Tormenta 4

Ikhny Shy

La esperaba sentado en uno de los sillones de la sala de estar. Nervioso, movía sus rodillas de un lado a otro, mientras intentaba distraerse de la tensión observando por la ventana. La lluvia continuaba castigado el paisaje exterior y Héctor agradecía estar dentro de las paredes de aquel cálido hogar.

Imelda descendió por las escaleras y él prestó especial atención al libro que llevaba abrazado a su pecho. Era cuadrado, de tamaño considerable que parecía tener su tapa forrada en cuero.

-Un álbum… - Murmuró cuando ella llegó a la planta baja y pudo reconocer mejor el objeto.

-Me lo dejó Coco un Día de Muertos. - Le respondió ella con una sonrisa melancólica. -Fue una de las ofrendas más conmovedoras que recibí. -

Imelda se sentó junto a él en el sillón de doble cuerpo y le cedió el grueso álbum. Héctor lo tomó con cuidado, como si fuese un tesoro extraordinario. Lo apoyó sobre sus piernas y acarició la tapa de cuero que tenía grabada una palabra "Recuérdame" Su dedo huesudo delineó las letras que parecían estar escritas para él.

-Siempre me pregunté, si realmente lo dejó para mí. - Le dijo Imelda observando su dedo trazar el recorrido de las letras. -O si ella… esperaba que te lo mostrara a tí… - Héctor levantó la mirada, trató de descifrar la expresión en los ojos de quien fuera su esposa, pero no estaba seguro de lo que se reflejaba en ellos. -Ábrelo. -

Así lo hizo. Apartado la primera hoja de papel sedoso, encontró una fotografía de una niña, su Coco, sosteniendo en alto un zapato.

-Ese es el primer zapato que hice. - Le contó ella, con un tono algo nostálgico. -Lo hice para ella. - Héctor admiró el pequeño objeto que su hija mostraba a cámara con una sonrisa llena de orgullo.

Pasó a la siguiente fotografía. Coco ya era una niña más grande, con trenzas largas y llevaba en sus manos libros. Esbozaba una gran sonrisa a la cámara, en sus dientes se notaba que ya se le había caído una de las paletas superiores, dándole un aspecto aún más tierno. Héctor sonrió al verla, tan bella, tan feliz… tan lejana… Su rostro se ensombreció. Imelda pareció notarlo.

-Cuando comenzó a leer… luego no podía parar. Le encantaban las historias folclóricas. Al principio tenía que ayudarla, pero como no disponía de mucho tiempo, comenzó a leer ella sola. Se perdía en los libros por horas… -

-Su diente… - Comentó él, interesado también en la historia que podría haber detrás del faltante.

-Oh… Su primer diente… - Le dijo ella y observó la fotografía suspirando profundamente. -Lo tuvo flojo varios días, tenía que vigilar que no se lo estuviera tocando. Hasta que una tarde, tropezó en el patio y cayó al suelo. Le salía sangre de la boca y se había raspado el mentón, pero estaba mucho más entusiasmada por el diente. Casi tuve que perseguirla para curarle la herida. - Héctor rió, podía imaginar a su inquieta hija con el diente en la mano, corriendo alegremente.

Pasó otra hoja más, Coco ya no era una pequeña, se veía casi adolescente, aún conservaba sus bellas trenzas largas que caían sobre sus hombros. No estaba sola en la fotografía, se veía una habitación algo pequeña, con muchas herramientas. Mirando con atención, Héctor reconocía el cuero y los accesorios para zapatos en una mesa de trabajo detrás de la chica.

-Esos son los inicios de la tienda. - Le contó Imelda, su voz algo distante, perdida en la fotografía. -Cuando pude reunir dinero suficiente, amplié la casa haciendo ese taller. Antes de poder construir eso, trabajaba en la cocina de casa. A veces era difícil trabajar allí. - Él había levantado la mirada para observarla mientras ella le contaba aquello. Examinaba sus facciones, su expresión y encontraba allí a la mujer de la que se había enamorado perdidamente tantos años atrás. La noción de ese sentimiento trajo también un manto de tristeza que lo obligó a bajar la mirada y cambiar de página. De nada servían esas emociones, luego de todo lo sucedido entre ellos en las décadas que compartieron en la Tierra de los Muertos.

-Tengo mucho trabajo en la tienda. - Anunció ella mientras se levantaba de su lugar en el sillón. -Puedes seguir viéndolo, regrésamelo cuando hayas terminado. - Él asintió con la cabeza, sin dirigirle la mirada. -Luego te presentaré correctamente a la familia, así conoces los lazos que los unen a tí. -

-Gracias. - Le dijo sentidamente, pero sin mirarla. -Aprecio mucho esto, Imelda. -

-No es nada. -

Con eso, la matriarca abandonó la sala. Héctor dejó escapar un suspiro cuando los pasos de las botas de ella se dejaron de escuchar cerca. Se echó hacia atrás, apoyando su cráneo en el respando del sillón. Cerró los ojos y se obligó a pensar en algo más positivo. Pero el fantasma de la última discusión con Imelda vagaba en su mente impidiendo que pudiera disfrutar de ese espacio que ella le estaba brindando. No podía simplemente olvidar el dolor que le inflingió ese Día de Muertos, hace menos de una década atrás…

El Día de Muertos había llegado y Héctor no se sentía tan creativo como otros años. Los planes parecían acabarse y la desesperación empezaba a dominar sus viejos huesos. Deseaba tanto pasar ese maldito puente y visitar a su hija al menos un rato, unos minutos o segundos siquiera, lo que sea por tal de verla…

Esperanza… eso es todo lo que Héctor tenía esta vez. La fila delante de él era extensa y esperaba que el agotamiento en los empleados le sirviera a su favor para poder engañarlos. Todos los que eran escaneados por el sensor pasaban, veía las luces verdes prenderse delante de él, cada una dándole ánimos y confianza en su plan… iba a llegar… iba a pasar… podría verla… a ella… a Coco…

Cuando fue su turno, la alarma estridente y la enorme cruz roja sobre su cabeza volvieron a destrozar sus ilusiones.

-No, no puede ser! - Se quejó en un grito de desesperación.

-Lo siento, señor. - Le dijo el empleado con una mueca de lástima. -Su foto no está en ninguna ofrenda. -

No muy en el fondo, Héctor sabía que este año tampoco se habían tomado la molestia de poner su foto. Pero no se cansaba de intentarlo, esperaba que algún día Coco se atreviera a desafiar el mandato familiar y lo pusiera en la ofrenda. Después de todo, a pesar de los años transcurridos, era ella la que seguía manteniéndolo "con vida" a través de sus recuerdos.

-Oh, señora Rivera su foto está en la ofrenda de su familia. Que disfrute su visita! - Al escuchar el apellido, Héctor levantó la cabeza impulsivamente y reconoció al esqueleto femenino pasar el puesto de control. El prolijo peinado, el andar erguido y orgulloso, todo era reconocible en ella. Sin meditarlo demasiado corrió hacia el mostrador por donde había pasado, su cuerpo detenido por el molinete.

-Imelda! Imelda! Espera!... - La mujer volteó, sus ojos café observándolo con una mezcla de irritación y desagrado.

-Héctor… - Había tomado costumbre en decir su nombre de esa forma tan despectiva y desdeñosa.

-Imelda, por favor. Tienes que ayudarme. - Le dijo con desesperación. Ella se acercó a la barrera que los separaba, sus ojos intensificando su irritación.

-¿Tengo que ayudarte? - Le preguntó meneando sus caderas amenazadoramente mientras se acercaba. -Yo no tengo porqué ayudarte. Ni siquiera debería estar hablando contigo. -

-Por favor, tengo que verla… a Coco… por favor… déjame verla… -

-No tienes derecho a verla. La abandonaste, nos abandonaste! -

-No las abandoné! - Por millonésima vez tenía que repetírselo. El rencor en el interior de quien fuera su esposa era tan intenso que casi parecía palpable. Héctor se sentía más vulnerable que nunca, estaba dispuesto a rogar, suplicar si fuera necesario para poder pasar al menos una vez. -Yo quise volver, pero… -

-Pero moriste… ya me contaste esa historia, un centenar de veces. - Imelda se cruzó de brazos y se giró sobre sus talones para continuar su camino hacia el puente. -No importa lo que te haya pasado. Si no te hubieras ido… si no nos hubieras dejado…. Habrías vivido más… y hubieras podido permanecer en esta familia - Sus palabras parecían desvanecerse mientras ella avanzaba, dejándolo atrás con los deseos de poder seguirlos.

-Al menos una vez…. Ayúdame a pasar, al menos por una vez… por favor, Imelda. Te lo suplico. Quiero verla. - Imelda volteó, sus ojos inyectados de furia se fijaron de él. Dando grandes zancadas se acercó a donde estaba y en un susurro cargado de odio le dijo.

-Haría todo lo posible, todo lo que tengo a mi alcance para que no te acerques nunca a Coco. No dejaré que dañes más a mi niña, más de lo que la heriste tantas décadas atrás. -

-No… no puedes decrime eso… soy su papá… yo… -

-Nunca te perdonaré las lágrimas que Coco derramó por tí. Nunca te perdonaré la espera incansable de mi hija… -

No era la primera vez que ella le hablaba desde el odio, ni tampoco era la primera vez que lo trataba con desdén. Tal vez la acumulación de sentirse despreciado, o quizás sea el impacto de las palabras, lo que haya sido, terminó por romper en Héctor la entereza que tenía hasta ese momento, sintiéndose abatido se dejó caer al suelo de rodillas y la observó con lágrimas en los ojos, su mirada suplicante por esa oportunidad…

-Si piensas recurrir a la lástima, te advierto que no va a funcionar conmigo. Mi desición está tomada, desde hace décadas. -

-Nunca creí que fueras tan cruel. - Le dijo finalmente, apretando los puños contra el suelo. -Entiendo tu odio, entiendo tu furia… ¿Pero crueldad? - Levantó la mirada, Imelda lo observaba con una mezcla de emociones. -Sabes que estoy destruído, me conoces, puedes verlo… pero estás tan enojada, el odio te consume… y me castigas de la peor manera. ¿Te agrada verme así, verdad? - Su amargura también brotó en forma de ira, nunca se había sentido tan enojado, tan lastimado. Se levantó del suelo trabajosamente, su pierna debilitada por la fragilidad de los recuerdos, doliéndole punzantemente -Ve y disfruta el Día de Muertos, sigue quitándome el derecho de ver a Coco… pero ¿Sabes? - La miró fijamente, con una sonrisa retorcida en su rostro, todavía sintiendo la furia recorrer sus huesos. -Si hay algo que no me vas a quitar nunca es el recuerdo que ella lleva de mí. Ahí, no puedes mandar. -

Después de ese encuentro no se habían vuelto a ver. Él seguía intentando pasar el puente a toda costa, pero ya no se molestaba en fijarse si podía robar una mirada de ella entre el mar de esqueletos que se amontonaban para visitar a sus familiares en el Mundo de los Vivos.

Agradecía la calidez del hogar, el integrarlo a la familia, las anécdotas y el desayuno especial, pero no sería fácil olvidar que fue ella quien provocó su exclusión en la familia Rivera, fue ella quien prohibió que lo recordaran y quien se encargó tan meticulosamente que nunca pudiera volver a ver a Coco…

CONTINUARÁ…

AN: Bueno… admito que me está costando escribir… soy una persona que se obsesiona con facilidad y cuando sucede… básicamente es como si no pudiera pensar en otra cosa. Eso me sucedió en su momento con Coco y ahora con BNHA. Pero quiero ser responsable, quiero terminar lo que inicié y me lo tomo muy en serio. Espero que no se traslade a mi redacción, sería muy doloroso que tanto esfuerzo que hice al comienzo se arruine solo por que me interesa otro fandom.

Así que agradezco enormemente a quienes siguen esperando mis historias, las leen y las comentan! Es muy importante para mí saber que, además de cumplir con mi objetivo de NO abandonar las historias, también estoy manteniendo en buen nivel la redacción y la historia en general.

Así que gracias a quienes me siguen! Será hasta otro capítulo de esta historia!

(No quedan muchos…. Si estos dos esqueletos tercos se sientan a hablar sus diferencias estaría resuelto… el tema es… que lo hagan)