Capítulo 3: Finalmente

—Road…

—Allen… ¿cómo?

—Solo te llamé…

—Ya veo—. La chica sonrió satisfecha.

Allen la miraba con lágrimas a punto de desbordarse de sus ojos.

—Allen, ¿qué sucede? ¿Por qué lloras?

—Road…yo…

—Shhhh. Ven conmigo.

Road tomó su mano y lo guio a la azotea del edificio.

Allen solo la veía caminar frente a él.

— ¿Vestido nuevo?—. Le preguntó al percatarse de ese detalle.

—Te diste cuenta.

—Te queda bien.

—Gracias.

—Tú igual te ves bien.

Road llevaba un vestido negro hasta la rodilla, vaporoso, con la espalda descubierta y con unas cintas que se amarraban al cuello. Allen usaba una camisa blanca con un chaleco negro y un pantalón negro también. Su cabello había crecido.

Al llegar, ambos se sentaron en la azotea viendo el anochecer.

—Linda luna—. Mencionó Road, admirándola.

—No más que tú—. Confesó Allen, avergonzándose en el instante por aquella frase que no sabía de dónde salió.

Road sonrió por el cumplido.

—Sabes algo Allen…

—Dime.

— ¿Sabes sobre la historia del beso del verdadero amor?

—He escuchado decir que ese beso es el que te salvará de cualquier maldición.

— ¿Crees en eso? ¿Crees que si te dan un beso de amor verdadero podrás superar todo y encontrar a tu verdadero yo?

Allen lo pensó.

—No lo sé realmente, pero podría ser verdad. Sería algo lindo que fuera así.

— ¿Quieres intentar?

— ¿A qué te refieres…?

Road tomó el listón rojo que Allen tenía en su cuello, cerró los ojos y atrajo su boca hacia la suya. Ambos se perdieron en ese beso.

—Ese fue tu beso de verdadero amor—. Declaró Road al soltarlo.

—Road…

Allen podía jurar que la chica se había sonrojado. Sonrió.

—Se supone que es el Príncipe quien besa a la Princesa, no al revés. ¿Acaso crees que soy la Princesa en peligro en una torre?

—No. No lo eres. Pero aun así quiero protegerte.

—Y yo a ti, Road. Así que tú también obtendrás tu beso de verdadero amor.

Allen rodeó su cintura y la besó nuevamente.

—Beso de verdadero amor, ¿eh?—dijo Road—No es como si estuviéramos en un cuento de hadas.

—Pero tampoco es cómo si supiéramos que las hadas no existen.

—Cierto Allen. Entonces estamos a mano.

—Ambos podemos darnos salvación el uno al otro.

—Me parece una muy buena idea.

Los dos se acercaron nuevamente, con un beso diferente, lleno de eternas promesas de un futuro mejor por venir, en el que ambos podrían disfrutar ser felices uno al lado del otro a pesar de todas las dificultades que podrían presentárseles.