban más desarrollados, podía escuchar a sus padres hablando a unas habitaciones de él, podía olerlos, y —para horror de esa pequeña parte que seguía siendo él— quería matarlos, destazarlos y alimentarse con ellos. Fue una noche sin duda traumática, intentando salir de ese cuarto en el que estaba confinado, rasgando paredes, la puerta, destruyendo lo que encontraba a su paso. Lastimándose a sí mismo de frustración al darse cuenta de que no podía salir.

Y así fue, luna llena a luna llena. Una vez al mes tenía que enfrentarse con ello. La primera vez no sabía lo que iba a suceder, pero ya que aprendió lo que era perder el control de sí mismo sin tener ninguna forma de detenerlo y de sentir ese dolor excruciante que lo precedía, sufría incluso los días que no había transformación. Sus padres trataban de hacerlo sentir bien. La mañana siguiente a su transformación siempre eran más atentos que de costumbre, su padre se encargaba de curarle todas las heridas, le preparaban su comida favorita, lo atiborraban de chocolate y no dejaban de abrazarlo. Pero no era suficiente. Una sensación de vacío y desesperanza que iba creciendo mes con mes se había instalado en su corazón desde aquella fatídica primera noche.

Sus padres se esforzaban por darle una infancia normal, pero ¿cómo puede un hombre lobo tener una infancia normal? El hecho de tener que cambiar de casa constantemente, no poder hacer ningún amigo y tener que escuchar a su madre llorar frecuentemente era lo de menos. Sentirse adolorido una semana después de la luna llena, débil y de mal humor; saber que sus padres le tenían miedo —incluso él tenía miedo— y la certeza de que nunca se iba a acostumbrar a las dolorosas fases de la transformación eran lo verdaderamente molesto. También le entristecía saber que, aunque tenía magia, nunca podría ir a una escuela normal, y tendría que mantenerse oculto y solitario para siempre.

Estaba por cumplir once años, y por su padre sabía que los niños magos iban a Hogwarts, pero también sabía él nunca iría, ni ahí ni a ninguna parte. Su padre lo educaba en casa, con lo que podía, a sabiendas de que jamás podría hacer magia real, al menos no hasta ser mayor de edad. Porque había riesgo de que los descubrieran —y peor aún, que descubrieran la condición de Remus—. Creció odiándose a si mismo, a su condición, odiando a esa bestia que le destruyó la vida y a sus padres.

Pero pese a todo ese sufrimiento, Remus era un niño dulce, agradecido y cariñoso. Sus padres lo habían criado bien y los amaba por ello. Razón por la cual le aterraba más cada noche de luna llena, cuando su mente se nublaba y sólo pensaba en matarlos, en matar lo que encontrara, pero su cercanía le era tentadora. Ahora que estaba más grande y podía causar más daños, sus padres habían habilitado el sótano de la casa en la que llevaban viviendo un par de meses. Y ahora no sólo lo dejaban encerrado, sino también encadenado. A las heridas que se causaba él mismo por desesperación, ahora se añadían las heridas que causaban las cadenas encantadas al clavarse en su carne al intentar escaparse.

Un día de junio, dos noches después de la luna llena, cuando apenas se estaba recuperando, recibieron una visita inesperada. Un mago alto, con una larga barba blanca y lentes de media luna se apareció en su chimenea mientras desayunaban. Su padre sacó la varita asustado, mientras su madre corría a protegerlo entre sus brazos.

—¡Le exijo que me diga quién es usted y qué está haciendo en mi casa! —le dijo al invitado no deseado apuntándolo con la varita.

—Soy Albus Dumbledore, señor Lupin. — el recién llegado sonrió, se sacudió las cenizas de su túnica púrpura y levanto ambas manos para mostrar que iba desarmado — Le di clase de Transformaciones en Hogwarts, aunque creo que me he encanecido desde entonces, quizás por eso no me recuerda. Actualmente soy el director del colegio. Vengo a hablarles de su hijo.

Los ojos de Remus se abrieron de sorpresa y empezó a temblar casi imperceptiblemente. Sabía que ahora era el momento cuando su padre le tuviera que explicar al anciano mago que él no podría asistir a Hogwarts. Una vez más sintió ese dolor en el pecho que le traía la certeza de que siempre estaría solo.

Su padre bajó la varita, mientras su madre lo dejaba de abrazar.

—Por supuesto que sí lo reconozco, sólo que nos sorprendió un poco. Verá —empezó, carraspeando un poco para abrir su garganta—, agradecemos que haya venido, pero…

—Estoy al tanto de la situación de Remus —lo interrumpió Dumbledore con una sonrisa dirigida especialmente al niño— y le aseguro que no es motivo para impedir que un mago completamente capaz, como estoy seguro lo será el joven Remus, complete sus estudios. —Sonrió aún más al observar la cara de desconcierto de los Lupin—. Se tomarán las medidas necesarias para garantizar su seguridad.

Remus no podía creer lo que estaba escuchando. «¿Voy a ir a Hogwarts? ¿De verdad?». Se pellizcó el brazo para asegurarse que no estaba soñando. Para su desgracia lo mandaron arriba mientras discutían, aunque él quería quedarse a escuchar. Aún así no podía con la alegría, estaba tan ansioso que no podía estarse quieto, caminaba de un lado a otro de su habitación. «Pero aun así no podré hacer amigos, debo ser muy cuidadoso». Una voz en su interior le quitó un poco de esa felicidad que amenazaba con hacerlo estallar de júbilo. «No importa, podré estudiar y aprender a hacer magia».

Cuando lo llamaron de vuelta, Dumbledore se había ido y sus padres sonreían como no los había visto en muchos años. Sabía que él también. Porque, por primera vez en los casi siete años que había sido un hombre lobo, Remus Lupin sentía esperanza de una vida mejor.


Ahora sí, las notas:

Hace doce años que no escribía fanfics, pero en estos días mi amor por Harry Potter volvió con toda su potencia. Y me golpeó con todos los feels.

Remus siempre ha sido de mis personajes favoritos y quería escribir sobre él, sobre su vida y sobre el cómo fue para él ser hombre lobo, merodeador y mago. Pero también de su relación con Sirius. Este es el primer capítulo así que va leve, el angst irá aumentando conforme vaya avanzando la historia.

La idea es ir subiendo cada tercer día, pero ya veremos cómo me va.

Espero que les guste y que me dejen comentarios bonitos y crítica constructiva. Jitomatazos nada más si no están muy podridos (o muy duros), por favor.