Autor Original: WobblyJelly
ID: 2573304
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Cuando Hinata se dio cuenta de sus sentimientos por el colocador de cabellos oscuros, llegó volando desde el cielo y directo contra su cara horrorizada en forma de recepción de voleibol mal hecha.
"Hinata, idiota" gruñó Kageyama al pobre chico tirado en la cancha, caminando hacia él con una expresión de irritación "No te quedes mirando a la nada de ese modo. Eso es un punto que has desperdiciado, idiota"
"Oi, Hinata, ¿estás bien?" dijo Tanaka mientras él y el resto del equipo iban hacia él "Tu cara está bastante roja. ¿Tan fuerte te golpeo el balón?"
Sus palabras apenas llegaron a él, pero fue fácil mirar más allá de sus palpitantes oídos, de las ardientes llamas en sus mejillas, los fuertes golpes en su pecho.
Le gustaba Kageyama Tobio.
Y sintió como si hubiera empezado un viaje de ida a la muerte.
Se encontró a sí mismo, un segundo más tarde, mirando a Kageyama por su comentario completamente innecesario, tartamudeando mientras lo hacía "¡L-Lo sé! ¡Lo conseguiré la próxima vez!"
Pero no lo hizo. Tampoco lo consiguió a la segunda o la tercera vez. Y para la quinta vez, sus manos estaba temblando tanto que Daichi le dijo con la mejor voz posible que podía tomar un descanso por el momento.
Sus compañeros de equipo pensaron que el golpe anterior en la cabeza seguramente desencajó algunos engranajes, soltando algunos tornillos. Le enviaron miradas compasivas y le dieron pequeñas palmaditas en la espalda mientras permanecía sentado mirando a la cancha, los ojos entornados, jugueteando con la botella de agua en sus manos.
Pero lo sabía. Solamente Hinata sabía la verdadera razón del porqué, y le hacía querer arrancarse las orejas y lanzarse a sí mismo una pelota de voleibol para despertarse.
También sabía, por el modo en que seguía mirando a Kageyama y centrándose solamente en él mientras tenía su sesión personal de locura, que estaba perdido al cien por cien y que no tenía posibilidad alguna de recuperación.
Kageyama se convirtió en lo único capaz de permanecer en su campo de visión, incluso con ambos de sus brillantes ojos avellana abiertos de par en par y muy despiertos. La voz de Kageyama era la única voz que llegaba a sus oídos entre la charla y la bulliciosa algarabía de sus emocionados (y felizmente ignorantes) compañeros de equipo. Los movimientos de Kageyama. El aura de Kageyama. Cada respiración y gota de sudor que recorrían los lados del rostro de este. Hinata estaba rodeado por todo lo que era Kageyama y se sentía eufórico pero absolutamente traumatizado al mismo tiempo.
Se sentó, agradeciéndole a cualquier deidad presente de que Kageyama no estuviese a su lado ahora, enderezándose vigorosamente y removiéndose violentamente en su pequeño sitio, golpeándose mentalmente con fuerza, mientras se preguntaba porqué, porqué, porqué, porqué, porqué…
Pero sabía perfectamente bien el porqué.
Era la forma en que Kageyama se concentraba intensamente en la cancha la que hacía que su interior se enfriase y ardiese al mismo tiempo.
Era el modo en que Kageyama se aseguraba de que cada lanzamiento que le enviaba se calculara con precisión y se ejecutara perfectamente, arrojado directamente a la palma de su mano con absoluta precisión. Era la forma en que le dolía la palma de la mano con anhelo después de clavar sus pases.
Era el modo en que Kageyama se dedicaba a hacer que Hinata se sintiese invencible en la cancha. Era el modo en que tenía éxito.
Era el modo en que retaba a Kageyama para correr con él hacia el instituto cada mañana, como una presencia constante en su vida, sin importar lo molesto que sea a veces. Era el modo en que la brisa en su rostro y la adrenalina corriendo por sus venas hacía que una sonrisa se extendiese en su rostro y su espíritu se alzase.
Era el modo en que Kageyama compraba automáticamente dos bollos de cerdo al curry, incluso cuando Hinata no lo pedía.
Era el modo en que sus peleas y competiciones enviaban pulsos a través de sus venas, tanto de enfado como de éxtasis.
Era el modo en que sus momentos con Kageyama le encendían, exultante.
Era el modo en que Kageyama le hacía sentir electricidad en el cuerpo.
"Oi, Shouyou" Nishinoya se dejó caer a su lado, dándole amistosas palmaditas en la espalda "¿Estás bien? Tienes la cara roja como la remolacha"
Y Hinata, en medio de su desalentadora revelación junto con tu completa crisis mental, enterró su rostro en sus propias manos y gimió en sus palmas.
"Voy a morir" dijo, y descaradamente ignoró la ceja arqueada de su brillante y animado compañero.
Cuando Kageyama finalmente reconoció sus sentimientos cada vez más fuertes por el enano pelirrojo, no dejó de golpearse la cabeza contra la pared en un intento por quedarse inconsciente.
Cuando terminó, supuso que sintió un poco de sangre gotear por el costado de su incrédulo rostro. Pero cuando todo en lo que podía pensar era en lo bueno que parecía la bola de energía con las mejillas rojas, la alta adrenalina es la última de sus preocupaciones.
Estaba sintiendo todo tiempo de sensaciones nuevas que no estaba realmente cómodo de sentir: su corazón estaba acelerado, su labio inferior temblaba, su estómago estaba encendido con un fuego tan fiero que en realidad era un poco intimidante. Se sentía atrapado y liberado por su descubrimiento, después de semanas y semanas de esquivarlo y negarlo.
Quería a Hinata Shouyou.
Y no había forma de salir de eso.
Las cabezas de toda la clase se giraron para mirarle, torpemente alzándose todos de sus asientos, viéndole tambalearse y amenazando con derrumbarse "Kageyama-kun" empezó su profesor de matemáticas con incertidumbre, una mano sobre la pizarra y un libro de texto en la otra "¿Estás bien?"
Mantuvo su rostro impasible. Acababa de darse cuenta de que le gustaba una especie de imán de energía que ni siquiera era capaz de atarse los cordones correctamente algunas veces. ¿Me veo como que estoy bien? "Si, señor" simplemente respondió, volviéndose a sentar con fuerza en su asiento, con fuerza innecesaria, rezando para que sus mejillas no lo traicionaran y retratara exactamente cómo se sentí en su tembloroso pecho.
La gente, tentativamente, le lanzó miradas de curiosidad, pero no se metió más en su súbito acto de autodestrucción. Pasó el resto de su clase lanzando miradas penetrantes a los inocentes pájaros que pasaban por la ventana de su clase. Le dolía la cabeza, tenía el ceño fruncido y tenía ganas de vomitar. Sentía esa extraña y pegajosa sensación en el peño otra vez y quiso lanzarse desde el tejado de la escuela por actuar como una chica.
No era un extraño en el amor. Conocía los síntomas. Sabía que el pecho se tensaba y el estómago crujía. Sabía de la sensación de elevación o felicidad y total estupidez cuando estaba a una distancia de metros del imbécil. Simplemente no quería entenderlo, no podía hacerse entender, ¿por qué, de entre todas las personas en este maldito mundo, tenía que ser la gran bola roja idiotamente brillante como el sol?
Pero sabía perfectamente bien el porqué.
Era el modo en que la terquedad de Hinata, su determinación inquebrantable y su ansia de desafíos, desencadenaban un fuego indescriptible dentro de él.
Era el modo en que Hinata decía constantemente "¡Uno más!", sin fallar nunca en enviarle un escalofrío por la columna.
Era el modo en que Hinata sacaba algo de él, le quitaba el aliento con cada salta, cada clavada. Era el modo en que cada vez que Hinata golpeaba uno de sus pases, no podía evitar el sentir una inmensa satisfacción inundando su cuerpo.
Era el modo en que Hinata sabía qué marca de leche elegía siempre Kageyama de las máquinas expendedoras, incluso si nunca se lo había dicho.
Era el modo en que Hinata constantemente aparecía en su vida con esa sonrisa exasperante suya, sin importar el día, con la luz del sol prácticamente irradiando a su espalda.
Era el modo en que Hinata siempre le tenía a sus pies, encendiendo su espíritu.
Era el modo en que Hinata le tenía absolutamente intoxicado.
Dejó salir un gruñido estrangulado y golpeó su cabeza contra la pared de nuevo.
"¡Ahhh, Kageyama se ha vuelto loco!"
"¡Que alguien vaya a por el profesor!"
"¡Oi, Kageyama, aguanta! ¡Kageyama!"
Cuando los dos chicos finalmente dejaron de andar dando vueltas por el monte y se pusieron cara a cara el uno con el otro, rostros sonrojados hasta el límite de un deslumbrante escarlata, es cuando el equipo finalmente ha tenido suficiente.
"¡No vamos a dejaros salir de esta habitación hasta que dejéis de ser idiotas tan simplones!"
"¡No vamos a dejaros participar en el entrenamiento tampoco hasta que admitáis amor eterno el uno al otro!"
"¡N-No podéis hacer esto! ¡Asahi-san, ayúdame!"
"Lo siento, Hinata-kun"
Los dos estaban demasiado avergonzados para mirarse el uno al otro, y aun así, se vieron arrastrados a un inexplicable deseo de ver al otro desde su alejada posición. No podían escucharse entre sí por el latido de sus propios corazones, pero de alguna manera, todavía saben lo que la otra persona está pensando.
Hinata Shouyou quiere a Kageyama Tobio.
Y Kageyama Tobio quiere a Hinata Shouyou.
Kageyama caminaba tembloroso hacia un Hinata inusitadamente silencioso, cada paso enfatizaba su nerviosismo, acercándolo a un nuevo lado de sí mismo que ni siquiera sabía que podía existir.
Hinata se quedó sentado inmóvil en su posición, incapaz de apartar sus ojos de Kageyama, tanto asustado como embelesado por estos sentimientos que ni siquiera sabía que podían existir.
Los dos eran jóvenes, enérgicos, ambiciosos, alborotadores, temperamentales, desbocados, estruendosos.
Los dos eran el mejor equipo y, sin embargo, un completo desastre.
Los dos eran simplemente quinceañeros, obsesionados con el voleibol y estúpidamente enamorados.
Y, por una vez, no estaban cuestionando por qué.
Porque, con los dos en lados opuesto de la habitación mirándose los zapatos y jugueteando con sus pulgares, sabían perfectamente bien por qué.
Era el modo en que se coordinaban perfectamente en la cancha, y lo mal coordinados que estaban fuera de esta.
Era el modo en que Hinata arrastraba a Kageyama para comer juntos durante el almuerzo, y el modo en que iba voluntariamente con él.
Era el modo en que la naturaleza extravagante y enérgica de Hinata hacía que Kageyama quisiera sonreír, y aun así quisiese golpearlo al mismo tiempo.
Era el modo en que la naturaleza estoica de Kageyama se suavizaba cuando estaba cerca de esa bola roja de energía, y cómo Hinata se volvía ligeramente más feliz cuando estaba cerca de la roca abrasiva e inexpresivo.
Era el modo en que algunas veces se rozaban sus hombros en la cancha.
Era el modo en que discutían sobre casi todo, incluso cuando sabían lo que la otra parte estaba pensando.
Era el modo en que se miraban el uno al otro después de que Hinata golpease uno de los pases de Kageyama.
Era el modo en que ambos querían permanecer así, el modo en que estaban ahora, siempre.
Y quizás, en algún lugar de esa línea, habría algunos percances y malentendidos, algunos dolores de cabeza y lágrimas, unos cuantos llantos de desesperación y suspiros desolados. Quizás, en algún momento en el futuro, necesitarían buscar algo más que el voleibol como su fuerza motriz, y ahondar con más seriedad en algún punto de su vida. Crecerían, y aprenderían, y entenderían lo que significa estar junto con el que amas de verdad.
Pero por ahora, no son más que dos idiotas impulsados por las hormonas de los quince años, hasta las orejas, con sonrojos y corazones martilleando en el pecho, así es como saben que tendrán toda la vida para resolverlo.