~100 años después~
― ¡Mocoso uno y dos! ―me posicioné al pie de la escalera, gritando hacia el gran jardín―. ¡Se les hará tarde, malcriados!
No conté ni tres segundos cuando apareció una niña de larga cabellera negra, piel pálida y ojos azules, junto a un niño con iguales cualidades, excepto porque sus irises eran grises.
― ¡Levi, deja de decirles mocosos y malcriados a los niños! ―se quejó Mikasa, quien estaba dentro del hogar.
Me encogí de hombros, restándole importancia, y dirigí mi vista hacia mis hijos, los cuales estaban peleándose por quién de los dos había nacido primero.
La típica pelea que siempre tenían entre ambos desde que desarrollaron su sentido competidor.
―Acéptalo, Loriem, yo soy la mayor por dos minutos ―dijo mi hija, cruzándose de brazos y levantando el mentón, tan orgullosa como su madre.
―Ni loco. Además, tú eres más enana que yo ―rio el otro, elevando la ira de la fémina.
―Te arrancaré los ojos, Loriem ―amenazó, tratando de alcanzarlo.
―Sólo porque mi color es más lindo que el tuyo, Cleo. ¿Sabes? Está mal que seas tan envidiosa, hermanita ―se mofó. Un pequeño pozo se formó en una de sus mejillas al sonreír y ese simple gesto hizo enojar más a su gemela.
Enarqué una ceja, ya que me estaban ignorando como los mejores, olvidándose de mi presencia y mi llamado.
―Hm... ―me aclaré la garganta. De inmediato, ambos dejaron de pelear y se abrazaron forzadamente, sonriendo y mostrando esos colmillos afilados―. ¿Qué fue lo que les dije, par de mocosos?
―Que se nos hará tarde... ―murmuraron al unísono.
―¿Entonces?
―Ay, pero si podemos usar nuestra velocidad y asunto resuelto ―dijo Cleo, haciéndome recordar a Mikasa de lo tan desinteresada que era.
―Lo sé, ¿y a qué hora era su primera clase? ―pregunté, cruzándome de brazos.
―A las 8:30 ―contestaron al unísono.
― ¿Y qué hora es? ―saqué mi celular (uno de los últimos que salieron) y les mostré la hora.
―Las 8:38 ―dijo Loriem, ladeando la cabeza―. ¿¡Las 8:38!? ¡Cleo, vámonos! Demonios, nos llamarán la atención el primer día.
―Y no se vale hipnotizar al maestro ―comenté divertido tras ver que había descubierto sus intenciones―. Pero ya váyanse, no sean más impuntuales de lo que ya son.
―Ok, ok, ya nos vamos ―tomaron sus mochilas que estaban al pie de la escalera―. ¡Adiós, papá! ―despeiné el cabello de ambos, recibiendo protestas―. ¡Adiós, mamá!
―¡Que les vaya bien, niños! ―exclamó desde algún lado―. ¡Y pueden usar la hipnosis en el maestro si es necesario!
Fruncí el ceño, viendo cómo Loriem y Cleo chocaban los puños y reían. Y, en un parpadeo, desaparecieron de mi vista.
Luego se queja porque les digo malcriados...
Suspiré, al tiempo que el gato negro de Mikasa se sentaba cerca de mí, manteniendo una distancia considerable. Lo observé por unos segundos al ver que no intentaba moverse.
―Tenemos un trato, bola de pelos ―le dije y él sacudió lentamente la cola, ofendido por el apodo.
―Ya lo sé, humano tonto ―pensó. No había manera de que no me llamara así, a pesar de que yo no era un humano desde hace un siglo, literalmente.
―Tsk, vamos. ¿Qué esperas? ―pregunté molesto. Nunca pudimos llevarnos bien, siempre competíamos por quién se quedaba con Mikasa, aun cuando ella era mi esposa.
Tras una mirada de odio, el gato no tardó en desaparecer, asemejándose a una sombra sigilosa y perdiéndose entre los árboles.
Creo que, tal vez, ambos éramos sobreprotectores (tan sólo un poco), pero no podíamos evitar serlos cuando se trataba de los niños. Y era un milagro que trabajáramos en equipo, intentando dejar nuestras diferencias y rivalidades de lado.
Era ya costumbre que la bola de pelos los persiguiera, manteniendo distancia como si fuese un guardaespaldas. Y, por suerte, mis hijos ni enterados estaban. Nos encontrábamos al tanto de que en algún momento teníamos que dejar de hacerlo, sin embargo, los seguiríamos cuidando en secreto. Después de todo, Cleo y Loriem no convivían mucho con los humanos y los dos eran un tanto (muy) impulsivos, por lo que no sabíamos qué cosas hacían al no estar en la mansión.
Satisfecho, comencé a caminar tranquilamente por el jardín de la mansión, yendo en dirección a un lugar en específico. Mi mente se perdió del mundo real, divagando en todos mis miles de pensamientos y reviviendo cosas del pasado.
Luego de haber terminado nuestras carreras, hace aproximadamente 96 años, pude recibirme de médico, siendo uno de los más reconocidos con el pasar de los años. En cambio, Mikasa consiguió empleo como diseñadora gráfica. Aún recuerdo perfectamente cuando la quisieron como modelo en una empresa dedicada a la moda, tras ella haber diseñado la tapa de la revista. Se habían quedado cautivados por su peculiar belleza y la quería a toda costa. No obstante, Mikasa tuvo que rechazarlo por una obvia y simple razón: no podía verse en las fotografías. De igual forma, la mocosa amaba su labor y no pensaba cambiarlo; el arte le gustaba desde pequeña, gracias a su madre, y se le veía contenta cada vez que realizaba un buen trabajo.
No mucho tiempo después cayeron Erwin y Hanji. Y, para nuestra sorpresa, venían felizmente casados, esperando un hijo que ya tenía dos meses. Claro que yo presentí aquello (excepto lo del mocoso), pero no cuando sólo contaban con veintisiete años. Pero, en fin, eran sus vidas y se veían bastante emocionados y alegres por el bebé.
Cabe mencionar que, cuando nos vieron a Mikasa y a mí, las mandíbulas por poco les llegaron al piso.
― ¡¿Por qué siguen viéndose malditamente jóvenes?! ¡No han cambiado nada en estos nueve años! ―había dicho Hanji, llevándose ambas manos a la boca―. Oh, Dios, Santa María Virgen... ¡LEVI ES ALTO!
Y claro que se indignó más al ver mis colmillos, acusándome de que me los había hecho poner para parecerme a Mikasa.
Ridículo.
Al principio sólo nos jodieron al apodarnos "par de vampiros", pero con el correr del tiempo, tuvimos que confesarles que en realidad sí lo éramos. Después de todo, mi apariencia seguía siendo de alguien de 21 años cuando ya tenía 29, mientras que Mikasa aparentaba de 19 años y contaba con 189.
Ambos rieron cuando se enteraron, no creyendo del todo lo que decíamos. Pero, tras una demostración que confirmó que no mentíamos, nos realizaron quinientas mil pruebas para entender cómo funcionaba nuestro organismo. Claro que dichas pruebas no funcionaron de nada, pues la ciencia no podía competir contra el diablo.
También Mikasa se lo había contado a Armin cuando se vieron luego de tantos años. Y obvio que Sasha se enteró, ya que era la prometida del rubio con aires de princesa. Al parecer, desde aquella vez en mi departamento donde tuvieronque cumplir esos vergonzosos retos, su acercamiento comenzó a ser cada vez más. Por lo que pude leer en sus mentes, empezaron a salir a pesar de que Armin se había ido al extranjero, y se reencontraron cuando la chica papá decidió mudarse donde el rubio. Luego de unos años, vinieron a visitar a Mikasa, encontrándose con ese pequeño secreto. Aunque Armin, sorprendentemente, no se veía tan en shock como su exagerada esposa.
Cuando cumplí los treinta y uno, Mikasa me dio la noticia de que estaba embarazada, como uno de mis regalos de cumpleaños. No podía describir lo feliz que me sentí por aquello. Recuerdo cómo ella reía cuando la llené de besos y la abracé por un largo rato. Esa noche le hice el amor, recordándole que era una de las mejores cosas que me habían pasado, aceptando a nuestro hijo o hija con todo el cariño que guardaba.
Por la noticia del bebé, decidimos dejar el departamento y comprar una casa para la familia. Y fue así que conseguimos una mansión un poco alejada de la civilización. El precio era muy elevado, pero nuestro salario se ajustaba a aquello. Y, no mucho después, nos casamos. Fue una boda por civil, donde sólo fueron nuestros amigos más cercanos. Ver a Mikasa con una bella sonrisa, llevando un vestido blanco y corto, y un pequeño ramo de rosas, fue demasiado para mí raciocinio. Esa mujer, simplemente, me tenía loco por completo. El festejo no fue la gran cosa (y estábamos más que satisfechos porque fue así); Hanji había insistido durante mucho tiempo que quería que fuese en su casa y, tras una sesión donde se dedicó a martillarnos la cabeza, lo consiguió. La fiesta duró hasta la madrugada, ebrios como se suponía, y todos se habían puesto un tanto cariñosos, incluidos Mikasa y yo. Agradecí que el hijo de Hanji y Erwin se quedó con su niñera, junto con el de Sasha y Armin, el cual cumplía dos años en aquel momento.
Hablando de niños, el periodo de embarazo fue como un infierno para mí. Los antojos de pastel de fresa y pudín a cada rato me hacían salir de la casa todo el tiempo para comprarlos, incluso tuve que hacer un gran pedido en una pastelería que, sin dudas, fue como una fortuna para los dueños de dicho negocio. Y claro que sus repentinos cambios de humor me hacían creer que enloqueció por completo y que me había casado con una temperamental de mierda. En el fondo, agradecía que yo no necesitara dormir ni comer, así dedicaba mi tiempo a la mocosa cuando no debía trabajar, dándole sus mañas y consintiéndola con lo que quería a cada segundo.
No obstante, ver su sonrisa durante la noche mientras yo le acariciaba el abultado vientre, era merecedor de tanto.
Por alguna razón a la que yo no le hallaba el sentido, los embarazos en los vampiros eran iguales a los embarazos humanos, mas no el crecimiento luego de que el bebé nacía; aunque eso facilitaba las cosas. El doctor no lo sabía y recién se enteró cuando a Mikasa dio a luz, pero no sólo tendríamos a un mocoso, sino a dos. Como era un vampiro, podía sentir ambas vidas en el vientre de Mikasa, creciendo sanas y moderadamente. Fue una sorpresa para ambos, sí, pero no podíamos estar más que felices. Si bien a mí no me gustaban los niños, con mis hijos era diferente, muy diferente.
Al cumplir los nueve meses, nacieron los gemelos Loriem y Cleo. El crecimiento de ambos fue, sin dudas, desesperante y algo horrible. Tener que esperar diez jodidos años para que se vieran como unos pequeños mocosos de un año me colmaba la paciencia. Quería verlos grandes y poder jugar con ellos, ver sus caras enojadas cuando les pusiera algún apodo, o ir a correr como el padre de Mikasa hacía con ella... Sin embargo, tuve que esperar un buen tiempo para cumplir con lo que deseaba desde que me enteré de que sería padre.
Pasaban los años y los niños iban tomando la apariencia adecuada a su edad, al igual que nuestros amigos. Todos menos Mikasa y yo; como si el tiempo se hubiese congelado, nos quedamos con la apariencia de jóvenes de veinticinco años y, desde entonces, dejamos de envejecer.
Eso último fue tendencia en las redes, donde nos trataban como inmortales a modo de broma, ignorando que eso es lo que exactamente éramos. En las calles trataban de sacarnos fotos o filmarnos cada vez que nos veían, pues nos convertimos en el nuevo meme del momento. Claro que, cuando nos tomaban desprevenidos, debíamos hipnotizarlos para que borraran todo y olvidaran el hecho de que no aparecíamos en la cámara. Así que, gracias a esto, tuvimos que retirarnos y mantuvimos nuestras vidas en la mansión que tanto nos costó conseguir, junto a Cleo y Loriem.
Cabe decir que la mansión Ackerman fue cerrada. Mikasa lo decidió así, creyendo que era hora de dejar el pasado atrás. Toda la herencia de la familia de vampiros fue repartida. Una parte nos la dejamos nosotros, mientras que el resto fue entregado a orfanatos, refugios y hospitales. De ahí también venía nuestra fama que fue acabando tras nuestra decisión de alejarnos.
Dejando de lado ese tema, fue inevitable que Hanji y Erwin murieran. La primera con 88 años y el segundo con 83, quedando su único hijo como heredero de todas sus cosas, aunque él estaba por cumplir los 60 y tampoco le quedaba mucho tiempo, por lo que todo pasaría a mano de sus nietos. La noticia me había devastado por completo y sabía que en algún momento pasaría, pero fue muy doloroso para mí. Por suerte, pude verlos en el funeral, correspondiente a cada uno, como espectros que no tardaron en desaparecer tras despedirse de mis hijos, de Mikasa y de mí. Erwin chocó puños conmigo y me dedicó una sonrisa, mientras que Hanji gritó como una loca que "se sentía extraña siendo un fantasma" para luego abrazarme fuertemente, diciendo que nos extrañaría a todos.
Esa fue la última vez que los vi, y me alegré por haber podido despedirme. Fue la misma sensación que experimenté cuando, definitivamente, se fue mi madre.
Así mismo le ocurrió a Mikasa con la muerte de Armin y Sasha. Ella lloró por muchos días, pero pudo sobrellevarlo gracias a todo el amor que le dedicaba la familia. Cleo y Loriem se esforzaban en preparar sus postres favoritos para hacerla sentir mejor y yo la mimaba por las noches, abrazándola hasta que se quedaba dormida.
Sí, fueron largos y duros años, nuevas experiencias y diferentes formas de ver la vida. Pero estaba bien; actualmente vivíamos en la mansión y los niños se divertían mucho ahí, aunque les fastidiaba de sobremanera tener que esperar tantos años para ir al colegio, pues su apariencia cambiaba de una manera muy lenta y debían tener paciencia para verse de determinada edad y poder ir. Obviamente no les hacía falta estudiar en un colegio, pero ellos eran tercos y querían interactuar con las personas, así que nosotros no les negaríamos ese capricho.
Salí de mis pensamientos justo cuando llegué a mi destino: el rosal del jardín. Me empeciné en buscar la indicada entre todas las clases que habían, hasta que mis ojos divisaron una perfecta rosa blanca en una orilla. La corté y le saqué las espinas; acto seguido, me encaminé dentro del hogar.
Al entrar, crucé un gran pasillo blanco, inspeccionando si no había nada sucio, aunque lo dudaba pues había estado limpiando todo por la noche. Subí las escaleras de mármol en silencio hasta mi habitación y, al abrir la puerta, vi a Mikasa dándole de beber a la pequeña Mika de 12 años. La chiquilla era muy tierna, y más porque se veía como un bebé de un año; con ese corto cabello negro y esos ojos bastante peculiares: el derecho azul y el izquierdo plateado. Al contrario de Cleo y Loriem, Mika era tranquila y apenas se sentía al estar todos en una misma habitación.
Cuando me vio, separó el biberón con sangre de su boca y lo dejó en el piso. Luego gateó hasta llegar hasta mí y yo me agaché a su lado para alzarla con mi brazo libre.
―Mocosa sucia ―le limpié la comisura de su boca, la cual estaba manchada de rojo.
Mikasa rio ante mis palabras y yo me acerqué a ella. Le entregué la delicada rosa blanca y una sonrisa se formó en sus labios al recibirla. Esa hermosa sonrisa me enamoraba cada vez más, claro, si es que se podía estar más enamorado.
«Si quieres sacarle una sonrisa a Mikasa, regálale una rosa, hijo»
Las palabras que me susurró mi madre antes de irse quedaron grabadas en mi memoria desde aquel día.
Gracias por el consejo, mamá.
Mikasa acomodó la rosa en un pequeño florero de vidrio arriba de la cómoda y luego se dirigió a mí, tomando mi rostro con ambas manos. Me besó pausadamente y yo enredé mi brazo desocupado en su cintura, atrayéndola a mi cuerpo y profundizando el beso. Apoyó una de sus palmas en mi pecho y la otra fue a parar a mi cabello, desordenándolo.
Joder, sus labios eran tan exquisitos y adictivos como la primera vez que los probé. Y todas las veces en las cuales dije que nunca me cansaría de besarla, era la más pura verdad.
El momento fue interrumpido por la pequeña Mika, quien trataba de separar nuestros rostros con sus diminutas manitas. Ambos reímos e hicimos lo que ella quería, cortando el beso y separándonos un poco.
―Bueno, irritante como tu madre sí saliste ―le dije y ella aplaudió, riendo levemente.
―Tú eres irritante, vampiro ―protestó Mikasa, jalando de mi brazo y haciendo que los tres cayéramos en el colchón de la cama.
Sonreí internamente al recordar cuántas camas habíamos tenido que reemplazar, pues nuestra fuerza se descontrolaba para cierto tipo de cosas.
―Como digas, mi vampira...
...
Mi vida era una mierda. Sí, ese era el pensamiento principal en mi cabeza luego de haber perdido a mi familia.
Tal vez haya sido una mierda en aquel entonces, pero ya no lo era. Debía decir que nunca me arrepentiría de haber conocido a la persona que amo, a la persona que me hace feliz, a la persona con la que formé una hermosa familia.
Simplemente, nunca más me arrepentiría de mi vida.
Y no sé lo que pasaría en un futuro, pero estaba seguro de que a su lado quería estar por siempre.
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FIN