3. Refuerzo

Para Arya,
en silencio, otro regalo
que espero disfrutes.

No pasó mucho tiempo, antes que Cheren finalmente tomara valor para encarar a Bianca nuevamente. Después de todo, aquel vergonzoso y casi cómico suceso había sido meramente un accidente y seguramente ella lo entendería, o eso le habían dicho Juniper y Lenora para luego proceder a ayudar a fortalecer la autoestima del chico de maneras sumamente… corporales.

Y positivo o no, tales encuentros habían tenido un efecto en la mente del chico. Ahora, ya no solamente saltaban a su mente las imágenes de los senos de la sonrojada Bianca escondidos tras un sencillo sostén blanco, sino que el recuerdo del aroma de la piel morena de los pechos de Lenora, con sus pezones amplios y oscuros, así como del movimiento lascivo e hipnotizaste de los de Juniper al momento de saltar y sacudirse enloquecidamente sobre él, acudían a su rescate cada vez, desviando su atención y en cierta forma motivándolo y fortaleciéndolo.

De manera que dos días después de su encuentro con la Profesora en el laboratorio de Nuvema, Cheren se encontraba nuevamente abriendo con cuidado la puerta de la casa de su amiga. Precavido, silencioso como siempre, aun cuando el viaje de una semana de los padres de Bianca aún no terminaba, sentía que el corazón le daría un vuelco su algo volvía salir mal, si volvía a aparecer en una escena inapropiada con resultados indeseables.

Aunque los resultados de la última de aquellas escenas donde se apareció, no habían estado nada mal, tuvo que admitir.

Subió las escaleras, apenas rozando el pasamanos nuevamente y encontró la puerta de la habitación de Bianca entreabierta otra vez. Se detuvo un segundo y aguzó el oído. No había sonido de pasos, o de tela deslizándose, como sería de esperarse si ella estuviera cambiándose, como la última vez. En su lugar un sonido mojado y sorbido, como de alguien que saborea un plato de tallarines llegó a sus oídos del otro lado de la puerta.

Entonces era seguro abrirla, pesó Cheren, después de todo. Nadie come desnudo, ¿verdad?

El chico empujó la puerta de madera, tratando de aclararse la garganta como para anunciar su presencia, al momento que la luz del día que se colaba por la ventana al otro extremo de la habitación llegó hasta su cara filtrándose por sobre la silueta de alguien sentado en una silla.

En algo estaba en lo cierto. No había nadie desnudo en aquella habitación, o por lo menos no totalmente. En cambio, no era la silueta de Bianca la que vio, sino la de un chico, a quien Cheren reconoció de inmediato por el cabello castaño y rebelde y la gorra roja cubriéndole la cabeza. No podía ser otro que su buen amigo Hilbert, el único entrenador pokémon a quien Cheren, a pesar de su excelente conocimiento de la ciencia del combate y la estrategia, jamás había logrado derrotar en una batalla. Sentado de espaldas a él sobre la silla, Hilbert pareció dar un respingo, como de sorpresa, como de miedo, como de premura al escuchar a su amigo en la puerta, pero en ningún momento se atrevió a darse la vuelta para encararlo.

Cheren, se dispuso a entrar en la habitación, naturalmente. Pensaba dar un par de pasos, y saludar cordialmente a su amigo y hacerle una pregunta "¿Cómo has estado, Hilbert?" parecía la más adecuada, acompañada de "Que agradable sorpresa encontrarte aquí" aunque "¿Has visto a Bianca?" tenía mucha mayor importancia y premura en su mente, pero soltarla sólo así sin saludar parecía maleducado.

Lamentablemente, no pudo decir ninguna. No tuvo tiempo, pues, aún más desafortunadamente, todas ellas encontraron respuesta justo en ese instante cuando, alertada por su presencia, la cabeza rubia, pálida y bella de Bianca asomó tras la silueta de Hilbert. Por la expresión de sus ojos, parecía estar sorprendida y aterrada, pero por la altura a la que se asomó, debía encontrarse de rodillas, muy cerca y de frente al chico de la gorra.

Los engranajes en la mente de Cheren se mantuvieron como atascados un segundo. Un largo segundo donde, aunque inusual, esa escena no tenía por qué presentarle nada malo. Pero un extraño y punzante pensamiento comenzó a tomar forma en la parte trasera de su mente y se manifestó claro como el día al mismo tiempo que, delante de sus ojos la verdad se volvía evidente de manera repentina.

Un chorro de un líquido blanco y espeso brotó de pronto de entre las piernas de Hilbert, ensuciando el rostro sonrojado y sorprendido de Bianca, impidiéndole decir palabra alguna y haciéndola arrugar la nariz, cerrar los ojos y soltar un quedo aunque agudo chillido.

Los pasos apresurados de Cheren volvieron a resonar por la casa, a toda velocidad para salir por la puerta, sin mediar palabra, sin esperar explicaciones.

Levantó el vuelo, y en las alas de Unfezant voló lejos y muy al norte hasta Lacunosa, aquel pueblo cerca de la abertura del Cráter Gigante, donde hace frio. ¿Porque ahí? Porque acorralado por la confusión y lleno de sentimientos que apenas si podía intentar describir o nombrar durante los minutos del ágil vuelo de su compañero pokémon, recibió una llamada de una amiga.

Hilda, la otra niña que había salido de Nuvema para convertirse en entrenadora pokémon le dijo por el dispositivo móvil que había concluido su entrenamiento y esperaba poder probar su nueva fuerza contra alguien tan capaz y competente como Cheren. El chico, aun consternado por lo que acababa de vivir, no tuvo el valor ni de rechazar la invitación ni de responder nada que tuviera más de una silaba.

Durante el resto del viaje hasta donde ella lo citó, la mente del joven trató de mantenerse en blanco, de no pensar en nada realmente pues sabía que, sin importar en que pensara, su tren de pensamiento terminaría irremediablemente llevándolo de vuelta a la habitación, donde estaban Bianca y Hilbert, y le haría recordar lo que él sabía que estaban haciendo antes de que él entrara a interrumpirlos.

El aire estaba frio y el viento silbaba a media tarde cuando, al descender sobre el techo de la posada del pueblo para encontrarse con Hilda, el semblante ausente y perdido del chico alertó a la entrenadora que algo no marchaba bien. A ella en cambio, se le veía como siempre: jovial, de ojos vivaces y expresión llena de determinación, siempre había sido diametralmente opuesta a su buena amiga Bianca. Mientras que la rubia era tímida y recatada, Hilda era decidida y entusiasta, mientras que Bianca solía usar ropa femenina y casi formal, la entrenadora de desgreñado pelo castaño usaba un look mucho más deportivo y casual, al grado que, incluso en aquellas latitudes prefería utilizar un grueso abrigo de cuello afelpado, pero sin dejar de exhibir sus jóvenes y atléticas piernas usando un pequeño y ajustado par de pantalones extra cortos.

Y aun en eso, mientras que el cuerpo de Bianca era curvilíneo y deseable, bastante desarrollado para su edad, Hilda era delgada y más espigada, de rostro bonito y piernas largas, pero sus pechos parecían no tener prisa alguna por crecer todavía.

El saludo entre los dos chicos fue seco y distante, casi inexistente. Esto no era demasiado raro en Cheren, pero si su vieja amiga sabía algo de él, era que las batallas pokémon lograban siempre despertar una suerte de interés científico y devoto, casi apasionado en él.

―¿Qué es lo que pasa hoy contigo? ―preguntó la chica mirándolo atentamente, acomodándose la gorra sobre el cabello castaño y muy largo, como para observarlo mejor.

―No es nada.

Y sucedió. Hilda frunció el ceño y cruzo los brazos insatisfecha. Al mentirle tan descaradamente, el chico la había provocado y ahora no se detendría hasta conocer la verdad. Ella lo había tomado como un reto personal.

Y aunque, como era su costumbre, Cheren estaba decidido a evadir el tema y hablarlo lo menos posible, sabía que de poco serviría tratar de desestimarlo, cambiar el tema o siquiera distraerla con aquella batalla pokémon prometida. Cuando algo se metía en esa cabeza de abundante cabellera castaña, apenas contenida por una gorra blanca, nada podía sacarlo.

Después de todo, parecía que toda la asertividad que le tocaba a la generación de Cheren, nacida en Pueblo Nuvema se hubiera congregado exclusivamente en Hilda y ella no aceptaría un no por respuesta.

De manera que, sabiendo que no se la quitaría de encima jamás si se negaba y que había caminado (o más bien, volado) dentro de un callejón sin salida, a regañadientes el chico le relató lo que acababa de sucederle en casa de Bianca. Trató de hacerlo con tacto, no dando demasiados detalles y diciendo las cosas de la manera más directa y escueta, ya que sabía que describir detalles y dar rodeos solo empeoraría la situación, esperaba una reacción en su amiga que fuera por lo menos explosiva.

Para nadie, ni siquiera para el despistado, distraído y ensimismado Cheren, pasaba por alto que su amiga Hilda sentía algo por Hilbert, y cuando las palabras, "sexo oral" salieron de sus labios, deseó tener a la mano un refugio antibombas donde resguardarse.

Para su sorpresa, no fue ni siquiera necesario, sino que con los ojos quietos y el rostro inexpresivo, ella recibió las noticias para luego desviar el rostro hacia el horizonte que se abría ante los dos chicos, sentados tranquilamente al borde del techo de la posada en Lacunosa.

―Vaya… así que ese desgraciado de Hilbert finalmente hizo su movimiento con Bianca ―una sonrisa leve atravesó el rostro normalmente rebosante de alegría de Hilda, pero sus ojos eran distantes y parecían no enfocarse en nada. ―Honestamente, creo que todos sabíamos que sucedería tarde o temprano, a menos que tú te le adelantaras.

―¿Yo? No sé de qué estás hablando ―refunfuñó él a manera de respuesta, recurriendo nuevamente a negarlo aun cuando esa estrategia había probado no dar resultado alguno. Jamás.

―Pues creo que en mi mente siempre fue así, ¿sabes? ―respondió ella, sin deseo alguno de contradecirlo, cosa que era extraña en ella. ―Pensé que tú serías de Bianca y Hilbert…

Aquellas últimas palabras quedaron suspendidas en el viento y desaparecieron, congeladas, sin poder formar parte de un enunciado completo. Fue hasta entonces que a Cheren le pasó por la mente la idea de que si bien el relatarle a su amiga lo sucedido no había tenido el resultado que él esperaba, definitivamente tuvo un resultado. Uno devastador y terrible, pero distinto al que él pudo prever.

Decidido a no agrandar aún más el problema, el chico replegó las rodillas discretamente, y se preparó para ponerse de pie y salir a toda velocidad a la menor oportunidad. Pero ya fuera que no se diera cuenta de sus intenciones de escape, o por el contrario, que las adivinaría de inmediato, Hilda extendió el brazo y colocando su mano sobre la de él, lo miró a los ojos, donde él pudo ver que brillaba quedamente ese fuego apasionado tan característico en ella.

―Pues que se diviertan, ¿no crees? Nosotros podemos divertirnos también…

Y aferrándolo de pronto por la muñeca, se acercó a él casi abalanzándosele encima y tirando de su brazo hacia ella para poder imprimirle repentinamente un beso seco directamente en los labios.

Cheren no se movió, no respingó ni hizo esfuerzo por resistirse, aunque el cambio repentino de actitud de su amiga lo tomó por sorpresa, comenzaba ya a entender cuál pudiera ser su motivación.

Luego del beso, ella se apartó con los ojos radiantes y con una sonrisa pícara le preguntó, al notar que el frio había hecho las mejillas del chico se sonrosaran.

―¿Qué sucede? ¿No me digas te robé tu primer beso? ―ella se encontraba triunfantemente inclinada, casi recostada sobre él y lo miraba llena de arrogancia.

―N-no, no es eso. No te preocupes.

―¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso habías besado a otra chica antes? ―la sorpresa quedo patente en el rostro de Hilda quien no se esperaba esa respuesta en él.

Cheren sólo asintió. Sentía que había soltado ya la lengua lo suficiente por un día y aunque tuvieran al rededor el doble de la edad de él, en su mente, Juniper y Lenora, aun contaban como chicas.

―¡Vamos! Dime quien fue ―demandó saber la entrenadora castaña, sujetándolo del cuello de la chamarra ―¿La conozco? Sé que no fue Bianca. Ella me lo habría dicho…

Y entonces lo soltó, cuando ese doloroso pensamiento volvió a atravesarle la cabeza. No, talvez, ella no se lo hubiera dicho, dado que su amiga no pensó en decirle que le chuparía el miembro al chico que a ella le gustaba.

―No importa ―Hilda volvió a forzar una sonrisa coqueta ―apuesto a que nadie te había tocado antes acá…

La mano veloz y ágil de la chica, desabrochó el pantalón de Cheren e introduciéndose en su ropa interior, comenzó a acariciarle el pene, que comenzó a ponerse duro casi al instante de sentir el contacto.

Sin poder evitar excitarse, él ignoró el comentario, esperando que ella no presionara ni quisiera indagar más al respecto. Extrañamente, la chica no lo hizo, ni puso atención en que su aseveración no recibió respuesta, parecía concentrada en el miembro de Cheren que crecía en su mano poniéndose cada vez más rígido.

No necesariamente parecía excitada, más bien pensativa.

―Te dolió, ¿no es así? ―preguntó ella de pronto, poniéndose muy seria.

El chico estaba por responder que no, que para nada, que se despreocupará ya que su miembro había recibido trato mucho más rudo en el pasado, para luego taparse la boca con violencia por haber hablado de más, pero Hilda lo interrumpió antes de permitirle siquiera decir una palabra:

―Cuando los viste juntos. Te dolió que Bianca estuviera así con él y no contigo.

Ambos entrenadores intercambiaron miradas. No había necesidad de decir nada más la respuesta era obvia.

―¡Que se vayan los dos al diablo! ―declaró Hilda después levantando la voz ―Hagamos esto. Por hoy puedes cogerme todo lo que quieras, yo seré Bianca para ti y tu serás para mi Hilbert.

Estaba sonriendo, pero Cheren entendía que esa era la mueca que ella usaba para esconder todas sus emociones. Pero no la contradijo, ni ella le dio oportunidad, sino que de inmediato, se tomó un minuto de descanso de acariciarle el pene sólo para quitarse el abrigo y despojarse luego de la sencilla blusa blanca que llevaba debajo.

Muy sonriente y engreída, junto las manos y estiró los brazos de manera que sus antebrazos forzaran a sus pechos a apretarse uno contra el otro y que así se vieran más grandes.

―Adelante, puedes mirarlos todo lo que deseas, y tocarlos también. Se lo mucho que deben de gustarte. No paras de mirar los de Bianca aun cuando ella usa esas blusas tan gruesas.

Y era cierto, Cheren había deseado los senos pálidos y redondos de Bianca mucho antes siquiera de haberla visto en ropa interior, que fue lo más que el chico pudo alguna vez visualizar de ellos pues la chica rubia era recatada en extremo y no solía mostrar casi nada de su piel en público. Pero algo que también era cierto, pero que él se guardó en ese momento, es que los de Hilda, insipientes y juveniles, con sus pezones pequeños y areolas diminutas, no eran los primeros pechos que contemplaba desnudos frente a su cara, muy cerca de ella o incluso, embarrándose contra su piel.

Los senos descomunales y muy morenos de Lenora aparecieron en su mente y su cuerpo reaccionó de inmediato.

―Vaya, en verdad te estoy volviendo loco ¿no? ―las mejillas de Hilda se sonrosaron mucho y sus ojos se abrieron sorprendidos ―Se ha puesto muy grande y duro. Apuesto a que partirías por la mitad a la pobrecita de Bianca si quisieras penetrarla con esto.

Y sin poder contenerse más, sin soltarle el miembro siquiera, Hilda se inclinó sobre él y se lo metió en la boca, chupándolo inexperta pero apasionadamente.

El chico sintió la humedad de la saliva de su amiga cubriéndole la piel del pene así como las caricias de su lengua alrededor de la punta y su respiración se agitó y su ritmó cardiaco se aceleró de pronto. Se incorporó un poco, sólo para poder mirar a Hilda de frente y ver como cerraba los ojos y hacía― gestos, arrugando el rostro y cerrando los ojos, en parte de placer, en parte porque talvez su miembro llegaba demasiado profundo dentro de su boca.

―Deja de mirarme, pervertido ―demando ella, tomando un minuto para recuperar el aliento, luego, mirando hacia atrás como si comprobara algo dijo, relamiéndose los labios ―ahora estoy mojada… lo quiero dentro.

Ella se levantó de sobre el muchacho y despojándose de sus ajustados pantaloncillos y de su ropa interior, se acercó hacia el juego de muebles de jardín que había en la azotea e inclinados con los codos sobre una silla lo tentó mostrándole el trasero desnudo.

―Anda, ven aquí. ¿Sabes dónde debes ponerlo? Mira, es justo aquí.―le dijo, mientras, extendiendo los brazos, separaba sus glúteos con sus manos como para mostrarle el camino hacia la entrada de su vagina. ―Vamos, no me hagas esperar. No me importa si esta grande y duele.

Cheren se levantó y camino hacia ella, tomándose su tiempo para meter la mano al bolsillo y extraer un preservativo. Con las manos un poco temblorosas lo desenvolvió y se lo puso. Se acercó a ella y sujetándole las nalgas con las manos se colocó en posición para penetrarla.

Por un momento, la visión del trasero de Hilda lo excitó, era redondo y bonito, y sus ojos más de una vez antes se habían desviado hacia él para mirarlo en los apretados pantalones cortos que solía usar. Era como si la entrenadora supiera que ese era su mayor atractivo y tratara de usarlo a su favor, aunque, era obvio que la atención de Cheren no era lo que ella había estado buscando, o por lo menos no hasta hoy.

Pero al mirarlo, el recuerdo del posterior de Juniper llegó a su mente. La piel más bronceada y brillante de los glúteos de la profesora invadió sus recuerdos, a la par de las formas más abundantes, y torneadas de sus nalgas, que lo excitaron sobremanera.

El aroma de la vagina de Hilda era también más suave y dulzón, pero no le extrañó, después de todo, la profesora tenia quien sabe cuánto tiempo masturbándose antes de que él llegara y seguramente había producido mucha mayor humedad que la entrada virgen de su amiga.

―Si necesitas ayuda, puedo guiarte sólo tienes que… ―había comenzado ella, pero antes de que pudiera terminar, ahogó un grito y su cuerpo se tensó de golpe al sentir al miembro duro y grande de Cheren abrirse paso por la fuerza a través de su vagina.

La chica apretó los dientes y soltó varios gemidos apagados, mientras él chico empujaba su pene se adentraba cada vez más a los profundos rincones de su sexo, disfrutándolo inmensamente porque si algo tenia de particular la vagina de Hilda es que era la más apretada que hubiera sentido, por ser la más joven y la menos experimentada.

La chica apretó los parpados y quiso meterse uno de los puños en la boca para no gritar. El dolor inicial que sintió se había tornado rápidamente en un placer inmenso que nunca antes había conocido y aferrándose con ambas manos a la silla de jardín, temió que si su amigo comenzaba a embestirla más fuerte, acabaría volcándola quedando los dos en el suelo.

Pero no era solo la silla, el mundo entero comenzó a dar vueltas para ella mientras el miembro duro de Cheren la perforaba, una y otra y otra vez. No podía entenderlo, lo que el chico le hacía le gustaba demasiado y lo hacía tan bien, como si supiera exactamente como complacerla, incluso cuando ella misma no sabía siquiera lo que estaba sintiendo.

Y aunque se esforzó todo cuanto pudo en imaginarse que el leño que la profanaba con creciente fuerza era de Hilbert, el chico a quien ella deseaba y había idealizado tanto, un placer secreto y oscuro inundó su corazón y ella no pudo hacer nada para evitarlo, completamente fuera de si y abandonada al éxtasis que estaba sintiendo:

Era Cheren quien la poseía. Era la carne del tímido, introvertido, serio y analítico Cheren la que la rellenaba con lujuria y violencia. Jamás se había atrevido a siquiera pensarlo, pensando que talvez él era uno de esos chicos que no sienten deseo o atracción siquiera o por lo menos no por ella. Pero no, no podía haber estado más equivocada, pues aquel pene que violaba su sexo y estaba poniéndola al borde de un abismo de placer indescriptible, era el de Cheren.

Y talvez su corazón era de Bianca, pero por lo menos esa tarde, su pene era de ella.

La sola idea la hizo correrse, muy intensa y ruidosamente. Su cuerpo se contrajo y estremeció. Temblando con violencia hasta caer desfallecida. Cuando el chico la soltó cuidadosamente, sus rodillas fueron a parar al suelo, y se quedó inmóvil, con la respiración entrecortada un largo rato.

Cuando la chica abrió los ojos, su mirada se enfocó y se encontró con el chico retirándose el condón y haciéndole un nudo cuidadosamente.

―Vaya, vaya. Has venido preparado… ―trató de incorporarse, pero sentía las piernas como gelatina y tuvo que apoyarse del respaldo de la silla ―¿Acaso tenías planes para ese preservativo? ¿Era por eso que fuiste a casa de Bianca hoy?

Cheren levantó la mirada, la miró y pensándolo un minutó negó con la cabeza, pero de poco sirvió cuando ella, abriendo los ojos muy amplios nuevamente, echó un vistazo a que una larga tira de condones asomaba colgando por la bolsa de la chaqueta del chico.

―¿Qué pensabas hacer con todos esos exactamente? ―dijo, abrumada. Pronto, las ideas comenzaban a conectarse dentro de su cabeza ―No habrás pensado usarlos todos en mí, ¿verdad, sucio degenerado? ¿Acaso tenías planeado esto desde el principio?

―No es lo que piensas, ―se defendió él ―Me los dio la Profesora Juniper.

―¡Ha! Claro, la profesora te los dio, y luego te mandó a "cogértelas a todas" como si de llenar un pokedex se tratara ¿no? No me digas. ―con los brazos cruzados, se acercó a él y lo miró de cerca ―debo admitir que lo esperaría de cualquiera menos de ti, Cheren, pero ya decía yo que lo haces muy bien para ser primerizo. Dime, ¿a cuantas niñas te has cogido?

―¿Niñas? Bueno, si te consideras a ti misma, sólo una. Tu.

―¡Mentiroso! ―Hilda le sacó la lengua. ―Nadie que jamás haya estado con una mujer antes carga tantos preservativos.

―Bueno, he estado con mujeres, pero tu dijiste niñas.

El rostro de la chica se mudó en una extraña mueca mezcla de incredulidad, desconcierto y sorpresa.

―¿Quiénes? ―demandó, increíblemente contrariada y tratando de poner orden a sus pensamientos.

―Fueron sólo la Lider Lenora y la Profesora Juniper.

―¡Asqueroso degenerado! ―respondió a gritos ―¿Cómo puedes decir eso de ellas? No te creo nada. ¿Entiendes que Lenora es una mujer casada?

―Si lo sé y si lo es.

―Y la Profesora Juniper ¿Cómo puedes manchar su buen nombre? ¡Ella es como una madre para nosotros!

―Es como, pero no es nuestra madre, no estamos emparentados con ella en ningún sentido.

El silencio se alargó entre ellos, el viento comenzó a silbar y ya caída la noche, ambos chicos sintieron bastante frio de repente, Cheren estando medio desnudo, Hilda teniendo su gorra como única prenda cubriéndole el cuerpo.

―Estás hablando en serio, ¿no es así?

―No lo diría si no fuera cierto. ¿Me crees capaz de inventar algo así?

Ella lo miró. Los ojos azules de la chica relumbraban de algo que él pensó por un momento era ira incontrolable, pero pronto descubriría que era otra cosa, igual de intensa pero muy distinta.

―Así que viniste hasta acá con tu pene duro y tu bolsa llena de condones luego de andar fornicando por todo Unova con mujeres casadas y con nuestra querida Juniper, a decirme que al chico que me gusta se la anda chupando mi mejor amiga, sólo para cogerme aprovechando que tengo el corazón roto. ¿No es así, maldito pervertido? ―La chica levantó las manos y lo sujetó por el cuello de su chaqueta, forzándolo a acercarse a ella aún más. Cheren estaba resignándose a recibir una golpiza.

Y en verdad quería decirle que aunque cierto en parte, sus intenciones, ni con ella, ni con Juniper, ni con Lenora, habían sido malas. De alguna manera extraña, todo había sido una larga cadena de accidentes, comenzando con aquel día en casa de Bianca. Pero, fuera de que esa era una ridícula e infantil excusa ¿ella siquiera lo escucharía?

―Pues me encanta… ―interrumpió de golpe sus pensamientos la chica, para luego jalarlo hacia ella y plantarle un largo beso en los labios.

―Vamos ―dijo ella, instantes después, soltándolo y yendo a buscar su ropa. A Cheren aún le daba vueltas la cabeza por la confusión de todo aquello. ―Aquí hace ya demasiado frio. Hay que colarnos en alguna habitación de la posada. Tú tienes aún un montón de preservativos sin usar y yo quiero saber todo lo que Lenora y Juniper te enseñaron.

Minutos después, ambos chicos descendían por la escalera de la azotea, mientras, disimulando lo mejor que podía su emoción, Hilda pensaba para sí misma:

"Bianca estúpida, no tienes idea de lo que te has perdido…"