San Petersburgo, Rusia.

En algún momento.

Yuuri no sabía que estaba pasando con su relación. De unos cuantos años a la fecha, Vitya… no, Viktor había cambiado bastante sin ningún efecto de regresar a su yo anterior, comportándose cada día como una vil copia de lo que fue su esposo en sus mejores días. El ruso estaba en declive constante, este casi no le hablaba, tenía mucha menos paciencia con sus pupilos, las personas en general, e inclusive había ocasiones en las que se negaba a comer y pasaba horas y horas sentado en su recibidor, mirando las medallas que había juntado a lo largo de toda su carrera como patinador.

Esta situación se había tornado en una especie de bucle infinito que tendía a ir empeorando antes de mejorar; Yuuri por su parte, no solo había tratado de hablar con él, motivarle, sugerir a un especialista e incluso llego al grado de hacer montones de postres que sabían que a su compañero de vida le gustaban con tal de agraciarle la vida, al final, cada uno de sus intentos fueron inútiles y poco a poco, la resignación se fue instalando en él. Todos los días Yuuri se levantaba, tomaba una ducha, hacia desayuno para dos, terminaba de alistarse antes de ir a la pista y dejaba a su esposo dormir bajo la esperanza que el de cabello plateado llegase más tarde a la pista. Con el pasar de los meses, Viktor comenzaba a llegar más y más tarde a los entrenamientos, y para el final de la temporada pasada, tanto Yuri como Kenjiro le habían pedido que dejara de insistir con traerle; ambos competidores insistían que si Nikiforov ya no quería entrenarlos, ellos tampoco montarían drama.

El nombre de Yuri Katsuki figuraba como entrenador oficial de ambos jóvenes desde hace dos años.

El japonés estaba desesperado, cansado y sumamente molesto, pues si pasamos por alto que él estaba corriendo con todos los gastos de ambos en la vivienda, también estaba el plus de que la salud de sus padres estaba en deterioro y que Mari no podía cargar con el cuidado de ambos adultos y una posada de reciente impacto nacional sola. Pensó entonces, que quizá unas pequeñas vacaciones no estarían mal, tenía tiempo sin visitar Hasetsu, estaban en temporada baja y quizá, solo quizá, el tiempo a solas podría traerle renovadas ganas e ideas de ayudar a su marido, inclusive podría ser que la soledad ayudase a Viktor.

Por supuesto, fue obvio que no.

Para cuando Yuuri regresó, siete días después, se encontró con un departamento vacío, sin rastros de la persona que amaba por ningún lado. No había ropa, no había zapatos y varias las medallas de Viktor fueron quitadas de las paredes de su recibidor; sin embargo, lo que más le dolía a Yuuri no fue que Viktor se llevara todas sus posesiones, si no que se llevara lo único que el sentía en ese momento que los unía: los anillos de su unión en Barcelona que también estaban colgados junto a las medallas.

Eso lo devastó.

Cuando habían formalizado su unión en matrimonio, los anillos de Barcelona habían pasado a ser meramente representativos, pues lo anillos que habían decidido llevar eran unos que habían pasado de generación en generación en la familia del japonés. Ahora, con las lágrimas corriéndole por el rostro, el alma rota y el espíritu desecho, Yuuri ingresó a la habitación donde habían consumado su unión tantas veces, visualizando al instante sobre la mesita de noche el anillo de plata de Viktor y una simple nota que decía lo siguiente:

"Querido Yuuri:

Sé que mis acciones son estúpidas y que no merezco tu perdón, pero juro que todo lo que haré será para protegerte, todo lo que he hecho es, y siempre será para protegerte. Creo que lo que más odiaras de todo esto es que me haya llevado los anillos de Barcelona, pero esos te vinculaban directamente conmigo y con Baba. Te dejo también el anillo que tus padres nos dieron por nuestro compromiso, en esos no hay riesgo, pero simplemente no quería que me odiaras aún más si me llevaba algo más que sé claramente que es tuyo.

Si pudiera ser egoísta en este punto, diré que eres, siempre, lo mejor que me ha pasado en toda mi existencia, llenaste de color cada segundo de mi ciclo infinito de tormento y soledad… Pero ese mismo tormento me lo tengo bien merecido y no sé cómo pude haber olvidado por qué empezó en primer lugar; te amo, tanto y tan infinitamente que no quiero que pagues lo que yo pagaré.

Ella viene por su deuda, no vendrá por ti también. Jamás.

Tuyo, Viktor. "

En ese momento, Yuuri sintió que los últimos pedazos de su corazón iban desapareciendo poco a poco, igual que el contenido del Vodka del recibidor y, a cada trago, su mente parecía llegar a una conclusión diferente: que quizá nunca fue amado, una posible tercera persona, o que simplemente su relación se marchitó en el aburrimiento de la monotonía diaria; para él, quien ya no tenía idea de que estaba pasando, cada trago de licor parecía darle una realización diferente y la constante duda de que quizá, solo quizá, el no tuvo culpa.

Él había amado con todo su corazón, le había entregado todo a Viktor: sus sueños, sus esperanzas, su cuerpo, su corazón… toda su vida a él, y ahora se encontraba solo, sin su esposo, sin su compañero de vida, llorando patéticamente en su cuarto compartido hundiéndose en alcohol.

Justo cuando sus divagaciones estaban por provocarle otra espiral de pensamientos autodestructivos, el timbre de la puerta comenzó a sonar. A paso lento y tambaleante, salió de la habitación hasta llegar a la puerta y abrió esta misma de una brusca manera.

Del otro lado, una cara conocida, una que jamás había visto y otra que fue una constante en su vida a los pies de ambas personas.

― ¡Viktor! ― El apenas se escuchó gritar; rápidamente, se puso de rodillas y comenzó a palpar el cuerpo y rostro del ruso, pasado las manos por su singular cabello plateado y notando que efectivamente se trataba de él. Miró hacia arriba, directamente al rostro de la persona que conocía y preguntó ― ¿Le pasó algo? ¿Dónde lo encontraste? ― Miró ahora a la persona que desconocía ― Discúlpeme, a usted no le reconozco…

― Es mi abuela ― Dijo la persona que conocía― Y está aquí para negociar contigo.

― ¿Negociar? Discúlpeme señora, pero mi esposo se encuentra inconsciente y creo que eso es más importante.

En el momento en que él quiso levantarse, de la nada, una gran escoba se materializó en la mano derecha de la persona desconocida y le empujó fuertemente al suelo con el mango de esta.

― Tu no entiendes niño ― La desconocida se acercó hasta Yuuri y le tomó del cuello de la camisa atrayéndolo hacia ella ― En este momento, el que logres convencerme de renegociar el pacto que hice con el ― Señaló a Viktor― Recae en ti, y si tú no logras convencerme ― Ella sonrió de una manera torcida y maniática― me temo que este podría ser el fin de todo lo que conoces…

― Yuuri… ― La voz ahogada de Viktor a su izquierda lo sobresaltó y se arrastró rápidamente hacia el― No le creas… Ella es…

― ¡A callar! ― Gritó la vieja moviendo su brazo con desdén y haciendo que una extraña fuerza empujara a Viktor a la pared fuertemente ― Todo tú ya me pertenece, deja que alguien más trate de salvarte.

― ¡Viktor! ¿Por qué le hace daño? ¡Él no ha hecho nada!

― Por supuesto que lo hizo― Dijo la persona que conocía en una inocente mirada― Le prometió a mi abuela seis oros, y el…

Una bolsa roja fue arrojada frente a Yuuri; en ella se podían vislumbrar unas pocas de las medallas de Viktor, todos rebosantes oros.

― Ahí hay más de seis oros― Gruñó Yuuri― Si lo que quiere es robarnos, llévese las estúpidas medallas y déjenos en paz.

La anciana le miró con una expresión molesta y se acercó al asiático.

― Tu querido marido hizo un pacto conmigo ― Dijo la anciana acariciándole con su mano derecha las mejillas, apretándolas bruscamente de un segundo a otro― Yo cumplí mi parte, le traje de nuevo a la vida, ¿Y cómo me ha pagado él? La primera vez, pensando que era una broma, no consiguió mucho y fue cuando me pidió aumentar la apuesta: le di su oportunidad, ¿Y qué es con lo que me quiere pagar? Cinco oros, y no olvidemos que yo le regalé el primero.

― Viktor estuvo bastante cerca, cinco, pero cinco no es seis ― Dijo la persona de rostro conocido.

― Si él no me paga no solo volverá a lo que era en un inicio: un pobre niño lleno de sueños y esperanzas inútiles. Si él no me paga, me encargaré de matarlo lentamente y comérmelo después. ― Dijo la anciana horrorizando a Yuuri― Pero tú, pequeño niño, tú tienes carne blanda y un rostro bonito ― Ella tomó la mano del japonés y la entrelazó con la suya― A ti incluso puedo ponerte más fácil el salvar a este inútil: Cumple la deuda que tu marido no pudo, incluso te bendeciré con una virtud que te ayudará en tu viaje, quizá una pequeña maldición para equilibrar…

― No le creas… Yuuri… Ella es una… tramposa…

― Incluso, porque soy buena podrás llevarte esa basura ― Señaló con desdén las medallas de Viktor― Si te ayuda en tu viaje, eres libre de llevártelo.

Yuuri extendió su mano y atrajo la delicada bolsa roja hacia él.

― ¿Qué haré exactamente?

La bruja comenzó a hablar con una chispa en sus ojos:

― Lo mismo que Viktor Ivánovich: tráeme a mí, Baba Yaga, seis oros que simbolicen algo único en tu vida; a diferencia de tu marido, tu tiempo límite será más corto, 30 años a partir del día en que renazcas, si por alguna razón terminas tu tarea en un tiempo menor, pronuncia mi nombre seis veces y apareceré, te lo advierto, no me gusta ser molestada en vano, así que piensa antes de llamarme. Así mismo, te daré algunos recuerdos de esta vida y te bendeciré con templanza y te maldeciré con orgullo, de igual manera…

La vieja apareció al lado de Viktor, arrodillada hasta estar a la altura del hombre antes de echárselo al hombro como si no pesara nada.

― Me quedaré con Nikiforov como garantía; si logras pagar su deuda, el regresará a tu lado y si no, bueno, ya tengo tiempo que no tengo un buen festín.

Yuuri no supo que decir, se acercó lentamente hasta donde estaba su marido y le besó la frente. Todo lo sentía tan surrealista, una aparente bruja, Viktor regresando, Viktor haciendo alguna especie de acuerdo con esa mujer… Él sabía que el vodka era fuerte, pero toda la situación tenía un realismo bastante espectacular; decidido a terminar el extraño sueño en el que estaba, entrelazó su mano y la de su marido mientras pronunciaba un fuerte:

― Acepto entonces.

Con esas palabras pronunciadas y un chasquido de dedos de parte de la vieja, Katsuki Yuuri cerró los ojos y cambió el curso del destino.