Un suspiro salió de mis labios en el mismo momento que cerré la puerta detrás de mi.
Aún persistía en mi memoria la reconfortante sonrisa del señor Bankotsu y las alegres noticias que traía para mi. No sé cómo pude contenerme de ponerme a saltar como si fuera una niña chica, pero supongo que la curvatura de mis labios llegó a plasmar lo que sentía porque Bankutso me miró divertido. Después de muchos agradecimientos y promesas, por fin he salido del despacho, y lo único que quiero ahora es volver a casa y contarle todo a Ayame y Koga.
Y es que... ¡era universitaria!
Ni yo misma me creía esas palabras.
Después de tanto tiempo soñándolo, de verlo tan lejano, de parecerme casi imposible... ahora, el sobre que llevaba en mis manos con la matrícula -uno con mi nombre y foto impreso en ella- me hacía ver que esa realidad no podía ser tan descabellada.
—Nos vemos, jovencita— se despidió la secretaría con una amable sonrisa cuando pasé por su lado, la cual correspondí.
Caminé por el amplio pasillo, dirigiéndome a la salida, cuando sentí algo vibrar en el bolsillo. Saqué el móvil, encontrándome con un mensaje de Ayame.
Q tal ha ido todo?
La sonrisa en mis labios creció.
Te presento a la nueva universitaria ^^
No pasaron ni dos segundos más antes de que obtuviera una contestación. Me la imaginaba escondida en el almacén de tienda en la que trabajaba esperando mi respuesta. Honestamente, no sabía quién había estado más nerviosa por esto, ella o yo.
AAAAAAH! ¡Me alegroooo! ¡Esta noche tenemos que celebrarlo!
Intercambiamos un par de mensajes más, hasta que ella me dijo que debía seguir trabajando o Kana (su estricta pero amable jefa) la pillaría. Nos despedimos hasta esta noche, pues hoy tenía el turno partido y había quedado en que iría a comer con Koga a algún sitio, y entonces volví a guardar el móvil en el bolsillo.
La Universidad Todai era inmensa y muy majestuosa. Debía tener mucho cuidado en no perderme dentro de ella y ya no solo eso, sino que sus jardines también eran muy espaciosos. Era un sitio hermoso y no veía el momento en el que empezara el curso y ser una alumna más.
Aún quedaban unas pocas semanas para que empezaran las clases, pero igualmente había unos pocos jóvenes que deambulando por ahí seguramente para terminar con el papeleo o algo así como me había pasado a mi.
Me dirigí hacia el otro ala, como me había indicado Bankotsu, y tuve que dar gracias a que pude encontrarlo con relativa facilidad entre tantos pasillos. Ahora tenía que ir a donde se organizaban todos los cursillos o clases adicionales para asegurarme de que entraría en el curso que daban por la tarde para aprender lenguaje de signos.
Aunque no quería, a unos pasos de la puerta, sentí un pequeño pinchazo en el corazón, y tuve que parpadear un par de veces para contener las lágrimas que querían escaparse. Aún recordaba la primera vez que me hablaron de eso, que él lo hizo, y como nos pasamos esa tarde con él intentando enseñarme todo lo que recordaba...
InuYasha...
¿Cuándo podré verte...? Te echo tanto de menos...
—Ehm, hola— una voz consiguió sacarme de mis pensamientos y parpadeando me encontré hasta encontrarme con una chica a un par de pasos de mi, mirándome con una ceja arqueada— ¿Vas a pasar? Si no, bueno, yo tengo que hacerlo.
Rápidamente sentí como toda la sangre acudía a mis mejillas. Ah, cielos, yo y mi torpeza. Sacudí la cabeza y di un par de pasos hacia atrás, mientras me mordía el labio inferior. Le hice una seña para que se adelantara ella, sin embargo, no lo hizo, sino que me miró con curiosidad a través de sus ojos marrones, que estaban enmarcadas por una sombra de ojos rosa que la favorecía muchísimo. Su pelo, también castaño oscuro, lo tenía recogido en una coleta alta y su flequillo le llegaba un poco más arriba de sus ojos.
—Perdona mi brusquedad, pero... ¿nos conocemos?— me dijo después de que se quedara por unos segundos en silencio.
Mis ojos se abrieron sorprendida por sus palabras. No creo, porque a mi ella no me sonaba de nada. Además, acaso de que hubiera estado en el internado, no habría otra forma de conocerla, porque aquí en la cuidad no es que tuviera mucho contacto con la gente que digamos.
Fruncí el ceño levemente y sacudí la cabeza, y ella inclinó la cabeza extrañada.
—Vaya, pues me suenas mucho, y no sé por qué— murmuró pensativa. Entonces, como si se hubiera acordado, murmuró algo y su rostro se transformó en una sonrisa— Pero que maleducada que soy. Encantada, me llamo Sango Taijima— y extendió una mano hacia mi.
No quería hacerle el feo, esa chica parecía ser agradable, pero de nuevo sentí un nudo en mi garganta al ver que no podía si quiera hacer algo tan fácil como presentarme. ¿Cómo pensaba entonces sobrevivir en este mundo? ¿Cómo pude pensar que todo sería tan fácil?
—Oye, ¿estás bien?— Sango me miró preocupada, acercándose un paso— Estás un poco pálida.
Sacudí la cabeza, haciéndole ver que no era nada, pero al ver que no se quedaba muy conforme, decidí hacerle frente. Debía hacerlo. Le prometí un día a InuYasha que no dejaría que nada me hiciera caer, por muy grande o pequeño que fuese, y pensaba cumplir la promesa.
Él, a pesar de todo, había estado cuidándome. Aún me debía muchísimas explicaciones, pero el que estuviera aquí se debía a él, estaba segura, y jamás podré olvidar ese hecho. Al final, él había cumplido con su palabra... y yo tenía que hacer lo mismo. Así que, inspirando profundamente, saqué la libretita que llevaba conmigo a todos lados y escribí bajo su atenta mirada.
Encantada. Yo me llamo Kagome.
Creí sentir un deja vú cuando Sango alternó su mirada entre lo escrito y mi rostro, y supe que había unido los puntos cuando la lástima cruzó su mirada. Intenté ignorarla, como siempre hacía cuando pasaba, y yo extendí mi mano. Después de unos segundos, ella me lo correspondió, sus labios curvándose de forma amigable.
—Kagome— comentó— Es un bonito nombre.
Le correspondí la sonrisa y me encogí de hombros.
—¿Vienes a estudiar a aquí? ¿Es tu primer año?— me preguntó con genuina curiosidad.
Asentí, mientras le mostraba los papeles de mi matrícula.
—Ah, genial. Me alegro mucho. Yo trabajo aquí, aunque no en esta ala precisamente, solamente vengo a por unos papeles.
¿Trabajaba? Vaya, tan solo le echaba un par de años más que yo...
—Sí, bueno— añadió, seguramente leyendo la pregunta en mis ojos— Nunca me ha gustado estudiar mucho, así que hice un grado medio de economía— se inclinó un poco hacia mi—, y como soy amiga puede decirse que tuve un poco de enchufe para trabajar aquí. Pero, oye, que soy muy buena en mi trabajo.
No pude evitar reírme. Sango parecía una buena chica, muy alegre y divertida. Se parecía mucho a Ayame.
—Ahora, tengo que irme. Vamos un poco tarde y como me retrase más, mi jefe me tirará por la ventana— me sacó la lengua, dándole un toque más bromista a su comentario— Un gusto verte, y a ver si nos encontramos más por aquí— antes de que me diera cuenta se había acercado a mi y me había envuelto en un abrazo— Si necesitas cualquier cosa, pregunta por mi y ya te dirán dónde encontrarme, ¿vale? Tú no te cortes. ¡Nos vemos!
Y como un remolino, no me dio tiempo a alzar el brazo para corresponder su despedida, que ya había traspasado la puerta dejándome sola en el pasillo. Mis labios se curvaron de la impresión.
Me gustaba Sango y esperaba volver a verla.
·
Cambié el cana de la tele y sin haber nada que me interesara, terminé por apagarla.
Me encontraba sola en el apartamento, pues tanto Koga como Ayame se encontraban trabajando. Después de llegar a la casa, había almorzado y había pensado ponerme a ordenar toda la casa, pero lo había hecho más rápido de lo que esperaba y ahora me quedaba casi toda la tarde en solitario dejando que las horas pasaran.
Finalmente, después de una exhaustiva búsqueda, Ayame había podido conseguir un empleo como dependienta en una tienda de moda. Yo por mi parte, había intentado lo imposible por buscarme un trabajo a medio tiempo, sobretodo ahora que empezaba las clases, pero la realidad no iban acorde de mis pensamientos, porque no hay nadie que quisiera una muda trabajando... Intentaba que las negativas no me afectaran, tanto Ayame como Koga hacían lo posible para animarme, pero después de tantos "no" recibido, una conseguía replantearse el futuro.
Si bien es cierto que sabía que ahora el mundo no es como antes, que ahora tenía muchísimas más posibilidades... una parte de mi estaba dolida y furiosa por mi condición. ¿Por qué yo?, me preguntaba una y otra vez sin respuestas.
Intentando no volver otra vez a ese comedero de cabeza, me levanté del sofá y deambulé por la casa. Pensé de forma distraída que podría vestirme e ir a comprar algunas cosas que faltaban, así que no perdí el tiempo y me dirigí a mi habitación. Esta apenas tenía muebles: una cama, un armario, un escritorio y una estantería, que poco a poco estaba llenando de libros. Era simple pero muy acogedora, y a mi me gustaba mucho.
Me vestí con unos vaqueros y una camiseta morada, y cuando fui a por mis zapatos que estaban en una esquina, como siempre que pasaba que iba por ahí, mis pies se detuvieron justo delante de mi escritorio. Ahí, encima de unos cuantos papeles, una revista descansaba abierta por la misma página.
Sintiendo el familiar nudo en la garganta, mis manos viajaron solas hasta el papel y con los dedos recorrí su rostro, añorando como era tocarlo en la realidad, su aroma rodeándome o sintiendo su calidez junto a mi.
¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no volviste a mi? ¿Por qué este silencio ahora que me diste esta oportunidad? ¿Por qué no apareces? ¿Por qué esta distancia?
Mis ojos se deslizaron por las letras, un artículo que ya me sabía de memoria de todas las veces que lo había leído, y algo en mi pecho se encendió cuando leí la palabra cárcel. Quería no pensar mucho en ella, en las millones de posibilidades que esta abría, pero no podía evitarlo. ¿Qué habría ocurrido para que hubiera estado ahí? ¿Tenía que ver con su pasado? ¿Con su forma de ser?
Un suspiro se escapó de mis labios, sabiendo que por ahora no podré saber nada por más que le de vueltas, y le di un último vistazo a ese semblante frío y hermoso, antes de ir a por mis zapatos. Estaba atándome los cordones cuando alguien llamó a la puerta.
Fruncí el ceño. ¿Quién podría ser? Yo no esperaba a nadie y Ayame y Koga tenían su propio juego de llaves...
A paso lento fui hacia la puerta, pensando que podría a haber sido una equivocación, pero cuando insistieron una segunda vez, tuve que abrir. Y cual fue mi sorpresa cuando me encontré a Sango allí plantada, sonriéndome como si fuera ella una niña pequeña y yo Papá Noel.
La miré asombrada, preguntándome qué hace aquí y como consiguió mi dirección.
—¡Sabía que te conocía de algo!— exclamó, dejándome aún más descolocada, mientras se tiraba a mis brazos. Me rodeó el cuello, abrazándome como si fuéramos grandes amigas, y yo no pude más que quedarme paralizada, aún si saber que estaba ocurriendo— Ay, qué alegría. Seguramente tú no sabrás que es todo esto, pero tienes que venir conmigo.
¿Ir con ella? ¿A dónde? ¿Qué estaba pasando?
Me separé de ella y mi mirada tuvo que ser lo suficientemente reveladora para que supiera lo que estaba pasando por mi cabeza. Su sonrisa se hizo más pronunciada y me guiñó el ojo, haciéndome ver que sabía mucho más de lo que estaba dispuesta a decirme en estos momentos.
—Necesito que vengas conmigo. Es una urgencia.
¿Pero por qué? Fruncí el ceño. Acaba de conocerla de unos minutos esta mañana y no era plan de que... bueno, no sé, no parecía ser mala persona, pero Kaede siempre me había advertido de la infinidad de peligros que había en el mundo y que no podía ser tan confiada.
Al ver mi oposición, dio un paso hacia atrás y me miró implorándomelo con la mirada. Ay, parecía verdaderamente afectada e inocente de algún mal acto...
—Por favor, acompáñame. Solo será un momento y prometo que dentro de nada todo tendrá sentido.
Pero yo todavía seguía sin fiarme, así que sacando la libreta de mi bolsillo, le escribí:
¿Por qué?
Al momento de leerlo, Sango se mordió el labio inferior y supe que no me respondería.
—¿Tienes teléfono?— preguntó en cambio. Confundida, asentí— Pues entonces puedes tenerlo en la mano en todo momento. Te prometo que no te pasará nada, pero si así te sientes más tranquila, ten a la policía y a quién quieras marcado, y a la mínima puedes contactar con ellos.
Su mirada parecía no mentirme y no además no había duda en su voz, por lo que decidí darle un pequeño voto de confianza. Ella vio su victoria cuando suspiré y la sonrisa en sus labios volvió a aparecer. Yo tuve que luchar para no correspondersela, era bastante contagiosa.
Recogí mis llaves y el móvil, terminé de arreglarme, y cuando volví a salir Sango parecía estar saltando en el mismo sitio de la impaciencia.
—¿Ya estás?— me lanzó una mirada exasperada. Encogiéndome de hombros, cabeceé.
Me cogió la mano y me llevó hasta fuera del piso, ya no esperando al ascensor, sino que directamente por la escalera. Vaya, sí que tiene prisa. Seguimos por la calle y se detuvo junto a un coche blanco, bastante limpio y bonito.
—Sube— me indicó después de desbloquear sus puertas. Vacilé por un segundo, pero después de ver la mirada de clemencia que me echó, terminé aceptando.
El interior olía a pino y como vi, estaba ordenado. Se sentó en el asiento del conductor y puso el motor el marcha, encendiéndose automáticamente también la radio, donde sonaba una canción conocida, aunque no sabía el título. Durante todo el camino no abrió la boca, centrada en la carretera, aunque cuando la miraba de reojo me daba cuenta que más de una vez hizo el intento de hablar, sin embargo, siempre terminaba callándose.
Mis nervios se incrementaron.
¿Qué estaba ocurriendo?
—Ya casi estamos— su voz me sobresaltó porque no me la esperaba.
Mi mirada se dirigió al exterior y descubrí que estábamos en un barrio con enorme y hermosas casas. En un barrio de prestigio.
¿Qué...?
Sango estacionó frente a una de las casas, de tres pisos y la fachada de un blanco inmaculado, y cuando la música se detuvo, el silencio, tenso e incómodo, nos rodeó por un momento.
—Kagome...—musitó mi acompañante en un hilillo de voz. Desvié mi atención a ella, me la encontré mirándome fijamente— Solo quiero decirte una cosa antes de que entres... Él... nunca te ha olvidado y siempre intentó mantener su promesa.
Sus palabras fueron como un golpe en el pecho. El aire salió de mis pulmones con una exhalación y mi corazón se saltó un par de latidos. Incluso mis manos empezaron a sudar, con mi cabeza sacando un millón de ideas por lo que había oído. ¿Qué estaba insinuando...? ¿No podía ser que...?
—Pero vamos, o alguien me tirará por la ventana. Suficiente lo hemos hecho esperar ya— suspiró, en un intento de aliviar la tensión del ambiente.
Guiñándome el ojo, abrió su puerta y yo todavía con el cuerpo temblando, la seguí. Rodeó el vehículo, quedándose a mi lado, y me cogió una mano para darle un apretón de ánimo junto con una sonrisa. Esta vez, no pude correspondersela, sentía como si mi cuerpo estuviera en piloto automático.
Caminamos hasta la entrada y de uno de sus bolsillos, Sango se sacó un juego de llaves. Soltó el agarre para poder abrir la puerta y con un movimiento de mano me invitó a pasar. Lo hice, admirando mi alrededor casi con la boca abierta. Como bien había dicho, la casa era muy lujosa, se podía notar en sus dimensiones, pero también la decoración y los muebles de su interior.
¿Qué...? ¿Por qué...?
—Ven, por aquí, sígueme— escuché la voz de Sango un poco lejana.
Alcé la mirada y me la encontré casi al final del pasillo. Perdida, nerviosa y muy muy confundida, la seguí con cuidado de no tocar nada, no vaya a ser que lo partiera, y finalmente nos detuvimos frente a una puerta. Sango se giró hacia mi, mirándome con una mezcla de preocupación y emoción.
—Recuerda mis palabras, ¿vale?— susurró.
Y aunque que quisiera preguntarle algo, no me dejó.
De pronto, abrió la puerta y me empujó al interior de la estancia. Tuve suerte de poder aguantar el equilibrio, sino habría caído de bruces al suelo, y tan solo me tambaleé un poco. Iba a girarme para reprocharle su comportamiento, cuando algo atrajo mi atención.
Era una figura, parada en medio de la habitación, mirándome fijamente.
Era una persona. Una persona por la que había llorado noche tras noche, a la que amaba más que a nada... y con la que había soñado volver a ver.
InuYasha.
Todo mi cuerpo se paralizó, incapaz todavía de poder procesar lo que estaba viendo, mientras mi mirada se conectaba después de casi una eternidad con esas orbes doradas que tanto había extrañado, que tan fascinada me tenía... Creí oír algo, un sonido lejano, lastimero y agónico, el cual más tarde advertí que provenía de mi. Era yo la que había empezado a sollozar y llorar como una niña.
Y es que no me lo creía aún.
—Pequeña...
Era su voz. Oh, cielos, esa era su voz.
Dio un paso hacia mí. Distinguí el miedo, el dolor y la angustia en su mirada a partes iguales y algo en mi interior se redujo a cenizas. Mi corazón. Espera, ¿era mi corazón? Hacía tanto que ya no lo sentía...
Gemí cuando dio un segundo paso y un tercero, y antes de que me diese cuenta estaba justo a mi lado. A través de mi nublada vista por las lágrimas, estudié cada rasgo de su rostro, la forma angulosa de sus mentón, su nariz perfilada... pero ligeramente ladeada, sus finos labios... y por un momento vi a mi InuYasha en él, entre tanto dolor, austeridad y tensión. Lentamente alcé una de mis manos y la acerqué a su rostro. Él no se movió, parecía que ni siquiera respiraba mientras esperaba mi siguiente movimiento, y con la yema de mis dedos sentí su cálida piel.
Mi respiración se detuvo.
Era real. Era él.
No pude apartar la mano de su rostro, pasándolo por sus mejillas, pómulos, e incluso párpados y labios, mientras me aseguraba una y otra vez que él estaba ahí, enfrente de mi, y que todo había terminado.
Nada salió de mis labios, por supuesto, pero inevitablemente mi boca se abrió y su nombre salió desde mi corazón. Supe que él se había dado cuenta porque la comisuras de sus labios se habían alzado e imitándome, me acunó el rostro con infinita ternura. Nuestras frentes rozaron y sentí su aliento mezclándose con el mío. Sí, sí, era igual que como lo recordaba... o incluso mejor...
—Sí, soy yo...— susurró con voz ronca.
Y nuestros labios se encontraron.
Mientras nuestras bocas bailaban en perfecta sincronía, un sentimiento indescriptible fue adueñándose de mi pecho. Me sentía como si hubiera vuelto a casa, como ver la luz del sol después de mucho tiempo, como volver a respirar aire puro, como sentir la brisa de primavera en el rostro tras años...
Era estar con InuYasha.
Cuando el aire fue necesario nuestros rostros se separaron, pero no así lo hicieron los cuerpos, que aferrándome con fuerza a la camisa que llevaba, me escondí en su pecho como miles de veces había hecho en el pasado. Él rodeó mi cintura, abarcando casi totalmente la espalda, y fue como si el último año y medio no hubiera pasado.
InuYasha...
—Lo siento mucho, pequeña, lo siento. Perdóname, por favor— me dijo él al oído y por cada palabra que oía, mi llanto iba creciendo.
Él siguió susurrándome cosas, a veces con sentido y otras simplemente murmuraba mi nombre una y otra vez con reverencia, y mientras me sentía cayendo en una oscuridad, que no tenía final. Con el rostro escondido en el hueco de su cuello, mi cuerpo pegado al de él y su voz, era como si el mundo exterior no existiera, como si estuviéramos nosotros solos y no necesitáramos nada más.
Poco a poco el llanto fue remitiendo y cuando me quise dar cuenta me encontraba sentada sobre sus piernas en un sofá que ni si quiera me había dado cuenta que estaba allí. InuYasha estaba pasando sus dedos por mi cabellera, haciéndome entrar en una especie de letargo. ¿Cuánto tiempo hacía que no me sentía tan... calmada?
—No tengo recuerdos de mi padre— escuché, en algún momento, la voz de él. Su tono era suave y pausado, un simple arrullo, pero que fue capaz de atraer completamente mi atención— Siempre había vivido con mi madre en un pequeño apartamento en un barrio... no muy bueno, en el que sobrevivíamos gracias al poco dinero que conseguía mi madre trabajando en un bar. Yo no me quejaba, sabía que hacía todo lo que podía, e incluso más. Con 10 u 11 años, prácticamente yo estaba trabajando haciendo de recadero, yendo de un lado para el otro, porque, a pesar de no verlo, sabía que mi madre lloraba cada noche al no poder hacer frente todos los gastos: la comida, las facturas, el gas...
Su mano no se detenía y parecía que realmente no se daba cuenta de que estaba hablando para alguien, simplemente rememoraba su pasado. Oír sus palabras causaba que un dolor se instalara en mi pecho, imaginándome a un pequeño InuYasha sufriendo de esa manera. Yo había vivido en un orfanato, no había conocido a mis padres, sí, pero nunca me había faltado lo imprescindible para vivir.
—Cuando tenía 13 años, mamá conoció a alguien y fue como si se hubiera convertido en otra mujer completamente diferente. De pronto, sonreía, le gustaba más arreglarse... parecía más entusiasmada con la vida. Yo no supe que el motivo había sido un hombre hasta que no pasaron varios meses y mamá llegó una noche diciendo que alguien más cenaría con nosotros. Fue la cena más incómoda que alguna vez viví... No podía dejar de mirarlo, fijándome en su ropa cara, en la mueca de asco que hacía mientras miraba la casa, como se creía alguien de la realeza... Pero mi madre al parecer eso no lo veía, estaba tan cegada con su brillantez que, cuando me quise dar cuenta, nos estábamos mudando a una casa más... acorde con su estatus— este último casi lo escupió y me di cuenta del odio que le tenía aún sin mirarlo a los ojos. Lentamente me incorporé y aunque no me levanté de su regazo, pude por fin mirarlo a los ojos. Estos relucían con un sentimiento que no sabría explicar, sin embargo, su semblante se suavizó en el momento que nuestras miradas se conectaron y suavemente pasó una mano por mi mejilla para quitarme el rastro de lágrimas— Durante 2 años vivimos en aquel lugar. En ese tiempo vi que, de pronto, no me faltaba nada. Tenía una comida caliente cuando tocaba, una habitación que parecía sacada de una serie americana llena de comics, videjuegos y libros, iba a una escuela de pijos... El dinero ahora nos sobraba y en apariencia todo era perfecto, creía que nuestra suerte había cambiado... pero tarde me di cuenta de que sí, había cambiado, pero a peor.
Su voz se había vuelto más grave y yo sentí como mi cuerpo se estremecía cuando vi como tensaba la mandíbula mientra sus ojos se perdían en el infinito. Acaricié su rostro para volver a atraer su atención y como pasó antes, al mirarme se tranquilizó un poco, sin embargo, el brillo en sus pupilas no terminó por desaparecer.
—Él nos engañó, me engañó muy bien. Hizo una actuación magistral pues no me di cuenta de que bajo esa fachada de perfección y aristocracia, se escondía un ser retorcido y manipulador, un hombre que tan solo buscaba la posesión de una cara bonita y que casualmente había sido mi madre— se detuvo e inspiró hondo— Tan solo quería a una mujer... a la que amoldar a su gusto... sin importarle el modo de hacerlo o sus consecuencias.
Mi boca se abrió, con la respiración atascada, y sentí mis ojos aguarse de nuevo por lo que estaba escuchando. Oh, no... no podía ser lo que estaba diciendo... InuYasha me miró y una sonrisa cargada de dolor e impotencia se mostró en sus labios.
—Una noche que volví algo tarde por estar con mis... con las personas con las que me juntaba en ese momento, fue cuando la venda desapareció de mis ojos— el oro de sus ojos se transformó en ónice y yo sentí un nudo en el estómago, mientras mi corazón aumentaba de velocidad— El apartamento era enorme, de dos plantas, así que mientras subía al segundo piso directo a mi habitación pensando en la gran suerte que tenía porque no me habían pillado, cuando escuché un ruido. Era un grito, pero también hubo un golpe. Creyendo que habían entrado a robar, fui a por el bate de béisbol que tenía en la entrada siempre y me dirigí hacia el salón...— su voz se perdió por unos segundos y creo que yo ni si quiera estaba respirando— Allí vi a mi madre en el suelo, desangrándose por una herida que tenía en la cabeza, mientras el degenerado la miraba con una asquerosa sonrisa en los labios. En ese momento lo vi todo rojo y cuando me quise dar cuenta, lo estaba golpeando con fuerzas.
Me sentí desfallecer cuando me encontré con todo el dolor y sufrimiento en los ojos de InuYasha, que parecía estar implorándome algo con la mirada. ¿Que no tuviera miedo? ¿Culpándose? ¿Prometiéndome que fue algo del momento?
Oh, cielos...
—Cuando volví en mi solté el bate como si me hubiera dado una descarga eléctrica y corrí a mi madre, que se había desmayado, y estaba rodeada de sangre... Llamé rápidamente a urgencias... pero fue demasiado tarde. Mamá había muerto...
Jamás pensé que vería esta imagen, pero la lágrimas que descendió por su mejilla consiguió romperme el corazón en mil pedazos. Jadeé, llevándome las manos a la boca, pues era irreal para mi, pero la angustia que proyectaba su mirada era tal que a mi también se me saltaron las lágrimas. Pareceríamos dos tontos mirándonos a los ojos, sin decir nada, llorando, pero no me importaba. Porque InuYasha me necesitaba, InuYasha me estaba contando su más oscuro pasado... y yo estaría ahí para él pasara lo que pasase.
Y se lo hice saber cuando cogí sus manos y con suavidad las llevé a mi para besarlas. InuYasha ni si quiera respiraba mientras me miraba, y yo deseé borrar todo el dolor de su interior.
—Mi mundo había cambiado— exclamó en un murmullo— Con la muerte de mi madre y a ese gilipollas casi moribundo a mis espaldas, de pronto, me encontré solo y perdido en el mundo, odiando cada segundo que pasaba, rememorando una y otra vez la sonrisa de mi madre cuando simplemente estábamos nosotros dos contra el mundo... Pensé que la vida no tenía sentido, Kagome, realmente lo hice— su mirada ahondó más en la mía y fui capaz de leer todo lo que implicaban esas palabras. Sollocé— Sin embargo... en ese momento apareció un niña— su voz se suavizó mientras acariciaba mis mejillas, secando las lágrimas que no dejaban de salir, y colocando un mechón tras mi oreja— Un ser dulce y sin maldad que, por más que intenté impedirlo, fue capaz de entrar en mi coraza y recomponer poco a poco mi interior, haciéndome volver a ser una persona. Un pequeño rayo de luz dentro de tanta oscuridad...
—InuYasha...— balbuceé su nombre sin sonido alguno, por supuesto.
Él supo lo que decía y de pronto, en sus labios apareció su sonrisa, aquella ladeada que me volvía loca porque solamente me la dedicaba a mi. Me incliné hacia él, nuestras frentes uniéndose, y él me rodeó con sus brazos, apretándome contra él.
—Sí, hablo de ti, pequeña, ¿de quién más sino? Fuiste y siempre serás lo mejor que me ha pasado en la vida, que te quede muy claro, y jamás podré agradecerte lo suficiente lo que hiciste en mi.
Pero yo sacudí la cabeza, porque yo no había hecho nada. Simplemente yo y mi curiosidad nos fijamos en él cuando entró, deseando descubrir sus secretos y sacar a la luz su verdadera personalidad...
—Los cuatro años que estuve en el orfanato, Kagome, fueron los mejores de mi vida. Tú eres la que causaste eso. Supongo que todas mis desgracias fueron compensadas poniéndote en mi vida, ángel— siguió diciendo sin ningún titubeo, creyendo cada una de sus palabras. El ver tal nivel de adoración en sus pupilas consiguió que mi corazón estuviera a punto de explotar de alegría.
Porque él también ha sido la mejor que me ha pasado en la vida y agradecía profundamente a quién fuera que lo hubiera puesto en mi vida.
Quise hacérselo saber tocando su pecho, el lugar donde tenía el corazón, y supe que él lo había entendido por la sonrisa que me dedicó. Nuestros labios se unieron, en un beso maravilloso que demostraba cada uno de nuestros sentimientos, y yo no pude ser más feliz en mi vida. Era InuYasha, mi InuYasha, estaba de vuelta y jamás lo dejaría volverse a ir de mi lado.
Tuvimos que separarnos por todo el rollo del aire, pero me acurruqué en sus brazos. Él volvió a pasar las manos por mi pelo, en una tierna caricia, sin embargo aún había muchas preguntas en mi mente. Necesitaba saber por qué había desaparecido de esa manera... No, en realidad lo sabía. Lo que necesitaba saber es si esa revista había dicho la verdad y él había estado en...
Mi cuerpo se estremeció por el solo pensamiento e InuYasha lo notó. Sus caricias se detuvieron y me apretó contra él, sus labios rozando la parte alta de mi cabeza.
—Pequeña, ¿qué ocurre?
Me incorporé y bajo la atenta mirada de InuYasha, del bolsillo de la chaqueta que ni si quiera me había quitado, saqué mi inseparable libreta. Creí verlo sonreír por el rabillo del ojo e ignoré el cosquilleo que se formó en mi estómago. Tenía cosas más importantes en las que enfocarme.
Hace unos días atrás leí algo sobre ti, escribí. Cuando se lo mostré y él lo leyó, sus ojos se abrieron y vi la cautela su mirada.
—¿Qué leíste?— dijo con voz tensa.
Fue una revista que trajo Koga. En ella salías tú, en traje y corbata. Y el encabezado era algo de un nuevo heredero. Pero lo que más me llamó la atención fue que decía que estuviste... me detuve, vacilante, pero la presencia de él a mi lado me dio la suficiente fuerza …en la cárcel.
Advertí como su cuerpo se tensaba al completo bajo el mío. Inspiró con fuerzas, como si no se lo esperara, y sus manos rodearon mi cintura, creyendo que en cualquier momento saldría corriendo. Oh, tonto...
¿Es verdad?, pregunté cuando vi que no obtenía ninguna respuesta más que su silencio.
InuYasha volvió inspirar, llenando sus pulmones de aire, antes de mover la cabeza de arriba abajo. Confirmándolo.
Sí.
Sí.
Sí.
Era absurdo, lo sabía, tenía a InuYasha ahora mismo a mi lado, tocándolo y sintiéndolo, pero con ese simple gesto cientos de pensamientos e imágenes aparecieron mi cabeza, causando que smi cuerpo empezara a temblar. Él, dándose cuenta, rápidamente me quitó el objeto de las manos y me alzó en brazos para terminara encima de su regazo de cara a él, antes de rodearme con fuerzas.
—Kagome, no fue nada. Estoy bien, ya lo ves. Ni si quiera llegué al año estando allí.
¡¿Año?! ¡¿Había estado ahí... casi un año?!
Sacudí la cabeza frenéticamente haciéndole ver que sus palabras no ayudaban en nada e InuYasha suspiró.
—No sé que demonios habrás leído en la dichosa revista, pero déjame explicártelo, por favor.
Me levanté para mirarlo a los ojos e InuYasha tuvo que pegarle un tirón a mi labio inferior cautivo para que lo soltara, porque como siguiera así terminaría haciéndome sangre.
—Tal y como os prometí a ti y a Kaede, cuando salí de allí me vine a la ciudad con los ahorrillos que tenía y pude conseguir el trabajo que me aseguró Kaede—comenzó a contarme— Había recibido tu primera carta y me disponía a contestarte contándote todo cuando llamaron a la puerta del apartamento que había conseguido. Abrí extrañado, pues no esperaba a nadie... y cuando me di cuenta me encontraba esposado dirigiéndome a un furgón policial.
Mi cuerpo se tensó y él me frotó los brazos en un intento de tranquilizarme, aunque era un gesto inútil. El tan solo imaginarme...
—Aunque el ataque al desgraciado había quedado en defensa propia en la primera investigación, el tipo después de mucho tiempo consiguió mover sus hilos e hizo ver que en un ataque de locura, fui yo el que... mató a la mujer y después fui a por él cuando intentó detenerme— declaró rígido. Vi la amargura y la rabia por sus palabras y mi cuerpo se estremeció.
¿Culpable... de asesinato?
Supongo que mis ojos debían expresar lo que sentía, porque su mentón se tensó y asintió.
—Intenté contactar con el orfanato, hacerle ver lo que había pasado a Kaede para que te dijera algo... pero no pude. En un parpadeo era detenido por presunto asesinato y al siguiente me llevaban en un autobús a la cárcel con los demás presos— se detuvo un instante, reflexionando sobre algo, pero yo lo insté a que continuara con el corazón a punto de salirse del pecho. Necesitaba saber más. Lo vi apretar los labios en una fina linea— No te daré muchos detalles, pero intenté de mil maneras contactar contigo, decirte aunque sea estaba bien y que pensaba en ti. Porque siempre lo hacía, a todas horas. Tú y tu recuerdo era lo único que conseguía que me levantara cada mañana...—no, no iba a llorar. Ya lo había hecho lo suficiente. Sin embargo...
»Entonces, una mañana me dijeron que tenía visita. Nunca antes la había tenido y durante un momento, pensé que eras tú— jugueteó con un mechón de mi cabello y sonrió con tristeza y melancolía— No sabes lo nervioso que me puse, como pensé mil maneras de pedirte perdón y si realmente podrías perdonar mi silencio... Pero no eras tú, sino un hombre. Un abogado, para ser más exacto.
¿Un abogado?
—No lo conocía, pero al parecer él a mi sí, porque sonrió amablemente y se presentó como Miroku Ishida, abogado de la familia Taisho. Fue entonces cuando me dijo quién era mi verdadero padre y mi familia— su ceño se frunció y yo abrí mi boca impresionada. ¿Entonces era verdad todo lo había leído? ¿Era un... Taisho?— Al principio no me lo creí, por supuesto, pero Miroku no dejó de insistir en hacerme ver la verdad. No sé si lo sabes pero mi... "abuelo"— chistó al decir esa palabra— está muy enfermo, y buscando un heredero para su fortuna... vio el cielo abierto cuando supo de mi existencia— desvió la mirada, incómodo— No tenía muchas ganas de conocerlo, honestamente. Nunca había estado en mi vida y que de pronto se presentaba así, de la nada... Pero bueno, a pesar de todo... no es un mal hombre, es decir, desde el primer momento me ha tratado bien... pero...
Rápidamente busqué a mi alrededor y cuando encontré la dichosa libreta tirada de cualquier manera a un lado del sofá, me estiracé para llegar a ella sin tener que levantarme. Al volver a mi posición original, en el pozo sin fondo que eran sus ojos dorados, advertí una mota de curiosidad.
¿Fuiste tú quién movió los hilos para mi beca?
En el momento en el que lo leyó en los labios de él se instaló una pequeña sonrisa y se encogió como si de pronto se hubiera puesto nervioso. Oh, cielos, ¿InuYasha nervioso? Jamás lo había visto así, siempre tan seguro de sí mismo... Desvió su mirada de mi y yo tuve que cogerle la barbilla con fuerzas para que me mirara. No sé que es lo que vio en mi rostro porque una pequeña risa salió de sus labios justo antes de pasar una mano por mi entrecejo. Hasta ese momento no me había dado cuenta que había fruncido el ceño.
—El señor Taisho... mi a-abuelo— se notaba que aún le costaba decir esa palabra— me dijo que le pidiera cualquier cosa, lo que necesitaba con tal de que pudiera confiar en él. Yo no pude más que pensar en ti, pequeña. Aún se estaban realizando los trámites para que me dejaran libres, pero al día siguiente en la hora de visitas tenía un dosier en mis manos con todos tus movimientos: cuándo saliste de Shikon, dónde estabas viviendo, con quién, tus intentos por encontrar trabajo... y supe lo que quería— mi respiración se entrecortó cuando inclinó el rostro hasta mi— Era a ti, tu felicidad por encima de todo, y no tuve que decirlo dos veces antes de que mi abuelo accediera. Sé que tu sueño siempre ha sido el de estudiar... y si estaba en mis manos, ¿qué más podía hacer?
Ay... Podría haber pedido cualquier cosa. Taisho era un hombre poderoso, podía haber buscado venganza, incluso que adelantaran los trámites... pero él... mi InuYasha pensó en mi sin vacilar ni un segundo. A este ritmo me arrugaría como una pasa después de tanto llorar.
—Te daría el mundo si pudiera, Kagome...
Lo callé con mis labios. Idiota, yo no necesitaba el mundo, solo a él a mi lado.
Me correspondió con entusiasmo y verdadera devoción. Nuestros labios se entrelazaban y movían como si estuvieran hechos el uno para el otro y yo no podía pedir nada mejor.
Cuando nos separamos, nuestras miradas se cruzaron y pude ver la ternura y el amor en sus ojos ambarinos.
—Echaba de menos esto...— susurró, seguramente refiriéndose al color en mis mejillas— Tus hermosos y brillantes ojos castaños, el tierno rubor de tus mejillas, tus apetitosos labios, tu dulce aroma natural a jazmín...
Y yo a él como no sabía...
—Cuando Sango me habló de ti casi me da algo al pensar lo cerca que podíamos haber estado. Es la novia de Miroku y una de las mejores subordinada de mi abuelo. Quise verte, Kagome, no sabe lo que he tenido que contenerme para no ir corriendo a tus brazos— supongo que leyó mi mirada de "¿por qué no lo hiciste, idiota?", pues sonrió y pasó una mano por mis pómulos— Sabía que estabas bien y antes tenía que acabar con toda mi mierda, para poder volver a ti. No quería que nada te salpicara. Mientras que tú estabas hablando con Sango yo estaba fuera, esperándola en el coche, pues íbamos a ir a casa de mi a-abuelo—carraspeó—, sin embargo, tuvo que hacer una parada antes— me guiñó un ojo.
¿Me estaba diciendo que habíamos estado a unos pocos metros el uno del otro y no podríamos ni habernos enterado, si no me hubiera encontrado con esa agradable chica? Se merecía un altar y cuando la viera, le daría un grandísimo abrazo.
—Cuando me contó, ya de vuelta a aquí, que había conocido a una dulce chica, con unos impresionante ojos chocolate, que iba a empezar a estudiar y además no hablaba... Supe que eras tú. Y no pude aguantarme más. Sabía que tenía que tenerte a mi lado.
Menos mal que lo hiciste, pedazo de burro, le dije, fingiendo estar enfadada con ella.
Sin embargo, él pensó que era real y su mirada decayó.
—Jamás olvidé nuestra promesa, Kagome. Ni por un segundo saliste de mis pensamientos. Y sé que pudiste creer lo contrario, es más, lo entiendo, pero por favor, perdoname. Nunca he querido hacerte daño...
Tuve que taparle la boca para que dejara de decir esas cosas. Él me miró, con los ojos brillantes, implorantes, y yo sentí un nudo en el estómago.
Ni se te ocurra decir nada de eso. Aunque no estabas, yo siempre confié en ti. Sabía que algún día vendrías y me darías todas las explicaciones. Mientras, yo solamente tenía que esperarte.
—Kagome...— murmuró— Oh, joder, no sabes lo mucho que te amo.
Me besó con desesperación, pero sin perder ni una pizca de ternura, haciéndome perder la cabeza.
Yo no podía decirlo, corresponder sus sentimientos (ojalá pudiera), pero eso no importaba. En realidad, no era necesario. Se lo estaba diciendo con el beso, con el agarre en su camisa, con la sonrisa, con todo mi cuerpo.
No necesitábamos palabras.
Él no había roto su promesa y yo lo había esperado pacientemente.
Ahora, estábamos juntos, finalmente tenía al hombre que amaba junto a mi. Y aunque sabía que nos quedaba un largo camino por delante para recorrer, que no todo sería de color de rosa... no me importaba.
Porque eso significaba que InuYasha y yo estaríamos juntos.
Y eso era único que necesitaba.
Ay, y llegamos al final de otra historia.
Mis niños, que han crecido y madurado entre mis dedos, y yo he reído, sufrido y llorado junto a ellos...
Espero que la historia os haya gustado tanto como a mi escribirlo. No podéis quejaros, ¿eh?, este capítulo dura casi el doble que los otro, pero es que cuando estaba con ellos supe de alguna manera que las cosas no podían quedarse así. InuYasha tenía mucho que decir.
En fin, creo que es el momento de despedirme con un adiós.
¿O es un hasta luego?
¡Nos veremos en mis otras historias! (si os atrevéis a ellas :P )