Capítulo 1
La tierra debajo de mis pies estaba muerta.
No necesitaba que nadie me lo dijera, ni que me lo demostraran. Yo misma podía sentirlo en la forma en se resquebrajaba debajo de mi peso. En la manera en que se deshacía fácilmente como si no pudiera soportarme por más tiempo. Perdía su fuerza y su poder, poco a poco, pero a una velocidad alarmante, y aquel pensamiento me entristeció en lo más profundo del alma porque supe que muy pronto ya no habría nada que intentar salvar. Muy pronto solo estaría el vacío.
Dejándome llevar por un deseo que no estaba segura de donde provenía, me arrodillé sobre el suelo y llevé hacia mí un puñado de tierra, la cual se deslizó entre mis dedos como si fuera agua. En su lugar, un líquido oscuro, espeso y putrefacto quedó como advertencia de algo que ya sabía con certeza…
No había forma de salvar este lugar. No sin un milagro, y no había ninguno en el futuro cercano. No para nosotros, al menos.
De repente escuché un sonido ensordecedor, como un trueno pero directamente sobre el suelo cerca de donde yo estaba, seguido de un temblor que me dejó tambaleante sobre mis pies. A lo lejos, la tierra se abrió en dos, lo supe como si estuviera presenciando el quiebre justo entre mis pies. Lo sentí en algún sitio en mi corazón.
No estaba segura que yacía debajo de una tierra moribunda, pero de lo que estaba segura era que no tenía curiosidad por averiguarlo. Dándome la vuelta comencé a correr de forma desesperada, porque había un sitio al que necesitaba llegar, un lugar con personas a quienes debía ver, a quienes necesitaba mantener a salvo a toda costa…
Pero mis pies se sentían como plomo, y se hundían en la tierra como si esta quisiera tragarme entera. Primero mis piernas, luego mis caderas, mi torso, mis brazos, hasta que grité de puro terror sabiendo que taparía mi boca y ya no podría gritar más. Intenté pelear, salir, huir…pero fue inútil. La tierra me llamaba, me arrastraba hacia su centro, me obligaba a ser una más con ella, y perdí por completo mi fuerza ante su voluntad.
Debajo de mis pies, a mi alrededor, sobre mí…la tierra estaba muerta. Pero eso no quería decir que no quisiera ser devuelta a la vida. Costara lo que costara.
Desperté con un sobresalto sobre la cama, respirando trabajosamente como si hubiera estado ahogándome entre las sábanas. De no estar completamente segura de la existencia del colchón a mi espalda o de la almohada bajo mi cabeza, habría pensado que acababa de salir de debajo del agua luego de haber estado un buen rato sin aire.
O bajo tierra, pensé, y temblé sin poder evitarlo.
Ser sepultada viva nunca había sido de mis más grandes miedos. Nunca le había dado demasiado pensamiento, o simplemente creído que no sería posible que algo así me pasase nunca como para preocuparme mucho por ello. Después de tal pesadilla, sin embargo, ahogarme en tierra firme había escalado varias posiciones en mi lista de ''muertes a evitar''. No es que la muerte no fuera un hecho absolutamente terrorífico de por sí, pero ya que no podía evitarse eternamente, la manera de morir sí que podía hacer una gran diferencia para una persona. En especial cuando una mera pesadilla al respecto podía dejarme con un sudor frío corriendo por mi espalda.
Temblé de nuevo, y me estiré para encender la lámpara junto a la cama, no queriendo pensar cuanto necesitaba encender una luz para eliminar la opresiva oscuridad de la habitación.
- Ahhh, no, ¡¿Por qué?! – lloriqueó una voz femenina en cuanto encendí la luz.
Por poco me viene otro sobresalto por la sorpresa de no estar sola, pero entonces reconocí la voz ligeramente chillona de Mint, y de repente recordé que no había ido a dormirme sola, o en mi propia casa.
- Lo siento – murmuré, y después hablé en un tono un poco más alto cuando recordé que los padres de Mint estaban de viaje y no había necesidad de hacer silencio por nadie más– olvidé por un momento en donde estaba.
Con la luz encendida, no me perdí ni una sola arruga en la frente de Mint cuando se dio vuelta sobre su cama para fulminarme con la mirada.
- Bueno, tenlo en cuenta la próxima vez que te quedes en mi casa, casi me dejas ciega.
Rodé los ojos, porque Mint podía ser demasiado exagerada cuando lo intentaba con todo su esfuerzo, pero sabía que no estaba verdaderamente enojada conmigo. Puede que ella fuera una chiquilla vaga y malcriada la mayor parte del tiempo, y que me hiciera enfadarme en el trabajo, pero debajo de todo eso, tenía un buen corazón. No me habría permitido ocultarme en su casa la última semana de no ser así.
Aún me sonaba un poco extraño ser compañera de cuarto con Mint. No era ni por lejos la primera persona con la que hubiera decidido compartir vivienda, porque nuestras personalidades eran simplemente demasiado diferentes como para no pelearnos por la más mínima cosa. Pero circunstancias más allá de mi control me habían llevado a darme cuenta de que no podía quedarme en mi casa por un tiempo, o arriesgaría a que tarde o temprano se revelara el secreto de las Mew a mis padres, a mis vecinos, o directamente a todo el barrio. Después de todo, una semana atrás había desaparecido tres días sin dejar rastro (contra mi voluntad, debo aclarar), y solo el hecho de que tenía buenas amigas que habían mentido a mis padres sobre mi paradero había evitado que ellos llamaran a la policía y crearan un lío mucho más grande. Además, tenía cierta especie alienígena persiguiéndome los talones, lo cual instantáneamente convertía mi día en uno considerablemente más complicado.
Las Mew sabíamos por experiencia que el escondernos todo el tiempo y el mentir sobre quiénes éramos en verdad era un trabajo casi tan arduo como el combate al que habíamos estado sometidas en nuestra joven adolescencia. Pero también sabíamos que valía la pena el esfuerzo si eso significaba garantizar la seguridad de nuestras familias, y no poner en peligro a personas curiosas que no comprendieran lo suficiente sobre la situación. Por lo cual hacía una semana (y tras volver semi sana y salva de mi más reciente aventura) había decidido, por el bien de la humanidad, mentir a mis padres sobre un gran examen de la escuela para el cual necesitaba de la tutoría de Mint o reprobaría el año. El hecho de que no fuera la mejor estudiante durante mi vida escolar había convencido lo suficiente a mis padres como para no hacerme demasiadas preguntas. Aunque demasiado rápido para mi gusto, pero al menos me había salido con la mía.
¿Pero cuánto tiempo más puedo alargar esto?, me pregunté.
Siete largos días habían pasado desde que pisaba mi propia casa. Quería desesperadamente pasar por mi cuarto, abrir mi armario y agarrar más ropa de la que había tomado en un primer momento. Quería mi shampoo, y mi cepillo de pelo, y todas las demás tonterías personales que no extrañaría ni por un segundo si las tuviera conmigo. Pero lo cierto es que no las tenía ni podía ir a buscarlas, porque no quería que cierta especie alienígena supiera de la existencia de mis padres, o de su conexión conmigo, y pudiera utilizarlos contra mí.
Por el momento, no estaba segura de poder protegerme ni siquiera a mí misma, y no quería arriesgar la seguridad de mis padres por ir en busca de un maldito cepillo de pelo, o de mis pantuflas rosas. Creía poder aguantar unos días más hasta que supiera mejor a lo que me enfrentaba, y como derrotarlo…o al menos, eso me había estado diciendo todos los días.
- ¿Qué hora es? – preguntó Mint, con voz cansada.
Miré el reloj de mi muñeca.
- 6:30 – contesté.
- Bien, aún hay tiempo de dormir – masculló ella antes de estirarse y apagar la luz de la lámpara – hazme el favor de no seguir perturbando mis preciadas horas de sueño.
- Sí, sí, lo siento.
Me recosté de nuevo contra mi almohada y me quedé mirando la oscuridad, incitando a un nuevo sueño a que viniera y me llevara lejos. Mint a mi lado ya respiraba profundamente, dormida otra vez, pero por más que lo intenté, no conseguí seguir su ejemplo. Con solo pestañear, me volvía a encontrar atrapada dentro de esa pesadilla, a ver y sentir esa oscuridad cerrándose sobre mí e intentando ahogarme.
Dios, se había sentido todo tan…real.
Podía recordar a la perfección la asfixia, el sabor a tierra en la parte de atrás de mi garganta, la oscuridad cerniéndose poco a poco sobre mí hasta que no pude ver nada más, y la desesperación por mover mi inútil cuerpo de una trampa mortal. Lejos de haberse sentido como una película en la que yo simplemente era la espectadora, en este caso me había parecido estar viviendo la experiencia en carne propia. Casi como si yo misma hubiera pasado por algo así antes, como si fuera un recuerdo vívido que había dejado atrás sin darme cuenta.
Pero eso no tiene sentido, pensé, intentando sin éxito aclararme la cabeza.
Jamás me había encontrado en una situación similar en toda mi vida, porque de haberlo vivido en el pasado lo sabría, ¿no es verdad? De haber estado en algún sitio en tal estado de descomposición, lo recordaría, ¿no es cierto? Pero entonces, ¿cómo había logrado mi mente evocar tales sensaciones de terror tan reales sin yo misma haberlo vivido antes? ¿De dónde había sacado material para una pesadilla que me hiciera sentir de esa manera? ¿Por qué me enfrascaba en la idea de que había sido un recuerdo y no un mero sueño?
Para mi alivio, la pesadilla ya estaba comenzando a evaporarse, y con ella, todos los detalles sobre aquel lugar en específico, o sobre la situación por la que había pasado. Ya no estaba segura si había presenciado un día o una noche dentro de mi sueño, o de qué color había sido el suelo debajo de mí, o que tipo de sonido había causado tal destrucción. La información se estaba yendo de mi cabeza con impresionante rapidez, y siendo sincera así lo prefería, para volver a dormir tranquila, sin tantas preguntas en mi cabeza.
De la tierra hundiéndose bajo mis pies, sin embargo, no creía ser capaz de olvidármelo nunca.
Me levanté de un salto, porque necesitaba sentir la cálida alfombra bajo mis pies para saber que el suelo no se derrumbaría sorpresivamente debajo de mí. O mejor aún, las frías baldosas del baño.
Con cuidado de no despertar a Mint con el ruido de mis pisadas y de no golpear los dedos de mis pies contra ningún mueble, hice mi camino hasta el pequeño baño en el pasillo. Encendí la luz, y abrí la canilla del lavabo. Me lavé el rostro una y otra vez, consciente del sudor que se había acumulado en mi frente y en mi nuca. Cuando me sentí fresca de nuevo, subí la cabeza y me miré al espejo.
Estaba un poco pálida, y mis rizos rojos ligeramente húmedos por sudor, pero aparte de eso no había nada más en mi cuerpo que pudiera llamarme la atención. Nada como tierra húmeda o líquidos oscuros de dudosa procedencia.
Tonta, ¿y por qué pasaría eso?
Después de todo, solo había sido un mal sueño. Nada más.
Bostecé y me dije que tendría que continuar durmiendo porque tenía que ir a la escuela dentro de poco más de una hora, y de tarde tenía entrenamiento, por lo que sería un día bastante largo. Así que decidida a olvidarme por completo de la pesadilla y mis muy reales problemas, apagué la luz del baño y me dirigí al cuarto nuevamente. Me recosté sobre la cama y tapé mi cuerpo con la sábana a pesar del calor.
Dos minutos después volví a encender la lámpara.
- ¿Puedes decidirte de una vez? – la pregunta de Mint estaba cargada de frustración.
- Quiero desayunar, ¿qué tal tú?
Ella sacó la cabeza de debajo de la almohada y me miró como si le estuviera hablando sin sentido.
- Estos últimos días tuve que prácticamente tirarte fuera de la cama para levantarte, ¿y ahora me dices que quieres despertarte una hora y media antes de ir a la escuela para desayunar?
- Madrugar no viene mal – contesté con una sonrisa – más tiempo para desayunar.
Me puse de pie de un salto y salí de la habitación.
Mint probablemente sospechaba que algo me había molestado o perturbado lo suficiente como para no poder o querer volver a dormir, y sus ojos me incitaban a que se lo confesara. Normalmente, le hubiera contado sobre mi estúpida pesadilla, ella me habría dicho algún comentario muy poco reconfortante y nos habríamos olvidado del tema. Casi que podía ver la conversación desarrollándose completamente en mi cabeza, y sin embargo, no dije nada al respecto.
No estaba segura por qué, pero no quería contarle a Mint sobre mi pesadilla. De alguna forma parecía muy… personal, y sentía que ella no me entendería del todo, que no lo podría explicar de la misma manera en que yo lo había experimentado por mí misma. Por alguna razón, sentía que a ella no le correspondía saberlo, como un secreto que debía guardar.
Aún sumida en mis pensamientos, bajé las escaleras de la casa hasta llegar a la cocina y solo entonces, noté que Mint me había seguido.
- Hay masa para hacer panqueques – dijo ella, sentándose en la mesa del comedor cruzada de piernas como la señorita de clase alta que era – yo quiero dos.
Me apoyé con la cadera sobre la encimera y crucé los brazos sobre el pecho.
- ¿Esa es tu forma de pedirme que cocine para ti? – pregunté con una ceja arqueada - Porque no escuché un ''por favor'' en aquella frase.
- No es un pedido, es la recompensa que me merezco por haber cortado mis horas de sueño embellecedor. Y estoy siendo amable.
- Sí, derrochas dulzura – mascullé.
Me di la vuelta hacia la encimera y comencé a abrir estantes en busca de lo que necesitaba. Como siempre, en una casa tan grande como la de Mint, había demasiadas cosas que no estaba segura ni para que servían. Las ignoré mientras sacaba lo que necesitaba.
- También puedes hacerme un té – agregó ella.
- ¿Algo más, ama y señora del universo?
- No, con eso está bien.
Acto seguido, Mint se dispuso a leer una revista de modas que estaba sobre la mesa, mientras yo ponía a calentar agua para hacer su maldito té.
En un día normal, la habría mandado a volar por ser una vaga y darme órdenes estúpidas como si fuera su sirvienta, pero estaba lo suficientemente distraída como para no tener ganas de discutirle, así que me dediqué a cocinar e ignorar todo lo que no tuviera que ver con la masa de panqueques frente a mí.
- ¿Vas a verte con tu novio hoy? – preguntó Mint casualmente a mi espalda.
- Sí, probablemente por la noche.
Si es que no me quedo dormida, pensé mientras servía el agua ya caliente sobre una taza junto con una de las bolsas de té preferidas de Mint. Últimamente tenía tantas cosas que hacer durante el día, que llegaba la noche y estaba demasiado agotada como para siquiera parecer un ser útil y activamente sociable. Más bien, me asemejaba a un perro viejo cansado de la vida. Ya iban dos citas con Masaya en las que me terminaba quedando dormida en el sofá viendo una película nada más quince minutos empezada, y para cuando me despertaba, me encontraba tapada con una manta en el mismo sillón, pero esta vez sola.
Bueno, nunca dije que tenía buen material de novia, y ciertamente, el hecho de tener una amenaza sobre mi cabeza no mejoraba mucho las cosas, aunque ayudaba mucho que mi novio fuera tan increíblemente comprensivo. Jamás se había enojado conmigo por cancelar nuestras salidas, o por no estarle dando la atención que claramente debía darle a una pareja. Ya habíamos pasado por una situación similar en el pasado cuando recién me había convertido en Mew, y sabía que para él no debía ser nada agradable el tener que prácticamente compartirme con el resto del planeta.
Desafortunadamente, no había otra opción por el momento. La última vez, la pausa en mi vida había durado más de un año en el que me había dedicado a tiempo completo a ser superheroína, y por fortuna él se había mantenido fiel y a mi lado porque me amaba y confiaba en mí lo suficiente como para no dejar que mi trabajo se interpusiera entre los dos. Sabía que nuestra relación era lo suficientemente fuerte como para pasar por esto una segunda vez, de eso no había duda, solo esperaba que ahora la pausa fuera más corta.
En cuanto el desayuno estuvo listo (o al menos lo suficientemente comestible para mi estomago vacío) nos serví uno a cada una y me dirigí a la mesa. Tuve que hacer un segundo viaje para llevar la maldita taza de té de Mint hacia ella.
- Se te quemaron un poco, ¿no? – preguntó ella, al instante, mientras cortaba una esquina de su panqueque.
La miré sin decir nada y preferí comunicar mi frustración hacia su persona con una muy clara mirada. Lo entendió sin problemas.
- Bien, bien, lo siento – dijo ella, mientras se paraba e iba hacia la despensa y traía consigo azúcar para su té – agradezco tu precario intento de desayuno.
- ¿Precario? Que sepas que mis panqueques son excelentes.
Para demostrar mi punto, corté una esquina del mío y lo llevé a mi boca, haciendo una demostración de comerlo con gusto. Sin embargo, tuve que refrenar la mueca de disgusto ante el sabor a quemado que embargó mi lengua. Tan solo necesité darle vuelta sobre el plato para darme cuenta de que el lado inferior estaba bastante más que ''un poco quemado''.
- Bueno, generalmente los hago bien – rectifiqué, echando una buena cantidad de miel sobre mi comida, porque aún pensaba comérmela.
- Eso es porque últimamente estas distraída.
Me encogí de hombros, sin realmente responder a su comentario. Sabía a donde Mint quería llegar y debía decir que no era una conversación que estaba muy deseosa por tener. La había venido evitando toda la semana, y esperaba poder hacerlo un tiempillo más. Sin embargo, Mint no era el tipo de persona que se echaba para atrás.
- Sabes que en algún momento vas a tener que contárnoslo, ¿no es verdad? – soltó ella de repente.
- ¿Contar qué? – pregunté, haciéndome la tonta.
Mi mirada aún estaba concentrada en el plato frente a mí, pero pude sentir con bastante precisión los ojos azules de Mint sobre mi persona, mirándome con una mezcla de sarcasmo y frustración.
- Sabes lo qué.
Suspiré y dejé el panqueque por la mitad. Subí la cabeza hasta poder ver a Mint a la cara, pero algo en su expresión tan fija me intimidó un poco, como si me estuviera sacando respuestas a sus preguntas directamente por la gestualidad de mi rostro, y no me gustó sentirme tan transparente, u observada.
Me levanté casi de un salto y me dirigí a la pileta con los platos para ponerme a lavar todo.
- Ya sabes la historia, Mint – dije y aunque no estaba siendo del todo sincera, tampoco estaba mintiendo de forma descarada - se la he contado a todo el equipo varias veces, no sé que más estás esperando que te cuente...
- Oh, por favor, has estado actuando extraño desde que volviste de aquella isla, y no me vengas a decir que sé toda la historia porque claramente estás ocultando algo, Ichigo.
- No estoy ocultando nada…
- Entonces no te molestaría explicármelo una vez más, ¿no?
Ya frustrada por su inquisición, dejé los platos y me di la vuelta para enfrentar a mi compañera de equipo. Si Mint quería escuchar la historia de nuevo, se la contaría malditamente de nuevo:
- Como bien sabes...porque estuviste ahí para verlo... los alienígenas volvieron a aparecer en Tokyo hace una semana, y todas, yo incluida, pensábamos que estaban de vuelta para eliminar a la humanidad, o algo similar, ya sabes…como la última vez. ¡Pero todo lo contrario! parece que esta vez vinieron a advertirnos de una nueva alienigena (con el nombre Saya si no me equivoco) que se contenta con capturarme específicamente a mí para estudiar la deformidad de mi ADN, y vengarse porque su prometido psicópata tuvo sentimientos obsesivos por mí tres años atrás, lo cual no tiene ningún sentido... ¿recuerdas todo eso no?
Ella asintió, y yo seguí sin perder el tono mordaz en mi voz:
- Bien, lo siguiente que pasó fue que uno de esos alienígenas parte del séquito de Saya, atacó a Kish y causó que involuntariamente se teletransportara, y yo estaba lo suficientemente cerca de la pelea como terminar accidentalmente yendo a caballito a una isla desierta en el medio de la nada. Allí pasé tres días de incomodidad, dolor, fiebre e increíble furia hasta que por fin Kish estuvo lo suficientemente fuerte como para traernos de vuelta a la civilización. ¿Contenta?
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y elevó una ceja. Me miró con una pregunta muy clara, pero yo simplemente me dejé apoyar contra la encimera y también crucé mis brazos sobre el pecho, imitando su postura, e intentando no dejare amedrantar.
Nos quedamos en ese enfrentamiento de miradas por unos segundos, cada una esperando a que la otra se rindiera. Por lo general, a quien le sucedía eso era a mí, pero aquel día no estaba para dejarle ganar. Al final, Mint suspiró y bajó los brazos.
- Sé que eso no es toda la historia, Ichigo – me dijo, con voz suave, pero aún así decidida a saber.
Lancé los brazos al aire en señal de exasperación, y volví a darme vuelta hacia los platos.
- No sé qué más quieres que te diga, Mint.
Eso era una mentira.
Sabía lo que ella quería que le dijera, o al menos, sabía de qué laguna en mi historia estaba hablando. El problema es que yo no estaba dispuesta a admitirlo, no todavía al menos. No cuando aún no me había hecho la cabeza todavía al respecto. Me habría gustado que por una vez en su vida, Mint viera que yo no quería hablar del asunto o que bien no importaba lo suficiente como para tuviera que contárselo. No estaba segura si ella estaba desconfiando de mí, o si simplemente su curiosidad era demasiado grande, pero el hecho es que mi amiga parecía incapaz de dejar el tema a un lado.
Sin importar cuantas veces evadía su pregunta, ella seguía preguntando, y cada vez, sus avances se hacían más difíciles de hacerme la tonta al contestar.
Mint caminó hasta ponerse a mi lado y mirarme a la cara antes de preguntar muy directamente:
- ¿Sabes lo que quiero que me digas? Quiero que me digas que diablos pudo haber sucedido durante tres días sin posibilidad de comunicación o ayuda, entre tú y un alienígena que en el pasado estuvo visiblemente posesivo hacia ti. ¿Es nuestro aliado ahora? ¿Nuestro amigo? ¿Enemigo más que nunca? ¿Te hizo algo? ¿Cómo diablos entra él en la cuestión de un nuevo ataque a la humanidad? ¿Podemos malditamente confiar en él y su especie o no?
Diablos, Mint.
No quería responder a ninguna de esas preguntas, no quería ni siquiera escucharlas en voz alta, porque ya tenerlas en mi cabeza era bastante malo de por sí. Me apabullaban día y noche, y ni siquiera a mí misma podía ser capaz de darme una respuesta satisfactoria.
Lo cierto es que…no tenía ni idea quien era Kish.
Al menos, no la nueva versión de él.
Tres años atrás el alienígena de cabello verde se había aparecido en la tierra con la sola intención de apoderarse de nuestro planeta y eliminar a la humanidad, forzándonos a mí y a otras cuatro inocentes chicas de la escuela y preparatoria a pelear en una guerra aparentemente eterna contra su especie. En el medio de todo aquel lío, el muy infeliz había decidido que sería buena idea generar una insana obsesión por mí, que por poco me lleva a ser secuestrada más de una vez, para ser llevada a dios-sabe-donde a jugar a la casita.
En ese momento, y considerando su posesividad, habría podido responder perfectamente a las preguntas de Mint con un muy rotundo: '' ¡No! No es, ni será jamás nuestro aliado!'' porque él nunca me había dado ninguna oportunidad de pensar lo contrario. Demasiadas veces me había aterrorizado a mi tierna edad de 14 años, por poco arruinado por completo mi relación con Masaya, y casi asesinado, como para poder pensar en él como un posible aliado en algún futuro.
Claro, después de entregarle el Mew Aqua y volver a su planeta, me había dado la impresión de que Kish más o menos había hecho las paces con el hecho de que nunca estaríamos juntos, lo cual me había dejado bastante tranquila de ya no tener a un acosador detrás de mí. Pero aún así, jamás había creído que mi opinión sobre él podría cambiar.
¿Hoy en día, tres años más tarde? Ya no estaba tan segura.
El mismo alienígena parecía un ser completamente diferente: más crecido, más fuerte, aparentemente más maduro, y sin sentimientos de obsesión enfermiza por mí. Me había salvado la vida más de una vez en nuestra aventura en la isla, y había prometido que su vuelta en la Tierra era con el objetivo de advertirme del peligro inminente y poder así protegerme. ¿Cómo esa persona podía ser la misma que tres años atrás había intentado matarme más de una vez? ¿Podía alguien cambiar tan extremadamente de mentalidad en el curso de unos años? ¿Podía Kish ser algo más que un enemigo? No me sentía preparada para discutir sobre él con mis amigas cuando yo misma tenía tantas dudas que podían poner en peligro a todo el equipo si me equivocaba.
No estaba preparada para esa responsabilidad sobre mis hombros todavía.
- Todavía no sé como entra él en la cuestión, Mint – respondí, lo más sinceramente que lo había hecho en toda la semana.
- ¿Pero qué diablos significa eso? Si va a haber un nuevo enemigo atacando a la humanidad…
- No a la humanidad, solo a mí – le recordé, en un intento por desviar la conversación hacia otro tema.
- Lo que sea…tú eres parte de la humanidad así que es lo mismo a que si nos atacaran a cualquiera de nosotras. Tenemos que saber cómo prepararnos, como protegernos. Necesitamos saber si podemos confiar en los ciniclones, o si de lo contrario…
- No lo sé, Mint – la corté yo.
Ella hizo una pausa, y cuando volvió a hablar, fue de manera cortante:
- ¿Tres días dependiendo el uno del otro y no lo sabes?
No, la verdad es que no, y peor aún, no quería ponérmelo a analizar porque me terminaría confundiendo de nuevo, como me había pasado en esos tres malditos días. Había aterrizado en la isla con un sentimiento de odio tan grande hacia Kish, tan segura de que iba a partirle la cara en la primera oportunidad que se me diera...y de alguna forma había terminado unas meras 72 horas después confiando en él, abrazada a él...e incluso besándolo.
Un desliz, me dije rápidamente, intentando que mis pensamientos no se vieran reflejados en mi rostro esta vez, porque este era exactamente un detalle que no estaba para nada interesada que mi equipo supiera.
Aquel... beso no había sido más que un accidente, un error de cálculo, un momento de necesidad estúpida que se había terminado demasiado rápido como para que fuera algo verdaderamente importante como para preocuparme...pero aún así había ocurrido, yo había dejado que pasara y eso probaba que mi mente no estaba en el lugar correcto con respecto a él. Significaba que lo había dejado acercarse demasiado, que podía hacerme cambiar de opinión muy fácilmente y probablemente manipularme sin que yo me diera cuenta. Y no estaba segura de que él se mereciera mi confianza todavía.
Todo lo que sabía era que su presencia siempre había demostrado ser una espiral de descontrol sobre mi vida, lo estuviera él intentando o fuera meramente por accidente. Solo tenía que mirar la situación actual (la cual era cien por ciento su culpa) para darme cuenta. Una vez más, me encontraba a mí misma con el pendiente sobre mi cuello, y no como mera decoración, sino con la intención de ser utilizado llegado el caso de un ataque alienígena. El cual, últimamente parecía más y más probable considerando la llegada de su novia…o más bien, futura esposa, intentando matarme. Esta vez, la amenaza quizás no iba dirigida para toda la Tierra, pero tenía mi nombre escrito por todos lados, y requería que estuviera alerta todo el tiempo si no quería terminar asesinada por la furia de una mujer celosa.
Gracias de nuevo, Kish.
Uno pensaría que la probabilidad de un ataque alienígena sobre la Tierra sería llevada a cabo por los mismos seres que ya lo habían hecho en el pasado, y por alguna buena razón al menos, como el hecho de querer salvar a su propia especie de la extinción, o algo así.
Pero no. Ahora el objetivo de la nueva alienígena en la Tierra, Saya, era encontrarme a mí, específicamente a mí, Ichigo Mamomiya. Kish me había dicho que ella quería estudiar mi ADN, y probablemente torturarme en el proceso, pero por lo que había escuchado de la historia, me parecía claro que Saya buscaba descargar su furia en el hecho de no poder canalizar correctamente sus sentimientos de celos. Quizás ella pensara que Kish todavía tenía sentimientos por mí, o quizás supiera que ya no los tenía y simplemente le enfurecía el hecho de que en algún momento había sentido algo por alguien más aparte de ella. Fuera cual fuera la razón de su furia, yo era su punto de enfoque, y por ende la misión ''capturar a Ichigo'', debía tener su atractivo para ella.
Quizás él no había orquestado el ataque, pero indirectamente era su responsabilidad, y era suficiente para mí como para hacerme dudar hacia quien tenía lealtad: su novia, o la chica que lo rechazó años atrás. De alguna forma me parecía que estaba bastante claro hacia que lado se inclinaría la balanza.
- No puedo poner las manos en el fuego y asegurarte de que él es nuestro aliado, Mint.
- No te pido eso, pero ¿ni siquiera puedes darme tu opinión acerca de él ahora?
Es más difícil de lo que parece.
Mi opinión sobre Kish había escalado varias posiciones desde que lo había vuelto a ver, de eso, sin duda, pero ¿tres días en una isla a su lado podían eliminar un año entero de desconfianza y enemistad?
En el momento había parecido que sí, que una alianza podía ser no solo necesaria, sino que absolutamente posible. Pero ahora que había pasado una semana, y que había podido descansar y aclararme la cabeza, estaba comenzando a dudar de mi resolución. ¿Estaba él de mi lado al cien por ciento? ¿Qué pasaría en el caso de que fuera forzado a elegir un bando? Yo no podía competir contra la mujer con la que él planeaba casarse. Nunca querría competir tampoco, porque ser el foco de atención de Kish, siempre era algo peligroso. La experiencia dictaba que cuanto menos atención me diera, más segura estaría.
Pero entonces, ¿en dónde me dejaba eso? Recibir atención de Kish era una receta para el desastre, y sin embargo, ser ignorada por él, significaba que era más propenso a ponerse del lado de su novia y olvidar por qué tenía importancia alguna el ayudar a salvar mi vida. En cualquiera de los dos casos, parecía que yo salía perdiendo, y maldita sea, estarme cuidando las espaldas de él era exactamente lo que no necesitaba en este momento.
Esta última semana no había habido ataque alguno, ni una aparición suya, y suponía que Kish había estado igual o más ocupado que yo cuidando de sus heridas como para buscarme o siquiera explicarme su plan de acción (si es que tenía alguno). Sin embargo, no podía evitar que su silencio fuera una pregunta constante en mi cabeza. ¿No saber noticia de él significaba que la alianza que habíamos compartido sobre la isla ya no significaba nada? ¿Era más inteligente arriesgarme a confiar en él, o todo lo que dijera de ahora en más sería un truco en un plan complejo para complacer a su futura esposa?
¿Cómo podía explicar todo esto a Mint o al resto de las Mew?
La respuesta era simple: no podía. Me había manejado para explicar más o menos bien quien era Saya y que buscaba en la Tierra, pero de ahí a ponerme a defender o atacar a Kish, mi resolución se volvía dudosa. Él era demasiado volátil, demasiado espontaneo, demasiado…apasionado, y un mentiroso experto como para tomar su palabra como la pura verdad.
No había sido capaz de explicar a las Mew lo que había sucedido en la isla entre Kish y yo, el tipo de extraña relación que habíamos cultivado porque ni yo misma lo entendía. Francamente, hay días en que ni siquiera quería entenderlo.
- No, Mint, lo siento pero no sé que más decirte - dije con un suspiro, dando el tema por terminado.
Ella cerró los labios en una fina línea, claramente molesta de que no había sido capaz de sonsacarme la información que buscaba. Acto seguido, se dio la vuelta y sin decir nada se dirigió a su cuarto. Nuestro cuarto, en realidad, ya que lo estábamos compartiéndolo mientras la amenaza aún estaba pendiente sobre mi cabeza (y su cuarto de huespedes estaba siendo arreglado mientras sus padres seguían de viaje).
- Ya es tarde, tenemos que ir a la escuela – anunció ella sobre su hombro con indiferencia.
Yo suspiré, ya imaginándome como se desarrollaría el resto del día con Mint dedicándome sus famosas miradas de desdén cada vez que osara a preguntarle la más mínima cosa. Nada más acababa de levantarme y parecía que ya estaba tan cansada como para volverme a dormir. Tuve que refrenar el deseo de volverme a la cama.
Estaba a punto de seguir a Mint para ir a cambiarme a mi uniforme, cuando de repente tuve un sensación muy extraña, como de una corriente de aire en mi nuca, y los pelos de los brazos se me pararon de punta. Reconociendo mi instinto casi infalible por la presencia de peligro, supe que había algo a mi espalda, y no queriendo ser tomada por sorpresa tome mi pendiente en una mano fuertemente, lista para usarla. Me giré sobre el suelo, agachándome como un gato a punto de atacar, y abrí la boca para dejar salir las palabras que sacarían a la luz la versión más poderosa de mí.
Sin embargo, no logré decir nada. Una mano pálida me tapó la boca, y otra me sostuvo de la muñeca, deteniendo el ataque que había estado por lanzar. Tardé un par de segundos hasta notar las familiares orejas puntiagudas, el pelo verde y los ojos dorados. Cuando lo hice, cuando su nombre se registró en mi cerebro cansado, abrí los ojos como platos y quise preguntarle qué diablos hacía allí en la cocina de Mint.
Kish debió haber visto la pregunta en mis ojos, porque en un susurro respondió:
- No hay tiempo.
Y al final no pude preguntar nada porque su mano me sostuvo con fuerza de la muñeca, y antes de que pudiera siquiera pestañear nos habíamos teletransportado. Parecía que tener un día normal de secundaria estaba lejos de mis planes.
Primer capítulo de ''Sentimientos Encontrados''! Espero que les guste y les agradezco cualquier comentario :)