Con ustedes, el último capítulo...

Los personajes de Love Live no son de mi propiedad.

NOTA: Toda la parte de Maki es Flashback

– God shaped hole –

Desde que era pequeño le gustaron las alturas. Poco tenía que ver su baja estatura de párvulo; al final, terminó por ser de los más altos de su generación. Era algo que él consideraba orgullo, estar en la cima, sentirse grande y poderoso para poder pisotear a todas aquellas personas que transitaban pequeñas bajos sus ojos. Y, aun así, nunca fue capaz ni pisarle por accidente la cola a un gato.

Tenía dos lugares favoritos en el mundo, su pequeño mundo: su casa, la de su madre, y la terraza del edificio donde actualmente vivía. Cuando se sentía abatido subía, se sentaba en los bordes, con los pies volando ante el vacío y los hacía bailotear mientras esperaba el momento preciso en que decidiera dar el salto decisivo para morir. Nunca lo había hecho. ¿Era eso lo que quería? Seguramente su madre estaría alarmada de lo que cruzaba por su mente. Sin embargo, ella no estaba para reprimirle sus malos pensamientos.

Miró al cielo, por alguna extraña razón creyó ver las estrellas brillar en el manto celeste. Seguramente se estaba volviendo loco. Nadie lo advierte, pero la soledad atrofia el alma. Y con ella se va la mente.

En su imaginación estiró la mano para alcanzar el cielo, aunque en realidad permanecía estático ante el miedo a la altura de aquel edificio, con ambas manos aferradas al antepecho de la azotea. Entonces, comprendió que no sabía cuál sería su verdadero dolor, el morir por soltarse momentáneamente y querer tocar el infinito, o darse cuenta que de nuevo estaba solo.

Completamente solo.

Le dolía la cabeza.

No.

Le martilleaba la cabeza.

Alzó el rostro para ver únicamente el brillante metal del arma que había traído consigo. No estaba seguro si era efecto del alcohol, pero últimamente la bruma le daba un encanto inusual a la pistola, era una opción atractiva. ¡Y no sólo eso! Era la mejor de todas las decisiones, el castigo justo, la divina solución y el alto a todas las voces que se aglomeraban en su mente, todas ellas gritándole que era una escoria. O quizá algo más bajo que eso.

Empezó a reírse, luego rompió a llorar. Últimamente era lo único de lo que era capaz: reír y llorar. Reír por la desgracia que se cernía sobre él. Llorar porque…

¿Qué clase de padre abusa de su hija?

Sentía asco de recordarlo, pero no hacia él, sino ante toda la circunstancia. Si sólo su esposa hubiera permanecido, si sólo no hubiera decidido tomar, si sólo no hubiera perdido los estribos. Y podría enumerar toda clase de hubieras, pero el daño estaba hecho, irreductible y señalable.

Vio la botella que estaba sobre la mesa, no tenía idea de cuánto había tomado esos cinco días que había estado en un propio reclusorio impuesto por él. Se había alejado de Maki para darle cierta tranquilidad y para quitarle un peso de encima. Su peso.

Con una de sus manos tiró el recipiente y estalló en el suelo. Trató de levantarse pero trastabilló y su pie descalzo dio contra uno de los vidrios. Se cortó, bien se lo tenía merecido. Volvió a sentarse, revisó su planta del pie sucia, una mezcla de sangre y mugre. Intentó quitarse el cristal y, sin querer –o tal vez queriendo–, se hirió las manos.

Volvió a levantarse, necesitaba orinar. Le urgía hacerlo. Sintió dolor al posar su pie herido en el suelo, pero siguió su camino, tambaleante e inseguro. Iba dejando huellas sanguinolentas que marcaban el sendero irregular por el que andaba, la evidencia de una estela de errores.

Llegó y con una mano temblorosa abrió la puerta del baño, casi cae ante el impulso, pero se sostuvo con la poca fuerza que aún le permitía seguir lamentándose. Le fue difícil bajarse los pantalones y detener su bamboleo para poder hacer sus necesidades. Su orina salía demasiado caliente y con un tinte carmesí. Esa nunca fue una buena señal.

Sin limpiarse las manos o hacer el intento por subirse los pantalones, quiso regresar y dio contra el suelo. Fue un golpe duro y seco. Se quedó tendido por un momento, volvió a reírse para después llorar e irse arrastrando por el piso como el gusano que era. Poco le importó pasar el rostro para limpiar del suelo la sangre de sus pisadas, o herirse el pecho por ir al lugar donde estaban los vidrios. Al llegar a la mesa, agarró una de las patas, la movió y sacudió hasta que el arma negra cayó al suelo. Tenía el seguro puesto, así que no salió disparo alguno.

Estiró los dedos ensangrentados de su mano, hasta alcanzar el mando. Quitó el seguro, se la llevó a la boca y degustó el sabor ferroso de su muerte cercana.

Las fuerzas se le escapaban, el cuerpo se le secaba de tanto llorar. Quería detenerse. Quería que todo acabara. Y deseaba, como cuando fue un padre y esposo amoroso, lo mejor para aquellas mujeres a las que destruyó por completo.

Sonrió.

Un único disparo fue su redención.

Los restos de pólvora se mezclaron entre las lágrimas, la sangre y el alcohol derramado.

Su reloj se había detenido. Mientras afuera, todo continuaba.

Era la tercera vez que Maki se metía a bañar aquel día. Sentía un extraño virus recorrerle todo el cuerpo, como si de repente su mera existencia estuviera contaminada.

Había perdido la cuenta de las veces que había llorado en la ducha a modo de escudo a su propia fragilidad. Sin embargo, le servía de limpieza y renacimiento. Así, de nuevo, se ponía la ropa y encima de todas aquellas prendas –que las sentía sucias–, se vestía el famoso suéter rosa del pelinegro. Su pelinegro: Nico, el único hombre que realmente le había tocado el alma y eso era lo que realmente importaba.

Sonreía como boba al verse al espejo, daba una vuelta, le hacía una reverencia a su reflejo y bajaba a la cocina.

Su padre llevaba ausente varios días y en ese tiempo su vida se le antojaba como un simple artificio de tranquilidad. No había salido ni por asomo. Permanecía encerrada en casa, en la seguridad imaginaria de esas sobrias paredes, testigos de su desdicha y continua desgracia, porque sentía que de salir se le quedaría el alma atrapada y su cuerpo frígido a las sutilezas no sería capaz de encontrarse con Nico.

Y como sinónimo de mal augurio, mientras escuchaba música a bajo volumen y bailaba con el cuerpo inerte y la mente adormecida, se escucharon unos golpes certeros en la puerta. El horror se dibujó en su rostro, pero se tranquilizó en el instante en que volvieron a tocar: los impactos no eran de las manos de su padre. Fue a la puerta y por un resquicio dejó un ojo a la intemperie. Vio a dos hombres trajeados que en cuanto dieron con sus amatistas sacaron de los bolsillos placas de policía.

– ¿Usted es la señorita Nishikino?

Sí, ese era su apellido y le sonaba tan asqueroso que sólo pudo reírse.

– Por desgracia.

Ambos hombres se miraron mutuamente para regresar los ojos a la pelirroja. Maki abrió la puerta, permitiendo a su cuerpo salir de su caparazón y les dio la bienvenida a sus invitados con el suéter rosa que presumía su famélica complexión.

– Señorita, lamentamos informarle que su padre ha muerto. Fue encontrado hace unas horas en un cuarto de hotel con un disparo en la cabeza. Creemos que se trata de un suicidio.

La voz solemne del más viejo entre los dos llegó a los oídos de la pelirroja como una melodía de piano triste y lejana. Parpadeó y en su mente el movimiento fue tan lento que creyó se desmayaría. Empero, no fue así. Las lágrimas brotaron de sus ojos porque aquella había sido una injusticia.

– Por favor, necesitamos mantenga la calma y llame a un mayor. ¿Su madre se encuentra?

Ellos, sin saberlo, dieron una doble estocada en su pecho.

– Ella no está aquí, nunca lo ha estado…

De nuevo la comunicación visual entre los oficiales. El más joven tuvo su turno para hablar.

– Necesitamos que alguien confirme la identidad del occiso.

Después de aquellas palabras perdió la noción del tiempo y del espacio. No supo si cerró la puerta de su casa antes de irse, ni tampoco si los oficiales le comentaron algo en el transcurso, ni mucho menos cuánto tiempo duró el viaje. Sin embargo, en su mente permanecía la nítida imagen del cuerpo cenizo y pálido de su padre, recostado en una camilla metálica alrededor de muchos otros cajones llenos de entes similares a él. Meros despojos humanos.

La lucidez llegó a su cabeza en cuanto se dio cuenta que se encontraba sentada en las oficinas de un lugar bastante lúgubre, en donde ella había firmado algunos papeles y había accedido a recibir las últimas pertenencias de su padre encontradas en el hotel. Entre ellas un poco de ropa, la billetera y las llaves del auto y la casa. Ella estaba en espera de otro proceso, pues seguía siendo, ante la ley, un menor de edad, por lo que intentaban contactar con algún familiar sino le tocaría residir en un albergue. Maki lo sabía, nadie querría encargarse de un nido de desgracias como lo era ella.

Se excusó para poder ir al sanitario, cruzó los pasillos rodeada de ruidos de oficina, tecleos por aquí, llamadas por allá. Su cuerpo tambaleante y alado, como sin vida, pasaba desapercibido para todas aquellas personas.

Llegó, abrió la puerta y se encerró dentro del pequeño espacio. Dejó la pequeña bolsa, el último lastre de su padre y, a pesar de la náusea, se acercó a una de las tazas y vomitó. Cuando su estómago se hubo calmado, volvió al espejo, se mojó el rostro, se enjuagó la boca y revisó las pertenencias de su difunto progenitor. Tiró la ropa al cesto de basura y esculcó dentro de la billetera para sacar los pocos billetes que tenía y revisar los pequeños compartimentos por si quedaban algunas monedas. Pero halló algo incluso más valioso, una nota de su madre.

"Maki, te escribo esto lo más rápido que puedo. No lo soportaba, irnos juntas era peligroso, pero confío en que lo lograrás. Siempre fuiste la mejor para escabullirte de nosotros. Mamá te esperará, sabes a dónde llamar."

Ese fue el plan y falló porque en cuanto llegó de la escuela, su padre le informó que su madre les había abandonado y que únicamente serían ellos dos, juntos por la eternidad, para salir adelante. Su tiempo y el progreso se habían ido por el retrete con un disparo de por medio.

También tiró la billetera y se metió las llaves en los bolsillos. Su habilidad de volverse invisible, le sirvió para alejarse de aquellas oficinas e ir en busca del auto de su padre, sin ninguna otra alternativa más que caminar. Lo halló en el estacionamiento del hotel y logró sacarlo sin dificultades debido al barullo que su progenitor había causado. Por una vez, todo le estaba saliendo bien.

Llegó a casa, subió rápidamente a su cuarto, sacó los cuadernos de su mochila y metió un par de prendas. Tomó su reproductor de mp3 y escuchando música a todo volumen, se sentó a escribir un par de cartas. Ya estaba planeándolo todo, llamaría a sus abuelos, avisaría que su padre estaba muerto, ellos mandarían a su madre a buscarla, pero ella estaría ya muy lejos.

Estaba decidida, nunca regresaría.

Soñó que estaba profundamente dormida en un espacio inexistente y de repente alguien tocaba sus paredes invisibles y místicas. Abrió los ojos para encontrarse en plena oscuridad, revisó su celular, marcaba pasadas las 3 de la madrugada. Era mal agüero despertarse a esas horas y tan de la nada. Dios un respingo al escuchar nuevamente los golpes más insistentes y nerviosos. Se vistió una bata, se acercó sigilosamente a la puerta y vio por la mirilla. La capucha sobre todo aquel cabello rojo le advirtió de quien se trataba. Abrió y sin darle tiempo de preguntar u objetar, ella se le adelantó.

– Nozomi, necesito que entregues estas cartas tal y como te lo voy a decir. No me preguntes nada, ni me traiciones. ¿Puedo contar contigo?

La seriedad de sus palabras y esa extraña seguridad en sus amatistas le impidieron hablar, pero asintió con la cabeza.

– Bien –se llevó la mochila al frente, la abrió y sacó el primer sobre con una R sobre ella–. Esta es para Riko –procedió a repetir sus movimientos y extrajo otros dos sobres, uno en blanco y otro con una N–. Esta es para ti. Y por último… para Nico.

– Riko-kun, Nozomi y Nicocchi –repitió el orden de las cartas.

– Sí. Por favor, entrégalas una semana después de hoy. Y no las leas, ni siquiera la tuya. Hasta después de esa semana.

– Está bien… –agregó con inseguridad.

Nozomi la observó regresar la mochila a su espalda y, para su sorpresa, Maki la abrazó con fuerza y le susurró un tenue "gracias" al oído. Y la vio sonreír como nunca lo había hecho frente a ella. Para después únicamente ver su espalda alejarse de la puerta de su departamento. Sintió el peso de las cartas en sus manos y percibió que la de Nico pesaba más que las demás. Salió para asomarse por la buhardilla de su piso y ser testigo de cómo subía a un auto para alejarse de ahí.

Por alguna extraña razón, Nozomi regresó al interior de su casa a llorar.

En medio de la carretera Maki podía agradecer, por única vez, haber conocido a Umi, fue su maestro en el manejo, uno bastante bueno. Pero en esos momentos no era lo único de lo que estaba agradecida. Se sentía plena y libre en aquella arteria a oscuras, intermitentemente iluminada por la luz amarillenta de los faroles, mientras más arriba la noche lo engullía todo, hasta las estrellas.

Desde que su vida había empeorado a manos de su padre, su mayor pasatiempo fue imaginar su fuga, el plan para su escapatoria perfecta y así empezar a vivir, quizá cambiarse el nombre y renacer. Sería grande, de alguna u otra manera, llegaría a la cima de puro despecho paterno y por desolación amorosa brillaría.

Aunque aquello significara borrar de su camino a aquellos que fueron buenos con ella.

Nico.

Y la debilidad se manifestaba en su espíritu, queriendo regresar para decirle a ese hermoso ser humano que la acompañara en su día a día. Sin embargo, ya no se sentía al nivel. Él estaba en la parte iluminada, entre los que merecen lo mejor. Y ella llegaría a ese "lo mejor" con tal de verse a su lado en un futuro.

Así lo presentía y una extraña sensación, llamada esperanza, se mezclaba en su interior con los indicios del nacimiento de un amor propio tan portentoso que incluso le pesaba. Por ello lloraba y reía al mismo tiempo, porque dentro de sí estaba creciendo aquella persona que siempre fue y no sólo eso, sino que empezaba a mejorar sin su permiso.

Sólo le quedaba aferrarse al volante, a su medio de escape. Quizá la buscarían con intención de encontrarla, pero su madre tenía razón, siempre fue la mejor en impedirlo.

Vi el camino que tenía enfrente, con la vista llorosa y una debilidad inusitada, cerró los ojos momentáneamente. Estaba tan cerca de su destino y tan lejos a la vez. Sus amatistas volvieron a relucir en la oscuridad del automóvil y observaron a la luna estando profundamente ahogada en el reflejo de la laguna que rodeaba la autopista por la que transitaba. Sonrió ante el recuerdo de aquel agridulce cuento que Nico le narró.

¿Y si ella quería tocar la luna también?

¿Y si ella quería guardarla únicamente para sí?

¿Qué si estaba cansada de luchar?

Ella, la luna, no la juzgaría. Ella, que necesita al sol para brillar, no le diría nada si de repente decide no buscar aquel soporte.

Siguió avanzando, mirando la hipnótica negrura de la noche puesta en el agua. La división de la carretera con la laguna dejó de existir y esa sombra que era ella, junto con la oscuridad que le rodeaba, se volvió una sola entidad. Una nación sobre la cual reflejar la luna y las estrellas.

Quizá ella no brillaría, pero serviría de manto estelar.

"Nozomi, no puedo explicarte mucho pero necesito que hables a este número XX XXX XXX y preguntes por mi madre. Hazle saber que mi padre murió, que estoy bien y que pronto sabrán de mí. Si viene a buscarme, recíbela, llévala al grupo y preséntale a Riko como un muy querido amigo mío. También muéstrale la casa donde vivía y dile que amé, tal y como ella quería.

Por cierto, siempre fui consciente de que todo lo hiciste como una especie de consuelo para Nico. Pero te agradezco que eligieras a Eli y no a Nico.

Gracias, nuevamente.

Maki."

"Riko, fuiste la primera persona que llegó a mi vida como una especie de luz. Gracias por la música, el cuidado y todo el cariño. Cuida mucho a Yoshiko, ama a Yohane y vuélvete el más fiel de sus discípulos.

Juro que no te dejaré en paz.

Con cariño, Maki."

Él, por su parte, se había aprendido cada una de las palabras que estaban escritas en su respectiva carta. Y aquel peso de más que había percibido Nozomi entre la consciencia y el sueño, se trataba ni más ni menos que de su reproductor mp3, con todas las canciones que ellos habían compartido. Y en aquellas letras estaban todos los significados ocultos.

"Tonto, espero no estés regodeándote en la miseria y ahogándote en la tristeza porque no me tienes a tu lado. No te he dejado porque quisiera, sino porque las circunstancias no eran las mejores."

Hubiera preferido mil veces seguir con la estúpida idea de que lo había abandonado para irse a jugar con otro corazón a aceptar el hecho de que se había ido como una certeza absoluta. Y no sólo de su lado, sino del de todos.

"Voy a crecer, Nico. Sólo para estar a tu lado y ganarnos todo aquello que nos merecemos. Porque voy a regresar por ti, porque ni tú ni yo tenemos otro punto de retorno."

¡Qué mala broma!

Crear expectativas sobre lo que se sabría de ella, para que a los pocos días contactaran con la madre, su querida y a escondidas suegra, a decirle que el automóvil de su esposo había sido hallado en medio de la carretera, ahogando entre aquellas aguas, sin conductor en su interior. Sin embargo, se temía lo peor, y un grupo de policía se encontraba en el territorio buscando en las profundidades.

"Vamos a salir de las tinieblas, sólo para cegarnos hasta ser únicamente capaces de vernos el uno al otro. Porque ese es nuestro destino, reconocernos."

Quería ser igual de débil que ella para desaparecer, pero había gente que tenía verdaderas expectativas de él. Pequeñas personitas que se alegraban de verlo regresar, volver a ese, su otro hogar, sólo para abrazar a sus hermanos. Y llenarlos de todo aquel amor maternal que únicamente él pudo gozar con plenitud.

"Te amo, Nico, no lo olvides.

No me olvides."

¿Cómo podría olvidarlo, si su cuerpo era la evidencia?

¿Cómo podría olvidarla, si ella estaba en todo?

Era una suave y alegre tonada la que escupían las bocinas de su radio con aquella canción de The avalanches. Manejaba con tranquilidad, sin prisa alguna, pues su destino era casi imaginario. A mitad de la larga autopista detendría su auto, pondría las intermitentes, subiría todo el volumen y dejando la puerta abierta, tomaría el ramo de rosas de los asientos traseros y saldría. Después saltaría la valla y, tal como en los años anteriores, quitaría cada pétalo de rosa y haría un camino hasta llegar al agua. Ahí, sobre el líquido, esparciría las rosas que le faltaran.

La diferencia radicaba en la compañía, pues esa ocasión, después de 10 años, sería la primera en que haría el recorrido de la mano de alguien. Con mucho cuidado ayudó a su nueva acompañante a saltar la valla, a recorrer el camino de piedras y a tirar los pétalos a diestra y siniestra hasta llegar a la orilla. Ahí se sentó y le ayudó a sentarse.

Miró a la pequeña pelinegra de ojos amatistas y le sonrió.

– ¿Por qué estamos aquí, papá?

– Porque aquí es donde vive mi luna.

– ¡Mentiroso! La luna está en el cielo.

– Pero a veces se asoma por estas aguas y me deja amarla por unos instantes.

– Que raro eres, papá.

Él pelinegro rió con dificultad y abrazó a la pequeña de apenas 5 años, le revolvió el cabello y vio que fruncía ligeramente el ceño. De sus manos hizo caer las rosas restantes y las dejó flotar sobre el agua.

– Oye, ¿recuerdas por qué te llamas, Maki-chan?

– ¡Sí! –la pequeña alzó la voz y presumió una sonrisa chimuela–. ¡Porque soy lo que más amas en el mundo!

Nico le sonrió y cerró los ojos, únicamente para sentir como su hija le limpiaba las lágrimas que traicioneras siempre se le escapaban cada año, en ese lugar.

– Así es Maki-chan, eres lo que más amé y amo.

CANCIONES:

The 1975 – If I Believe You

The Avalanches – Since I Left You

Broken Social Scene – Sweetest Kill

N/A:

A veces pesa mucho el alma y el sentimiento…

Ojalá puedan perdonarme.

O mejor no.