Morir de amor es un dolor asumible.

Lo insoportable sería resucitar solo.

Epitafio para amantes. Mariano Crespo.


Serena

Al final él muere y ella sigue.

Pocas horas después del evento, Zelda finalmente decide que es mejor invertir el tiempo de manera próspera y enjuagarse las lágrimas. Así que no derrama ni una cuando la sheikah aparta el cuerpo de Link de sus brazos y le deja el destino de la vida del joven a Impa y Prunia. Zelda se despide con un gesto solemne pero débil, porque todavía siente que el alma se le cae a pedazos. Y deseó desde el fondo de sus intenciones que la próxima vez que viera al hyliano, el encuentro fuera a los ojos abiertos de ambos.

Se marchó caminando. El pueblo de las sombras completo protegía a la princesa desde su escondite. Sin enfrentarse a ella, sin interrumpirla. Zelda solo actuaba en ese momento, su mente eran un torbellino que mascaba sus pensamientos con voracidad atroz. La pérdida le había negado su capacidad de meditación, y en cambio su rápido actuar era producto de la esperanza que había surgido con solo visualizar el brillo de la hoja de la espada que portaba el elegido; luz que no había cesado incluso cuando su dueño había caído.

El tiempo era huida y desesperación, eran guardianes arrasando con pueblos y vidas, erradicando Hyrule completo. Zelda se resguarda y continúa avanzando. No duerme ni descansa en el transcurso.

Escribe a Impa y destina instrucciones precisas, le confía también la tableta sheikah y en su carta, con letra tan temblorosa como si lo hubiera expresado en voz alta, se disculpa por no poder haberle rogado en persona el inmenso favor que le encomendaba.

Y con eso listo Zelda parte y continúa. Llega hasta donde el árbol Deku para confiarle al bosque la Espada destructora del mal, para mantenerla a salvo hasta que Link pudiera nuevamente blandir su hoja.

La princesa sigue emprendiendo más de lo que piensa. No hay consecuencias ni sacrificios de por medio, solo ansiedad.

Las horas eternas de largo recorrido la habían agotado, su semblante y su vestido estaban destrozados, pero su convicción y su paso es firme, porque lleva el nombre de los campeones caídos y el de Link tatuados en la piel y plasmados en la decisión.

No titubea.

Zelda realiza todo en silencio, sin consultar a nadie, solo sabiendo que mientras ella emprende, su reino cae.

Marcha serena, moviéndose entre la valentía y la temeridad, mientras camina por los rezagos de lo que hace solo unos días era la cúspide del reino, su bella ciudadela. Va por la plaza principal y recuerda que hace solo anteayer la gente se refrescaba el cuello con el agua de su fuente y los niños jugaban en torno ella.

Mira su castillo y visualiza las paredes y torreones derruidos en los que habían transcurridos sus diecisiete años de vida; llenos de cargas y de esfuerzo, llenas de dilemas y complejidades, repletas del lujo y las comodidades, y las superficialidad de la vida noble, de las exigencias torpes de ser quien era.

Y cuando llega el momento de ver a Ganon a los ojos, cuando siente su mirada iracunda acechándola como animal en caza, Zelda no tiembla aunque solo se tiene a sí misma para sostenerse. Tiene en mente la mirada que había visto en Link las veces que le había salvado la vida, el valor de sus acciones y el de sus convicciones, de su voluntad férrea, de su porte aguerrido, y se pregunta si lo suyo también es valor o simple desesperación.

Entonces Ganon se abalanza y ella se alza, las preguntas se le deshacen, los temores se le agolpan, la pérdida la acongoja. Piensa en Daruk y en Revali, en Mipha y Urbosa, y siente que le acompañan. Recuerda a Link.

Zelda tiene el valor y el poder. La sabiduría se había hecho camino ante ella al momento de comprender que su capacidad surgía para proteger lo que amaba.

Y como amaba, estaba dispuesta a cambiar el final.