HOLA!

Que alegría volver. Esperaba haberlo hecho mucho antes y con otro fanfic (tristemente mi inspiración no me acompañó y cuando lo hizo mi pc murió y perdí todo el avance T.T ), pero es un detalle.

La historia comienza hacia el fin de la segunda película, unos meses después para que vayan ambientándose en el contexto.

Desde ya muchas gracias a todos los lectores.

...


Capítulo I

La mañana estaba agradable. Habían pasado algunos meses desde la derrota de Drago y las cosas poco a poco se estaban normalizando en Berk. La presencia de Estoico aún se notaba en el ambiente general, pero eso no impedía que cada vikingo diera lo mejor de sí para restaurar el funcionamiento del pueblo.

Hipo, el reciente Jefe, se encargaba ahora de todo lo relacionado a la organización, reconstrucción y protección de Berk, además de todo lo referente con dragones. Era un trabajo extenuante sin duda y su rostro lo denotaba especialmente esa mañana.

- Bebe esto – le tendió Bocón una jarra de un líquido negro apenas entró en el salón común – El mercader dijo que era mágico. Llena de energía a cualquiera, concluí que sería perfecto para ti – dijo el vikingo al ver que el joven se quedaba mirando con recelo el contenido de vaso.

- ¿Tan mal me veo? – preguntó suplicante Hipo tomando finalmente aquel vaso. Estaba caliente y emanaba un agradable olor que nunca antes había sentido. Un sorbo le basto para saber que jamás volvería tomar de esa cosa.

Bocón rió de buena gana ante la mueca de asco del chico, mientras Chimuelo, que se encontraba al lado de Hipo, lo miró con curiosidad.

- Olvide mencionar que con miel sabe mejor – dijo entre carcajadas – y si chico, a kilómetros se puede ver que estas al borde del colapso – agregó el hombre ya un poco más serio.

- ¿Mi padre… se sintió así de abrumado alguna vez? – preguntó desviando su mirada, enfocándose en un punto lejano en la hoguera del centro, como si en ella pudiera encontrar sus propias respuestas.

Bocón suspiró. En esos dos meses era la primera vez que Hipo preguntaba directamente por algo relacionado a Estoico. La mayor parte del tiempo trataba de verse seguro y confiado, como si ya hubiese superado aquella perdida, pero sus cercanos sabían que aun estaba en proceso de aceptación.

- Tu padre fue un vikingo formidable no por nada le decían "El Vasto", pero era hombre al fin y al cabo – dijo tratando de contestar a la pregunta del chico – asi como tú, muchas veces se sintió cansado, superado por la situación, quizás hasta débil…sin embargo se levantaba nuevamente y seguía al frente – posó su mano sobre el hombro de Hipo - Eso hace un líder.

Hipo sonrió melancólico.

- Y no estás solo, chico – lo zarandeó un poco logrando que este derramara un poco del líquido de su vaso.

Esta vez Hipo sonrió más genuinamente.

En ese preciso momento entraron los gemelos armando alboroto, algo bastante común en ellos, seguidos de Patán y Patapez.

- ¡Es como un manjar de Reyes! – exclamó Brutilda con teatralidad.

- ¡Es la nueva fuente de la vida! – secundó Brutacio.

Bocón rió.

- Antes que aparecieras le di a esos dos de eso mismo que estas tomando – comunicó el robusto vikingo.

Hipo miró su vaso y miro a los gemelos de vuelta. No comprendió como aquello tan amargo le podía gustar… luego recordó que están bien locos, asi que no le prestó mayor atención al asunto y dejo el dichoso vaso en una mesa, bien lejos de él.

- ¡Hipo! – exclamó Patan - ¿Qué tal estas hoy? – preguntó acercándose.

En los últimos de meses, sobre todo después del deceso de Estoico, Patán había comenzado a comportarse menos desagradable y petulante. Pudiese ser que finalmente el chico estuviese madurando pensó Hipo con agrado.

- ¿Supiste cuantos pescados trajimos Dientepúa y yo ayer? Seguro es un record – dijo con un deje de arrogancia, levantando sus brazos a modo de mostrar sus músculos hacia Brutilda, la que ni siquiera se dio la vuelta para mirarlo.

Hipo rió. Quizás era demasiado pronto para usar la palabra "madurar" y "Patán" en la misma frase.

- No sé si será un record, pero te lo agradezco de igual forma – contestó Hipo sonriendo.

- De no ser por nosotros, al muy sesos de yak se le hubiese roto la red y ahora sería otra la historia – se quejó Brutacio, siendo secundado por su hermana.

- Gracias a todos en ese caso – dijo Hipo tratando de calmar a los gemelos. Esa mañana estaban más… activos de lo normal.

- Te lo dije – susurró Bocón a su lado – ese líquido es mágico. – dijo indicando a la jarra que Hipo había abandonado en una mesa más atras. Ese comentario termino de convencer a Hipo de que aquel brebaje no era sano para nadie, por lo que se felicitó a si mismo por tomar tan sabia decisión y dejarla. Claro, que no quedó olvidada, los gemelos al percatarse el vaso, al parecer por su olor, lo aprovecharon de inmediato bebiéndose el contenido, sin siquiera quejarse por lo amargo.

Hipo solo negó con la cabeza. En serio estaban bien locos. Comió algo rápido y luego salió junto a Chimuelo en dirección a la Academia. Si tenía suerte podría ver a su novia antes que saliera a su ronda matutina de patrullaje, junto al resto de guardianes.

Para su suerte, aun estaba ahí cuando llegó. Se quedó unos segundos observándola desde la entrada. Sonrió al verla. Ella estaba afanada en ajustar la montura de su Nadder, mientras explicaba algunas cosas a los nuevos jinetes integrados a la Guardia de Berk, entre ellos Eret, antes de dejarlos salir a patrullar. Hipo notó como cada vez que resoplaba algo molesta, un gracioso mohín se formaba en su rostro, haciendo su ceño fruncir. Al parecer la montura le estaba dando problemas. Comenzó a morderse el labio inferior de la impaciencia, gesto que Hipo encontró sexy y adorable a la vez. Sin darse cuenta comenzó a sonreír.

Su dragón hizo un ligero sonido, muy parecido a una risa suave. Bien sabía lo enamorado que estaba su jinete de la joven rubia.

- ¿Ustedes pretenden quedarse toda la mañana ahí? – escucho de repente proveniente una voz femenina.

Astrid había notado su presencia y se dio media vuelta quedando de frente a Hipo, mientras el resto de jinetes remontaba vuelo para seguir con sus actividades.

El chico sonrió aun más y con paso firme, seguido de su Furia Nocturna, se acercó.

- Lo siento, M'lady – se disculpó el vikingo. Con gentileza tomó un rebelde mechón de su cabello y lo acomodó detrás de su oreja - ¿Tienes problemas con la montura de Tormenta? – dijo luego de besar sus labios a modo de saludo.

- Una costura suelta o una cadena floja creo, nada que no se pueda arreglar – contestó la vikinga.

- ¿Por qué no pasaste por la herrería? Ayer estuve todo el día ahí, podría haberla arreglado en pocos minutos – cuestionó Hipo mirándola con algo de confusión para volver su atención a las amarras de la montura. No era algo grave. ¿Costuras algo vencidas y cadenas flojas?!. Podía resistir un poco más, pero definitivamente no era seguro.

- Has estado tan ocupado que no he querido molestarte – se excusó la joven.

- Tú nunca serás una molestia para mi – dijo el jinete tomando su rostro, de modo de mirarla de frente.– si te llegara a pasar algo no me lo perdonaría – agregó con seriedad.

Ella sonrió algo conmovida por la sinceridad en las palabras de su novio. Sonrió y lo besó. Un beso suave, lento, sin prisas, de esos que llevaban varios días sin compartir por las constantes actividades propias del reciente cargo de Hipo.

Un carraspeo proveniente de Chimuelo los hizo volver a la realidad. La pareja se separó una amplia sonrisa en sus labios y un ligero sonrojo en sus mejillas. Atrás habían quedado los días de sonrojos exagerados, nerviosismos y torpezas. Ahora todo el pueblo sabía de su compromiso e incluso, estaban a menos de un mes de casarse finalmente. Por supuesto, Hipo hubiese querido que su padre le acompañara, pero el destino no lo quiso así. En cambio, su madre se había esmerado en apoyar a la pareja en cada uno de los preparativos, al punto de estar todo casi listo para el gran acontecimiento de Berk. Esperaban tener muchas visitas de otras tribus vecinas, e incluso del continente hacia el Sur. ¡Realmente todo un suceso!

- ¿Nos vemos al atardecer? – preguntó Hipo, mientras ajustaba el mismo la montura de Tormenta.

- Te estaré esperando – contestó la rubia vikinga - pero tendrás que encontrarme – agregó giñándole un ojo coquetamente para luego subirse a su dragona.

Hipo sonrió.

- No lo dudes, te encontraré – respondió el chico con confianza esbozando una sonrisa reluciente, mientras observaba como Astrid se alejaba por los cielos.

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Hipo se desocupó mucho más temprano de lo común, por lo que feliz salió en busca de Astrid. Estaba ansioso por encontrarse con ella. Habían pasado varios días en que no tenían un momento a solas.

- Vamos amigo – animo Hipo a su dragón, mientras salían de la forja. Había pasado a aquel lugar antes de salir en busca de Astrid justamente porque estaba algo preocupado por ella. Un par de cadenas y lazos para asegurar le vendría bien a la joven mientras su montura no estuviera completamente firme.

Sin más preámbulos, el joven jefe montó a su dragón y se fue en búsqueda de su futura esposa.

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Astrid y Eret se encontraban rondando unas islas un tanto alejadas hacia el Sur. En general, los jinetes no solían ir hacia esos rumbos ya que muchas historias se contaban sobre mercenarios aun más peligrosos que los mismos cazadores de dragones. Además eran tierras más allá de los límites vikingos.

Hipo y su equipo de jinetes, sus amigos cercanos, habían hecho un par de expediciones unos años antes buscando rastros de dragones, pero lo único que encontraron fue una extensa agrupación de islas, un archipiélago completo de desiertos parajes rocosos sin vegetación, pero lleno de esqueletos…

… de dragones.

Una interminable e inmensa pila de esqueletos de diferentes clases de dragones y diversos tamaños desperdigados por cada rincón de cada una de esas islas. Fue una imagen terrible para los jinetes y aún más para sus compañeros alados.

- En aquella oportunidad, al bajar a investigar, encontramos una serie de símbolos marcados en los huesos, así como en cuevas, rocas, acantilados, y en todo lugar posible. Por las historias que antes habíamos escuchado, dedujimos que esos eran territorios de los hombres y mujeres rechazados por la sociedad, principalmente venidos desde el continente del Sur. – contó Astrid. - Las leyendas contaban que muchos años atrás, esas islas eran un hervidero de hombres de la peor fama de todos los tiempos. Asesinos, psicópatas, dementes, mercenarios y pitaras de la peor reputación estaban entre la lista de habitantes, de los cuales el más famoso conocido, era el Cruel Mogül. Algunos relatos decían que su maldad fue tal, que una vez muerto dejo malditas esas tierras para que quien las habitase acabara muerto de la peor forma.

- Mogül – repitió Eret cuando la rubia terminó de contar la historia. – No me suena tan amenazante.

Seguido de esas palabras un tétrico silbido se escuchó desde un punto indefinido del área, logrando estremecer ligeramente al musculoso vikingo.

Astrid no pudo evitar reír ligeramente.

- ¿Entonces dices que hay piratas en esta zona? – preguntó Eret tratando de sonar casual y desinteresado, ignorando el reciente percance.

- Tranquilo, este archipiélago lleva años sin ser habitado – lo calmó Astrid. Es verdad que las leyendas contaban que antiguamente despiadados piratas rondaban esa zona, al punto de llamársele como uno de los más conocidos, Mogül, pero de eso ya habían pasado décadas.

- ¿Puedo preguntar qué buscamos? – preguntó Eret nuevamente, elevando su dragón a la altura del Nadder de Astrid – Los comerciantes pudieron ser saqueados por cualquiera – continuó – quedan aun seguidores de Drago que no logramos encontrar, asi como ladrones errantes que siempre vagan por las aguas esperando a sus presas, sin mencionar a los mercaderes falsos o estafadores. Y de cualquier forma, no es la primera vez que roban a un par de comerciantes, ¿Cuál es la diferencia ahora? – cuestionó él.

- La forma en que todo sucedió no es normal, no es el modo en el que operan los ladrones comunes – comenzó a explicar la aludida – además, esa bandera encontrada en el barco y esos símbolos que tenía, no eran comunes… no eran… vikingos – de entre sus ropas sacó un pedazo de tela negra en cuyo centro tenía marcada una escalofriante calavera roja.

- Bien, unos graciosos quieren pasarse de listos tratando de intimidarnos con garabatos raros ¿y qué? – interrumpió el vikingo ganándose un empujón de Astrid, que de no ser por sus buenos reflejos, lo manda directo al mar.

- Eso fue por interrumpirme – espetó Astrid – lo que trato de decir… - continuó como si nunca la hubiesen interrumpido – …es que estas islas son extranjeras, son fuera de los límites conquistados por vikingos, por lo que todo lo proveniente de ellas es prohibido en nuestros mares, incluyendo evidentemente a personas.

- ¿Será que los cazadores que no encontramos han venido a refugiarse aquí?– preguntó Eret.

- Eso o peligrosos extranjeros están pasando a nuestro territorio – musito la joven más para si misma que para su compañero de vuelo.

Finalmente Astrid decidió que era mejor volver. Se estaba haciendo de noche y quería comunicarle lo más pronto posible la situación al jefe, el cuál seguramente se molestaría por no haber acudido a él en primera instancia. Les esperaba un largo vuelo de vuelta, ya que estaban realmente lejos de Berk, por lo que sin más tardanzas comenzaron su viaje de vuelta, sin percatarse de unas sombras que de entre la niebla comenzaron a seguirles.

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Hipo llevaba ya más de media hora buscando a su novia. Sobrevoló toda la isla sin encontrar rastro de ella. Se rehusaba a rendirse, por lo que decidió ir a la academia. Quizá alguien allí supiera sobre su paradero, pero desde el cielo y antes de girar, vio un grupo de personas reunidas en el puerto. Parecían algo alteradas, por lo que Hipo, muy a su pesar, bajo a evaluar la situación.

Para su sorpresa, al llegar a tierra, diviso a Patán, Patapez y a los gemelos entre la multitud.

- ¡Finalmente el jefe! – exclamó uno de los vikingos. Hipo lo reconoció como uno de los tantos mercaderes que pasaban de vez en cuando por Berk.

Al escuchar esas palabras, todos los vikingos presentes se volvieron a Hipo y comenzaron a taparlo en quejas, reclamos y preguntas, al punto que fue necesario que Chimuelo se situara frente a su jinete para evitar que aquellos vikingos se le fueran encima. Hipo levantó sus brazos en gesto conciliador tratando de calmar tanto a la gente como a su dragón.

- ¿Alguien puede explicarme lo que está sucediendo aquí? – pidió el jinete mirando a sus amigos, que poco podían hacer frente a esos exaltados vikingos.

- ¡Eran fantasmas venidos del Valhalla! – exclamó uno de los presentes.

- ¡Mercenarios de la muerte! – exclamó otro.

- ¡¿Pero de qué rayos hablan?! – exclamó el jefe finalmente hastiado.

- Unos mercenarios robaron todas nuestras pertenencias – contó uno de los comerciantes, llamado Turk - Estábamos navegando cerca del archipiélago de Mogül, nos perdimos de la ruta de comercio normal por una neblina extraña que encontramos en el camino, por lo que antes de darnos cuenta ya estábamos en los alrededores de ese condenado lugar – exclamó el hombre con pesar – Al entrar la noche escuchamos risas y gritos venidos desde lo profundo de la niebla…

- ¡Eran piratas! – se escuchó de entre la multitud causando pánico entre todos, que comenzaron nuevamente a hablar y gritar al mismo tiempo.

- ¡Basta! – exclamó Hipo en un tono autoritario que dejo a todos mudos, por un segundo fue como escuchar a Estoico – Continua – le dijo al mercader Turk – escucharon ruidos y…

- Y de la nada bolas de hierro negro se estrellaron contra nuestros barcos, explotando al contacto con lo sólido, y flechas encendidas nos llovieron desde el cielo, además de extrañas mini explosiones que dejaban agujeros en la madera. Seres vestidos con extrañas ropas, portando espadas curvas y máscaras saltaron a nuestros barcos y nos tomaron por sorpresa. Ni siquiera hubo tiempo para defendernos. El que parecía ser el líder tenía un estrafalario sombrero adornado con una pluma roja en la punta y su máscara era blanca completa con una espeluznante sonrisa dibujada en frente. En menos de un abrir y cerrar de ojos nos quitaron todo.

- ¿Cuándo pasó esto y por qué nadie me lo dijo? – preguntó Hipo bastante molesto y preocupado por la situación.

- Sucedió en la madrugada y… Astrid se hizo cargo – contó Patapez sin mirarlo directo a los ojos, sintiéndose algo culpable – Le dije que debíamos decirte, pero ella argumento que ya tenías demasiadas responsabilidades – trató de excusarse.

Un parte de Hipo se sentía inmensamente molesto por la osada actitud de Astrid. Para nadie era desconocido el apoyo que Astrid siempre le otorgaba al jefe, pero en esta ocasión había sido sumamente imprudente. Por otra parte no pudo evitar que esa faceta de enamorado saliera a flote. Ella siempre procuraba alivianarle la carga en sus quehaceres argumentando que como futura esposa del jefe también eran parte de sus responsabilidades.

- Se fue con Eret a investigar hacia el Sur – informó Brutacio. – si no mal recuerdo, partieron en algún momento de la mañana.

- ¡Mi Eret! – exclamó Brutilda dramáticamente – Si quería irse en una misión suicida por qué no llevo a alguien más prescindible como Patán, por ejemplo, ¡pero no mi Eret! – agregó apuntando al aludido que la fulminó con su mirada, cosa que a ella ni le importó.

- A sus dragones – mandó Hipo – nos vamos ahora. – dicho esto se subió a su Furia Nocturna y se elevó por los aires. El resto de jinetes se apresuró en seguirle.

Les quedaban varias horas de camino, por lo que no había más tiempo que perder.


CHAN!

Final del primer cap. Les cuento desde ya que no sé cuantos capítulos tenga este fic, lo más seguro es que sean más de 10. A penas esto empieza así que muy ansiosa espero sus comentarios, criticas, dudas, consultas, saludos... lo que sea. Espero estar actualizando el viernes que viene.

MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS QUE LE ESTEN DANDO UNA OPORTUNIDAD A ESTE FANFIC (dejen o no review ^^ aunque siempre es un agrado saber su opinión al respecto)

Besos a todos!

23/03/2018

21:15 pm