Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, pero cada noche el pido a la estrella que aunque sea me den a InuYasha. Sin embargo, la trama sí es mía, sacada de mi mente.

¡Disfrutenla!


Sus ojos parecen estar hechos de oro.

Eso fue lo que mi mente pensó cuando los vi por primera vez.

En un principio, tan solo su presencia había conseguido llamar mi atención, causando que me detuviera en mi camino hasta el salón principal. Era nuevo. Lo sabía. Shikon era grande, pero todos conocían a todo el mundo y la llegada de alguien no pasaba desapercibido, como bien se veía en las demás personas que se habían detenido a mi alrededor con la curiosidad brillando en sus pupilas.

Se trataba de un chico, de unos 14 o 15 años. Tenía una larga cabellera azabache y llevaba una sudadera del mismo color que le quedaba enorme, junto con unos vaqueros desgastados y unas zapatillas. En un hombro, portaba una mochila que no parecía estar muy llena.

Se encontraba hablando con la señora Kaede, aunque más podría decirse que era ella la que hablaba con él, pues el chico no había alzado la mirada en todo el tiempo. Seguramente ella estaría mostrándole el lugar, hablando las "normas" e intentando animarlo. La señora Kaede, la que mejor me caía de todas, era así. Tenía un enorme y maternal corazón hecho para dar cariño a quién lo necesitase.

Para mi ella era en todas sus letras mi madre, pues habiéndome criado aquí, no recordaba otro lugar ni ambiente que no fuera el orfanato Shikon. Y me alegraba que Kaede fuera la que estuviera hablando con ese niño, porque era la mejor.

Kaede mostraba una sonrisa amable y sus ojos llenos de arrugitas por la edad brillaban de forma natural, algo característico de ella. Su pelo lleno de canas lo llevaba recogido en su inseparable coleta en la nuca. Posó una mano en el hombro del muchacho, pero con un movimiento él se movió, dando un paso hacia atrás para que no lo tocaran.

Me sorprendí por lo ocurrido y supe que a mi alrededor había ocurrido lo mismo por los susurros que se levantaron.

Entonces, él alzó la mirada y después de echarle una penetrante mirada a Kaede, la desvió para mirarnos a nosotros, los curiosos.

Fue cuando sus ojos dorados me atraparon. Jamás había visto unos ojos como aquellos, pero no solo por la particularidad del color, sino por lo que trasmitían. Eran opacos, casi sin brillo, y había una profundidad en él que al contrario de lo que pareciera, no te invitaba a adentrarte en ello (como le pasaban a las protagonistas de las novelas que me gustaba leer) sino a huir y no volver a cruzarte con ellos. Escondía muy bien sus emociones con una rigidez y neutralidad envidiable, sin embargo, llegué a capar un pequeño matiz de oscuridad en ellos.

Inconscientemente un estremecimiento recorrió mi cuerpo.

Sabía que los que llegaban aquí mayores, no habían tenido una vida fácil precisamente, pero ese chico...

De pronto, sus pupilas se cruzaron con las mías y me sobresalté. Sintiendo mis mejillas ruborizarse, intenté sostenérsela a pesar de que la intensidad de esta me ordenaba que dejara de mirarlo.

Finalmente, el aire que no sabía que estaba conteniendo fue expulsado de mis pulmones, cuando fue él el que tuvo que apartar la mirada, no sin antes enviarme una última advertencia: déjame, aléjate de mi.

Me sentí muy orgullosa de mi misma, no podía negarlo. Pero también profundamente curiosa.

¿Quién era ese chico? ¿Qué le habría pasado? ¿Por qué era así?

Esas y muchas más preguntas se acumularon en mi cabeza mientras lo veía caminar tras Kaede hacia la parte Oeste del edificio, donde se encontraba la zona de los chicos.

·

—Se llama InuYasha— escuché como le decía una chica a otra, algunos días después— Nadie sabe que le pasó, no quiere hablar de nada relativamente personal. Es más, tampoco se acerca a la gente si no eres tú el que va a él, y aun así es muy borde.

—¡Pero es tan guapo...!— respondió la amiga, suspirando. Sin quererlo, se escapó mi mirada del libro que estaba leyendo en uno de los sofás y las encontré cuchicheando entre ellas sentadas en la mesa baja del salón— ¡Ojalá poder hablar con él! Aunque sea que me saludara...

—¿Qué crees que le ha pasado? Hana dice que Sarah dice que a Lio le contaron que había asesinado a toda su familia y no le dio tiempo de huir antes de que lo pillara del gobierno y como no había pruebas que lo inculparan, decidieron meterlo aquí.

—¿En serio?— exclamó, abriendo los ojos como plato mientras escuchaba.

—¿No lo ves? Siempre tan cerrado, parece que está enfadado con el mundo y hay odio en su mirada— sigue diciendo la chica, como si de verdad se lo estuviera creyendo.

Puse los ojos en blanco. ¿En serio? ¡Pero si eso parecía la trama sacada de una película de acción! Seguro que uno había esparcido el rumor y este se había extendido como la pólvora, porque como bien decían, en las pocas veces que me lo había encontrado (en el comedor)no lo había visto entablar conversación con nadie. Tan solo se limita a sentarse en una mesa, comer en absoluto silencio y marcharse de nuevo, supongo que a su habitación.

Yo lo observaba, al igual que casi todos los demás chicos, y unas ganas de hablar con él, conocerlo... me inundaban. Pero sabía que era algo imposible. Así que me limitaba a verlo a lo lejos, pensando en cómo se verían sus ojos cuando brillaran, cómo le cambiaría el rostro si sonriera o cuán cálida sería su piel en un abrazo.

Las chicas siguieron comentando entre ellas, aportando sucesos aún más inverosímiles (¿y si es de la mafia rusa? ¿y si está infiltrado porque aquí hay algo malo? ¿y si al no ser mayor, lo tienen recluido aquí como castigo?, etc, etc, etc). Y honestamente, no sabía que resultaba más emocionante: si las posibles alternativas del pasado espia-sicario-matón-asesino del nuevo o la novela que tenía entre mis manos.

Cuando la campana que anunciaba la hora de la cena sonó, dejé el libro en la estantería y me encaminé con el bullicio de los demás, hacia el enorme lugar. Prácticamente, era igual de grande que los que se veían en los institutos americanos de las películas que algunas veces ponían por la noche en la sala de la televisión.

Me coloqué detrás de un par de chicas mayores en la cola de la cocina y mi rostro se iluminó cuando en vi lo que colocaron en mi plato. ¡Noche de hamburguesa! ¡Me encantaba! Sonriéndole en agradecimiento a la cocinera, me dirigí hacia mi sitio de siempre: un asiento junto a la pared, en una mesa de 12 sillas. Dejé la comida en la mesa antes de retirar la silla y con el jolgorio de las voces de los demás de fondo, me dispuse a cenar.

—¿Está ocupado?

Mi corazón saltó en el pecho. Rápidamente levanté la mirada y juro que casi abro la boca, sorprendida, cuando vi unos ojos dorados al otro lado de la mesa.

Miré a mi alrededor, pensado que seguramente estaría hablando con alguien más. Aunque sabía que no era así, pues nadie se sentaba a mi alrededor, sino al otro lado de la mesa, así que junto a la pared tan solo estaba yo. En efecto, era a mi. Uh, genial.

InuYasha frunció el ceño ante mi falta de respuesta, por lo que, encogiéndome de hombros para esconder mi nerviosismo, con un movimiento de mano le mostré la silla frente a mi. Sin pronunciar nada más, echó la silla hacia atrás, formando un pequeño chirrido, y de un seco movimiento cogió asiento.

De pronto, era como si el ambiente a mi alrededor se hubiera enfriado. Sentía la mirada de muchos de chicos puesta a mi espalda, acribillándome, curioseando... tanto que los vellos se me habían puesto de punta. En cambio, InuYasha parecía ajeno a ello, tan solo centrándose en comer.

Ahora, viéndolo tan de cerca...

Por favor, levanta la mirada y déjame verte los ojos, no pude evitar pensar. La sangre viajó a mis mejillas por ello y rápidamente bajé la mirada a la bandeja. De pronto, se me había quitado el apetito, habiendo en su lugar en un extraño cosquilleo en mi estómago.

No habló ni me miró. Yo me llevé todo el tiempo mirándolo de reojo, mientras hacía el paripé de que estaba comiendo, aunque no me tragué más de tres trozos. ¡Y justo en noche de hamburguesa! ¡¿Qué me estaba pasando?!

Cuando se levantó para marcharse, esta vez no pude contenerlo y fue mi rostro el que se alzó en su dirección.

Y su mirada volvió a engancharse con la mía, en lo que tan solo duró varios segundos.

Mi respiración se atragantó y mi corazón aumentó de velocidad.

¡Qué ojos!

Dándose la vuelta, se marchó sin mirar atrás, dejando a su estela el sonido de los murmullos.

·

Y, contra todo pronóstico, desde ese día, InuYasha se sentaba en el mismo lugar. En mi misma mesa. En la silla de enfrente mía. A poca distancia.

Él no hablaba y por supuesto yo tampoco. Poco a poco fui haciéndome a la idea y aunque el nerviosismo no se iba de mi cuerpo, al menos ya si podía comer con más regularidad. Casi podría decirse que empezó a formarse a una rutina, a la cual me iba a acomodando, aunque no podría decirse lo mismo de algunos compañeros, en su mayoría chicas, que no dejaban de mirarnos. Parecía que estaban tirando dagas a mi nuca.

En el día de hoy, él fue el primero en llegar, cuando normalmente yo ya estaba sentada cuando él aparecía.

Dirigiéndome a la mesa con la bandeja en mano, mis ojos se perdieron en su figura, en su inseparable sudadera y su larga cabellera. Parecía tan distante ahí, con sus ojos dorados clavados en el desayuno a medio comer, a pesar de que estaba a pocos pasos...

Cuando me senté, inesperadamente subió su mirada y me lanzó una mirada tan simple y vaga que por un instante sentí un retortijón en el pecho. Su rostro era tan inexpresivo... su mirada estaba tan vacía... Parecía una carcasa, un autómata que realizaba las funciones vitales y no hacía nada más. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué se comportaba así?

Entonces, en un arranque de valentía que incluso que me sorprendió a mi misma, mis labios se curvaron levemente en una sonrisa que estaba acompañada de un rubor en mis mejillas.

Vi como su cuerpo se tensó, al igual que si le hubieran pegado. Apartó la mirada vertiginosamente y yo sentí como si al que hubieran pegado fuera a mi. Con fuerza. En el corazón.

Mi sonrisa cayó en picado y por la vergüenza que en ese momento me entró, noté las lágrimas acumulándose en mis ojos. Pero no quería que viera como me hacía sentir, no quería parecer una niña patética, así que cogiendo aire profundamente llegué a mi sitio.

¿Quién me había dicho a mi que le sonriera? Si todo el mundo lo decía: este chico repelía cualquier contacto. ¿De verdad pensaba que iba a ser distinto conmigo? ¿Que yo era especial? ¡Já, qué tonta! A partir de ahora iba a cambiar de táctica. Ahora no tendría ningún contacto. Ni miras esporádicas, ni nada. Se acabó. Este chico no existía para mi. Además, ¿qué diferencia habría? Siempre había estado sola y siempre sería así. Que él hubiera elegido sentarse aquí no significaba nada. A lo mejor lo que quería era tranquila, pues este era el sitio más alejado del alboroto de los demás y como hablaba...

—¿Me has echado de menos?— susurró entonces, una voz que conocía muy bien a mi oído.

Me sobresalté, tirando prácticamente la leche sobre el pan, pero no me importó. El corazón casi se salió de mi pecho cuando al mirar sobre mi hombro me encontré con la horrible sonrisa de Naraku, la cual se ensanchó a un más.

—Hola, Kagome, ¿cómo estás?

Aún sintiendo todo mi cuerpo temblar, pude levantarme, sin embargo, al dar un paso atrás para alejarme, mi cuerpo chocó contra la mesa. Los oscuros ojos de Naraku mostraron diversión por mi reacción.

¿Qué hacía aquí? ¿Por qué había vuelto? ¿No había acabado mi sufrimiento ya?

—Vaya, has crecido, cariño— murmuró echándome un vistazo de arriba a abajo— Estás hermosa... aunque... lástimas que eres... incompleta— soltó una carcajada y sus amigos, que habían estado dejándome tranquila desde que se marchó, corearon sus risas— ¿Qué pasa, Kagome? ¿No dices nada?

No lloraré, no lloraré, me ordené a mi misma una y otra vez, aunque a mis pulmones le costaran conseguir aire. Debo huir de aquí y esconderme, como llevaba haciendo desde que él llegó 7 años atrás. Mi demonio personal.

—¿Y a ti que mierda te pasa?

Naraku no fue el único sorprendido. Pude ver la mirada de todos los demás, incluso me imagina la mía propia. Esa voz no la había escuchado antes. Esa voz grave, firme y cínica era algo nuevo para mi, así que eso solo significaba...

—¿Quién diablos eres, niñato?— espetó Naraku mirando por encima de mi hombro— Esto es una conversación privada— sus labios se curvaron con ironía, causando que mi pecho doliera— Bueno, "conversación"— se burló echándome un rápido vistazo— Tú ya me entiendes.

—No, la verdad es que no entiendo a los gilipollas como tú.

Sentí mi respiración atragantarse. ¿Qué estaba haciendo? Los ojos de Naraku mostraron un brillo peligroso, pero cuando me giré para implorarle con la mirada que no se metiera, me lo encontré todavía sentado, con los brazos cruzados en el pecho y mirando a mi matón con aire aburrido.

—Cállate si no quieres que te parta la boca, imbécil.

InuYasha arqueó una ceja, el mayor gesto de expresividad que había visto en él, y una de las comisuras de sus labios se alzó en una irónica sonrisa. Tuve que apoyarme en la mesa para no caerme.

—Cuando quieras, veremos quién es el que sale perdiendo. Y puedes traerte a tus niñeros si quieres, no me gusta jugar con ventaja.

La ira se plasmó en el rostro de Naraku. Por un segundo lo visioné abalanzándose contra InuYasha para darle un puñetazo, cuando la voz de Mioga, el director del orfanato, nos alertó.

—¡Ustedes, ¿qué está pasando aquí?!

Tuvieron que pasar unos segundos antes de que ambos rompieran el contacto de sus miradas. InuYasha volvió a su expresión inescrutable, mientras Naraku, resoplando, sacudió la cabeza.

—Nada. Yo ya me iba— gruñó. Luego, me lanzó una furtiva mirada que me puso todos los vellos de punta— Esto no quedará así.

Y se marchó, su gruppie corriendo tras él.

Después de una larga mirada, seguramente sospechando algo, el director también se alejó, dejándonos a solas. Bueno, "a solas", teniendo en cuenta que estábamos en un comedor abarrotado de gente y que no dejaban de echarnos continuos vistazos como si fuéramos una atracción de feria.

Mi corazón iba a gran velocidad mientras que a mis pulmones aún le costaban trabajar un poco. Cerré los ojos, importándome un bledo por primera vez como podía verme, y empecé a hacer largas y profundas respiraciones. Conté hasta 10. Me imaginé que estaba en un hermoso y tranquilo prado. Hice todo lo que se me ocurría para alejar lo que había pasado hace tan solo un momento y el hecho de que había vuelto, cuando lo creía, por fin, fuera de mi vida.

—¿Estás bien?

La pregunta había sonado cortante, incluso brusca, como si hubiera escapado de sus labios en contra de su voluntad. Lentamente abrí los párpados y supe que, al fin, me había visto, había reparado en mi presencia completamente, observándome por primera vez.

Mordiéndome el labio inferior, asentí levemente.

—¿Quién es él?

Uhm, eso ya era más complicado. Hice una mueca. ¿Cómo diantres iba a decírselo?

La mirada de InuYasha se agudizó un poco y por un instante creí ver la intriga en ellos.

Pero tal cual vino, desapareció y de nuevo, ahí estaba esa coraza, aquella que mostraba su normal indiferencia.

Y sin echarme una segunda mirada, él también se fue.

Tuve que luchar con todas mis fuerzas para mis lágrimas aguantaran hasta llegar al baño más cercano.

·

Al día siguiente, otra vez en el desayuno, era yo la primera en sentarse. No sabía si quiera si él volvería, si pensaba que merecía la pena, sin embargo, una pequeña voz en mi me decía que él aparecería y esa voz me asustaba. Ayer no había aparecido en la comida y la cena, cosa que me preocupaba bastante.

Con Naraku, tuve que tener especial cuidado durante todo el día de ayer, mirar bien cada vez que fuera a girar un pasillo y esconderme en mi habitación en los ratos libres para no encontrarme con él. Tan solo lo vi a los lejos en la cena y huí como si me persiguiera el mismísimo diablo. Pensaba que ya esa fase había acabado, que cuando vinieron para adoptarlo (en ese momento me preocupé por el problema que tendría esos padres por elegir a Naraku frente a otros niños) pensé que podría dejar atrás sus burlas, sus comentarios irónicos y sus acorralamientos para simplemente meterme miedo. Pero supongo que al final sus padres abrieron los ojos en el plazo todavía de adaptación y decidieron anular.

Suspirando, descansé mis codos en la mesa y apoyé la cabeza en mis manos.

El sonido de las conversaciones, las risas, las burlas llegaron a mi y por un segundo pensé sobre mi vida. ¿Cómo habría sido mi vida si todo hubiera sido... diferente? Y no solo hablo por tener padres o no, sino por el hecho de que yo era...

El chirrido de una silla me alertó.

Y a pesar de todo, me sorprendí cuando se sentó.

No alzó la mirada y se puso a comer tranquilamente, como si fuera un día más, como si no hubiera ocurrido lo de ayer, poniéndome ese comportamiento más nerviosa de lo que estaba. Pero, ¿qué esperaba? ¿Qué de pronto se pusiera a hablarme como si fuéramos buenos amigos?

Atrapando mi labio inferior con los dientes, jugueteé con lo que descansaba en mi regazo, de pronto, sin atreverme a hacer lo que me ordené a mi misma hacer anoche.

Aunque si lo hacía y no salía bien... ¿qué podía ser peor? Es decir, no me hablaba, no me notaba. Si no le gustaba mi atrevimiento lo peor que haría sería no sentarse más a mi lado. No me gustaba mucho la idea, lo reconocía, me había acostumbrado a su silenciosa y cerrada figura, pero pensé que podía jugármela.

Así que, sin pensarlo más, lo hice.

Y fui recompensado con una de sus miradas cuando mi mano se extendió a lo largo de la mena, hasta llegar a su lado.

Primero observó lo que había entre mis manos, después a mi y de nuevo a mi extremidad sin mostrar sentimiento alguno. Entonces, sus ojos vagaron por las letras.

Hola, me llamo Kagome. Siento lo de ayer, tan solo decía.

Durante un primer momento no obtuve reacción alguna. Él tan solo observó la libreta como si cualquier momento más palabras fueran a presentarse por arte de magia. Y como siguiera tardando en reaccionar, estaba segura de que sería capaz de escuchar los latidos de mi corazón.

Entonces, me miró.

—¿Por qué no...?—enmudeció.

Mis labios se curvaron levemente cuando el entendimiento cruzó su mirada.

—¿Tú eres...?— pero tampoco terminó la frase.

Extendí una mano, pidiéndole que me pasara la libreta y este lo hizo.

Sí, no puedo hablar. Puedes decirlo, no es como si no lo supiera. Algunos incluso lo dicen mucho.

Me limité a girarla para que la viera desde su posición, pues sería un engorro tener que estar pasándola una y otra vez.

Una parte de mi se sentía dichosa ante lo que estaba ocurriendo. ¡InuYasha me estaba mirando! ¡Y hablando! ¿Cuán improbable sonaba eso? Pero estaba ocurriendo, y porque no podía, sino estaría chillando como una loca, mi voz sonando entrecortada por la emoción y el nerviosismo. Ahora, en cambio, lo único que pasaba es que los trazos no salían tan claros como siempre. Pero por lo menos la letra era legible.

—¿Él ya había hecho eso antes?— su voz sonó igual que ayer.

Me encogí de hombros, intentando quitarle importancia al asunto.

—¿Y nadie hace nada?

Lo miré, sorprendida.

¿Por qué? Naraku es "dios" aquí, ¿quién querría ir en contra de él?

InuYasha soltó una carcajada desprovista de diversión. A pesar de ello, las arrugas que se formaron alrededor de sus ojos me atraparon. ¿Cómo sería verlo reír, verlo tranquilo? ¿Cómo sería sin esa máscara de neutralidad? Cada vez tenía más y más curiosidad. Era como una red que me atrapaba, como una polilla acercándose a la luz.

—Espero, entonces, que no lo encuentre haciendo algo indebido— musitó justo antes de levantarse.

Mientras lo observaba irse, un pensamiento asaltó mi cabeza y, a pesar de todo, no desapareció en los próximos días: ¿Terminaría quemándome con las llamas?

·

—¿Cuántos años tienes?

El zumo que estaba bebiendo se me atragantó al oírlo hablar inesperadamente. Tosí y cuando me tranquilicé, me encontré con InuYasha mirándome, sus ojos dorados que tanto me fascinaban dándome su completa atención.

Mostré mis dos palmas abiertas y después solo cuatro dedos en la mano derecha.

Él cabeceó, mostrándome que me había entendido, y apoyó su mejilla en uno de sus puños, mientras descansaba el codo en la mesa. Aunque había empezado más tarde fue el primero en terminar de comer y en vez de irse como siempre hacía, ahora se dedicaba a mirarme como si fuera una nueva especie de animal nunca antes descubierta.

Sentí un cosquilleo en el estómago.

Llevo desde que tengo memoria aquí, le mostré lo escrito en la libreta que lleva a todos lados.

Y aunque no lo preguntó, leí lo que estaba pasando por su mente. Un poco emocionada por ello debo reconocer, volví a coger el bolígrafo. No sabía cómo estaba ocurriendo, pero InuYasha ya no parecía tan... impenetrable. Igualmente seguía con el semblante duro, apenas se relacionaba con la gente y se recluía en la habitación... pero conmigo... parecía diferente... y no sabía como enfrentarme a ello.

Desde que nací soy así, ninguna palabra ha salido nunca de mis labios.

—¿Lees los pensamientos acaso?— aunque su tono sonó duro, no me sentí mal. En realidad no parecía enfadado ni nada de eso, tan solo así es como hablaba normalmente— Pareces adelantarte a mi.

Mis labios se curvaron y una silenciosa risa salió de mis labios.

Tengo práctica, ¿sabes? Aunque nadie quiere "hablar" conmigo, me gusta observar a la gente cuando lo hace con otras personas, fijarme en su comportamiento y expresiones.

Al leerlo, su entrecejo se pobló de arrugas y le lanzó un vistazo a la gente de nuestro alrededor, como si estuviera buscando a alguien. Yo miré por encima de mi hombro, curiosa por su comportamiento, y me encontré que las distintas personas que nos miraban de pronto habían apartado la vista al cruzarse con la del chico. Me giré a él y por un segundo advertí que tenía la misma mirada de la primera vez que se me echó una ojeada.

Decidida a sacarle de lo que fuera que estuviese pensando, cuando me quise dar cuenta había alargado una mano para tocar la suya, atrayendo así su atención. Cuando la obtuve, sacudí la cabeza con las comisuras de mis labios ligeramente alzados.

Pensé que se apartaría de mi. Que me quitaría la mano mientras me ordenaba que no volviera a tocarlo, pero cogiéndome totalmente desprevenida, miró el lugar donde tocaba su cálida piel y bajando la mano donde descansaba su cabeza, con esta cogió mi mano como si fuera un frágil objeto de cristal. Mi corazón aleteó en mi pecho y la sangre viajó a mis mejillas con rapidez. Oh...

—No soy una buena compañía...— musitó en una pequeña voz.

¿Qué no era una buena compañía? ¡Pero si era el único que hablaba conmigo, y además me había defendido!

Frunciendo el ceño, le di un suave apretón para que me mirara el rostro y cuando lo hice, negué enérgicamente con la cabeza.

—Soy muy malo dando conversaciones, Kagome.

Alcé de una de mis cejas, enviándole un mensaje de "¿crees que yo sí?"

—Tengo muy mal carácter.

Puse los ojos en blanco. Me había hecho una ligera idea de ello.

—Llegarás a odiarme— insistió, pero al contrario de lo que pareciese, su tono se había dulcificado. Parecía incluso sorprendido.

Como respuesta, me limité a apartar mi mano de él y luego extenderla frente a mi. En un principio, sus pupilas alternaron entre mi extremidad y yo, parecía que en cualquier momento fuera a convertirse en tentáculos y atacarlos. Reí por su actitud, no pude evitarlo y sus ojos se prolongaron en los míos, mirándome de forma indescifrables. Entonces, movió su brazo y, entendiendo lo que quería, estrechamos las manos.

Hola, me llamo Kagome, reciclé una de las antiguas páginas.

—InuYasha.

Mi corazón casi se quería salir por la boca. Lo había conseguido, un nuevo comienzo. Ahora las cosas serían diferentes. Ahora podría conocer al verdadero InuYasha.

Y no veía el momento para hacerlo.


Literalmente, esta historia se trata de un fogonazo a mi mente mientras iba en el bus. Rápidamente empecé a pensar en ella, dándole forma, y cuando me puse a escribir, en un parpadeo me había salido esto. Se trata de un relato cortito, de tres capítulos.

¿Qué os ha parecido? ¿Qué creéis que le ha pasado a InuYasha?

¡Ya me diréis que tal!