Hola.
Hace más de tres meses que no actualizo esta historia. Casi puedo oíros decir "¡lo sabemos, lo sabemos, estamos contando los días!" o alguna otra extravagancia por el estilo. Puede que a estas alturas no lo creáis pero siento mucho haceros esperar tanto, sobre todo porque siempre siento que lo que publico no merece la pena la espera.
Hace más de dos meses que no escribo nada. Bueno, miento, escribí media página que tuve que borrar porque no me convencía, pero eso fue hace milenios. Publico este capítulo por publicar algo, y porque creo que esperar más no va a hacer que salga algo mejor. Son muy pocas páginas, creo que unas 9 ó 10, y os vais a quejar porque no es más largo, pero os juro que lo he intentando y no he podido hacer nada. Digamos que tengo una especie de brutal bloqueo; he intentado de todo pero por ahora me va ganando. Con esto no quiero decir que vaya a dejar la historia a medias, ¡nada de eso! Pero me imagino que costará un poco. He tenido algunos problemillas, algo de salud (nada serio, sobre todo nervios) y un buen etc. Ahora estoy mejor, así que espero que en poco tiempo pueda estar contando de nuevo mis chorradas. Como siempre, agradezco mucho la lealtad que le tenéis a esta historia (porque si no fuera por eso seguro que ya me habríais linchado hace muuuuucho tiempo) y sinceramente espero publicar algo al menos antes de Navidad (no prometo nada).
Nada más por hoy. Gracias por vuestros revs y por la atención.
Oh, y a modo de apunte, el Sábado me compro una ardilla, así que ¡o me da energías o me las quita!
Besitos mil.
VACACIONES DE NAVIDAD
Cap. 48
La enfermería quedaba demasiado lejos para trasladar a Blaise hasta allí, de manera que Pomfrey se las arregló para seguir intentando estabilizarle mientras Snape levitaba su camilla hasta la habitación más cercana a la entrada de Hogwarts.
Ni Pansy ni Ron habían estado nunca en aquel cuarto. Ni siquiera sospechaban que existía, la puerta simulaba ser una pared que solo se dignaba a mostrar su verdadera apariencia cuando se la golpeaba tres veces y se preguntaba en voz alta "¿puedo pasar?", algo que nadie en su sano juicio haría con lo que creía que era una pared sólida.
Skye y Meriel sí que conocían la existencia de esa habitación, que no era más que un salón donde hacer esperar a las visitas. Se solía utilizar para reunir a los alumnos con sus padres cuando estos visitaban la escuela, algo que solo solía ocurrir cuando había problemas con el alumno en cuestión. En el caso de Skye fue por su deficiente estado debido a la presencia de dementores en su tercer curso.
Obviando los consabidos sillones reunidos en torno a una chimenea siempre encendida y un completo mueble-bar protegido por un hechizo de restricción de edades, destacaba de manera un poco incongruente una mesa de billar negra.
- Que alguien despeje esa mesa – gruñó Snape dirigiendo hacia allí la camilla de Blaise. Skye se apresuró a cumplir sus órdenes, empujando con rapidez las bolas, que eran de cuarzo rosado, a los agujeros de la mesa.
Hubiera sido más cómodo uno de los sillones para Blaise, pero allí imperaba la comodidad de Pomfrey, que era la que trataba de salvarle la vida, y sin duda la altura de la mesa de billar era más adecuada para atenderle.
- ¡No veo nada! ¡Qué alguien encienda esa maldita lámpara! – bramó la enfermera, demostrando que estaba más histérica de lo que había aparentado.
Meriel se apresuró a bajar la araña del techo hasta una altura razonable comprobando que al abrir la puerta solo se habían encendido la mitad de las velas. Prendió el resto con un pase de varita, por lo que los colores del cuarto se hicieron de pronto más vívidos a los ojos de todos, pudiendo comprobar el horrible contraste de la piel congelada de Blaise sobre el tapete de terciopelo negro de la mesa. Meriel se quedó cerca por si Pomfrey la necesitaba, aunque no se le ocurría la manera en la que podría ayudar. Snape se dirigió inmediatamente hacia la chimenea a grandes zancadas.
- ¿Qué necesitas? – preguntó a la enfermera. Ésta le dio una lista completa sin mirarle y empezó a explicarle donde podría encontrar cada cosa y qué encantamientos abrían cada gaveta de la enfermería. Snape le impidió seguir hablando.
- Iré a mi despacho, allí tengo de todo y sé donde encontrarlo. Weasley, acompáñeme.
Ron le siguió con rapidez, dejando a Pansy temblorosa y sola en el centro de la habitación.
La chica no pudo más que acercarse a uno de los sillones, tapizados de seda dorada (un poco ostentosos, la verdad) y dejarse caer sobre él, sin perder de vista los ágiles movimientos de varita de Pomfrey.
Skye se acercó a coger entre sus manos una de las del chico, pálida, inerte y demasiado fría. Las lágrimas se agolparon de nuevo en sus ojos y le miró de cerca. Parecía estar en paz, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, su pecho inmóvil a pesar de los destellos que la varita de la enfermera dejaba caer sobre él. Fue cuando Skye se dio cuenta de la realidad.
- ¡No está respirando! – dijo histérica, apretando la mano de su amigo convulsamente.
Meriel y Pomfrey intercambiaron una elocuente mirada.
"Llevatela de aquí" decían los ojos de la enfermera. No necesitaba tener tan cerca a otra adolescente histérica. Meriel asintió calmadamente y trató de convencer a Skye de alejarse, pero le costó un triunfo hacer que soltase la mano de Blaise y para cuando lo logró Pansy se había situado a su lado, mirándole con el rostro bañado en lágrimas e hipando. Meriel empujó a Skye ya sin delicadeza alguna, porque Pansy estaba cogiendo ahora la mano del chico.
- Querida, suéltalo – dijo intentando sonar tranquila -. Dejemos a la enfermera trabajar, ¿vale?
Pero Pansy la ignoró, pasando también por alto la mirada de furia de Pomfrey, quien ya se había resignado a dejar la magia de lado y trataba de hacer respirar a Blaise a base de unas extrañas presiones en su pecho. Era evidente que no tenía mucha idea de lo que estaba haciendo, porque sus movimientos eran muy dubitativos. Pansy, siguiendo un morboso impulso, levantó los párpados del chico y miró directamente sus ojos. Estaban en blanco y presentaban un aspecto cristalino, pero Pansy se quedó mirándolos por unos segundos, como perdida. A sus espaldas Skye había entrado en pánico total, llorando a gritos y tirando de la túnica de su madre convulsamente.
- ¡Skye, tranquilizate! – le gritó su madre, contagiándose de su histeria.
- ¡Se va a morir! – gritó la chica - ¡Blaise se está muriendo!
Meriel quiso decirle que no era cierto, pero viendo el estado del chico no se animó a mentir. Pomfrey tampoco lo desmintió, pero apretó los dientes y siguió con sus extraños movimientos con más ahínco. Solo Pansy reaccionó ante esas palabras. Soltó la mano de Blaise y se volvió hacia la morena, pareciendo repentinamente calmada.
- Va a vivir – dijo con tanta convicción que tranquilizó inmediatamente a las otras tres mujeres.
Justo en ese momento volvieron Snape y Ron, cargados de pociones. No habrían tardado ni dos minutos en hacer el viaje, pero les pareció que la atmósfera del cuarto era distinta. Aún así, Snape no pareció contento cuando se acercó la mesa y vio el estado de Blaise. Fulminó a Pomfrey con la mirada.
- ¿Qué se cree que está haciendo? – le espetó muy poco amablemente. Vale que la amabilidad no era su más grande cualidad (ni siquiera la más pequeña, y no podría decirse siquiera que él pudiera considerar "eso" como cualidad alguna), pero había sonado bastante grosero, casi tanto como lo fue al apartar a la mujer con rudeza -. ¡Si no sabe hacerlo, no lo haga!. ¡Puede romperle una costilla!
Pomfrey podría haberse indignado, pero la frenaron dos cosas: que no era el momento de hacerlo y que Snape tenía razón. Los métodos muggles no eran su fuerte, pero la magia nunca le había fallado tantas veces como en este caso y la desesperación la había llevado por nuevos caminos aún por explorar. Sin embargo Snape había estudiado algo al respecto. La posibilidad de encontrarse alguna vez en una situación extrema y sin varita siempre le rondaba, y sería estúpido por su parte no aprender un par de técnicas básicas, que por muy muggles que fueran algún día podrían salvarle la vida.
Así que, frente a cuatro brujas incrédulas y un mago asqueado, Snape pocedió a hacerle a Blaise la respiración boca a boca.
Lo que había empezado como una romántica cita al lado de la chimenea se había convertido de repente en una tensa conversación. Hermione, envuelta en una mullida manta verde Slytherin (Draco conjuraba unas mantas más suaves que ella), miraba enfurruñada al que hasta hacía diez minutos era el amor de su vida, pasando por su mente la idea de darle en la cabeza repetidamente con el atizador de la chimenea.
- ¡No puedes estar hablando en serio, Malfoy!
- Oh, ¿ahora soy Malfoy? – preguntó el rubio con un gesto de desagrado.
- Cuando te pones en ese plan, sí – replicó Hermione sirviéndose más vino de una manera un poco brusca, haciendo que unas gotas se derramasen sobre el mantel -. Ni tú ni yo sabemos lo que va a pasar en el futuro...
- ... y el espantajo tampoco, te lo aseguro – dijo Draco enfurruñado, quitándole a la Gryffindor su copa para bebérsela de un trago. Hermione le miró molesta por el gesto, pero prosiguió con el tema.
- No puedes jurarme que vamos a estar siempre juntos – dijo seriamente cruzándose de brazos.
- Tal vez si me dieras una buena razón por la que creas que vamos a separarnos... - desafió el rubio tranquilamente, anudándose mejor su manta a la cadera, pues se estaba soltando. Hermione miró al suelo, pensativamente, mordiéndose un labio en signo de concentración. Draco la miró y suspiró pesadamente, pasándose una mano por los mechones desarreglados. Se dejó caer con desgana sobre los cojines de su lado de la mesa. Estos se amoldaron rápidamente a su cuerpo, creando un confortable sillón al que el chico prestó muy poca atención.
- No me puedo creer que sea yo el que más empeño ponga en que esto salga adelante – dijo quedamente -. ¿Voy a arriesgarlo todo por alguien que ni siquiera está dispuesta a luchar?
- ¡No digas eso! – gritó la chica, ofendida. Rodeó la mesa y se arrodilló a su lado con rapidez - ¡Lucharé lo que haga falta! ¡No quiero que esto termine!
- ¡Pues no se nota! – gritó Draco, tan de repente que Hermione perdió el equilibrio y se cayó de culo, quedando sentada a sus pies y mirándole con incredulidad. Sin embargo se recuperó con rapidez.
- Simplemente soy realista – dijo más calmada -. Es cierto que arriesgas mucho, y me pregunto si será sensato hacerlo.
Draco la miró seriamente en silencio.
- Serás considerado un traidor – apuntó Hermione con cuidado -. Tus amigos de Slytherin nunca volverán a mirarte de la misma manera. Y el resto del colegio no confiará en ti más que ahora.
- ¿Y crees que eso no lo sé? – dijo Draco mostrando claramente su enfado - ¡No soy tan imbécil como para plantarme en medio del gran comedor y gritar a los cuatro vientos que no voy a ser mortífago! ¡Iría completamente contra mi sentido Slytherin de conservación!
- ¿Y si... eres convocado? – preguntó Hermione, tropezándose con las palabras. Pero Draco sabía bien a qué clase de convocación se refería.
- Aún me queda algo de tiempo – dijo con ligereza, encogiéndose de hombros. Hermione le miró estupefacta.
- ¿Qué quieres decir? ¿"Algo de tiempo"? ¿Cuánto tiempo? – preguntó aterrada, inclinándose hacia delante para coger las manos de Draco entre las suyas.
- El suficiente para prepararme – dijo él de manera cortante.
- Draco...
- No hablemos más del tema – ordenó el rubio, más que pedirlo.
Hermione cerró la boca, aunque estaba convencida de que su amante sabía exactamente el tiempo del que disponía. Seguramente conocía la fecha exacta de su iniciación. Repentinamente, llegó a su memoria un recuerdo inquietante. Cuando le había contado a Draco que había robado y leído su diario, él preguntó inmediatamente si había leído la última página, la que ella había arrancado en un descuido, aunque no había esperado a que contestase. "Qué pregunta más tonta", había dicho "Si lo hubieras leído no estarías aquí conmigo, ¿verdad? Me tendrías demasiado miedo". Tal vez en esa hoja estaba apuntada esa fecha.
Hermione sintió ganas de llorar en ese momento. Si no lo hizo, fue solamente porque Draco le estaba hablando, así que se centró en prestarle atención.
- No me has dado una razón – decía él mirando al suelo.
Hermione suspiró.
- ¿Salvar tu vida te parece una buena razón?
- Pues no.
Hermione le miró sorprendida, pero él parecía decirlo en serio. Su preocupación por su seguridad no era motivo de discusión. Draco sabía muy bien todo lo que arriesgaba y si él estaba dispuesto a hacerlo... Lo más curioso del caso es que esta disputa absurda habia comenzado de una manera aún más absurda, con Draco asegurando a Hermione que nunca la abandonaría. Por cualquier otra chica, habría sido considerado como un gesto muy romántico de su parte. Por Hermione era considerado como una muestra de poco sentido común Slytherin, y Draco aún no podía entender que era lo que había pasado por esa cabecita castaña para Hermione se pusiera como una fiera.
- Vale, quizás la razón más poderosa sea la que dijo ese cuadro... – confesó la chica después de unos segundos de sonoro silencio.
La mirada anonadada de Draco pronto se tornó en una indignada.
- ¿Confías más en lo que te dice esa acuarela que en lo que te digo yo? – gritó alterado, poniendose en pie.
- Es un óleo – apuntó Hermione tranquilamente.
- ¡Me da lo mismo!
- No le doy más crédito. Es solo que tiene una parte de razón.
- ¿Qué parte? – preguntó el chico desdeñosamente, acercándose a las llamas para clavarles el atizador innecesariamente, únicamente por el placer de pinchar los troncos con un poquito de saña para desahogar parte de su frustración - ¿Te refieres a aquella de "Todos los Malfoy son iguales, con ese pelo rubio y ese aire de dueños del mundo. Arrogantes, despectivos y malignos hasta la médula"?
- Por supuesto que no – dijo Hermione.
- Pues es la única cierta.
Aún en contra de su voluntad, Hermione soltó una pequeña risita, y hubiera reído más alto si no fuera porque Draco parecía decirlo totalmente en serio. Desde luego, Hermione no se atrevía a dudar de sus palabras. Draco no era ningún angelito del cielo, pese a que en sus fotografías de pequeño hubiera tenido toda la pinta. En su mismo diario el rubio se mostraba como un crío con cierta tendencia hacia la maldad, cosa que Hermione no condenaba. De hecho, si Draco le había atraído desde un principio habia sido por eso mismo. De haber querido un chico bueno se habría fijado en Neville (o no, que tampoco había que ser tan extremista).
A Hermione siempre le habían atraído los chicos malos. Le había llamado la atención Krum, y ese aire oscuro que le rodeaba, aunque había resultado un poco decepcionante comparándolo con Draco, cosa que la Gryffindor había hecho sin ni siquiera pensarlo. Krum solo era un poco déspota y retraído. Había sido algo hosco más por timidez que por otra cosa, pero después de un poco de trato con él había resultado un encanto. Antes de esa desilusión había estado evaluando a Ron, por su carácter impulsivo y sus comentarios poco diplomáticos, llegando a parecer un patán sin sentimientos en algunas ocasiones. Pero resultó que Ron solamente hablaba sin pensar y en el fondo era un trozo de pan. Qué aburrimiento. Podría haber pensado en Harry, pero, sinceramente, ¿Harry y ella? Nunca podría haber existido la menor química entre ellos, a pesar de que el chico parecía caminar en la cuerda floja, incapaz de decidir él mismo si era un cielo o una criaturita del infierno. De haber tenido un poco más de confianza en sí mismo y picardía (o chulería) habría resultado algo digno de ver.
Pero Hermione, por mucho que observara con ojo crítico a todos, siempre observaba de soslayo a Malfoy, que era el que de verdad reunía esas cualidades (¿o eran defectos?) que tanto la atraían. Y aquí estaban ahora. Discutiendo si serían capaces de mantenerse juntos o no. ¿No era algo demasiado surrealista?
- Acertó también en otra cosa – dijo la chica tras unos momentos de silencio en los que había estado perdida en sus pensamientos -. Habló sobre la tradición. Dijo que podrías casarte con Pansy por no contradecir a tu familia.
- ¿Y qué sabía ella? – espetó Draco con desdén.
- Al parecer, bastante – dijo Hermione con firmeza, ajustando sin necesidad la manta a su cuerpo como una excusa para rehuír los ojos de él. Se sentía pegajosa y sucia, tal vez porque el nombre de Draco aún estaba escrito sobre su estómago con leche condensada. Antes de que el chico hubiera podido lamerlo, como había sido su intención al escribirlo, Hermione se había empeñado en tener esa discusión - ¿Qué ocurrirá si tus padres se enteran de que te acuestas con una sangre sucia?
- Eso, querida mía – dijo Draco con frialdad -, es algo que descubriremos cuando llegue el momento.
El silencio se extendió entre ellos como un muro dificil de atravesar.
- Aún no eres capaz de decidir en qué bando vas a estar, ¿verdad? – preguntó Hermione en voz baja, la decepción tiñendo sus palabras.
- Te equivocas, ya he decidido – dijo Draco solemnemente -. Solo me queda saber qué voy a hacer al respecto.
Para Hermione esas palabras resultaron bastante enigmáticas, pero Draco se negó a seguir hablando del tema.
Resultó un shock bastante grande ver cómo Snape cubría la boca de Blasie con la suya. Ron tuvo una arcada involuntaria, Skye dejó de llorar definitivamente, Pomfrey se golpeó la frente con la palma como diciendo "¡Así que era eso!", Pansy puso los ojos como platos y Meriel reconsideró su compromiso con ese hombre.
Severus se separó de Blaise después de haber insuflado aire en sus pulmones y empezó a hacer el masaje cardio-vascular de inmediato. No podía pedirle a ningún otro que lo hiciera, puesto que él era el único que sabía donde poner las manos exactamente para no causar algún daño, pero levantó la cabeza para pedirle a alguno de ellos que se preparase para volver a insuflar aire. Alzó una ceja al ver los rostros de los demás.
- ¡¿Qué me están mirando! – espetó molesto, sobre todo por la mirada de ese pelirrojo insufrible - ¡Sóplenle algo de aire al chico!
Pomfrey se acercó al instante para ayudarle, Skye se secó las lágrimas aún shockeada, Pansy ladeó la cabeza, mostrando interés y Meriel penso que por ningún motivo anularía su compromiso después de esa muestra de carácter tan sexy. (N/A me temo que Meriel no está muy cuerda)
- Yo insuflaré aire, Severus – dijo Pomfrey solícitamente, pinzando la nariz de Blaise y dispuesta a seguir con el boca a boca. Pansy salió de su estado reflexivo y empujó a Ron hacia delante.
- Que lo haga el pelirrojo – propuso tajantemente. Cuando Pomfrey la miró molesta se apresuró a añadir: -. Tiene más capacidad pulmonar.
No añadió que Blaise moriría del asco si alguna vez sabía que ese vejestorio con cofia había profanado así sus labios. Por el contrario, se alegraría bastante cuando le contasen que el pedazo de tío que era Ron Weasley y el imponente y atractivo Severus Snape lo habían hecho. (N/A creo que Pansy tiene severos traumas mentales con los hombres de la edad de su padre)
Ron no rechistó, sabía que no era momento de andarse con remilgos. Además, soplar aire a sus pulmones no podía considerarse realmente como besar a Blaise, ¿verdad?. De todas maneras no le asqueaba tanto besar a Blaise (que era otro tío) como poner sus labios en un lugar donde segundos antes habían estado los de Snape. Un escalofrío le recorrió al pensarlo.
- ¡Quién sea, pero necesita aire ya! – bramó Snape.
Ron tapó la nariz del chico, posó sus labios en los fríos del otro y sopló con fuerza una sola vez. No supo por qué fue, si la magia había tardado tanto en penetrar lo suficiente en su sistema, congelado como estaba, o si las presiones de Snape en su pecho dieron resultado o si simplemente los labios de Ron eran tan sexys que hasta hacían revivir a los muertos (el único que consideró seriamente esta última opción fue el pelirrojo). Fuera lo que fuera, Blaise empezó a respirar, tosiendo al principio y hasta tropezándose el aire en su boca, pero adquiriendo un ritmo más regular. Pasaron unos segundos de incertidumbre hasta que la estancia se llenó de suspiros de profundo alivio.
Sirius Black se paseaba nerviosamente de un lado a otro de la enfermería echándole de cuando en cuando una mirada preocupada al cuarto de baño. Dentro estaba Remus, sujetando a Ginny mientras ésta vaciaba su estómago una y otra vez en el inodoro. La chica no parecía mejorar en absoluto. Estaba casi verde y tenía mucha fiebre. No hacía más que llavarse las manos al estómago como si le doliera y se agitaba en espasmos cada dos por tres.
Harry estaba francamente asustado. Sirius no le había dejado moverse de la cama, pese a estar convencido de que se encontraba en perfecto estado. Solo con mirar su cara de pánico sabía que no le serviría de ninguna ayuda a la pelirroja.
- ¿Pero qué es lo que le ocurre? – se preguntó el chico retorciendo sus manos nerviosamente. Sirius le había hechizado para que no pudiera levantarse, así que no podía expresar su frustración de ninguna otra manera - ¡Esto no puede ser un simple virus!
Sirius no podía estar más de acuerdo. Por la expresión casi indiferente de la señora Pomfrey cuando Remus la llamó, casi dos horas atrás, no era una sorpresa su estado. El licántropo enseguida había sospechado de qué se trataba, seguramente había caído en la cuenta a la vez que Sirius. Los 70 fueron una época bastante agitada en Hogwarts, y en aquel entonces ya eran completamente normales las pociones anticonceptivas. Los efectos eran exactamente los que Ginny presentaba, pero, evidentemente, eso era algo que no le iba a decir a Harry en la vida. Sus razones tendría Ginny para no habérselo contado, y Sirius podía comprender perfectamente cuales eran.
Lo que a él le preocupaba seriamente era que Pomfrey tendría que haberle suministrado algún remedio para la fiebre, que empezaba a ser demasiado alta para lo que era conveniente, pero la enfermera había tenido que salir urgentemente a atender un caso que al parecer le estaba llevando bastante tiempo. Meriel había entrado como un vendaval llamándola a gritos y se la había llevado casi a rastras sin dar ninguna explicación.
Hacía casi una hora que el mismo Sirius, tragándose su orgullo, había tratado de contactar con Snape en su despacho para solicitarle algún remedio, pero el grasiento ese tampoco parecía estar disponible. Sirius se preguntó de manera ausente si él sería ese herido tan urgente que necesitaba la atención de la enfermera.
La respuesta no tardó mucho en llegarle. Skye apareció en el umbral de la puerta, manteniéndola abierta para la comitiva que la seguía. Primero entró Meriel, cargando entre sus brazos un montón de frascos a medio vaciar. Su semblante era de preocupación y Sirius no pudo evitar inquietarse. Ella le echó una mirada desdeñosa nada más descubrirle parado cerca de la cama de Harry, convertido en perro tan rápidamente que el pobre chico ni siquiera lo había notado. A Meriel le siguió Ron, extrañamente con su varita en alto y un hilo dorado saliendo de ella, perdiéndose a sus espaldas. El siguiente en entrar fue más soprendente todavía. Blaise Zabini levitaba horizontalmente sobre una camilla y con apariencia de estar dormido. El hilo dorado de la varita de Ron se enganchaba a su pecho, y otro hilo plateado salía de su sien derecha y conectaba con la varita de Pomfrey, que venía a continuación. Cerrando la marcha estaba Snape, apuntando con su varita al chico dormido, presumiblemente haciéndole levitar.
En silencio se dirigieron a la cama más cercana, Snape hizo descender a Zabini sobre ésta, desapareciendo la camilla, y Ron se colocó a su lado derecho mientras Pomfrey lo hacía al izquierdo. Skye se acercó deprisa a la cama de Harry para preguntarle por su estado y darle unas palmaditas en la cabeza a Bolita de Nieve (Sirius). No pasaron ni dos segundos desde su llegada cuando Albus Dumbledore vestido con un planco camisón y un gorro de dormir (y calzando pantuflas peludas) entró acompañado por Pansy Parkinson, que había ido a avisarle de lo sucedido con Blaise.
- ¿Cómo está, Poppy? – preguntó con rapidez a la enfermera, sin siquiera detenerse a saludar a los demás.
La enfermera frunció los labios ligeramente antes de contestar.
- Su ritmo cardíaco está bien, parece estabilizado – dijo señalando la varita de Ron, que aún mostraba el hilo dorado aferrado al pecho de Balsie -, y hemos hecho todo lo posible para que su temperatura corporal regrese a la normalidad poco a poco – frunció un poco el ceño -. Lo que me preocupa es su mente. No sólo ha intentado suicidarse, sino que puede que haya estado demasiado tiempo sin respirar y eso podría haber dañado sus funciones mentales – levantó un poco su propia varita para que Dumbledore pudiese ver el hilo plateado que surgía de ella e iba hasta la sien de Blaise -. Estoy intentando darle un poco de estabilidad en estos momentos, pero hasta que despierte no sabremos su estado mental.
El rostro de Dumbledore no podría estar más ensombrecido. El resto de los presentes estaban en un silencio inusual, solo roto por el lejano sonido de arcadas en el baño. Pansy fue la que rompió el silencio.
- Blaise va a estar bien – dijo con tremenda seguridad. Snape la sondeó con sus negros ojos entrecerrados.
- Creo que necesitamos hablar, señorita Parkinson – sentenció. Ella asintió en silencio con cara de circunstancias.
- ¿Y por qué ha intentado suicidarse? – preguntó Harry muerto de curiosidad. No conocía mucho a Zabini, pero no le había parecido que tuviera tantos problemas para hacerlo.
Snape le fulminó con la mirada.
- No es algo que le incumba, señor Potter – espetó. Sirius le ladró en su forma canina, enseñándole los dientes amenazadoramente.
- Severus, no hace falta ser tan hostil – terció Dumbledore apaciguadoramente. Girándose hacia Harry le dio una breve explicación -. El señor Zabini ha perdido a sus padres y eso, sin duda, le ha afectado.
- ¿Los dos? – preguntó Skye de forma chillona, horrorizada por la noticia.
- El señor Zabini falleció ayer durante el ataque de Hogsmeade. Me temo que vestía ropas de mortífago, y la noticia no tardará en saltar a la prensa, por lo que su compañero lo pasará bastante mal. Necesitará de su apoyo – dijo Dumpledore dándole unas palmaditas a Skye en la cabeza, como si fuera un gatito, para disgusto de la chica.
- ¿Y su madre? – preguntó Harry mirando la figura inconsciente de Blaise con pena. Después de todo el chico se había enfrentado junto a ellos contra los mortífagos en la casa de los gritos.
- Al parecer – continuó Dumbledore echando una mirada discreta a Snape -, la señora Zabini se suicidó cuando supo la muerte de su esposo.
Se hizo de nuevo el silencio en la habitación. La señora Pomfrey, horrorizada por la noticia, acarició con ternura el cabello negro de Zabini, quien seguía ajeno a todo, inconsciente.
Pansy, tal como lo temía, tuvo que seguir las rápidas zancadas de Snape hasta su despacho en las mazmorras. Lo único que la tranquilizaba es que su maestro parecía decidido a dejar al director al margen de momento. Ya se sentía bastante tonta por lo que le había ocurrido para añadir la vergüenza de tener que contarle aquello también al director.
Se sentaron sin ninguna ceremonia, Snape tras el escritorio y Pansy frente a él sin esperar su invitación porque le temblaban tanto las piernas que no podría permanecer en pie por mucho tiempo. Le tenía verdadero pánico a la reacción de Snape a sus noticias.
- Asumo, señorita Parkinson, que tendrá una explicación razonable al hecho de saber dónde se encontraba el señor Zabini con tanta exactitud y su precario estado de salud – empezó Snape con voz calmada. Pansy se encogió un poco en la silla, pasando por su mente la idea de mentirle a su jefe de casa, pero la mirada amenazante del maestro de pociones le hizo desistir de ello. Respiró profundamente un par de veces para darse valor y empezó a narrar su historia, empezando por el principio mismo, esperando que él entendiese de alguna manera su necesidad de tomar aquella maldita poción.
El ceño de Snape se fue frunciendo más y más conforme avanzaba la historia, y Pansy se encogía más y más en su asiento conforme ese ceño se fruncía. Era muy consciente de la mirada iracunda de Snape, pero de alguna manera el profesor se estaba controlando, esperando a que ella terminase de contarlo todo. Por supuesto, lo hizo, dejando únicamente a un lado la visión de Lucius Malfoy torturando a Amina Zabini. Aunque después de haberla tenido había considerado ese poder como una maldición, tras reflexionar un poco lo que había acontecido en las últimas horas se dio cuenta de que su poder no podía ser tan horroroso si había podido salvar la vida de Blaise.
Esa idea fue lo único que le dio un poco de consuelo cuando dejó de hablar y Snape empezó a gritarle.
- ¡Y me robó los ingredientes a mí, Albus! ¡A mí! – gritaba Snape histéricamente paseandose a zancadas de un lado a otro del despacho del director - ¡Esa estúpida niñata! ¡Mira lo que se ha hecho!
Se dejó caer en una silla, intentado recuperar la respiración. Gritar tanto le iba a costar un bonito dolor de garganta, pero no podía evitarlo. La indignación y la furia corrían por su cuerpo como desvocados caballos de carreras y no estaba muy seguro de querer pararlos aún si pudiera hacerlo.
- Esto que me cuentas es preocupante – dijo calmadamente Dumbledore, desenvolviendo lentamente un caramelo de limón, sus ojos más centrados en el papel de celofán que en el maestro de pociones.
- ¡¿Preocupante! ¡¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho! – gritó Snape volviendo a ponerse en pie. Su tono agresivo de voz y su rostro sugerían que podía morderle la cabeza al director si no le daba la razón inmediatamente.
- Por supuesto – dijo el anciano con tanquilidad, volviendo sus ojos hacia él -. Si te hubieras tomado la molestia de pensarlo un poco, verías que hay algo que no cuadra.
Albus tenía que reconocer que era en momentos como estos cuando le tenía miedo a Snape. Parecía un toro a punto de embestir, resoplaba por la nariz y tenía una mirada homicida, todo él parecía mucho más grande de lo que era y con un poquito de imaginación hasta podía vérsele raspar el suelo con el pie, como un toro, antes de soltarse a cornearle.
- La señorita Parkinson te dijo que solo elaboró la poción dos veces, ¿no es cierto? Como sin duda te darás cuenta, hace falta mucho más que eso para despertar poderes de precognición, por muy leves que sean.
Severus se vio obligado a respirar hondo tratando de calmarse y tomar asiento repasando mentalmente los ingredientes necesarios para ese tipo pociones. Albus tenía razón, por supuesto. Hacían falta al menos dos veces más esa cantidad para obtener algún resultado a nivel sensitivo.
- ¿Piensas que te mintió? – preguntó Dumbledore, sacándole de su meditación.
- No – dijo con seguridad -. He notado la falta de algunos de mis ingredientes personales, pero las cantidades cuadran para elaborar solo dos veces esa poción, no cuatro. La señorita Parkinson no podría haber hecho un pedido por correo a algún boticario porque muy pocos tienen el permiso necesario para vender esos artículo, están demasiado regulados y ni por asomo se venden con tanta facilidad. De hecho, mis reservas para experimentaciones tengo que comprarlas personalmente presentando mi acreditación de maestro de pociones y se hacen conjuros de comprobación de identidad.
Tanto Albus como Severus sabían que esos ingredientes eran demasiado peligrosos para dejarlos al alcance de cualquiera. Precisamente por sus efectos sobre la mente eran fuertemente vigilados, y ni una sola poción que tuviera la posibilidad de requerir uno de ellos entraba en el currículum de Hogwarts. De hecho, Severus no tenía esos ingredientes precisamente al alcance de sus alumnos, lo que demostraba cuanta audacia e inventiva había necesitado la señorita Parkinson para hacerse con ellos y salir ilesa.
- Entonces, la única opción es que la señorita Parkinson tuviese habilidades latentes – sentenció Dumbledore -. Tal vez no se hubieran demostrado hasta dentro de un par de generaciones, pero resulta interesante pensar que pudo haber habido alguna sibila entre sus antepasadas.
El don de la adivinación, tradicionalmente, se revelaba en mujeres. Había algún hombre que había demostrado tener este talento, siendo el más notable un tal Nostradamus, un catastrofista francés que empezó a dar a conocer sus profecías al mundo muggle allá por el año 1555, pero por lo general era terreno de las mujeres desde tiempos inmemoriales.
Severus se frotó el puente de la nariz pensando en la hermosa jaqueca que venía de camino. La posibilidad de un don transmitido por la carga genética no era ninguna buena noticia para él, porque sabía exactamente lo que sucedería a continuación.
- Me temo tendremos que empezar a investigar exhaustivamente el árbol genealógico de la señorita Parkinson – dijo Dumbledore alegremente –. Por supuesto, esto debe quedar entre nosotros.
Severus gruñó hoscamente sin levantar la mirada para no ver el guiño del anciano. ¡Maldito Albus, como si no tuviera suficiente trabajo y bastantes preocupaciones encima... ¡Como odiaba tener razón!
A pesar del cálido y húmedo ambiente del cuarto de baño de prefectos, la tensión se notaba en el aire. Draco se dedicaba a bucear cada vez que ella intentaba hablar, lo que hacía que Hermione no mejorase su humor precisamente. Sabía que lo había arruinado todo y eso la ponia furiosa consigo misma. Draco había planeado una noche romántica para ellos y habían acabado casi peleando por su culpa. La cena había sido excelente, el ambiente íntimo y acogedor, el sexo maravilloso... El plan del rubio había sido acurrucarse juntos frente a la chimenea y dejar pasar unas horas de mimos y arrumacos. El gran final de la velada: el baño de prefectos preparado, con pétalos de rosa flotando en la superficie y el borde rodeado con velas encendidas. Draco seguramente había tardado un rato en preparar los hechizos adecuados tanto en la torre de adivinación como en el baño. En éste había tenido que hechizar el agua para que mantuviese una temperatura óptima, hechizar los pétalos para que pareciesen recién preparados y encantar las velas para que durasen toda la noche sin apagarse. Sin contar con la suave música que sonaba en el lugar cuando entraron y que Draco había silenciado con un gesto de su varita, demostrando aún más su evidente cabreo. Se había desnudado con una velocidad pasmosa y se había lanzado al agua sin volverse a mirarla.
Hermione, sentada en el borde de la bañera-piscina, con los zapatos a su lado y la túnica recogida sobre sus rodillas, movía con desgana el agua con sus pies a la vez que observaba a Draco nadando de lado a lado con furia. A pesar de la situación, la Gryffindor no podía dejar de maravillarse con el cuerpo de su amante, que era blanco y atlético, perfecto a sus ojos y seguro que a los de muchas otras.
Y ese era uno de los problemas en realidad. Draco era guapo, eso nadie podría negarlo. También era inteligente, no había ninguna duda. Y Dios sabía que era popular. Cuando le convenía sabía ser encantador, tenía una sonrisa matadora y unos ojos hechizantes.
Así que, considerando todo eso... ¿Qué hacía con ella? Lo único que Hermione sabía que tenía a su favor es que era inteligente. De alguna manera había logrado cautivar a Draco y estaba más que feliz por ello. Tampoco dudaba de los sentimientos del chico y sabía que él estaba genuínamente interesado en ella. Y no, no parecía estar bajo los efectos de una poción de amor. Hermione sabía que tenía a Draco y estaba agradecida. Pero ¿alguien podía decirle cuánto iba a durar aquello? Estaba más que segura de que no iba a ser "toda la vida". El rubio en algún momento se daría cuenta de que había chicas más bonitas que ella, más cariñosas, más dulces, más tiernas... chicas que estarían a su altura. ¿Y qué haría Hermione cuando eso sucediera? ¡Estaba enamorada de él!
Hermione sabía perfectamente que su relación tenía fecha de caducidad, y no era tan tonta como para buscar garantías de amor eterno. Por eso se habia enojado cuando Draco se las había dado espontáneamente. Lo último que la castaña necesitaba era convencerse de que él iba a estar a su lado toda la vida. Hermione estaba muy feliz y muy a gusto con Draco y quería disfrutar al máximo del tiempo que estuvieran juntos, porque cuando éste terminara le quedaría un bonito recuerdo. No quería promesas. ¡No quería hacer planes! Porque todos se vendrían abajo cuando él se diera cuenta de con quién estaba. Ella era solo una chica de lo más vulgar que le traería demasiados problemas.
Sin pretenderlo, Hermione se echó a llorar silenciosamente, aunque no se percató de ello hasta que las lágrimas empezaron a gotear de su barbilla y a escurrirse por su cuello. Se sorprendió. Y se enfureció. ¿Pero qué estaba haciendo? ¿De verdad pretendía sentarse y esperar pacientemente a que él se volviese a mirarla y decidiese terminar en el acto?
Hermione sabía que su relación con Draco terminaría algún día, pero por los infiernos que no iba a ser hoy, y sobre todo no por su causa. ¡No lo permitiría!
Se puso en pie de un salto y con movimientos enérgicos se quitó las ropas, dejándolas caer descuidadamente en el suelo. Ni siquiera pensó en cual sería la manera más espectacular de entrar en la piscina, le salió sola.
Draco se detuvo exhausto y se agarró al borde de la bañera. Se permitió una mirada discreta y fugaz a Hermione, como venía haciendo todo el rato, y se asombró de verla desnuda y con una mirada de determinación en el rostro. Se giró para verla mejor y fue entonces cuando la chica gritó "¡Bomba!" y se lanzó de culo al agua.
Draco escupió el agua tragada junto con algún pétalo de rosa, luciendo bastante incrédulo. Hermione emergió a poca distancia de él, sacudió la cabeza empapada y le sonrió cándidamente.
- ¿He conseguido captar tu atención?
Draco no pudo evitar la carcajada que se le escapó. Hermione sonrió aliviada y trató de acercarse a él, pero Draco dejó de reirse y la miró seriamente.
- No se me ha pasado el cabreo – informó. Hermione asintió con expresión culpable.
- No quería que peleasemos – dijo casi con un susurro.
- Pues menos mal, porque si llegas a querer... – dijo el rubio con una mueca.
Se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro, separados apenas por un par de pasos.
- Te quiero – dijo ella sorpresivamente. Draco alzó las cejas, perplejo. Hermione volvió a sonreír con humor -. Es cierto, te quiero, y me siento capaz de enfrentar cualquier cosa con tal de que sigamos juntos...
- ¿Pero? – preguntó Draco, sabiendo que no había terminado.
- ... pero... – intentó Hermione. Bufó mirando al techo como en busca de inspiración - ¡Uf! ¡Pero no lo sé! ¡No lo sé, Draco! ¡No sé lo que va a pasar! Tú perteneces a una familia de mortífagos y yo soy una sangre sucia... Pueden separarnos mil cosas...
Él la miró largamente, estudiándola en silencio, fijándose en sus ojos aguados y tristes y en sus labios tensos. Sintió diluirse su enojo, porque comprendió qué era lo que le sucedía.
- ¿Por qué tienes tanto miedo? – preguntó suavemente.
Hermione esbozó una sonrisa triste.
- Porque no quiero perderte – Draco iba a abrir la boca para replicar cuando ella avanzó rápidamente y puso una mano contra sus labios -. Y no quiero oír que no voy a perderte, porque sé que no es verdad.
Draco endureció la mandíbula y cogió la muñeca de Hermione para dejar sus labios libres.
- ¿Todo esto es por Trelawney? – preguntó molesto.
- No – dijo ella firmemente -. Todo esto es por miedo e inseguridad. Tengo miedo de que pueda sucederte algo. Atacaste a un par de mortífagos en Hogsmeade y no es algo que los fieles a quien-tú-sabes suelan hacer. Tu padre y tu madre son mortífagos activos, y si se enteran de lo nuestro no te felicitarán precisamente – El rubio puso los ojos en blanco, seguro de que ella aún pensaba en ese estúpido rumor de que su padre le maltrataba y que Draco le odiaba en secreto por ello -. Y lo más importante: si eres requerido no podrás negarte a la marca. Si lo haces te matarán, y si la aceptas tendrás que matar. Si te niegas a ir estarás condenado, y si decides ser espía te condenarás tú mismo.
Draco se permitió una sonrisa. Desde luego, no había pensado ni por un segundo que Hermione no consideraría todas las posibilidades, y la chica sabía que su relación con él había hecho que tuviese que reconsiderar seriamente sus ideales y lealtades. Bueno, por algo era la bruja más lista del colegio. Con lo que ella no contaba era con la única solución que Draco consideraba viable, pero era algo tan estúpido que nadie pensaría que fuera a llevarlo a cabo, lo que sin duda sería una gran ventaja en su momento.
Aún así, hizo lo que consideró más oportuno, dado que ella necesitaba algún tipo de consuelo y Draco precisaba de algún tipo de contacto con ella. Cerró el espacio entre ellos y tomó sus labios con los propios, saboreándolos largamente y arrancando un gemido suspirado de la bruja más inteligente de Hogwarts. Envolvió su cintura con las manos y atrajo su cuerpo desnudo al suyo, acariciándole la suave piel que subía por su espalda mientras los dedos ágiles de ella volaban hasta su nuca para rozarla delicadamente. Draco gimió y profundizó el beso, pensando en lo rápido que había encontrado su punto débil y en lo bien que sabía explotarlo.
Poco a poco el beso fue bajando se intensidad, quedándose en apenas un roce de labios, ninguno de ellos queriendo ser el primero en separarse. Finalmente Draco suspiró sobre los labios hinchados de Hermione, frente con frente, los ojos de ambos cerrados, aún estrechamente abrazados.
- Nada de eso importa por ahora – le dijo suavemente -. Ya te dije que tenía tiempo para arreglar las cosas – abrió los ojos para mirarla fijamente. Ella abrió los suyos perezosamente al sentir la intensa mirada del color de las tormentas -. ¿Y a qué vienen las inseguridades? ¿Crees que te voy a dejar a la primera de cambio? ¡Creia que me conocías más que eso! Los Malfoy solemos ser firmes en nuestras decisiones. Y yo he decidido estar contigo, por mucho que te cueste creerlo – esbozó una sonrisa burlona, viendo que los ojos de Hermione brillaban con lágrimas contenidas, aunque ya no estaban tristes sino enternecidos -. Espero que tú hayas decidido estar conmigo, porque puedo ser bastante pesado cuando se me niega algo que quiero.
Hermione sonrió a su vez y le dio un beso pequeñito.
- ¿Cómo crees que puedo negarte nada si me miras de esa manera?
Los ojos de Draco relucieron interesados.
- Hmmm, esa es una información que convendrá que recuerde en el futuro – murmuró, antes de volver a besarla con intensidad.