Entonces paga las hamburguesas, tal como hubo dicho.
Es un sitio bastante concurrido puesto que la comida rápida extrañamente mueve mucho negocio.
Sin embargo es una inesperada tranquilidad la que lo regocija allí en su asiento frente a Mattsun mientras comen hamburguesas.
— El entrenador nos mataría si se entera — dice Takahiro, suelta una risita y retoma eso que es comer pero se asemeja más a devorar.
— Igual Oikawa. Con lo exagerado que es terminaremos corriendo el doble de vueltas como el otro día — contesta Matsukawa, con su hamburguesa en mano, muy orondo para tratarse de un plato tan básico que ni siquiera necesita plato. Hay un juego de cejas divertido que él se detienen a mirar y reír, porque con Mattsun es siempre reír. Últimamente también mirar, pero eso es ya ponerlo nervioso y no quiere ondear por allí. No de momento.
— Creo que ya siento los calambres en las piernas — confiesa y se ríe (pese a que no es exagerado pues realmente ha sufrido calambres luego de particulares sesiones de entrenamiento) —. Pero prefiero disfrutar ahora y lamentarme luego — agrega demasiado seguro, masticando cual pordiosero. Con la punta de la lengua desplaza el kétchup decorado en una esquina de sus labios, una pequeña mancha que se quedó rebelde mientras comía.
Se oyen voces infantiles y lamentos adultos, gritos, risas y risotadas. Si estirase la mano probablemente podría atrapar una palabra, allí, amontonada en el aire.
— Interesante filosofía — opina Matsukawa jugueteando un poco con la comida. Y un poco con él puesto que su mirada no se aparta de encima suyo, cosa que Takahiro siente mediante un cosquillear en el estómago. De hecho, piensa, no debería estar sintiendo esta clase de cosas por algo tan banal, en un lugar tan banal.
Pero al diablo.
El corazón y la cabeza siempre están enfrentados.
Además esos ojos oscuros y filosos parecen buscarlo con intensidad, como si al tan sólo respirar activara los sentidos de movimientos; y entonces lo examinara, con cuidado, con la dulzura de un abrazo.
Cuando regresa del limbo, Hanamaki alza el mentón con fingido orgullo egocéntrico y se limpia los hombros de una camisa imaginaria como si fuese la gran cosa -él, la ropa-, pues apenas lleva una sencilla camiseta amarilla. Y esa filosofía es bastante tonta. O común.
Matsukawa ríe un poco, para él es suficiente.
Prosiguen con la comida. El olor a diversas frituras llena el ambiente, con su calor, haciendo que las narices muevan sus orificios por sí solos y anhelen y respiren más hondo.
— Anoche desapareció por completo el dolor de espalda — cuenta Hanamaki de repente, orgulloso y feliz, pues en algún momento se perdió mientras comía.
Hay un pequeño silencio de dos, donde si hubiese un tenedor a mano, este caería ruidosamente al suelo; allá, al rededor, un baile de voces.
— ¿Todavía tenías dolor de espalda? ¿Ayer, cuando salimos, te dolía? — Las preguntas de Matsukawa son rápidas y suenan tanto incrédulas al igual que preocupadas.
Takahiro se descubre siendo un tonto. Sin embargo, es reconfortante oír a este Mattsun, como si hubo estado sumergido y finalmente pudiese respirar, por él, porque está bien inclusive cuando ya lo suponía.
— Uh, sí — contesta, una risita regañada —. Pero apenas sentía una punzada. Ni siquiera me acordé. — Lo cual es cierto, ayer se había olvidado por completo de su padecimiento puesto que al parecer Matsukawa también es como un remedio, o al menos uno de esos medicamentos que adormecen el dolor. Y uno es vital y dichoso.
Matsukawa aprieta la boca.
— Además yo te hice salir temprano, seguramente querías descansar. Lo siento — balbucea un poco y se disculpa cuando no debería hacerlo. Ésta vez esquiva los ojos, fijos en su comida.
A él se le cae el corazón de las manos, resbaladizo y húmedo.
— No. No. Yo en verdad quería salir contigo. Tenía ganas de salir, después de tal fiebre un respiro no viene mal — se apresura a contestar con sinceridad mientras niega con sus manos y el inconcluso gesto de poner una mano abierta en la mesa, para tomar la suya. Mas enseguida cae en cuenta por lo que apenas es fantasma antes que hecho, rápidamente encogido en sí mismo: se cruza de brazos.
Es un desastre.
— Bien. Entonces me alegra que ya estés al cien por ciento. — La sonrisa no vuelve, pero Hanamaki puede sentirla en ese tono dulce que se manifiesta y acuna sus oídos.
— Yo diría más un noventa... ochenta y cinco por ciento — corrige porque, je, es complicado volver a empezar luego de tanto descanso incluso si es obligado, y peor por una fiebre.
Al instante Mattsun se ríe con abundancia que desequilibra el interior y de repente prefiere cientos de veces este chico; con un aire de petulancia en la sonrisa pero al ahondar y pulular entre ella se descubre siendo más un cofite atestado de vivacidad pura. Hanamaki corresponde. Un poquito de cosquillas en la nuca.
Pronto terminan las hamburguesas.
Pronto están vagando entre las largas calles de Miyagui en una penumbra oscura pero con pequeños detalles centelleantes del firmamento que ni el más alto edifico podría ocultar. Es una galaxia espolvoreada, un cielo iluminado, miles de luciérnagas estáticas que la noche se convierte en un frasco donde ellas revolotean y absorben su oscuridad.
Son sus pasos cortos y sincronizados los que hacen más largo el momento.
— Bonita noche. Aunque extraño clima, apenas y tengo frío — expresa Hanamaki, llevando su chaqueta en mano a pesar de que es ligera.
— Y eso que allí dentro era súper caluroso — concuerda Matsukawa, con su buzo bien puesto. Qué diferentes —. Debería sentirse un poco más de cambio corporal; dentro de unas cuadras sentirás el frío, cuando realmente sientas el clima porque apenas estamos avanzando — continúa la declaración, guardando las manos en sus bolsillos y observando el entorno. Su boca naturalmente apretada, un mohín sin serlo, y su cabello por sencillez despeinado pero tan agradable como siempre. A él le gustaría saber bien a qué huele, pasar los dedos entre la finura de sus hebras oscuras, imaginar al filo de las yemas cuán complaciente se sentirá al contacto, y así quizás su fragancia quede impregnada a los dedos. Hanamaki se sorprende de la simpleza con la que se tropieza con ese pensamiento tan casual, como si al encontrarlo a la vuelta de la esquina, una sonrisa, sin vacilaciones, lo tomaría y llevaría a cabo. O a casa.
Hay electricidad dentro de su estómago.
Entonces Hanamaki es consciente de que Matsukawa es consciente de la lentitud y se pregunta si acaso debería acelerar el paso, aunque no sea lo que realmente quiere pues existe un imán invisible (o imaginario) que lo atrae hasta él, Mattsun, y él, Hanamaki, debe orbitar a su alrededor cuanto más sea posible. Por lo que nuevamente está en una discusión, si sí, o si no.
Opta por bromear un poco:
— Ja. Hablas como si no tuvieses sensaciones, no eres un robot ¿sabes? — sonríe con burla, casi tan lascivo que no se reconoce, validando el seguir a este paso. Es claro, de cualquier modo, que son distintos en cuanto a la temperatura pues Takahiro podría vestir una sencilla camiseta durante una plena mañana de invierno (lo ha hecho, todos sus compañeros estuvieron sorprendidos) mientras Issei vistiese de campera y guantes. Es su cuerpo, su sangre, no esencialmente él.
Pero Mattsun sonríe distinto. Mesurado, lindo, sin mostrar los dientes. Más suave. Y frena. Hanamaki frena también, con el corazón otra vez en mano.
Alerta, gira hacia él.
Gracias a quién sabe (entidad suprema dice él) que no hay personas por aquí para entorpecer el momento, esa pizca de sal en el azúcar, pues realmente es extraño cómo están pero tan imposible moverse, así, congelados, tan cerca que podrían incomodar a cualquier tercero (que de todas formas sería ignorado), e increpar más aceleramiento al temeroso corazón; como cuando es descubierto durante ese instante íntimo que termina siendo ilegal si alguien entromete. Como al desplazar en alto una bandeja llena de copas de vidrio, cuidadoso, y de pronto, caído del cielo cual rayo, un empujón e irremediablemente al diablo todos los retazos esparcidos.
Takahiro cree que esos retazos ya están en su garganta entrecortada y que las gotitas de sangre se están escurriendo por su boca, manchando la ropa y el pavimento. Un nudo sin habla.
— No — niega entonces Matsukawa y baja la mirada para posarse directo en él. El corazón de Takahiro se oprime: es tomado de improvisto. La diferencia de altura es notoria. — No lo soy — continúa, una mano en el aire, y de nuevo ese golpecito en la cabeza, pero más cariñoso. Enseguida percibe también las yemas suaves entre sus cortos mechones, entre la nuca y las orejas para otra vez subir, acariciar. Takahiro, de repente, echa la cabeza hacia atrás. Los ojos brillantes en los suyos.
Y se detienen. Por el mismísimo infierno ardiente y todas las llamas vivas en su estomago que se detienen. Y se miran, ajenos al tiempo, al espacio, como sólo dos en un mundo de caos. Entonces, lentamente, nace el verdadero caos.
Es como si chocaran dos trenes porque Takahiro lo toma del mentón e Issei empuja desde su nuca, con ferocidad, velocidad y fuerza. Y se encuentran... suavemente. Porque después del choque, de la explosión y las llamas, el humo apacigua el desastre y se expande curando. Pero como sigue siendo humo sigue siendo parte del problema; enseguida hambrientos, con sed incluso, con la tempestad que arrasa tras un largo período de sequía donde nada es esperado y si no te agarras fuerte la tormenta te lleva consigo.
Más o menos.
Takahiro se aferra desesperado a dos grandes brazos mientras se llena de él, le da uno de esos besos (en realidad no lo sabe pero así se siente) que emanan deseo y necesidad, de los que uno se vuelve adicto ya que está percibiendo exactamente lo mismo desde la boca de Issei.
Mas su boca se vuelve inexperta (acaso en realidad siempre lo fue) sin embargo ahora es ajeno a él, sino que se concentra en dar, en responder y entrometer sus labios en los suyos; despacio, rápido, lento, suave y luego muy fuerte. Pues, con el choque eléctrico, un impulso o bien empujón súbitamente se besan con la necesidad a flor de piel mientras dejan que sucedan los hechos, como el día sigue a la noche, irreversiblemente, el transcurso natural de la vida, de un alma que crece hasta convertirse en adulto.
En sus besos la velocidad de la mañana en atardecer, yendo y viniendo, apretándose y lamiéndose con tal lentitud pero increíblemente intenso como si el mínimo instante de quietud corriera a desastre. La boca solo reacciona ante esa tentación, ese par de rosados y bien marcados labios que Takahiro piensa que está besando, indudable, un gesto de puchero. Empero es simplemente así, prominentes y ahora -descubre- deliciosos como la miel.
Hasta que se separan. Se alejan despacio pero agitados. Hay una neblina en sus ojos, como despertar luego de mucho tiempo, de emerger luego de tocar fondo, ahogado, cristalizado y roto. Entonces mira directamente a los ojos de Mattsun.
La realidad que atraviesa y lo parte en dos.
No.
Hanamaki siente que el cielo se le viene encima. Que las estrellas se apagan y que todo lo que ha hecho ha estado terriblemente mal ejecutado desde el principio. Y es su culpa, por dar permiso a este gran paso. Siente la boca extraña, como si alguien más hubo estado al mano de sí, ordenado hacer esto y lo otro. Y el autómata de adentro obedeció casi desesperado, demasiado ansioso por acatar esas ordenes prohibidas; besar a su maldito mejor amigo. Y la verdad es que tiene miedo, está tan terriblemente aterrado que todos los vellos se erizan dando paso a una especie de felino que ante cualquier movimiento reacciona y huye desaforado.
Él está... confundido.
Él tampoco habla, sino que se mueve, deslizándose como un pez en el agua. Sólo que su agua lo ahoga y la presión hostiga su garganta, pulmones y todo lo que conlleve el esternón pues la presión es súbita, exagerada a un simple gesto pero que, como la piedrita que destruye el vidrio, es tan poderosa como una avalancha y solamente ocasiona desastre.
A tanto temperamento, Takahiro parpadea. Inhala, exhala, y finalmente junta los pedazos suficientes para hablar:
— Eso — dice, pues en realidad no pensó qué decir. Así que prefiere simular que esta bien, sin reacción evidente —. Olvídalo — no es nada, no me prestes atención. Pero apenas murmura dos o tres sílabas.
Silencio.
Takahiro piensa que se ha expresado mal y esas cejas grandes ajenas que caen como dolidas son su culpa.
El aire cambia.
La sonrisa tenue de un pincel que apenas pasó por allí.
Los colores ilícitos de algo comenzado pero dejado a medias.
De repente, Matsukawa lo despeina por segunda vez en la noche. Él es tomado desprevenido y lo expresa mediante una mirada de sorpresa. Los dedos largos pasan por sus cortos cabellos, ésta vez en círculos desmarañados. Se deja hacer, extrañamente tranquilo, hasta que el contacto se rompe y se deshace en lentitud eterna.
— Nos vemos mañana — anuncia Mattsun y se marcha con el suave arrebato de las despedidas, mas ésta es diferente. Él lo sabe sin embargo hacer algo no está en sus opciones, mientras los tétricos pasos a la distancia son precisamente la música que detesta y apuraría a sacar, a detener. Pero se queda allí, en la quietud de la noche, esperando que la sincronización del cuerpo y mente funcionen como en algún momento han hecho y lo alejen rápido de aquí para callar su propia consciencia.
Espera, largo rato.
Cuando reacciona, trota a casa, desbocado.
¡!¡!
Al principio iba a ser un beso sencillo e inocente, el primer beso, pero luego pasó algo que me hizo escribir este remolino de choques encontrados.
Perdón por la torpeza.
nao