Para el Desafío permanente del Tarot, en el Foro Hasta el Final de la Pradera.
Carta: Díez de copas: "Fracaso, pérdida, derrota, planes que no funcionan, proyectos que fracasan, tocar fondo." (Me he quedado con la parte de tocar fondo)
Esta soy yo
Esta soy yo, lo que queda de mí después de la Guerra y de hacer el papel que todos esperaban. Carne de psiquiátrico.
Acabo de colgar una llamada del doctor Aurelius. Me ha propuesto amablemente que pase unas vacaciones en un centro de recuperación, con ayuda más capacitada, ahora que las cosas se han calmado en el Capitolio. He rechazado su ofrecimiento. El doctor Aurelius casi nunca me llama y si lo hace da igual, yo casi nunca descuelgo el teléfono. Pero necesitaba hablar con alguien que no fuera Buttercup.
Me tiro de nuevo sobre el sofá y me tapo con la manta. Huele igual de mal que yo; me paso el día sudando, jadeando y gritando al gato, además, me he negado a que nadie lave la manta. ¿Cómo voy a sobrevivir a esta añoranza? ¿Cómo lo hacen otros? ¿Cómo pude hacerlo en el pasado? La gente muere constantemente. Todos los días, a todas horas. Siempre lo ha hecho. El mundo no es un lugar seguro aunque el doctor Aurelius se empeñe en decir que ahora sí que lo es. Hay familias en todo Panem mirando camas en las que ya no duerme nadie, zapatos que ya no se pone nadie. Cosas desperdigadas por las casas que ya nadie volverá a necesitar jamás. Hay gente por todo Panem reconstruyendo sus vidas mientras que por dentro sus corazones están hechos trizas, pero hacen lo que tienen que hacer. ¿Por qué yo no puedo?
No creo que el tiempo lo cure. No quiero que lo haga esta vez. Si yo me curo, si salgo a la calle y vuelvo al bosque, a cazar, a ayudar a aquellos que intentan rehacer el pueblo ¿significa que he aceptado el mundo sin ella?
Sae está preparando las cenizas de la comida de hoy. Siempre me han gustado los guisos de Sae. Fue un cambio positivo cuando se unió a las cocinas del Distrito 13, las comidas empezaron a saber a algo, no a mucho, pero a algo. Ahora todo me sabe a cenizas, me sabe igual que el polvo que recubre la superficie de todas partes.
Cuando llaman a la puerta me quedo helada. No recibo visitas, solo las de Sae, a la que estoy segura que paga Plutarch para que nos mantenga con vida a mí y a Haymitch y ella ya me ha dado por imposible. No voy a abrir. No quiero que nadie más sea testigo del mudo espectáculo que es mi dolor. Que no mejora. Que no va a mejorar. No quiero tener que decir nada.
Es Sae quien abre la puerta. No la veo, pero la escucho hacerlo.
Es Peeta.
Se planta delante de mí con una bandeja tapada por un paño blanco inmaculado. Parece más animado que nunca. Más animado todavía que la última vez que lo vi, y ya estaba muy animado entonces. Está feliz como una perdiz, como si alguien le hubiera estado contando chistes antes de entrar en casa.
Ha hecho bollos de queso. Pues muy bien. No sé qué hacer con toda su euforia. Yo estoy vacía de conversación. Un par de días sin verlo y había olvidado lo luminoso que puede llegar a ser este chico. Es como otra especie humana que en vez de sangre tiene luz corriéndole por las venas. No sé por qué se molesta en venir si yo soy como su antítesis. Un gran agujero negro.
—Ha estado un poco sensible todo el día.
Eso es lo que escucho decir a Sae desde la cocina.
—No sé lo tengas en cuenta –apuntilla.
No me lo va a tener. Le da igual. Sigue viniendo, sigue trayendo comida y plantando flores y haciendo cosas, como si eso fuera ayudar. Como si eso fuera a hacer que dejara de estar un poco sensible todos los puñeteros días.
Al final Peeta se va. Y yo sigo en la misma posición, un día y otro y otro, lo que queda de mí sin Prim.