Y cuando la noche llegó, nuevamente los colores de las flores nocturnas resplandecían vehementemente en las calles, si en la masa ingente de ponis que albergaba esa ciudad en particular se hallaban dos, era porque más que el destino, actuaba una decisión, un salto al vacío que unía dos espíritus por tal vez un parpadeo, tal vez una vida.

Si magia fuese la atracción, allí recaería por montones. Como insectos nocturnos ante la luz, los cuerpos no dejaban de moverse por aquellas calles, en particular, rodeaban un manzano hace ya mucho destinada como una posada con temática rústica de los días pasados de Ponyville. Como el mercado principal estaba justo en frente. Se podía apreciar desde la mayoría de las ventanas a aquellos ponis de una ciudad-pueblo conocida por la carismática amigabilidad de sus ciudadanos.

Las luces coloridas iluminaban todo, desde unos puestos de mercancías raras, hasta unos restaurantes y, en el centro de la plaza mercado, existía una pista de baile donde muchos se soltaban, sacudiendo así sus preocupaciones o problemas.

Era una perfecta noche de verano, con la frescura nocturna después de una jornada bajo el calor despiadado. Allí eran aceptados todos, allí convivían autoridades y plebeyos, ricos y pobres, héroes y ponis comunes. No era difícil hallar a Twilight Sparkle bailando con sus amigas o con cualquier poni que se acercase en aras de la amistad, nada raro era ver a Pinkie Pie los viernes en la noche.

Sí; pero, al margen de ésta costumbre cultural, el mercado a su alrededor también se llenaba con compradores que no dejaban pasar una buena oportunidad; allí pues, aquella noche, caminaba con los cinco sentidos alerta una Applejack que, con un par de alforjas por sí encontraba algo interesante, divagaba con sus cascos de un lugar a otro.

Puede que el mercado central de Ponyville no fuera el más grande de Equestria, pero sí el más pintoresco y, cómo se imaginarán, los tintes románticos tanto por un pasado no muy lejano como el simple hecho de estar mezclado con un centro de dispersión y alegría, le confería un toque especial.

Y, sin embargo, no todos sabían de su existencia, es más, pocos le prestarían interés a un mercado. El espíritu de aquel que se mueve, buscando lo que el mundo tiene para ofrecer, para disfrutar de las grandes obras sin comprometerse a establecerse jamás, se translucía en una figura sonriente que, con pasos seguros, pero suaves, recorría todos los rincones del mercado, había comprado velas aromáticas, un pequeño barril de sidra, cubiertos de plata conmemorativos, de los cuales, la vendedora juraba habían pertenecido a una de las autoridades de Ponyville.

Con la música de los instrumentos de la banda, el simple paseo por el mercado era un placer. Su rostro, reconocido a veces, bien atendido las demás, dibujaba una sonrisa. Era para él lo más importante poder vagar para escribir, poder vivir para ir y venir, el tiempo era una excusa, el tiempo era el límite y así mismo, él vagaba con la felicidad de saber que había visto, había conocido, había disfrutado.

Y, se iría tan pronto como el tormento de la perpetuidad le sofocase.

Semejante espíritu, que además no se guardaba sus experiencias para sí mismo, dejaba las migajas de lo que el mundo tenía para ofrecer a la inmensidad de lectores que había acuñado con su prosa.

Su escrito estaba incompleto, pero bastaría para la publicación de la semana. Lo que faltaba era pues, la pregunta ¿Qué lo había llevado hasta ese mercado?

Por supuesto, alguno que otro podía intuir lo que pasaba detrás de esa expresión afable que sabía tratar a los demás. Pero como ningún poni podía conocer algo más allá de lo superficial de ese corcel, terminaba siendo un extranjero donde estuviese.

Una semana entera se había hospedado en aquel lugar, una semana completa se había hospedado y todavía no lograba responder dicha pregunta. O tal vez no deseaba aceptar las respuestas a las que llegó desde el momento en el que dio inicio con su travesía.

- ¿Conoce usted la jalea de Zapamanzanas? – Preguntó la voz de una yegua. Por supuesto, el corcel de inmediato volteó para verla. Allí estaba una yegua de pelaje cereza, ojos violetas y la melena magenta obscura.

- A decir verdad, sí. Pero, no se supone que se hace solo en las Sweet Apple Acres.

- Por supuesto.

- Tú no pareces una Apple. – Expresó el corcel con una mirada intrigada y manteniendo una sonrisa amigable.

- Ah, no, no lo soy… solo le cuido el lugar a la hermana de mi novio.

- ¿Es correcto suponer que sales con un Apple?

- Gracias por cuidar el puesto Sugar Belle, espero no haberme demorado mucho.

Entonces, por la derecha se aproximó una yegua de pelaje cuyo naranja se asemejaba al ámbar.

Ni un millón de palabras bastarían para describirla, sentir su corazón arremetiendo de tal forma que parecía querer esconderse en lo más profundo fue el inicio. El cabello dorado era una sutileza que parecía envolver unas esmeraldas preciosas. Sus conocimientos de estética querían fallarle, minimalismo tal vez, no, era la belleza bucólica expresada de tal forma que le hacía sentir inconexo con el tiempo.

- No es nada, estaba a punto de venderle un poco de jalea a éste corcel.

- Déjamelo, Big Mac debe estar esperándote.

Increíble ella ni siquiera le había reconocido, le daba la espalda mientras buscaba un frasco de la dichosa jalea en un estante detrás del mostrador. Applejack por nombre, anormal belleza emanaba de ella, inexplicablemente, era una que él no podía expresar.

- Y bien amigo, estoy segura de que no eres de aquí. ¡Tienes suerte! Te apuesto mi sombrero a que después de probarla vas a llevarte cinco frascos. – Habló con toda afabilidad, con su acento sureño.

Pálpitos silenciosos, boca seca, labios entumidos. Subsumido del silencio, apenas se movió. Ni siquiera bucólica, algo inclasificable yacían en ella. Y como aquella yegua parecía estar buscando algo más en el estante, movía sus caderas de un lugar a otro, su cola de peinado sencillo también lo hacía.

Belleza, algo tan banal para la vida; pero tan importante para existir. Y así como de una esmeralda, la más bella de todas, seguía emanando de ella. Pero, incomparable era aquel retrato anatómicamente hermoso ante la mirada de esa yegua, ninguna otra podía provocar algo semejante en él.

Y oh, cuando volteó fue una tortura para su propia mente; pues ella pasó de un rostro completamente amigable a unos labios apretados y unos ojos ansiosos.

"Trend, Hola… qué haces por estos lares." Le preguntó con su acento tan pintoresco.

Equestria a Trend; su cabeza se estaba dejando aprisionar por esos ojos esmeralda, para evitarlo cerró sus ojos y agitó la cabeza.

"Hol… hola." Dijo torpemente, el cambio en su tono de voz lo dejó bastante claro, se estaba derrumbando por los nervios. "Yo estoy de trabajo."

"¿Otra vez Ponyville?"

"Sí, he seguido la pista a un lugar tradicional de Ponyville."

"¿Éste mercado?"

"Precisamente, me han comentado sobre éste lugar, y debo decir que es bastante propio de ésta ciudad"

"¿A qué te refieres con eso que dices?"

Por alguna razón, la yegua le observaba con desconfianza, entre enojada e inquisitiva, su expresión ladeaba un labio hacia abajo, mientras le mantenía a la vista fijamente.

"Es rústica por supuesto, es bella porque une la modernidad con la belleza bucólica" Se explayó con pocas palabras; pero sin dejar de sentirse apasionado, sobre todo porque Applejack le prestaba toda su atención. "Como tú"

"¿Disculpa?"

"Quiero decir… yo… tú…" Así su lengua parecía enredarse por sí sola. Sus mejillas comenzaron a arderle. La yegua levantaba una ceja, exigiendo explicación; pero pronto dejó de mirarle para dirigir su vista a un frasco de mermelada. Vació un poco sobre un pedazo de pan.

"Es una muestra gratis" Dijo al ofrecerla al corcel que de inmediato levitó el bocadillo para degustar uno de los sabores más dulces, pero también más complejos con los que se había deleitado en el pasado. Como esa manzana en extinción que se comió aquella vez. "También es por agradecimiento"

"Por qué" Cuestionó el corcel.

"Por la última vez que escribiste algo de ésta ciudad; me gustó el artículo"

"¿Lees esa revista?" Con una sonrisa de sorpresa, el corcel movió sus anteojos para ver que la yegua negaba con la cabeza.

"Rarity me lo mostró, de otra forma, jamás lo hubiera leído" Expresó la yegua con franqueza. "Lo siento, pero no me atraen esas revistas" Agregó apenada, dibujando una sonrisa débil.

"¿Te interesaría ayudarme por un momento?" Cuestionó Trenderhoof, con los labios temblándole en la última palabra y una gota de sudor saliendo de su frente.

"Con qué exactamente"

"Pues, en la puesta de baile se tiene que entrar con una pareja y como verás…" Pero la yegua levantó su casco para frenarle.

"Mira Trend, no eres mi tipo y aunque me siento alagada"

"Pero no te estoy pidiendo nada más; es por trabajo y para escribir mi artículo, necesito experimentar todo esto"

"Pero tus lectores no sabrán si tu bailaste o no".

"Eso no importa; sino que yo sea sincero con lo que viví". Diciéndolo fuera de bromas, el corcel parecía ya no estar fingiendo. Applejack buscó dentro de sí una razón para decir que no. "Quién cuidará del puesto" Se le ocurrió finalmente.

En ello, los pasos pesados de su hermano se hicieron sentir, éste llegó topándose con el corcel que charlaba con su hermana. Así pues, cuando se vence al miedo, hasta las paredes más grandes pueden besar el suelo.

"Big Mac ¿Cierto?" Confuso, el corcel miró a su hermana; pero ésta negó con la cabeza subiendo un poco los hombros.

"Me gustaría bailar con tu hermana; pero ella dice que no irá a menos de que algún poni cuide el puesto"

"Eso no fue lo que…"

"Eyup" Respondió el corcel rojo, entrando al puesto de venta.

La mirada suplicante del corcel la tomó por sorpresa. Y ella, mirando a otra parte, rezongó.

"Bien" Extendió el casco y el siguiente tuvo que evitar que su sombrero saliera volando, porque él la llevó volando hasta la pista.

Al llegar, la música Country se escuchó; por supuesto, él nada sabía del mismo. Con una risa constante, la yegua trató de instruirle en el baile. Pero tenía dos cascos izquierdos para ese baile, no pudo enfadarse, le estaba haciendo pasar un rato agradable.

"Por qué no bailas conmigo en lugar de tratar de explicarme" sugirió el corcel.

"Está bien, aunque no creo que lo logres" Le respondió la yegua.

Y, para sorpresa de ambos, él corcel se movía bastante bien para ser un novato. De hecho, sus pasos se acompasaron a tal punto que, para cuando se cambió la música por una más lenta. Ambos prefirieron quedarse, moviéndose lentamente, sintiendo sus cuerpos de cerca.

"Y… gracias por enviarme esa carta para año nuevo" Declaró de pronto la yegua. "Pero es bastante extraño te importaría…"

"Applejack, yo te hago una promesa solemne" Se explayó de pronto el corcel "Yo te prometo nunca jamás volver a molestarte si tú me das una oportunidad ésta noche"

La yegua enmudeció por un instante.

"Pensé que quedó claro la última vez"

"Te juro, solo una invitación a comer, lo que quieras, donde quieras" La yegua ladeó la cabeza, sin embargo, pudo percatarse de que el corcel tenía algo cambiado, no sabía bien qué. Pero dio un "sí" poco enérgico.

Y qué se podría decir, entre la sidra, dos platos de cena y una plática donde él le preguntó de todo y la escuchó atentamente, Applejack no pudo evitar sentir que no había perdido tiempo. Fuera del restaurante, ambos dieron un paseo final por el mercado, viendo que éste comenzaba a vaciarse, ella estaba dispuesta a irse. Pero él la tomó por el casco.

"¿Y?"

"Disfruté la noche. No se me olvidará cuando dejaste caer tu sidra sobre el mesero"

"Entonces, ¿Mañana repetimos?"

"Escucha caramelo, me gustó y todo, pero se acabó. No me interesa una relación en éste preciso…" Fue entonces que sintió los labios del corcel asomándose a los suyos. Lo separó de inmediato.

"Qué haces"

"Quiero más contigo Applejack, si realmente te gustó esta hermosa noche conmigo, yo solo te pido un último detalle"

"No voy a hacerlo contigo" Explicó la yegua "Aunque estuviera completamente ebria"

Entonces el corcel se golpeó la garganta.

"Qué estás haciendo"

"Recuerdo aquel día cuando te conocí." Comenzó a cantar con un ritmo pegadizo. Era una tumba o lumba… ¡Cumbia! La yegua escuchó exactamente esa letra hace mucho, cuando fue a visitar a un primo en Vanhoover "Sabes, yo nunca he podido olvidarte. Siento las noches vacías sin tu querer. Vivo soñando que tú estés a mi lado" Entonces, trató de imitar bien un ritmo al que no estaba acostumbrado "Ven a mi lado yo siempre te esperaré, como una piedra al amanecer, ven a mi lado yo siempre te esperaré, como una piedra al amanecer" Hasta se movió lo mejor que pudo, por poco se cae al final de lo ebrio que estaba.

"Que a ti no te gusta esa música" Explicitó la yegua, riendo mientras le echaba un casco al corcel que finalmente se cayó al piso.

"Te juro que yo busqué algo que expresara lo que siento y solo esa se me pasó por la mente" dijo algo avergonzado el corcel. "Gracias"

"Está bien… pero será uno rápido y ya… aunque, siempre podemos ser amigos" Añadió la yegua.

"Mi hotel está por allá" Exclamó el corcel. Llevó a la yegua apegándosele.

"Vamos a coger, no somos enamorados" Admitió la yegua.

No es bucólico el andar, ni el hablar. Es todo en conjunto. Por eso, cuando Applejack se quitó el sombrero, rebelando la melena dorada peinada de forma sencilla; pero hermosa, el corcel se sintió forzado a tomarla en cascos, rodeando su cuello de inmediato, besó aquella piel firme y algo endurecida por el trabajo, sintiendo la calidez.

"Oye ¿Qué estás haciendo?" Preguntó la yegua, mientras colocaba sus cascos en los hombros del corcel para tratar de alejarle.

"Tratándote como mereces" Se sinceró el corcel, quitando con su magia el impedimento, llevando los cascos de la yegua alrededor de su cuello; por supuesto, sentir la fragancia de Applejack era algo fuera de éste mundo, un poco fuerte, un toque ligero de cuero, otro de unos implementos comunes de aseo, jabón, un champú genérico. Pero subyacía también algo propio de ella, tal vez era un poco de sudor, tal vez era la esencia de la yegua.

Sea como fuere, eso era más de lo que ninguna otra yegua pudo darle jamás.

Teniendo entre sus cascos a la causa del acervo de la revolución de la belleza en su psique, aquel corcel se juraba a sí mismo saborear cada segundo como si fuera el último momento de su vida ¿Y cómo no serlo?

Apasionadamente, sus cascos bajaron por el lomo de la yegua, recostándola contra una cama suave. Ella, en silencio se dejaba conducir.

Al borde de la embriaguez por la penetrante fragancia de la hembra, el corcel solo pensó en recorrer hasta el último centímetro de aquel cuerpo trabajado de sol a sol, resistente, estoico, rústico y, sin embargo, hermoso.

"¿Por qué no lo haces como los demás y solo me la metes?" Cuestionó Applejack extrañada, tomando con su casco izquierdo el miembro del corcel para tratar de acabar con el asunto.

"Porque no eres una yegua como todas las demás" Explicó el corcel, llevando su casco hacia la nuca de la yegua y acercándola para besarla con todas sus fuerzas, como si su vida dependiera de ello, sus labios se encontraron, entre la rugosidad, entre la falta de saliva y un aliento a avena, el corcel saboreó el momento. Applejack no dejaba de sonrojarse por lo que aquel le decía.

"Applejack, dulce manzana, mi noche y mi mañana. Contigo quiero el mundo entero, contigo quiero ser sincero. Si me preguntas por qué, no podré responder. Solo déjate querer, déjate amar, déjate hacerte mía". Sentenció el corcel, embriagado por un ambiente que parecía el plenilunio más hermoso.

Ante las palabras, la mente de la yegua, dejaba de responderle ¿Por qué? Se preguntaba a sí misma. Si cada uno era un mundo, él quería explorarla toda. So pena de perder para siempre el habla si en ese momento no lo decía todo, el corcel pronto arrinconó a la yegua, que le seguía el paso de forma pasiva, en el borde de la cama, con sus cascos aprisionándola ella, entre la cama y el cuerpo ni fornido ni enclenque del corcel, mantenía una respiración agitada.

"Déjate… por favor" imploró el corcel. A lo cual, la yegua no respondió con palabras; en cambio, abrió las piernas. Mordiéndose un labio por el calor de la situación. Respuesta suficiente, y debía ser agradecido. Su boca bajó a besar los labios bajos de su compañera. Esa noche, le demostraría lo que sentía.

Al calor del momento, al calor de la noche fría, aletargados por el efecto de la sidra, aquella bruma de sensaciones que invadía a ambos y la ligereza con la cual sus cuerpos parecían moverse. No se podía explicar claramente cómo, pero Applejack se movía de tal forma que se acompasaba al corcel. Y aquel, al parecer, también estaba igual de intrigados.

Un beso largo, el contacto de sus labios con los carnosos y salados de Applejack condujo una inmensa alegría, un sabor fuerte, no supo por qué, pero los besó antes de introducir su lengua; aquel gesto de su parte era algo que pocas yeguas habían disfrutado de él. Como reacción, la granjera no hizo sino levantarse sobre sus cascos delanteros, observando al corcel que movía aquel húmedo pedazo de carne, contrayéndolo, dentro de ella.

"Qué estás haciendo"

"¿Qué te dije?"

"Que me dejara" Applejack estuvo a punto de llevar uno de sus cascos a la cabeza del corcel, pero éste la observó desde allá abajo.

"Yo te voy a hacer el amor, mi hermosa manzana" aclaró el, volviendo al contacto con los labios de la yegua que haría suya o moriría allí mismo.

Algo había en sus palabras, ora porque la embriaguez del amor endulzaba tanto su voz que sonaba sincera, ora porque lentamente él se desnudaba a sí mismo. Qué ser verdadero sino estar desnudo. A qué le tememos más sino a dejar nuestras mascaras para que el resto pueda ver lo que en realidad somos.

Suavemente, la tomaba, firme cuando debía serlo, un explorador nato en el interior dela yegua, trataba de encontrar el punto adecuado, cuando dejó escapar un gemidito, el continuó intrépido. Dulce néctar femenino, llegó hasta su lengua, era dulce para su sorpresa, un poco ácido, pero poco salado, algo meloso, tal vez como sabia. Sea como fuere, él lo saboreó.

Melancólicos pliegues de las sábanas, se mantenían indemnes ante los pocos movimientos de la pareja. Applejack se estaba expectante, sintiendo los electrizantes pulsos de la incursión de una lengua, que, tan buena era moviéndose allí dentro como hablador voraz era su dueño; pero, si en lo segundo solo se concentraba en sí mismo, en lo primero, solo se centraba en complacerla. Y por esa razón, los gemidos se hicieron más continuos.

Revoloteando en su interior, extrañamente, esos impulsos, esos pequeños cosquilleos mezclados con un ardor y picor placenteros llegaban hasta su estómago donde parecían revolotear, dando pequeñas sacudidas; o desafiante o disuadido, su corazón se aceleraba y sus mejillas le ardían a tono con su robotización y, de ser dos columnas rígidas, sus piernas cedieron, cayendo completamente, no dieron más oposición.

Pareció llegar a una cumbre, pues todo su cuerpo se alivianó para sentir una descarga que le recorrió todo el cuerpo, subiendo y bajando constantemente, ya por tres, ya por diez, los segundos se sintieron aletargados. Él tenía como recompensa el néctar, ella, si bien no convulsionaba por el placer, sí se sumía bajo éste, le fluía por dentro.

Pronto la yegua se levantó para tomar el rostro del corcel, y como éste estaba en el piso, nada le importó impulsarse sobre él, con tal de que su boca hiciera contacto con la de él… el beso no se concretó pues ella quedó atrapada en sus ojos; no había más nada actuado, nada falso, al que tenía en frente era el verdadero él.

"Belleza es una palabra vana si no te puedo llamar así. Mi arte, mi infierno, mi cielo, para ti. Apiádate de mí, si no el mañana, el hoy. Déjame amarte, déjame ser tuyo." Ya totalmente ebrio por el placer, acuciado por un sentimiento profundo, el sentirse aprisionado por la fuerza de aquella femenina criatura y sellado por una barra de carne candente, él parecía alucinar.

Oh, y claro que la carne candente estaba siendo humedecida por los labios bajos de la yegua, pero eso no era suficiente.

Honestidad pintaban esos ojos comunes sin los lentes y la mirada hípster. No importaba el escritor de revista, el pináculo de la observación de los lugares "cool" "a la moda" "de gemas en bruto" o cualquier otro adjetivo de Rarity, en ese lugar y momento no valían nada, importaba solo una cosa. Que él finalmente él era sincero con ella.

Y para cuando la yegua se levantó sobre sus cuartos traseros, apoyándose con los delanteros en el pecho del corcel, supo él que estaba perdido en el hacer el amor.

Abriéndose paso lentamente, ninguno de los dos deseaba dejar de observarse a los ojos, aquellas preciosas esmeraldas tenían luz propia. Un suspiro de ella, con una mueca de dolor, pero después una sonrisa, lentamente se introducía aquel trozo que estaba preparado solo para complacerla. Subfugando un alarido de placer a lo largo del recorrido, él dejó extasiarse por el sorpresivo cariño de la yegua. La sensación húmeda, con algo de estrechez, pero la extraña sensación de ser absorbido y retenido fue una carga muy pesada y sin más, él cedió.

Applejack fue tomada por sorpresa cuando sintió el recorrido de la carga del corcel.

Pero el unicornio se concentró con su magia, tomando un respiro para poder ejecutar un hechizo.

"Qué haces"

"Te lo voy a dar todo" El corcel bramó cuando sintió como si le golpearan el miembro con una vara. "Aun si no puedo caminar bien mañana" suspiró.

Sin previo aviso, sus caderas comenzaron a moverse, un segundo aire revigorizó su virilidad que, clavada era movida por fin. Purísimo blanco dador de vida se escapaba por los labios de la yegua, encerando la carne para nada magra del corcel. Un ligero chapoteo se producía mientras ambos se azotaban en un oleaje de placer, el vaivén de sus sacudidas acompasados. Como si realmente pudieran ser uno mismo.

No hubo impedimento, necesitaban, ambos lo hacían, sus bocas finalmente se encontraron en ese mar tan confuso y también tan verdadero. Los muros acallaban un juramento tácito que sus cuerpos expulsaban. La piel se frotaba, los músculos se esforzaban, ambos se encontraban, se separaban y un segundo antes de romper toda relación, volvían a chocar, sin ningún extravío, nunca antes sintió la yegua aquella efervescencia que se acumulaba en su interior.

Deleitándose con aquel cuerpo fuerte, que le trataba con amabilidad y dulzura. No faltó el chop chop, que, por demás de ser lascivo o gracioso, juraba a la luna y las estrellas que esos dos hacían el amor.

La melena de semejante amazona se movía al son de la cabalgata, no lo podía soportar más, el placer llegó a su cúspide, sintiéndose en el cénit, dejó llover, gimió con fuerza, jurando que, si en el futuro volvía a repetirse, le complacería tanto como él a ella esa noche, incluso si se quedaba ronca de tanto devorar esa, dígase como lo conocía, verga con la boca.

Cayó rendida por la cogida; no, coger era una cosa, lo que habían hecho se llamaba hacer el amor. Sus corazones se sintieron cuando sus pechos se juntaron, latiendo a un mismo son, aletargándose junto. No dejó espacio para más observaciones, ella escondió su rostro en el cuello del corcel, él comenzó a abrazarla y ella se dejó. La sábana bajó para cubrirles, en ese momento, el solo moverse para subir a la cama sería un pecado.

Así, con el revoloteo en su estómago, con una sonrisa amplia, la yegua cerró los ojos, teniendo el sonido relajante del aliento del corcel y sus latidos.

Así, cuenta la historia que aquel día Applejack conoció el amor de forma tan repentina como inolvidable. Al otro se le llama Trenderhoof por supuesto. Todavía se puede ver uno que otro manzano con el nombre de ambos grabados, así como el corazón de la yegua.

Y así como ese manzano, Applejack quedó marcada por el amor verdadero, pero jamás un árbol perderá las raíces para salir tras del pájaro que le visita.

Rumores hay sobre que nuestra querida amiga, vecina y proveedora de manzanas honesta, se encontró sola al día siguiente, con la sábana a medio cubrirla y los lentes del corcel sobre el velador. Otros dicen que, al responsable, le vieron caminando apenas, ladeándose de un lado al otro y dirigiéndose a la estación de trenes, chocando con cuantos peatones se le cruzaron en frente. Nunca más se le vio en Ponyville, pero todavía escribe.

Y si te paseas por Sweet Apple Acres a eso de las seis de la tarde, puedes escuchar a Applejack cantando con su voz melancólica – tanto que te rompe el corazón – lo siguiente:

"Mírame, fuera de tus ojos

Para qué me traes manojos

Para que me amarás

Si luego me dejarás"