VIII. Siempre
Infligir una herida lo suficiente grande para debilitar a Dazai, en tanto la deidad perdía la cordura, permitiría al excedente de poder someter la voluntad del sacrificio, lo doblegaría y dispondría a ser consumido.
De acuerdo a las predicciones de la menor de los Akutagawa, la sangre mezclada confundiría a la deidad consiguiendo que, por encima de la locura, dominara la perturbación de la ingesta involuntaria, dirigiendo a la bestia al sacrificio pendiente, ignorando su proceder directo de los Dazai. Y haría que, o colapsara y quedara enterrado en la montaña, hasta sellarlo; o lo aplacaría, señal de que el pacto habría sido traspasado a los Mori.
Ryunosuke desconocía el complejo entramado detrás del acto a ejecutar. Irrelevante.
Sujetó el chokuto formado por el demonio al que se hallaba ligado, generador de la fuerza de la que su cuerpo, débil de nacimiento, carecía.
Los dedos apretados entorno al mango del arma, cuya hoja desviaba la sutil iluminación del templo, avanzó entre gruñidos reverberando en el templo, desprendiendo polvo de las vigas, estremeciendo el suelo. Su andar prescindía del sigilo, deslizándose en el escándalo de la locura desatada.
Lo vería, lo confrontaría y lo destruiría. Era su plan personal para el heredero. Vería en sus ojos el terror de estar indefenso. La doble amenaza de un ente sobrenatural y uno humano. Sí, previo a su fin lo haría reconocerlo; si bien no como un humano digno de cariño, al menos sí peligroso, más que un objeto de placer.
En la zona principal, saturada de alaridos, observó una devastadora escena.
Bajó el chokuto, atorándose en el tiempo, y cayó de rodillas.
Cruzando el techo de madera, humano y deidad desaparecieron omitiendo su presencia.
Su demonio se deshizo en hilos tejiéndose en su ropa, regalándole la privacidad requerida por su dolor, el de un amor no correspondido, obligado a admitir que nunca tuvo una oportunidad, que se entregó al hambre de un monstruo disfrazado de humano por una esperanza vana.
El sufrimiento se vertió por sus mejillas, su pena libre ahí, donde nadie lo escuchó, donde nadie supo de su existencia, donde no encaró a Osamu abrazando a un enloquecido ser, forzando un beso que era ruego y confesión de amor, un sentimiento puro y lleno de determinación que jamás le pertenecería.
En un beso que no era para él, entendió que el corazón anhelado estaba destinado a otro, y que ni su ira refrenaría el calvario de lo unilateral.
. . .
—Parece que ganaste.
Detrás de Mori la figura de su hijo se materializó, solitaria y gloriosa.
—Quizás.
Su heredero se ubicó a su izquierda, la vista en el primoroso patio adornado por la inclemencia del invierno, y un par de brotes de la prometida primavera. Renacimiento.
—¿Quizás? —pregunta por formalidad, no de interés real. La esperanza deshojándose despacio ante lo inexorable.
—Gin es en verdad poderosa —un rodeo propuesto en tregua.
—Lo es. También su hermano —la aceptación del vencido.
—Cierto. Ambos fueron herramientas que por años me preocuparon, y que intenté quitarte.
—Si hubiera sido menos cruel con Ryunosuke, lo habrías logrado —lo regañó, adoptando un tono paterno, como pocas veces hizo, sin medias tintas de política—. Él te habría seguido sin dudarlo colocando a Gin entre la espada y la pared.
—Mal movimiento de mi parte —reconoció Osamu—, pero me fue imposible tratarlo de un modo distinto cuando en realidad no lo deseaba.
—Y, ¿ya deseas alguien?
Intercambiaron miradas de soslayo, volviendo al paisaje invernal frente a ellos. La respuesta flotando evidente en el aire, y plasmándose en dos letras:
—Sí.
—¿Cómo se siente?
Osamu hizo una pausa:
—Mal. Terrible.
La risa secundó la expresión confusa de Mori.
—Imaginé un escenario así. Tú, aquí, sano y salvo, sin la deidad. En dicho escenario la criatura no sería tu herramienta, sino tu acompañante, de otro modo no te veo capaz de confiar en el juicio de un ser que ha vivido consumido por su hambre. Te imaginé hablando maravillas del amor, no eso —un atisbo de orgullo cruzó su rostro—. No te cansas de sorprenderme y superar mis expectativas.
—No creo superarlas esta vez —satisfecho con un resultado distinto a cualquier que ambos planearan, una mueca de felicidad y derrota asomó—. Verás. Creo que el amor es maravilloso, y lo mejor que me ha sucedido, y entiendo lo peligroso que pudo ser. Es una ficha poderosa y de doble filo. O la empuñas bien, y te es fuerza y triunfo; o te la clavan en el pecho.
—Aprendiste la lección y la usaste para ganar.
Osamu negó.
—No ganaré —se giró un cuarto de vuelta—. No puedo usar a Atsushi para mi beneficio, ni permitir que le hagan más daño vertiendo sangre —sonrió—. Deshice el pacto.
—Eso dejará desprotegida la región —concluyó Mori, frunciendo el ceño, increpando que justamente se trataba de su triunfo.
La segunda negativa de su hijo lo detuvo de continuar hablando.
—Ganaste tú.
—¿A qué te refieres? —lo enfrentó, anonadado y aturdido.
En un destello cegador, apareció un joven hermoso como ninguno, el cabello blanco y la piel surcada por marcas atigradas.
La mirada dorada de la celestial creación se posó en su humilde persona, un humano, nada más.
—Deidad… —apresuró una torpe reverencia.
—Llegué tarde para detenerlos —se refirió a la matanza en su territorio, a donde se encaminó tras separarse de Dazai—. Quedaron un par de sobrevivientes. He alterado sus memorias para que den por perdida el área. Tienen que atenderlos y procurar que regresen sanos a la capital —de aspecto era un chiquillo, de esencia un ser divino, y esa dualidad chocó en la timidez impregnada en las letras que trataban de ser mandato.
—¿Lo escuchaste, padre? —dando el peso faltante a la indicación, Osamu planteó la pregunta con la firmeza de un hecho.
Mori asintió, sin decidir en quién colocar su mirada:
—¿Tú…?
—No hay necesidad de continuar los sacrificios —aseguró, interrumpiéndolo, sujetando la mano de la deidad—. El pacto de sangre ya no es suyo, pero la protección al feudo, a mi gente, continuará.
Su hijo desapareció de su vida en la inmortalidad de un destello mudo.
No hubo despedida, ni reencuentros posteriores, fue la última vez lo vio.
En el lecho de su muerte, cediendo el gobierno a una estirpe distinta, a un joven a cuál redimió de su condición de herramienta, pidió a su vieja amiga le contara de los avistamientos que su pueblo tuvo de la deidad y Osamu, en base a los cuales se forjó una leyenda. La leyenda de sus protectores, de los amantes que velaban por la prosperidad del feudo.
. . .
Pasada la turbulencia de una época de guerras, el país alcanzó un grado de estabilidad y armonía al abrirse Japón al mundo. En la seguridad que brinda la paz, un poblado se develó a voluntad de las profundidades del bosque. Nadie entendió el misterio por el cual consiguió permanecer en secreto hasta entonces, hasta que decidieron ser encontrados. Y, mientras las personas que habitaron el escondido paraje acudieron al encuentro del presente desde un edén inmóvil en el tiempo, dos figuras emprendieron un viaje aparte, la eternidad a cuestas y su compromiso cumplido, listos para consumar su propio pacto.
—«Te ofrezco con mi vida y mi alma, la paz al pacto de mis ancestros, y mi corazón te lo doy, por amor, para que te quedes conmigo en libertad.» —recitó Osamu, admirando el horizonte, cruzando el territorio al que alguna vez confinaron a una bestia y en que, por voluntad, asumió el cuidado de un feudo; hoy, deseoso de partir.
—«El último de los Dazai te ofrece su sangre a cambio tu eternidad» —completó los votos Atsushi, entrelazar sus dedos, las ropas de una época pasada guardadas en el templo, vestidos acorde con la época en curso, el vapor empujando moles de hierro.
—Te acuerdas.
—Por supuesto que sí —se colocó frente a él, sus ojos dorados reluciendo a la luz del mediodía—. Siempre. Fue el momento más empalagoso de mi existencia, y en el que me salvaste.
Quien en su origen fue un humano frunció el ceño y negó, mostrándose teatralmente en desacuerdo.
—Difiero —alzó la mano de Atsushi, besando el dorso—. Tú me salvaste a mí.
—¿De qué se supone que te salvé? —inquirió. Los siglos pasaban y en cada uno descubría detalles, cosas nuevas en Osamu.
—De ser un simple nene mimado con poder —soltó junto con una risa—, de eso. ¿Qué podría haber sido peor?
—Tienes razón, Dazai-san —lo llamó por el apellido, remarcando su unión a través de él, un gesto que implicaba distancia en la cercanía entre parejas, y para ellos resultaba íntimo—. Así que fue maravilloso salvarte, y hacer que te quedaras conmigo para que me salvaras a mí. Aunque, si lo vemos estrictamente —simuló el tono juguetón de su pareja—, fue tu padre nuestro salvador al sacrificarte.
Osamu suspiró:
—Increíblemente cierto.
Hicieron una pausa y Osamu la terminó riendo, sosteniendo el mentón de Atsushi, acariciando con el pulgar los sedosos labios de la deidad.
—Ahora mismo nada de eso debe importarnos —el regaño fue más para sí.
—¿Y qué debería importarnos? —los brazos rodeando el cuello de su pareja.
—Ser felices.
La respuesta se acompañó de un beso, la despedida de una historia y la bienvenida a una aventura, lejos, muy lejos del lugar en que se convirtieron en leyenda, cuento perdiéndose en la mente colectiva, como si jamás hubieran existido, pese a lo palpable y eterno de su amor.
Dulce anonimato disfrazando el pacto de entrega mutua, camuflándolos en la multitud de nuestros días.
Nota:
Me disculpo por la tardanza.
Han sido semanas muy movidas de este lado y, para terminar, justo esta noche que actualizo el fin, hay historias tristes que se desarrollan aquí, en el mundo real.
Sólo quisiera agradecer a quienes me han leído, a quienes han dejado su voto, sus comentarios, etc., y en particular a Gekka, a quien va dirigido el fic; por su paciencia. Mil gracias, y espero que la historia fuera de su agrado, que les permitiera tener, aunque fuera, un minutito de entretenimiento.
En las siguientes semanas, estaré empezando otro ff… de una shipp distinta de Bungo Stray Dogs, pero procuraré seguir escribiendo otros drabbles DazAtsu.
Nuevamente, mil gracias, porque su apoyo me motiva a seguir.