Otra historia que se acaba. No sé cuándo podré publicar la próxima historia; solo puedo informaros de que será una historia larga. Espero que esta os haya gustado y nos leemos lo antes que mi ajetreada vida lo permita.
Epílogo
La luz era perfecta; el escenario, inigualable; los modelos, los más hermosos. Se acuclilló para tener un mejor ángulo y disparó el flash para tomar la primera fotografía. El paisaje era su favorito: la playa tranquila de aguas verde esmeralda y arena clara junto a la que vivía. La hora era la ideal: la puesta de sol del atardecer. El momento no podría ser mejor: no había nadie en la playa. Los protagonistas de la fotografía, el centro de ese paisaje, lo eran todo: su esposa y su hijo.
Kagome estaba sentada con las piernas abiertas sobre la arena. Entre sus muslos, su hijo se sostenía de pies con la ayuda de las manos de su madre sujetándole las caderas allí donde estaba el borde del pañal. Tomó otra fotografía sin poder evitar sonreír cuando su hijo gorgojó de felicidad por las atenciones que estaba recibiendo. Apenas tenía diez meses y se había convertido en el centro de sus vidas así de rápido. Ya no podía imaginar la vida sin su pequeño Setsu; al igual que no podía hacerlo sin Kagome.
Tres años atrás, Kagome y él regresaron a la costa cuando decidieron que aquel no era el mundo en el que deseaban vivir. Tuvieron tiempo para confidencias, para hablar del pasado, para confiar en el otro y conocerse de verdad. Desde entonces, hicieron juntos lo que más les gustaba. Kagome había sido la modelo de muchas campañas con las condiciones que ellos impusieron: nada de desnudos, nada de viajes demasiado largos, nada de fiestas agotadoras, nada de detectives y nada de modelos masculinos con las manos largas. La condición más importante que siempre exigía la propia Kagome con anterioridad era que él debía ser siempre su fotógrafo. No aceptaría a nadie más. Debía admitir que había trabajado menos debido a la cantidad de exigencias para una mera principiante, pero los trabajos que realizó fueron de gran calidad.
Al año de empezar a vivir juntos como una pareja, decidieron que querían ser padres. Todo sucedió cuando, debido a una emergencia, Kagome aceptó quedarse con el hijo de tres años de la vecina, con quien él, por cierto, jamás había hablado hasta ese día. Al principio, le disgustó mucho la decisión sin su consentimiento de Kagome porque no conocía a esas personas y porque no tenía experiencia con los niños. No obstante, al poco tiempo de tenerlo cerca, se encontró jugando con él, queriendo su atención, disfrutando y empezando incluso a preocuparse por el niño. Después de que lo recogieran sus padres, hablaron largo y tendido hasta que tomaron la decisión.
Tardaron unos meses, en los que no dejó de crucificarse mentalmente por ser demasiado mayor, hasta que Kagome se quedó embarazada. Entonces, empezaron las náuseas, los vómitos, los antojos, los tobillos hinchados y los dolores de cabeza. Creía que iba a necesitar contratar a alguien para que se ocupara de la casa mientras él prestaba toda su atención a Kagome cuando los síntomas desaparecieron y ella empezó a engordar. Entonces, llegó la campaña de premamá de Benetton que les costó una de las peores discusiones que habían tenido nunca. Kagome quería hacer el reportaje y también quería desfilar embarazada. Se mostró tan terca y obstinada que tuvo que ceder a cambio de unas condiciones extra para asegurar su bienestar.
Poco después nació Setsu en un parto que, aunque dijeron que había sido perfectamente normal, a él le pareció extremadamente complicado. Entonces, su hijo se convirtió en todo su mundo y Kagome no había vuelto a trabajar desde ese día. Tampoco lo necesitaba. Habían ganado mucho dinero en esos dos últimos años; él, por su parte, tenía una cuantiosa suma ahorrada y seguía en activo. Lo único que le importaba era que Kagome se recuperara bien del parto y estuviera cómoda consigo misma. De una forma u otra, su cuerpo había cambiado. Para él, estaba preciosa, pero la había visto frente al espejo mirándose con el ceño fruncido las ligeras estrías que le quedaron en la cadera y la curva menos marcada de la cintura. Aún necesitaba tiempo para acostumbrarse.
— Deja de sacar tantas fotografías y ven a disfrutar de tu familia.
Kagome tenía razón. A veces, estaba tan absorto en retratar cada instante de la vida de su familia que olvidada formar parte de ello. Para él era inevitable. Quería cada momento: la primera vez que Kagome cogió al bebé, la primera vez que le dio el pecho, la primera vez que lo bañó, la primera vez que Setsu los miró, la primera vez que sonrió, etc. Lo malo era que en esas fotografías no aparecía él, como si fuera un agente externo.
Se incorporó, caminó hacia ellos y se sentó detrás de Kagome, acogiéndola entre sus piernas como ella hizo con Setsu. Entonces, alzó la cámara y los retrató a los tres antes de guardarla en la mochila para dedicarse por completo a su familia. Oficialmente, Kagome no era su esposa, ni su pareja de hecho. También decidieron no casarse por el momento. Estaban felices tal y como estaban; no necesitaban un papel firmado por ellos y sellado por el Estado que los vinculara. Ellos ya estaban vinculados mucho más allá de lo que ese documento pudiera declarar.
Peinó la melena de Kagome hacia atrás, sobre su espalda, y apoyó el mentón sobre su hombro al mismo tiempo que la estrechaba entre sus brazos. Al verlo, Setsu sonrió de nuevo, mostrando los indicios de sus primeros dientes.
— ¡Pá!
Todavía no sabía decir "papá" o "mamá". Sonrió al mismo tiempo cuando lo llamó e hizo uno de esos ruiditos que antes consideraba estúpidos hasta que descubrió la gracia que le hacían a su hijo. Setsu se desternilló de risa antes de caer sentado sobre su trasero con la ayuda de su madre para no hacerse daño. Después, Kagome lo alzó y lo abrazó contra su pecho. La diminuta mano del bebé se aferró al tirante del vestido de su madre con una fuerza del todo inesperada para un niño. A pesar de lo mucho que había amado y necesitado a Kagome, debía admitir que nunca creyó que se pudiera amar más a nadie hasta que cogió en brazos por primera vez a su hijo. Kagome era su corazón, pero Setsu era su vida.
— Quiero volver a estudiar.
Kagome lo cogió totalmente por sorpresa. Entre todas las cosas que pudiera decirle, no esperaba aquella. Llevaba semanas temblando a la espera de que le dijera que iba a volver al modelaje. Se tomó unos segundos antes de hablar para cuidarse de no decir nada que ella pudiera mal interpretar.
— Nunca me lo habías comentado…
— Lo he estado pensando últimamente, es algo nuevo.
— ¿Por qué? ¿Es por Setsu? — le dio un beso en el hombro desnudo — ¿Temes que sea complicado compaginar el modelaje con su cuidado? Si es por eso, yo te ayudaré a…
— No, no es eso. — volvió la cabeza sobre el hombro — Simplemente, ya no soy una niña deslumbrada por los focos. Quiero hacer algo más que eso, quiero… ¡Quiero ser trabajadora social!
— ¿Trabajadora social?
Al pronunciarlo él mismo en voz alta, lo comprendió. Kagome debió tratar con muchos trabajadores sociales a raíz de la muerte de sus padres y hasta después de salir del reformatorio. Bien, si eso era lo que quería, él la apoyaría hasta el final.
— Nos informaremos el lunes a primera hora sobre lo que tienes que hacer para ir a la universidad.
— ¿De verdad? — lo miró con los ojos como platos por la sorpresa — ¿No te parece una locura?
— En absoluto. — le dio otro beso; en esa ocasión, en la mejilla — Solo tengo una condición para ti…
— ¿Una condición? — repitió.
— Nunca dejes de ser modelo para mí. Recuerda que eres mi chica favorita… mi musa…
Se lo prometió con un beso. Después, recogieron sus cosas y volvieron a casa para preparar a Setsu antes de acostarlo. Al escuchar a Kagome tararear una alegre canción mientras bañaba a Setsu, se le derritió el corazón. Tenía cuanto necesitaba para ser feliz ante sus ojos.