Bueno... Idea random que surge del topic "¿Cómo ha llegado ahí?" del foro Alas Negras, Palabras Negras. Los personajes mencionados no me pertenecen; todos son de George R R Martin.


Arianne está cansada de que su padre no la tome en cuenta para nada. Para todo escucha a Quentyn, y de vez en cuando Trystane es llamado para escuchar su punto de vista. Nunca le llama a ella para asuntos de Dorne y Arianne se siente herida.

No hay nada peor que sentirse herida.

Le da vueltas en su cabeza a Sarella y a su falsa identidad en la Ciudadela. Se pregunta si ella podría hacer lo mismo. El espejo le responde que no; ella tiene curvas de mujer mientras que Sarella bien podría ser un escudero de once años.

Arianne se mira de frente, de perfil y de espaldas. Hay pechos, un vientre plano y un trasero por el que caballeros pelearían, pero con la ropa adecuada... ¡Sí! Tal vez no funcione ir a la Ciudadela, pero en el Norte, donde se tienen que usar capas de pieles para mantenerse caliente... Sí. Arianne decide que tal vez sea hora de que otra Danny Flint aparezca.

Aún así le ruega a los Siete que le den un mejor destino que el que le dieron a Danny Flint.


No le dice nada a Tyene.

Siempre ha sido su confidente, su mejor amiga. En ocasiones amante, en ocasiones hermana. Siempre Tyene. Hoy no. Arianne ha preparado personalmente dos caballos y carga con ella una bolsa repleta de monedas de plata y oro. Se pone la ropa de Quentyn y sólo le queda un poco apretada del pecho. Se pone un jubón que le queda grande, y espera bajo el cielo negro y sin estrellas.

Daemon llega pronto y Arianne no necesita decirle mentiras.

— Vestiré el negro —le dice ella, sonando burlona y decidida.

Daemon resopla y se carcajea, y a pesar de que alguien los podría escuchar, a Arianne le gusta el sonido.

— El celibato no es lo tuyo —le dice y la besa, tomandola del cuello y abrazandola por la cintura. Arianne siente el cuerpo de Daemon contra el suyo y piensa en lo que perderá. No es nada comparado con perder su dignidad cada vez que su padre la pasa por alto.

Él va con ella todo el camino a lo largo de Poniente. Arianne jamás salió de Dorne antes, pero cruza valientemente las Marcas de Dorne y conoce Refugionegro, Refugio Estival y Valdehierba. Recorre el camino de las Rosas y entre a Desembarco del Rey.

La ciudad entera apesta y la pobreza que no ha azotado Dorne es visible en todo momento. Arianne se resguarda junto a Daemon y escucha lo que otros dicen.

— Los Lannister nos mandaron a la mierda...

— No tengo ni un cobre para dar de comer a mis hijos...

— ¿Escuchaste? La princesa de Dorne está perdida...

Se altera y le echa una mirada a Daemon. Es peligroso estar ahí y se apresuran a salir de Desembarco por el Camino Real. Los guardias dorados los miran con repugnancia y Arianne está segura de que no es porque llevan semanas sin bañarse.

Tardan cinco semanas en llegar a Harrenhall. El castillo es lo que todas las historias cuentan, pero por más que lo intente no puede visualizar la alegría de un suceso como el Torneo en que su tía fue deshonrada. Por todos lados hay hombres mancos o cojos, mujeres con las ropas rotas y con pechos caídos, niños sucios de apariencia famélica. Arianne quisiera ayudarlos, y a momentos le reconoce a su padre que mantener a Dorne fuera de las guerras fue la mejor idea.

Luego piensa en que si hubiesen marchado junto a alguno de los Cinco Reyes que no fuera Joffrey, tal vez la culminación de la guerra estaría más cerca que la ruina de Poniente.


Pasan de largo hasta cruzar el Tridente y Arianne se siente niña al bañarse en el río cuyas aguas corren frescas cuando el sol está en lo alto y heladas cuando cae la noche.

Daemon encuentra armadura que aún sirve, espadas y arcos, y una que otra estrella de la mañana. Las evalua todas, pasandolas de mano en mano y girándolas diestramente. Arianne le observa y piensa cuán afortunada es de tenerlo, porque no cualquier hombre hubiese seguido a una princesa huyendo de su reino, su oro.

Al final, Daemon le pasa una espada que es poco más larga que las piernas de Arianne, pero ligera y brillante. Es muy diferente de los pedazos de acero oxidado que hay por todos lados.

— Una espada bastarda —ella reconoce y Daemon le dice que probablemente era de algún Lord de las Tierras de los Ríos porque no está adornada con joyas como en el Oeste.

— Puede ser de un lord del Norte —Arianne dice y sus ojos brillan—. ¡Mira! Tiene algo que parece un sol... ¿Podríá ser de un Karstark?

— Pues es apropiado.

Lo es y ella toma la espada como suya. A partir de entonces, Daemon comienza a enseñarle a usarla. Le cansa los brazos como nada en el mundo, pero para cuando llegan al Cuello del Norte, Arianne se siente cómoda con la espada en su cinturón.

Es ahí, al dormir en un pequeño hostal cerca de Foso Cailin, Arianne se corta el cabello al raz.

Daemon sale y en un mercadillo insulso compra pantalones, camisas y jubones para ambos. Compra dos capas gruesas de piel de zorro, botas de piel de foca y gruesas calcetas de lana. La ropa que habían traído no era ya suficiente, y por largas semanas pasaron fríos durante la noche y a lo largo de la tarde.

— No cabe duda que el invierno se acerca —Daemon dice al día siguiente cuando parten hacia más al Norte.

— Te equivocas. El invierno ya ha llegado.

No sabe lo cierto que es hasta que cruza Invernalia.


Desde niña ha escuchado historias de los Primeros Hombres y como erigieron Invernalia en un lugar inhóspito. Siempre ha creído que Invernalia y Lanza de Sol son semejantes en eso, pero Invernalia es inmenso en una manera que Lanza de Sol jamás podrá ser.

No entran porque los ojos oscuros de los guardias lucen enloquecidos y sedientos de emoción, algo peligroso normalmente y mortal en estos tiempos.

Pero de todas formas pasan la noche en Pueblo del Invierno y escuchan rumores de lo que pasa dentro, de cómo el castillo se prepara para la boda de Arya Stark con el nuevo Señor de Invernalia y Fuerte Terror, y Guardián del Norte, Ramsay Bolton.

«Arya Stark debe estar muerta. No creo que sea la chica correcta.»

Alguna vez pensó en profanar el Norte en venganza de su tía Elia. Quiere sentir odio hacia este lugar que engendra a la mujer que le robaría a su tía la corona, la felicidad y la vida. No puede porque Invernalia parece triste y débil, como si la fuerza que alguna vez tuvo no estuviera ya en ella.

— Dicen que si no hay un Stark en Invernalia, el Norte sufre —Daemon le hace saber y Arianne se pregunta cómo sabe él eso, pero ninguno dice nada, sintiendo peligro durante toda la noche.

Se acurrucan frente al fuego que hace poco por calmar el frío que no se va de sus huesos, se bañan con agua casi hirviendo y poco sirve para recobrar fuerzas. Arianne se siente débil y recuerda la mirada decepcionada de su padre.

Durante todo el viaje no ha pensado mucho en él. Hay tanto que ver en Poniente, tantos lugares y tantas personas, que le es difícil concentrarse en una sola, incluso si es una persona que tanto daño le ha hecho. Ahora, a pocas semanas de llegar a su destino y comenzar con un plan en extremo loco, Doran Martell no deja su mente.

Recuerda que en Desembarco se decía que la Princesa había desaparecido, y se pregunta si aún la buscan, si tienen idea de dónde está y a dónde va.

Nadie los ha seguido y eso es seguro. No sabe si eso la hace sentir mejor o no.


Cuando Arianne ve el Muro a lo lejos, piensa que están por llegar. Su sorpresa es grande cuando nota que la noche cae, y no llegan. Otro día pasa, y no llegan. Es entonces que su caballo muere.

La bestia era joven, pero un corcel de arena no dura mucho entre la nieve. El caballo de Daemon es suficientemente fuerte para cargar a los dos y ella lo menciona.

Daemon la mira y a Arianne le parece que no sabe si debe o no decir lo que tiene en mente. Al final, lo hace.

— Estás muy delgada, Arianne.

Mira hacia abajo y no ve más que pieles, pero bajo de ellas se siente un cuerpo muy distinto al que deja Lanza de Sol. Sus pechos y caderas se han encogido, sus piernas se han hecho más gruesas. Sus brazos se sienten más fuertes.

Le aterra pensar que si se mira en un espejo, no se reconocerá, pero se encoje de hombros y le da una sonrisa a Daemon.

— Mejor para mi. Ya no parezco tan mujer.

Él asiente y la atrae hacia sí. Se abrazan por mucho tiempo.

Esa noche, cenan carne de caballo. Es dura, pero algo bienvenido después de comer sólo liebres y aves salvajes.

Días después, tras recortar de nuevo el cabello de Arianne, llegan al Muro.


Llegan al Muro horas después de la última votación para elegir un nuevo Lord Comandante.

Arianne se presenta como Mors, un hombre que ha sido pasado por alto en la sucesión de sus tierras y busca recuperar dignidad.

— Encontrarás cosas que no quieres, ¿pero dignidad? ¡Ha!

El hombre le parece extraño pero aún así agradable. A Arianne le gusta cómo le hablan todos, sin miramientos por su rango, sin notar su género en absoluto. Sólo alguno se burla de su estatura y Daemon es pronto en callarlos.

— ¡Oye, Seda! Aquí hay otros dos de los tuyos.

El hombre al que llaman Seda es unos seis años menor que Arianne, pero casi tan alto como Daemon. Puede ver que entre ellos hay interés más allá de ver en qué pueden servir mejor Mors y Daemon, pero Arianne no lo menciona. Quizá ella también sea partícipe del desenlace de esas miradas.

Seda les da un rápido recorrido por el Muro.

— Alguien más es quien presenta todo, normalmente, pero hoy se eligió un nuevo Lord Comandante y los ánimos están... conflictuados.

A Arianne le intriga lo que ocurre, pero Mors casi no habla. Entre menos llame la atención hacia su voz, mejor. Daemon hace preguntas sobre el lugar y ambos aprenden sobre los constructores, los mayordomos, y los ahora escasos exploradores.

Al final, Seda los lleva a una sola habitación. Es más pequeña y helada de lo que Arianne espera.

— No hay muchas habitaciones disponibles. Los hombres del Rey Stannis usan el Castillo Negro como posada.

Es dicho con más resentimiento del que Seda parecía capaz de poseer, y Arianne supone que en el pasado del muchacho algo debió suceder para hacer que Stannis le disguste.

Cuando se va, Daemon y ella sólo duermen. Arianne no puede creer que esté en el Muro. Que sea libre de cadenas de oro para atarse con hierro y hielo. Se siente bien.