Disclaimer: Los personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya.

Advertencias: Universo Alterno (uso de nombres humanos), posible aunque no intencional OoC por el curso común de la historia. Contexto de Historia Medieval (Las guerras de independencia de Escocia en el siglo XIII), lime (por ahora).

Notas: Le cambié el apellido humano a Escocia, con el permiso del señor Himaruya (¿?).


LUS PRIMAE NOCTIS


—An in love heart—


I


La campana de la iglesia anuncia el fin de la misa, extendiéndose en un eterno eco que finalmente pasa desapercibido entre las conversaciones y las risas de la gente, porque ese día es un día para festejar. Toda la gente de los campos de Glasgow celebra que la primogénita de los Mackay se ha decidido por un pretendiente.

La familia Mackay son los dueños de los campos más fructíferos y fértiles de toda Escocia. Entrar a la familia por medio del enlace del matrimonio es una dicha que muchos jóvenes escoceses anhelaban. Los ingleses avanzaban sobre sus tierras y su avaricia los estaba llevando al borde del colapso. Muchos campesinos debieron convertirse en vasallos de señores ingleses a cambio de un plato de comida al día, unas cuantas migajas de pan y un poco de agua fresca. En cambio, los campos de los Mackay estaban fuera del alcance de cualquier ejército inglés porque su posición era estratégica: lo suficientemente al norte de Escocia e idealmente escondidos tras las colinas. Llegar allí a caballo era casi imposible, a menos que se estuviera dispuesto a sacrificar por lo menos un tercio de ellos y los ejércitos no estaban dispuestos a pagar ese precio.

Esos deseos eran secreto a voces entre la gente. Los Mackay sabían que sus tierras eran codiciadas, para bien o para mal, por lo que percatarse que su única hija ya comenzaba a crecer fue tanto una alegría como un motivo de desesperación y desvelos. Para Ian Mackay no había ningún hombre digno de Murron, y espetó bruscamente en la cena de nochebuena junto a su esposa y su hija, que quien quisiera desposarla debía demostrar su honestidad, valentía y la pureza de su corazón. Sólo así podría partir de ese oscuro mundo en paz.

Murron creyó firmemente ese discurso y comenzó a idealizar en su propia imaginación al hombre que quería como esposo. Sería alto y fornido, de corazón noble y casi ingenuo, y se dirigiría a ella con la cortesía de un caballero y el deseo de un experto amante. Su mirada la convencería de saltar los muros, de escabullirse en los bosques y de buscar cada noche su tacto. Ninguno parecía siquiera aproximarse al hombre que ella deseaba, porque aunque su mente pareciera ser una fantasía de niña pequeña, su carácter era el de una mujer hecha fiera. Su rostro era una constante seriedad y sus manos eran la destreza misma con el arco. Odiaba a los ingleses con la misma vehemencia con la que amaba a sus padres y a su tierra. Gozaba de andar a caballo y bailar al ritmo de la gaita, mientras su cabello largo, una ola naranja tras su espalda, se agitaba como una llama de fuego. Pero pese a la dureza que en sus suaves facciones descansaba, nadie podía notar la dulzura con la que caminaba entre la gente, atendía a los niños y mimaba a su padre y a su madre, que ya la edad comenzaba a hacerse notar en ellos.

Sólo uno percibió su docilidad. Sólo uno notó la ternura, sólo él logró enmudecerla cuando notó su existencia.

Él, era Allistor.

Un joven de la familia Wallace, con dos hermanos menores que él. Sus padres eran Agnus y Eleanor Wallace, dueños de un pequeño campo al oeste de Escocia y una de las pocas familias que aún gozaba de independencia de los señores ingleses. Murron notó a lo lejos su actitud bonachona y traviesa con sus hermanos menores, la sonrisa ladeada de labios finos y dientes blancos. Su porte de príncipe y guerrero, su cabello alborotado de mechones rebeldes, tan rojo como el mismísimo diablo. Allistor, el hijo mayor de los Wallace, era todo un señor pese a sus prematuros veintidós años, y un demonio suspicaz que sabía atacar a las mujeres con su hechizante mirada verde, aunque Murron supo darle batalla un tiempo.

La primera vez que la vio fue en la iglesia. Un velo blanco y fino cubría su cara, y Allistor desviaba su mirada verde hacia Murron sin girar la cabeza. Ella, inquieta, le responde de la misma forma, con los ojos eyectados de irritación. Él le sonreía, ella se espantaba, y cuando llegaba la noche, tendida en su cama de paja, le sonreía a las estrellas ensimismada pensando en Allistor, como si éstas pudieran ser el canal hasta él.

Pero Murron sabía que ese juego inestable de miradas y sonrisas (que a veces respondía, tan tímida que parecía imposible que fuera ella) no podría sostenerse por más tiempo. Allistor la abordaba a veces en el pueblo, la seguía mientras le insistía en encontrarse con ella en el bosque a oscuras porque se moría por tenerla cerca e inagotable de pasión. Murron fingía enojo y a veces se volteaba y le cacheteaba la cara con una fuerza debilitada por su sonrojo, mientras Allistor se reía contentísimo. Cómo le gustaba esa mujer.

Fue Ian el primero en notar que Murron a veces reía tontamente en las cenas, que bajaba al pueblo con mayor frecuencia y ese demonio rojo Wallace la seguía a todas partes, pero nunca hasta su casa. Ian podía estar envejeciendo, pero no por eso existía nadie aún en el mundo capaz de hacerlo tonto.

Hasta que Allistor se atrevió a ir hasta la ventana de Murron una noche de primavera. Sigiloso como una sombra, tiró una piedrecita y ella se asomó. Aún estaba despierta. Cuando la vio, la sonrisa felina de Allistor se mostró más seductora que de costumbre. Murron, escandalizada, le gritó en silencio:

—¡¿Qué diablos haces aquí?!

—Vine a verte, linda—Le responde él con la naturalidad de quien habla de las siembras de la estación—. Bueno, no—Se rasca la cabeza— Vine a buscarte.

—¡¿Qué?! —Volvió a escandalizarse ella, mirando detrás por si sus padres sentían la presencia de un demonio rojo afuera de su casa y cortejando a su hija.

—¡Murron! —La llamó su madre desde adentro de la casa—¡¿Qué haces despierta?!

—¡N-nada, mamá! ¡Ya me dormiré! —Y tuvo suerte de que su padre tuviera el sueño pesado y de que su madre no se hubiera asomado a su ventana. Volteó hacia el atrevido joven y le ordenó con la voz más demandante que pudo—¡Vete ya, maldita sea! ¡O papá se encargará personalmente de sacarte los ojos!

—¿Y eso te preocupa, cierto? —Le dijo socarronamente, haciendo que ella se irritara por su maldita actitud—Bien, ¡bien! Me voy—Respondió entre risas—. Valió la pena verte—Y volvió a escabullirse entre las sombras.

Murron sonreía tanto, que parecía querer mostrar su alma entera en su mirada azul, luminosa como esa noche. Una noche que ella creería mágica durante varios días, pero que ni se aproximaba a la que sería la mejor noche de su vida dentro de poco.

Fue al otro día que Murron trató de auto controlarse lo que más pudo enfrente de sus padres, mientras bebía su leche y mascaba su pan. Ian la observaba igual de risueña, pero Brigitte, su madre, notó un brillo singular en sus ojos. Con ella no podía disimular nada.

Como Brigitte era una buena esposa, le comunicó a Ian que la noche anterior andaba ese Allistor rondando la casa, la ventana de Murron y la honradez de su hija. Cuando la chica bajó al pueblo, su padre fue con ella. No iba a volver a dejarla sola con ese pelafustán. No señor. Él iba a ser claro con el chico desde el principio, intentando mantener los celos de padre a raya.

Cuando lo encontró, lo agarró de la ropa por la espalda y lo acercó a él. Murron estaba detrás intentando apaciguar la situación sin éxito alguno. Las pupilas de Allistor se contrajeron, jamás pensó que el señor Mackay lo hubiera descubierto cortejando descaradamente a su hija.

—Escúchame bien, mocoso—Le dijo tan cerca que Allistor apagó un momento su actitud impertinente y escuchó con total atención a quien pretendía convertir en su suegro; no oficialmente, claro—. Si quieres cortejar a mi hija lo vas a hacer como corresponde y no como un vándalo. ¡¿Entendido?!

Pero ese demonio rojo no se dejó intimidar. Lo miró directo a los ojos y respondió:

—Sí, señor.

Al soltarlo, tomó el brazo de Murron con más fuerza de la que le hubiera gustado y se dispuso a volver a casa con ella. La chica, utilizando sus artimañas para convencer a su padre (y entrar un poquito en la manipulación, cosa que detestaba hacer con ellos pero la situación lo ameritaba) le dijo que debía conseguir algunas cosas con el mercader para la cena de esa noche y que apenas terminara allí, iría a su casa.

Ian sabía que eso era una vil mentira, porque Brigitte solía hacer lo mismo cuando él la cortejaba y ella debía buscar excusas tontas con su padre para poder estar más tiempo con él. Aceptó solamente porque confiaba en el criterio de Murron. Allistor podía irse al infierno, pero su hija no era como cualquier muchacha ingenua; Murron era de armas tomar y si había algo que ella supiera mantener a raya era a los muchachos impertinentes. Así que Ian se alejó de ella y caminó a casa tranquilamente. O no. Algo le decía que ese muchacho era distinto. Era inteligente, de cabeza fría y decidido. No cualquiera le hubiera respondido con la firmeza que él lo hizo cuando lo encaró. Y eso entusiasmó a Ian porque Murron podría contar con esa protección que él ya no pudiera darle cuando no estuviera.

—Cosa seria tu papá—Le comentó despreocupadamente Allistor a Murron, quien aún estaba un poco inquieta.

—Pues tiene toda la razón del mundo—Le respondió duramente sin rodeos.

Allistor la miró. Le inyectó la seducción con sus ojos verdes y ella se puso ansiosa. Se le acercó, atrevido, y le susurró disimuladamente al oído:

—Juntémonos esta noche en el bosque, junto al río. Te estaré esperando.

No alcanzó a responderle sí ni no, porque Allistor se alejó de ella rápidamente, como queriendo disfrutar de la intriga. Murron se quedó con la boca entreabierta mientras lo miraba caminar hacia las colinas, buscando su arco y su caballo para ir a cazar. Intentó distraerse yendo donde el mercader para conseguir el pescado que quería preparar para la cena de esa noche, y cuando llegó a casa dispuesta a cocinar para sus padres y que Brigitte no tuviera ningún trabajo que hacer en ello, aún no podía sacarse de la cabeza el susurro de Allistor, cómo sus mechones rojos rozaron su nariz invadiéndole el aroma a madera. Sin darse cuenta, mientras limpiaba el pescado, se estaba mordiendo el labio mientras sonreía. Esa noche, sus padres debían cenar con vino. Sí. Los convencería de ello porque era una noche especial, o alguna cosa se inventaría. Así que guardando el pescado en una suerte de bandeja y posicionándola sobre la potente llama, esperó en su cama a que éste se cocinara.

Quería ver a Allistor, y lo iba a ver. Ya estaba más que decidido. Se levantó a medio cuerpo y miró por la ventana que proyectaba el bello atardecer y sus colores cálidos. Pensó en cómo iba a escabullirse, pero de seguro no iba a ser tan difícil, sabía manejarse bien en los campos de Glasgow, conocía esas tierras como nadie y de seguro podría llegar antes que él, porque seguro ella era mejor conociendo el lugar. Fue en ese bosque donde aprendió a cazar gracias a las lecciones de su padre, a veces un poco duras, pero indudablemente efectivas. Se pregunta entonces si ahora ella sería la presa, finalmente, de ese demonio rojo que tan insistente le resultó. Jamás se esperó que la hostigara tanto y hasta hace poco aún tenía la triste idea de que pronto se aburriría y buscaría alguna presa más fácil, pero no. Jamás lo vio con nadie más, pese a que eran muchas las muchachas que esperaban seducirlo, pero él siempre tuvo ojos sólo para Murron, y Murron, desde que Allistor apareció, bloqueó instantáneamente a los demás hombres que la codiciaban, porque eso era meramente, una codicia. Anhelaban los campos más fértiles de Escocia y estar lejos de los ingleses, pero no la deseaban a ella, o tal vez sí, por su belleza, pero no por todo cuanto era. Allistor fue capaz de ver más allá de su herencia, de su desbordante hermosura, de su actitud de fiera domada. Él había sabido cortejarla con una estrategia tan efectiva que ella jamás se dio cuenta de cuando ya estaba decidida a abandonar su casa de noche para ir a reunirse con él en el bosque junto al río, expectante de lo que pudiera suceder.

Cuando el pescado se cocinó completamente, dispuso la mesa para la cena. Sus padres llegaron del campo después de haber recogido las manzanas de los huertos, y estaban muy cansados. Murron les sirvió la comida y el vino, intentó actuar lo más naturalmente posible con ellos comentándole cosas del pueblo y esperando que ellos respondieran, y afortunadamente, ninguno de los dos se dio cuenta de nada. Comieron, Murron retiró y se fueron a dormir cuando la noche ya era absoluta. Ella esperaba ansiosamente escuchar la respiración pesada de sus padres mientras dormían, con el corazón desbocado latiéndole hasta en las sienes y las pupilas dilatadas por la emoción. Y cuando logró hacer que se durmieran profundamente, se destapó y tal como estaba, fue al establo y salió a caballo hacia el bosque.

El trote constante y el frío de la noche, el viento golpeándole la cara y ondeándole el cabello. Su corazón latía más y más fuerte, como si supiera que ese instante sería inolvidable.

Cuando llegó, hizo detener su caballo y lo amarró junto a un árbol con la suficiente agua y hierba. Cuando miró hacia el río, vio que Allistor ya estaba allí, esperándola en intimidad y oscuridad.

Murron sonrió sentidamente al encontrarlo. Él volvió su mirada verde hacia ella, y le correspondió la sonrisa. No era socarrona, era sincera. Una sonrisa de ansiedad y felicidad que ella le creyó al instante. Se puso de pie y se le acercó, atrayéndola, abrazándola y sintiéndola cercana y conectada con él. Estaban lo suficientemente próximos del río como para escuchar su caudal, con su sonido fresco que los envolvía en tranquilidad. Estaban nerviosos, pero tan felices de saberse solos e íntimos, que no pudieron seguir dilatando el momento.

Y fue menester que el instante se presentara para no decirse nada, para no saludarse, no mirarse con segundas intenciones sino que todo fuera directo, pero con la suficiente calma como para disfrutarse en profundidad. Al mirarse a los ojos, con sus torsos unidos, Allistor envolvió la cintura de Murron con sus brazos y la besó en los labios. Fue ese el momento en que el calor se manifestó explícitamente en sus cuerpos. Con el beso concretado, las manos de Allistor la desnudaron, se desnudó a sí mismo, y con el tacto preciso y delicado la recostó en el suelo. Aún no se atrevía a posicionarse entre sus piernas, a acariciar la piel blanca expuesta a la luz nocturna. Ni siquiera se atrevía a hablarle. Pero ella sí, y al saberse recostada en el suelo y sobre las ropas, fue capaz de percibir en su piel el calor gélido de Allistor invadirla desde afuera. Notó el nerviosismo de muchacho, pero ella supo que no era por inexperiencia, era porque todo cuanto hacía era guiado por su corazón, no por sus deseos.

Ella lo entendió tan bien, que separó sus labios de los de él y besó su frente. Allistor temblaba, y ella sintió la urgente necesidad de acogerlo en su pecho y abrazarse a él con brazos y piernas, y así lo hizo. Desnuda, con una extraña humedad, lo acogió. Tembló también al percibir en su vientre el deseo de Allistor, pero nada la detuvo. Llenó de besos su rostro hasta hacerlo sonreír de nuevo, rearmando las desmoronadas piezas del autocontrol. Porque Allistor quería hacerle el amor como se lo merecía, quería que la primera vez de ella fuera inolvidable.

Y lo fue.

Le dijo que era la primera vez que lo hacía con una mujer virgen, y ella casi se ofende por saberse inexperta, pero no pudo evitar conmoverse de todas formas. Y fue con la emoción que Allistor jugó conjuntamente con el deseo, la excitación y las reacciones de su cuerpo. Fue el amor el que lo guio por el cuello de Murron, que lo hizo invadir sus espacios más íntimos y voluptuosos a sus ojos masculinos, y emocionado como nunca besó sus pechos, escuchó los suspiros extasiados de ella, separó sus piernas al continuar su camino con su boca, viajando hasta lo más recóndito y haciéndola olvidarse de todo cuanto pudiera y que el corazón le explotara de amor hasta derretirla en sus brazos. Allistor volvió a mirarla a los ojos, volvió a subir a su rostro que estaba dulcemente sonrojado, y la besó otra vez. Así, sin abandonarla concretó la unión, poco a poco, la esperó pacientemente a que se acostumbrara, con amor infinito, la oía gimotear ahogadamente contra su boca, pero nada de eso lo distrajo. Fue sólo el ardor inicial, luego, el amor puro los guió hasta el placer final, la cúspide del calor más sincero que tenían para entregarse. Allistor la besó otra vez, quieto sobre y dentro de ella aún, y apaciguaron sus respiraciones entre risas inocentes y enamoradas, besos y destellos de luz.

—Quiero estar contigo para siempre—Le dijo él, aún conmovido, y como lo estaría hasta el último día de su vida—. Te amo, Murron.

Y ella terminó de entenderlo por fin.

Antes del amanecer se vistieron rápidamente. Se despidieron con un beso, partiendo ella a su casa antes que él. Alcanzó a llegar a su cama cuando amaneció y cuando sus padres despertaron, encontrándola con ojos cerrados en su cama, con una luminosidad especial en su rostro. Salieron al campo, y ella miró por la ventana hacia el cielo. Había sido la mejor noche de su vida, había hecho el amor con el hombre que amaba y nada podría arruinarle su felicidad.

Fueron cinco días de más encuentros en el pueblo, donde él la abordaba y le decía lo bella que estaba, pero no volvió a decirle que la esperaría en el bosque. Murron no pensó en que algo malo ocurría, ni siquiera se le pasaba por la cabeza, porque cada mirada de Allistor, cada caricia disimulada en su cabello naranjo era un indicio del amor que aún latía entre ellos, que aún latía en las noches con ella donde a veces lo extrañaba tanto que sus sueños evocaban los recuerdos de su primer encuentro. Las miradas indecentes de Allistor en el pueblo no hacían cambiar su admirable porte y su actitud al caminar hacia ella y saludarla con un respeto que parecía demasiado lejano al deseo que le despertaba; seguía siendo el hombre de sus sueños después de conocerlo como lo llegó a conocer.

Al sexto día después de que él la sedujera hasta lo indecible, él se atrevió a aparecerse en su casa. Murron lo vio conversar con sus padres y casi se le va el alma en un gritito que supo disimular. Con toda la cortesía y elegancia que portaba, le dijo a Ian su propósito:

—Quiero pedir la mano de su hija.

Su padre volteó hacia ella, la examinó detenidamente esperando una respuesta. Después miró a su esposa, quien tampoco fue capaz de articular palabra frente a la osadía de ese diablillo de pelo rojo. Murron, mientras, miraba a Allistor con una mezcla de emoción, sorpresa, ira, ansiedad, amor y otras cosas. Ian carraspeó atrayendo la atención de su hija.

—¿Qué piensas tú? —Le pregunta.

Murron no puede hacer otra cosa más que sonreír.

—Elegí a Allistor hace mucho tiempo, papá—Dice con la voz ilusionada.

Ian alza la ceja y acepta el compromiso, no sin antes advertirle a ese muchacho Wallace que cuide de su hija con su propia vida si ha de ser necesario, si no quería enterarse de qué era capaz. Murron se le lanza a los brazos y besa la mejilla de su padre, para luego abrazar a Allistor quien la recibe gustoso. Brigitte le comenta a su esposo que nadie era más digno que él para desposar a su hija.

—Es un muchacho valiente—Le dice—. Murron estará bien.

Y no tiene ninguna duda de ello.

Así, Ian organizó una fiesta para celebrar el próximo matrimonio de su hija, después de la misa de ese día domingo. Además de comida y whisky escocés por montones, bailes y risas, se dejaban escuchar rumores entre la gente, los de los jóvenes y ahora rechazados pretendientes de Murron y las varias conquistas despreocupadas de Allistor, pero nada de eso les significó mayor importancia. Los padres de Allistor, Agnus y Eleanor Wallace, sentados a la izquierda de su hijo mayor, se miraron con Ian y Brigitte, como un acuerdo implícito de la unión de ambas casas.

Luego de anunciada la unión en matrimonio, la ceremonia formal se realizó a la semana siguiente. Los preparativos fueron los más dedicados de toda Escocia, ni el matrimonio de Alejandro III con Margarita de Inglaterra fue tan vivaz y colorido. Murron llevaba un vestido blanco avejentado, simulando la pureza de novia que, sin que nadie lo supiera, había sido robada por Allistor varios días antes de la boda. Él vestía una kilt a cuadros azules y blancos, el cabello rojo tan rebelde como nunca y la sonrisa ladina que expresaba confianza y felicidad en dosis igualitarias. Fue hasta que el sacerdote declaró su unión eterna que lo demás se volvió difuso para él. Al levantar el velo y descubrir su rostro, su mirada azul oscuro y sus labios rosados, él la besó como si quisiera sellar él mismo la promesa de cuidarla y amarla para siempre.

O hasta que se le hiciera posible.

El comienzo de ese nefasto final fue cuando se escucharon los galopes de unos caballos. Caballos ingleses venidos desde el sur. Todos los campesinos se alarmaron, se pusieron de pie de sus asientos y se olvidaron de la celebración. Intentaron buscar sus armas o algo con qué defenderse, pero jamás habían sido un ejército y los implementos de las huestes de Eduardo El Zanquilargo era uno de los más poderosos. Para la mediana fortuna de Allistor y Murron, no era el ejército del rey, sino un puñado de soldados mal entrenados y con la soberbia por las nubes los que llegaban a invadir su celebración.

Fue Ian el que se atrevió a preguntarle a esos mequetrefes qué diablos hacían allí. Esas tierras eran escocesas y la conquista no pudo haber avanzado tan rápido, así que era imposible que estuvieran en nombre del rey.

Y lo cierto era que no iban en nombre del rey, sino en nombre de un lord inglés. Y a esas alturas, los campesinos escoceses ya no sabían qué podía ser peor.

Porque sí, se iba a poner peor.

Entre los soldados mal comportados apareció el único caballo blanco. Sus hombres reverenciaron su presencia y le señalaron a Ian como queriendo acusarlo, el campesino que osó interceptar su llegada por la reclamación del derecho de pernada. El lord hizo caso omiso de él, y se concentró en la joven pareja que hacía minutos habían concretado ante Dios y los hombres su unión.

—Mi señor—Comenzó a decir uno—¿Quiere que nos llevemos a la mujer?

Ella palideció, y por acto reflejo se escondió detrás de Allistor, quien enfrentó con la mirada al lord inglés, desafiante. Nadie iba a llevarse a su esposa, ni aunque viniera el mismísimo Eduardo I a reclamarla.

—No te atrevas a tocarla—Rugió como una bestia.

El lord inglés rio estruendosamente, agitando sus cabellos rubios casi tan rebeldes como los de Allistor, y frunció el ceño de tal forma en que sus enormes cejas casi se tocaron. Cuando terminó de reírse de la imprudencia del campesino, bajó de su caballo y caminó hasta él. Era al menos un jeme más bajo que el escocés, pero ni de cerca se intimidó. Él tenía un ejército, el derecho a esas tierras y un puesto importante en la corte inglesa, además de ser un importante estratega en la conquista de Escocia.

Y por supuesto, tenía el derecho de pernada.

—No la quiero a ella—Espetó con una sonrisa triunfadora.

Allistor abrió tanto sus ojos como pudo.

—De qué mierda hablas, enano—Preguntó, sorprendido y asqueado.

—Lord Kirkland—Volvió a hablar el mismo soldado—, no vino hasta acá para follarse a la suegra—Bromeó atrevidamente y los demás soldados rieron. El mismo Kirkland sonrió más ampliamente por la ocurrencia.

Murron deseó estrangular a ese malnacido inglés con sus propias manos, y saliendo de la protección de su esposo se lanzó como una fiera sobre él atacando el cuello del lord, quien cayó al suelo estrepitosamente intentando quitarse a la fierecilla escocesa de encima. Ante el escándalo, los soldados la tomaron de los brazos y la alejaron de Kirkland dispuestos a degollar su angosto cuello. Allistor quiso ayudarla, pero la espada de filo doble del lord presionó un poco la piel de su torso. Si daba un paso más, sería hombre muerto.

—Ven conmigo—Le dijo casi en un susurro. Allistor se volteó, su mirada verde se encontró con la del lord. Tenían ojos verdes idénticos, pero el brillo del inglés era siniestro.

Allistor volvió a mirar a su esposa, atrapada entre los soldados ingleses, inmovilizada. Se preguntó qué clase de broma de mal gusto era esa. Pero de todas formas, era innegable que prefería ser él quien debiera irse con ese asqueroso inglés y que no tuviera que irse ella.

—Promete que no le harás daño—Ordenó.

El lord inglés no dijo nada, sólo le dio una orden con un gesto a sus soldados para que la soltaran y ellos obedecieron sin rechistar, dejándola caer al suelo con su impotencia y sus gritos ahogados muertos en la tierra.

—¿Contento? —Le dijo irónicamente.

Allistor aceptó irse con él, entonces. Le inmovilizaron las manos por delante y con una cuerda lo arrastraron hacia el sur. Kirkland volteó con una mirada fugaz al último soldado, y con su dedo le indicó a la muchacha. Allistor, percatándose, no alcanzó a gritar lo suficiente, a zafarse del agarre de sus muñecas ni mucho menos a correr hacia ella para defenderla: fue en apenas un instante cuando el soldado la tomó de las hebras naranjas y la levantó del suelo, y con su espada cortó el cuello de Murron haciendo que la sangre saliera disparada a chorros sobre los campos escoceses, la quebrada felicidad de Allistor y la agonía de Brigitte y de Ian. En menos de un minuto, Murron cayó muerta y la risa del soldado inglés junto con la de su lord se escucharon tan fuerte como las campanas de la iglesia.

Ya no había motivos para Allistor en querer soltarse del agarre del lord inglés que se lo llevaba personalmente hacia Inglaterra; salvo su sangre escocesa que gemía por venganza, la de su tierra y la mirada nublada de Murron despidiéndose de él con una sonrisa derrotada. Te amo, Allistor; le había dicho antes de que su vida se esfumara en manos del soldado.

Comenzó a nublarse y llovió frío en tierras escocesas, las gotas quedas endurecieron el corazón de Allistor y oscurecieron sus ojos.


...


Notas finales:

¡Sí! ¡Díganme que no soy la única que se imagina a Escocia como William Wallace par favaaar!

Bien. Tengo que aclarar aquí, necesariamente,que el Derecho de Pernada como tal (ese derecho que tenía el señor feudal de pasar la noche de bodas con la novia luego del matrimonio de su vasallo) es una invención de la Ilustración, nunca existió tal cosa en la Edad Media. Maldita Ilustración, desprestigiando a la Edad Media porque sí...

Era necesario acá cambiar el apellido de Escocia, lo siento. Me sentí en el apuro, también, de crear a Irlanda, porque por lo que he visto no hay diseño oficial y al navegar por el basto mundo del internet, sólo encontré OC's, así que yo creé el mío. Espero que no haya salido tan descabellado. Aclaré también que es "Fem" y no"Nyo", porque algunos diseños son de por sí femeninos y el "nyo" asumiría que se quedaría en masculino, y no me servía para esto. Y claro, no me aguanté a llamarla Murron, como la primera esposa de William Wallace en la hermosísima película de Mel Gibson. Mackay es, según lo que encontré por ahí, un apellido irlandés. Acá la hice escocesa para fines prácticos solamente.

Otros puntos: el rey Alejandro III era rey de Escocia y no dejó herederos, pese a haberse casado con Margarita de Inglaterra, por eso el rey inglés Eduardo I (Eduardo "el Zanquilargo" o Eduardo "Piernas Largas") reclama su derecho sobre Escocia.

La Kilt es la famosa falda escocesa. Aunque en la época era un trozo de tela gigantesco que servía como falda y se amarraba con un broche en el pecho. La falda solita es el diseño de una Kilt moderna.

¡Gracias por leer!

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