Disclaimer: InuYasha, su historia y sus personajes son propiedad exclusiva de Rumiko Takahashi, yo simplemente los tomé prestados por un tiempo indefinido para escribir esta historia sin fines de lucro.


Fatum

Por: Samantha Blue1405

Capítulo 12: Un Oscuro Pasado

"La conocía. Pasaba de cuando en cuando por los lugares

que sabía que ella frecuentaba, imponiéndome a la

suerte. Incluso dos veces en un día. No fue el azar ni el universo".

Abracadabra. Tú y yo nunca fuimos nosotros – Selam Wearing.

Sesshomaru se alejó hacia la ventana que daba al jardín a medio iluminar, mientras un buen grupo de Higurashi, Rin entre ellos, ayudaban a recoger la mesa y otros más llenaban sus copas en la mesa de bebidas. Y entonces fue consciente de que más temprano que tarde las molestas presentaciones continuarían. Sesshomaru exhaló por la nariz y observó por el rabillo del ojo con plausible apatía cómo se repartían el champán que había comprado para Rin. Seguramente ninguno de ellos habría bebido jamás un licor de más de cuatrocientos dólares la botella. Torció ligeramente el gesto y bebió de su copa, lamentado que a este paso Rin no alcanzaría a probarlo.

De pronto, escuchó un par de sigilosos y tediosamente familiares pasos acercándose, y sonrió en su fuero interno. Había sucedido más rápido de lo que imaginó.

— ¿Qué haces aquí, Hitomi?

Naraku Hitomi se detuvo a su lado y esbozó una sonrisa ladina acompañada de una risa baja y ronca. Luego bebió un sorbo de champán.

— Sigues teniendo un gusto impecable para los licores, mi estimado doctor —murmuró por lo bajo.

Sesshomaru le lanzó una mirada hermética, pero el ligero fruncimiento de sus labios finos le indicó a Naraku que no estaba de muy buen humor. ¡¿Y cómo no?!, si este lugar era una bullosa pocilga, con mocosos olorosos correteando en torno al árbol de Navidad y viejos estúpidos pasados de copas. Pero al menos tenían buena bebida. Y como Naraku lo conocía muy bien, tuvo la certeza de que el estiradísimo doctor Császár no repetiría la pregunta, así que bebió un sorbo más de la exquisita champaña cortesía de su viejo y malvado amigo, y dijo:

— Según parece, mi viejo amigo, lo mismo que tú —y señaló a una mujer alta y de buen ver que charlaba con los padres de Rin junto al arco que separaba el comedor del pasillo que llevaba a la cocina.

— Lo dudo —replicó Sesshomaru, impávido. Conocía perfectamente a ese bastardo desalmado, y definitivamente no estaba aquí por una linda cara a juego con un par de tetas.

Naraku tuvo el cinismo de esbozar una media sonrisa retorcida.

— Te conozco, Sesshomaru —y, para molestia de Sesshomaru, añadió en un susurro bajo—: Taisho —Sesshomaru rechinó los dientes—, y no estarías aquí —abarcó el salón y la algarabía de los críos con un disimulado movimiento de la copa— de no ser por algo muy... especial. Y francamente no creo que ese algo sea la adorable prima de mi queridísima esposa.

Así que Naraku Hitomi finalmente se había casado, pensó Sesshomaru. ¡Vaya sorpresa! Sesshomaru levantó su copa en un brindis por los recién casados.

— Felicidades.

Naraku sólo frunció los labios.

— He de suponer que el enlace no fue del todo de tu agrado, ya que no recibí una invitación.

Naraku torció más el gesto y sus ojos marrones, casi rojos, chispearon con siniestra diversión mientras alzaba también la copa correspondiendo al brindis en silencio. Pero Sesshomaru supo con certeza que algo en su comentario había logrado hacer mello en esa curtida máscara de cinismo de Naraku Hitomi.

— ¿Y la pobre víctima sabe quién eres?

— ¿La tuya lo sabe? —incidió Naraku con el tintineo de sus copas de fondo. Se inclinó hacia él y murmuró muy, muy bajo—: ¿Sabe a lo que nos dedicábamos antes de ser miembros... respetables de esta sociedad?

Sesshomaru apretó los dientes, manteniendo su expresión impasible. Se suponía que Rin no tenía por qué saber que había trabajado con The Agency. Ni lo demás. Y era exactamente lo que Naraku debía seguir creyendo. Por el bien de Rin, y claro está, por el suyo propio.

— Nunca rompo mis propias reglas, Naraku. Y espero que tú tampoco.

— Por supuesto que no.

La nueva señora Hitomi empezó a acercarse, con pasos elegantes como si flotara sobre el suelo, y rápidamente Sesshomaru y Naraku inventaron una aburrida conversación sobre la bolsa de valores. Hitomi y su esposa intercambiaron un par de palabras, y luego ella se excusó al piso superior. Hitomi volvió a la carga entonces sin perder tiempo, yendo al grano antes de ser interrumpidos por alguien más.

— Así que también lo descubriste.

Sesshomaru se tensó. No sabía a qué se refería exactamente, pero se limitó a asentir. Eran viejos amigos y socios, pero Naraku Hitomi tenía un lado demasiado perverso como para estar del todo a gusto. Siempre debía estar atento, un paso delante de él.

Naraku volvió la vista a la ventana y su expresión se ensombreció un poco, mientras contemplaba un punto muerto de la enorme estructura a oscuras y con forma de capilla en medio del jardín trasero. Aquel debía ser el invernadero del que Rin le había hablado el otro día, pensó Sesshomaru, donde escapaba de todo esto para pensar, o más seguramente para dormitar.

— Tu padre no descansará hasta vernos hundidos, Sesshomaru.

— Lo sé.

Ésa era una cruel y vieja verdad con la que Sesshomaru había aprendido a lidiar. Desde hacía más de diez años lo había aceptado, pero de nuevo, tuvo el estúpido impulso de disculparse con Hitomi y Akutagawa, su otro socio. Si el legendario Inu no Taisho estaba tras The Agency y los huesos de sus creadores, era sólo gracias a que Sesshomaru era uno de ellos. Nada más.

Trece años atrás cuando los tres, arruinados y con deudas de juego hasta el cuello, decidieron crear una "agencia de citas" aprovechando el boom de la web y las nuevas tecnologías, no imaginaron que su burbujeante éxito les traería el resentimiento de la mitad de las mafias de Kioto y, también, del hombre más poderoso del país.

Por suerte, por aquella época habían contado con una inesperada ayuda. Nada más y nada menos que de parte del padre de Naraku.

Sesshomaru había conocido a Naraku Hitomi hacía más de quince años en aguas del mar Egeo, cerca de las costas de Miconos, a bordo del yate de un empresario de Silicon Valley, cuyo hijo consentido despilfarraba dinero en caviar y DJs europeos para sus amigotes de la preparatoria como si fuese dinero de Monopoly. Habían sido días enteros en altamar. Demasiado sol, un mar de bebida y una tormenta de sexo adolescente sin reglas, mientras papi fabricaba montones de dinero en California.

La clásica fiesta dionisiaca y sin control de los herederos de los hombres y mujeres en la cima del mundo.

Abominablemente soporífera, a juicio de Sesshomaru.

Y precisamente, fue esa misma apatía y hartazgo lo que en un principio le llamó la atención del tal Naraku Hitomi. Mientras los demás imbéciles, incluido el niño mimado de Silicon (como luego habían apodado al anfitrión), se lanzaban desnudos a las cristalinas aguas del Egeo, o estúpidamente se escondían en los baños para drogarse y follar, aun cuando podían hacerlo en la cubierta a la vista de todos y nadie les diría una mierda, Naraku y Sesshomaru fumaban Camels y bebían vodka en torno a la piscina, rodeados por un entusiasta grupo de chicas en topless, atraídas como las polillas al sol por lo que una de ellas había descrito tan poco creativamente como "el aura misteriosa que irradiaban".

Casualmente, el tal Naraku había resultado ser el primogénito del abogado propietario de Hitomi Law, el reconocido bufete de Tokio que acaparaba los casos más sonados del país, y también un viejo conocido de Inu no Taisho. Sin embargo, tras desembarcar en Miconos, Sesshomaru no volvió a saber más de él.

Hasta que un par de años más tarde, la vida les pateó el trasero. A los tres, incluyendo al niño mimado de Silicon.

Sentados en la barra de un casino de mala muerte y tras varias pintas de cerveza barata, el mismo Naraku le había contado que, poco después de haber regresado de Grecia, su madre cayó gravemente enferma, y en su lecho confesó a todos un terrible secreto que fue incapaz de llevarse a la tumba: Naraku no era el primogénito del dueño de Hitomi Law, sino el resultado de un deliciosamente peligroso affaire con un temible Yakuza de Kioto. ¡Todo un escándalo para los incorruptibles Hitomi! Y un episodio más de "Las grandes familias de la nación y sus tórridos secretos", había pensado Sesshomaru.

Como consecuencia de esta revelación, el sujeto que al que Naraku siempre había llamado padre, el que otrora había consentido hasta el más absurdo de sus caprichos, no perdió tiempo en darle la espalda y una patada en las pelotas. Y lo mismo hicieron sus hermanos, medios hermanos para ser precisos. Luego de eso, sobrevino el golpe final para Naraku Hitomi: la muerte de su madre, la única persona que aún lo quería cerca. La única que bajo ninguna circunstancia jamás lo consideró un paria. Y tal vez la única persona en el mundo que verdaderamente lo amó.

En un abrir y cerrar de ojos, Naraku lo había perdido absolutamente todo. Todo excepto su apellido, por supuesto. A ojos de su padre y del resto de la familia, Naraku seguiría siendo el hijo de una zorra sucia y desvergonzada, pero aún conservaba el apellido Hitomi únicamente porque arrebatárselo habría traído deshonra a la familia Hitomi y a Hitomi Law. Y nadie permitiría eso jamás.

Por aquella misma época, Sesshomaru ya había recibido sólo un portazo en las narices cuando finalmente quiso sentar cabeza y entrar a la universidad pues, por una vez en sus vidas sus padres se pusieron de acuerdo en algo: cerrarle por completo y para siempre la llavecita mágica del dinero. Un par de años antes de eso, su madre ya había cerrado el grifo un poco, pero Inu no Taisho, probablemente en un ridículo intento por compensar años de ausencia, le había dado carta libre para disponer de una cuenta en Suiza. El monto mensual no era tanto como el que disponía el imbécil de InuYasha, pero a Sesshomaru le había bastado para apostar, ganar y darse la buena vida durante sus años de rebeldía juvenil.

Y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, el dichoso acuerdo entre Inu no Taisho y la diosa del cine Irasue Császár lo dejó sin fondos justo cuando verdaderamente más lo necesitaba. Justo cuando había decidido entrar a la universidad y hacer algo de provecho con su vida. Pero también, justo cuando ya nadie apostaba por él. Ni siquiera su madre.

Por otro lado, casi al mismo tiempo pero del otro lado del Pacifico, al niño mimado y renegado de Silicon Valley, actualmente conocido como el intachable doctor Akutagawa, el destino tampoco parecía sonreírle. Sesshomaru había conocido a Akutagawa en sus años de instituto en California, donde los dos jugaban como running backs en el equipo de fútbol.

Akutagawa descendía de generaciones y generaciones de laboriosos inmigrantes asiáticos, y su familia poseía una fortuna, pero trece años atrás él había estado tan o más quebrado que Naraku y Sesshomaru juntos. Sin embargo, a diferencia de ellos dos, Akutagawa tenía una idea brillante y un único bono al portador que mami le había dado a escondidas del malvado papi para sobrevivir. Y Akutagawa sólo necesitaba algo difícil de hallar entre su selecto y decadente grupo de amigos para poner en marcha su gran idea: alguien tan desesperado y tan jodido, pero tan malditamente ambicioso y tenaz como él.

Justamente alguien como Sesshomaru y Naraku.

— Al fin y al cabo, coger como putos conejos no es algo que los tres no hubiésemos hecho antes. No somos santos —había puntualizado Akutagawa cuando se reunió con ellos en un bar de mala muerte en Tokio aquel frío diciembre del 2004.

Sólo era sexo. Nada más. Y según él, dada la precaria situación de los tres, había llegado el momento de monetizarlo. ¡Monetizarlo a lo grande! Y no como hacían los ancianos del siglo pasado, no. Eso de secuestrar vírgenes en pequeñas aldeas y abrir un sórdido burdel era cosa de la edad media, les había dicho, bebiendo una fea cerveza pagada por Naraku y Sesshomaru. Ambos habían cruzado miradas incrédulas, y luego bebieron de sus propias jarras con un gesto. Cerveza barata y rendida con agua.

— Ha llegado el momento de cambiar —prosiguió Akutagawa—. De innovar. Y Japón es el lugar indicado para ello, mis desesperados socios. Las leyes en América son algo estrictas y allá... —se aclaró la garganta— sería un tanto complicado.

Claro, habían pensado los otros dos, en América el buen señor Akutagawa los jaquearía con los ojos cerrados, y luego los mataría. Sesshomaru sólo soltó un bufido por la nariz.

— ¡Ni de coñas! —había bramado Naraku, levantándose del mohoso taburete, indignado y dispuesto a largarse al casino del frente para conseguir algo con que comer mañana. Un par de ebrios a dos mesas de distancia se volvieron a verlos con la esperanza de presenciar una pelea con puños y botellas. Por suerte el lugar era lo bastante oscuro para ocultar las caras de su mugrienta clientela—. ¡Me largo!

Sesshomaru, por su parte, había estado igual o más escéptico que Hitomi, pero aun así se mostró un tanto más receptivo. Especialmente porque no tenía más de quinientos dólares en el bolsillo. Gracias a su habilidad para el póker habría podido estirarlos para sobrevivir un mes. Quizá menos. Así que tuvo dos opciones: se pasaba el siguiente mes de casino en casino, apenas sobreviviendo, o peor aún, con un miserable empleo de medio tiempo con el que apenas y comería. O, invertía en la idea de Akutagawa. Por supuesto que era una idea absurda, pero no tenía mucho más que perder. Y Sesshomaru siempre apostaba alto.

Naraku, al ver que Sesshomaru no se movió y sólo le dio otra honda calada al cigarro, perdió por completo la paciencia y estampó las manos sobre la mesa húmeda y pegajosa, y se inclinó hacia ellos.

— La prostitución es ilegal en Japón desde el 59 —les recordó en un susurro bajo y siniestro.

— Yo jamás mencioné esa sucia palabra —se defendió Akutagawa, encogiéndose de hombros con una sonrisa lobuna. Sus astutos ojos cobalto brillaron bajo la luz mortecina del bar—. Sólo serviremos de intermediario. Ofreceremos un servicio de compañía, una cena, tal vez un masaje...

— Un masaje sexual —tildó Sesshomaru con sequedad, interrumpiéndolo mientras sacudía las cenizas en el cenicero descascarado que pisaba el cheque al portador de Akutagawa sobre la mesa.

—... masaje —puntualizó Akutagawa con una ceja enarcada, y restándole importancia con un movimiento de su mano antes de llevarse el cigarrillo a la boca.

— Entiendo —le interrumpió Naraku esta vez, todavía de pie—. Usarás los vacíos de la ley a favor de tu... "agencia de citas". Ni los preliminares, ni siquiera el sexo oral se consideran legalmente cómo prostitución.

— Y si hay o no cópula, nadie podrá saberlo jamás.

— ¡Exacto! —exclamó Akutagawa dando una palmada a la mesa, entusiasmado—. Sólo será una inofensiva agencia de citas.

Sesshomaru y Naraku se miraron y luego vieron a Akutagawa antes de volver a observarse durante eternos segundos, conscientes de que, de seguir como iban, muy seguramente en un año no tendrían ni un puto duro.

— Por qué no —había resuelto Sesshomaru finalmente, lanzando los quinientos dólares sobre el cheque y las cenizas.

Sólo sería sexo. Además, según el plan de Akutagawa ellos no siempre tendrían que acudir a las citas. Quizás al principio sí, pero la idea era conseguir empleados que hicieran el trabajo. Sólo habría que buscarlos, y ahí era donde Sesshomaru sería clave en el plan: conocía demasiada gente a la altura de los estándares de la agencia de citas: celebridades, modelos o incluso miembros de la nobleza europea caídos en desgracia, y de seguro alguno estaría en una situación tan precaria como para entrar en el negocio.

Naraku, que estaba terminando de ajustarse la chaqueta, preparándose para largarse, lo había mirado con los ojos castaño-rojizos muy abiertos, sin poder moverse. Perplejo.

— ¿Estás dentro? —insistió Akutagawa a Naraku por última vez, levantando la barbilla, con el desafío brillando en sus ojos—. O, ¿prefieres que te contactemos en un par de meses para ofrecerte empleo?

Naraku apretó los puños, furioso y humillado, viéndolos de hito en hito como si apenas se contuviera para no arrancarles los ojos. Finalmente, tras casi un minuto de silenciosa deliberación, sacó un fajo de yenes arrugados del bolsillo, todo lo que le quedaba, y los lanzó sobre la mesa. Se sentó de nuevo y se bebió la cerveza de Akutagawa de un sorbo y con una mueca, refunfuñando algo sobre que de seguro necesitarían a alguien que mínimamente conociera las leyes japonesas y las leyes de seguridad informática.

Y ése había sido el principio. Los tres, con la dosis justa de dudas y agallas, y con la ayuda de un par de cerebritos importados de San Francisco, crearon The Agency.

La seguridad informática del sitio web resultó ser inquebrantable y, curiosamente, obtener empleados de primer nivel no supuso un problema. Aún después de tantos años en el negocio, Sesshomaru todavía se sorprendía de la cantidad de hombres y mujeres de alta cuna dispuestos a cualquier cosa, literalmente cualquier cosa, lo que fuera por conservar sus estilos de vida y guardar las apariencias. Y no sólo en Japón.

Más temprano que tarde, un rumor se había esparcido como la pólvora por todo Kioto: The Agency no ofrecía a sus clientes niñitas y jovencitos esqueléticos y magullados, con ETSs y excesivamente drogados. No, damas y caballeros. The Agency ofrecía dioses de catálogo complacientes, flotando en una nube de Chanel No. 5 y Eau Sauvage[1]. Justo como había dicho Akutagawa. The Agency prometía compañía de primera categoría, hoteles de lujo, opíparas cenas y, lo más importante, discreción y seguridad absolutas.

Y fue así como su pequeño emprendimiento no tardó en convertirse en el pasatiempo de moda entre las élites de Kioto, el secreto a voces del que se cuchicheaba en cada coctel, en cada reunión de altos ejecutivos de la ciudad, y en cada cena de amigos y amigas.

¡La estúpida idea de bar de Akutagawa era todo un éxito! Sin violaciones, ETSs, ni sexo por obligación. Y mucho menos sin mafiosos de por medio.

Desafortunadamente, el verdadero problema resultó ser que acaparar una pequeña pero jugosa tajada del mercado de las "citas clandestinas" y las damas y caballeros de compañía en Kioto, no cayó muy bien entre las bandas de crimen organizado dedicadas a la trata ilegal de personas y a la prostitución. Ni mucho menos en la impoluta e incorruptible Mansión Taisho.

Y fue entonces cuando el infierno comenzó para los tres. Fueron semanas de amenazas, de extorsiones, de sujetos extraños rondándolos, y de repetitivos intentos de hackeo al sitio web. Hasta que una oscura noche, cuando The Agency se veía más asediada por la Yakuza y los Taisho, el padre de Naraku Hitomi hizo su aparición. Su verdadero padre. Un temible sujeto de modales toscos, conocido en el bajo mundo como Onigumo, se había presentado en el apartamento que los tres compartían en un modesto sector de Kioto, escoltado por tres matones tatuados y armados hasta los dientes. Una brutal cicatriz de quemadura le deformaba parte del ojo derecho y la frente, pero podían jurar que ni aún antes de ese incidente el sujeto había sido mínimamente agraciado. Y tanto Naraku como Sesshomaru y Akutagawa se habían mirado, con la misma duda estampada en sus caras: ¿Qué demonios había visto en él la señora Hitomi para arriesgar su matrimonio? El tal Onigumo seguramente la tenía más grande que su marido.

Tras recorrer a Naraku con una mirada hermética, Onigumo le había dicho:

— Saliste a tu madre.

Y sin decir absolutamente nada más, Onigumo, en un único y súbito arrebato de afecto paternal hacia su bastardo, les ofreció protección a cambio únicamente de una ínfima parte de las ganancias de The Agency. Nada más.

Naraku, Sesshomaru y Akutagawa se habían mirado una vez más, pensando lo mismo: esto no era nada comparado con las fuertes sumas extorsivas de otros clanes, ni con las amenazas de muerte que habían recibido. Así que, ¿qué mierda tenían que perder? Eran jóvenes y desesperados, y gracias al repentino auge del internet y las redes sociales, el negocio iba condenadamente bien como para detenerse ahora. Además, los tres tenían muy claro que The Agency sólo sería un trampolín en sus vidas, y no algo a lo que se dedicarían por siempre. Sólo debían procurar siempre mantener sus identidades en las sombras.

Así que aceptaron sin pensarlo dos veces.

Y para su jodida sorpresa, la alianza que forjaron con Onigumo para protegerse de la mafia, más temprano que tarde también se convirtió en la mejor defensa contra el orgullo herido y la venganza de Inu no Taisho. Y mientras el negocio les llenaba los bolsillos, el propio padre de Sesshomaru no había menguado esfuerzos por tratar de quebrantarlo. Hasta que finalmente se rindió y los dejó en paz.

Sin embargo, ninguno de los tres debió haber bajado la guardia. Al menos no tan rápido.

La paciente y larga espera del legendario señor Taisho había rendido frutos doce años después, cuando Sesshomaru, Akutagawa y Hitomi decidieron abrirse paso en el respetable mundo de la sociedad nipona. Y con esto, al fin el señor Taisho había dado con el flanco de esas tres ovejas negras.

The Agency podía ser siempre inmune tras las sombras y de la mano de Onigumo, pero el mundo de arriba, el legal y trasparente mundo real, era el territorio de Inu no Taisho. Y sabía moverse en él como un poderoso tiburón blanco en el océano. Así que aguardó y aguardó, como el perro viejo de caza que era, hasta que las ovejas descarriadas vendieron la totalidad del negocio a Onigumo, y sus tres nombres fueron borrados para siempre de todo registro de The Agency. Sólo hasta que los tres no estuvieron completamente limpios, cuando habían logrado hacerse un nombre respetable en el mundo real, justo en ese preciso instante, sus pellejos estuvieron servidos en bandeja de plata para la leyenda viviente de la nación, Inu no Taisho.

Y su primer ataque había sido hacía unos días, un golpe directo y sin piedad hacia su propio hijo. El mismo día que Sesshomaru encontró a Rin de nuevo, Inu no Taisho había decidido enviar a InuYasha, su fiel perro faldero a Kioto para entregarle un mensaje. Su medio hermano lo citó en el Fatum's Coffee para informarle que los abogados del Grupo Taisho estaban cumpliendo con la orden de desheredarlo y arrebatarle las acciones a su nombre. Y Sesshomaru se había largado de allí con un "no me interesa" y con algo más importante en mente, dejándolo con un palmo de narices.

Sin embargo, había sido Irasue Császár quien puso el grito en el cielo ante la noticia, y con una astuta movida legal de sus abogados en América y de Hitomi Low en Japón logró echar por tierra la maniobra de Inu no Taisho. Al parecer, según lo que luego les había explicado Hitomi, Irasue e Inu no Taisho habían llegado a un acuerdo hacía más de treinta años respecto a la herencia que le correspondía legalmente a Sesshomaru, pese a no llevar el apellido Taisho. E Inu no Taisho tendría que respetarlo. Quisiera o no.

Pero todos sabían que el señor Taisho no se quedaría tan tranquilo después de esto. Era cuestión de tiempo para conocer su siguiente jugada. Y los tres tenían claro que esta vez, ni siquiera la mano de la diosa de la pantalla grande los salvaría. Sólo restaba esperar a quién de los tres atacaría ahora.

— Quiero proteger mi bufete, el negocio que fue de mi padre y que arrebaté a mis hermanitos, tanto como tú y tu fiel farkas[2] quieren proteger su preciada clínica —sentenció Naraku, trayendo a Sesshomaru de regreso al presente—. Y si eso implica formar parte de la futura familia política del señor Taisho, pues... —dejó la frase inconclusa con una media sonrisa perversa dibujada en sus labios.

Sesshomaru bebió un largo sorbo de champaña con una media sonrisa tan o más siniestra que la de Naraku. Así que Naraku Hitomi se había atrevido a hacer algo así. Brillante. Y demente, también. Casarse con una fulana desconocida para maniatar al hombre más temido y respetado de la nación, ¡eso era tener cojones! Y si podía decir que había algo que remotamente apreciaba de Naraku, era su fría y calculadora ambición que lo llevaba a obtener lo que quería sin importar el precio. Al igual que él. Seguramente por eso se habían llevado bien en el Egeo. Ninguno de los dos daba puntada sin dedal.

Y Naraku había descubierto lo mismo que Sesshomaru no había tardado en descubrir.

— Seremos familia ahora —remató Naraku, como si adivinara sus pensamientos.

Sesshomaru enarcó una ceja y espetó:

— ¿La conoces? —Hitomi frunció el ceño en una pregunta muda, bebiendo otro sorbo—. A la prometida del imbécil de InuYasha —le aclaró.

— ¿Acaso olvidaron invitarte al compromiso, Sesshomaru? —se mofó con una risa baja y ronca.

Sesshomaru le lanzó una mirada hosca por el rabillo del ojo, y Naraku soltó otra estúpida risita ronca. Tanto él como Akutagawa sabían perfectamente que Sesshomaru no podía poner un pie en la Mansión Taisho. Incluso el hecho de pisar Tokio representaba un riesgo en sí. Una provocación al imperio Taisho.

— Si te casas con la dulce Rin antes de la gran boda, seguramente recibirás una invitación —le aconsejó en un susurró muy bajo, justo cuando uno de los enormes y beligerantes hermanos de Rin pasaba junto a ellos—. ¿Sabes?, casualmente pensé exactamente en ti cuando mi imprudente suegra me rogó buscarle un marido tapado en dinero.

Sesshomaru enarcó una ceja de nuevo, vagamente interesado.

— Tic, toc, viejo amigo. Kikyo ya está contando con nuestra invitación.

Esto sí que hizo sonreír a Sesshomaru; una retorcida media sonrisa. Naraku Hitomi era un vulgar petulante.

— Te aseguro que tu hermanito no le romperá el corazón a su noviecita despachando a sus dos primas favoritas. Las damas de honor, por lo que puedo deducir —comentó echando un vistazo disimulado a los miembros de la reunión.

— No es mi hermano —le corrigió Sesshomaru por lo bajo. Pero admitió que tenía razón en lo demás.

Sesshomaru Császár casi pudo saborear la victoria. Una victoria con el dulce sabor de los labios de Rin. Un pecador proscrito como él, entrando por la puerta grande de la esplendorosa y celestial Mansión Taisho de la mano de Rin, envuelta en vaporosa muselina como un ángel, como el inocente ángel que era. Era casi como sacado de algún poema épico de John Milton. Demasiado teatral para su gusto personal. Pero iba a la perfección con las ínfulas de diva de Naraku.

— Apuesto a que tienes el regalo perfecto —apuntó Sesshomaru.

Naraku río de buena gana, tan siniestro como la misma sonrisa retorcida de Sesshomaru. Podía jurar que Hitomi pasaba las noches en vela pensando en su entrada triunfal y dramática a la iglesia y la mansión. Tal vez hasta tendría listo el traje perfecto: un esmoquin tan de mal gusto como él, rojo como la sangre, al mejor estilo de su verdadero origen: una escoria que se arrastra entre las sombras.

— ¿Quién es la futura señora Taisho? ¿Está aquí?

Naraku dejó de reír y se volvió a verlo con plausible sorpresa.

— ¿Me estás jodiendo? —La mirada cáustica de Sesshomaru le dio la respuesta—. Entonces no la conoces.

— Sería un tanto obvio, ¿no lo crees? —dijo indicándole su reflejo en el espejo del pasillo a su derecha.

— ¡Y una mierda! Olvidaba ese jodido detalle —gruñó pasándose una mano por el pelo oscuro—. Es una suerte que la zorrita no esté aquí ahora —siseó viendo de un lado a otro—, o ese estúpido parecido entre tu papi, tu hermanito y tú habría arruinado mis planes.

— Nuestros —le corrigió.

— ¿Por qué viniste entonces, Sesshomaru? —espetó Naraku molesto.

— Rin me lo pidió —mintió con un encogimiento de hombros. Naraku echaba chispas por los ojos—. Pero casualmente llegué cuando su prima acababa de irse en un auto de la mansión.

Naraku soltó todo el aire que había contenido y maldijo por lo bajo.

— ¡Bastardo presumido! Lo sabías todo... —Sacudió la cabeza y respiró hondo. Sesshomaru sólo había estado jugando con él, poniéndolo a prueba. Sin embargo, era obvio que no sabía a ciencia cierta quién era—. Es ella —rumió por fin entre dientes, señalando un retrato sobre la repisa a un lado de la ventana, rodeado por cursis y cutres porcelanas.

En la foto estaba Rin abrazada a una chica muy parecida a ella pero de ojos azules, sonriendo bajo la estatua del tiburón ballena del Acuario Churaumi en Okinawa. Rin tenía un pequeño vendaje en la mano, pero sonreía de la misma forma encantadora que siempre le sonreía a él.

— Tu padre no se atreverá a tocarnos un sólo maldito cabello, si eso implica arruinar la vida de esta ordinaria familia de buenos samaritanos. Te lo aseguro.

— Jaque.

— No, joven Taisho. Jaque es tener la puta suerte de nuestro lado.

— Explícate.

— Me enteré de que...—miró sobre su hombro para constatar que no hubiera moros en la costa, y cuchicheó muy, muy bajito— casualmente alguien de esta aburrida familia tiene un importante cargo en una compañía perteneciente al Grupo Taisho.

Sesshomaru frunció el ceño, tratando de recordar lo poco que sabía de cada miembro de la familia de Rin. Pero no recordaba que ella hubiese mencionado algo relacionado con alguna compañía tan directamente ligada al Grupo Taisho. Claro que el Grupo Taisho tenía acciones en un buen puñado de empresas.

— ¿Y eso qué, Hitomi? —chasqueó un tanto molesto—. Medio Japón le pertenece al Grupo Taisho.

— No estoy hablando del chico de los recados de la compañía, mi respetado doctor Császár. Es un alto cargo. Y mis hombres están averiguando cuál, en dónde y, lo más importante, quién.

— Y crees que eso nos dará más inmunidad. Que Inu no Taisho no nos joderá sólo para no enlodar a uno de sus ejecutivos con un escándalo familiar, ni por ende a una de sus cientos de compañías.

— ¡Nuestra barrera perfecta, socio!

Sesshomaru caviló en silencio, dándole un valioso punto a Naraku. Pero tenía que ser un ejecutivo muy importante. Un alto gerente o... Entonces su cerebro conectó todas las piezas. Sus ojos muy abiertos se fijaron en la sonriente y dulce Rin del retrato. Ella sería ascendida a gerente contable en una gran compañía la próxima semana. Una farmacéutica, recordó al tiempo que rebuscaba en su mente si había escuchado de alguna farmacéutica adscrita al Grupo Taisho. Había dos. Pero sólo una de ellas tenía sucursal en Kioto. Y en octubre, cuando se conocieron, Rin había estado en Kioto por negocios.

¡Mierda!

Eso era demasiada casualidad. Y Sesshomaru no creía en las casualidades. Ahora era sólo cuestión de tiempo para que Naraku Hitomi, incluso tal vez el mismísimo Onigumo, estuviera tras Rin.

Rin Higurashi corría peligro.

Entonces, lo asaltó otra idea que no había considerado hasta ahora: ¿Qué tal si Naraku hubiese estado siguiéndole la pista a Rin desde hacía mucho? Más exactamente, desde que InuYasha y Kagome formalizaron su relación. Y no se lo había dicho, tanteando el terreno.

Peor aún, ¿qué tal si el haber conocido a Rin Higurashi no hubiese sido una fortuita casualidad, sino obra de Onigumo? Tal vez el usuario de Scarlett O'Hara-21 pertenece a una empleada del Grupo Taisho, y Onigumo lo investigó. Cuando The Agency pertenecía a sus creadores, una cosa así había sido imposible. Para que alguno de los tres tuviera acceso a la información personal de cualquier cliente, indiscutiblemente necesitaba la aprobación previa de los otros dos. Y nunca ninguno de los tres rompió las sagradas reglas que habían acordado para The Agency. Las reglas inquebrantables habían sido la base sólida de su negocio.

Pero ahora, con el tal Onigumo a la cabeza de The Agency, Sesshomaru no podía asegurarlo. Y el sujeto no era idiota. Onigumo conocía bien los alcances del señor Taisho, así que le sería imperativo contar con un seguro adicional para su jugoso negocio. Una barrera, como bien había dicho Naraku. Siendo así, Onigumo podría haber descubierto que el usuario de Scarlett O'Hara-21 pertenecía a una empleada del Grupo Taisho, y por eso había asignado esa cita concretamente a Sesshomaru: Para comprometer de la manera más íntima posible a alguien del Grupo Taisho con The Agency, asegurando así que Inu no Taisho no intentaría sabotear el sitio web, ni acabarlo de la misma forma que alguien había acabado con Ashley Madison en Norte América.

Sesshomaru frunció el ceño, recordando aquel email pidiendo su disponibilidad para cubrir una cita el siguiente viernes en la noche, con la excusa de que The Agency no contaba con personal disponible en la ciudad. Él sabía que The Agency enviaba un correo similar a su personal de reserva cuando no quería incurrir en gastos para traer alguien de fuera. Sesshomaru habría podido rechazar la solicitud en esa ocasión, pero no lo hizo. En lugar de eso, confirmó su disponibilidad casi de inmediato. Y maldijo en su mente, pues el maldito de Onigumo sabía que él no se negaría: Ese tipo de solicitudes, en hoteles baratos, sin excéntricas exigencias y con clientas jóvenes eran las más lucrativas para los empleados, y las favoritas de Sesshomaru. Más ganancias para The Agency, más ganancias para él. Una jugada perfecta.

Pero ni siquiera la mente maestra de Onigumo podría haber calculado lo malditamente bien que resultó todo pues, en lugar de la verdadera Scarlett, fue Rin Higurashi quien apareció a la cita. Nada más y nada menos que la futura gerente contable de la farmacéutica a nivel nacional y, también, la prima favorita de la prometida de InuYasha. La otra pieza clave en el plan de Naraku Hitomi.

Y, ¿quién le aseguraba que esos dos, padre e hijo, no estaban aliados? Un enemigo común, un fin común.

Afortunadamente para Rin y la verdadera Scarlett, y por supuesto también para el mismo Sesshomaru, ninguno de esos dos peligrosos sujetos sabía esto. Onigumo seguía creyendo que Sesshomaru se acostó con Scarlett O'Hara-21. Y Naraku pensaba que Rin no tenía idea de nada referente a The Agency.

Sesshomaru estaba un paso delante de ellos. Y debía seguir así.

Sin embargo, ¿ese par serían realmente capaces de tales artimañas sólo para salvar el bufete de Naraku, la clínica y, por supuesto, The Agency?

Sí, lo eran.

—El destino nos sonríe, doctor Császár —dijo Naraku, ajeno a su pequeño segundo de lucidez. Y Sesshomaru agradeció en silencio que no lo hubiese notado—. Salud por nosotros —brindó y se acabó la champaña de un sorbo.

— Salud.

— Y, si me disculpas, creo que mi querida esposa me está esperando con mi regalo de Navidad —se saboreó con una media sonrisa retorcida.

Sesshomaru casi, casi sintió lástima de la tal Kikyo. Se había casado con una alimaña de lo peor, y no lo sabía. ¿Realmente se habría enamorado de Hitomi? De ser así, Naraku debió haber representado el papel de su puta vida para que una mujer culta y lista, una pediatra como ella se enamorara y se casara con él. Parecía demasiado refinada para un tipo paleto que usa sujeta billetes y con tatuajes hasta en el culo. Aunque también podía ser eso: dinero. ¿No había murmurado Rin esta mañana por teléfono algo como que, sus familiares de Yamaguchi eran buenas personas pero tenían una caja registradora en la cabeza? Si ése era el caso, entonces Hitomi y Kikyo eran tal para cual. Y su pequeño asomo de lastima se evaporó como la nieve al sol.

— Saluda de mi parte al niño mimado de Silicon —dijo Hitomi, empujando la porcelana cutre de un perrito de ojos tristes con la base de la copa, para luego dejar la copa en ese lugar.

— Naraku —le llamó Sesshomaru en cuanto hubo dado un paso. Naraku se detuvo y lo observó—. Espero que sepas mantener los negocios alejados de los deseos de tu polla.

Naraku entornó los ojos, viéndolo de arriba a abajo en una muda y antigua complicidad. Negocios son negocios. Ahora estaban juntos en esto, de nuevo. Y los ojos de Naraku Hitomi mostraron la misma determinación que los suyos.

— Podemos divertirnos mientras tanto, Sesshomaru. Al fin y al cabo, follar como putos conejos no es algo que los tres no hayamos hecho antes —apuntó, recordándole que estas dos mujeres sólo serían un negocio más. Un polvo más en su larga lista.

— Infórmame en cuanto sepas quién es.

Naraku asintió con una cabeceada y sin más se alejó, dejándolo con la vista puesta en el retrato de Rin y Kagome Higurashi, y también, con una extraña sensación en la boca del estómago pues, para colmo, la prometida del imbécil de InuYasha le parecía conocida...

¡Claro! Era la chica de esa galería, la de la exposición y subasta anual de recaudación de fondos para las unidades de pediatría de la ciudad.

¡Vaya jodida coincidencia!

Esa chica iba cada verano a hablar con el director de la clínica para organizar las clases de pintura para los niños internos, y no se perdía ninguna de las sesiones. Iba de un niño a otro curioseando lo que pintaban y llevándoles chulerías o golosinas de contrabando a escondidas de las enfermeras. Sesshomaru se había topado con ella en el ascensor justo antes del inicio de la exposición de este año. Ella iba muy ocupada chequeando algo en su teléfono y no reparó en él más de dos segundos, pero cualquiera que vistiera una minifalda verde y stilettos rojos llamaba la atención en medio de un mar de batas y uniformes blancos.

— ¡Así que conoces al famoso señor Hitomi de Kikyo! —dijo Rin apareciendo por su espalda con una sonrisa en esa sensual boquita de piñón.

— No mucho —le mintió cómo si nada—. Tengo entendido que salvó al bufete de su padre de la ruina hace algunos años. Salió en las noticias.

— ¡Vaya! El destino —canturreó agitando sus delicados dedos ante sus ojos, con una adorable sonrisa de complicidad.

— Fatum —susurró Sesshomaru, trazando el contorno de su rostro con el dorso de los dedos en una lenta y seductora caricia.

"Pobre niña buena", pensó mientras ella se sonrojaba, con sus grandes y hermosos ojos brillantes. Y él apenas logró contenerse para no besarla allí mismo, frente a toda su familia, ante las sobreprotectoras y mal disimuladas miradas de sus belicosos hermanos mayores.

— ¿Qué te pasó en la mano? —susurró indicándole el retrato con la mirada.

Rin siguió su mirada y soltó una risita traviesa.

— Oh... eso. Me mordió una serpiente —admitió con un nada inocente encogimiento de hombros—. ¡No era venenosa! —se apresuró a añadir ante su mirada reprobatoria—. Fue durante nuestras vacaciones soñadas a Okinawa. El plan inicial era París, pero... —Rin suspiró y apretó su boquita de piñón en un puchero— Souta se quedó sin empleo y Shippo quería entrar a la Universidad de Tokio, y yo planeé comprar mi apartamento así que...

— Cambio de planes.

Rin asintió con un suspiro.

— Okinawa no estuvo nada mal —se defendió, y le dio un ligero empujoncito al ver su expresión socarrona—. ¡Nos divertimos bastante! —Y como obviamente él seguía pensando que París habría sido mil veces más divertido que Okinawa, Rin soltó un comentario malvado—: Había chicos realmente guapos.

— Y serpientes —tildó él, mortalmente serio.

Rin no pudo evitar sonreír, y Sesshomaru se acercó más, inclinándose peligrosamente hacia ella.

— ¡Era una víbora arborícola inofensiva! —la defendió.

— Tan inofensiva que te mordió —dijo en un susurro ronco justo en su oído. Y sonó como si se muriera por morderla. Allí frente a todo el mundo. Su aliento cálido, justo en su cuello, la hizo estremecer entre sus brazos.

— Fue mi culpa. La agarré mal y...

— Te mordió.

Rin hizo una mueca resignada con la boca y asintió. Sesshomaru mordisqueó ligeramente el lóbulo de su oreja, y luego pasó la lengua por el lugar exacto dónde sus colmillos habían dejado una pequeña marca. Rin enterró las uñas en sus brazos, aferrándose a él con más fuerza.

— Pe-pero logré sacarla a la terraza antes que el personal del hotel la matara —logró decir, apartándose ligeramente de él antes de que alguien los viera. O peor aún, antes de que Bankotsu y Suikotsu sacaran a Sesshomaru a golpes de la casa.

Eso era tan típico de Rin, pensó Sesshomaru permitiendo que se alejara sólo un poco. No la conocía de toda la vida, pero había visto lo suficiente de ella para saberlo: La valiente y torpe determinación de entrar sola en una habitación para intentar negociar con un gigoló desconocido, potencialmente peligroso y casi del doble de su tamaño, mientras su amiga temblaba de miedo en la antesala. La encarnizada lealtad con la que había protegido el secreto de su otra amiga, la verdadera Scarlett, aun cuando él se había mostrado despiadado y calculador en el interrogatorio. Y también, la ternura con la que evitaba herirlo con algún comentario, sin imaginar siquiera que la única que podría resultar verdaderamente herida era ella.

Y esta vez, seguramente una mordida en el cuello sería la menor de las heridas.

— Y —añadió Rin, ajena a todo. A absolutamente todo—, pasamos la primera noche de nuestras prima-vacaciones-soñadas en una sala de urgencias. —Se volvió al retrato y señaló una parte del vendaje entre el pulgar y el índice—. Aquí no dejaba de hincharse, igual que la rabia y la angustia de Kagome —cotilleó con una risita—. No se lo digas, por favor. Detesta que haga bromas al respecto.

— ¿Dónde está ella? —inquirió fingiendo buscarla con la mirada entre todas las cabezas negras que pululaban en el salón.

— Con su novio. Prometido —se corrigió rápidamente. Rin se puso de puntitas hasta casi rozar sus labios y susurró bajito y muy seria—: ¡Shhhh! Es un secreto familiar, Sesshomaru.

— Las tradicionales familias de Japón y sus grandes secretos —masculló igualmente serio, poniendo una mano en su rostro para acercarla más. Las malditas ironías, pensó él.

Rin se rio.

— ¡No es broma! —le reprendió con un adorable sonrojo, y sus labios se rozaron. Rin se estremeció y se apartó un poco. Sesshomaru de nuevo se lo permitió—. Su novio es un hombre muy importante y tenía planes para ella esta noche. Pero el verdadero secreto familiar es... ¡Él le pedirá compromiso hoy! —chilló emocionada, y luego habló a raudales—: ¡Habló con mi tía y mis primos hace unos días! Por supuesto, Kagome no sabe nada.

— Pero todos ustedes sí.

— ¡Ajá! —Y ensanchó su bonita sonrisa, sinceramente feliz por su prima—. Souta nos lo contó de inmediato. ¡Y la noticia corrió por toda la familia! ¡Llegó hasta Iowa, ¿puedes creer?!

Y lógicamente también a oídos de Naraku.

Cheers! —celebró Rin levantando su copa de champaña medio vacía, sin borrar esa gran sonrisa. Y la vació de un sorbo.

— Has bebido de más.

— Nop —sacudió la cabeza. Y eso fue un rotundo sí para Sesshomaru—. No bebo de más desde cierta noche con Ayame y Sango... ¡Y mira dónde estamos! —susurró bajito contra sus labios.

"¿Ayame?", captó Sesshomaru al vuelo. La noche en el hotel le pareció haber escuchado a Rin llamar "Sango" a la chica cobarde, así que Ayame debía ser la que Rin intentaba proteger de los temibles abogados de The Agency, es decir de Hitomi. ¿Sería este el nombre de la verdadera Scarlett O'Hara-21? Tendría que averiguarlo más tarde. Un nombre y su lugar de trabajo le bastarían.

— ¿Quieres que te lleve a tu casa?

Rin parpadeó, miró a su alrededor y frunció adorablemente el ceño. Luego soltó un pesado suspiró y, recargándose en su pecho, se dio por vencida con un asentimiento.

— Creo que no me siento tan bien —admitió en un murmullo amortiguado por su camisa.

Sesshomaru levantó su barbilla con el toque suave de sus dedos para obligarla a verlo. No se veía tan mal, pero no tenía idea de cuánto había bebido a lo largo del día.

— ¿Necesitas un baño antes?

Rin arrugó la cara y sacudió suavemente la cabeza.

— No estoy tan mal. Sólo estoy algo cansada. Eso es todo... Y un pelín mareada —admitió por lo bajo. Habían empezado con los preparativos desde las siete treinta de la mañana. Estaba exhausta—. Subiré por mi abrigo y mi cartera, y nos vemos en la salida, ¿sí? —dijo señalando primero las escaleras y luego a la puerta.

Sesshomaru la retuvo antes de que pudiera dar un paso.

— Hitomi y tu prima están arriba.

Rin se sonrojó como un tomate y se estampó la palma de la mano en la frente.

— ¡Oops!... Recién casados, casi lo olvido.

Y sin una sola explicación adicional, enfilaron a la puerta. Sin embargo, a escasos pasos antes de alcanzarla, Rin se desvió y lo condujo hasta sus padres, que estaban reunidos en un pequeño grupo. Se despidieron de todos, prometiéndoles volver mañana para almorzar juntos y despedirse de los familiares que debían regresar mañana en la noche a sus pueblos.

Unos minutos después, estaban frente al armario a un lado de la puerta. Sesshomaru, como el perfecto caballero que era, le puso su mullida gabardina negra sobre los hombros. Y Rin cerró los ojos, disfrutando del delicioso aroma a ámbar gris que la envolvió.

— Gracias —dijo dejando un fugaz y casto beso sobre sus labios, aprovechando que la puerta del armario los ocultaba bien del resto del salón.

Rin rebuscó en un cuenco de cristal repleto de llaves sobre el mueble del recibidor, hasta dar con un llavero plateado con forma de copo de nieve.

— Llave de repuesto —anunció guardándola en el bolsillo de la gabardina. La suya había quedado en el bolso, olvidado donde seguramente Kikyo y Naraku estarían haciendo...

— ¿A dónde van? —intervino una voz justo a sus espaldas.

Suikotsu, el hermano gigante de Rin los veía atentamente con los ojos entornados. Rin y Sesshomaru se volvieron a él.

— A mi casa —espetó Rin, saltando a la defensiva como una gata.

Suikotsu entrecerró más los ojos y, sin dejar de verla fijamente, silbó. Un sonido corto y estridente que se perdió en el barullo de conversaciones del salón, pero escasos tres segundos después, Bankotsu estaba de pie a su lado como por arte de magia.

— Rin quiere irse a su casa —le informó Suikotsu al recién llegado, cruzándose de brazos. Sus antebrazos parecían un par de robles.

— Iré por el auto —resolvió de inmediato el otro hermano, de contextura más delgada pero evidentemente capaz de dar una buena pelea.

La aludida soltó un bufido nada femenino, más similar al siseo de una gata.

— ¡Por amor a Dios! —imploró Rin al cielo rodando los ojos. Sabía de qué iba todo esto: le estaban montando una vergonzosa escena de celos fraternales. No sería la primera vez. Y además, estaban ebrios—. Ya no estoy en la secundaria.

— Pues estás ebria como en la secundaria —apuntó Bankotsu.

— ¡No es cierto! —se defendió, visiblemente ofendida—. ¡Jamás bebí una gota de licor en la secundaria!

— ¡Nosotros sí! —se burlaron los otros dos al unísono con una sonrisa de matones idéntica, y Rin gruñó de rabia.

Los hermanos sonrieron aún más, complacidos con su rabieta. Ellos y hasta el mismo Sesshomaru sabían que Rin era una niña buena, y las niñas buenas como ella no bebían hasta la inconsciencia en la secundaria. Para ser más precisos, Rin no bebía ni ahora que tenía edad para hacerlo, y esta era la prueba: dos copas y hacía cualquier locura, como solicitar los servicios de The Agency.

— ¡Son insoportables!... Vámonos, Sesshomaru.

— Sesshomaru seguramente preferiría irse a descansar a su hotel, hermanita koala —insidió Bankotsu—. ¿No es así, hombre? —Y clavó sus ojos azules entornados en él. Los mismos ojos espectrales de Kagome—. Los vuelos son agotadores.

— Y en Navidad ni se diga —apoyó el más grande.

— No me molestaría llevarla a su casa primero.

— Por supuesto que no —siseó Suikotsu entre dientes, mortalmente bajo, con las fosas nasales dilatadas y una mirada de muerte.

Sin embargo, antes de que alguno de los tres pudiera añadir algo más o pensar en montar una escena peor, Rin se había escabullido escaleras abajo y atravesaba el jardín como una tromba, hecha una fiera. Sesshomaru se despidió con una cabeceada de los dos y apresuró tras ella. Alcanzó a sujetarla por el brazo justo cuando uno de sus tacones se atascó en la ranura entre dos losas del sendero.

— Gracias —susurró ella, apoyándose en su antebrazo para continuar—. ¿Dónde dejaste el auto? —dijo lo suficientemente alto para sus hermanos, que se habían quedado boquiabiertos en la puerta, divididos entre el impulso de arrancarla del brazo de este tipo, o no meterse en sus asuntos.

Suikotsu y Bankotsu suspiraron al tiempo, sin poder hacer más que verla desparecer en la oscuridad de la noche del brazo de ese total desconocido. Su pequeña hermana ya era lo suficientemente grande para cuidarse sola.


Aclaraciones:

1. Chanel No. 5 y Eau Sauvage: Son un par de perfumes para mujer y para hombres, respectivamente.

2. Farkas: palabra en húngaro.


Hola chicas y chicos,

Antes que nada, espero de todo corazón que cada uno de ustedes y sus familias se encuentren bien. Independientemente de lo que dicen -y no dicen- los diarios, o de si creemos o no en las tropecientas teorías de conspiración que pululan por estos días en las redes sociales, lo único real es que estamos en una situación compleja. Miles de personas han muerto, y probablemente morirán muchas más, y por otro lado, las bolsas de valores del mundo se han ido al garete. Así que quisiera aprovechar este espacio para enviarles mis mejores deseos, y decirles que la mejor manera de enfrentar esto es en familia, unidos, cuidándonos entre todos, manteniendo una perspectiva muy optimista pero real del futuro, y tratando de ayudar siempre a los que más lo necesitan en la medida de nuestras posibilidades. Un abrazo de oso gigante y mil bendiciones para todos, y sólo espero que este capítulo les haya ayudado a despejar un poco la mente de toda esta conmoción.

Bien *sudando frío y tragando en seco*, entrando en materia… Sé que a estas alturas me odian y quieren matarme, tanto como quieren matar a Sesshomaru y a Naraku. Y ahora que conocemos el oscuro -muy oscuro- pasado y, también el oscuro presente del doctor Császár lo único que podemos decir es… ¡Corre, Rin! ¡Corre tan lejos como puedas, mujer! Sin embargo, ella se fue corriendo pero a los brazos de este sujeto :S

Por otro lado, ya conocemos a tres de los cuatro hombres a la cabeza de The Agency, y también descubrimos que el malvado de Sesshomaru Császár no ha hecho más que decir mentira tras mentira. Oculta demasiados secretos, incluso de sus propios compinches. Y ahora, ¿quién podrá defender a esta pobre familia de las garras de estos tipos? ¿El gran Inu no Taisho, InuYasha o el Chapulín Colorado tal vez? XD De momento, la única que podría desenmascarar a Sesshomaru delante de su familia es Kagome, pero él siempre se asegura de mantenerse bien lejos de ella. ¿Correrá Rin el mismo destino de su prima Kikyo, o Kagome podrá evitarlo a tiempo?

Espero que, a pesar de todo, este capítulo les haya gustado. No me odien, por favor :3

Quiero agradecer especialmente a todas las personitas maravillosas que siguen la historia. Tal vez tarde un poco en actualizar, pero aprovecharé lo que más pueda estos días de cuarentena y aislamiento para trabajar en el siguiente capítulo. No desesperen.

Gracias a mis chicas de los grupos Elixir Plateado y Always Love SxR F'F Group en Facebook por todo el apoyo estas últimas semanas. Gracias muy especialmente a quienes dejaron un comentario, ya saben que me encanta leerlas: xts'unu'um, floresamaabc (¡Acertaste, acertaste, acertaste! Jajaja), Cochita D, HinamiTaisho132 (También amo El Padrino. Me alegra que te gustara la referencia), SusyChantilly, Brend87, Tobitaka97, Rinmy Uchiha, Sakura521, Elie G.S (Espero haber contestado varias de tus preguntas), Erika Hernandez, Michell x4, Kunoichi2518 (¡Éxitos en tu examen y en todos tus proyectos!), miko-san14, MISHELLE GUILIND X3, ANYERIS, y a todos los guests. Gracias de todo corazón.

Un abrazo de oso gigante para todos. Cuídense y cuiden a sus familias.

Sammy Blue